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1429.

sensiones, y ponia discordia entre los infantes sus hermanos que era hombre de dos, y aun de mu-chas caras, y á cada paso mudaba de color como mejor le venia, por ser de su condicion variable y amigo de novedades; por tanto si deseaba mirar por sí, por el bien y pro comun, y por el Rey debia echalle de la corte y no permitir tuviese mano alguna en el gobierno. Desta ofension del Rey de Aragon contra Pedro Manrique no se sabe bien la causa, salvo que por el mismo tiempo fue puesto en pri sion el arzobispo de Zaragoza llamado don Alonso Argüello, en que murió. Del género de la muerte que le dieron, hobo diversos rumores: unos decian que en la prision le dieron garrote, otros que le echaron en el rio: lo mismo se executó en algunos ciudadanos de Zaragoza. Achacábanles tratos secretos con don Alvaro de Luna: la verdad era que el demasiado celo que mostraban de que se mantuviesen las paces asentadas antes con Castilla, les acarreó la muerte, y mas la libertad del hablar, ca deçian era justo forzar al Rey á guardar lo concertado, y no quebrantar las paces, para que la república no lastase si se hacía lo contrario. Por la muerte del arzobispo fue puesto en su lugar don Francisco Clemente obispo que a la sazon era de Barcelona. Junto con esto tenian entre sí los Reyes hermanos tratos secretos en razon de vengar por las armas los agravios que don Alvaro de Luna les hacía, y juntar sus fuerzas para destruille. Llamó el Rey de Aragon al infante don Enrique su hermano al principio del mes de abril'año del Señor de mil y quatrocientos y veinte y nueve. Tuvieron los dos hermanos vistas en la ciudad de Teruel: entendióse (por lo que se vió adelante) que concertaron de levantar gente y mover guerra á Castilla. El Navarro no se halló en esta jun

ta por estar ocupado en diversos negocios de su reyno, y en coronarse por Rey, que hasta entonces se dilatára. Hízose la ceremonia en Pamplona á quince de mayo en esta manera: el Rey y la Reyna vestidos de sus paños reales, sus coronas en la cabeza á la manera que los godos usahan, fueron levantados en sendos paveses, y puestos sobre los hombros de los grandes. Alzaron por ellos los estandartes, y fueron en está forma por un faraute pregonados por Reyes. Luego despues desto se hicieron de secretò levas de gentes en los dos reynos: la voz era para ayudar a las cosas de Francia, la verdad, que estaban resueltos de tomar las armas contra Castilla. No se le encubrió esto al Rey de Castilla: enviáronse de la una á la otra parte embaxadas sobre el caso; no aprovechó nada. Los dos Reyes movieron con sus gentes y llegaron hasta Hariza, villa situada a la raya de Aragon, y de los antiguos llamada Arci, en los pueblos dichos Arévacos: iban determinados de meterse por aquella parte y entrar por fuerza en las tierras de Castilla. Con este intento don Diego Gomez de Sandoval conde de Castro metió gente de guarnicion en Peñafiel, y el intante de Aragon don Pedro, avisado desto, de Medina del Campo donde estaba, acudió al mismo lugar. El Rey de Castilla para resistir á estos intentos hacía en todo su reyno grandes levantamientos de gentes: mandó en particular á los grandes que le acudiesen, y nombradamente llamó al infante de Aragon don Enrique, y á don Fadrique de Castro duque de Arjona, nieto que era de don Fadrique maestre que fue de Santiago y hermano del Rey don Pedro. Hizo otrosí que á todos los estados de nuevo se tomase juramento que en aquella guerra servirian con todas sus fuerzas y lealmente, y que darian aviso si algunos tratasen de

que

otra cosa y pretendiesen lo contrario, con pleyto homenage y voto que hacían si faltasen en lo prometian, de ir á Jerusalem á pies descalzos, y que no pedirian en algun tiempo relaxacion del dicho juramento. En Palencia a los primeros de mayo se hizo esta diligencia. Juraron, el primero don Alvaro de Luna, y consiguientemente don Juan de Contreras arzobispo de Toledo, don Lope de Mendoza arzobispo de Santiago don Fadrique almirante del mar, don Luis de la Cerda conde de Medinaceli, los maestres de Calatrava y Alcántara, don Gutierre de Toledo obispo que fue adelante de Palencia, don Pedro de Zúñiga, Pedro Manrique, don Rodrigo Alonso Pimentel, Sarmiento, y con los demas Juan de Tovar señor de Berlanga con otros muchos señores que acompañaran al Rey, todos á porfia quién sería el primero para hacer muestra de su lealtad y obediencia; dentre los quales luego se nombraron quatro capitanes que guardasen las fronteras. Estos fueron el mismo don Alvaro, el almirante, Pedro Manrique y Pedro Fernandez de Velasco su yerno. Diéronles dos mil de á caballo, que eran mas nombre de exército que iguales fuerzas á las de Aragon. A Diego Lopez de Zúñiga encargaron fuese en seguimiento de los demas á pequeña distancia y de respeto con un nuevo esquadron de caballos. El mismo Rey con la mayor parte de sus gentes tomó cuidado de ir contra la villa de Peñafiel y sugetalla. Asentó sus reales cerca de las murallas, y a voz de pregonero mandó avisar á los moradores que se rindiesen, con apercibimiento que si se ponian en resistencia y usaban de dilaciones, serían dados por traydores. Obedecieron los moradores, con que don Pedro de Aragon y con él el conde de Castro don Diego Gomez de Sandoval se recogieron a la forta

leza. Dióse á los moradores perdon de haber cerrado las puertas y no se rendir luego: no pareció por entonces combatir el castillo por no gastar mucho tiempo en el cerco. Los Reyes de Aragon y de Navarra entraron en las tierras de Castilla, y rompieron por la parte de Cogolludo, villa asentada en los con fines de la antigua Carpetania y de los pueblos que llamaban Arevacos. Asentaron sus reales en lugar llano y descubierto. Los capitanes de Castilla en un collado legua y media distante. Eran los aragoneses y navarros en número de dos mil y quinientos caballos, mil infantes todos bien armados, soldados viejos y pláticos en muchas guerras. En los reales de Castilla se contaban mil y setecientos caballos, quatrocientos infantes. Los Reyes deseosos de pelear luego el dia siguiente un viernes primero de julio movieron ordenadas sus haces. Amonestaron con pocas palabras, conforme al tiempo, á cada qual de las esquadras y compañías que hiciesen el deber: que por culpa de pocos andaba el reyno de Castilla revuelto, quebrantadas las leyes, profanadas las cosas sagradas: ellos a quien mas que a nadie tocaba acudir al remedio y procuralle, desterrados, despojados de sus bienes, de sus hijos, mugeres y amigos, hasta el derecha comun de contratacion les quitaban: que ni aun les consentian hablar al Rey de Castilla para amonestalle lo que a él le convenia, y dar de sí razon, por lo qual eran forzados a tomar las armas y valerse dellas: que del suceso de aquella batalla dependia la paz pública, la salud y dignidad de la una nacion y de la otra: por tanto, dada la señal, estuviesen a punto y aparejados para acometer a los contrarios, que aunque fueran mas, no tendrian dificultad en desbaratallos por venir desarmados y ser gente poco exercitada, y al contrario ellos tan usa

dos en las armas y en pelear: «tanto mas que en >> número y en esfuerzo les haceis ventaja. Ni tienen reales los enemigos, ni estan fortificados: el cielo >>> nos ofrece ocasion de grande gloria, el qual á nos >>es favorable, a los contrarios ha quitado el enten>>dimiento para que en nada acierten. Animaos pues, » y en este dia echad el sello a todas las victorias » pasadas, á los trabajos y honra ganada." Adelantáronse al son de los pifaros y atambores: llegaron á vista de los enemigos, quando don Alvaro de Luna, considerado el peligro, mandó rodear con los carros el lugar en que alojaban, determinado de no pelear sino con ventaja y buena ocasion, ó forzado. El infante don Enrique por una parte y por la otra el adelantado Pedro Manrique tuvieron habla: dixéronse denuestos y quemazones sin que otro efecto se siguiese. Acudieron los unos y los otros á las armas, trabáronse algunas escaramuzas. El cardenal de Fox legado del Papa en Aragon, que andaba entre las unas haces y las otras, amonestaba hora á estos, hora á aquellos que sosegasen: en fin les persuadió que pues era ya tarde, dexasen para el dia siguiente la batalla. La dilacion de aquella noche puso remedio á los males. La Reyna de Aragon hembra de animo varonil llegado que hobo adonde las gentes alojaban, hizo armar su tienda en medio de los dos campos y por su industria con buenos partidos se hicieron las paces, y luego que los capitanes de Castilla las hobieron jurado, se dexaron las armas. Y si bien las gentes de Castilla se quedaron en el mismo lugar, los Reyes de Aragon y Navarra sin hacer mal ni daño volvieron atrás. El infante don Enrique los dias pasados estuvo á punto (por tratado que que tenia) de tomar con engaño y apoderarse de la ciudad de Toledo, y por no haber salido con este deseño poco

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