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apoderarse de los castillos de los obispos para desde alli hacer mal y daño a los contrarios. El Rey don Fernando por atajar estos inconvenientes y bullicios mandó á don Hernando de Acuña, su gobernador en aquellas partes, que ganando por la mano, se apoderase de aquellas fuerzas. Resultó que como tuviese el gobernador puesto cerco sobre el castillo de la ciudad de Lugo, don Pedro de Osorio conde de Lemos acudió con gentes en ayuda de su hermano que era obispo de aquella ciudad: ocasion de nueva guerra, que puso en necesidad al Rey don Fernando de salir de Madrid á los once de febrero del año mil y qua- 1483. trocientos y ochenta y tres: no paró hasta llegar á Galicia; queria con su presencia dar asiento en todas las cosas. En el mismo viage le vino nueva de la muerte del conde de Lemos: dexó por su heredero á don Rodrigo su nieto, el qual su hijo don Alonso hobo fuera de matrimonio; su abuelo con dispensacion del Pontífice le legitimó, y puso durante su vida en posesion de aquel estado. Resultaron desto nuevos debates a causa que doña Juana hija del dicho conde difunto, y casada con don Luis hijo del conde de Benavente pretendia para sí aquel condado. Andaban alborotados sobre el caso, hasta venir á las manos: el Rey llegado a Galicia para sosegallos les mandó que dexadas las armas, cada uno siguiese su derecho por la via de justicia, con apercebimiento de maltratar al que no se allanase, si bien se inclinaba mas á la parte que poseía, es á saber al nieto del difunto. Andaba ocupado en estos negocios en sazon que los moros cerca de Málaga hicieron grande estrago en los nuestros, que fue el desman mayor que sucedió en toda aquella guerra. Pedro Enriquez adelantado del Andalucía, recobrado que hobo con la ayuda del marques de Cadiz a Cañete villa de su estado, pro

curó de reparalla, y deseaba vengarse de los moros: por otra parte don Alonso de Aguilar y el maestre de Santiago con un buen esquadron de los suyos, animados por algunas cosas que hicieron á su gusto, se determinaron entrar en tierra de moros. Asi mismo don Juan de Silva conde de Cifuentes, asistente de Sevilla, acometió á ganar á Zahara con la gente de á caballo de aquella ciudad. Esta su pretension not tuvo efecto; despertólos empero para que con ocasion de la gente que junta tenian, se concertasen todos estos capitanes, divididos en tres esquadrones, de hacer entrada en los campos de Málaga, tierra muy rica por los ingenios y trato de la seda. Cuidaban por esta causa sería la presa y cabalgada muy grande: el interés los punzaba, y mas a los soldados que tienen el robo por sueldo y la codicia por adalid; el suceso fue conforme a los intentos que llevaban, y el remate muy triste. Hay cerca de Málaga unos montes que Ilaman Axarquia, fragosos y ásperos por las peñas y matorrales que tienen: por aquella parte hicieron su entrada; talaron los campos, robaron gentes y ganados, pusieron fuego á las alquerías y á las aldeas sin perdonar a cosa alguna, con tanto ánimo y denuedo que algunos de nuestra gente de á caballo con el fervor de su mocedad no pararon hasta dar vista y llegar á las mismas puertas de Málaga: atrevimiento no solo temerario, sino loco, con que irritados los ciudadanos de Málaga, y juntamente los que moraban en aquellas montañas, gente endurecida por la aspereza de los lugares, y embravecida por el daño, se apellidaron, y se derramaron y los cercaron por todas partes. Quisieran los fieles retirarse, si les dieran lugar. Dos caminos se ofrecian para volver atrás: el mas llano por la ribera del mar era mas largo, y por el castillo de Málaga que está por aquella parte,

ร los esteros que por alli hace el mar, peligroso; el otro por do vinieron era mas corto, pero fragoso á causa de los bosques y montañas que se traban unas de otras, en especial hay dos montes que de tal manera se cierran y encadenan, que hacen en medio un valle muy hondo, con un rio que pasa por medio y los divide en dos partes. Abaxaron los nuestros á aquel valle llenos de miedo, y embarazados con la presa que llevaban, quando por una parte se vieron acometer por los moros que les venian a las espaldas, y por otra parte oyeron grande alarido de gente que les tenia atajado el paso, causa de mayor espanto: ademas del cansancio con que venian por el camino de dos dias falta de comer, y no podian pasar adelante, ni les era licito volver atrás. Hirieron los moros y mataron muchos de nuestra gente con saetas y pelotas de arcabuces que les tiraban, como los que estaban muy exercitados en la puntería y tirar al blanco. Venida la noche, fue el miedo mayor la eseuridad que todo lo hace mas espantable, y por la gritería contínua que los enemigos daban. Entonces el maestre: «Hasta quando (dixo) soldados nos dexa>> rémos degollar como reses mudas? Con el hierro, » y con el esfuerzo hemos de abrir camino: procurad >>á lo menos de vender caro las vidas y no morir sin » vengaros." Dichas estas palabras comenzó á subir la cuesta llegaron con dificultad á lo mas alto; alli fue la pelea mas brava, y la matanza en especial de los nuestros muy grande: entre otros murieron personas muy señaladas por su linage y hazañas. Al de Cadiz ciertas guias que halló, encaminaron por senderos extraordinarios, y le pusieron en salvo por otra parte. El esquadron del conde de Cifuentes que era el postrero, recibió mayor daño: el mismo hermano Pedro de Silva fueron presos y llevados á

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Granada. Parecia que todos pasmaban, y que tenian entorpecidos los miembros sin podellos menear: de dos mil y setecientos de á caballo que llevaban, fueron muertos ochocientos, y entre ellos tres hermanos del marques de Cadiz, es á saber Diego, Lope y Beltran sin otros deudos suyos. El número de los cautivos fue casi doblado: entre ellos quatrocientos de lo mas noble de España. Algunos pocos con el maestre se salvaron por los desiertos y matorrales, que con afan llegaron a Antequera: otros cada qual segun le guiaba la esperanza ó temor, fueron a parar á diversas partes. Sucedió este desastre señalado á veinte y uno de marzo dia de San Benito, que por entonces de alegre se mudó en triste y desgraciado para España: la mengua se igualó al daño. El caudillo de los moros llamado Abohardil hermano del Rey Albohacen, y gobernador de Málaga, con el buen suceso desta empresa ganó gran crédito y reputacion de esforzado y prudente entre los de su nacion, y aun para con los christianos.

CAPITULO IV.

Que el Rey Mahomad Boabdil fue preso.

Los ánimos de los christianos en breve se conhortaron de la gran tristeza y lloro que les causó aquel desastre, por otro mayor daño que hicieron en los moros, con que su atrevimiento se enfrenó. Peleaban entre sí los dos Reyes moros Albohacen y Boabdil con grande pertinacia y porfia; solamente concordaban en el odio implacable y deseo que tenian de hacer mal á los christianos. Ponian la esperanza de aventajarse contra la parcialidad contraria en perseguir y hacer daño á los nuestros, y por esta via ganar las voluntades y favor del pueblo. Por esto y

por la victoria susodicha que ganó su padre, Boabdil en competencia se resolvió de acometer por otra parte las tierras de christianos. Juntó un buen número de gente de á caballo y de á pie asi de los suyos como de la parcialidad contraria: hizo entrada por la parte de Ecija; llevaba intento y esperanza de apoderarse de Lucena, villa mas grande y rica que fuerte. Dióle este consejo Alatar su suegro: persona que de muy baxo suelo tanto que fue mercero (á lo menos esto significa su nombre) por su gran esfuerzo pasó por todos los grados de la milicia, y llegó á aquella honra de tener por yerno al Rey, ademas de las muy grandes riquezas que habia llegado; y estaba acostumbrado á hacer presas en tierras de christianos, en particular en la campiña de Lucena. Diego Fernandez de Córdova alcayde de los Donceles, que era señor de aquel pueblo junto con otros lugares que por alli tenia, luego que supo lo que los moros pretendian, advirtió á su tio el conde de Cabra del peligro que corria. A causa del estrago pasado quedaba muy poca gente de á caballo por aquella comarca, fuera de que los moradores de Lucena estaban amedrentados, y los muros no eran bastantes para resistir á los bárbaros. Llegaron los moros á veinte y uno de abril. El alcayde recogió los moradores á la parte mas alta del lugar. Fortificó otrosí con pertrechos, guarneció con soldados, que llegó hasta docientos de á caballo y ochocientos de a pie de los lugares comarcanos, lo mas baxo de la villa por entender que los moros acometerian por aquella parte. Fue mucho el esfuerzo de los soldados, tanto que los enemigos perdieron la esperanza de ganar la villa; anas por alguna gente que perdieron en el combate, y otros que les hirieron, en venganza volvieron su rabia contra los olivares. Demas desto Amete Aben

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