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to ni hacer destó mucho caso En el entretanto el Rey de Aragon no dexaba de atraer y ganar los corazones de los neapolitanos, y ayudar con industria sus fuerzas. Juntósele Balthasar Rata, conde de Caserta, que era uno de los gobernadores nombrados: por el pueblo: :. lo mesmo Ramon Ursino conde de Nola. Para ganalle y obligalle le prometieron por mu ger á doña Leonor, doncella de sangre real, hija del conde de Urgel que poco antes desto falleció en Xá- tiva. Con tanto el Rey, de la ciudad de Cápua en que se hacía la masa de la gente, salió en campaña con intento en ocasion de combatir a los enemigos, y apo-derarse (como en breve se apoderó) del valle de San Severino, de la ciudad de Salerno, y de las marinas › de Amalfi. Puso guarniciones en todos estos lugares, las fuerzas de Aragon se afirmaron, y enflaquecieron las de los angevinos. Quedaba entre otras la ciudad de Nápoles cabeza del reyno. Tenian no pe queña esperanza de ganalla por estar los ánimos muy inclinados al Aragones, y por ser grandes las fuerzas, de su parcialidad. Lo que sobre todo les ponia buen corazon y animaba, eran los dos castillos que en aquella ciudad en medio de tau grandes tempestades todavia se tenian por Aragon: cosa que parecia milagro, y era como buen agüero para la guerra que restaba.

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CAPITULO XII.

Que los portugueses fueron inaltratados en Africa.

Fue este invierno áspero por las heladas grandes y por las muchas nieves que cayeron en España: nadie se acordaba de frios tan recios; en particular estando el Rey en Guadalaxara, siete leñadores que salieron por leña a los montes comarcanos, perecieron

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y se quedaron helados por la gran fuerza del frio el mismo dia de año nuevo de mil y quatrocientos y 1437. treinta y siete. Sobre las nieves cayeron heladas, y sobre lo uno y lo otro corrieron cierzos, con que mucha gente pereció. Queria el Rey en tan recio tiempo pasar a Castilla la vieja, y por estar los puertos muy cubiertos de nieve fue necesario enviar delante trecientos peones, que abrieron el camino, y apartaron la nieve á la una y á la otra parte con montones que hacían a manera de valladar de la altura de un hombre a caballo. Con esta diligencia se pasaron los montes con que parten término las dos Castillas, la nueva y la vieja; y el Rey acudió á cosas que le forzaron a ponerse en aquel trabajo. De Roa por el mes de marzo pasó á Osma, desde alli envió al príncipe don Enrique su hijo á Alfaro villa principal á la raya de Navarra. Fueron en su compañía los mas de los grandes, entre todos el que mas se señalaba era don Alvaro de Luna, que poco antes sacó á la Reyna por pura importunidad el castillo de Montalvan, y le junto con Escalona que ya poseía cerca de Toledo, sin acordarse que quanto crecia en poder tanto era la envidia mayor, contra la qual ningunas fuerzas bastan á contrastar. Dos dias despues que el príncipe llegó á Alfaro, vino al mismo lugar la Reyna de Navarra acompañada de sus hijos, y de mucha gente de los suyos, en especial del obispo de Pamplona y de Pedro Peralta mayordomo mayor de la casa real, y de otros señores. Hiciéronse con grande solemnidad los desposorios del príncipe y de doña Blanca en edad que tenían de cada doce años. Desposólos el obispo de Osma don Pedro de Castilla, persona muy noble, y de sangre real. Gastáronse en regocijos quatro dias, los quales pasados, la Reyna de Navarra y la despósada su bija se volvieron á su tierra. El Rey

de Castilla y su hijo el principe don Enrique fueron Medina del Campo. En aquella villa por consejo de don Alvaro de Luna y del conde de Benavente fue preso el adelantado Pedro Manrique por mandado del Rey, y enviado al castillo de Fuentidueña para, que alli le guardasen. Sucedió esta prision por el mes de agosto, que fue un nuevo principio de alborotarse el reyno, de que grandes males resultaron. Las causas que hobo para hacer aquella prision no se saben; lo que con el tiempo y por el suceso de las cosas se entendió, fue que con otros señores tenian comunicado en qué forma podrian derribar a don Alvaro de Luna, cosa que en aquella sazon se tenia por crímen contra la magestad, y aleve. Fue este año memorable y desgraciado a los portugueses por el estrago muy grande que en ellos hicieron los moros en Africa: Ardian los cinco hermanos del Rey de Portugal

en deseo de ganar nombre y ensanchar su señorío: en España cómo podian por ser aquel reyno tan pe queño, y tener hechas poco antes paces con los comarcanos? Cuidaron sería mas honrosa empresa la de Africa como contra gente enemiga de christianos. Deteníalos la falta de dinero para la paga y socorro de los soldados. Para remedio desta dificultad por medio del conde de Oren embaxador de Portugal en corte romana alcanzaron del Pontífice Eugenio indulgencia para todos aquellos que tomasen la señal de la Cruz por divisa y se alistasen para aquella jornada. Fue grande la muchedumbre y canalla de gen-. te que sabido esto acudió á tomar las armas. Don Fernando maestre de Avis, como el mas ferviente que era de sus hermanos, se ofreció para ser general en aquella empresa. Tratóse de la manera que se debia hacer la guerra, en una junta del reyno que para esto tuvieron. Don Juan maestre de Santiago en Por

tugal, uno de los hermanos, era de ingenio mas sosegado y mas prudente como tal fue de parecer (el qual puso por escrito) que no debian acometer á Africa si no fuese con todas las fuerzas del reyno, por ser aquella provincia poderosa en armas, gente y caballos. Decía que muchas veces con gran daño fuera acometida, y al presente sería su perdicion, si no se median con sus fuerzas, y si no sabían enfrenar aquel orgullo, ó celo desapoderado. «Oxalá yo salga »mentiroso; pero si no sosegais esta gana de pelear, » y la gobernais con la razon, los campos de Africa » quedarán cubiertos con nuestra sangre. En esta gen»te y soldados confiais? antes de la pelea se muestran » bravos, y venidos a las manos, en el peligro y tran»ce cobardes pues no tienen uso de las armas, ni » fortaleza, ni vigor en sus corazones, solo número »y no mas. Por ventura menospreciais á los moros? >>temo que este menosprecio ha de acarrear algun » gran mal. Mirad que irritais una gente muy deter» minada, sin número y sin cuento, y que por su »ley, por sus casas, por sus hijos, y mugeres pelea»rán con mayor animo. Direis que vais confiados en »el ayuda de Dios: eso sería, si las vidas ザ costum»bres fueran á propósito para aplacalle mejores de lo » que vemos en esta gente, y si con madureza y con »prudencia se tomaren las armas; que los Santos no >favorecen los locos atrevimientos y sandíos, antes wserá por demas cansallos con plegarias y rogativas no »limpias. Alguna experiencia que tengo de las cosas, »y el amor ferviente de la patria y de la salud comun »me hacen bablar asi, y temer no cueste á todos muy » caro esta résolucion que teneis en vuestros ánimos concebida." Aprobaban este parecer todas las personas mas recatadas, en especial los infantes don Per dro y don Alonso; solo don Enrique era el que fo

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mentaba los intentos de don Fernando: tenia grande autoridad por ser el que era, y por sus riquezas y estudios de letras con que acreditaba todo lo demas. Sucedió lo que es ordinario, que los mas y su parecer, aunque peor, prevaleció contra lo que sentia la mejor parte de suerte que por comun acuerdo se resolvieron en pasar adelante. Apercibieron una armada, y en ella embarcaron hasta seis mil soldados; sonaba la fama que el número de la gente era doblado, es á saber doce mil combatientes, que fue otro nuevo daño. A doce de agosto se hicieron á la vela, y dentro de quince dias llegaron á Africa. En Ceuta donde surgieron, hicieron consulta en qué manera se haria la guerra. Tomaron resolution de cercar á Tanger, ciudad de romanos antiguamente muy noble, á la sazon pequeña. Está puesta al estrecho enfrente de Tarifa al derredor tiene grandes arenales, por donde el campo no se puede sembrar y estéril, fuera de algunos baxos y valles que hay, que por regarse con las aguas de cierta fuente que cerca tienen, son de gran frescura y fertilidad. Los cercados, puesto que por espacio de treinta y siete dias fueron combatidos gallardamente, nunca perdieron el ánimo, antes por la esperanza que tenian de ser presto socorridos, se animaban a defender la ciudad. Acudieron a socorrella los Reyes de Fez y de Marruecos y otros seño res africanos con seiscientos mil hombres que traían de a pie, y setenta mil de á caballo, maravilloso número, si verdadero: la fama y el ruido suele ser mas que la verdad. A tanta gente cómo podian resis‐ tir los portugueses? Pelearon al principio fuertemente, despues cercados por todas partes de muchedum bre tan grande, se hicieron fuertes en sus reales, pero tristes, fixados los ojos en tierra, ni respondian, ni preguntaban, antes todo el tiempo que podian se

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