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brero, principio del año mil y quatrocientos y treinta 1439. y nueve, se partió para Roa. Iban en su compañía el príncipe don Enrique su hijo, el mismo don Alvaro, los condes de Haro y de Castro, el maestre de Calatrava, los prelados, el de Toledo y el de Palencia: demas destos fray Lope de Barrientos, que poco antes subió á ser obispo de Segovia en premio de las primeras letras que enseñó al príncipe don Enrique. Enviaron los conjurados sus cartas al Rey con mucha muestra de humildad: contenian en suma que ellos estaban aparejados para hacer lo que les fuese mandado como vasallos leales, hijos de tales y tan nobles padres, con tal que él mismo ó su hijo el príncipe los mandasen: que no sufrian que el reyno fuese gobernado á voluntad de ningun particular, ni que qualquiera que fuese, estuviese apoderado del Rey, cosa que ni las leyes de la provincia lo permitian, ni ellos debian disimular. afrenta y mengua tan grande. Si por ventura era justo que ni la autoridad de los magistrados, ni la nobleza, ni las leyes se pudiesen defender de un hombre solo, ni enfrenalle? Que si en esto se pusiese remedio, y se diese traza, á la hora dexarian las armas que forzados por su defensa tomaran. A esta carta no dió el Rey alguna respuesta: a la sazon habia llegado Rodrigo de Villandrando de Francia con quatro mil caballos que traía para servir al Rey, con promesa que le darian en premio de su trabajo el condado de Ribadeo. El de Navarra y su hermano el infante don Enrique determinados de ayudarse de la ocasion que las revueltas de Castilla les presentaban, y con deseo de recobrar los estados que los años pasados les quitaran, con qui nientos de á caballo se metieron por las tierras de Castilla. No se sabía al principio lo que pretendian: por esto en un mismo tiempo los convidaron á seguir su partido por una parte el Rey, y por otra los con

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jurados. Ellos tomado sú acuerdo, se resolvieron que el de Navarra fuese á Cuellar, do se hallaba el Rey de Castilla, y don Enrique a Peñafiel, pueblo que fue suyo antes. Era su intento estar á la mira, y aguardar cómo se disponían aquellas alteraciones, y en qué paraban, y seguir el partido que pareciese mejor y mas á propósito para recobrar sus estados. Entretanto que esto pasaba, Iñigo de Zúñiga hermano del conde de Ledesma con quinientos de á caballo que traía, se apoderó de Valladolid, villa grande y rica de muchas vituallas. Luego que esto vino a noticia de los conjurados, acudieron alli gran número dellos. El Rey de Castilla alterado con esta nueva, y por miedo que aquella rebelion de los suyos no fuese eausa de algun grande inconveniente y daño, pasó á Olmedo para desde cerca sosegar aquellas alteraciones, sobre todo para traer á su servicio al infante don Enrique. Con este intento en diversas partes hobo hablas del Rey y del infante, primero en Renedo, despues en Tudela, y últimamente en Tordesillas: pláticas todas por demas, porque el infante despues que hobo entretenido. la una y la otra parte, al fin se llegó a aquellos seño res conjurados; entendióse que con acuerdo del Rey de Navarra : que pretendia para todo lo que pudiese suceder en aquella revuelta, dexar entrada y tenella para reconciliarse con la una y con la otra parte, Ademas que muchos de los señores que seguían al Rey, y poseían los pueblos que quitaron a los infantes, con diferentes mañas entretenian el efectuarse las paces, por tener entendido que no podrian quaxar, si no se restituían en primer lugar aquellos pueblos. Andaba la gente congoxada y suspensa con sospechas de nueva guerra. Personas religiosas y muy graves, por su santa vida ó por sus letras y erudición venerables, se pusieron de por medio. Hablaron con aquellos seño

res; y representáronles el peligro que todos corrian si inquietaban el reyno con aquellas diferencias fuera de tiempo; aunque fiasen de sus fuerzas, que no erá cordura trocar lo cierto con lo dudoso, y aventurallo: el comenzar la guerra era cosa muy facil, el remate sin duda sería perjudicial, por lo menos á la una de las partes: por tanto que mirasen por sí y por el reyno, y con su porfia sin propósito no echasen á perder las cosas que tan floridas estaban: : que todavia se podrian hacer las paces y amistades, pues aun no se habian ensangrentado entre sí; mas si las espadas se teñian una vez en sangre de hermanos y deudos, con dificultad se podrian limpiar ni venir á ningun buen medio. La instancia que hicieron fue tal, que los príncipes acordaron de juntarse en Castro Nuno con los del Rey para tratar alli de las condiciones y medios de paz. Por el mismo tiempo vino aviso de Italia que Castelnovo en Nápoles sin embargo de la guarnicion que tenia de aragoneses, y que el Rey de Aragon con todo cuidado procuró dalle socorro, apretado con un largo cerco por falta de vituallas se entregó á los enemigos á veinte y quatro de agosto; todavia que aquel daño bastantemente recompensó el de Aragon con recobrar como recobró la ciudad de Saler no y ganar otros muchos lugares y plazas. Entre los grandes de Castilla y el Rey se hizo confederacion en Castro Nuño con estas condiciones: don Alvaro de Luna se ausente de la corte por espacio de seis meses, sin que pueda escribir ninguna carta al Rey: a los herma→ nos Rey de Navarra y el infante les vuelvan sus estados y lugares y dignidades, por lo menos cada año tanta renta quanto los jueces árbitros determináren: las compañías de soldados y las gentes y campos se derramen: los conjurados quiten las guarniciones de los castillos, y pueblos que tomaron; ninguno sea casti

gado por haber seguido antés el partido de Aragon y al presente a los conjurados. Con esto al infante de Aragon don Enrique fue restituido el maestrazgo de Santiago, al de Navarra la villa de Cuellar, á don Alvaro de Luna en recompensa della dieron a Sepúlveda. El Rey de Castilla, hecho esto, se fue á la ciudad de Toro: alli le vino nueva que la infanta doña Cathalina muger del infante de Aragon don. Enrique falleció de parto en Zaragoza a diez y nueve de octubre sin dexar sucesion alguna. Fueron a dar el pésame al infante de parte del Rey de Castilla el obispo de Segovia y don Juan de Luna prior de San Juan. Don Alvaro de Luna en cumplimiento de lo concertado se partió a los veinte y nueve de octubre a Sepúlveda con mayor sentimiento de lo que fuera razon, tanto que con ser persona de tanto valor, ni podia enfrenar la saña ni templar la lengua; solo le entretenia la esperanza que presto se mudarian las cosas y se trocarian. Hiciéronle compañía á su partida Juan de Silva alferez mayor del Rey, Pedro de Acuña y Gomez Carrillo con otros caballeros nobles que se fueron con él, quien por haber recebido del mercedes, quien por esperanza que sus cosas se mejorarian. Esto en España. En el concilio Basileense últimamente condenaron al Papa Eugenio, y en su lugar nombraron y adoraron á Amadeo a cinco de noviembre con nombre de Felix Quinto. Por espacio de quarenta años fue primero conde de Saboya y despues duque, últimamente renunciado el estado y los regalos de su corte, vivia retirado en una soledad con deseo ardiente de vida mas perfecta, acompañado de otros seis viejos que llevó consigo, escogidos de entre sus nobles caballeros. Sucedió muy a euenta del Papa Eugenio que los principes christianos bicieron muy poco caso de aquella nueva eleccion, hasta el mismo Philipo duque de

Milan, bien que era yerno de Amadeo, y enemigo de venecianos y del Papa Eugenio, no se movió á honrar, acatar y dar la obediencia al nuevo Pontífice: lo mismo el Rey de Aragon, no obstante que se tenia por ofendido del mismo Papa Eugenio á causa que favorecia con todas sus fuerzas á Renato su enemigo. Todos creo yo se entretenian por la fresca memoria del scisma pasado y de los graves daños que dél resultaron; ademas que la autoridad de los padres de Basilea iba de caida, , y sus decretos que al principio fueron estimados, ya tenian poca fuerza, dado que no se partieron del concilio hasta el año quarenta y siete desta centuria y siglo, en el qual tiempo amedrentados por las armas de Ludovico delphin de Francia que acudió á desbaratallos, y forzados del mandato del Emperador Federico que sucedió á Alberto, despedido arrebatadamente el concilio, volvieron á sus tierras. El mismo Felix, nuevo Pontífice, poco despues con mejor seso dexadas las insignias de Pontífice, fue por el Papa Nicolao sucesor de Eugenio hecho cardenal y legado de Saboya. Este fin, aunque no en un mismo tiempo, tuvieron las diferencias de Castilla y las revueltas de la iglesia: principio de otras nuevas reyertas, como se declarará en el capítulo siguiente.

CAPITULO XV..

De otras nuevas alteraciones que hobo en Castilla.

Parecia estar sosegada Castilla y las guerras civiles no de otra suerte que si todo el reyno con el destierro de don Alvaro de Luna quedara libre y descargado de malos humores, quando repentinamente y contra lo que todos pensaban, se despertaron nuevos alborotos. La causa fue la ambicion, enfermedad incurable, que cunde mucho y con nada se contenta:

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