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dad, en el Monasterio de San Juan de la Peña, que es de la órden de San Benito (dixo uno de los Ancianos) se hallará su sepultura, y en una antiquissima tabla estas letras: Hic requiescit Eximina Diaz, mulier Roderici Cid, vulgo Rui Diaz. Y esto fué en la hera 1660. Verdad: Dexemos antiguedades. 1)

ANTONIO DE TRUEBA.

El Cid Campeador

(Novela historica original. Leipzig: Brockhaus 1868, pag. 248)

Il Cid a Roma

(Dialogo tra IÑIGO maniscalco di Burgos e BARTOLO contadino di Barbadillo).

Con que buenas nuevas, eh?

Buenas, señor Bartolo, muy buenas.

Y de qué se trata, maese Iñigo?

Ya lo supondréis, del Campeador.

Por San Pedro de Cardeña que es mucho caballero ese

Mio Cid! Contadme, contadme algo, maese Iñigo.

Sí haré, señor Bartolo. Ya sabeis qué buenas tundas dió el Campeador á los franceses, no es verdad?

1) Con questo metodo critico prosegue il Santos a esaminare le tradizioni raccolte dai romances che la S.ra Michaelis ha ripubblicato ai N. 38°, 114°, 152° del suo Romancero. Le poche notizie esatte che il Santos ci dà, le tolse dalla Storia di Alfonso VI del Sandoval, ch' egli stesso cita a pag. 75.

Sí, sí, ya me contasteis.... Ira de Dios, quién hubiera estado en la punta del Pirineo para ver desde allí cómo se las habian Mio Cid y los suyos con esos malos cristianos de franceses!...

Ya sabeis tambien que el Campeador fué á Roma con otros buenos caballeros....

Cierto, maese Iñigo, me lo contasteis tambien.

Pues lo que no sabeis es lo que pasó allí á Mio Cid.

Que le pasó? Trabó descomunal batalla con ese Don Va

ticano, tan nombrado?

Ja, ja, ja!

Maese Iñigo, tambien burlais de mi?

Ríome de vuestra ignorancia y simplicidad, pues teneis por caballero al palacio del Papa, que palacio y no varon es el Vaticano.

Reniego de la aldea, que por vivir en ella es uno tan asno como veis. Mas Moro que Mahoma me torne yo si no echo noramala á Barbadillo.

Pues sabed que Mio Cid en entrando en Roma se fué derecho á la iglesia de S. Pedro....

Ira de Dios, aquella sí que será iglesia y no la de mi aldea!
Cierto, señor Bartolo, que cuentan maravillas de ella, pues

diz que está hecha de ladrillos de diamante....

San Pedro de Cardeña! qué gran desgracia es vivir en aldeas y no en ciudades donde tales riquezas hay!

Pues sabed que Mio Cid fué á San Pedro para ver el escaño

del Papa que es todo de oro....

Ira de Dios, quién fuera Papa!

Todos los reyes de la cristiandad tienen su silla junto al escaño del Papa, y como viera el Campeador que la silla del rey de Francia estaba un estado mas arriba que la del rey de Castilla, la derribó de una patada.

Juro á ños que hubiera sido gran desgracia para mí no saber esa hazaña tan digna de saberse.... Reniego del tal Barbadillo.

Como la silla del rey de Francia era de marfil, se quebró. Y qué pensais, señor Bartolo, que hizo Mio Cid? Tomó la del rey de Castilla y la puso en el primer puesto.

Oh Dios qué buen vasallo! Dios le cure de mal!

Allí habló un duque que llaman el saboyano, y dijo al Çampeador: Maldito seas, Rodrigo, y el Papa te descomulgue, que deshonras al rey de Francia, al rey mas honrado del mundo. Dejemos á los reyes, dijo el Campeador, y si os sentís agraviado, arreglaremos los dos este pleito.

Y lidiaron Mio Cid y el saboyano? Juro á ños que es mucho gozo oir estas cosas....

En saliendo de la iglesia allegóse el Campeador cabe el duque y le dió un empellon.

Ira de Dios! Y empezaron á cintarazos, eh? Qué hizo el saboyano?

Se quedó muy mesurado sin responder al Campeador.
Por San Pedro de Cardeña, que con Mio Cid nadie osa!
Quando el Papa lo supo, descomulgó á D. Rodrigo.

Qué me decís, maese Iñigo! Descomulgado Mio Cid! Lástima grande es, porque comenzaria á secarse como diz sucede á los descomulgados.

Absolvedme, Santo Padre,
Y el Papa le absolvió como

No le sucedió tal, porque se afinojó muy humildoso á los piés del Papa, y le dijo: que os será mal contado si no. padre piadoso que es, diciéndole: - Yo te absuelvo, Campeador, con tal que seas mesurado en la mi corte.

Oh malhaya Barbadillo, donde nunca se saben tan buenas cosas! Maese Iñigo, torno allá á deshacerme de mis haberes, y me veréis pronto por acá, para que me vayais desasnando, que juro á ños aun teneis mucho que hacer.

Cierto, señor Bartolo; mas no me diréis lo que pasa por la aldea?

Héoslo dicho; nada curioso, maese Iñigo.

(Dal romance: A concilio dentro en Roma

El padre santo Duran, I, 756).

Las hijas del Cid

[Parafrasis de las Crónicas de aquel famoso caballero stesso autore stesso edit. 1862, pag. 188].

Battaglia presso Valenza tra il Cid e il re Yucef del Marocco.

Todo yacia en silencio en el campo moro.

La oscuridad era completa, porque el cielo habia ido cubréndose de nubarrones, que velaban completamente la luna. Merced á tal oscuridad, Alvar Fañez Minaya con sus ochocientos caballeros logró, sin ser visto, ocupar un llano que se estendia á espalda del campamento enemigo.

La mesnada del Cid, compuesta de cuatro mil caballeros y algunos miles de peones que seguian á estos salió de Valencia y se dirigió rápidamente hacia la altura donde Yucef habia establecido sus reales.

Las avanzadas infieles notaron su aproximacion y dieron la señal.

Un gran ruido de clarines y atambores se oyó en el campamento moro, y con otro no menor respondieron los cristianos. Entonces Alvar Fañez Minaya y los suyos avanzaron en silencio hacia los infieles.

Aquel ruido era por una y otra parte la señal del combate. Los caballeros dėl Cid, á cuya cabeza iban este y el obispo don Jerónimo, convertido ya en terrible guerrero, se lanzaron en el campo moro, arrollando y desbaratando cuanto se oponia á su paso.

Los primeros moros cuya cabeza rodó por el suelo murieron á manos del Caboso, que este nombre, equivalente al de perfecto y bueno, dan las crónicas al buen obispo, cuya mano, si era muy apta para echar bendiciones, éralo aun mas para derribar cabezas musulmanas.

La lucha fué espantosa al cabo de pocos momentos. Apenas Minaya y los suyos tuvieron seguridad de que Mio Cid habia acometido por el lado de Valencia, acometieron por su lado.

A la sazon iba amaneciendo.

La mortandad de la morisma, á quien embargaba el terror y la sorpresa, aumentaba por momentos.

Los caballeros cristianos desbarataban las haces enemigas como el huracan de repente desatado desbarata las haces de mies que el labrador ha formado sin contar con aquel contratiempo.

El rey Yucef, agitándose en medio de la lid como Luzbel en medio de los condenados, daba espantosos gritos para reanimar el valor de sus soldados, que decaia cada vez mas á pesar de todos los esfuerzos del rey.

Conocióle el Cid y dirigióse á su encuentro, ansioso de traspasarle con su ponderosa lanza.

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