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había hecho el reparto. Si encontraba excesos«, debía negociar al respecto con Pizarro. Particularmente debía insistir el religioso en que se hiciera la tasa de los tributos. En las instrucciones que se dieron a Valverde en 1536 encontramos datos importantes (32). Fué éste uno de los religiosos que habían acompañado a Pizarro al Perú y que regresó a España después de la ocupación del Cusco por los conquistadores, por haber sido propuesto al rey como obispo de aquella ciudad. El rey, que accedió a tal solicitud, entregó al Padre Valverde antes de su partida de vuelta para América, las mencionadas instrucciones (Julio de 1536). Según estas, debía cuidar Valverde de que se cumpliesen las órdenes trasmitidas anteriormente por conducto de Berlanga. Se le ordenó igualmente llevar a cabo una información exacta acerca de todos los detalles del reparto hecho por Pizarro; y sobre todo, debía averiguar si el Marqués había tratado a todos los conquistadores con igual imparcialidad y si en los servicios impuestos a los indios no había habido excesos». Si tuviese observaciones que hacer al respecto, debía platicar con el Conquistador para que se adoptasen las reformas convenientes. Con respecto a los servicios de indios, la instrucción dice textualmente: Sabéis los indios son libres y como tales ha sido y es siempre mi voluntad que sean tratados, y que solamente sirvan en aquellas cosas y de la manera que nos sirven en estos nuestros reinos nuestros vasallos. Tanto sobre el reparto original hecho por Pizarro como sobre las reformas implantadas en seguida, debía enviar al Consejo de Indias una relación firmada por él y por Pizarro. En esta relación debía exponer extensamente los resultados de su investigación sobre los tributos establecidos.

Ya antes de que pudiese Valverde cumplir con su misión por las demoras de su viaje, se despacharon por el mencionado Consejo nuevas instrucciones para el gobierno del Perú (Diciembre de 1537) (33), con motivo de ciertas informaciones llegadas a la Corte, según las cuales los encomenderos trataban arbitrariamente a los indios, tomándoles por la falta de una tasa justa, tributos excesivos. En estas nuevas instrucciones dirigidas a la vez al Gobernador y al Obispo, se ordenaba a

(32) Mendoza, tomo XVIII, págs. 171 y ss.

(33) Instrucciones dadas a Vaca de Castro, en Mendoza, tomo XXIII, págs. 468 y s. - Libro de los Cabildos, tomo II, pág. 172.

ambos el realizar inmediatamente la visita de los pueblos, y hacer, de conformidad con las informaciones que obtuviesen, la tasa de los tributos que debían pagar los indios. Debían estudiar, además, la antigua manera de tributar de los naturales verificando lo que antiguamente solían pagar a sus caciques y a las personas que los señoreaban para formarse un concepto claro de la condición de los indios y su capacidad para tributar». Solo podían figurar en la lista de la tasa de los tributos «cosas que ellos tienen o crían, o nacen en sus tierras y comarcas». Al mismo tiempo que se comunicaron estas instrucciones a Pizarro, se dió a los encomenderos del Perú el privilegio de poder gozar de las encomiendas por tiempo de dos vidas. La razón que indujo al Gobierno español a conceder tal derecho, era principalmente la reflexión que con esta ventaja, los encomenderos se animarían a establecerse perpetuamente en la colonia, contentándose con tributos moderados, pero continuos.

No es este el lugar para analizar las causas que impidieron que Pizarro hiciese la tasa de los tributos; y diremos únicamente que durante todo el tiempo que el Marqués gobernó el Perú, la tasa no llegó a efectuarse. Hasta las últimas adjudicación de indios a españoles concedidas por Pizarro en el año de su muerte, se hicieron solamente en calidad de «depósito, quedando reservada la adjudicación definitiva para el repartimiento general. En cuanto a las obligaciones de los indios de repartimiento, Pizarro se contentó con ordenar que los encomenderos se sirviesen de los indios de conformidad con los mandatos y Ordenanzas reales.

El sucesor de Pizarro, Vaca de Castro, tampoco logró llevar a cabo la tasa de los tributos en el Perú (34). La primera tasa de tributos en el Perú fué llevada a cabo por el Licenciado Gasca, en 1548, sin que se hubiese podido considerar satisfactoria.

DR. ERICH ZURKALOWSKI.

(34) Esto se deduce de sus cédulas de encomiendas, en las que no hace mención de tributos tasados, como también lo prueban las palabras de Ondegardo y del Licenciado Santillán, los que aseguran que fué Gasca quien hizo la primera tasa.

Por qué Cristóbal Colón pasó a España

CRITICA DE LOS ACONTECIMIENTOS QUE PRECEDIERON AL DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO MUNDO

Cristóbal Colón pasó a España hacia al año de 1472 para no volver ya a su patria, sencillamente porque Andalucía y Sevilla fueron por entonces una suerte de ensanche marítimo y mercantil del genovesado y de Génova; sin que tuviesen que ver con su determinación proyectos de descubrimientos de nuevas tierras, que no tuvieron por qué haberse formado en su mente en aquella temprana época de su vida de marino.

La idea que dió por resultado el descubrimiento del Nuevo Mundo brotó, años más tarde, en tierras de Portugal, las Azores, o España; en cualquier parte menos en Génova.

Yendo a España, el futuro descubridor recorrió sin mayor preccupación sin que su sino hubiese cobrado alas, como alguna vez se expresó Castelar - un camino que antes que él habían recorrido centenares de maestres de galeotas, cocas, fustas y jabeques genoveses, y que otros centenares recorrerían en lo sucesivo, atentos únicamente a las contingencias de su negocio de gente de mar.

Queremos decir que Cristóbal Colón, hombre de mar, fué a España, sin mayor pretensión inmedi ata que mandar una

que otra nave mercante perteneciente a gente de su nación establecida en Sevilla.

Al llevar a cabo aquella determinación, el futuro descubridor recorrió de hecho un camino trillado de genoveses, toscanos, romanos y lombardos-gente de espada, de hábito talar y de negocios desde los días en que don Pelayo inició la reconquista del territorio español.

A mediados del siglo XV España intentaba su último esfuerzo para arrojar a los sarracenos de esa próspera y florida Andalucía, cuya pérdida continúan famentando los poetas de Islám, en Marruecos, Túnez y Constantinopla, en sus estrofas sonoras y quejumbrosas.

De las diferentes provincias del mundo musulmán enviábanse a prisa, en flotas tunecinas y marroquíes, refuerzos de toda índole a Granada, Ronda y Almería, estrechadas por las huestes cristianas, a tiempo que de las naciones occidentales puestas en contacto con el Mediterráneo se hacía igual cosa en favor de los sitiadores, utilizando para el caso naves genovesas y pisanas.

De los caballeros franceses, italianos e ingleses que participaron en aquella suprema cruzada de la cristiandad, los que no perdieron en ella la vida, acabaron por establecerse en el país y mezclar su sangre dentro del círculo de las familias del señorío local.

De heroicos aventureros de esta categoría, las historias españolas recuerdan a un conde Anglo, o Angulo, o inglés, deudo de los condes de Normandía, a un Mossén Claquit, deudo de Carlos Martel, el que derrotó a los moros en la batalla de Poitiers y los arrojó del Mediodía de Francia, a un Jauffré, Joffre, o Jofré de Loayza, a un conde Pecci, natural de Sena en Toscana, que antójasenos antepasado de la santidad de León XIII, a un Acciaiuoli, gentilhombre florentino, que pobló en la isla de Madera por los reyes de Portugal, a un Martelli, caballero florentino, que pobló en Alcaraz, a un Bóttolo, milanés, a un Gabriel Condelmari,

veneciano, a un Raimundo de Tarsis, de la casa condal de los Tarsis de Bérgamo.

La repercusión que los sucesos de España que acabamos de rememorar tuvieron en la riqueza pública y privada de las ciudades italianas bañadas por el Mediterráneo, no ha sido comprendida por los escritores italianos, quienes demuestran en más de una de sus narraciones, no conocer a fondo la historia de España, como si entre ésta e Italia existiese una distancia geográfica y racial mucho mayor de la que en realidad existe

Al explicar la opulencia de Génova, ciudad de mármoles y palacios, sus historiadores se atienen de buena fé ai traffici col lontano oriente», o sea a las relaciones comerciales de su ciudad natal con las plazas de Turquía y el Asia Menor, plazas sobradamente alambicadas, según nosotros, para dar de sí semejantes resultados, dominadas cual estuvieron por el elemento comercial local, compuesto de sirianos, griegos, coptos y judíos, más listos, si cabe, que la gente genovesa.

Dos series de acontecimientos históricos, según nuestro modo de pensar, favorecieron el enriquecimiento de Génova: las Cruzadas, que prácticamente echaron sobre los muelles de su puerto a media Europa central en demanda de pasaje para los puertos de Siria, y la reconquista española.

En ambas ocasiones estuvo en condición de medrar el dueño de naves en qué poner a buen recaudo las riquezas conquistadas a sangre y fuego por el hombre de guerra en el saco de las maravillosas ciudades árabes, rescatadas a vil precio por el mercader.

De aquella época verdaderamente trágica es el término árabe- español barato», padre de baratura, baratear, mal de la historia de España, baratear, baratero, baratería y baratillo.

El barato español no es el bon marché francés, ni el buon prezzo italiano, ni el cheap inglés.

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