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Corriendo, pues, el año de 1611, con la debida solemnidad y formalidades jurídicas, Alonso Ramos Cervantes y su mujer doña Elvira de la Serna, cedieron a los religiosos de San Francisco la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, con su chacarilla anexa; desde luego, reservando en sí y en sus herederos el patronato y preeminencias consiguientes, y obligándose por su parte los religiosos a convertir la ermita en una decente iglesia. De todo ello tomaron posesión los padres el 17 de Octubre del dicho año, y siendo Guardián del convento máximo de Jesús el Padre Frai Bernardo Gamarra, comenzaron el edificio de su Colegio bajo el título de San Buenaventura (1): cercaron el sitio, que abarcaba un perímetro de casi doce manzanas, plantaron una bien trazada huerta, un olivar y una viña (2); demolida la primitiva ermita, sentaron la primera piedra de la actual iglesia, empezaron a levantar un claustro de sólida y sumptuosa fábrica, con un general, refectorio, aulas y demás oficinas de que ha menester un colegio, empero, como se trataba de una obra de mucho aliento, y de casi monumentales proporciones, ella no pudo llevarse a feliz término, sino en el transcurso de largos años; por eso decía el Padre Cobo en 1630: “hasta ahora no está acabada esta casa, y en perfección de convento; sin embargo, residen en ella diez o doce religiosos". (3)

(1) Dice el Padre Cobo: "vino (la ermita) a poder de los Religiosos de San Francisco, el año de 1614"; probablemente en este último año se comenzó a poblar el Colegio, y tomó por titular a San Buenaventura. Cobo: Fundación de Lima, página 323. Lima 1882.

(2) "Es la mayor huerta que hay en esta ciudad y aún en todo el Reino". Cobo: Fundación de Lima, página 323. Lima 1882. (3) Cobo: Fundación de Lima, página 323. Lima 1882. La obra del Colegio de San Buenaventura y de Nuestra Señora de Guadalupe se concluyó a mediados del siglo XVII, y a expensas de D. Diego Muñoz de Cuéllar, a quien la Provincia franciscana de los Doce Apóstoles del Perú reconoció como fundador y patrón perpetuo del establecimiento. Muñoz de Cuéllar era oriundo del Obispado de Cuenca en los reinos de España, y casado en el Cuzco con Doña María de Castillo, natural de aquella ciudad; fué Oidor de la Real Audiencia de la Plata donde sirvió muchos años hasta que el Rey le concedió una plaza en la Chancillería de Gra

Hacia la segunda mitad del siglo XVII, alcanzó este colegio su mayor auge y prosperidad: llegó a contar en su recinto hasta setenta religiosos, entre maestros y estudiantes; insignes sujetos ilustraron sus aulas; sus catedráticos brillaron en San Marcos; y los mayores ornamentos ¡iterarios, que adornaron en días mejores la célebre Provincia franciscana de los Doce Apóstoles, pasaron por esos clustros, maravillosamente magistrales. (1)

Los memorables terremotos que asolaron Lima por los años de 1687 y de 1746, abatieron, entre otras muchas, la hermosa fábrica de esta iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe; ella, no obstante, volvió a renacer de entre sus escombros, merced a la generosidad de los patrones, y a la diligencia de los buenos religiosos franciscanos, fieles guardianes de este santuario; más, no volvió a recobrar en conjunto su antigua belleza arquitectónica.

En virtud del Supremo decreto de 28 de Septiembre de 1826, que reducía en la República el número de los conventos, y prohibía la existencia de dos o más del mismo instituto en los términos de una misma población, quedó ciausurado el Colegio de San Buenaventura, y secularizada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe: privado el templo de sus ministros, despojado por el fisco de sus bienes, puesto en manos de un capellán míseramente rentado, y hasta olvidadas por los fieles sus seculares tradiciones, apenas si se mantuvo el culto por unas pocas personas piadosas, impotentes, desde luego, para contener la destructora acción de los años, y para devolver al santuario su veneración antigua. Así las cosas, por el año de 1855, siendo capellán el presbítero don Tomás Loaces, trató el piadoso coronel don Juan Nepomuceno Vargas de reparar la iglesia, y de levantar ei culto, obra que logró llevar a efecto, ya con su propio peculio, ya con el auxilio de las limosnas que

nada, de la que parece no alcanzó a tomar posesión, pues su muerte tuvo lugar en Lima por el año de 1645.

(1) Constituciones de la Prov. de los Doce Apóstoles de Lima para el Colegio de San Buenaventura de Guadalupe en esta Ciudad de los Reyes.-Lima, 1675.

él y el celoso capellán alcanzaron a colectar entre los vecinos. (2)

Aunque de esta refección hace mérito el doctor Fuentes, en su Estadística de Lima, sin embargo, parece que ella no tuvo mayores alcances, y que sólo se limitó a obras de aseo, y a la ejecución de dos nuevos altares, de estilo pseudo romano, dedicados al Beato Martín de Porres y a San Juan Nepomuceno, que si bien el citado doctor Fuentes hace descollar como obras de buen gusto, es seguro que ellos causarían muy desagradable impresión, e ingrato efecto. al lado de los antiguos altares platerescos, ricos en ornamentación y en detalles, cuando fueron retirados en una de las posteriores reparaciones hechas en la iglesia.

Mide esta iglesia 53 varas de largo por 14 de ancho. Su cubierta o bóveda, que es de robusta cerchería, en su elevación y radio guarda la debida proporción con la longitud del templo, rematando en un medio ábside, que no carece de efecto. A lo largo de los muros, por uno y otro costado, se abre una serie de grandes arcos, a manera de capillas hornacinas, destinados a recibir los altares, y a dar mayor magestad, desahogo y amplitud a la gran nave.

Tiene cinco retablos de estilo barroco, bastante bien definido; sobre todo en el principal, que desde la base hasta el más elevado remate es profusamente tallado, y regiamente dorado, con ese oro batido de subidos quilates que se laminaba en el Cusco, y que en los siglos XVII y XVIII, constituyó una de las más florecientes industrias de aquella ciudad: los otros cuatro retablos menores, ocupan otras tantas hornacinas de la nave del templo, y son más sencillos, más esbeltos y menos exagerados en su ornamentación; tienden más al estilo plateresco del último período, tal como se ejecutaba en su época de transición al churriguerismo. Son ellos de roble oscuro, o acaso de caoba, y tienen el singular mérito de conservarse limpios de toda

(2) En parte del espacioso atrio que se extendía por el frente y costado derecho de la iglesia, cuya puerta lateral se clausuró, fabricaron el hospicio para señoras pobres, que se denominó de Guadalupe, con diez y ocho cuartos, refectorio y cocina, el mismo que hoy corre a cargo de la Sociedad de Beneficencia de Lima.

pintura, sin otro aditamento que la sutil capa de barniz que los abrillanta y avalora.

Después de tres largas centurias, aún se conserva en la sacristía de esta iglesia, pendiente de uno de sus muros, la primitiva efigie de Nuestra Señora de Guadalupe, aquella que brotó del anónimo pincel de un monje Jerónimo, que se veneró en la vieja ermita de Ramos Cervantes, y que disfrutó por muchos años del afecto y predilección del pueblo limeño: es, efectivamente, como indica el Padre Lizárraga, una copia exacta de la que se venera en España, en su gran santuario de Estremadura. A diferencia de la de México, que envuelta en nubes y rayos de oro, más se asemeja a la Inmaculada, lleva ésta en una mano al niño Jesús, y en la otra un rico cetro, viste un manto rojo profusamente bordado, y en un medallón que se ve al pié, se lee la inscripción siguiente: Monftra te effe Matrem, bellí. sima deprecación, tomada del himno Ave Máris stella.

Posteriormente, cuando esta iglesia quedó incorporada al colegio de San Buenaventura, y bajo la administración de los religiosos de San Francisco, se sustituyó este antiguo lienzo por otro de mayores dimensiones, y acaso de más experto pincel, el mismo que hasta época bien reciente ocupó en el retablo mayor, el tímpano u hornacina principal, y que hoy, relegado a un lugar secundario, tiene su sitio en una de las capillas de la nave (1). La Madre de Dios, vestida con un manto policromado de oro, se destaca gloriosa entre ángeles, nubes y resplandores, en medio de un coro de santos, presidido por los cuatro grandes doctores de la Iglesia: San Agustín, San Ambrosio, San Jerónimo y San Gregorio. Al pie, se ve al bienaventurado San Francisco, en actitud extática, y en los ángulos inferiores del lienzo a las santas vírgenes Bárbara y Catalina de Alejandría, con los instrumentos de sus martirios.

(1) Es bien sensible que la institución que hoy tiene a su cargo el templo, haya proscrito la imagen titular, venerable por la tradición y por el prestigio, que solo saben acumular los años, al rededor de un santuario, para colocar en su lugar una modernísima estátua de Nuestra Señora de Lourdes, que entre los primores churriguerescos del retablo, viene a resultar algo exótica.

En la actualidad, esta iglesia corre a cargo de la Beneficencia francesa, y de las religiosas de San José de Cluny, que sirven el hospital anexo (2), y tiene en ella su culto, la colectividad francesa. Aunque es poco frecuentada por los fieles, el orden y la limpieza que ahí se advierten, invitan al recogimiento y a la oración: en el esmerado aseo del pavimento, que es de finos mosaicos, en el adorno de los altares, en la conservación de los sagrados paramentos, en todo se vé la prolija mano de las religiosas, y el delicado espíritu francés.

Tal es, en suma, el origen, vicisitudes y actual estado de la vieja iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe.

(2) Este hospital, intitulado: La Maisón de Santé, se edificó por el año de 1860, en un terreno contiguo a la iglesia, el mismo que en otra época formó parte de la huerta u olivar del colegio de San Buenaventura.

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