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á

Honorio Teodosio, español y natural de Itálica, del li-
naje del emperador Trajano. Habia sosegado este ca-
ballero ciertos movimientos de Africa, y por esto me-
reció ser maestro de la caballería; recibió el santo
bautismo al fin de su vida. No bastan las fuerzas hu-
manas para contrastar á la voluntad de Dios; fué así,
que este notable varon de su mujer Termancia dejó dos
hijos, al gran Teodosio y Honorio. A la misına sazon
rompieron por las provincias del imperio grandes gen-
tes de godos, y por caudillos suyos Fridigerno y Atana-
rico. Nació discordia entre los dos, como suele aconte-
cer entre los que tienen igual mando; con esto Valente
se pudo aprovechar de la una parte y romperlos en una
batalla que les dió. A los demás que seguían á Atanari-
co, tomado asiento con ellos, dió la Mesia en que po-
blasen, con condicion que se bautizasen. Hiciéronio;
mas conforme á la manera de los arrianos por el mismo
tiempo que Ulfila, obispo de aquellas gentes, inventó la
letra gótica, diferente de la latina, y tradujo en lengua
de los godos los libros de la divina Escritura. No bastó
esta confederacion ni la victoria ya dicha para que no
se alterasen de nuevo, como gente brava y acostum-
brada á las armas; meliéronse por la Tracia adelante,
acudió contra ellos Valente, vinieron á batalla cerca de
la ciudad de Adrianópoli; en ella los romanos fueron
vencidos, y el Emperador muerto dentro de una choza
donde se retiró. No se quiso rendir, pusiéronle fuego
con que le quemaron vivo, que fué manera y género de
muerte mas grave que la misma muerte. Sucedió esto
cuatro años despues que falleció su hermano el empe-
rador Valentiniano. No dejó Valente hijo alguno que le
sucediese. Tenia bien merecido este desastre por lo
mucho que persiguió á los católicos y porque con loco
atrevimiento no quiso esperar á su sobrino Graciano
que venia en su socorro. El caudillo destos godos era
Fridigerno, que, despues de vencido, se reliciera de
gentes con deseo de vengar á sí y á los suyos de las in-
jurias y daños pasados.

EL PADRE JUAN DE MARIANA. tomó nombre de emperador, y con esto alteró las voluntades de muchos. Acudió Valente contra él, vencióle en batalla en lo de Frigia, y como al caido todos le faltan, su misma gente le entregó al vencedor. Al mismo tiempo Valentiniano hacia prósperamente la guerra los alemanes y á los sajones, que es la primera vez que dellos se halla mencion en la historia romana. Demás desto, adelante revolvió contra los godos y los echó de la Tracia, á los persas de la Suria; enfrenó á los escoceses, que hacian entradas por la isla de Bretaña, y á los sármatas, que corrian las Panonias. Hizo todas estas guerras, parte por sí mismo, parte por sus capitanes. Fué notable emperador, si no ensuciara su fama con casarse en vida de Severa, su primera mujer, con una doncella suya llamada Justina; y lo que fué peor, que hizo una ley que permitia á todos casar con dos mujeres y tenellas. Demás desto, dió libertad, segun lo refiere Marcellino, para que cada cual siguiese la religion que quisiese. Falleció en Bregecion, pueblo de Alemaña, do estaba ocupado en hacer guerra á los cuados. Tuvo el imperio once años, ocho meses y veinte y dos dias. Cayó su muerte á 17 de noviembre año de 375. Dejó dos hijos: á Graciano, de Severa, y á Valentiniano, de Justina. En esta sazon Valente en el Oriente trabajaba á los católicos de todas maneras. Dominica, su mujer, y Eudoxo, obispo de Constantinopla, que le bautizó á la manera de los arrianos, le sacaban de seso en tanto grado, que en la ciudad de Edesa estuvo determinado de hacer entrar los soldados en el templo de los católicos, para desbaratar las juntas que allí hacian á celebrar los oficios divinos; pero apartóle deste propósito Modesto, gobernador de aquella ciudad, ca le avisó que á la fama de lo que se decia mas gente que de lo ordinario estaba junta en el templo con tanta resolucion de padecer la muerte en la demanda, que hasta una mujer, aun no bien vestida por la priesa, llevaba de la mano á un niño hijo suyo para que ni ella ni él faltasen en aquella ocasion de dar la vida y la sangre por la religion católica. Desistió con esto Valente de aquel su intentó, desterró muchos sacerdotes, y entre los demás á Eusebio, obispo de Cesárea, la de Capadocia, tan conocido por su valor y constancia como el de Cesárea de Palestina por su erudicion y escritos. Al de Capadocia sucedió en aquel obispado el gran Basilio, que tuvo harto que hacer con Valente. Todo esto sucedió los años pasados. Jamblico, maestro que fué de Proclo, tenia cabida con el emperador Valente. Este le enseño cierta manera para escudriñar y saber el nombre del que le habia de suceder en el imperio, cosa que el Emperador mucho deseaba. La traza era que escribian en el suelo todas las letras del alfabeto y abecé, y en cada letra ponian un grano de trigo; soltaban un gallo, y mientras que el adivino barbotaba no sé que palabras, las letras primeras de que el gallo tomaba los granos entendian que significaban lo que pretendian saber. Llamábase esta adevinacion por el gallo. Usaban otrosí en lugar del gallo que uno, tapados los ojos, con un puntero tocase las letras para el mismo efecto, que era todo vanidad y locura. Salieron pues con aquella traza estas letras Theod, de que tomó ocasion el emperador Valente de perseguir y matar á todos aquellos cuyos nombres comenzaban por aquellas letras, como á los Theodatos, Theodoros y Theodulos. Entre los demás fué muerto

CAPITULO XX.

De los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio.

Antes que el emperador Valentiniano falleciese tenia señalado por césar á su hijo Graciano, y en su muerte le dejó por su heredero y sucesor, lo cual se efectuó sin contradiccion alguna. Solamente el ejército quiso que Flavio Valentiniano, su hermano, fuese su compañero en el imperio, y así se hizo, sin embargo que era de muy poca edad. Con la victoria contra Valente quedaron los godos tan insolentes y altivos, que todo el Oriente estaba en condicion de perderse. Para enfrenallos era necesario buscar algun caudillo, persona sedesñalada en valor y prudencia. Tal era Teodosio, que pues de la muerte de su padre, retirado residia en Itálica, su patria, en lo postrero de España. De allí, luego que fué llamado y se encargó de aquella empresa, reprimió la avilanteza de los godos y abajó su orgullo, que habia pasado tan adelante, que pusieron cerco á la misma ciudad de Constantinopla, cabeza entonces del mundo; en fin, los acosó de manera, que á instancia de los mismos tomó con ellos asiento y les dió tierras en que morasen. Para seguridad de lo concertado le entregaron á Atanarico, hijo y adelante sucesor de Fridigerno, para

que estuviese en rehenes. Grande fué la honra que con esto ganó Teodosio, grande el contento del emperador Graciano; parecióle que en premio de aquel trabajo y para mas asegurar las cosas de levante debia nombrar á Teodosio, como lo hizo, por tercer emperador, persona además de su valor y prendas en que no tuvo par, muy religiosa, como se ve por la ley que estableció siendo Graciano la quinta vez y Teodosio la primera cónsules; por la cual mandó que todos siguiesen la fe de Dámaso, pontífice romano, y de Pedro, obispo de Alejandría. Tres años adelante, que fué el año de Cristo de 383, en que fueron cónsules Merobaude la segunda vez y Saturnino la primera, nombró Teodosio, á 16 de eucro, por su compañero en el imperio á Arcadio, su hijo mayor. Avino que Anfiloquio, obispo de Iconia en Licaonia, entró á visitar al emperador Teodosio. Tenia á su lado asentado á su hijo y compañero en el imperio; el Obispo de propósito hizo la mesura y reverencia debida á Teodosio, y no hizo caso de Arcadio. Preguntado la causa de aquel desacato ó descuido, respondió: «No te maravilles, oh Emperador, pues tú haces lo mismo con Dios, que permites á los arrianos menosprecien á su Hijo.» Celebróse otrosí á la misma sazon un concilio en Constantinopla, que entre los generales es el segundo; en él Teodosio por las facciones del rostro conoció á Melecio, obispo de Antioquía, sin haberle jamás visto, solo porque en sueños le vió como que le ponia la corona en la cabeza. Estaba la ciudad de Constantinopla alterada y sin obispo, á causa que Gregorio Nacianceno por la mala voluntad que algunos le tenian dejara de su voluntad aquella iglesia. Dió el Emperador órden que Nectario, que era senador y aun no bautizado, fuese elegido en obispo de aquella ciudad. Demás desto, condenaron en aquel Concilio todas las herejías, y en particular la de Macedonio, que fué obispo de Constantinopla, y sentia mal del Espíritu Santo diciendo que era criatura. El pontífice Dámaso aprobó todas las acciones Y decretos deste Concilio, en especial el símbolo de la fe, en que expresamente, segun que lo hallo testificado en el concilio Forojuliense, declararon que el Espiritu Santo procede del Padre y del Hijo. Este símbolo mandó Dámaso que en la misa se cautase en lugar del Niceno, que falleció el año siguiente despues que se celebró el dicho Concilio. Pusieron en su lugar á Siricio; Próspero le llama Ursino, ca debió entender que el que pretendió el pontificado en competencia de Dámaso los años pasados, le sucedió despues de muerto. Estaban levantadas la Gallia y la España á causa que Clemente Máximo, español de nacion, despues de haberse llamado emperador en Bretaña, se apoderó de aquellas provincias. Partió contra él el emperador Graciano, vinieron á las manos cerca de Paris, quedó la victoria por el tirano, y Graciano cerca de Leon, donde se retiró despues de la rota, fué muerto por engaño de Andragacio. Imperó siete años, nueve meses y nueve dias despues de la muerte de su padre. No dejó hijo alguno, y fué el primero de los emperadores romanos que no quiso aceptar la estola pontifical, que, como á pontífice de la supersticion romana, le ofrecian conforme á lo que entonces se usaba. Leta, mujer de Graciano, y Pisamena, su suegra, vivieron en Roma hasta que aquella ciudad fué destruida en estado de reinas, que sustentaban con las rentas que el emperador Teodosio, como hombre

agradecido, les señaló del público. Por el mismo tiempo España se alteraba en lo que tocaba á la religion, á causa que Priscilliano avivaba las centellas que quedaron de los gnósticos, desde el tiempo que Marco, dicípulo de Basilides, como se tocó en su lugar, sembró en ella aquella mala semilla. Era Priscilliano hombre poderoso y noble, gallego de nacion; tenia muy buenas partes, velaba, sufria hambre y sed, pero tenia otros vicios con que todo lo afeaba; era soberbio y inquieto, y las letras humanas que tenia le hacian atrevido. Con estas y con otras mañas atrajo á su partido á dos obispos, cuyos nombres eran Instancio y Salviano. Hízoles rostro Idacio, obispo de Mérida, á persuasion de Agidino, obispo asimismo de Córdoba. Con la aspereza destos y de otros semejantes se encanceró la llaga, que si se tratara con mas blandura, por ventura se pudiera sanar. Procedióse al último remedio, que fué citar á los herejes para que en una junta de obispos, que se tuvo en Zaragoza, fuesen oidos y diesen razon de sí. No comparecieron el dia señalado; por esta rebeldía los obispos Instancio y Salviano, y mas Elpidio y Priscilliano, que eran seglares, fueron descomulgados y con ellos Agidino, obispo de Córdoba, que de enemigo de repente se pasara á su parte. Dieron cuidado de notificar esta sentencia á Itacio, obispo sosubense, como se lee en Severo Sulpicio, pero ha de decir osonobense, que es de Estombar en Portugal. San Isidoro solo dice que era obispo de las Españas, y Sigiberto que de Lamego. Lo que hace al caso, que era hombre colérico y hablador, reprehendia á los que ayunaban y se daban á la leccion de la sagrada Escritura. Este Itacio y el sobredicho Idacio alcanzaron del emperador Graciano, que á la sazon era vivo, un edicto y provision en que mandaba que aquellos herejes fuesen echados de los templos y de las ciudades. Instancio y Salviano, y con ellos Priscilliano, que ya con el favor de sus parciales era obispo de Avila, acudieron á Roma á dar razon de sí, pero, llegados allá, no pudieron alcanzar audiencia del pontífice Dámaso. Dieron vuelta á Milan, do hallaron el emperador Graciano. No los quiso tampoco oir Ambrosio, que todos se ofendian y espantaban con la novedad de aquella doctrina. Con todo esto no desmayaron, antes sobornaron con dineros á Macedonio, maestro de los oficios, y con su favor alcanzaron de Graciano revocacion de la primera provision y que las iglesias fuesen vueltas á Priscilliano y á Instancio, que Salviano era muerto en Roma. Con esto volvieron á España tan arrogantes, que pusieron demanda á Itacio y le acusaron de sedicioso. Mandóle prender el vicario Volvencio, pero él hizo recurso á Francia; dende.como Gregorio, prefecto del Pretorio, no le hiciese buena acogida, pasó á Tréveris para valerse de Clemente Máximo, que se nombraba emperador; con que hizo tanto, que el negocio de nuevo se cometió á un concilio de obispos, que por su mandado se juntaron en Burdeos. Parecieron Priscilliano y Instancio; por sentencia de los obispos fué Instancio depuesto, Priscilliano apeló á Máximo, fuéle otorgada la apelacion; por donde la causa de los herejes se devolvió á juicio de seglares, que fué cosa muy nueva. Tratóse el pleito en Tréveris, y á instancia de Itacio Priscilliano fué convencido de hechicero y que con color de religion de noche hacia juntas torpes de hombres y mujeres, por donde tué condenado,

inuerto, y juntamente con él Felicísimo y Armenio, y tambien Latroniano, el cual se cuenta entre los poetas de aquel tiempo. Instancio, que consintió la sentencia de los obispos, fué desterrado á una isla mas arriba de Ingalaterra. Reclamaba á todo esto san Martin, obispo turonense, que acudió en persona á estos daños; decia que los herejes no debian ser muertos principalmente á instancia de los obispos, benignidad que debia ser á propósito de aquel tiempo, pero que la experiencia y mayor conocimiento de las cosas ha declarado seria perjudicial para el nuestro. Muerto Priscilliano, no se sosegó aquel mal; trajeron los cuerpos de los justiciados á España, y aun sus dicípulos los honraban como si fueran mártires; tenian por el juramento mas grave el que hacian por el nombre de Priscilliano. Por el contrario, Itacio y Idacio (Isidoro dice Ursacio en lugar de Idacio) fueron acusados por lo que habian hecho, y condenados en destierro. Los herejes, demás de la torpeza de su vida, confundian las personas divinas, apartaban los matrimonios, tenian por ilícito el comer carne, decian que las almas procedian de la divina esencia, y por siete cielos y ciertos ángeles bajaban como por gradas á la pelea desta vida, y daban en poder del príncipe de las tinieblas, fabricador del mundo. Sujetaban los hombres al hado y á las estrellas, y enseñaban que sobre los miembros del cuerpo tienen dominio los doce signos del Zodiaco, Aries sobre la cabeza, Taurus sobre la cerviz, Géminis sobre el pecho, y así de los demás. Gobernaba la Iglesia despues de Dámaso el papa Siricio; escribió una epístola á Himerio, obispo de Tarragona, en razon y respuesta de muchas cosas que le habian preguntado acerca del bautismo, del matrimonio, de las vírgenes y varones consagrados á Dios, de las sagradas órdenes. Manda la comunique con los obispos de la provincia Cartaginense, de la Bética y de Galicia. Tiene por data los cónsules Arcadio y Bauton, que fué el año de 385. Debió esta carta de ser estimada en mucho, pues en el concilio Toledano primero sin nombrarla usan de sus mismas palabras; y Isidoro expresamente lince della mencion en los Varones ilustres en Siricio. El año quinto despues de la eleccion del papa Siricio, Teodosio y Máximo cerca de Aquileya vinieron á las manos. Perdió el tirano la jornada, y poco despues fué preso y muerto. Con esto Valentiniano el Menor, que de miedo habia huido á levante, volvió á restituirse en el imperio de occidente. El principio desta guerra fué muy bueno, y así les ayudó Dios, porque siendo cónsules Teodosio la segunda vez y Cinegio la primera, á 14 de junio, en Stobis, ciudad de Macedonia, establecieron por ley que los herejes no pudiesen hacer juntas ni celebrar los misterios y la comunion fuera de la iglesia, y á 27 de agosto el mismo año puntualmente, que fué el de 388, se ganó aquella tan señalada y tan importante victoria. En todo esto el emperador Teodosio se mostró muy religioso; pero usó de grande crueldad con la ciudad de Tesalónica, donde porque en cierto alboroto los del pueblo mataron á Buterico, caudillo de gentes de guerra, y otros criados del Emperador, en castigo hizo matar seis mil hombres de aquella gente. Supo esto Ambrosio, obispo de Milan, do á la sazon se hallaba Teodosio; cerróle las puertas de la iglesia, descomulgóle, y reprehendióle severamente de lo hecho; mostróle el camino de aplacar á

Dios, que era la penitencia; sufriólo todo Teodosio, no con menor ánimo que con el que Ambrosio lo hizo. Volvióse á su casa, y á cabo de algunos meses, á persuasion de su privado Rufino, determinó de tornar á probar si le recibirian en la iglesia, por ser á la sazon la fiesta de Navidad. Acudió Ambrosio á las puertas, recibióle con palabras no menos ásperas que antes; sin embargo, vista su humildad, sus lágrimas y paciencia, en fin le dejó entrar con sacarle por condicion que ordenase una ley en que estableciese que ninguna sentencia de muerte se ejecutase antes de pasados treinta dias despues que fuese pronunciada. Ordenóle asimismo que cuando se sintiese sañudo, no hablase palabra alguna antes de pronunciar por su órden todas las letras del alfabeto ó abecé griego, todo á propósito que la ira con la tardanza perdiese sus aceros, y prevaleciese la razon. Fueron de grande momento estos avisos, por lo que poco adelante sucedió en Antioquía. Impusieron los del Emperador ciertos tributos en aquella ciudad extraordinarios y graves. Alteróse el pueblo grandemente; emplearon su rabia contra una estatua de la emperatriz Placilla, que arrastraron por las calles. Sintió este desacato Teodosio, como era razon, así por ser muerta aquella señora su mujer como por haber sido tan buena y tan santa, que en los hospitales daba por sus manos á comer á los enfermos, y solia traer á la memoria á su marido lo que habia sido y lo que era para que no se ensoberbeciese ni se descuidase. Por todas estas causas castigara aquella insolencia gravísimamente, si no ayudara para amansar el pecho del Emperador la prevencion de Ambrosio, junto con los embajadores que vinieron de parte de aquella ciudad, y al tiempo que el Emperador comia hicieron que ciertos niños cantasen una cancion á propósito en tono lloroso, con que le saltaron las lágrimas y se movió á compasion. Despues desto, el emperador Teodosio dió de Italia vuelta á levante; con su ausencia Arbogastes tuvo comodidad de hacer ahogar en Viena, la de Francia, al mozo emperador Valentiniano. No paró en esto el daño; antes Eugenio, de maestro de gramática que habia sido, con ayuda del dicho Arbogastes se llamó emperador el año 392, burla grande y escarnio, pero que puso en en balanzas el imperio y majestad, y aun en tanto cuidado á Teodosio, que hizo recurso á los varones santos del yermo para que le encomendasen á Dios. Juan, que era uno dellos, le prometió por sus cartas la victoria, y juntamente le avisó que no volvería de Itália. Parlióse pues con sus gentes en busca del enemigo, que no se descuidaba. A las haldas de los Alpes se juntaron los ejércitos contrarios; dióse la batalla, que fué muy herida y señalada; levantóse de repente un torbellino de vientos y lluvia, truenos y relámpagos, que daban á los enemigos de cara, de guisa que no podian pelear, como lo cantó Claudiano, poeta de aquel tiempo muy famoso, si pagano, si fiel no se sabe, lo mas cierto es que no fué cristiano. Mucho tambien ayudaron veinte mil godos, que despues de la muerte de Atanarico, su caudillo, que falleció en Constantinopla, por no tener cabeza ganaban sueldo del imperio. Quedó con esto el campo por Teodosio con grande estrago de los contrarios. A Eugenio despues de la batalla mataron los suyos, que al traidor todos le faltan. Arbogastes tomó la muerte por sus manos. Dióse esta batalla á 17 de se

tiembre el año de 394. En este mismo año Teodosio nombró á su segundo hijo Honorio por su compañero en el imperio. Tras esto en breve se siguió la muerte del mismo emperador Teodosio, que falleció de hidropesía en Milan á los 17 de enero del año luego siguiente. Vivió cincuenta años, imperó los diez y seis y dos dias; fué casado dos veces; de Placilla, su primera mujer, dejó á los emperadores Arcadio y Honorio, de Galla, hija de Valentiniano y de Justina, tuvo una hija por nombre Galla Placidia. Los santos Ambrosio y Augustino en particulares sermones que hicieron, declararon al mundo las virtudes y loores deste excelente príncipe. El nombre de Teodosio, que quiere decir dado de Dios, cuando no le tuviera de su padre, que se le puso por divina revelacion, como lo dice Aurelio Victor, por sus grandes hazañas y virtudes le merecia. Del celo que tuvo de la religion fué bastante muestra que los templos de los dioses que hizo cerrar el Gran Constantino, él los mandó echar por tierra, en que se hallaron grandes engaños, en particular estatuas por detrás huecas para responder á los que preguntaban y consultaban á los ídolos; que tales eran los oráculos de los gentiles. Lo que causó mas maravilla fué que en Alejandría en el templo de Serapis se halló en muchos lugares la señal de la cruz, puesta como letra hieroglífica en significacion de inmortalidad. Entre los varones señalados que tuvo España por estos tiempos se puede contar Poncio Paulino, aunque natural de Burdeos, pero que con su mujer Tarasia vivió mucho tiempo en Barcelona, donde sin título de algun beneficio, cosa poco usada en aquella edad, se ordenó de presbítero. Desde allí pasó á Italia, y murió obispo de Nola. Abundio Avito, natural de Tarragona, tradujo en lengua latina un librito de Luciano sobre la invencion del cuerpo del protomártir Estefano. Licinio, bético, tuvo mucha amistad con san Jerónimo, y con los pobres de Jerusalem repartió liberalmente parte de su hacienda. Demás destos, Desiderio y Ripario, presbíteros españoles, ejercitaron la pluma contra Vigilancio, natural de Pamplona y presbítero de Barcelona, que ponía lengua en la costumbre que tiene la Iglesia de reverenciar á los santos que reinan con Cristo en el cielo, segun que lo testifica en el libro que escribió contra él san Jerónimo, insigne varon destos tiempos, claro por sus grandes letras y santidad de su vida muy señalada.

CAPITULO XXI.

De los emperadores Arcadio y Honorio.

Los hijos del gran Teodosio, despues de la muerte de su padre, se encargaron del imperio el año 395; Arcadio de lo de oriente, y Honorio de las provincias de occidente. Fueron mas religiosos y reformados en sus costumbres que dichosos; pues en su tiempo la majestad del imperio romano, que de pequeños principios era llegada á la cumbre, y su misma grandeza con su peso la trabajaba, comenzó á despeñarse, sin volver mas en sí, que fué clara muestra de la flaqueza humana. Y es cosa averiguada que ninguna cosa hay debajo del cielo que el tiempo con sus mudanzas no lo consuma y deshaga; y es forzoso que los edificios muy altos se vayan al suelo, y las caidas debajo de alguna gran carga son mas pesadas y peligrosas, segun que lo testifica un

poeta. Ningun imperio puede permanecer largo tiempo; si le falta enemigo de fuera, dentro de su casa le nace, no de otra manera que los hombres gruesos y de muchas carnes y saín, aunque no sean alteradas de cosa alguna, su misma gordura y peso los atierra y mata. Pasó desta vida el papa Siricio el año del Señor de 398; gobernó la Iglesia al pié de catorce años. Sucedióle Anastasio, en cuyo tiempo en España se tuvo el primer concilio Toledano. Comenzóse á 1.o de setiembre del año de Christo de 400; concurrieron diez y nueve obispos de diversas ciudades de España. Presidió Patruino, obispo, segun algunos piensan, de Toledo, movidos del catálogo antiguo de aquella iglesia, en que este nombre se pone entre los primeros obispos de Toledo. Quién dice que fué obispo de Braga por hacerse mencion en las acciones del concilio de Paterno Bracarense, y tienen por mas probable que Asturio, el cual firmó en el sexto lugar, era á la sazon obispo de Toledo, y que es aquel de quien testifica san Ilefonso en sus Claros Varones que halló los cuerpos de los santos mártires Justo y Pastor en Alcalá de Henares, do padecieron, cuya devocion fué tan grande, que para mas honrarlos erigió aquel pueblo en catedral, y de Toledo se pasó á ser el primer obispo de Alcalá, el que entre los de Toledo se contaba por noveno. Verdad es que por todo el tiempo que vivió, los de Toledo, por su respeto no quisieron proveer otro en su lugar. De lo que escribe el Abad biclarense se entiende que en tiempo de Leuvigildo, rey de los godos, Novello fué obispo de Alcalá, pero no sucedió luego despues de Asturio, sino adelante, como es necesario confesarlo por la razon de los tiempos, si decimos que Asturio, prelado de Toledo, vivió en esta era; y aun en San Eulogio se halla otro obispo de Alcalá, que vivió mas adelante despues de la destruicion de España, por nombre Venerio. Volvamos á nuestro propósito. Reprobaron los padres deste Concilio la herejía de Priscilliano. Reconciliaron con la Iglesia á dos obispos Sinfosio y Dictinio, y un presbítero, por nombre Comasio, que la abjuraron. El pontífice Inocencio, que el año luego siguiente sucedió á Anastasio, escribió una carta muy señalada á los padres deste Concilio. Estaba el gobierno del imperio dividido en esta manera: á Gildo se encargó lo de Africa, á Rufino las provincias de oriente, lo de occidente quedó á cargo de Stilicon, persona de mas autoridad que los otros dos por estar emparentado con los emperadores, ca Serena, su mujer, era hija de Honorio, hermano del gran Teodosio, además que el mismo era suegro del emperador Honorio. Hizo este repartimiento el mismo Teodosio, y dejólo así ordenado con intento que estos tres personajes fuesen como tutores de sus hijos y les ayudasen á llevar la carga. Ellos, olvidados de la lealtad que debian, por la grande ambicion de sus corazones, acometieron á hacerse señores de todo, con que destruyeron de todo punto el imperio. Gildo se levantó en Africa el primero; enviaron contra él á su mismo hermano, llamado Mazece!, el cual le deshizo y mató; mas en premio de su trabajo y sin escarmentar en cabeza ajena se llamó á sí mismo emperador, y al fin paró en lo mismo que su hermano. Rufino dió traza para que los godos y otras naciones bárbaras se alterasen, que era el camino que entonces tomaban para medrar y salir con su intento, bien que

áspero, engañoso y malo. Fué Rufino de nacion britano ó franco, capitan de los mas señalados de aquel tiempo. Descubrióse la traicion, y pagó con la cabeza. No paró en esto la deslealtad; antes parece que por alguna fuerza secreta se derramaba por todas las provincias, pues por el mismo camino y por las mismas pisadas, como se dirá mas largamente adelante, Stilicon, el suegro de Honorio, intentó á hacer emperador á su hijo Euquerio, y quitar el mando á los hijos de Teodosio. Dió órden para salir con esto como diversas naciones se metiesen por las provincias del imperio; en particular se concertó de secreto con los alanos, gente fiera, y con los vándalos, de cuya nacion él era. Los primeros á tomar las armas fueron los godos, alterados de que con el intento ya dicho les quitaron el sueldo que les solian pagar; corrieron toda la Tracia y las provincias comarcanas; despues desto, divididos en dos partes rompieron por Italia. Radagasio, el uno de los caudillos que poco antes bajara con gran número de gente de la Gotia antigua, sin hallar resistencia pasó por Italia hasta llegar á la Toscana. Allí, cerea de Fiesole y de Florencia, por el esfuerzo de Stilicon fué desbaratado y muerto con todos los suyos. Pudo otrosí deshacer cerca de Ravena al otro capitan de los godos, llamado Alarico, mas por tener al Emperador en aprieto se contentó de vencerle en cierta batalla que le dió. Vinieron á concierto con aquellos bárbaros, en que les dieron donde morasen en lo postrero de Francia. Pesábale á Stilicon que dejasen á Italia; envió un su capitan, llamado Saulo, judío de nacion, para que diese sobre ellos de repente. Estaban alojados á las haldas de los Alpes junto á Polencia, que hoy se llama Polenzara, pueblo pequeño cerca de la ciudad de Asta. Dió pues sobre ellos de repente el mismo dia de Pascua de Resurreccion, que fué á 6 de abril del año puntualmente de 402, segun que va todo sacado de buenos autores. Quisieran los godos

por reverencia de aquella festividad excusar la pelea; pero como el judío los apretase, revolvieron sobre él con tal denuedo, que le hicieron retirar y le mataron con otros muchos; y ellos, como gente feroz, irritados por esta injuria, volvieron sobre Italia, do se detuvieron algunos años. No parece que se entendieron luego estas mañas de Stilicon, pero al fin fué descubierta su maldad, y pagó con la cabeza por mandado del emperador Honorio, el año que se contaba 408 de nuestra salvacion, á 23 de agosto, y poco adelante fueron tambien justiciados Serena, su mujer, y Euquerio, su hijo; y aun el mismo Honorio repudió á su mujer, hija que era del mismo Stilicon, en odio de su padre. Grande fué el daño que los godos hicieron en Italia, grandes los estragos, sin parar hasta ponerse sobre la ciudad de Roma, cabeza y señora del mundo; y della, despues de un largo y apretado cerco, al fin se apoderaron con tanta fiereza, que todo lo pusieron á fuego y á sangre; tanto, que parece pretendian de una vez tomar enmienda de las injurias que aquella ciudad tenia hechas á todo el mundo. Entróse Roma el año de 410, conforme á la cuenta mas acertada, dado que Paulo Orosio y Próspero, aquitánico, á este número parece añaden dos años. En aquella ciudad prendieron á Placidia, hermana de los emperadores Honorio y Arcadio. Casó con ella Ataulfo, cuñado de Alarico, y que le sucedió en el reino poco despues á causa que Alarico murió en Cosencia, ciudad de los brucios, que hoy es Calabria, con que Placidia fué parte para que su marido Ataulfo y su hermano Honorio se concertasen; y conforme al asiento que se tomó, partieron los godos de Italia para morar en la parte de la Gallia y España que están de la una y de la otra parte de los Pirineos, principio para apoderarse y hacerse señores de lo demás de España, y aun de buena parte de Francia, segun que en el libro siguiente se irá declarando,

LIBRO QUINTO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo diversas naciones vinieron á España.

UNA grande avenida de diversas naciones fieras y bárbaras, que por estos tiempos vinieron y se derramaron por diversas partes de España, declarará la siguiente narracion. Los vándalos, los alanos, los suevos y los silingos, mayormente los godos, los cuales, dejados sus antiguos asientos y moradas, despues que de levante á poniente hincheron todas las tierras del miedo de su nombre, de sus proezas y de su fama, y con las armas vencedoras pasearon toda la Italia, finalmente pararon en España, y en ella, echadas en parte y en parte sujetas las otras naciones, pusieron y tuvieron por espacio de mas de trecientos años la silla de su imperio. No hay duda sino que todas estas naciones y otras semejantes en diversos tiempos bajaron del septentrion y se derramaron por las provincias del imperio romano por dos

causas. La una fué la gran fecundidad que tenian aquellas gentes en multiplicarse por el gran calor de los cuerpos, que además de ser los septentrionales mas largos en la comida y en la bebida, se encienden con el extremo frio de aquellas regiones y aire, en especial antes que recebiesen la religion cristiana, y por ella enfrenasen sus apetitos con la ley de un matrimonio, la gente en gran manera se aumentaba. Allegábase á esto la esterilidad de la tierra, que era la segunda causa, por la mayor parte erizada con nieves y con heladas, y falta de muchas cosas necesarias al sustento de la vida. Por donde la necesidad de sustentarse forzaba á innumerables enjambres de hombres á pasarse y buscar asiento en tierras templadas y mas abundantes. Para salir con su intento hacian guerra á los romanos, señores del mundo, destruian y talaban las tierras y campos si prestamente no se les hacia resistencia. Como esto sea cosa averiguada, así bien no es fácil declarar de qué

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