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el falso profeta Mahoma, caudillo adelante y cabeza de una nueva y perversa secta, de quien se hablará otra vez en su lugar. Fortificó Hermenegildo á Sevilla y á Córdoba, proveyólas de trigo, de almacen y de todo lo necesario para todo lo que sucediese, ora la guerra se prolongase, ora las apretasen con cercarlas. Hizo alianza con los capitanes romanos. Entrególes para seguridad á su mujer y un hijo que poco antes le habia nacido, fuera de que, si sucediese algun desastre, queria estuviesen léjos del peligro de la guerra las dos cabezas que él mas amaba. Por el contrario, Leuvigildo, visto que no podia ganar á su hijo ni por miedos que le ponia ni por promesas que le hizo, acordó de acudir á las armas y á la fuerza. Para salir mas fácilmente con su intento lo primero que hizo fué por medio de mucho oro que dió á los romanos atraellos á su partido, como hombres que se vendian á quien mas pujaba, sin tener cuenta con la fe y sin mirar lo que tenian concertado con su hijo. Inclináronse pues y abrazaron aquella parte do esperaban seria mas cierta la ganancia y el interés mas colmado. Tomado este asiento, trató juntamente aquel Rey de concertar en cierta forma los católicos con los arrianos, por constarle que la diferencia de la religion era causa de aquellas revueltas y daños. Para esto juntó en la ciudad de Toledo un concilio de los obispos arrianos, en que se decretó lo primero que se quitase la costumbre de rebaptizar, como lo tenian antes en uso, á los que de la religion católica se pasaban á la secta arriana. Decretaron otrosí sobre la cuestion tan reñida entre católicos y arrianos que entre las personas divinas el Hijo era igual al Padre; pero esto fué solo de palabra, que la ponzoña y perversidad de antes se les quedaba en sus corazones muy arraigada. Todavía esta ficcion y engaño fué parte para que mucha gente simple, como quitada la causa de la discordia, unos claramente se apartaron de Hermenegildo, otros defendian en lo de adelante su partido mas tibiamente. La mayor parte de la gente, movida del peligro que amenazaba y por acomodarse con el tiempo, quisieron mas estar á la mira que entrar á la parte, y por la defension de la religion católica poner á riesgo sus vidas y sus haciendas. Pasáronse en estas cosas tres años. En este tiempo, muerto el emperador Tiberio, otro que se llamó Mauricio le sucedió en el imperio romano. El rey Leuvigildo no se descuidaba, antes en todos sus estados hizo grandes levas de gentes, con que movió contra su hijo. Marchó con su ejército hasta lo postrero de Andalucía, y puso sitio sobre Sevilla, ciudad famosa, grande y rica. Tenia poca esperanza que los cercados se rindiesen por su voluntad por estar aficionados á su hijo y prevenidos de su prelado Leandro. Acordó usar de fuerza y juntamente valerse de sus mañas. Pasa por aquella ciudad Guadalquivir, tan caudaloso y de tan grandes acogidas de agua, que tiene fondo bastante para gruesas naves. Parecióle seria bien impedirles la navegacion, y que por el rio no pudiesen entrar provisiones, y para esto sacalle de madre y echallo por otra parte. Era esta empresa de grande trabajo y obra de muchos dias. Por esto una legua mas arriba de Sevilla para hacer sus estancias reedificaron los muros de la antigua Itálica, cuya magnificencia en tiempo de los romanos fué grande, y della dan bastante mues

tra las ruinas que allí se ven, donde en nuestro tiempo está el monasterio famoso de San Isidro. Miro, rey de los suevos, si bien era católico, acudió con su gente en favor de Leuvigildo; mas pagó tan grande maldad, segun se entendió, con la muerte, ca falleció durante el cerco de Sevilla. Sucedióle Eborico, su hijo. Gregorio Turonense dice al contrario desto, es á saber, que Miro siguió el partido de Hermenegildo, y que concluida la guerra, se concertó con Leuvigildo, y vuelto á su tierra falleció poco despues de enfermedad que le sobrevino en aquel cerco por ser el aire mal sano y las aguas no buenas. Echaron pues el rio por otra parte, con que los cercados comenzaron á padecer grande falta. Hermenegildo, ya que era pasado un año del cerco, perdida la esperanza de poderse defender, de secreto se recogió á los romanos, como ignorante que estaba de que habian mudado partido y pasádose á sus contrarios. Luego que partió Hermenegildo, la ciudad se entregó á su padre, que fué el año del Señor de 586. No se contentó con esto Leuvigildo ni paró antes de laber á las manos á su hijo. En la manera cómo le prendió no concuerdan los autores; quién dice que, vista la mala acogida que le hacian los romanos y su deslealtad, dió la vuelta á Córdoba, y que aquellos ciudadanos por alcanzar perdon de su padre se lo entregaron, que á los caidos todos les faltan; Turonense va por otro camino, y afirma que le prendieron en el lugar de Oseto, donde conforme á lo que de suso queda dicho, la pila del bautismo todos los años de suyo se henchia de agua. Recogióse Hermenegildo en aquel lugar por ser muy fuerte plaza y sus moradores á él muy aficionados, metió consigo hasta trecientos soldados escogidos, y las demás gentes dejó en sus reales, que tenia por alli cerca. Pensaba si su padre usaba de fuerza acometerle por frente y por las espaldas. Hacia la cuenta sin parte, y así sucedió todo al contrario; porque Leuvigildo, avisado del intento de su hijo, como es cosa ordinaria que discordias civiles nunca faltan espías secretas, con presteza ganó por la mano y deshizo aquellas trazas. Acudió pues con diligencia sobre aquel lugar, y apoderado del pueblo, le puso fuego por todas partes. Hermenegildo, perdida la esperanza de poderse defender, se recogió al templo, si por ventura con entrenerse algun tanto se aplacase la saña de su padre. Iba en compañía de Leuvigildo el otro hijo Recaredo, que si bien era menor en la edad, en la nobleza de corazon y en la prudencia igualaba á su hermano. Pidió licencia á su padre y lugar á su hermano para verse con él. Concertada la habla y entrado que hobo en el templo, por algun espacio de tiempo se detuvo sin poder decir palabra, como suele acontecer cuando el dolor, la ira y el miedo son muy grandes. La abundancia de las lágrimas y el sentimiento le quitaban la habla, mas despues que sosegó algun tanto « de corazon, dice, flaco es dolerse por el desman de los suyos y no poner otro remedio sino las lágrimas. Tu desventura no es solo tuya, sino nuestra, á todos nos toca el daño, pues entre padre y hermanos no puede haber cosa alguna apartada. No quiero reprehender tus intentos ni el celo de la religion, aunque ¿qué razon pudo ser tan bastante para tomar las armas contra tu padre? Tampoco me quejo de los que con sus consejos te engañaron. Las cosas pasadas mas fácilmente se pue

adelante se mudó en una capilla con advocacion del santo. La devocion que con él antiguamente se tuvo fué muy grande, como se entiende así por lo dicho como de que muchos, así varones como hembras, se llamaron de su nombre Hermenegildos, Hermesindas, Hermenesindas, y aun los sobrenombres de Armengol y Hermengando, de que usaron los españoles, entienden algunos se tomaron del nombre deste santo. Lo mismo se dice de Hermegildez y Hermildez, que tienen terminacion aun mas bárbara. No se sabe dónde esté al presente su cuerpo, ni aun se averigua bastantemente el lugar en que á la sazon le sepultaron. Un hueso suyo dentro de una estatua de plata muestran en capilla particular de la iglesia mayor de Zaragoza; gobernaba por estos tiempos la Iglesia romana Pelagio II. Gregorio el Magno, sucesor de Pelagio, relató como cosa fresca la muerte de Hermenegildo. Allí dice que junto al cuerpo del mártir se oyó música celestial, cierto de los ángeles que celebraron su entierro y sus honras de que el cruel ánimo de su padre le privó. Añade que corria fama y se decia que en el mismo lugar de noche se vieron luces á semejanza de antorchas. Estas cosas y la muerte del verdugo Sisberto muy fea, que le avino muy en breve, aumentó en gran manera la devocion del mártir. Al presente se ha acrecentado notablemente despues que el papa Sixto V puso el nombre de Hermenegildo en el Calendario romano, con órden y mandato que en toda España se le haga fiesta á los 14 dias del mes de abril.

CAPITULO XIII.

den llorar que trocar. Esta es, mal pecado, la desgracia destos tiempos, que por estar dividida la gente y reinar entre todos una pestilencial discordia, la una parcialidad y la otra ha pretendido tener arrimo en nuestra casa, que es la causa de todos estos daños. Resta volver los ojos á la paz para que nuestros enemigos no se alegren mas con nuestros desastres. Lo que ojalá se hobiera hecho antes de venir á rompimiento; pero todavía queda el recurso á la misericordia paterna, si de corazon pides perdon de lo hecho, que será mejor acuerdo que llevar adelante la pertinacia y arrogancia pasada. Por lo de presente y por lo que ha sucedido, debes entender cuánto será mejor seguir la razon con seguridad que perseverar con peligro en los desconciertos pasados. Acuérdate que en la adversidad suele ser muy necesaria la prudencia, y que el impetu y la aceleracion te será muy perjudicial. De mi parte te puedo prometer que si de voluntad haces lo que pide la necesidad, nuestro padre se aplacará, y contento con un pequeño castigo, te dejará las insignias y apellido de rey. » Confirmó estas promesas con juramento, hizo llamar á su padre, y venido que fué, Hermenegildo con un semblante muy triste se arrojó á sus piés. Recibióle con muestras de alegría, dióle paz en el rostro, que fué indicio de querelle perdonar, mas otro tenia en el corazon; hablóle algunas palabras blandas, y con tanto le mandó llevar á los reales; poco despues, quitadas las insignias reales, le envió preso á Sevilla. El abad biclarense dice que le desterró á Valencia y que murió en Tarragona. La verdad es que en Sevilla, á la puerta que llaman de Córdoba, se muestra una torre muy conocida por la prision que en ella tuvo Hermenegildo, espantosa por su altura y por ser muy angosta y escura. Dícese comunmente que en ella Luego que Ingundis tuvo aviso de la prision y muerestuvo con un pié de amigo atadas las manos al cuello, te de su marido, pasó en Africa, llena de amargura y y que el santo mozo, no contento con el trabajo de la de lágrimas. Los capitanes romanos que la tenian en su cárcel, usaba de grande aspereza en la comida y ves- poder acordaron enviarla juntamente con su hijo, por tido; su coma una manta de cilicio, y él mismo ocupanombre Teodorico, y hacer della presente al emperado en la contemplacion de las cosas divinas sospiraba dor Mauricio. Por el contrario, los reyes de Francia, por verse con Dios en el cielo, donde esperaba ir muy Childeberto, hermano de Ingundis, y Guntrando, su tio, en breve. En esta forma de vida perseveró hasta tanpríncipes valerosos y bravos, se aparejaban para vengar to que llegó la fiesta de Pascua de Resurreccion, que con sus armas aquella injuria y la muerte de Hermeneaquel año cayó á 14 de abril, y fué puntualmente el de gildo. Recaredo, avisado destos apercebimientos, para Cristo de 586, segun que se entiende por la razon del ganar por la mano rompió con sus gentes por la Francia cómputo eclesiástico, si bien algunos deste número y por las tierras de los enemigos; apoderóse por fuerza quitan dos años. El arcipreste Juliano quita uno; mas de un castillo muy fuerte en el territorio de Arles, que el abad biclarense señala que Hermenegildo murió el se llamaba Ugerno. Taló demás desto y dió el gasto á tercer año del emperador Mauricio, lo cual concuertodos los campos comarcanos. Fué grande el daño que da con lo que queda dicho. El caso sucedió desta ma- hizo, y mayor el espanto que puso en toda aquella gennera: Leuvigildo con el deseo que tenia de reducir á te; por esto se trató de hacer paces, y para efectuarlas su hijo, pasada la media noche, le envió un obispo ar- despachó Leuvigildo sus embajadores; pero no acabariano para que, conforme á la costumbre que tenian los ron cosa alguna á causa que, demás de los agravios pacristianos, le comulgase aquel dia á fuer de los arria- sados, las gentes y armadas de los godos de nuevo tonos. El preso, visto quien era, le echó de sí con pala- maron ciertas naves francesas en las marinas de Galicia bras afrentosas. Tomó el padre aquel ultraje por suyo, con los hombres y todo el haber que traian y con que y de tal suerte se alteró, que sin dilacion envió un ver- venian á sus contrataciones. Esto irritó tanto á los frandugo, llamado Sisberto, para que le cortase la cabeza; ceses, que si bien se despachó otra nueva embajada sobárbara crueldad y fiereza que pone espanto y grima. bre el caso, aquellos reyes, mayormente Guntrando, Era Hermenegildo de condicion simple y llana, cosas no quisieron dar oidos á lo que los godos pedian. Quién que si no se templan, suelen acarrear daños y aun la dice que Recaredo desde Narbona rompió segunda vez muerte. La memoria deste santo mártir se celebra en por las tierras de los francos, y de nuevo dió la tala á España de ordinario á 14 de abril, dado que en algu- los campos muy fértiles de la Francia. Childeberto, conas iglesias se hace un dia antes. El lugar de la prision mo al que tocaba de mas cerca este dolor, y por el deseo

De la muerte del rey Leuvigildo.

que tenia de vengar á su hermana y á su cuñado, y tomar la emienda debida de tantos desaguisados, convidó al emperador Mauricio, cuya amistad poco antes habia él menospreciado, para juntar sus fuerzas y armas contra los longobardos y contra los godos, que estaban apoderados los unos de Italia y los otros de España. Tomado este asiento, un gran ejército de franceses pasó en Italia. Mostróse el enemigo al principio temeroso. No queria venir al trance de la batalla; por esto los francos, y por ser de su natural muy confiados, se descuidaron de tal suerte, que los contrarios dieron sobre ellos á deshora con tal órden, que al punto los vencieron y desbarataron. No refieren el número de los muertos; solo consta que fué la mayor matanza que en aquel tiempo se hizo de los francos. Este revés sin duda hizo que Childeberto se humanase para con los godos, mayormente que el Emperador, ocupado en otras cosas, ayudaba mas á sus compañeros con el nombre que con las fuerzas; además de la muerte de Ingundis, hermana de Childeberto, que se supo en esta sazon, y era la causa destos bullicios y guerra; quién dice que falleció en Africa, quién en Sicilia, ca no concuerdan los autores, como tampoco no se sabe lo que se hizo de su hijo. Solo refieren que le llevaron al Emperador; debió fallecer poco despues de la madre, mas dichoso en esto que si huérfano, desterrado y pobre y cautivo viviera mucho tiempo. Máximo dice que murió en Palermo la madre, y el hijo poco despues en Constantinopla. En este medio en España el rey Leuvigildo, por el deseo que tenia de apagar la católica religion, causa como él entendia de tantos daños y males, desterraba los varones mas santos de todo su reino, como los que conservaban y mantenian el culto de la verdadera religion. En particular desterró los dos hermanos y prelados Leandro, de Sevilla, y Fulgencio, de Écija; estaba contra ellos irritado principalmente por el favor que dieron á Hermenegildo, su hijo. Lo mismo hizo con Mausona, metropolitano de Mérida, uno de los varones mas señalados de aquel tiempo. Hízole venir á Toledo, y desde allí, despues de muchas afrentas que le hizo, le envió al destierro, solo por mostrarse constante en la religiou católica y porque no quiso manifestar al Rey y entregalle la vestidura de santa Olalla por miedo de los arrianos. Pusieron en lugar de Mausona y nombraron por arzobispo un grande arriano llamado Sunna. Sucedió un milagro al partir de Mausona para muestra de su inocencia, y fué que el caballo en que le pusieron para llevarle al destierro, sin embargo que era por domar y muy feroz, recibió sin dificultad sobre sí al santo varon. Muchos otros obispos fueron al destierro, y pusieron otros en su lugar, de que se entiende procedió que, sosegada la Iglesia acaecia, contra lo que disponen las leyes eclesiásticas, haber dos obispos de una ciudad, como se ve por las memorias públicas de aquel tiempo. Parece que adelante, con deseo de la paz, cuando se convirtió España, se introdujo esta novedad que los unos obispos y los otros quedasen con sus oficios. De las rentas de las iglesias se apoderó el avariento Rey sin alguna resistencia, derogó los privilegios de los eclesiásticos, dió la muerte á muchos hombres principales, parte por causas verdaderas, á otros por testimonios que les levantaban y calumnias que les arrimaban, de cuyos bienes enriqueció el patrimonio real. Lo que con

esta carnicería principalmente pretendia era que ninguno de otro linaje pudiese aspirar al reino. Muchos, quebrantados con estos males, no solo del pueblo, sino de los principales en riquezas y nobleza, se sujetaron á la voluntad del Rey y pasaron á la secta de los arrianos. Entre estos Vincencio, obispo de Zaragoza, como se hiciese arriano, con el ejemplo de su inconstancia trajo otros muchos al despeñadero; si bien Severo, obispo de Málaga, y Liciniano, obispo de Cartagena, sus contemporáneos, escribieron contra lo que hizo. Dura hasta nuestra edad el libro de Liciniano, de quien atestigua Isidoro que escribió muchas epístolas á Eutropio, obispo de Valencia, y que falleció en Constantinopla, á lo que se entiende, huido de la rabia del Rey. En aquella ciudad Juan, abad biclarense, natural de Santaren, en Portugal, gastó por causa de los estudios en su menor edad diez y siete años, con que alcanzó conocimiento de la una y de la otra lengua latina y griega, y se aventajó en las otras artes y ciencias. Despues desto, vuelto á la patria de su larga peregrinacion, sufrió muchos trabajos como los demás católicos. Desterráronle á Barcelona; en el destierro, á la vertiente de los Pirineos, edificó un monasterio que se llamó Biclarense, y hoy se llama de Valclara, apellido conforme al antiguo. Ordenó que los monjes siguiesen la regla de san Benito, y él mismo les añadió otras constituciones y estatutos á propósito de la vida religiosa. Deste monasterio, donde fué abad algun tiempo, le sacaron en el reinado de Recaredo para hacerle obispo de Girona, y en tiempo del rey Suintila pasó por la muerte al cielo y á gozar el premio de sus trabajos. Tuvo por sucesor á Nonito, de quien y de Juan, presbítero de Mérida, y Novello, obispo de Alcalá, sucesor de Asturio, despues de otros algunos, todos personas señaladas, no se sabe si con la tempestad que en estos tiempos corria, y con las olas de persecuciones fueron trabajados. A san Isidoro, hermano de Leandro y de Fulgencio, para que no le maltratasen valió su pequeña edad, sus buenas inclinaciones y su grande ingenio, que le hacia de presente ser amado de todos, y para adelante con sus grandes letras y santidad alumbró toda la Iglesia. Allegábase á lo demás su nobleza, la modestia de su rostro y su mesura, la suavidad de su condicion, si bien no dejaba de hacer rostro á los arrianos ni temia irritallos con sus disputas. Animábase á hacello, parte por ser muy católico, parte por las cartas que Leandro, su hermano, desde el destierro le enviaba, en que le animaba á derramar la sangre, si fuese necesario, por la defensa de la verdad. El reino de los godos, que por los caminos ya dichos parecia ir en aumento y cobrar de cada dia mayores fuerzas, por el mismo tiempo se acrecentó con apoderarse de todo lo que los suevos en España poseian, lo cual avino en esta manera y con esta ocasion. El rey Eborico, hijo de Miro, fué despojado de aquel reino por Andeca, hombre principal y que estaba casado con la madrastra de Eborico, llamada Sisegunda. No se contentó con despojalle del reino, sino que por asegurarse le forzó á meterse fraile y trocar las insignias reales y cetro con la cogulla. Era Eborico amigo de los godos y su confederado; por esto Leuvigildo tomó las armas contra el tirano. Vencióle y prendióle en batalla, y despojado del reino le cortó el cabello, que conformo á la costumbre de aquellos tiempos era privalle de la

nobleza y hacelle inhábil para ser rey; finalmente, le desterró á Beja, ciudad de la Lusitania. Con la ocasion destas revueltas se levantó otro, por nombre Malarico, y con el favor que tenia entre aquella gente se llamó rey. Acudió Leuvigildo tambien á esto, sosegó estas nuevas alteraciones, con que toda la Galicia quedó sin contradiccion por suya; ca Eborico se debió quedar como particular en el monasterio, ni el rey godo debió tener mucha voluntad de restituirle. Por esta manera el rey de los suevos, que en algun tiempo floreció mucho y poseyó una buena parte de España por espacio de ciento y setenta y cuatro años, cayó de todo punto, que fué el año de Cristo 586. En el mismo año Leuvigildo falleció en Toledo el 18, despues que con su hermano comenzara á reinar. Hay fama, y muchos autores lo atestiguan, que al fin de la vida, estando en la cama enfermo sin esperanza de salud, abjuró la impiedad arriana, y volvió su ánimo á lo mejor y á la verdad; y que en particular con Recaredo, su hijo, trató cosas en favor de la religion católica. Díjole que el reino que, adquiridas y ganadas muchas ciudades, le dejaba muy grande, seria muy mas afortunado si toda España y todos los godos recibiesen despues de tanto tiempo la antigua y verdadera religion. Encargóle tuviese en lugar de padres á Leandro y á Fulgencio, á quien mandó en su testamento alzar el destierro. Avisóle que, así en las cosas de su casa en particular como en el gobierno del reino, se aprovechase de sus consejos. Y aun Gregorio Magno refiere que antes que muriese de aquella enfermedad encargó mucho á Leandro, que debió venir á la sazon, cuidase mucho de Recadero, su hijo, que por sus amonestaciones esperaba y aun deseaba en las costumbres, humanidad y todo lo demás semejase á Hermenegildo, su hermano, á quien él sin bastante causa dió la muerte. Puédese creer que las oraciones del santo mártir fueron mas dichosas y eficaces despues de muerto que en la vida para alcanzar de Dios que su padre se redujese á buen estado. Nuestros historiadores refieren que Leuvigildo, dado que de corazon era católico, no abjuró públicamente, como era necesario, la herejía por acomodarse con el tiempo y por miedo de sus vasallos. Máximo dice se halló presente á la muerte deste Rey y vió las señales de su arrepentimiento y sus lágrimas. Pone su muerte año 587, 2 de abril, miércoles al amanecer. Este su desengaño se debió encaminar, entre otras cosas, por muchos milagros que se hicieron en favor de la religion católica. Entre los demás se cuentan los siguientes: En el tiempo que perseguia con las armas á su hijo inocente, un monasterio que estaba en la comarca y ribera de Cartagena con advocacion de San Martin, huido que se hobieron los monjes á una isla que por allí caia, fué saqueado por los soldados del Rey; uno dellos, desnuda la espada, como acometiese al abad que solo quedaba, en castigo de su sacrilegio cayó muerto en tierra; el Rey, sabido el suceso, mandó que toda la presa se restituyese al monasterio. Sucedió otrosí en una disputa que hobo sobre la religion que un católico, en testimonio de la verdad que profesaba, tomó en la mano, sin recebir alguna lesion ni daño, un anillo del fuego en que estaba ardiendo, sin que el hereje se atreviese á hacer otro tanto en defensa de su secta. Con estos y otros milagros comenzaba el ánimo del Rey á moverse y vacilar. Preguntó á cierto obispo

arriano por qué causa los arrianos no ilustraban su secta y la acreditaban con semejantes obras ni hacian milagros como los católicos, tales y tan grandes. A esta pregunta el Obispo « á muchos, dice, oh Rey, si es lícito decir verdad y blasonar á la manera de los contrarios de nuestras cosas, que eran sordos, hice que oyesen, y aun abrí los ojos de los ciegos para que pudiesen ver. Pero las cosas que hasta aquí por huir ostentacion se han hecho sin testigos, quiero hacellas públicamente y probar con las obras la verdad de lo que digo.» No paró en palabras, sino que se vino á la prueba. Pasaba el Rey poco despues desto por una calle. Cierto arriano, que á persuasion del Obispo fingió estar ciego, á grandes voces pedia que le fuese por él restituida la vista; representaba la comedia delante del mismo que la inventara; tendia las manos, hacia otros ademanes en que mostraba esperaba con humildad la sanidad por los ruegos y santidad del Obispo. Estaban todos suspensos y esperaban ver alguna maravilla; y fué así, pero al revés de lo que cuidaban, porque el engañador malvado, luego que el Obispo le tocó los ojos con sus manos, quedó de todo punto ciego y perdió la vista que antes tenia. Conoció el miserable su daño, y vencido del dolor, que pudo mas que la vergüenza, confesó luego la verdad y descubrió á la hora el engaño y toda la trama. Por estos caminos la secta arriana, como era razon, comenzó en grande manera á ir de caida, y el ánimo del Rey á enajenarse poco a poco, mayormente que por espacio de cuatro años gran muchedumbre de langosta talaba de todo punto los campos de España, y mas del reino de Toledo, en que por la templanza del aire suele tener mas fuerza esta plaga. El pueblo, como acostumbra, decia ser castigo de Dios en venganza de la muerte de Hermenegildo y de la persecucion que hacian contra la verdadera religion. Esta loa á lo menos se debe á Leuvigildo por testimonio del mismo san Isidoro, que despues del rey Alarico reformó las leyes de los godos, que con el tiempo andaban estragadas; añadió unas y quitó otras. Paulo, diácono de Mérida, refiere otrosí lo que vió, es á saber, que el abad Nuncto, varon de grande santidad, como quier que de Africa pasase á Mérida con deseo de visitar el sepulcro de santa Olalla, desde aquella ciudad, por huir la vista de mujeres, poco despues se apartó al yermo, donde, dado que era católico, el Rey le sustentó á su costa hasta tanto que los rústicos comarcanos se conjuraron contra él y le dieron la muerte. La causa no se sabe; por ventura no podian sufrir las reprehensiones libres de aquel varon santo por ser hombres feroces y de rudo ingenio. No castigó el Rey este caso; castigóle Dios con que los demonios se apoderaron de los matadores sacrilegos. Por conclusion, Leuvigildo fué el primero de los reyes godos que usó de vestidura diferente de la del pueblo, y el primero que trajo insignias reales, y usó de aparato y atuendo de príncipe, cetro y corona y vestidos extraordinarios; cosas que cada uno conforme á su ingenio podrá reprehender ó alabar, por razones que para lo uno y para lo otro se podrian representar.

BERLISTECA DE FILOSOFÍA Y FFT

CAPITULO XIV.

De los principios del rey Recaredo,

Hiciéronse las exequias del rey Leuvigildo con la solemnidad que era razon. Concluidas, Recaredo, su hijo y sucesor, volvió su pensamiento á dar órden en las cosas de su casa, y consiguientemente en el estado de la república. Pretendia ante todas cosas aplacar y ganar á los reyes de Francia, y aun el tiempo adelante para que la paz fuese mas firme, muerta Bada, su primera mujer, trató de emparentar con Childeberto, rey de Lorena, casando con Clodosinda, otra su hermana. Para alcanzar esto con mayor facilidad envió á excusarse que no tuvo parte en la muerte de Hermenegildo, antes le dolió en el alma aquel desastre de su hermano. No era aun llegada la sazon de efectuar cosa tan grande, si bien estaba ya cerca. Lo que sobre todo importaba fué que, por consejo de los dos hermanos Leandro y Fulgencio, como católico que ya era de secreto, comenzó muy de veras á tratar de restituir en España la religion católica; bien que por entonces le pareció disimular algun tanto y no forzar el tiempo, sino acomodarse con él. Consideraba la condicion del pueblo, que se deja mas fácilmente doblegar con maña que quebrantar por fuerza, especial en materia de mudar la religion en que desde su primera edad se criaron. Acordó pues para salir con su intento usar de artificio y de industria, halagar á unos, sobrellevar á otros, y con mercedes que les hacia ganallos á todos. Sucedió todo como se podia desear, ca sabida la voluntad del Rey, bien así los grandes que los menudos se rindieron á ella y vinieron de buena gana en lo que al principio pareció tan dificultoso. Así que los godos todos, y entre los suevos los que perseveraban en la locura del error antiguo de comun acuerdo le dejaron y abrazaron el partido de la Iglesia católica, y juntamente con esto pretendian ganar la gracia de su señor, al cual, demás de su buena condicion y sus costumbres muy suaves, ayudaba mucho su gentil disposicion y rostro para ganar las voluntades de todos. Con que por toda la vida fué muy amado de sus vasallos, y despues de muerto su memoria muy agradable á los que le sucedieron adelante. Cosa forzosa es que en la mudanza de la religion resulten en el pueblo alteraciones y alborotos; la buena traza de Recaredo hizo que en su tiempo y por esta causa ni durasen mucho, ni fuesen muy señalados; y la severidad que usó en castigar, no solamente no fué odiosa por ser necesaria, sino tambien popular y á todos, así grandes como pequeños, agradable. El primero que hizo rostro á la pretension del Rey fué el obispo Ataloco en la Gallia Narbonense por ser tan aficionado á la secta arriana y en tanto grado, que vulgarmente le llamaban Arrio. Allegáronsele en la misma provincia los condes Granista y Bildigerno, sea movidos de sí mismos, sea á persuasion del Obispo. La verdad es que tomaron las armas contra el Rey y alteraron el pueblo para que se rebelase; pero este torbellino, que amenanazaba mayor tempestad y daño, tuvo breve y fácil fin á causa que Ataloco falleció de puro pesar por ver que los suyos llevaban lo peor y que por estar los del pueblo inclinados á la religion católica no les podia persuadir que no hiciesen mudanza. A los condes vencieron en batalla las gentes de Recaredo, y con esto ven

garon los malos tratamientos que de todas maneras habian hecho á los católicos. Es así que toda herejía es cruel y fiera, y ningunas enemistades hay mayores que las que se forjan con voz y capa de religion, ca los hombres se hacen crueles y semejables á las bestias fieras. Estas alteraciones de la Gallia Narbonense se levantaron y sosegaron al principio del reinado deste Príncipe en tiempo que el décimo mes despues que se encargó del gobierno renunció él publicamente la secta arriana y abrazó la antigua y católica religion. Restituyó otrosí á las iglesias los derechos y posesiones que su padre les quitara, además de nuevos templos y monasterios de monjes que con real magnificencia á su costa levantaba. A muchos de sus vasallos volvió las haciendas y honras de que su padre los despojara, cuya acedia sobrepujaba él con su benignidad, y sus malas obras con beneficios que á todos hacia. Ocupábase el Rey en estas obras, y la divina Providencia cuidaba de sus cosas. El rey Guntrando habia enviado un su capitan, por nom bre Desiderio, con un grueso ejército para que en venganza de los daños pasados rompiese por las tierras que los godos poseian en la Gallia. Acudieron las gentes de Recaredo, vinieron con el francés á batalla junto á la ciudad de Carcasona, en que al principio los godos llevaron lo peor y volvieron las espaldas. Recogiéronse dentro de la ciudad; y desde allí puestos de nuevo en ordenanza salieron contra los franceses, que sin concierto seguian la victoria. Cargaron con tal denuedo sobre ellos y con tal esfuerzo, que con la ayuda de Dios se trocó el suceso de la pelea, y los godos, olvidados de las heridas y del trabajo, vencieron y desbarataron á los enemigos y los pusieron en huida; que estaban atónitos por la osadía y denuedo de los godos, que tenian por vencidos y la victoria por suya. Murió el general francés, y de sus gentes pocos se salvaron por los piés, los mas quedaron tendidos en el campo. Todo esto sucedió dentro del primer año del reinado de Recaredo, que fué el de Cristo de 587, segun que se entiende por un letrero de aquel tiempo que halló estos años en una piedra de Toledo, y le puso en el claustro de la iglesia mayor el maestro Juan Bautista Perez, canónigo á la sazon y obrero de aquella iglesia, y despues por sus buenas partes de erudicion y virtud, dado que de gente humilde, murió obispo de Segorve. Las letras dicen:

IN NOMINE DOMINI CONSECRATA ECCLESIA SANCTAE MARIAE IN CATHOLICO die primo IDUS APRILIS, ANNO FELICITER PRIMO REGNI DOMINI NOSTRI GLORIOSISSIMI FL. RECCAREDI REGIS, ERA DCXXV.

Quiere decir: «En nombre del Señor consagróse la iglesia de Santa María en el barrio de los católicos, ó á la manera de los católicos, á 13 de abril en el año dichosamente primero del reinado de nuestro señor el gloriosísimo rey Flavio Recaredo, era 625», es á saber, el año de Cristo de 587 puntualmente. Máximo hace mencion desta consagracion, que él llama reconciliacion por estar aquella iglesia profanada por los arrianos. En el año siguiente se descubrió una conjuracion que se tramaba contra el Rey por la misma causa de la mudanza en la religion. Fué así que Mausona, mudadas las cosas, volvió á su arzobispado de Mérida. Sunna, arriano, que estaba puesto en su lugar, y su competidor, llevó mal esta vuelta y restitucion, por ver era ne

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