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cesario caer él de un lugar tan alto y preeminente como tenia. Comunicó su sentimiento con algunos de su parcialidad, y concertó de quitar la vida á Mausona, empresa atrevida y loca, mayormente que residia en aquella ciudad el duque Claudio con cargo del gobierno de toda la Lusitania, y tenia puesta en aquella ciudad guarnicion de soldados, persona esclarecida por la constancia de la religion católica, segun que se entiende por las cartas que le escribieron los santos Gregorio el Magno y Isidoro. Advertidos los conjurados del peligro que corrian por esta causa, acordaron de dar la muerte juntamente á Mausona y á Claudio. La ejecucion de hecho tan grande encomendaron á Witerico, mozo de grande ánimo y osadía, y que se criaba en la misma casa de Claudio, y aun con el tiempo vino á ser rey de los godos y de España; en tales tratos se ejercitaba el que se criaba para reinar. Para ejecutar este caso era necesario buscar alguna ocasion. Sunna mostró querer visitar á Mausona, y pidió para ello le señalase lugar y tiempo. Sospechó el santo prelado lo que era, y que en muestra de amor le podrian armar alguna celada. Avisó á Claudio para que se hallase presente y para que con su valor y autoridad reprimiese la malicia de su competidor, si alguna tenia tramada. Pareció á los conjurados buena ocasion esta para de una vez ejecutar sus malos intentos. Llegado el tiempo de la visita, saludáronse los unos y los otros como es de costumbre; despues de las primeras razones los conjurados hicieron señal á Witerico, que, como lo tenia de costumbre, estaba á las espaldas de Claudio. No pudo en manera alguna arrancar la espada, dado que acometió á hacerlo, quier fuese por cortarse con el miedo como mozo, quier por favorecer Dios á los inocentes, que debió ser lo mas cierto, y comunmente se tuvo por milagro; si bien los conjurados no por eso se apartaron de su mal propósito; antes acordaron en una pública procesion que hacian á la iglesia de Santa Olalla, que estaba en el arrabal de aquella ciudad, matar sin distincion alguna al Prelado y á todos los que en ella iban. Para obrar esta crueldad metieron gran número de espadas en ciertos carros que traian cargados de trigo. Acudió nuestro Senor á este peligro; porque Witerico, sea por causa del milagro pasado, sea por aborrecimiento de aquella maldad, mudado de propósito, dió aviso de aquella trama. Adelantóse Claudio y ganó por la mano, acometió con su gente á Sunna y á sus parciales, que eran muchos, degolló á todos los que se pusieron en defensa y prendió á los demás. Dió aviso al Rey de todo lo que pasaba; y por su mandado aplicó al fisco todos los bienes de los principales, y á ellos despojó de los oficios y acostamiento que tenian, juntamente con desterrarlos á diversas partes. A Sunna, cabeza de la conjuracion, dieron á escoger que dejase á España ó renunciase la herejía, que fué un partido mejor y de mayor clemencia que él merecia; él, por estar obstinado en su mal propósito, escogió de pasarse en Africa; á Witerico por aviso que dió, otorgaron enteramente perdon. El castigo de Vacrila, uno de los conjurados, fué señalado entre los demás. Acogióse al templo de Santa Olalla como á sagrado; no le quisieron hacer fuerza, solo le condenaron en que perpetuamente sirviese de esclavo en aquel templo y hiciese todo lo que en él le mandasen. Al conde Paulo Sega, otra cabeza de la conjura

el

cion, segun que lo refiere el abad biclarense, condenaron en que le cortasen las manos y fuese desterrado á Galicia. Con estos castigos se desbarató aquella tempestad, que amenazaba mayores daños; pero, sin embargo, que todos los demás debieran quedar avisados y excusar semejantes pretensiones impías y malas, otra mayor borrasca se levantó luego. La reina Gosuinda, al principio por respecto del Rey, su antenado, fingió de abrazar la religion católica; el embuste pasó tan adelante, que acostumbraba, cosa que pone horror, en la iglesia de los católicos escupir secretamente la hostia que le daba el sacerdote, por parecerle seria gran sa→ crilegio y en grande ofensa de su secta si la pasase al estómago. Lo mismo hacia un obispo, por nombre Uldida, que tenia gran cabida con ella y la gobernaba con sus consejos. Esta ficcion no podia ir á la larga sin que se descubriese; trató con el dicho obispo de matar al Rey, y pudiera salir con ello si la divina Providencia no le amparara para que se asentase mejor el estado de la religion católica. Sabido lo que se tramaba, el Rey desterró á Uldida el obispo; de Gosuinda era dificultoso determinar lo que se debía hacer; acudió nuestro Señor, ca á la sazon la sacó desta vida, y con la muerte pagó aquella impiedad, como mujer desasosegada que era y toda la vida enemiga de los católicos. Por el mismo tiempo, el año que se contaba de nuestra salvacion de 588, los franceses se apercebian para hacer entrada en las tierras de los godos. El rey Guntrando ardia en deseo de satisfacerse de la afrenta que se hizo á su general Desiderio el año pasado. Juntó de todo su señorío un grueso ejército, que llegaba á número de sesenta mil combatientes de pié y de caballo. Nombró por general destas gentes á Boso; él por mandado de su Rey rompió por las tierras de la Gallia Gótica. Para acudir á esta entrada de los francos despachó Recaredo al duque Claudio, de la antigua sangre de los romanos, para que desde la Lusitania, donde residia, acudiese al gobierno y cosas de Francia y con su destreza reprimiese el orgullo de los contrarios. Movió con sus gentes, y pasados los Pirineos, halló á los enemigos cerca de Carcasona. Allí, alegre por la memoria de la rota poco antes dada á los franceses, determinó presentalles la batalla, que fué muy herida, pero en fin la victoria quedó por él. Gran número de los francos pereció en la pelea, y otros muchos mataron en el alcance; no pararon hasta forzar los reales de los vencidos y gozar de todos los despojos, que eran grandes. Esta victoria fué la mas ilustre y señalada que los godos por estos tiempos ganaron, segun que lo testifica san Isidoro, y parece cosa semejante á milagro lo que refieren, es á saber, que Claudio con una compañía de trecientos soldados, los mas escogidos entre todos los suyos, se atrevió á encontrarse con un enemigo tan poderoso, y fué bastante para desbarataral que venia cercado de tan grandes huestes. El año luego adelante se urdió otra nueva conjuracion contra el rey Recaredo, de que Dios le libró no con menor maravilla que de las pasadas. Argimundo, su camarero, pretendia quitarle la vida y por este camino apoderarse del reino; cosa tan grande no se po◄ dia efectuar sin ayuda de otros, ni comunicada con muchos estar secreta. Echaron mano de los conjurados; pusieron los compañeros á cuestion de tormento, que confesaron llanamente toda la trama y pagaron con las

vidas. Al movedor principal y caudillo, para que la afrenta fuese mayor y el castigo mas riguroso, lo primero le cortaron el cabello, que era tanto como quitaHe la nobleza y hacerle pechero; ca los nobles se diferenciaban del pueblo en la cabellera que criaban, segun que se entiende por las leyes de los francos, que tratan en esta razon de los que podian criar garceta. Demás desto, cortada la mano, le sacaron en un asno á la vergüenza por las calles de Toledo, que fué un espectáculo muy agradable á los buenos por el amor que á su Rey tenian. El remate destas afrentas y denuestos fué cortalle la cabeza para que pagase su locura y fuese escarmiento á otros; pero esto sucedió algun tiempo adelante. Volvamos con la pluma á lo que se nos queda rezagado.

CAPITULO XV.

Del Concilio toledano tercero.

Gobernaba por estos tiempos la iglesia de Toledo despues de Montano, Juliano, Bacauda y Pedro, que todos cuatro por este órden fueron prelados de aquella iglesia y ciudad, Eufimio, sucesor de Pedro, varon señalado en virtud y erudicion. Deseaba el Rey, así por ser ya católico, segun está dicho, como por mostrarse agradecido á Dios de las mercedes recebidas en librarle tantas veces de los lazos que los suyos le armaban y de las guerras que de fuera se le levantaban, confirmar con público consentimiento de sus vasallos y con aprobacion de toda la Iglesia, la religion católica que abrazaba. Procuraba otrosí que la diciplina eclesiástica relajada, como era forzoso, por la revuelta de los tiempos, se reformase y restituyese en su vigor. Comunicóse con Leandro, arzobispo de Sevilla, por cuya direccion, como era justo, se gobernaba en sus cosas particulares y en las públicas. Pareció seria muy á propósito convocar de todo el señorío de los godos los obispos para que se tuviese concilio nacional de toda España en Toledo, ciudad regia, que así de allí adelante se comenzó á llamar á causa que los reyes godos, segun que se lia dicho, pusieron en ella la silla de su imperio. Señalóse dia á los obispos para juntarse; acudieron como setenta, y entre ellos cinco metropolitanos, que es lo mismo que arzobispos. Abrióse el Concilio, y túvose la primera junta al principio del mes de mayo, año del Señor de 589. En aquella junta hizo el Rey á los padres congregados un breve razonamiento deste tenor y por estas palabras: «No creo ignoreis, sacerdotes reverendisimos, que para reformar la diciplina eclesiástica á la presencia de nuestra serenidad os he llamado; y porque en los tiempos pasados la herejía presente no permitia en toda la Iglesia católica se tratasen los negocios de los concilios, Dios, al cual plugo por nuestro medio quitar el impedimento de la dicha herejía, nos amonestó pusiésemos en su punto la costumbre y institutos eclesiásticos. Alegrãos pues y gozáos que la costumbre canónica por providencia de Dios y por el medio de nuestra gloria se reduce á los términos antiguos. Lo primero que os amonesto y juntamente exhorto es que os ocupeis en vigilias y en oraciones para que el órden canónico, que de las mientes sacerdotales habia quitado el largo y profundo olvido y que nuestra edad confiesa no saberle, por ayuda de Dios nos sea de nuevo manifestado. » Los padres, movidos con este razonamiento del Rey, cada

cual conforme al lugar y autoridad que tenia, alabaron á la divina benignidad. Al Rey dieron las gracias por la mucha aficion que mostraba á la religion católica. Junto con esto mandaron se ayunase tres dias para disponer los ánimos y conciencias. Túvose despues la segunda junta; en ella el Rey ofreció á los padres por escrito en nombre suyo y de la reina Bada una profesion que hacia de la fe católica y abjuracion de la perfidia arriana. Recibiéronla los padres con grande aplauso y satisfaccion por resplandecer en ella la piedad del Rey y estar en ella comprehendida la suma de la verdadera religion. En particular en el símbolo constantinopolitano que allí se pone, por expresas palabras se dice que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. A los demás, así obispos como grandes que se hallaban presentes, y dejada la secta arriana querian abrazar la verdad y imitar el ejemplo de su Rey, les preguntaron si en aquella profesion y abjuracion les descontentaba alguna cosa. Dieron por respuesta que aprobaban y abrazaban todo lo que la Iglesia católica profesa. Ocho obispos y cinco grandes fueron los que, renunciadas las malas opiniones, públicamente despues de los reyes, dieron de su mano firmada otra profesion de fe semejable á la primera. Concluido esto, que fué la primera parte del santo Concilio, en segundo lugar se promul garon veinte y tres cánones á propósito de reformar las costumbres y la diciplina eclesiástica. En ellos es de considerar lo que en particular se manda acerca de la comunion, es á saber, que ninguno del pueblo pudiese comulgar sin que públicamente él y todos los que presentes estaban, en tanto que se decia la misa, pronunciasen el símbolo de la fe que habian recebido de la forma que en el Concilio constantinopolitano se promulgó. Puédese entender que deste principio se tomó la costumbre guardada comunmente en España hasta nuestro tiempo que ninguno comulgue antes que en compañía del sacerdote haya pronunciado todos los artículos de la fé y del símbolo cristiano. El Rey por un su edicto confirmó todas las acciones del Concilio, mandando que se guardase todo lo en él decretado. Por remate y conclusion hizo Leandro á los padres y al pueblo un razonamiento muy elegante desta sustancia: «La celebridad deste dia y la presente alegría es tan grande y tan colmada cuanta de ninguna fiesta que por todo el discurso del año celebramos, lo que ninguno de vos podrá dejar de confesarlo. En las demás festividades renovamos la memoria de algun antiguo misterio y beneficio que se nos hizo; el dia de hoy nos presenta materia de nueva y mayor alegría, cuando, gracias al salvador del género humano, Cristo, la gente nobilísima de los godos, que hasta aquí descarriada se hallaba en medio de unas tinieblas muy espesas, alumbrada de la luz celestial, ha entrado por el camino de la inmortalidad, y ha sido recebida dentro del divino y eterno templo, que es la Iglesia. Si las cosas quebradizas y terrenas, y que solo pertenecen al arreo del cuerpo y á su regalo, cuando suceden prósperamente, de tal suerte aficionan los corazones, que á las veces la mucha alegria saca algunos de juicio; ¿en cuánto grado debemos alegrarnos por ser llamados y admitidos á la herencia del reino celestial? Cuanto por mas largo tiempo hemos llorado la ceguedad y miseria en que nuestros hermanos estaban, cuanto menor era la esperanza que nos queda

P

ba de su remedio, tanto es mas razon que en este dia nos alegremos y regocijemos. A mí por cierto el mismo sol me parece que ha salido hoy mas resplandeciente que lo que suele, la misma tierra se me figura muy mas alegre que antes. Gózase el cielo por la entrada que se ha abierto á tantas gentes para aquellas sillas bienaventuradas y por la veciudad que tantos hombres han tomado de nuevo en aquella santa ciudad, que señalados con el nombre cristiano habian caido en los lazos de la muerte. La tierra se alegra porque estando antes de ahora sembrada de espinas, al presente la vemos pintada y hermoseada de flores, de las cuales, padres que hasta aquí sufristes grandes molestias, podeis tejer y poner en vuestras cabezas muy hermosas guirnaldas. Sembrastes con lágrimas, ahora alegres coged las flores y segad los campos que ya están sazonados; llevad á los graneros de la Iglesia manojos de espigas granadas. La grandeza de vuestra alegría no se encierra dentro de los términos de España; forzosa cosa es que pase y se comunique con lo demás de la Iglesia universal, que abraza y tiene en su seno toda la redondez de la tierra, y acrecentada al presente con añadirsele esta provincia nobilísima, inspirada del Espíritu Santo, engrandece la divina benignidad por tan señalado beneficio. Porque la que por su esterilidad era despreciada en el tiempo pasado, al presente por el don celestial de un parto ha producido muchos hijos. Con que las demás naciones, si algunas todavía perseveran en los errores pasados, á ejemplo de nuestra España, podrán esperar su remedio; y que se hayan de juntar en breve dentro de las cabañas de la Iglesia y debajo de un pastor, Cristo, aquel lo podrá poner en duda que no tiene bien conocida la fe de las divinas promesas. Y está muy puesto en razon que los que tenemos un Dios y un mismo orígen y padre de quien procedemos todos, quitada la diversidad de las lenguas con que entró en el mundo gran muchedumbre de errores, tengamos un mismo corazon, y estémos entre nos atados con el vínculo de la caridad, que es la cosa que entre los hombres hay mas suave, mas saludable y mas honesta para quien pretende honra y dig

nidad. Reviente de envidia y de dolor el enemigo del género humano, que solia gozarse particularmente en nuestras miserias y males; duélase y llore que tantas almas y tan nobles en un punto se hayan librado de los lazos de la muerte. Nos, por el contrario, á ejemplo de los ángeles, cantemos gloria á Dios en las alturas y en la tierra paz. Que pues la tierra se ha reconciliado con el cielo, podrémos tener esperanza, no solo de alcanzar el reino celestial, sino eso mismo cuidado de invocar de dia y de noche la divina benignidad por el reino terrenal y por la salud de nuestro Rey, autor principal y causa desta gran felicidad.» El Biclarense, que continuó el Cronicon de sus tiempos hasta este año, y en él puso fin á su escritura, testifica que Leandro, prelado de Sevilla, y Eutropio, abad servitano, fueron los que tuvieron la mayor mano en el Concilio, gobernaron y enderezaron todo lo que en él se estableció. Don Lúcas de Tuy añade que Leandro fué primado de España, y que en este Concilio tuvo poder de legado apostólico; pero esto no viene bien con las acciones del Concilio, pues por ellas se entiende tuvo el tercer asiento y lugar entre los padres, y el segundo Eufimio, prelado de Toledo, y en el primer lugar se sentó Mausona, el de Mérida, tan nombrado. En todo esto y en distribuir los asientos se tuvo al cierto consideracion al tiempo en que cada cual destos prelados se consagró; y así, Mausona por ser el mas antiguo tuvo el primer lugar. Una sola cosa puede causar admiracion, y es que el Rey por una manera nueva y extraordinaria confirmó los decretos deste Concilio por estas palabras: « Flavio Recaredo, rey, esta deliberacion que determinamos con el santo Concilio, confirmándola, firmo. » Y es cosa averiguada que en los concilios generales los emperadores romanos cuando en ellos se hallaron, como lo muestran sus firmas, consentian en los decretos de los padres; mas nunca los confirmaron ni determinaron cosa alguna por no pasar, es á saber, los términos de su autoridad, que no se extiende á las cosas eclesiásticas, y mucho menos á juntar ó á confirmar los concilios y lo por ellos decretado.

LIBRO SEXTO.

CAPITULO PRIMERO.

De la muerte del rey Recaredo.

UNA nueva y clara luz amanecia sobre España despues de tantas tinieblas, felicidad colmada y bienandanza, sosegados los torbellinos y diferencias pasadas; fiestas, regocijos, alegrías se hacian por todas partes. Gozábase que sus miembros divididos, destrozados y que parecia estar mas muertos que vivos por la diversidad de la creencia y religion, y que solo conformaban en el lenguaje comun de que todos usaban, se hobiesen unido entre sí y como hermanado en un cuerpo, y juntado en un aprisco y en una majada, que es la Iglesia,

sus ovejas descarriadas, merced de Dios y gracia singular, gran contento de presente y mayores esperanzas para adelante. Los príncipes extranjeros con sus embajadas daban el parabien al Rey por beneficio tan señaJado; ofrecíanle á porfía sus fuerzas y ayuda para llevar adelante tan piadosos intentos y continuar tan buenos principios. En particular el sumo pontífice Gregorio Magno, que por muerte de Pelagio II sucediera en aquella dignidad á 3 de setiembre año del Señor de 590, al fin de la indiccion octava, como del registro de sus epístolas se saca (en la historia latina pusimos un año mas), luego al principio de su pontificado escribió á Leandro una carta en que le da el parabien y se alegra

por la reduccion del rey Recaredo á la verdadera religion. Dice que será bienaventurado si perseverare en aquel propósito y los fines fueren conformes á los principios, sin dejarse engañar de las astucias del enemigo. Asimismo el rey Recaredo, sabida la eleccion de Gregorio, acordó envialle, como es de costumbre, su embajada para visitarle y ofrecerle la debida y necesaria obediencia. Escogió para esto personas principales, en particular á Probino, presbítero, y en su compañía algunos otros abades. Dióles para este efecto sus cartas y juntamente algunos presentes de oro, demás de trecientas vestiduras que envió para los pobres de San Pedro de Roma, que, segun parece, en aquel tiempo de las rentas eclesiásticas se sustentaban los pobres y los hospitales. Todo, como yo entiendo, por consejo y á persuasion del arzobispo Leandro, ca desde los años pasados tenia trabada una estrecha amistad con Gregorio Magno, causada de la semejanza de los estudios y de la santidad de las costumbres y vida que resplandecia en entrambos igualmente. Demás desto, otra causa particular se ofrecia para enviar esta embajada, aunque no se declara, es á saber, para procurar que el Concilio toledano, celebrado poco antes, sus acciones y decretos fuesen aprobados por la Iglesia romana, á quien es necesario hacer recurso en las cosas eclesiásticas, y de donde los estatutos de los concilios toman su vigor y fuerza. Tres cartas se leen de Gregorio Magno, su data el noveno año de su pontificado, es á saber, la indiccion segunda; por donde se sospecha que los embajadores susodichos, trabajados con la navegacion, que les debió salir larga y dificultosa, y forzados por los temporales contrarios á volver en España, gastaron mucho tiempo en el camino y en Roma. La primera destas tres cartas se endereza á Claudio, duque de Mérida, persona la mas principal despues del Rey que se conocia en España; en ella le encomienda al abad Ciriaco, que se partia para España. La segunda carta era para Leandro, en que se duele que el mal de la gota le tuviese tan trabajado. La postrera es para el Rey para animalle, como le anima, á llevar adelante la religion recebida ; juntamente alaba que las obras y frutos fuesen conformes á la profesion que hacian; porque como los judíos le hobiesen acometido con gran dinero para que revocase cierta ley que contra ellos se promulgara, no quiso venir en ello. Envióle juntamente con la carta una cruz, en que estaba engastada parte del madero de la vera Cruz, y junto con ella de los cabellos de san Juan Bautista; envióle eso mismo dos llaves, la una tocada en el cuerpo del apóstol san Pedro, y que por el mismo caso tenia virtud contra las enfermedades; en la otra iban ciertas limaduras de las cadenas con que el mismo apóstol estuvo aprisionado; estos presentes eran para el Rey. Para el arzobispo Leandro en premio de sus grandes méritos envió el palio, ornamento que se suele de Roma enviar á los arzobispos. Hay otra carta del mismo pontífice Gregorio para Leandro, en que le dice que el presbítero Probino con su consentimiento llevara á España parte de los libros que el mismo Gregorio habia escrito á instancia y por respeto del mismo Leandro. Dícese vulgarmente entre los españoles, sin que haya autor que lo atestigue y asegure, que los embajadores del Rey trajeron una imágen de Nuestra Señora entallada en madera, presentada por el mismo Gregorio á Lean

dro, y que es la misma que gran tiempo adelante se halló en cierta cueva junto con los cuerpos de san Fulgencio, obispo de Ecija, y santa Florentina, su hermana, y con suma devocion es reverenciada en Guadalupe, monasterio de jerónimos de los mas principales de España. Los cuerpos de los santos están hoy dia en Berzocana, aldea no léjos de Guadalupe, do fueron hallados. Dícese demás desto que santa Florentina pasó su vida en Ecija, do se muestran rastros, así de sus casas como de uno y el mas principal de cuarenta monasterios de monjas que estaban á su cargo y debajo de su gobierno, en el mismo sitio en que al presente está otro monasterio de jerónimos á la ribera del rio Genil. Escribió Fulgencio de la fe de la Encarnacion y de algunas otras cuestiones un libro que se conserva hasta nuestro tiempo. Máximo, cesaraugustano, le atribuye los tres libros de las Mitologias, obra erudita, que otros quieren sea de Fulgencio, obispo ó ruspense ó cartaginense en Africa. Los embajadores del Rey se entretenian en Roma en sazon que muchos concilios de obispos se tenian en España por decreto, á lo que se entiende, y autoridad del Concilio toledano pasado, en que se estableció un decreto de los padres que los concilios provinciales, en los cuales se entendió siempre consistia la reformacion y bien de la Iglesia, se juntasen cada un año. Conforme á esto, primero en Sevilla se juntaron con Leandro siete obispos de las iglesias sufragáneas. Lo que se trató principalmente en este Concilio fué un pleito sobre los esclavos de la iglesia de Ecija; ca Pegasio, obispo de aquella ciudad, pretendia que Gaudencio, su predecesor, contra derecho los habia ahorrado y puesto en libertad. Otros tantos obispos se juntaron por el mismo tiempo en Narbona, ciudad de la Gallia Gótica, y de comun acuerdo establecieron quince cánones á propósito de reformar las costumbres de la gente eclesiástica, que estaban estragadas. Demás desto, el metropolitano de Tarragona, bien que no se halló en el Concilio toledano próximo pasado, juntó en Zaragoza sus obispos sufragáneos. En este Concilio se declaró en tres capítulos la manera con que se debian recebir en la Iglesia católica los que se quisiesen apartar de la secta arriana. En Toledo asimismo, en Huesca y en Barcelona se tuvieron otros concilios particulares, cuyas acciones no pareció referir aquí en particular por ser fuera de nuestro propósito y porque se pueden leer en el libro muy antiguo de Concilios de San Millan de la Cogulla. Volvamos á las cosas del Rey, el cual despues de fallecida la reina Bada, con deseo que tenia de hacer las paces con los reyes de Francia, puestas en olvido las injurias y desabrimientos pasados, por sus embajadores pidió por mujer á Clodosinda, la otra hermana de Childeberto, rey de Lorena, segun que arriba queda tocado, matrimonio que últimamente alcanzó con protestar y certificar á aquellos reyes que no tuvo parte en la muerte de Hermenegildo, antes le cupo gran parte del dolor y del revés de su hermano. Estaba Clodosinda prometida á Antari, rey de los longobardos; pero fué antepuesto Recaredo, así por la instancia que hizo sobre ello, como porque los reyes de Francia cuidaban, lo que era verdad, que los casamientos entre los que son de diferente religion y creencia, ni son legítimos ni suceden bien. El Longobardo todavía era gentil; Recaredo, demás que toda la vida confesó á

Cristo, como lo hacen todos los que se llaman cristianos, últimamente por diligencia de Leandro y de Fulgencio se convirtiera á la religion católica con todos sus estados y señoríos. No concuerdan los autores en el tiempo que estas bodas se celebraron. La verdad es que en lo postrero de la edad de Recaredo se hizo alianza con los de Francia; juntamente lo que de los romanos quedaba en España fué trabajado y ellos vencidos por las armas de los godos en algunos encuentros y batallas que se dieron de ambas partes; demás desto, que los vascones, que hoy son los navarros, y con deseo de novedades andaban alterados, fueron por la misma manera sujetados, y sosegaron. Con estas cosas el Rey ganó renombre inmortal y por todo lo demás que gloriosamente hizo en tiempo de paz y de guerra despues que comenzó á reinar. Tuvo una grandeza singular de ánimo, grande ingenio y prudencia, condicion y presencia muy agradable; lo que sobre todo le ennobleció fué el celo que mostró á la verdadera y católica religion. Pasó desta vida año de nuestra salvacion de 601. Reinó quince años, un mes y diez dias. San Isidoro dice que en Toledo, estando á la muerte, hizo pública penitencia de sus pecados á la manera que entonces se acostumbraba. San Gregorio escribe que los merecimientos de san Hermenegildo fueron causa de la reduccion que España hizo de la secta arriana á la religion católica. Dejó Recaredo tres hijos, el mayor se llamó Liuva, los otros Suintila y Geila. Entiéndese que á Liuva hobo en su primera mujer, pues tenia edad conveniente para suceder á su padre, como le sucedió, y para encargarse del gobierno. Los dos postreros no se sabe qué madre tuvieron, si nacieron del primer matrimonio, si del segundo. Lo que consta es que destos príncipes, y en particular de su padre Recaredo, sin jamás faltar la línea decienden los reyes de España, como se entiende por memorias antiguas y lo testifican los historiadores, en particular se saca del rey don Alonso el Magno y Isidoro, pacense, por sobrenombre el mas Mozo. Por lo cual pareció se procederia en todo con mas luz, si se ponia aquí el árbol deste linaje. Gosuinda, mujer que fué del rey Atanagildo, tuvo dos hijas de aquel matrimonio, es á saber, Galsuinda y Brunequilde. Clodoveo, otrosí rey de los francos, tuvo tres nietos, que se llamaron Guntrando, Chilperico y Sigiberto, hijos todos de Clotario, que fué hijo de Clodoveo. Galsuinda casó con Chilperico, que pereció por astucia y engaño de Fredegunde, como arriba queda dicho. Sigiberto casó con Brunequilde, y en ella tuvo á Childeberto y á Ingunde y á Clodosinda. Leovigildo, sucesor de Atanagildo, de su primera mujer Teodosia, antes que fuese rey, hobo á Hermenegildo y á Recaredo, sus hijos; hecho rey, casó con Gosuinda, la reina viuda. Demás desto, hizo que Hermenegildo casase con Ingunde, y Recaredo casó con Clodosinda, las dos nietas de su segunda mujer. Débese tambien considerar en la historia de Recaredo y de los reyes que adelante le sucedieron, que de ordinario se hace mencion de condes y duques, nombres que significaban los gobernadores y magistrados ó otros oficios y dignidades seglares. Condes eran los que gobernaban alguna provincia, duques los que en alguna ciudad ó comarca eran capitanes generales; y porque en particular podian batir moneda para el sueldo de sus gentes, de aquí

procedió que el escudo vulgarmente se llamó en España y se llama ducado. Y no solo los que tenian los gobiernos se llamaban condes, sino asimismo los que en la guerra ó en la casa real tenian algun cargo ó oficio principal, ca hallamos en la guerra condes catafractarios, clibanarios, sagitarios, tiufados. En la casa real se halla conde del Establo, que hoy se llama condestable, conde de la Cámara, del Patrimonio, de los Notarios, todo, á lo que se entiende, á imitacion de lo que usaban los emperadores romanos, que, como en este tiempo los godos no daban mucha ventaja en poder y valor á los romanos, así de buena gana los imitaban en las ceremonias y nombres de oficios que ellos modernamente inventaran. De la misma ocasion y imitacion, como algunos sospechan, y no mal, procedió el prenombre de Flavio, de que usó el primero entre los godos Recaredo, y en lo de adelante le usaron los demás reyes muy de ordinario. Por conclusion, á Toledo dieron título de ciudad real, que era el mismo con que los griegos honraban la ciudad de Constantinopla, silla y asiento de aquel imperio. De lo dicho se saca y consta que los condes y duques en esta era fueron nombres de gobierno y no de estado; pero despues por merced de los reyes se dieron los dichos títulos por juro de heredad, con jurisdiccion y estado limitado ordinariamente de ciertos pueblos y lugares, que para ellos y para sus hijos los reyes les daban.

CAPITULO II.

De los reyes Liuva y Witerico y Gundemaro.

Era Liuva de edad apenas de veinte años cuando falleció el rey Recaredo, su padre. Por su muerte, luego que le hizo sepultar y las exequias con la solemnidad que era razon, sin contradiccion le sucedió en el reino y en la corona. Su pequeña edad daba ocasion para que se le atreviesen, y las discordias pasadas, aun no bien sosegadas, á conjuraciones y engaños. Por esta causa, bien que daba muestras de grandes virtudes y de partes á propósito para reinar, y que por las pisadas de su padre se encaminaba para gobernar muy bien su estado y ganar renombre inmortal, fué muerto á traicion por Witerico, persona acostumbrada á semejantes mañas. Tuvo el reino solos dos años, en que no obró cosa que de contar sea, salvo que con la hermosura de su rostro y con su gentileza tenia granjeadas las voluntades de todos, y por ser muerto en la flor de su edad dejó un increible deseo de sí y una lástima extraordinaria en los ánimos de sus vasallos. Hállanse en España monedas de oro acuñadas con su nombre, y en el reverso estas palabras Hispali pius, que es lo mismo que en Sevilla piadoso, cosa que da alguna muestra de su piedad. Las tales monedas no se pueden atribuir al otro Liuva, tio mayor que fué deste Príncipe, por tener puesta la corona en la cabeza, de que antes del tiempo del rey Leuvigildo no usaron los reyes godos, como arriba queda mostrado. Lo que resultó desta traicion fué que el parricida, con ayuda de su parcialidad, se apoderó del reino de los godos, y le tuvo por espacio de seis años y diez meses. Fué en las cosas de la guerra señalado; bien que en algunos encuentros que tuvo con los romanos que en España quedaban llevó lo peor; pero por remate, cerca de Sigüenza, en aquella parte de España

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