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EL PADRE JUAN DE MARIANA. que se llamaba Celtiberia, parte de la Hispania Tarraconense, las gentes de Witerico vencieron á los contrarios en una batalla que les dieron de poder á poder. Habia á la sazon fallecido en Francia Childeberto, rey que era de Lorena; sucediéronle dos hijos suyos en sus estados y señoríos. Teodoberto quedó por rey de Lorena, y Teodorico fué rey de Borgoña. Con este Tcodorico casó Hermemberga, hija del rey Witerico, que envió él á Francia con grande acompañamiento; pero en breve dió la vuelta á España doncella. La causa no se sabe, dado que corrió fama que el rey Teodorico fué ligado para que no pudiese tener ayuntamiento con aquella doncella por arte y hechicerías de sus concubinas, á las cuales era dado demasiadamente. Otros dicen fué astucia de Brunequilde, que por mandario ella sola todo, dió traza para que la nuera sin alguna culpa suya fuese enviada á su padre. Despachó Witerico embajadores á Francia sobre el caso con órden que, si aquel Rey no se descargase bastantemente, acudiesen á las provincias comarcanas y procurasen en venganza de aquella afrenta que aquellos príncipes hiciesen liga entre sí y tomasen las armas en daño del de Borgoña, contra quien estaban irritados el rey Clotario, su antiguo enemigo, y el rey de Lorena, Teodoberto, á causa que le solia denostar y decir que era hijo bastardo de su padre y nacido de adulterio. Concertáronse pues estos dos reyes con Agilulfo, rey de los longobardos; y juntadas sus fuerzas, se aparejaban para hacer guerra al comun enemigo. No podia Teoderico resistir á poderes tan grandes; por donde, conocido el riesgo que corria y quebrantada su ferocidad, acudió á lo que era mas fácil, que fué concertarse con su mismo hermano Teodoberto con dalle alguna parte de su mismo estado. Vino Teodoberto de buena gana en este concierto, así por su interés como por ser cosa natural querer componerse con su hermano antes que vengar las injurias de los que no le tocaban. Sucedió como los dos deseaban, porque hecha esta alianza, los otros príncipes desistieron de aquella empresa y partieron mano de aquella guerra, que cuidaban seria muy brava. Con esto el rey Witerico comenzó á ser menospreciado de los suyos, y á brotar el odio que en sus corazones largo tiempo tenian encerrado, en especial que se decia trataba de restituir en España la secta arriana, con cuyas fuerzas y ayuda, como yo pienso, alcanzó el reino. Esta voz y fama alteró el pueblo en tanto grado, que tomadas las armas entraron con grande furia en la casa real y mataron al Rey, que hallaron descuidado ya sentado á yantar. No paró en esto la rabia, porque arrastraron el cuerpo por las calles, y con grandes baldones y denuestos que todo el pueblo le echaba, sucio y afeado de todas maneras le enterraron en cierto lugar muy bajo. Con este desastre tuvieron todos por entendido pagó la muerte que él mismo diera á tuerto á su predecesor el rey Liuva, como queda dicho; y claramente se mostró que la divina justicia, dado que algunas veces se tarda, á la larga ó á la corta nunca deja de ejecutarse. Por la muerte de Witerico alcanzó el cetro de los godos Gundemaro, persona muy señalada en aquella sazon, sea por ser cabeza de aquel motin y autor de la muerte que se dió al tirano, sea por voto de los principales de aquel reino, ca estaban muy satisfechos de su prudencia y partes aventajadas, así para las cosas de la guerra

como para las de la paz. Lo que consta es que comen-
zó á reinar año del Señor de 610; y si es lícito en cosas
tan antiguas ayudarse de conjeturas, entiendo que los
franceses con sus fuerzas, por estar ofendidos contra
Witerico, le ayudaron no poco para subir á aquel gra-
do. Consta por lo menos que acostumbró Gundemaro
pagar á los franceses parias, como se ve de las cartas
del conde Bulgarano, gobernador á la sazon por el rey
de la Gallia Gótica, cartas que hasta hoy se conservan
y hallan entre los papeles antiguos y libros de la uni-
versidad de Alcalá de Henares y de la iglesia de Oviedo.
De donde asimismo se entiende que los embajadores
de Gundemaro que envió á Francia fueron contra el
derecho de las gentes, que los tienen por cosa sagrada,
maltratados una vez por aquellos reyes, y sin embargo,
para mas justificar la queja despachó nuevos embaja-
dores, á los cuales tampoco se dió lugar para hablar á
aquellos reyes. Por esto, alterado Bulgarano, no permi-
tió que los embajadores del rey Teodorico pasasen á
España; y llegado el negocio á rompimiento, abrió la
guerra contra Francia, y con las armas que tomó, de
repente se apoderó de dos fuerzas, es á saber, Jubinia-
no y Corneliaco, y echó dellas las guarniciones de fran-
ceses que allí estaban. Acometió el conde Bulgarano en
particular estos dos pueblos de la Gallia Narbonense á
causa que en el asiento que el rey Recaredo tomó con
los franceses los entregara á Brunequilde, por cuya
muerte, que se siguió poco adelante sin dejar alguna
sucesion por ser ya muertos sus hijos y nietos, se pue-
de presumir que los reyes de Francia no acudieron á re-
cobrar con las armas aquellas dos plazas. Esto en Fran-
cia. En España el rey Gundemaro hizo guerra próspe-
ramente á los de Navarra, que de nuevo se alteraban, y
asimismo tuvo contiendas con los capitanes y gentes
romanas que mantenian aquella parte de España, que
todavía se tenia por el imperio; lo cual y su muerte,
que fué en Toledo de enfermedad, sucedieron el año
del Señor de 612; reinó un año, diez meses y trece
dias. La reina, su mujer, se llamó Hilduara ; mas no se
sabe haya dejado alguna sucesion. Era á la sazon en el
oriente emperador de Roma Heraclio, sucesor de Fo-
cas; y en la Iglesia romana, despues de Gregorio el
Magno y de Sabiniano y Bonifacio III, que consecuti-
vamente le sucedieron, presidia Bonifacio IV; en la
iglesia toledana Aurasio, sucesor de Eufimio, de To-
nancio y Adelfio, que por este órden le precedieron.
Fué Aurasio persona, así en las letras y erudicion como
en valor y virtudes, tan señalada, que se puede compa-
rar con cualquiera de los pasados. En tiempo deste
prelado, es á saber, el primer año del reinado de Gun-
demaro, veinte y cinco obispos de diversas partes de
España se juntaron en Toledo para determinar en pre-
sencia del Rey y por su mandado cierta diferencia que
resultara entre el arzobispo de Toledo y los obispos de
la provincia cartaginense por esta razon. Eufimio, en
las acciones del concilio de Toledo próximo pasado,
por descuido se firmó y llamó metropolitano de la pro-
vincia de Carpetania; y porque la provincia cartagi-
nense se extendia mucho mas que los carpetanos, que
eran lo que hoy es reino de Toledo, los demás obispos
apellidaban libertad y no querian reconocer sujecion
á la iglesia de Toledo. Este pleito se debió comenzar
desque los derechos de Cartagena y su autoridad se

trasladaron á Toledo, y continuarse algunos años adelante. Fueron pues citados para dar razon de sí; y oidas las partes, así el Rey como los obispos pronunciaron sentencia en favor del arzobispo Aurasio. Entre los obispos que asistieron se cuentan Isidoro, arzobispo de Sevilla, que lo era por muerte de san Leandro, su hermano; Inocencio, arzobispo de Mérida, y Eusebio, de Tarragona ; y demás destos, si las firmas deste Concilio no nos engañan, se halló tambien presente Benjamin, obispo dumiense. Quince obispos de la provincia cartaginense, por tocarles á ellos en particular este negocio, en un papel aparte firmaron la dicha sentencia. Sus nombres fueron estos: Protogenes, que se llama prelado de la santa iglesia de Sigüenza; Teodoro, castulonense; Miniciano, segoviense; Stéfano, oretano; Jacobo, mentesano; Magnencio, valeriense; Teodosio, ercabicense; Martino, valentino; Tonancio, paleutino; Portario, segobriense; Vincencio, bigastriense; Eterio, bastitano; Gregorio, oxomense; Presidio, complutense; Sanabilis, elotano. De donde se entiende que en la provincia de Toledo antiguamente se compreliendian mas iglesias sufragáneas de las que tiene al presente, y que el distrito que tenian los prelados de Toledo como metropolitanos era mas ancho que hoy; porque del primado que tenia sobre las demás iglesias de España, al presente no tratamos, ni entonces se trataba. La verdad es que desde el tiempo de Montano, prelado que fué antiguamente de Toledo, en un concilio que se tuvo en la misma ciudad dieron á aquella iglesia autoridad sobre todas las iglesias de la provincia cartaginense, como los mismos que eran interesados en la diferencia susodicha lo confesaron; y se ve manifiestamente por el proceso deste Concilio y por la determinacion y sentencia que dieron los obispos que en él se hallaron. Floreció por este tiempo el insigne poeta Draconcio; puso en verso el principio del Génesis.

CAPITULO III.

Del reinado de Sisebuto.

fer

Hiciéronse el enterramiento y exequias del rey Gundemaro con la solemnidad que era justo. Las lágrimas que se derramaron fueron muchas por haber tan en breve faltado un príncipe tan excelente, de costumbres y vida muy aprobada, y que con la grandeza del ánimo juntaba mucha afabilidad y blandura; cosa con que grandemente se granjean las voluntades del pueblo. Concluido esto, los grandes del reino se juntaron á elegir sucesor; por su voto salió nombrado Sisebuto, persona de no menores partes que su antecesor, señalado en prudencia en las cosas de la paz y de la guerra, viente en el celo de la religion católica, y lo que en aquellos tiempos se tenia por milagro, enseñado en los estudios de las letras, y que tenia conocimiento de la lengua latina; con que el dolor que todos recibieran con la pérdida pasada se templó en gran parte. Consérvanse hasta el dia de hoy para muestra de su ingenio y erudicion algunas epístolas suyas y la vida que compuso de san Desiderio, obispo de Viena, á quien el rey Teodorico de Borgoña, exasperado con la libertad y reprehensiones de aquel santo varon, hizo morir apedreado; si ya aquella vida se ha de tener por del rey Sisebuto,

y no mas aína por de otro del mismo nombre, á que yo mas me inclino por las razones que quedan puestas en otro lugar. En una aldea llamada Granátula, en tierra de Almagro, se ve una letra en una piedra berroqueña, en que se dice que el obispo Amador falleció el año 644, y que es el segundo año del reinado de Sisebuto, punto fijo y muy á propósito para averiguar el tiempo en que este Rey comenzó á reinar. Entiéndese que aquella piedra se trajo de las ruinas del antiguo Oreto, que estaba de allí distante solo por espacio de media legua. No salieron vanas las esperanzas que comunmente tenian concebidas de las virtudes de Sisebuto, porque en breve sosegó y sujetó los asturianos y los de la Rioja, ca por estar tan lejos y por la aspereza y fortaleza de aquellos lugares andaban alborotados sin querer reconocer obediencia al nuevo Rey. Para la una guerra y para la otra se sirvió de Flavio Suintila, hijo del buen rey Recaredo y mozo de mucho valor; escalon para poco despues subir al reino de los godos. Concluido esto, el mismo Rey, con nuevas levas de gente que hizo por todo su estado, engrosó el ejército de Suintila con intento de ir en persona contra los romanos, que todavía en España conservaban alguna parte, como se entiende, hacia el estrecho de Cádiz y á las riberas del mar Océano, parte de la Andalucía y de lo que hoy se llama Portugal. Entró pues por aquellas tierras, venció y desbarató en batalla dos veces á los contrarios, con que les quitó no pocas ciudades y las redujo á su obediencia, de guisa que apenas quedó á los romanos palmo de tierra en España. Lo que mas es de loar fué que usó de la victoria con clemencia, porque dió libertad á gran número de cautivos que prendieron los soldados, teniendo respeto á que eran católicos; y para que su gente no quedase desabrida, mandó que de sus tesoros se pagase á sus dueños el rescate. Cesario, patricio, por el imperio puesto en el gobierno de España, movido de la benignidad del rey Sisebuto y perdida la esperanza de poder resistir á sus fuerzas por estar tan léjos el emperador Heraclio, que á la sazon imperaba, acometió á mover tratos de paz con los godos. Ofrecióse para esto una buena, aunque ligera ocasion, y fué que Cecilio, obispo mentesano, con deseo de vida mas sosegada, desamparada la administracion de su iglesia, se retiró en cierto monasterio, que debia estar en el distrito de los romanos. Citóle el Rey para que diese razon de lo que habia hecho y estuviese á juicio. Cesario, sin embargo que los suyos se lo contradecian y afeaban, dió órden que fuese llevado al Rey por Ansemundo, su embajador, al cual demás desto encargó, si hallase coyuntura, que moviese tratos de paz. Escribió con él sus cartas en este propósito, en que despues de saludar al Rey pretende inclinalle á concierto y á tener compasion de la sangre inocente de los cristianos derramada en tanta abundancia, que los campos de España como con lluvias estaban della cubiertos y empantanados. Dice que le envia el obispo Cecilio con deseo de hacerle en esto servicio agradable; y en señal de amor un arco, dádiva pequeña si se mirase por sí misma, pero grande si consideraba la voluntad con que le enviaba. Fué esta embajada agradable á Sisebuto, ca tambien de su parte se inclinaba á la paz, y con este intento despachó un embajador suyo llamado Teodorico con cartas para Cesario. El, junto con otros embajadores suyos, le envió al

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emperador Heraclio para que confirmase las condiciones que entre los dos capitularon. Era este Emperador muy dado á la vanidad de la astrología judiciaria. Avisábanle que su imperio y los cristianos corrian gran peligro de parte de la gente circuncidada. Lo que debiera entender de los sarracenos y moros lo entendia de los judíos; así, dió en perseguir aquella nacion por todas las vias y maneras á él posibles. Lo primero echó á todos los judíos de las provincias del imperio, despues con la ocasion desta embajada que le enviaron de España, desque fácilmente vino en todo lo que tenian concertado, trató muy de veras con el embajador Teodorico hiciese con su señor que desterrase á todos los judíos de España como gente perjudicial á todos los estados, que él mismo los alanzara de sus tierras, y que con ninguna cosa le podrian mas ganar la voluntad. Aceptó este consejo Sisebuto, yaun pasó mas adelante, porque, no solamente los judíos fueron echados de España y de todo el señorío de los godos, que era lo que pedia el Emperador, sino tambien con amenazas y por fuerza los apremiaron para que se bautizasen, cosa ilícita y vedada entre los cristianos que á ninguno se haga fuerza para que lo sea contra su voluntad; y aun entonces esta determinacion de Sisebuto tan arrojada no contentó á los mas prudentes, como lo testifica san Isidoro. Entre las leyes de los godos que llaman el Fuero Juzgo se leen dos en este propósito, que promulgó Sisebuto el cuarto año de su reinado. Andaban las cosas revueltas, y así, no era maravilla se errase, porque el Rey se hizo juez de lo que se debiera determinar por parecer de los prelados; como sea así que á los reyes incumba el cuidado de las Jeyes y gobierno seglar, lo que toca á la religion y el gobierno espiritual á los eclesiásticos. Mas á la verdad los ímpetus y antojos de los príncipes son grandes, y muchas veces los obispos disimulan en lo que no pueden remediar. Publicado este decreto, gran número de judíos se bautizó, algunos de corazon, los mas fingidamente y por acomodarse al tiempo ; no pocos se salieron de España y se pasaron á aquella parte de la Gallia que estaba en poder de los francos, de do no mucho despues fueron tambien echados con los demás judíos naturales de Francia por edicto del rey Dagoberto y á persuasion del mismo emperador Heraclio. Fué así, que de Francia fueron á Constantinopla dos embajadores llamados Servacio y Paterno, con quien el Emperador tuvo la misma plática que tuviera con Teodorico, y les persuadió se hiciese en Francia lo que en las demás provincias ejecutaban. Publicóse pues un edicto en Francia en que so pena de la vida se mandaba que dentro de cierto tiempo ninguno estuviese en ella que no fuese cristiano. Muchos quisieron mas ir desterrados; los otros ó fingidamente por acomodarse al tiempo ó de verdad profesaron la religion cristiana. Por esta manera la divina justicia con nuevos castigos por estos tiempos trabajaba y afligia aquella nacion malvada en pena de la sangre de Cristo, hijo de Dios, que tan sin culpa derramaron. Pero dejemos lo de fuera. En España el Rey, usando de la libertad ya dicha, depuso á Eusebio, obispo de Barcelona; y hizo poner otro en su lugar, como se entiende por las mismas cartas suyas. La causa que se alegaba fué que en el teatro los farsantes representaron algunas cosas tomadas de la vana supersticion de los dioses que ofendian las orejas cristianas.

Esta pareció por entonces culpa bastante, por haberlo el Obispo permitido, para despojarle de su iglesia. El desórden fué que el Rey por su autoridad pasase tan adelante; por cuya diligencia demás desto en Sevilla el año seteno de su reinado se juntaron ocho obispos. Presidió en este Concilio san Isidoro. Los padres en esta junta reprobaron la secta de los acéfalos, herejía condenada al tiempo pasado en el oriente, pero que comenzaba á brotar en España por los embustes y engaños de cierto obispo venido de la Suria, que fué convencido de su error y forzado á hacer dél pública abjuracion. Demás desto, en el mismo Concilio señalaron los términos y aledaños á las diócesis de los obispados particulares sobre que tenian diferencia. A las monjas fué vedado hablar con hombres, sin exceptar á la misma abadesa, á la cual mandaron no hablase con alguno de los monjes fuera del abad y del monje que tenia cuidado de las religiosas; y aun con estos no sin testigos, y solamente de cosas santas y espirituales. Hallóse en este Concilio junto con los obispos el rector de las cosas públicas, por nombre Sisiselo, que así se han de emendar los libros ordinarios, donde se lee Sisebuto diferentemente de como está en los códices mas antiguos de mano. Estaba el Rey ocupado en estos y semejantes negocios cuando le sobrevino la muerte, año de nuestra salvacion de 621; reinó ocho años, seis meses y diez y seis dias. Muchas cosas se dijeron de la ocasion de su muerte; unos que los médicos le dieron una purga, aunque buena, pero en mayor cantidad de lo que debieron; otros que en lugar de purga le dieron de propósito yerbas; la verdad es que en las muertes de grandes príncipes de ordinario se suelen levantar y creer muchas mentiras con pequeño fundamento, principalmente de los que por su buen gobierno y aventajadas partes fueron muy amados de sus súbditos. Hizose el enterramiento y honras como convenia á Príncipe tan grande; muchas lágrimas se derramaron, muestra de la mucha voluntad que todos comunmente le tenian. En la vega de Toledo junto á la ribera de Tajo hay un templo de Santa Leocadia muy viejo y que amenaza ruina; dicese vulgarmente, y así se entiende, que le edificó Sisebuto; de labor muy prima y muy costosa. El arzobispo don Rodrigo testifica que Sisebuto edificó en Toledo un templo con advocacion de Santa Leocadia; la fábrica que hoy se ve no es la que hizo Sisebuto, sino el arzobispo de Toledo don Juan el Tercero; despues que aquella ciudad se tornó á recobrar de moros levantó aquel edificio. Demás desto, testifican que por órden deste Rey los godos usaron de armadas por la mar, y esto para que, pues hasta entonces ganaran gran honra por tierra, se enseñoreasen del mar; ca es cosa cierta que la tierra se rinde al que señorea el mar, que fué parecer de Temístocles. Por ventura tambien pretendian pasar con sus conquistas en Africa por hallarse señores casi de toda la España. Algunos historiadores nuestros dicen que Mahoma, fundador de aquella nueva y perjudicial secta, despues que tuvo sujetas la Asia y la Africa, pasó últimamente en España, y que por autoridad y temor de san Isidoro se huyó de Córdoba; cuento mal forjado que, ni se debe creer, ni concierta con la razon de los tiempos, ni viene bien con lo que las historias extranjeras afirman, y así se debe desechar como cosa vana y fabulosa. Lo cierto es que por la muerte de Sisebuto

sucedió en el reino su hijo Recaredo, mozo de poca edad y de fuerzas no bastantes para peso tan grande. Reinó solos tres meses, y pasados falleció sin que dél se sepa otra cosa.

CAPITULO IV.

De los reyes Suintila y Rechimiro.

Por la muerte destos dos reyes padre y hijo los grandes del reino nombraron por sucesor á Suintila, persona que en las guerras pasadas habia dado muestra de valor y partes bastantes para el gobierno, además que la memoria de su padre le hacia bienquisto con todos, y hizo mucho al caso para que le tuviesen por digno de aquella dignidad y grandeza. Era persona de mucho ánimo y no de menor prudencia; ni con los trabajos se cansaba el cuerpo, ni con los cuidados su corazon se enflaquecia. Su liberalidad fué tan grande para con los necesitados, que vulgarmente le llamaban padre de los pobres. Los de Navarra, gente feroz y bárbara, con ocasion de la mudanza en el gobierno de nuevo se alborotaron, y tomadas las armas, ponian á fuego y á sangre las tierras de la provincia tarraconense; acudió el nuevo Rey con presteza, y con sola su presencia, por la memoria de las victorias pasadas, hizo que se le sujetasen y rindiesen. Perdonólos, pero con condicion que á su costa edificasen una ciudad llamada Ologito, como baluarte y fuerza que los enfrenase y tuviese á raya para que no acometiesen novedades tantas veces, pues les estaba mejor carecer de la libertad, de que usaban mal. Esta ciudad piensan algunos sea la villa que hoy en aquel reino se llama Olite, mas por la semejanza del nombre que por otra razon que haya para decillo, conjetura que suele enganar á las veces. Concluida esta guerra, los romanos que en España quedaban y mas confiaban en el asiento que tenian puesto con los godos que en sus fuerzas, últimamente fueron constreñidos á salirse de toda España, donde por mas de setenta años á las riberas del uno y del otro mar habian poseido parte de lo que hoy es Portugal y de la Andalucía, bien que muchas veces se extendian ó estrechaban sus términos, conforme á como las cosas sucedian. Algunos entienden que por esta causa los godos fortificaron la ciudad de Ebora para que sirviese de frontera contra los romanos. Dan desto muestra dos torres fuertes y de buena estofa, que comunmente dicen por tradicion las edificó el rey Sisebuto, es á saber, para reprimir las entradas que los romanos por aquella parte hacian en las tierras de los godos. Conserváronse los romanos por tan largo tiempo en aquellas partes tan estrechas de España, á lo que se entiende, por estar Africa tan cerca para fácilmente ser socorridos; y al presente, por faltarles esta ayuda á causa de la cruel guerra que el falso profeta Mahoma y los que le seguian hacian por aquellas partes, fueron vencidos y echados de España. Tenian los romanos dividido aquel gobierno en dos partes, y puestos en España dos patricios. Destos al uno con buena industria y maña granjeó el Rey, al otro venció con las armas, y á entrambos los redujo en su poder. A todas estas cosas tan señaladas dió fin el rey Suintila dentro del quinto año de su reinado, que se contaba del nacimiento de Cristo 626. En el cual año, con intento de asegurar la sucesion del reino y hacer que quedase en

su casa, declaró por su compañero á Rechimiro, su hijo, mozo que, aunque era de pequeña y tierna edad, con su buen natural daba muestras que imitaria las virtudes de su padre y de su abuelo. Todo esto no fué bastante para que los godos no se desabriesen, ca lfevaban muy mal que con este artificio se heredase la majestad real, que antes se acostumbraba dar por voto de los grandes del reino; y es cosa averiguada que desde este tiempo el que poco antes era acatado de todos y temido vino á ser tenido en poco, de tal suerte, que no sosegaron hasta tanto que derribaron de la cumbre del reino á Suintila y á su hijo; que debió de ser la causa porque san Isidoro en la Historia de los godos, con que llegó hasta este año, no pasase adelante con su cuento, por hacérsele, como yo pienso, de mal de poner por escrito las afrentas y desastre de aquel Rey, poco antes muy señalado y deudo suyo, y por no dejar memoria de las alteraciones, traiciones y malos tratos que en este caso sucedieron. Lo que principalmente en Suintila se reprehende fué que, despues de tantas victorias y de estar España toda sosegada y en paz, se dió á vicios y deleites; en que se muestra claramente cuánto es mas dificultoso al que tiene mando y libertad para hacer lo que quiere vencerse á sí mismo y á sus pasiones en tiempo de paz que en el de la guerra con las armas sujetar á sus enemigos. Teodora, su mujer, que algunos sospechan fué hija del rey Sisebuto, y Geila ó Agilano, su hermano, á quien babia entregado el gobierno así de su persona como del reino, con sus malos términos fueron ocasion en gran parte del odio que contra él se levantó, y despertaron contra él gran parte de los enemigos, que al fin le echaron por tierra y prevalecieron. Presidia á la sazon en la iglesia de Toledo Helladio, sucesor de Aurasio, varon de señalada prudencia, modestia y erudicion, muy libre de toda avaricia, constante y para mucho trabajo. Fué los años pasados rector de las cosas públicas, que era en lo seglar el mayor cargo de los godos. Dejó el oficio con deseo de seguir vida mas perfecta, y tomó en Toledo el hábito de monje en el monasterio agaliense, y en él en breve llegó á ser abad; dende por órden del rey Sisebuto pasó á ser arzobispo de Toledo. Tuvo por dicípulo al glorioso san Illefonso, cosa que le dió no menos renombre que sus mismas virtudes, aunque fueron grandes. El mismo le ordenó de diácono, y adelante le sucedió, así en la abadía como en el arzobispado. Parece que la alteracion de los tiempos y pena que Helladio recibió por las revueltas que resultaron fueron ocasion de su muerte, porque al mismo tiempo que Suintila por traicion de Sisenando fué despojado del reino, pasó desta vida. En cuyo lugar sucedió Justo, y por algun tiempo presidió en aquella iglesia. La caida del rey Suintila fué desta manera. Era Sisenando hombre de gran corazon, muy poderoso por las riquezas que tenia, diestro y ejercitado en las cosas de la guerra. Parecióle que el aborrecimiento que comunmente tenian al rey Suintila le presentaba buena ocasion y le abria camino para quitarle la corona. Las fuerzas que tenia no eran bastantes para cosa tan grande. Acudió al rey Dagoberto de Francia. Persuadióle le ayudase con sus fuerzas, avisóle que las voluntades de los naturales estaban de su parte, solo recelaban comenzar cosa tan grande sin tener socorros de otra parte; que

Suintila debajo de nombre de rey era muy cruel tirano, ejecutivo, sujeto á todos los vicios y fealdades, monstruo compuesto de aficiones y codicias entre sí contrarias y repugnantes. Tomado asiento con el Francés, Abundancio y Venerando, capitanes franceses, con gente de Borgoña se metieron por España y llegaron á Zaragoza. Los grandes, que hasta entonces se recelaban y temian, se declararon, y tomadas las armas, no pararon hasta echar del reino á Suintila con su mujer y hijo Rechimiro. Esto se tiene por mas cierto que lo que otros dicen, es á saber, que el rey Suintila y su hijo fallecieron de enfermedad en Toledo, porque del Concilio cuarto toledano y de lo que en él se refiere parece lo contrario; y aun dél se entiende tambien que Agilano, hermano del rey Suintila, entre los demás se arrimó á Sisenando y siguió su partido, si bien la amistad no le duró mucho. De las historias francesas se ve que al rey Dagoberto dieron los nuestros, por ventura á cuenta de los gastos de la guerra, diez libras de oro, que él aplicó para acabar la fábrica de San Dionisio, templo muy sumptuoso y grande junto á Paris y obra del rey Dagoberto. Floreció por este tiempo Juan, obispo de Zaragoza, sucesor de Máximo. Fué muy señalado así bien en la bondad de su vida y liberalidad con los pobres como en la erudicion y letras, de que da testimonio un libro que dejó escrito en razon de cómo se debia celebrar la Pascua. Por el mismo tiempo fueron en España personas de cuenta Vincencio y Ramiro. Vicencio fué abad en San Claudio de Leon, do por defender la religion católica fué muerto por los arrianos, secta que parecia estar ya acabada; su cuerpo en la destruicion de España llevaron á la ciudad de Oviedo. Ramiro fué monje en el mismo monasterio de Leon, y al lado del altar mayor en propia y particular capilla están sus huesos guardados y reverenciados del pueblo. Reinó Suintila diez años; despojáronle del reino año del Señor de 631.

CAPITULO V.

Del rey Sisenando.

Luego que Sisenando salió con lo que pretendia y se vi hecho rey de los godos, como persona discreta advirtió que, por estar los naturales divididos en parcialidades y quedar todavía muchos aficionados al partido contrario, corria peligro de perder en breve lo ganado si no buscaba alguna traza para acudir á este peligro. Parecióle que el mejor camino seria ayudarse de la religion y del brazo eclesiástico, capa con que muchas veces se suelen cubrir los príncipes y aun solaparse grandes engaños. Juntó de todo su señorío como setenta obispos en Toledo con voz de reformar las costumbres de los eclesiásticos, por las revueltas de los tiempos muy estragadas; mas su principal intento era procurar que el rey Suintila fuese condenado por los padres como indigno de la corona, para que los que le seguian y de secreto le eran aficionados, mudado parecer, sosegasen. Túvose la primera junta en la iglesia de Santa Leocadia á 5 de diciembre, año de 634, es á saber, el tercero del reinado del mismo Sisenando. Hallóse el Rey en la junta, y puesto de rodillas con muestra de mucha humildad, con sollozos y lágrimas que de su pecho y sus ojos despedia en abundancia, pidió

á los padres le encomendasen á la divina Majestad para que ayudase sus intentos; que el fin para que se juntaran era la reformacion de la diciplina eclesiástica y de las costumbres; que era justo acudiesen á negocio tan importante. Animáronse los obispos con las buenas palabras del Rey, publicaron decretos muy importantes, y en particular señalaron la forma y ceremonias con que se deben celebrar los concilios provinciales, que mandaban se juntasen cada un año. Las cabezas principales de los decretos son estas. Los padres en los asientos y en el votar guarden la antigüedad de su consagracion. Con su voluntad sean admitidos al concilio los grandes que pareciere se deben en él hallar. Muy de mañana se cierren las puertas del templo en que se tiene la junta, fuera de una por donde entren los padres, con su guarda de porteros. El metropolitano proponga los puntos de que en el concilio se ha de tratar. Las causas particulares proponga el arcediano. Haya en España un Misal y un Breviario. (El cuidado de hacer esto se encomendó á san Isidoro, que tuvo el primer lugar en este Concilio; de aquí resultó que comunmente el Misal y Breviario de los mozárabes se atribuyen á san Isidoro, dado que san Leandro compuso muchas cosas dello, y con el tiempo se añadieron muchas mas.) Antes de la Epifanía resuelvan los sacerdotes entre sí en qué dia de aquel año se ha de celebrar la Pascua, y dello los metropolitanos por sus cartas dén aviso á las iglesias de su provincia. El Apocalipsi de san Juan Evangelista se cuente entre los libros canónicos. Las iglesias de Galicia en la bendicion del cirio Pascual, en las ceremonias y oraciones se conformen con las demás de España. Ninguno se ordene de obispo ni do presbítero que no sea de treinta años y tenga aprobacion del pueblo. Los judíos en adelante no sean forzados á bautizarse. Los que forzados del rey Sisebuto se bautizaron perseveren en la fe que profesaron. Los judíos y los que dellos decienden no puedan tener públicos oficios y magistrados. Los clérigos no corten el cabello, solo en lo mas alto de la cabeza, que deben afeitarla toda; pero de guisa que los cabellos queden en forma de corona. Ninguno se apodere del reino sino fuere por voto de los grandes y prelados. El juramento hecho al Rey no sca quebrantado. Los reyes del poder que les ha sido dado para el bien comun no abusen para hacerse tiranos. Suintila, su mujer y hijos y su hermano sean descomulgados por los males que cometieron en el tiempo que tuvieron el mando. Lo que se pretendia con este decreto, y á que todo lo demás se enderezaba, era asegurar en el reino á Sisenando, y junto con esto para lo de adelante dar aviso que ninguno imitase ni se atreviese ú hacer locuras semejantes. Decreto en que parece tener alguna muestra de aspereza extender el castigo á los hijos del Rey, á quien debia excusar la inocencia de su edad. Pero fué costumbre de los antiguos usada de todas las naciones, que a veces los hijos sean castigados por los padres; y esto á propósito que el mucho amor que les tienen enfrene á los que de su particular interés no harian caso. Firmaron las acciones y decretos del Concilio todos los obispos. Los metropolitanos por este órden: Isidoro, arzobispo de Sevilla; Selva, de Narbona; Stefano, de Mérida, sucesor de Mausona; Inocencio y Renovato, que por este órden le precedieron en aquella iglesia. En cuarto lugar firmó Justo,

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