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prelado de Toledo; en el quinto Juliano, de Braga; y en el postrero Audax, de Tarragona. De los demás prelados y del órden que guardaron no hay que hacer mencion en este lugar. Solo de Justo, arzobispo de Toledo, quiero añadir que, segun parece, era persona suelta de lengua y maldiciente, tanto, que en todas sus pláticas acostumbraba á reprehender y murmurar de todo lo que Helladio, su predecesor, habia hecho; la condicion tuvo tan áspera, que sus mismos clérigos por esta causa le ahogaron en su lecho despues que en aquella iglesia presidió por espacio de tres años. Quién dice que el Justo á quien mataron sus clérigos fué diferente del que fué arzobispo de Toledo. Entre las firmas de los otros obispos está la de Pimenio, obispo que se llama de Asidonia, cuyo nombre hasta el dia de hoy se lee en Medinasidonia en la iglesia de Santiago, grabado en una piedra, y en otra iglesia de San Ambrosio que está á la ribera del mar como media legua de Bejer de la Miel; por donde se entiende que debió consagrara quellas dos iglesias. Demás de lo dicho, personas eruditas y diligentes son de parecer que el libro de las leyes góticas, llamado vulgarmente el Fuero Juzgo, se publicó en este concilio de Toledo, y que su autor principal fué san Isidoro : concuerdan muchos códices antiguos destas leyes que tienen al principio escrito como en el Concilio toledano cuarto, que fué este, se ordenaron y publicaron aquellas leyes. Otros pretenden que Egica, uno de los prostreros reyes godos, hizo esta diligencia. Muévense á sentir esto por las muchas leyes que hay en aquel volúmen de los reyes que adelante vivieron y reinaron. Puede ser, y es muy probable, que al principio aquel libro fué pequeño, despues con el tiempo se le añadieron las leyes de los otros reyes como se iban haciendo. Por conclusion, una fórmula que anda impresa de cómo se han de celebrar los concilios ordinariamente se atribuye á san Isidoro; mas algunos entienden que adelante alguna persona la forjó de lo que en esta razon se determinó en este Concilio y de otras muchas cosas que juntó, tomadas de otros concilios; y que para darle mayor autoridad y crédito la publicó en nombre de san Isidoro, como autor tan grave, y que en particular tuvo el primer lugar en este concilio de Toledo. Todo pudo ser; el juicio desto quedará libre al lector; el nuestro es que las razones que se alegan por la una y por la otra parte ni concluyen que la dicha fórmula sea de san Isidoro ni tampoco lo contrario.

CAPITULO VI.

Del rey Chintila.

Casi por el mismo tiempo que Justo, arzobispo de Toledo, falleció de la manera que ello haya sido, el rey Sisenando pasó desta vida; murió de su enfermedad en Toledo veinte dias despues el año del Señor de 635; reinó tres años, once meses y diez y seis dias. Acudieron los grandes y prelados, conforme á la órden que se dió en el Concilio pasado, para elegir sucesor. Regularon los votos, salió nombrado Chintila y elegido por rey. En lugar del arzobispo Justo sucedió Eugenio, segundo deste nombre, varon esclarecido, así por sus virtudes como conocido por la estrecha amistad que tuvo con san Isidoro, arzobispo de Sevilla; al cual, como Eugenio por

sus cartas preguntase si el inferior puede absolver de la sentencia y censura fulminada por el superior, y si los apóstoles todos fueron de igual poder, respondió en una carta que por ser muy memorable me pareció poner aquí. Dice pues : «Al carísimo y excelente en virtudes >> Eugenio, obispo, Isidoro. Recebí la carta de vuestra »santidad, que trajo el mensajero Verecundo. Dimos >> gracias al Criador de todas las cosas porque se digna >> conservar para bien de su Iglesia en salud vuestro » cuerpo y alma. Para satisfacer conforme á nuestras >> fuerzas á vuestras preguntas pedimos que por los su>>fragios de vuestras oraciones seamos del Señor libra>> dos de las miserias que nos afligen. Cuanto á las pre>> guntas que vuestra venerable paternidad, dado que >> no ignora la verdad, quiere que responda, digo que >> el menor, fuera del artículo de la muerte, no puede >> desatar el vínculo de la sentencia dada por el superior; >> antes al contrario, el superior, conforme á derecho, po>>drá revocar la del inferior, como los padres ortodoxos >> por autoridad sin duda del Espíritu Santo lo tienen de>> terminado; que decir ó hacer al contrario, como vues>> tra prudencia lo entiende, seria cosa de mal ejemplo, »es á saber, gloriarse la segur contra el que corta con » ella. En lo de la igualdad de los apóstoles, Pedro se » aventajó á los demás, que mereció oir del Señor : Tú >> eres Pedro, etc., y no de otro alguno, sino del mismo >> Hijo de Dios y de la Vírgen, recibió el primero la hon>>ra del pontificado. A él tambien despues de la resur>> reccion del Hijo de Dios fué dicho por él mismo: Apa>>cienta mis corderos; entendiendo por nombre de cor>> deros los prelados de las iglesias, cuya dignidad y >> poderío, dado que pasó á todos los obispos católicos, >> especialmente reside para siempre por singular privile>> gio en el de Roma, como cabeza mas alta que los otros >> miembros. Cualquiera pues que no le prestare con >> reverencia la debida obediencia, apartado de la cabe»za, se muestra ser caido en el acefalismo. Doctrina » que la santa Iglesia aprueba y guarda como artículo >> de fe, lo cual quien no creyere fiel y firmemente no po>>drá ser salvo, como lo dice san Atanasio hablando de » la fe de la Santa Trinidad. Estas cosas brevemente he >> respondido á vuestra dulcisima caridad sin ser mas »largo; pues, como dice el filósofo, al sabio poco lo >> basta. Dios os guarde. » Un pedazo desta carta engirió don Lúcas de Tuy poco menos ha de cuatrocientos años en una disputa docta y elegante que hizo contra la secta de los albigenses, que se derramaba y cundia por España. Volvamos al rey Chintila, de quien algunos sienten fué hermano carnal del rey Sisenando y padre do ambos Suintila. En contrario desto hace que en el cuarto Concilio toledano se dicen muchos baldones contra Suintila, que no parece sufriera ninguno de sus hijos que en su presencia maltrataran de aquella suerte á su padre; conjetura á mi ver bastante. La verdad es que luego que el rey Chintila se encargó del gobierno, sea por miedo de alguna revuelta, sea por imitar el ejemplo de su predecesor, hizo que se juntase un nuevo concilio de obispos en Toledo á proposito que por su voto los padres confirmasen su eleccion. Era cosa muy larga esperar que todos los prelados de aquel reino se juntasen. Acudieron sin dilacion veinte y dos obispos, casi todos de la provincia cartaginense, que fué el primer año del reinado de Chintila, y del nacimiento de Cristo se contaban 636.

Hízose la junta en la iglesia de Santa Leocadia, en que se ordenaron algunas leyes. La primera contiene que cada un año á 13 de diciembre por espacio de tres dias se hagan las letanías. Habia costumbre de muy antiguo que antes de la Ascension se hiciesen estas procesiones por los frutos de la tierra. Mamerco, obispo de Viena, en cierta plaga, es á saber, que los lobos en aquella tierra rabiaban y hacian mucho daño, por estar olvidada la renovó como docientos años antes deste tiempo, y aun añadió de nuevo el ayuno y nuevas rogativas, todo lo cual se introdujo en las demás partes de la Iglesia. Gregorio Magno asimismo los años pasados, por causa de cierta peste que anduvo en Roma muy grave, ordenó que el dia de san Márcos se hiciesen las letanías; lo uno y lo otro se guarda do quiera todos los años. En España, en particular en el Concilio gerundense se aprobó y recibió todo lo que está dicho; mas en este Concilio fué tan grande la devocion y celo de los padres, que con un nuevo decreto mandaron se hiciesen las dichas letanías el mes de diciembre, no con intento de alcanzar alguna merced ni de librarse de algun temporal, sino para aplacar á Dios y alcanzar perdon de los pecados, que eran muchos y muy graves. Verdad es que estas letanías se han dejado, y ya en ninguna parte se hacen. Los demás decretos deste Concilio son de poca consideracion. Enderézanse á confirmar la eleccion del rey Chintila y amparar á sus hijos, que aun despues de la muerte de su padre mandan ninguno se atreva á hacerles agravio ni demasía. En particular para reprimir la ambicion se ordena, so pena de excomunion, que ninguno se apodere del reino sino fuere elegido por votos libres, y que se dé solamente á los que descendian de la antigua nobleza y alcuña de los godos. Que ninguno se atreva á negociar los votos antes de la muerte del Rey, por ser lo contrario ocasion de alteraciones y aleves. En este Concilio, que entre los toledanos es el quinto, tuvo el primer lugar Eugenio, arzobispo de Toledo, que firmó los decretos del Concilio por estas palabras: Yo Eugenio, por la misericordia de Dios, obispo metropolitano de la iglesia de Toledo, de la provincia cartaginense, consintiendo firmé estos comunes decretos. Despues dél se sigue Tonancio, obispo de Palencia, como se lee en los códices muy antiguos, y por su órden los demás obispos. Para que estos decretos tuviesen mas fuerza y fuesen recebidos de todo el reino, el año luego siguiente á instancia del Rey se juntaron en Toledo pasados de cincuenta obispos, todos del señorío de los godos. Celebróse el Concilio, que fué el sexto entre los de Toledo, en Santa Leocadia la Pretoriense, que algunos entienden fué la iglesia desta Santa que está junto al alcázar llamado en latin Pretorio, y en su vejez muestra rastros de su antiguo primor y grandeza. Otros quieren que la iglesia de Santa Leocadia la Pretoriense fuese la que está fuera de la ciudad, porque tambien las casas de campo se llaman pretorios. Demás que el alcázar entonces no estaba donde hoy. La verdad es que la junta se tuvo á 9 de enero, año del Señor de 637; en ella se ordenaron y publicaron diez y nueve decretos, que se enderezan parte á reformar la diciplina eclesiástica, parte á confirmar lo que acerca del Rey y de sus hijos se decretó en el Concilio pasado. Demás desto, ordenaron por decreto particular que no se diese la posesion del reino á nin

no antes que expresamente jurase que no daria favor en manera alguna á los judíos, ni aun permitiria que alguno que no fuese cristiano pudiese vivir en el reino libremente. Halláronse en este Concilio los prelados Selva, de Narbona, Juliano, de Braga, Eugenio, de Toledo, Honorato, de Sevilla, sucesor de san Isidoro, que ya por estos tiempos era fallecido. Allende destos, Protasio, obispo de Valencia, y los demás prelados que firmaron por su órden. El que tuvo mas mano en la direccion de los negocios, y se entiende formó los decretos que en este Concilio se hicieron, fué Braulio, obispo de Zaragoza, que en aquella iglesia sucedió á su hermano Juan, como persona que se aventajaba á los demás en el ingenio, erudicion y letras. Demás desto, en nombre del Concilio escribió una carta á Honorio, á la sazon pontifice romano, para pedirle que con su autoridad aprobase lo que en el Concilio se decretara. Desta carta dice el arzobispo don Rodrigo era tan elegante en las palabras, tan llena de graves sentencias, el estilo tan concertado, que causó grande admiracion en Roma. La celebracion destos concilios fué la cosa mas memorable que se cuenta del rey Chintila; debió ser que por haber echado los enemigos de todo su señorío y estar el reino reposado y en paz no se ofrecieron guerras de consideracion, mayormente que la buena diligencia del Rey y la autoridad de los obispos tenian los naturales reprimidos para no mover alteraciones y alborotos. Falleció el rey Chintila año de nuestra salvacion de 639. Poseyó el reino tres años, ocho meses y nueve dias.

CAPITULO VII.

De la vida y muerte del bienaventurado san Isidoro.

tu

Por el Concilio toledano sexto y por los obispos que en él se hallaron, como queda apuntado, se entiende que el bienaventurado san Isidoro á la sazon era pasado desta presente vida; y por lo que dél escribió san Illefonso en los Varones ilustres parece fué su muerte el año postrero del rey Sisenando, que se contaban del nacimiento de Cristo 635. Otros son de opinion que vo vida mas larga y llegó al tiempo del rey Chintila, cuyo reinado acabamos de tratar. Fué este insigne varon hermano de padre y madre de san Leandro, san Fulgencio y santa Florentina; otros tambien le señalan por hermana á Teodosia, madre de los reyes Hermenegildo y Recaredo. En los años y en la edad fué el menor entre todos sus hermanos; en la elocuencia, ingenio y doctrina se les aventajó grandemente, y en la grandeza del ánimo y de sus virtudes igualó á su padre Severiano, de quien algunos dicen fué duque de la provincia cartaginense. Dejó muchos libros escritos que dan bastante muestra de lo que queda dicho, cuya lista y catálogo san Illefonso y Braulio pusieron en la vida que deste Santo escribieron. Indicio y presagio de su grande elocuencia fué lo que escriben de un enjambre de

Isidoro siendo niño, cosa que ni se cree ni se dice sino de personas de gran cuenta. Verdad es que tambien refieren que en sus primeros años se mostró de ingenio rudo, lo cual, y juntamente el miedo del soberbio maestro que le enseñaba, fué ocasion que se sa◄ lió y huyó de la casa de su padre. Andaba descarriado por los campos, cuando á la sazon advirtió en un pozo

de son siue volaban al rededor de la cuna y de la boca

un brocal acanalado por el largo uso y por el ludir de la soga. Consideró, aunque pequeño, con aquella vista cuán grandes sean las fuerzas de la costumbre y como el arte, perseverancia y trabajo pueden mas que la naturaleza; con esta consideracion dió la vuelta. Parte deste brocal, que es de mármol, se muestra en San Isi doro de Sevilla, y se tiene ordinariamente fué el mismo de que se ha dicho. Destos principios subió á la cumbre de doctrina y erudicion con que alumbró y ennobleció toda España; y al tiempo que sus hermanos andaban desterrados por el rey Leuvigildo, sirvió mucho con su celo y osadía á la Iglesia católica. Ayudóle mucho para que se hiciese tan docto san Leandro, su hermano, ca vuelto del destierro, y conocidas sus aventajadas partes y las grandes esperanzas que de sí daba, ó fuese por otra causa, le encerró en un aposento sin dejalle libertad para ir donde quisiese. Aprovechóse él de aquella clausura, de la edad y ingenio, que todo era á propósito, para revolver gran número de libros, de que resultó el de las Etimologías, de erudicion tan varia, que parece cosa de milagro para aquellos tiempos, obra que últimamente perficionó y publicó adelante á persuasion de Braulio, su grande amigo. Duró este recogimiento tan estrecho todo el tiempo que vivió san Leandro, su hermano, que por su muerte fué puesto en su lugar y en su silla. Gobernó aquella iglesia con gran prudencia, hizo leyes y constituciones muy á propósito. Mas como quier que entendiese que todo lo demás es de poco momento, si los mozos desde su primera edad á manera de cera no son amaestrados y enderezados en toda virtud, fundó en Sevilla un colegio para enseñar la juventud y ejercitarla en virtud y letras. Deste colegio á guisa de un castillo roquero salieron grandes soldados, varones señalados y excelentes, entre los demás los santos Illefonso y Braulio. Algunos afirman que en tiempo de Gregorio Magno fué Isidoro á Roma, que debió ser con deseo que tenia de renovar y continuar la amistad que entre aquel santo pontifice y su hermano desde los años pasados estaba trabada. Lo que añaden que en brevísimo espacio, antes la misma noche de Navidad hizo aquella jornada y dió la vuelta; demás desto, que dos candelas que él mismo con cierto artificio hizo, se hallaron en su sepulcro encendidas en tiempo del rey don Fernando el Primero; item, que el falso profeta Mahoma fué por este Santo echado de Córdoba; todas estas cosas las desechamos como frívolas y hablillas sin fundamento, pues ni son á propósito para aumentar su grandeza, y quitan el crédito á las demás que dél con verdad se cuentan. Por la verdad y templanza se camina mejor; mas ¿qué cosa puede ser mas vana que pretender con fábulas honrar la vida y hechos de los santos de Dios? O ¿qué cosa puede ser mas perjudicial ni mas contraria á la religion y honra de los santos que la mentira? La verdad es que la prudencia de san Isidoro ayudó mucho para que todo el reino se gobernase con muy buenas leyes y estatutos que por su órden se hicieron, y que para reformar las costumbres, á instancia suya y por su órden, se tuvieron en Sevilla y en Toledo algunos concilios. Fué arzobispo de Sevilla como cuarenta años. Llegado á lo postrero de su edad, que fué muy larga, le sobrevino una muy grave y mortal fiebre. Visto que se moria, hízose llevar en hombros por sus discípulos á la iglesia de San Vi

cente de la misma ciudad de Sevilla; hiciéronle compañía hasta tanto que rindió el alma un obispo llamado Juan y Uparcio, sus muy especiales amigos. En aquella iglesia hizo pública confesion de sus pecados y recibió el santísimo sacramento de la Eucaristía, con que por espacio de tres dias se aparejó como era razon para partir desta vida. En aquel tiempo dió lugar á todos para que le viesen y hablasen. Consolólos con palabras muy amorosas; pidió perdon, así como estaba, á todo el pueblo en comun y misericordia á Dios con oracion muy ferviente y grande humildad interior y exterior. Por conclusion, entre los sollozos de los suyos y lágrimas muy abundantes que toda la ciudad despedia por su muerte, en el mismo templo rindió el espíritu á 4 de abril, que es el mismo dia en que en España se le hace fiesta particular. El año en que murió no está puntualmente averiguado. No hizo testamento, parte por la pobreza que profesaba, parte porque todos los bienes que le quedaban se dieron por su mandado aquellos dias á pobres. Reconoció por toda la vida el primado de la Iglesia romana, ca decia era la fuente de las leyes y decretos á que se debe acudir en todo lo que concierne á las cosas sagradas, ritos y ceremonias. Esto solia decir en toda la vida; pero al tiempo de su muerte mas en particular protestó á aquella nacion que si se apartaban de los divinos mandamientos y doctrina á ellos enseñada serian castigados de todas maneras, derribados de la cumbre en que estaban y oprimidos con muy grandes trabajos; mas que todavía, si avisados con los males se redujesen á mejor partido, con mayor gloria que antes se adelantarian á las demás naciones. No se engañó en lo uno ni en lo otro, ni salió falsa su profecía, como se entiende, así por las tempestades antiguas que padeció España como por la grandeza de que al presente goza, cuando vemos que su imperio, derribado antiguamente por las maldades y desobediencia del rey Witiza y despues levantado, de pequeños principios ha venido á tanta grandeza, que casi se extiende hasta los últimos fines de la tierra. Por la muerte de san Isidoro sucedió en aquella silla Teodisclo, griego de nacion; deste refieren algunos corrompió las obras de san Isidoro y las entregó á Avicena, árabe, para que traducidas en lengua arábiga las publicase en su nombre y por suyas. Lo que toca á Avicena, si ya no fué otro del mismo nombre, es falso, pues por testimonio de Sorsano, contemporáneo del mismo Avicena y que escribió su vida, se sabe que mas de trecientos años adelante pasó toda la vida en la casa y palacio real de los Persas sin venir jamás á España. Martino Polono en su Cronicon dice que, como el papa Bonifacio VIII tratase de nombrar y señalar los cuatro doctores de la Iglesia para que se les hiciese fiesta particular, no faltaron personas que juzgaron debia san Isidoro ser antepuesto á san Ambrosio, á lo menos era razon que con los cuatro le contasen por el quinto. Hace para que esto se crea la erudicion deste santo varon en todo género de letras, y que en el número de los cuatro doctores se cuentan y ponen dos de Italia, y ninguno del poniente ni de los tramontanos. Tambien es cosa cierta que en España, bien que en diferentes tiempos, florecieron tres personas muy aventajadas deste mismo nombre: Isidoro, obispo de Córdoba, al que por su antigüedad llaman el mas Viejo; el segundo, Isidoro, hispalense, cuya vida acabamos de escribir; el postrero, Isi

doro, pacense, que fué adelante, y por esto se llama comunmente el mas Mozo; dado que á las veces suelen dar este mismo apellido á Isidoro el hispalense cuando le comparan con el cordobés. Esto se advierte para que este sobrenombre de Junior ó mas Mozo no engañe á ninguno ni le deslumbre.

CAPITULO VIII.

De los reyes Tulga, Chindasvinto y Recesvinto.

En lugar del rey Chintila, por voto de los grandes del reino, fué puesto Tulga, mozo en la edad, pero en las virtudes viejo; en particular se señalaba en la justicia, celo de la religion, en la prudencia, en el gobierno y destreza en las cosas de la guerra. Fué muy liberal para con los necesitados, virtud muy propia de los reyes, que es justo entiendan que la abundancia de bienes y sus riquezas no deben servir para su particular provecho y para sus deleites, sino para ayudar á los flacos y para remedio de todo el pueblo. Iba destos principios en aumento, y parecia habia de subir á la cumbre de toda virtud y valor cuando la muerte le atajó los pasos, que de enfermedad le sobrevino en la ciudad de Toledo, año de nuestra salvacion de 641. Tuvo el reino solos dos años y cuatro meses. Sigiberto, gemblacense, dice que el rey Tulga fué mozo liviano, y con su libertad y soltura dió ocasion á los suyos para que se levantasen contra él y le echasen del reino. La razon pide hacer mas caso en esta parte de lo que san Illefonso depone, como testigo de vista, que de lo que escribió un extranjero, ó por odio de nuestra nacion, ó lo que es mas probable, por engaño, á causa de la distancia del lugar y tiempo en que y cuando escribió, con que fácilmente se suelen trocar las cosas. La verdad es que por la muerte de Tulga, como quier que el reino de los godos quedase sin gobernalle y sujeto á ser combatido de los vientos, Flavio Chindasvinto, por tener á su cargo la gente de guerra con cuyas fuerzas se habia rebelado contra el rey Tulga, que parece le despreciaba por su edad, luego que falleció, con las mismas armas y con el favor de los godos se apoderó de todo y se quedó con el reino; que los demás grandes del reino no se alrevieron á hacerle contradiccion ni contrastar con el que tenia en su poder los soldados viejos y las huestes del reino. Verdad es que, aunque se apoderó del reino tiránicamente, en lo de adelante se gobernó bien; que parece pretendia con la bondad de sus costumbres, prudencia y valor suplir la falta pasada. Lo primero que hizo fué poner en órden las cosas de la república con buenas leyes y estatutos que ordenó; y para que con mayor acuerdo se tratase de todo lo que era conveniente, el sexto año de su reinado hizo juntar en Toledo los obispos de todo su señorío. Concurrieron treinta obispos de diversas partes. La primera junta se tuvo á 28 de octubre, dia de los apóstoles san Simon y Júdas. Es este Concilio entre los toledanos el seteno. En él se publicaron seis decretos, y entre ellos, conforme á lo que estaba ordenado en el Concilio valentino, que se tuvo en tiempo del rey Teodorico y del papa Simaco, de nuevo se mandó que á la muerte de cualquier obispo se hallase el que de los obispos comarcanos fuese para ello avisado para asistir en el enterramiento y honras del difunto, y acudir á lo que ocurriese. Ponen

pena de descomunion por espacio de un año y suspension de su oficio y dignidad al que no obedeciese y avisado no quisiese acudir. No falta quien diga que en este Condilio, por autoridad de los padres, se compuso la diferencia que entre los arzobispos de Sevilla y Toledo andaba sobre el primado. La verdad es que en el postrer capítulo se mandó que los obispos comarcanos por su turno, cada cual su mes, acudiese á la ciudad de Toledo y con su presencia la honrase; decreto que dicen ordenan teniendo consideracion á la dignidad del rey y á honrar al metropolitano. Por lo demás, las firmas de los obispos muestran claramente que no pretendieron por este privilegio dar al arzobispo de Toledo la autoridad de primado, pues despues de los arzobispos Oroncio, de Mérida, y Antonio, de Sevilla, en tercero y cuarto lugar firmaron Eugenio, prelado de Toledo, y Protasio, de Tarragona. Siguiéronse los otros obispos por el órden de su antigüedad y consagracion; despues dellos los vicarios ó procuradores de los obispos ausentes, en cuyas firmas se debe advertir que no dicen consentir solamente, sino determinar las acciones del Concilio; cosa extraordinaria, y que en nuestra edad no usaron de semejante autoridad y palabras los vicarios de los obispos ausentes en el concilio de Trento. Era por este tiempo arzobispo de Sevilla Antonio, como queda tocado, que sucedió en lugar de Teodisclo, depuesto poco antes y echado de toda España por mandado del rey Chindasvinto, á causa que con su natural liviandad sembraba mala doctrina, y aun le convencieron que para dar mayor autoridad á lo que enseñaba corrompió las obras de san Isidoro que le vinieron á las manos, como al que le sucedió en su iglesia y dignidad. Depuesto, pasó en Africa y allí se hizo moro; que tan grande es la fuerza de la obstinacion y en tanto grado se ciegan los hombres que una vez se apartan del verdadero camino. Desta caida de Teodisclo refieren los que pretenden favorecer el primado de Toledo, y en particular el arzobispo don Rodrigo, que el rey Chindasvinto tomó ocasion para pasar á aquella ciudad real la dignidad de primado, y quitarla á la ciudad de Sevilla en que hasta entonces estuviera, y que lo uno y lo otro se hizo por voluntad y privilegio del Pontífice romano; lo cual dicen sin argumento bastante ni testimonio de algun escritor antiguo que tal diga; así, lo dejamos como cosa sin fundamento. Gobernaban por estos tiempos la Iglesia de Roma Teodoro y el que le sucedió, que fué Martino el Primero. Tiénese por cierto, y hay memorias antiguas, que Chindasvinto, con deseo que tenia de enriquecer á España con libros y letras, envió á Roma el obispo de Zaragoza, llamado Tajo, para que con voluntad del papa Teodoro buscase en particular los libros de san Gregorio sobre Job, llenos de alegorías y moralidades excelentes, para que los trajese consigo á España; ca los que el dicho Gregorio envió á Leandro, á quien los dedicó, si los envió empero, no parecian por la injuria de los tiempos. Decia tener gran deseo, por medio de aquellos libros, de renovar en España la memoria del uno y del otro Santo, aumentar la religion católica y confirmarla y enriquecer la librería eclesiástica, que tenia por cierto con ninguna cosa podria dar mas lustre á su reino, que se hallaba por medio de la paz, y por haber alanzado de sí la impiedad arriana,

y muy noble, con deseo de conservar la virginidad acudió al amparo de Fructuoso. Esto pasaba en España en lo postrero de la edad del rey Chindasvinto, cuando él, con intento de asegurar y continuar el reino en su familia, de que se apoderara por fuerza, nombró por su compañero en él á su hijo Flavio Recesvinto, el año de Cristo de 648, despues de haber reinado solo y sin compañero por espacio de seis años, ocho meses y veinte dias. Despues desto, aunque vivió tres años, cuatro meses y once dias, pero este tiempo se cuenta en el reinado de su hijo, á causa que por su mucha edad le dejaba todo el gobierno. Falleció Chindasvinto en Toledo de enfermedad, ó como otros dicen, con yerbas que le dieron. Su cuerpo y el de la reina Riciberga, su mujer, sepultaron en el monasterio de San Roman, que hoy se llama de Hormisga, y está á la ribera del rio Duero, entre Toro y Tordesillas. Fundóle este mismo Rey para su entierro y sepultarse en él, cose hizo.

CAPITULO IX.

De tres concilios de Toledo.

colmado de bienes, que con los estudios de la sabiduría y con procurar que la religion se conservase en su puridad; que para todo eran muy á propósito los libros de los padres antiguos. Llegó Tajo á Roma, propuso su embajada. Deseaba el Papa darle contento y complacer al Rey; pero habia sucedido en Roma lo mismo que en España, que casi no quedaba memoria de aquellos libros. Era cosa larga revolver todos los papeles y archivos; dilatábase el negocio de dia en dia, ora alegaban una ocasion de la tardanza, ora otra. Visto el Obispo que todo era palabras y que no se descubria camino para alcanzar lo que pretendia, acudió á Dios con muy ferviente oracion; suplicóle no permitiese que tan grandes trabajos fuesen en vano, que ayudase benignamente los piadosos intentos de su Rey; pasó toda la noche en estas plegarias. Acudió nuestro Señor á su demanda, señalóle el lugar en que tenian guardados los escritos de san Gregorio, con que se efectuó todo lo que deseaba. Hobo fama, y el mismo Tajo lo testifica en una carta que escribió en esta razon, que el mismo san Gregorio le apareció y reveló lo que tanto deseaba saber. Por el mismo tiempo comenzó á correr en España la fama de Fructuoso. Trocó la vida de señor, que las historias de aquel tiempo llaman senior, por ser de la real san- Era por estos tiempos arzobispo de Toledo Eugegre de los godos y su padre duque, en la flor de su nio III, sucesor del otro Eugenio. Fué discípulo de Heedad, con la vida de particular y de monje. Tuvo por lladio, como lo fueron los otros tres arzobispos que le maestro al principio á Tonancio, obispo de Palencia. precedieron. Siendo mas mozo, con deseo de darse á Llegado á mayor edad, con deseo de mas perfeccion las letras dejó en la iglesia de Toledo un lugar princise fué á vivir al desierto en aquella parte que hoy lla-pal que tenia entre los demás ministros de aquel temman el Vierzo, donde de su mismo patrimonio adelan-plo, y tomó el hábito de monje en Santa Engracia de te edificó un monasterio de monjes con la advocacion de los mártires Justo y Pastor. Cerca de Complútica, á las haldas del monte Irago, se ven los rastros deste monasterio, y en la iglesia catedral de Astorga, de do cae no léjos aquel sitio, entre las demás dignidades se cuenta el abad complutense, ca despues que aquel monasterio fué en el tiempo adelante destruido, se ordenó que aquella abadía fuese dignidad de Astorga. De un privilegio que dió el rey Ramiro el Tercero á la dicha iglesia de Astorga se entiende que el rey Chindasvinto ayudó con muchas posesiones y preseas que dió á Fructuoso para la fundacion y dotacion de aquel monasterio. Demás desto, porque en el primer monasterio no cabia tanta muchedumbre de religiosos como cada dia acudian á la fama de Fructuoso y de su santidad, fundó él mismo allí cerca otro monasterio con advocacion de San Pedro, en un sitio rodeado por todas partes de montes y arboledas muy frescas. Deste convento, en tiempo del rey Wamba, fué prelado el abad Valerio, cuyo libro se conserva hasta hoy con título de la Vana sabiduría del siglo, sin otras algunas obras suyas en prosa y en verso, que dan muestra de su ingenio, piedad y doctrina. Este monasterio reedificó adelante y le ensanchó Genadio, obispo de Astorga, del Señor de 906, como se entiende por la letra de una piedra que está en la misma puerta del claustro, por donde de la iglesia se pasa al monasterio. Otro tercero monasterio edificó Fructuoso en la isla de Cádiz, y el cuarto en tierra firme, nueve leguas de aquellas riberas, sin otros que en diversos lugares fundó, así de varones como de mujeres. Entre las vírgenes Benedicta tuvo el primer lugar, y fué muy señalada, porque dejado el esposo á quien estaba prometida, persona rica M-1.

año

Zaragoza. Por muerte de Eugenio II le sacaron del monasterio casi por fuerza para que tomase el gobierno de la iglesia de Toledo. Corrigió el canto eclesiático y le redujo á mejor forma, ca estaba estragado con el tiempo y mudado de lo que solia ser antiguamente. Compuso un libro De Trinitate, y á la obra de Draconcio, que en verso heróico, á manera de parafrasi, declara el principio del Génesis y la creacion del mundo, añadió Eugenio la declaracion del dia seteno que faltaba. Destos versos y de otras epígramas suyas, que hasta nuestra era se han conservado, se entiende que tuvo letras y ingenio y erudicion no pequeña para aquellos tiempos. Entre aquellas epígramas están los epitafios de los rey y reina Chindasvinto y Riciberga, si bien son algo groseros, mas á causa de lo poco que en aquella edad se sabia que por falta del mismo Eugenio. Algunos dicen que fué tio de san Ilefonso, hermano de su madre. Otros lo tienen por falso; paréceles que si esto fuera así, ó el mismo san Ilefonso ó san Julian, en lo que añadieron á los Claros varones de san Isidoro, hicieran mencion de cosa tan señalada. Algunos martirologios ponen á este prelado en el número de los demás santos, y señalan su dia á 13 de noviembre, por el cual camino van tambien algunas personas eruditas. Hace contra esto que en el Martirologio de Toledo, en que parece se debia principalmente poner, no está; en fin, este punto ni por la una parte ni por la otra está averiguado bastantemente. Demás desto, sospecho yo que Eugenio III fué el que se halló y firmó en el Concilio próximo pasado de Toledo. Muéveme á pensar esto ver que Antonio, arzobispo de Sevilla, que poco antes fué elegido, en las firmas le precedia para muestra de que era mas antiguo prelado. En tiempo deste prelado, sin du

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