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Ranosindo, duque tarraconense, y de Hildigiso, gardingo, que era nombre de autoridad y de magistrado y dignidad semejable á la de los duques y condes, como si dijésemos adelantado ó merino. El uno y el otro eran personas muy principales, con cuya ayuda y por su consejo se apoderó de Barcelona, de Girona y de Vique, ciudades puestas en la entrada de España por la parte de Cataluña. Acrecentáronse con esto las fuerzas desta parcialidad de levantados. Trataron de pasar á Francia con intento de juntar sus fuerzas con las de Hilderico, con que confiaban serian bastantes para resistir al Rey. Argebaudo, arzobispo de Narbona, al principio pretendió cerrar las puertas de su ciudad á los conjurados. Anticipáronse ellos tanto, que el Arzobispo fué forzado acomodarse al tiempo y dar muestra de juntarse con ellos, mas por falta de ánimo que por aprobar lo que los alevosos trataban. Entrado Paulo en aquella ciudad, hizo junta de ciudadanos y soldados, y en ella reprehendió primeramente al Arzobispo, que temerariamente pretendió cerrar las puertas á los que habian servido mucho á la república, y no trataban de liacerle algun mal y daño. Despues desto, declaró las causas por donde entendia que con buen título podia tomar las armas contra Wamba, que fuera hecho rey, no conforme á las leyes ni con buen órden y traza, sino al antojo de algunos pocos, al cual cuando se da lugar, no el consentimiento comun prevalece, sino la fuerza y atrevimiento. Concluyó con decir seria conveniente y cumplidero proceder á nueva eleccion y conforme á las leyes nombrar un nuevo rey, á quien todos obedeciesen, y con cuyo amparo, fuerzas y consejos hiciesen rostro á los que á Wamba favoreciesen. Ranosindo, á voces para que todos le oyesen, dijo que él no conocia persona mas á propósito ni mas digno del nombre de rey que el mismo Paulo; que fué representar en público la farsa que entre los dos de secreto tenian compuesta y trovada. Muchos de los parciales de propósito estaban derramados y mezclados entre la muchedumbre; estos con gran gritería acudieron luego á aquel parecer; los cuerdos y que mejor sentian callaron y disimularon, ca no les cumplia al hacer en tan gran revuelta y alteracion. Con tanto, Paulo fué declarado y elegido por rey; pusiéronle en la cabeza una corona que el rey Recaredo ofreció á san Félix, mártir de Girona. Era tanto el calor de aquella rebelion, y tan encendido el deseo de llevar adelante lo comenzado, que todo lo atropellaban; y no solo se apoderaban de las riquezas profanas, oro y plata del público y de particulares, sino tambien extendian sus manos sacrilegas á los tesoros sagrados y á despojar los templos de Dios de sus vasos y preseas. Allegóse á este parecer fácilmente Hilperico, conde de Nimes, el primero que fué á levantarse, y con él se les juntaron todas las ciudades de la Gallia Gótica. Demás desto, no pequeña parte de la España Tarraconense siguió á Ranosindo, su duque. Puestas las cosas en este término, Paulo se ensoberbeció de tal manera, que se resolvió de desafiar al rey Wamba. Envióle una carta afrentosa; era de suyo hombre deslenguado, demás que pretendia acreditarse con el vulgo y con la muchedumbre, que suele á las veces cebarse y hacer caso de semejantes fieros y amenazas. Destos baldones y destas parcialidades, segun yo entiendo, procedió la fama del vulgo, que hace á Wamba

villano, y que subió al cetro y corona del arado y del azada; mas sin falta es manifiesto yerro, que á la verdad fué y nació de la mas principal nobleza de los godos, y en la corte y casa de los reyes pasados tuvo el primer lugar en privanza y autoridad. Luego que el rey Wamba fué avisado de la traicion y tramas de Paulo, llamó á consejo los grandes, preguntóles su parecer, si seria mas á propósito sin dilacion marchar con la gente la vuelta de Francia para apagar en sus principios aquel fuego antes que pasase adelante, ó si seria mas expediente rehacerse en Toledo de nuevas fuerzas y socorros para asegurar mas su partido. Los pareceres fueron diferentes : los mas atrevidos tenian y juzgaban por perjudicial cualquiera tardanza; decian que se daria lugar á los traidores para fortificarse y cobrar mas ánimo, y los soldados reales que deseaban venir á las manos se resfriarian en gran parte. «¿Qué otra cosa dará á entender el retirarse y volver atrás, sino que con color de recato huimos torpemente, como sea averiguado que ninguna cosa hay de tanto momento en las guerras como la fama? Los varios y maravillosos trances y los tiempos pasados testifican de cuánta importancia para alcanzar la victoria sea el crédito acerca de los hombres y la reputacion. » Otros tenian por mas acertado proceder de espacio y dar lugar á que el nuevo Rey se arraigase mas. Temian que, desamparada España, no se les levantase mayor guerra por las espaldas; que la traicion de Paulo daba bastante muestra de no estar llanas las voluntades de todos. Demás desto, que el ejército que tenia era flaco, pues aun no habia sido bastante para sujetar del todo los de Navarra, y que era forzoso rehacelle. A los grandes emperadores y capitanes muchas veces acarreó gran daño hacer caso del pueblo y de sus dichos y volver las espaldas al qué dirán. Oidos por Wamba los pareceres y pesadas las razones por la una y por la otra parte: «Por mejor, dice, tengo prevenir los intentos de los contrarios y acudir con el remedio antes que el mal pase adelante, y que se nos pase la ocasion que en un momento se suele resbalar de la mano; cosa que nos daria pena doblada. La victoria, que tengo por cierto ganarémos, dará reputacion á nuestro imperio; confio en la ayuda de Dios que mirará por nuestra justicia, y en vuestro esfuerzo, al cual ninguna cosa podrá hacer contraste. Y es justo que encendamos mas aína con la presteza la indignacion concebida contra los traidores y el fervor de los soldados, que con la tardanza entibialle; ca la ira es de tal condicion, que con la priesa se aviva y con el tiempo se apaga. El trabajo de las ciudades, los campos talados, los bienes de nuestros vasallos robados, ¿á quién no moverán el corazon? Males que forzosamente se aumenta❤ rán de cada dia si esta empresa se dilata. ¿Quién de Vos, si ya el ardor de la noble sangre no está resfriado y acabado el valor antiguo de los godos, no tendrá por cosa mas grave que la misma muerte dejar los amigos deudos á la discrecion y crueldad de los enemigos, y con la tardanza dar ánimo á los que, asombrados de su misma conciencia y de sus maldades, no podrán sufrir vuestra vista? Apresuremos pues la partida, y con la ayuda de Dios, cuya causa principalmente se trata, castiguemos esta gente malvada, y no permitamos se persuadan que tenemos miedo de sus fuerzas. Nuestro ejército ni es tan flaco como algunos han apuntado, y

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la loa y prez de la victoria tanto será mayor cuanto con menor aparato y mas en breve se ganare. » Este razonamiento del Rey avivó de tal guisa los corazones de todos, y fué tan grande el ardor que se despertó, que dentro de siete dias pusieron fin á la guerra de Navarra, que fué buen pronóstico para la empresa que quedaba y buen principio. Ninguna cosa mas deseaban los soldados que verse con el enemigo; cualquier tardanza les parecia mil años; tan grande era la confianza que tenian y el ánimo que habian cobrado. Tomaron luego el camino de Calahorra y de Huesca. Llegaron á las fronteras de Cataluña con una priesa extraordinaria. Alli repartieron el ejército en tres partes ó escuadrones; el uno fué á Castrolibia, cabeza que era de Cerdania; el segundo tomó el camino de la ciudad de Vique; el tercero, como le fué mandado, marchó hácia la marina para dar la tala á los campos y pueblos de aquella comarca. El Rey con la fuerza del ejército seguia las pisadas de los que le iban delante. Hizo justicia de algunos soldados por malos tratamientos que hicieron á la gente menuda y fuerzas á doncellas; mandó les cortasen los prepucios, que fué castigar á los culpados y escarmentar á los demás. Persuadíase el buen Rey que no hay cosa mas eficaz para aplacar á Dios que el castigo de las maldades, y que ninguna cosa enoja mas á su Majestad que disimular los agravios hechos á la gente miserable. Llegó por sus jornadas á Barcelona; apoderóse de aquella ciudad fácilmente, que es cabecera de Cataluña. Los principales de entre los rebeldes que le vinieron á las manos fueron puestos á recado para ser castigados conforme contra cada cual se hallase. Pasó mas adelante y apoderóse de Girona; rindióla su obispo, por nombre Amador, á quien poco antes Paulo pretendió asegurar con una carta que le escribió, en que le amonestaba entregase la ciudad al que primero de los dos con gente se presentase delante. Leyó aquella carta el rey Wamba, y burlándose de Paulo dijo: En nuestro favor se escribió esto como profecía de nuestra llegada. Detúvose en aquella comarca dos dias para repararse; desque el ejército hobo descansado pasaron las cumbres y estrechuras de los Pirineos sin hallar alguna resistencia. Ganáronse en aquella comarca por fuerza tres pueblos, es á saber, Caucoliberis, que hoy es Colibre; Vulturaria y Castrolibia, que saquearon los soldados. Demás desto, otro pueblo asentado en las estrechuras de aquellos montes, por lo cual se llamaba Clausura, que es lo mismo que cerradura, fué tambien ganado por los capitanes. Allí prendieron á Ranosindo y Hildigiso y otras cabezas de los conjurados. Witimiro estaba con guarnicion de soldados en otro pueblo llamado Sordonia. No le pareció seria bastante para defenderse, resolvióse de huir y llevar la nueva de lo que pasaba á Paulo, que todavía se estaba en Narbona con intento de entretener á Wamba y impedille la entrada de Francia. No tenia fuerzas bastantes ni se le abria camino para salir con su intento; dejó en aquella ciudad al dicho Witimiro, y él se retiró á Nimes, do en breve esperaba le vendrian socorros de Francia y de Alemaña. Pasó el Rey los Pirineos, asentó en lo llano sus reales, entretúvose dos dias hasta tanto que le acudiesen las demás gentes, que por diversos caminos enviara; desde allí envió cuatro capitanes con buen número de soldados para rendir á Narbona por fuerza ó de

grado, ciudad nobilísima puesta en la entrada de Francia. Junto con esto para el mismo efecto envió gente y armada por mar. Llegaron primero las gentes que iban por tierra, convidaron á los de la ciudad con la paz y á entregarse; la respuesta fué arrogante y afrentosa, con que irritados los soldados, acometieron con grande ánimo los adarves. El combate fué muy bravo; pelearon los unos y los otros valientemente por espacio de tres horas, los del Rey por vencer, los otros como gente desesperada y que no esperaba perdon. Ultimamente, los de dentro se retiraron de los muros, forzados de las piedras y saetas que de fuera como lluvia les tiraban. Con tanto, los leales por una parte pusieron fuego á las puertas de la ciudad, y por otra enderezaron escalas y las arrimaron para subir en el muro y escalarle. Entróse la ciudad por ambas partes. Witimiro, como vió tomada la ciudad, retiróse á un templo como á sagrado, en que los vencedores le hallaron y prendieron junto al altar de Nuestra Señora. Fueron asimismo presos el arzobispo Argebaudo y el dean Galtricia, y aun heridos y maltratados con el furor de los soldados. Tomada Narbona, los rebeldes comenzaron á ir de caida, ser menospreciados y aborrecidos, como gente que seguia empresa y partido condenado por los hombres y por la fortuna de la guerra; al contrario, favorecian comunmente el partido de Wamba y su justicia por ser príncipe muy humano y benigno, y porque tomó las armas forzado de los que sin razon le pretendian quitar la corona. Siguieron los leales la victoria, y con la misma facilidad entraron por fuerza las ciudades de Magalona, Agata y Besiers, en que fueron presos algunos de los principales rebeldes, y en particular Remigio, obispo de Nimes. El obispo de Magalona, por nombre Gumildo, perdida toda esperanza de poderse tener contra pujanza tan grande, se huyó y retiró á Nimes, do estaba Paulo, ciudad en aquella sazon, por los muchos moradores que tenia, hermosura de edificios, pertrechos y murallas muy firmes, nobilísima y de las mas fuertes de la Gallia Narbonense. Quedan en nuestro tiempo claros rastros de su antigua nobleza, en especial un teatro muy capaz, obra hermosísima, que por estar pegado el adarve servia de castillo y fortaleza. Envió el Rey contra esta ciudad cuatro capitanes muy esforzados y famosos, pero poco inteligentes, y proveidos de los ingenios y máquinas que son á propósito para batir las murallas. Llevaron treinta mil hombres de pelea, dieron vista á la ciudad, rompieron con grande ánimo por los que les salieron al encuentro, llegaron á los reparos, do fué muy herida la pelea; ca los del Rey peleaban con indignacion por ver la porfía de los desleales tantas veces abatidos, á los contrarios hacia fuertes la rabia y desesperacion si eran vencidos; arma muy poderosa en la necesidad. Duró la pelea hasta que cerró la noche, que los departió sin declararse la victoria, dado que cada cual de las partes se la atribuia, y en particular los cercados, así por no quedar vencidos como porque los del Rey fueron los primeros que tocaron á retirarse. Sucedió que en lo mas recio de la pelea un soldado dijo á los del Rey por manera de amenaza : « Gruesas compañías de alemanes y franceses serán con nos muy en breve, cuya muchedumbre y esfuerzo á todos os hará caer en las redes y en el lazo. » Pequeñas ocasiones á las veces suelen en la guerra hacer grandes mu

dia y el siguiente con intento de aguardar al Rey y que se le atribuyese la gloria de poner fin á aquella guer

además que por ventura los vencedores pretendian alcanzar perdon para los culpados; y es cosa natural tener compasion de los caidos, principalmente cuando son deudos y de una misma nacion, como eran los vensy cidos en gran parte. Acordaron para este efecto enviar persona á propósito al Rey; escogieron de entre los cautivos al arzobispo de Narbona Argebaudo. Él, llegado á la presencia del Rey, como á cuatro millas de la ciudad apeóse del caballo en que iba, hízole una gran mesura, y puesto de rodillas, con sollozos y lágrimas que despedia de su pecho y de sus ojos en abundancia, le habló en esta sustancia: «Tus vasallos, Rey clementísimo, si cabe este nombre en los que se desnudaron del amor de la patria, y con apartarse della y su mudanza han perdido el derecho y privilegio de ciudadanos; estos, digo, tienen puesta la esperanza de su remedio y reparo en sola tu clemencia. No piden perdon de sus yerros, dado que esta peticion, solo para contigo que eres tan benigno, no pareciera del todo desvergon

danzas; ninguna cosa se debe menospreciar que pueda acarrear perjuicio; los mas saludables consejos son los mas recatados. Alojaba el Rey con lo demás del ejér-ra, cito no muy lejos de allí; diéronle aviso de lo que el soldado dijo; pidiéronle enviase soldados de refresco para apretar y concluir con el cerco, que la presteza seria la seguridad; envió hasta diez mil debajo de la conducta de Wandemiro. Era tanto el deseo que llevaban de salir con la empresa, que caminaron toda la noche, y llegaron á los reales el siguiente dia con el sol, antes que se comenzase la batería. Con la vista de tanta gente desmayó Paulo; y por lo que el dia antes pasó advirtió el grande riesgo en que estaban sus cosas si volvian á la pelea y al combate. Disimuló empero cuanto pudo, sacó fuerzas de flaqueza, hizo un razonamiento á su gente, en que les amonestó «no desmayasen por el gran número de los contrarios, ca no el número pelea, sino el esfuerzo; no vencen los muchos, sino los valientes; esta es toda la gente que Wamba tiene, vencida no le quedará mas reparo; á nos muy en breve vendrán socorros muy grandes; y cuando otra cosa no hobiere, con la fortaleza de los muros os podréis en-zada; solo te suplican uses en el castigo que merecen tretener largamente y abatir el orgullo del enemigo y su ejército, compuesto de canalla y de pueblo, muy ajeno del valor antiguo de los godos y de su sangre invencible. >> Dicho esto, se comenzó la batería; pelearon de todas partes con gran coraje; duró el combate hasta gran parte del dia; cuando cansados y enflaquecidos los cercados con la gran carga y priesa que de fuera les daban, dieron lugar á los del Rey para arrimarse á las murallas. Entonces unos pusieron fuego á las puertas, otros con picos y palancas arrancaban las piedras de los adarves. Hecha bastante entrada, rompen con grande ímpetu por la ciudad matando y destrozando cuantos franceses topaban. Persuadiéronse los ciudadanos y los demás que los españoles que dentro estaban, con intento de alcanzar perdon, dieran entrada á los enemigos. Encendidos por esto en gran rabia, pasaron á cuchillo gran número de aquellos soldados que tenian de guarnicion, y entre los demás dieron la muerte á un criado del mismo Paulo en su presencia y aun estando á su lado. Era miserable espectáculo ver la gente de Paulo acometida y apretada por frente y por las espaldas de los suyos y de los contrarios con tanto estrago y matanza, que las plazas y calles se cubrian de cuerpos muertos y estaban alagadas de sangre. Los gemidos de los que morian revolcados en su misma sangre, los aullidos de las mujeres y niños, la gritería y estruendo de los que peleaban resonaban por todas partes. El mismo Paulo, causa de tantos males, vista su perdicion y la de los suyos: «Confesamos, dice, haber errado ; mas por ventura ¿una vez ó en una cosa sola? Antes en todo cuanto hemos puesto mano nos hemos gobernado sin prudencia ni cordura.» Junto con estas palabras se quitó las sobrevistas, y acompañado con los de su casa y de su guarda se retiró al teatro, confiado que era muy fuerte, y que si no se pudiese tener se rendiria con algun partido tolerable. Notaron algunos que el mismo dia, que fué 1.° de setiembre puntualmente, Paulo se despojó de las insiguias reales, en que el año antes Wamba fuera puesto en la silla real. Quedaron pues los del Rey apoderados de la ciudad, fuera del teatro y alguna otra pequeña parte. Reposaron aquel

de alguna templanza. Cosa de mayor dificultad es vencerse á sí mismo en la victoria que sujetar los enemigos con las armas en la mano; pero á otros. La grandeza del corazon y el valor en ninguna cosa mas se declara que en levantar los caidos, ca del prez de la victoria participan los soldados; la témplanza y clemencia para con los vencidos es propia alabanza de grandes reyes. No puedes ver con los ojos esta miserable gente por estar ausentes; pero debes considerar que, llenos de lágrimas y tristeza, demás desto arrojados á tus piés, se encomiendan á tu gracia y á tu misericordia, como hombres por ceguera de sus entendimientos, ó por la comun desgracia de los tiempos, ó por fuerza mas alta del cielo, caidos en estas maldades. Cuanto son mas graves sus culpas tanto, señor, será mayor tu alabanza en darles la mano, y volver á la vida los que por su locura están enredados en los lazos de la muerte. Vinieran aquí sin armas con dogales á los cuellos para moverte a misericordia con vista tan miserable, ó poner con la muerte fin á tan triste vida y tan desgraciada; solo se recelaron, si usaban de semejantes extremos, no pareciese te tenian por tan implacable que fuese necesario hacer tales demonstraciones. Pocos quedamos, y todos tuyos; no permitas perezcan por tu mano aquellos á quien la crueldad de la guerra hasta ahora ha perdonado. Finalmente, quiero advertir que con el deseo de venganza no hagas por donde esta nobilísima ciudad, fuerte y baluarte de tu imperio, muertos sus ciudadanos, quede destruida y asolada. » Era Wamba muy señalado y diestro en las armas y negocios de la guerra; sobre todo se aventajaba en la benignidad, clemencia y mansedumbre; respondió en pocas palabras : «Aplacado por tus ruegos, soy contento de perdonar la vida á los culpados; mas porque la falta de castigo no haga á otros atrevidos y sea ocasion de menosprecio, solas las cabezas pagarán por los demás. » Importunaba el Obispo que el perdon fuese general. El Rey, con el rostro algo mas airado: «por ventura, dice, ¿no te basta alcanzar la vida para los culpados? ¿Pretendes que el castigo sea á la medida de sus maldades? A tí, Arge. baudo, obispo, ayude para que el perdon te sea dad

enteramente haberte apartado de nos contra tu voluntad, de que estamos bastantemente informados; los demás, todo lo que fuere menos de una muerte afrentosa lo deben contar y poner á cuenta de ganancia y atribuillo, no á sus méritos, sino á nuestra benignidad. »

CAPITULO XIII.

Del castigo de los conjurados.

Acabadas estas razones, pasó el Rey adelante su camino, llegó á la ciudad, y en su compañía la fuerza del ejército y los soldados puestos en ordenanza y á manera de triunfo, que hacian una vista muy hermosa. Con su llegada se puso fin á la guerra y rindióse todo lo que quedaba de la ciudad, en cuya parte mas alta, que caia lácia el reino de Francia, puso guarnicion de soldados, ca se decia que grandes gentes de Alemaña y de Francia venian en socorro de los cercados y que ya llegaban cerca. Paulo, con mas deseo de la vida que cuidado del honor, á la hora rindió el teatro, donde estaban en su compañía el obispo Gumildo, Witimiro y mas de otros veinte principales cabezas de aquella conjuracion. A todos fueron puestas prisiones; en particular dos capitanes á caballo llevaron en medio y á pié á Paulo á vista de todo el ejército, asidos de sendas guedejas de sus cabellos por la una y por la otra parte. Con esta representacion y disfrace llegaron á la presencia del Rey. Paulo soltó luego el ceñidor, que era á fuer desoldados y segun la costumbre antigua despojarse de la honra y grado militar; púsole como dogal al cuello para muestra de lo que merecia y del miserable estado en que se hallaba. Estaban él y los demás cautivos postrados por tierra, dió el Rey gracias a Dios por tan grande merced, reprehendió en público la locura de los conjurados, y de tal manera les hizo gracia de las vidas, que mandó ponerlos á buen recaudo y guardar hasta tanto que con mas maduro consejo se determinase su causa. Algunos franceses y sajones, parte que estaban por rehenes en aquella ciudad, parte que al principio juntaron con los traidores sus fuerzas, sin embargo, libremente fueron enviados á sus tierras con dádivas que les dieron. Por esta forma, principios de cosas muy grandes que amenazaban mayores males, y con el levantamiento de Paulo y de toda la Gallia Gótica tenian el reino puesto en cuidado, fácilmente se atajaron. Muchos tuvieron á juicio de Dios lo que sucedió á esta gente, por los tesoros sagrados que robaron y por los templos que despojaron, á los cuales Wamba, hecha pesquisa, mandó restituir todo lo que se halló. Las murallas de la ciudad, que á causa de los combates quedaban maltratadas, hizo reparar. Los cuerpos muertos fueron sepultados para que con el mal olor no inficionasen el aire. Pasáronse tres dias en estas cosas; luego en presencia del Rey, que estaba sentado en su trono, fueron presentados los reheldes y se pronunció sentencia contra ellos. Cuanto á lo primero, el Rey puso sus piés sobre los cuellos de los miserables. Despues preguntaron á Paulo si queria alegar algun agravio porque se hobiese apartado del deber; respondió que no, antes que recibiera muchas mercedes y honras del Rey, y sin propósito se despeñó en aquellos males. Despues desto, leyeron el pleito homenaje que hizo á Wamba con los demás grandes, y jun

tamente fueron referidas las palabras con que Paulo se
hizo jurar por rey. Finalmente, leyeron las leyes de los
concilios en razon del castigo que merecen los que se
levantan, y conforme á ellas se pronunció contra Paulo
y sus consortes sentencia de muerte afrentosa y confis-
cacion de bienes. Añadieron empero que si el Rey por
su clemencia les perdonase las vidas, que por lo menos
fuesen privados de la vista. Era la cabellera señal de no-
bleza antiguamente; el Rey con deseo de ser tenido por
clemente, y por esta forma ganar las voluntades de to-
dos, contentóse con que los motilasen. Vino á la sazon
aviso que Chilperico, rey de Francia, segundo deste
nombre, venia con sus huestes muy á punto. Salió
Wamba á la campaña, donde esperó por demás cuatro
dias á los contrarios. Parecióle con esto daba bastante
muestra de su valor y ganaba reputacion; no quiso rom-
per por las tierras de Francia porque no pareciese era
el primero á quebrantar las paces que de antes tenian
asentadas. Con tanto, dado órden en las cosas de Fran-
cia, se resolvió de dar la vuelta á España. Sobrevino
nueva que un capitan francés, llamado Lope, corria los
campos de Besiers, talaba, quemaba, robaba todo lo
que se le ponia delante. Salióle el Rey con su gente al
encuentro; el enemigo desconfiado de sus fuerzas se re-
tiró á lo mas alto de las montañas vecinas. Dejó con la
priesa parte del bagaje, y por el camino otras muchas
cosas los soldados, con que dieron muestra mas de huir
que de retirarse. Con estos despojos y las riquezas de
Francia quedaron los soldados del Rey muy alegres y
contentos. Dieron vuelta á Narbona; gran parte de los
soldados y del ejército se repartió por las guarniciones
de Francia. Hiciéronse nuevos edictos contra los judíos,
con que fueron echados de toda la Gallia Gótica. A otra
parte del ejército se dió licencia, en un pueblo en tierra
de Narbona llamado Canaba, para que volviesen á sus
casas y con el reposo gozasen el fruto de sus trabajos.
No pocos quedaron en compañía del Rey, que dió den-
de la vuelta hácia España. Llegó por sus jornadas á la
ciudad de Toledo, hizo en ella una hermosa entrada, y
fué recebido á manera de triunfo, honra debida á su
dignidad y á cosas tan grandes como dejaba acabadas
en solos seis meses, que se contaban despues que últi-
mamente salió de aquella ciudad. Concertáronse los es-
cuadrones en esta forma: en primer lugar iban los re-
beldes en camellos, rapadas las barbas y el cabello, des-
calzos y mal vestidos; Paulo por burla llevaba en la
cabeza una corona de cuero negro; seguíanse los sol-
dados muy arreados con penachos y libreas. Cerraba
los escuadrones el Rey, cuyas venerables canas y la
memoria de sus bazañas acrecentaba la majestad de su
rostro y presencia. Salióle al encuentro toda la ciudad,
que alegre con aquel espectáculo, apellidaba á su Rey
salud, victoria y bienaventuranza. Duró grande espa-
cio la entrada; los culpados fueron puestos en cárcel
perpetua por fin y remate de cosas tan grandes.

CAPITULO XIV.

De las demás cosas del rey Wamba.

Con esto comenzó España por el esfuerzo de Wamba y su mucha prudencia á florecer dentro con los bienes de una larga paz; de fuera recobraba sulustre antiguo y su dignidad. Puso el Rey cuidado en hermosear

su reino de todas maneras, y en particular ensanchó la ciudad real de Toledo, y para su fortificacion levantó una nueva muralla con sus torres, almenas y petriles, continuada por el arrabal de San Isidoro, y que llega de la una puente á la otra. Está Toledo de cuatro partes por mas de las tres ceñida del rio Tajo, que, acanalado por entre barrancas muy altas, corre por peñas y estrechuras muy grandes. La cuarta parte tiene la subida áspera y empinada, por donde la cercaba un muro de fábrica romana mas angosto que el que hizo Wamba, cuyos rastros se ven á la plaza de Zocodover y á la puerta del Hierro. Wamba, con intento de meter dentro de la ciudad los arrabales y para mayor fortaleza, añadió la otra muralla mas abajo. Trajéronse para la obra piedras de todas partes, en particular, á lo que se entiende, de una fábrica romana á manera de circo, que antiguamente levantaron allí, y tenia mármoles con figuras entalladas en ellos de rosa ó de rueda. El vulgo se persuade ser aquellas las armas de Wamba; las mismas piedras muestran lo contrario, ca están sin órden ni traza, sino como las traian así las asentaban los oficiales. Graves autores testifican que para memoria desto hizo grabar dos versos en las torres principales desta muralla en latin grosero y como de aquella era, pero que traducidos en un terceto castellano hacen este sentido:

CON AYUDA DE DIOS EL PODEROSO

REY WAMBA EN SU CIUDAD LEVANTÓ EL MURO,
HONRA DE SU NACION, MURO HERMOSO.

Demás desto, en lo mas alto de las torres puso estatuas de mármol blanco á los santos patrones y principales abogados de la ciudad. Grabó otrosí al pié de las estatuas otros dos versos, que hacen este sentido:

SANTOS, RELUce aqui cuya PRESENCIA,
GUARDAD ESTA CIUDAD Y PUEBLO TODO:
TIRAD, COMO PODEIS, TODA DOLENCIA.

Habian con el tiempo caídose las estatuas, borrádose y gastádose las letras que el rey don Felipe, segundo deste nombre, con su acostumbrada piedad y devocion pocos años ha mandó restituir y hacer de nuevo. Fortificábase pues la ciudad por mandado del rey Wamba, y juntamente por su providencia se tornaba á poner en prática la costumbre de celebrar concilios en aquella ciudad. Así en el año cuarto de su reinado, que se contaba del Señor 675, á 7 de noviembre, se juntaron en la iglesia de Santa María de la ciudad de Toledo á celebrar concilio diez y siete obispos, y casi todos de la provincia cartaginense, demás de siete abades, entre los cuales se cuenta uno llamado Avila, abad del monasterio agaliense de San Julian, si la letra no está mentirosa, como algunos lo sospechan por conjeturas que hay. Hallóse otrosí entre los padres, aunque en el postrer lugar, Gudila, arcediano de Santa María de la Sede ó Silla, por donde se entiende que el templo en que este Concilio se celebró era el mayor y mas principal. Dudan los curiosos si estuvo entonces asentado do hoy está la iglesia catedral. Sospéchase que sí por razon de la piedra que en ella se ve, en que la Vírgen gloriosa puso sus sagrados piés para honrar á su devoto san Ilefonso, dado que la fábrica y forma y traza es muy diferente de la de entonces. Este Concilio se cuenta por el onceno entre los de Toledo. En él se dieron al Rey las

gracias por haber renovado la costumbre de celebrar los concilios, interrumpida por espacio de diez y ocho años. Para adelante mandan los padres que los concilios provinciales cada un año se juntasen en la iglesia metropolitana, sin que haya en él otra cosa digna de memoria. Los cánones que promulgaron fueron en número diez y seis. Por el mismo tiempo en Braga se juntó el Concilio tercero de los bracarenses. Quitóse en él la costumbre de llevar los obispos colgadas al cuello las reliquias de los mártires, y á ellos en andas los diáconos; y ordenóse para adelante que las santas reliquias fuesen por los diáconos llevadas en andas. Ponen pena de excomunion al sacerdote que para decir misa no se pusiese la estola, que llaman orario, sobre entrainbos los hombros y cruzada sobre el pecho, costumbre que en algunas partes se ha dejado; en las mas se guarda. Hallóse en este Concilio Isidoro, obispo de Astorga. Floreció asimismo por este tiempo Valerio, abad de San Pedro de los Montes, claro por el menosprecio del mundo y por su erudicion, de que dan testimonio sus obras, y en especial un libro que intituló de la Vana sabiduria del siglo. No se hallan otros concilios del tiempo del rey Wamba en los tomos que andan ordinariamente de los concilios; pero no se duda sino que se celebraron otros, como lo da á entender la ley de que se hizo mencion, en que mandaron juntarlos en cada un año. En especial que graves autores afirman que en tiempo de Wamba en un Concilio toledano se señalaron los aledaños y distritos de cada cual de los obispados de España, negocio en que por ser tan grave y tocar á todos no se puede creer se procediese por el voto y parecer de pocos, sino de todos los prelados. Dicen mas, que en aquel Concilio se estableció que todos los sacerdotes viviesen conforme á la regla de san Isidoro. Hiciéronse fuera desto en gracia del rey Wamba y á su contemplacion nuevos obispados en pueblos pequeños y aldeas, y aun en iglesias particulares, como fué en un pequeño lugar en que estaba la sepultura y cuerpo de san Pimenio, y en la iglesia de San Pedro y San Pablo pretoriense, puesta en los arrabales de la ciudad de Toledo, que fuc todo un celo piadoso, pero indiscreto en el Rey, y en los obispos una disimulacion y deseo demasiado de agradalle, sin tener respeto á las leyes eclesiásticas que vedan así bien hacer dos obispos en una misma ciudad, como poner obispados en lugares pequeños. Desórdenes que en breve se reformaron en el concilio próximo de Toledo, que fué el doceno de los de aquella ciudad, hasta motejar al rey Wamba de liviano en esta parte; así van los temporales y se truecan los favores de la gente y el aplauso. Ordenó Wamba algunas leyes á propósito de reformar el gobierno, que andaba de muchas maneras estragado, en particular puso cuidado en lo que tocaba á la disciplina militar. Ordenó que cuando se hiciese gente, todos acudiesen á las banderas, fuera de viejos, enfermos y mozos de poca edad. Item, que todos enviasen á la guerra por lo menos la docena parte de sus esclavos con las armas que allí se señalan, diferentes de las demás. A los mismos obispos y sacerdotes para reprimir las entradas y rebatos de los enemigos manda les saliesen con los suyos al encuentro por espacio de cien millas. Con esta diligencia y por buena maña del rey Wamba ganaron los godos una victoria naval muy señalada. Estaban los sarracenos en

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