Imágenes de páginas
PDF
EPUB

al amparo del rey don Alonso. Dióle el Rey en Galicia lugar en que morase; pretendia el moro volver en gracia con los de su nacion y tomar por medio alguna empresa contra los cristianos; así, ocho años despues de su venida con las armas se apoderó de un pueblo llamado Santa Cristina; este castillo se ve hoy dos leguas de Lugo. Acudió prestamente el Rey para cortalle los pasos; vinieron á las manos, y pelearon con una porfía extraordinaria; pero al fin el campo quedó por los nuestros con muerte de cincuenta mil moros, y entre ellos del mismo Mahomad, que fué un notable aviso para no fiarse de traidores, en especial de diversa creencia y religion. En tanto que esto pasaba, falleció Alhaca, rey de Córdoba, el año de Cristo de 821, de los árabes 206, de su reino veinte y siete. Dejó diez y nueve hijos y veinte y una hijas. Sucedióle en el reino Abderraman, su hijo, en edad de cuarenta y un años; reinó treinta y uno. Por este tiempo los moros de España pasaron á la isla de Candia, y hicieron en ella su asiento. Dicelo Zonaras. El esfuerzo de Bernardo del Carpio se mostró mucho en todas las guerras que por este tiempo se hicieron; él grandemente se agraviaba que ni sus servicios ni los ruegos de la Reina fuesen parte para que el Rey, su tio, se doliese de su padre y le librase de aquella larga y dura prision. Pidió claramente licencia, y retiróse á Saldaña, que era de su patrimonio, con intento de satisfacerse de aquel agravio en las ocasiones que se ofreciesen. Dende hacia robos y entradas en las tierras del Rey sin que nadie le fuese á la mano. El Rey no era bastante por su larga edad; los nobles favorecian la pretension de Bernardo y su demanda tan justa. Ofendido el Rey por este levantamiento y llegado el fin de su vida de vejez y de una enfermedad mortal que le sobrevino, señaló por sucesor suyo á don Ramiro, hijo de don Bermudo. Hecho esto, acabó el curso de su vida en edad de ochenta y cinco años. Reinó los cincuenta y dos, cinco meses y trece dias. Otros á este número de años añaden los que reinaron Mauregato y don Bermudo por no haber sido verdaderos reyes. Falleció en Oviedo, y fué sepultado en la iglesia de Santa María de aquella ciudad. Sucedió su muerte el año de nuestra salvacion de 843, cuenta en que nos apartamos algun tanto de la que lleva el Catálogo compostellano; pero arrimados al Cronicon del rey don Alonso el Magno, muy conforme en esto á las demás memorias que quedan y tenemos de la antigüedad.

CAPITULO XIII.

Del rey don Ramiro.

El reinado del rey don Ramiro en tiempo fué breve, en gloria y hazañas muy señalado, por quitar, como quitó, de las cervices de los cristianos el yugo gravísimo que les tenian puesto los moros y reprimir las insolencias y demasías de aquella gente bárbara. A la verdad, el haber España levantado la cabeza y vuelto á su antigua dignidad, despues de Dios se debe al esfuerzo y perpetua felicidad deste gran príncipe. En los negocios que tuvo con los de fuera fué excelente, en los de dentro de su reino admirable; y aunque se señaló mucho en las cosas de la paz, pero en la gloria militar fué mas aventajado. A los nigrománticos y hechiceros castigó con pena de fuego; á los ladrones, en

que andaba gran desórden, hacia sacar los ojos, pena cortada á la medida de su delito, quitarles la ocasion de codiciar lo ajeno y hacerles que no pudiesen mas pecar. A la sazon que falleció el rey don Alonso, don Ramiro se hallaba ocupado en los várdulos, que eran parte de Castilla la Vieja ó de Vizcaya. La distancia de los lugares y la mudanza del príncipe dieron ocasion al conde Nepociano para apoderarse por fuerza de armas de las Astúrias y llamarse rey. Era hombre muy poderoso, los que le seguian muchos, su autoridad y riquezas muy grandes. Las voluntades y pareceres de los naturales no se conformaban, ca los malos y revoltosos le favorecian; los mas cuerdos, que sentian diversamente, callaban y no se atrevian á declararse por miedo del tirano y por estar las cosas tan alteradas. Acudió el rey don Ramiro á sosegar estos movimientos. Juntáronse de una parte y de otra muchas gentes; dióse la batalla en Galicia á la ribera del rio Narceya; en ella Nepociano fué desamparado de los suyos, vencido y puesto en huida. Es muy justa recompensa de la deslealtad que sea reprimida con otra alevosía; demás que ordinariamente, á quien la fortuna se muestra contraria, en el tiempo de la adversidad le desamparan tambien los hombres. Fué así, que dos hombres principales de los que seguian al tirano, llamados el uno Somna, y el otro Scipion, con intento de alcanzar perdon del vencedor le prendieron en la comarca premariense y se le entregarou. En la prision por mandado del Rey le fueron sacados los ojos, y encerrado en cierto monasterio, pasó en miseria y tinieblas lo que de la vida le quedaba Despues destos movimientos y alteraciones se siguió la guerra contra los moros, que al principio fué espantosa, mas su remate y conclusion fué muy alegre para los cristianos, y ella de las mas señaladas que se hicieron en España. Tenia el imperio de los moros Abderraman, segundo deste nombre, príncipe de suyo feroz, y que la prosperidad le hacia aun mas bravo; porque al principio de su reinado, como queda arriba apuntado, hizo huir á Abdalla, su tio, que con esperanza de reinar tomó las armas y se apoderara de la ciudad de Valencia. Demás desto, se apoderó de la ciudad de Barcelona por medio de un capitan suyo de gran nombre, llamado Abdelcarin. Con esto quedó tan orgulloso, que, resuelto de revolver contra el rey don Ramiro, le envió una embajada para requerirle le pagase las cien doncellas que, conforme al asiento hecho con Mauregato, se le debian en nombre de parias; que era llanamente amenazalle con la guerra y declararse por enemigo si no le obedecia en lo que demandaba. Grande era el espanto de la gente, mayor el afrenta que desta embajada resultaba; así los embajadores fueron luego despedidos; valióles el derecho de las gentes para que no fuesen castigados como merecia su loco atrevimiento y demanda tan indigna é intolerable. Tras esto todos los que eran de edad á propósito en todo el reino fueron forzados á alistarse y tomar las armas, fuera de algunos pocos que quedaron para la labor de los campos, por miedo que si la dejaban serian afligidos, no menos de la hambre que de la guerra. Los mismos obispos y varones consagrados á Dios siguieron el campo de los cristianos. Grande era el recelo de todos, si bien la querella era tan justa, que tenian alguna esperanza de salir con la victoria. Para ganar reputacion

y mostrar que hacían de voluntad lo que les era forzoso, acordaron de romper primero y correr las tierras de los enemigos, en particular se metieron por la Rioja, que á la sazon estaba en poder de moros. Al contrario Abderraman juntaba grandes gentes de sus estados, aparejaba armas, caballos y provisiones con todo lo demás que entendia ser necesario para la guerra y para salir al encuentro á los nuestros. Juntáronse los dos campos, de moros y de cristianos, cerca de Albelda ó Albaida, pueblo en aquel tiempo fuerte, y despues muy conocido por un monasterio que edificó allí don Sancho, rey de Navarra, con advocacion de San Martin; al presente está casi despoblado. La renta del monasterio y la librería que tenia, muy famosa, trasladaron el tiempo adelante á la iglesia de Santa María la Redonda de la ciudad de Logroño, de la cual Albelda dista por espacio de dos leguas. En aquella comarca se dió la batalla de poder á poder, que fué de las mas sangrientas y señaladas que se dieron en aquel tiempo. Nuestro ejército, como juntado de priesa, no era igual en fuerzas y destreza á los soldados viejos y ejercitados que traian los enemigos. Perdiérase de todo punto la jornada si no fuera por diligencia de los capitanes, que acudian á todas partes y animaban á sus soldados con palabras y con ejemplo. Cerró la noche, y con las tinieblas y escuridad se puso fin al combate. No hay cosa tan pequeña en la guerra que á las veces no sea ocasion de grandes bienes ó males, y así fué, que en aquella noche estuvo el remedio de los cristianos. Retiróse el rey don Ramiro á un recuesto, que allí cerca está, con gentes destrozadas y grandemente enflaquecidas por el daño presente y mayor mal que esperaban. El mejorarse en el lugar dió muestra que quedaba vencido, pero, sin embargo, se fortificó lo mejor que segun el tiempo pudo; hizo curar los heridos, los cuales y la demás gente, perdida casi toda esperanza de salvarse, con lágrimas y suspiros hacian votos y plegarias para aplacar la ira de Dios. El Rey, oprimido de tristeza y de cuidados por el aprieto en que se hallaba, se quedó adormecido. Entre sueños le apareció el apóstol Santiago con representacion de majestad y grandeza mayor que humana. Mándale que tenga buen ánimo, que con la ayuda de Dios no dude de la victoria, que el dia siguiente la tuviese por cierta. Despertó el Rey con esta vision, y regocijado con nueva tan alegre saltó luego de la cama. Mandó juntar los prelados y grandes, y como los tuvo juntos les hizo un razonamiento desta sustancia: «Bien sé, varones excelentes, que todos conoceis tan bien como yo en qué término y apretura están nuestras cosas. En la pelea de ayer llevamos lo peor, y si no quedamos del todo vencidos, mas fué por beneficio de la noche que por nuestro esfuerzo. Muchos de los nuestros quedaron en el campo, los demás están desanimados y amedrentados. El ejército enemigo, que era antes fuerte, con nuestro daño queda con mayor osadía. Bien veis que no hay fuerzas para tornar á la pelea ni lugar para huir. Estar en estos lugares mas tiempo, aunque lo pretendiésemos, la falta de pan y de otras cosas necesarias no lo permitirian. La dura y peligrosa necesidad de nuestra suerte, el desamparo de la ayuda y fuerzas humanas suplirá el socorro del cielo, y aliviará sin ninguna duda el peso de tantos males, lo que os puedo con seguridad prometer. Afuera

el cobarde miedo, no tape las orejas de vuestro entendimiento la desconfianza y falta de fe. Arrojarse en afirmar y creer es cosa perjudicial, mayormente cuando se trata de las cosas divinas y de la religion; porque si las menospreciamos, hay peligro de caer en impiedad, y si las recebimos ligeramente, en supersticion. El apóstol Santiago me apareció entre sueños y me certificó de la victoria. Levantad vuestros corazones y desechad dellos toda tristeza y desconfianza. El suceso de la pelea os dará á entender la verdad de lo que tratamos. Ea pues, amigos mios, llenos de esperanza arremeted á los enemigos, pelead por la patria y por la comun salud. Bien pudiérades con extrema afrenta y mengua servir á los moros; por pareceros esto intolerable tomastes las armas. Rechazad con el favor de Dios y del apóstol Santiago la afrenta de la religion cristiana, la deshonra de vuestra nacion; abatid el orgullo desta gente pagana. Acordãos de lo que pretendistes cuando tomastes las armas, de vuestro antiguo valor y de las empresas que habeis acabado.» Dicho esto, mandó ordenar las haces y dar señal de pelear. Los nuestros con gran denuedo acometen á los enemigos, y cierran apellidando á grandes voces el nombre de Santiago, principio de la costumbre que hasta hoy tienen los soldados españoles de invocar su ayuda al tiempo que quieren acometer. Los bárbaros, alterados por el atrevimiento de los nuestros, cosa muy fuera de su pensamiento por tenerlos ya por vencidos, y con el espanto que de repente les sobrevino del cielo, no pudieron sufrir aquel ímpetu y carga que les dieron. El apóstol Santiago, segun que lo prometiera al Rey, fué visto en un caballo blanco y con una bandera blanca y en medio della una cruz roja, que capitaneaba nuestra gente. Con su vista crecieron á los nuestros las fuerzas, los bárbaros de todo punto desmayados se pusieron en huida, ejecutaron los cristianos el alcance, degollaron sesenta mil moros. Apoderáronse despues de la victoria de muchos lugares, en particular de Clavijo, do se dió esta famosa batalla, de que dan muestra los pedazos de las armas que hasta hoy por allí se hallan. Asimismo Albelda y Calahorra volvieron á poder de cristianos. Sucedió esta memorable jornada el año de Cristo de 844, que fué el segundo del reinado de don Ramiro. El ejército vencedor, despues de dar gracias á Dios por tan gran merced, por voto que hicieron, obligaron á toda España, sin embargo que la mayor parte della estaba en poder de moros, á pagar desde entonces para siempre jamás de cada yugada de tierras ó de viñas cierta medida de trigo ó de vino cada un año á la iglesia del apóstol Santiago, con cuyo favor alcanzaron la victoria, voto que algunos romanos pontífices aprobaron adelante, como se ve por sus letras apostólicas. Asimismo el rey don Ramiro expidió sobre el mismo caso su privilegio, su data en Calahorra á 25 de mayo, era 872; yo mas quisiera que dijera 882, para que concertara con la razon del tiempo que llevamos muy puntual y ajustada. Puédese sospechar que en el copiar el privilegio se quedó un diez en el tiotero; que el original no parece. Añadieron otrosi en este voto que para siempre, cuando los despojos de los enemigos se repartiesen, Santiago se contase por un soldado á caballo y llevase su parte, pero esto con el tiempo se ha desusado; lo que toca al vino y trigo al

gunos pueblos lo pagan. De los despojos desta guerra hizo el Rey edificar á media legua de Oviedo una iglesia de obra maravillosa con advocacion de Nuestra Señora, que hasta hoy se ve puesta á las haldas del monte Naurancio, y allí cerca se edificó otra iglesia con nombre de San Miguel. La reina, que unos llaman Urraca, otros Paterna, madre de don Ordoño y de don García, proveyó las dichas iglesias y las adornó de todo lo necesario, ca tenia por costumbre de emplear todo lo que podia aliorrar del gasto de su casa y del arreo de su persona en ornamentos para las iglesias, y en particular de la del apóstol Santiago. El fruto desta victoria no fué tan grande como se pensaba y fuera razon, á causa de otra guerra que al improviso se levantó contra España.

CAPITULO XIV.

Cómo los nortmandos vinieron á España.

Aun no estaba quitado el yugo de la servidumbre que los moros, gente venida de la parte de mediodía, tenia puesto sobre nuestra nacion, cuando una nueva peste por la parte de setentrion comenzó á trabajarla grandemente. Fué así que los nortmandos, gente fiera y bárbara, y por no baber aun recebido la fe de Cristo impía y infiel, salidos de Dacia y de Norvegia, como el mismo nombre lo declara que fueron gentes setentrionales, ca nortmando quiere decir hombre del norte, forzados de la necesidad, ó lo que es mas cierto, con deseo de hacer mal, se hicieron cosarios por el mar debajo la conducta de su capitan Rolon. Lo primero acometieron las marinas de Frisia; despues corrieron las de Francia, en particular por la parte que el rio Secuana desagua en el mar Océano, hicieron mas graves y mas ordinarios daños que de ninguno otro enemigo se pudieran temer. Despues desto, talaron las tierras de Nantes por do el rio Loire descarga en el mar; las comarcas de Turs y de Potiers, en que vencido que hobieron en batalla á Roberto, conde de Anjou, pusieron espanto en todas aquellas tierras. Ultimamente, hicieron su asiento en aquella parte de Francia que antiguamente se llamó Neustria, y hoy del nombre desta gente se llama Normandía; y esto por concesion de los emperadores Ludovico el Segundo y Carolo Craso, que les dieron aquellas tierras á condicion que, pues no se querian del todo sujetar á su señorío, fuesen para siempre feudatarios y movientes de la corona de Francia. Los mismos por este tiempo con gruesas flotas que juntaron en Francia dieron mucho trabajo á los cristianos de España. Primeramente apretaron y talaron todas las marinas de Galicia; pero llegados á la Coruña, como acudiese contra ellos el rey don Ramiro, los que dellos saltaron en tierra quedaron vencidos en batalla y forzados á embarcarse; demás desto, les dieron una batalla naval, en que setenta de sus naves, parte fueron tomadas por los nuestros, parte echadas á fondo. Así lo refiere el arzobispo don Rodrigo, dado que el número de las naves parece muy grande, principalmente que los que escaparon de la rota, doblado el cabo de Finisterre, llegaron á la boca del rio Tajo y pusieron en mucho afan á Lisbona, que habia por este tiempo vuelto á poder de moros, y el año luego siguiente, que se contaba de Cristo 847, con gentes y naves que de nuevo recogieron pusieron cerco sobre Sevilla y talaron los M-1.

campos de Cádiz y de Medina Sidonia, en que hicieron presas de hombres y ganados y pasaron á cuchillo gran número de moros. Al fin, despues que se detuvieron mucho tiempo en aquellas comarcas, por un aviso que les vino que el rey Abderraman armaba contra ellos y aprestaba una gruesa armada, se partieron de España con mucha honra y despojos que consigo llevaron. Siguiéronse otras alteraciones civiles entre los cristianos. El conde Alderedo y Piniolo, hombres en riquezas y aliados poderosos, uno en pos de otro se alborotaron y tomaron las armas contra el rey don Ramiro. Las causas destas alteraciones no se refieren; nunca faltan disgustos y desabrimientos; solo se dice que en breve y fácilmente se apaciguaron. Alderedo fué privado de la vista; Piniolo y siete hijos suyos muertos por mandado del rey don Ramiro, el año quinto de su reinado. Falleció poco adelante el mismo en Oviedo despues que reinó siete años enteros; fueron sepultados él y Paterna, su mujer, en la iglesia de Santa María de aquella ciudad, en que se ve un lucillo deste Rey con una letra, que vuelta en romance dice así:

MURIÓ LA BUENA MEMORIA DEL REY RANIMIRO Á 1.o DE FEBRERO: RUEGO Á TODOS LOS Que esto leyÉREDES, NO DEJEIS

DE ROGAR POR SU REPOSO.

Entiéndese que fué allí tambien sepultado don García, hermano del Rey, sin que haya memoria de alguna otra cosa que hiciese en vida ni en muerte, salvo que se halló en la batalla de Clavijo y que el Rey le trataba como si saliera de sus entrañas. En tiempo del rey don Ramiro falleció Teodomiro, obispo de Iria, en cuyo lugar sucedió Ataulfo. Algunos toman deste tiempo el principio de la caballería y órden de Santiago, muy famosa por sus hazañas, pero sin autor alguno ni argumento bastante. Porque los privilegios antiguos, que con deseo de honrar esta religion algunos sin propósito inventaron, ningun hombre de letras los aprueba ni tiene por ciertos. A don Ramiro sucedió su hijo don Ordoño en el año del Señor de 850.

CAPITULO XV.

De muchos mártires que padecieron en Córdoba.

Cruel carnicería y una de las mas bravas y sangrienlas que jamás hobo se ejercitaba en Córdoba por estos tiempos y se embravecia contra los siervos de Cristo. Fuegos, planchas ardiendo, con todos los demás tormentos se empleaban en atormentar sus cuerpos. El mayor delito que en ellos se hallaba era la perseverancia en la fe de Cristo y mantenerse en el culto de la religion cristiana, dado que se buscaban y alegaban otros achaques y colores á propósito de no dar muestra que les pretendian quitar la libertad de ser cristianos contra lo que tenian concertado. Abderraman, segundo deste nombre, y Mahomad, su hijo, reyes de Córdoba, como hombres astutos y sagaces, pensaban que harian cosa agradable á Dios y á sus vasallos si de todo punto desarraigasen el nombre cristiano. Además, que para seguridad de su estado les parecia conveniente que, quitada la diferencia de la religion, todos sus súbditos estuviesen entre sí ligados con una misma creencia. Al tiempo que se perdió España, los vencedores otorgaron á los nuestros libertad de mantenerse en la religion de sus antepasados. Con esto, sacerdotes, monjas y mon

14

jes con su vestido diferente de los demás, rapadas las barbas, con sus coronas y tonsuras á la manera antigua, se veian en público, así en otras partes como principalmente en Córdoba, donde por la grandeza de aquella ciudad y por estar allí la silla de los reyes moros concurria mayor número de cristianos. Habia muchos, así monasterios como templos, consagrados á fuer de cristianos; uno de San Acisclo, mártir, otro de San Zoilo, el tercero de los santos Fausto, Januario y Marcial; demás destos otras tres iglesias de San Cipriano, San Ginés y Santa Olalla, sendas de cada uno, estas dentro de la ciudad. Fuera de los muros se contaban ocho monasterios, uno de San Cristóbal de la otra parte del rio; el segundo en los montes comarcanos con advocacion de Nuestra Señora, y llamado vulgarmente cuteclarense; el tercero tabanense, el cuarto pilemelariense, con advocacion de San Salvador; el quinto armilatense, de San Zoilo. Demás destos otros tres de San Félix, de San Martin y de los santos Justo y Pastor. En todos estos lugares tocaban sus campanas para convocar el pueblo, que acudia públicamente á los oficios divinos, sin que persona alguna les fuese á la mano; solamente tenian puesta pena de muerte á cualquier cristiano que en público ó en particular se atreviese á decir mal de Mahoma, fundador de aquella secta. Vedábanles otrosí la entrada en las mezquitas de los moros. Como esto guardasen los nuestros, en io demás les era permitido vivir conforme á sus leyes y casi conservarse en su antigua libertad. Tolerable manera de servidumbre era esta, pues aun se halla que entre los cristianos habia dignidad de condes, si por el contrario no se aumentaran de cada dia y crecieran las miserias y agravios. Cuanto á lo primero, los pechos y tributos, que al principio eran templados, de cada dia se acrecentaban y hacian mas graves. Los nuestros, apretados con estos gravámenes, pretendian se debian quitar las nuevas imposiciones y derramas; y como no lo alcanzasen, pasaban una vida mas dura que la misma muerte. Destos principios las semillas de los odios antiguos vinieron á madurarse y á reventar la postema. Los fieles trataban de sacudir de sí aquel yugo muy pesado. Los moros abominaban del nombre cristiano, y con solo tocar la vestidura de los nuestros se tenian por contaminados y sucios. Miraban sus palabras, notaban sus rostros y sus meneos; con afrentas y denuestos que les decian buscaban ocasion de reñir y venir á las manos. Los cristianos, irritados con tantas injurias, no dudaban en público de blasfemar de la ley y costumbres de los moros. De aquí tomaron ocasion aquellos reyes y sus gobernadores de perseguir la nacion de los cristianos con tanta mayor crueldad, que no pocos de los nuestros estaban de parte de los moros y reprehendian el atrevimiento de los cristianos, hasta decir claramente que los que muriesen en la demanda no debian en manera alguna ser tenidos por mártires ni como tales honrados, pues no hacian algunos milagros; y sin ser necesario para defender su religion, sino temerariamente y sin propósito, se ofrecian a! peligro, y decian denuestos á los contrarios, que no les hacian alguna fuerza, antes les dejaban libertad de mantenerse en la religion de sus padres. Ultimamente, alegaban que los cuerpos de los que morian no se conservaban incorruptos, como se solian conservar antiguamente los de los verdaderos mártires para mues

tra muy clara de la virtud divinal que en ellos moraba. Así decian ellos; cuán á propósito, no hay para qué tratarlo. El obispo Recafredo y el conde Servando eran los principales capitanes y que mas se señalaban en perseguir á los mártires y reprimir sus santos intentos. Personas muy honradas, sin hacer diferencia de edad ni de sexo, eran puestos en hierros y aprisionados en muy duras cárceles. Procuró Abderraman y hizo que en Córdoba se juntase un concilio de obispos sobre el caso; en él fueron por sentencia condenados como malhechores todos los que quebrantasen las condiciones de la confederacion puesta antiguamente con los moros. Estado miserable, triste espectáculo y feo, burlarse por una parte del nombre cristiano, y por otra los que acudian á la defensa ser en un mismo tiempo combatidos por frente de los bárbaros, y por las espaldas de aquellos que estaban obligados á favorecerlos y animarlos; cosa intolerable que fuesen trabajados con calumnias y denuestos, no menos de los de su nacion que de los contrarios. ¿Qué debian pues hacer? ¿Adónde se podian volver? Muchos sin duda era necesario se enflaqueciesen en sus ánimos y cayesen; otros, llenos de Dios y de su fortaleza, perseveraron en la demanda; muchos por espacio de diez años, que fué el tiempo que duró esta persecucion, perdieron sus vidas y derramaron su sangre por la religion cristiana. El primer año padecieron Perfecto, presbítero de Córdoba, y del pueblo uno, llamado Juan. El segundo año Isaac, monje; Sancho, de nacion francés; Pedro, presbítero de Ecija; Walabonso, diácono ilipulense; los monjes Sabiniano, Wistremundo, Habencio, Jeremías, Sisenando, diácono pacense ó de Beja; Paulo, cordobés; y María, ilipulense, hermana que era del mártir Walabonso. En este año principalmente se embraveció contra los mártires el obispo Recafredo, y á muchos puso en prisiones; entre ellos fué uno Eulogio, abad de San Zoilo, que escribió todas estas cosas, varon en aquella edad claro por su erudicion, y por la santidad de su vida muy estimado. El año ter. cero murieron Gumesindo, presbítero de Toledo, y Deiservo, monje; asimismo Aurelio y Félix con sus mujeres Sabigotona y Liliosa; Jorge, monje, siro de nacion; Emila y Jeremías, ciudadanos de Córdoba; tres monjes, Cristóbal, cordobés, Leuvigildo y Rogelo, de Granada; fuera destos, Serviodeo, monje de Siria. En este mismo año, es á saber, de 852, falleció de repente Abderraman. Los cristianos decian que era venganza del cielo por la mucha sangre que derramo de los mártires. Confirmóse esta opinion y fama por cuanto en el mismo punto que desde una galería de su palacio, de donde miraba los cuerpos de los mártires que estaban en las horcas podridos, como los mandase queinar, cayó de repente de su estado, y sin poder hablar palabra espiró aquella misma noche, al principio del año treinta y dos de su reinado. Dejó cuarenta y cuatro hijos y cuarenta y dos hijas. En tiempo deste Rey se empedraron las calles de Córdoba, y por caños de plomo se trajo mucha agua de los montes á la ciudad. Fué el primero de aquellos reyes que hizo ley que sin tener cuenta con los demás parientes los hijos sucediesen y heredasen á sus padres, cosa que hasta entonces no la tenian bien asentada; así, en su lugar sucedió su hijo Mahomad; tuvo aquel reino por espacio de treinta y cinco años y medio. Este al principio de su gobierno

echó á todos los cristianos de su palacio; y como quier que por esto no aflojasen en su intento, el año siguiente tornó á embravecerse la crueldad y renovarse las muertes. Martirizáron á Fandila, presbítero y monje de Guadix; Anastasio, monje y presbítero; Félix, monje de Alcalá; Digna, vírgen consagrada; Benilde, matrona; Columba y Pomposa, vírgenes. El año adelante tuvo un solo mártir, que fué Abundio, presbítero. El siguiente estos cuatro Amador, mancebo natural de Martos; Pedro, monje cordobés; Luis, ciudadano de Córdoba; Witesindo, natural de Cabra. En el año seteno desta persecucion fueron muertos Elías, presbítero portugués; tres monjes, Paulo, Isidoro, Argemiro; Aurea, vírgen dedicada á Dios, hermana de los mártires Adulfo y Juan. En el año octavo padecieron Rodrigo y Salomon. El noveno pasó sin sangre. En el año postrero y deceno de la persecucion padeció muerte el mismo Eulogio, que animaba á los demás con palabras y con su ejemplo. Su muerte fué en sábado á 11 dias del mes de marzo; y cuatro dias adelante derramó su sangre Leocricia, doncella de Córdoba. Escribió la vida de Eulogio Alvaro, cordobés, su familiar y conocido. Allí dice que poco antes de su muerte fué elegido en arzobispo de Toledo, con gran voluntad del clero y del pueblo de aquella ciudad, por muerte de Westremiro. Hay una epístola del mismo Eulogio escrita el año 851 á Welesindo, obispo de Pamplona, y en ella un elogio muy hermoso de Westremiro, por estas palabras : « Despues, dice, del quinto dia volví á Toledo, do hallé todavía vivo á nuestro viejo santísimo, antorcha del Espíritu Santo y lumbrera de toda España, el obispo Westremiro, cuya santidad de vida alumbra todo el mundo hasta ahora; con honestidad de costumbres y subidos merecimientos refocila el rebaño católico. Vivimos con él muchos dias, y nos detuvimos en su angélica compañía.» Este hospedaje fué ocasion que los ciudadanos de Toledo, al que por la fama de sus virtudes deseaban conocer, visto le comenzaron á estimar y amarle mas y señalarle por sucesor en lugar de Westremiro, si le venciese de dias. En Córdoba, en lugar de Eulogio, pusieron los años siguientes á Sanson, y le hicieron abad de San Zoilo, hombre docto y de ingenio agudo, como lo muestra el apologético que hizo contra Hostigesio, obispo de Málaga, por ocasion que en un concilio de Córdoba le ultrajó y llamó hereje.

CAPITULO XVI.

Del rey don Ordoño.

Hechas que fueron las exequias con grande solemnidad del rey don Ramiro, su hijo don Ordoño tomó las insignias reales y con ellas el nombre, poder y pensamientos de rey. Fué de condicion manso y tratable, sus costumbres muy suaves, y por toda la vida en todas sus acciones usó de singular modestia, con que ganó las voluntades de la nobleza, del pueblo, y los ánimos de todos se los aficionó de manera, que ninguno de los reyes fué mas agradable en aquella edad y en los años siguientes. Gran celador de la justicia, virtud necesaria, pero sujeta á engaño en los grandes príncipes, si no rigen con prudencia el ímpetu del ánimo y procuran no ser engañados por las astucias de hombres malos, de que hay gran muchedumbre en las casas

y palacios reales, que suelen armar lazos á sus orejas y dar traspié á la inocencia de los buenos; ca para engordar á sí y á los suyos con la sangre de los otros se aprovechan de lo que ven con el príncipe tiene mas fuerza, para daño de muchos, como sucedió en el rey don Ordoño. Cuatro esclavos de la iglesia compostellana acusaron delante del Rey de un caso muy feo á su obispo Ataulfo, persona de grande y conocida santidad. La Historia compostellana dice que le acusaron del pecado nefando. Fué citado y hecho venir á la corte para responder por sí. Antes que fuese al palacio real dijo misa, y vestido de pontifical como estaba se fué á ver con el Rey. Lo que le debiera reprimir y ponelle temor, le alteró mas, ó por haber dado crédito á los acusadores, ó por estar disgustado por no venir luego el Obispo á su presencia, y por el hábito y traje que traia; mandó soltar un toro bravo, azorado con perros y con garrochas contra el dicho prelado; lo cual era injusto condenar á ninguno sin oir primero sus descargos. En tan gran peligro Ataulfo armóse de la señal de la cruz; ¡cosa maravillosa! El toro, dejada la braveza, allegóse á él con la cabeza baja; dejóse tocar los cuernos, que con gran espanto de los que lo vian, se le quedaron en las manos. El Rey y nobles, desengañados por aquel milagro y enterados de su inocencia, echáronsele á los piés para pedirle perdon; dióle él de buena gana, diciendo que nunca Dios quisiese que pues habia recobrado su dignidad y librádose de la afrenta, y pues el buen nombre que injustamente le habian quitado le era restituido, que él hiciese en algun tiempo por donde se mostrase olvidado del oficio de cristiano y de la virtud del ánimo y de la paciencia, que nunca perdiera. Quién dice que descomulgó á los que le acusaron. Lo que se averigua es que, librado de aquel peligro, renunció el obispado y se retiró á las Astúrias, en que vivió en soledad largo tiempo santísimamente. Los cuernos del toro colgaron del techo de la iglesia de Oviedo, do estuvieron muchos años para memoria y testimonio de aquel caso tan señalado. Esto sucedió al principio del reinado de don Ordoño. El año segundo uno, İlamado Muza, que era del linaje de los godos, pero de profesion moro, persona muy ejercitada en las cosas de la guerra, despertó contra sí las armas de cristianos y moros á causa que públicamente se levantó contra el rey de Córdoba, su señor, y con una presteza increible se apoderó de Toledo, Zaragoza, Huesca, Valencia y Tudela. Tras esto corrió las tierras de Francia, en que cautivó dos capitanes franceses que le salieron al encuentro. Con esto puso tan grande espanto en aquella tierra, que el rey de Francia Cárlos Calvo acordó de granjearle con presentes que le envió. Ensoberbecido él con esta prosperidad y olvidado de la inconstancia de las cosas humanas, revolvió contra el rey don Ordoño, con quien y con el de Córdoba se contaba y publicaba por tercero rey de España. Rompió por la Rioja, donde quitó á los cristianos á Alvelda, la fortificó muy bien. El Cronicon del rey don Alonso dice que la edificó y la llamó Albaida. Don Ordoño, movido por este atrevimiento, juntó sus huestes; una parte puso sobre aquella plaza; con los demás fué en busca del enemigo, de quien tenia aviso que estaba alojado en el monte Laturso. Llegados que fueron á verse, arremetieron los unos y los otros con gran de

Y

« AnteriorContinuar »