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tradicen los de San Juan de la Peña por causa de un sepulcro ó lucillo que allí se ve entre los otros sepulcros de los reyes pasados con nombre del rey Garci Iñiguez. Para determinar este pleito ni tenemos tiempo ni lugar, ni creo yo que nadie podria averiguar la verdad. Sospecho que la ocasion desta y semejantes diversidades se tomó de diferentes sepulcros que pusieron á estos reyes por memoria en diversos lugares sin tener allí sus cuerpos, aquellos que á hacello se tenian por obligados por alguna merced dellos recebida, como se acostumbra tambien en nuestro tiempo. Esto baste por el presente de los principios del reino de Navarra. CAPITULO II.

De los condes de Castilla.

Los romanos antiguamente llamaban vaceos por la mayor parte á aquella comarca de España que llamamos Castilla la Vieja y parte términos con el reino de Leon por los rios Carrion, Pisuerga, Heva y Regamon; por otra parte toca las tierras de Astúrias, Vizcaya y Rioja; hácia mediodía tiene por aledaños los montes de Segovia y Avila, do casi por estos tiempos se remataba el señorio de los moros por una parte, y por la otra el de los cristianos. Los campos son fértiles de pan llevar, producen vino muy bueno, son á propósito para los ganados; pero por la mayor parte tienen falta de aceite, alguna mas abundancia de agua que en lo demás de España, así de lluvias como de fuentes y rios. La gente de mansos y grandes ingenios, buenos y sin doblez, de cuerpos sanos, de rostros hermosos; demás desto, son sufridores de trabajo. En aquella provincia, dado que al principio no la poseyeron toda, algunos señores, poderosos en riquezas y vasallos, comenzaron á defender sus fronteras de los moros con esfuerzo y con las armas y de cada dia ensanchar mas su señorío. Llamábanse condes por permision, á lo que se entiende, de los reyes de Oviedo; verdad es que no se sabe si el tal apellido era nombre de principado ó solamente significaba gobierno. Por lo menos tenian obligacion de acudir á los dichos reyes, si se levantaba alguna guerra, con sus armas y vasallos; y si se juntaban Cortes del reino, de hallarse en ellas presentes. En los tiempos antiguos se acostumbró llamar condes á los gobernadores de las provincias, y aun les señalaban el número de los años que les habia de durar el mando. El tiempo adelante, por merced ó franqueza de los reyes, comenzó aquella honra y mando á continuarse por toda la vida del que gobernaba, y últimamente á pasar á sus decendientes por juro de heredad. Algun rastro desta antigüedad queda en España, en que los señores titulados, despues de la muerte de sus padres, no toman los apellidos de sus casas ni se firman duques, marqueses ó condes antes que el rey se lo llame y venga en ello, fuera de pocas casas que por especial privilegio hacen lo contrario desto. Como quier que todo esto sea averiguado, así bien no se sabe en qué forma ni por cuánto tiempo los condes de Castilla al principio tuviesen el señorío, mas es verisímil que su principado tuvo los mismos principios, progresos y aumentos que los demás sus semejantes tuvieron por todas las provincias de cristianos, á los cuales no reconocia ventaja ni en grandeza ni aun casi en antigüedad, porque hay muy an

tigua mencion de condes de Castilla, y en este número por los privilegios de los reyes antiguos se puede contar por primero el conde don Rodrigo, que floreció en el tiempo del rey don Alonso el Casto. En el número de los años y de las datas no hay para qué cansarse, porque tengo por averiguado está estragado en los mas de los privilegios antiguos. Despues de don Rodrigo las personas mas diligentes en rastrear las antigüedades de España ponen á don Diego Porcellos, hijo que fué del pasado, como lo señala en particular el Cronicon alveldense. Este vivió en tiempo de don Alonso el Magno, rey de Oviedo, por cuanto se puede conjeturar de memorias antiguas. Dió por mujer una hija suya, llamada Sulla Bella, á Nuño Belchides, que era de nacion aleman, y por su devocion era venido en romería á España y á Santiago. Este caballero, con deseo de adelantar las cosas de los cristianos, habiéndose emparentado con el conde don Diego, junto con él fundó la nobilísima ciudad de Burgos para que la gente que estaba esparcida y derramada por las aldeas hiciese un cuerpo y forma de ciudad; de que tomó el nombre de Búrgos, porque los alemanes llaman burgos á las aldeas. Habia demás de don Diego Porcellos en el mismo tiempo otros condes de Castilla, por estar, á lo que parece, aquella provincia dividida en muchos señores, como fueron Fernando Anzules, Almondar, llamado el Blanco, y su hijo deste, llamado don Diego. Mas entre todos el de mayor autoridad y poder era Nuño Fernandez, en tanto grado, que vino á tener por yerno al hermano de don Ordoño, el segundo rey de Leon, por nombre don García, que fué tambien rey. Por esto, y porque por las armas forzó á don Alonso el Magno, su consuegro, á renunciar el reino, tenia mas presumpcion que don Ordoño pudiese sufrir, como enemigo que era de toda insolencia y altivez. Fuera desto, malsines atizaban el fuego y avivaban el disgusto, cuales hay muchos en las casas de los príncipes, que tienen costumbre de subir á los mas altos grados, no por alguna virtud suya, sino derribando los que les están delante, maña muy mala, pero hollada y seguida por los prósperos sucesos que por este camino muchos han tenido. Con los aguijones deste odio movido el Rey, llamó los condes á su corte. Fingió que queria con ellos comunicar los negocios mas graves del reino. Señalóse para la junta un pueblo llamado Regular, situado en medio del camino y á los confines de los señoríos de Castilla y de Leon. Acudieron el dia señalado los condes sin guarda bastante de soldados, por venir sobre seguro y confiados en la buena conciencia que tenian. Echáronles deslealmente mano por mandado del Rey, y fueron enviados en prisiones á la ciudad de Leon. El dolor que las ciudades y lugares de Castilla concibieron, gravísimo por esta causa, se acrecentó grandemente con el aviso que dentro de pocos dias sobrevino de la muerte impía y cruel dada á los condes. Temia el rey don Ordoño nuevas alteraciones y que aquellas gentes se resolverian de acudir á las armas para tomar emienda de aquel agravio; apercebíase para la guerra, juntaba soldados, armas y caballos cuando sobrevino su fin. Falleció en Zamora de su enfermedad año de nuestra salvacion de 923; fué sepultado en Leon en la iglesia de Nuestra Señora, que él mismo hiciera consagrar, como queda arriba apuntado. Hiciéronle las exequias como

á rey con grande solemnidad y aparato. En este tiempo por muerte de Sisnando, obispo de Compostella, sucedió en aquella iglesia Gundesindo, hombre principal, hijo de cierto conde, pero que escurecia con sus malas costumbres y afeaba la nobleza de su linaje. Muerto este, fué puesto en su lugar Ermigildo, igual en la nobleza al pasado y muy semejable en las costumbres y vida. De Nuño Belchides y de Sulla Bella, su mujer, nacieron dos hijos, Nuño Rasura y Gustio Gonzalez. Nuño Rasura fué abuelo del conde Fernan Gonzalez, á quien nuestras historias suben hasta las nubes por sus muchas hazañas y valor muy conocido; de Gustio fueron nietos los infantes de Lara; con que la sangre de don Diego Porcellos, mezclada con la reál, como se dirá en su lugar, anda asimismo engerida en muchas casas y linajes principales de España y de fuera della, sin que haya faltado sucesion y línea de sus nietos y descendientes hasta esta nuestra era.

CAPITULO III.

De don Fruela el Segundo, rey de Leon. Muerto que fué el rey don Ordoño, su hermano don Fruela, segundo deste nombre, sucedió en el reino de Leon, no por alguna virtud que en él hobiese ni por voluntad de los grandes ó conforme á las leyes, sino por las armas en que muchos ponen el derecho de reinar. Conforme á los principios fueron los medios y los acabos. No le duró mucho el poder, reinó solos catorce meses. Señalóse solamente en afrentas, torpeza y crueldad, por lo cual le pusieron el nombre de Cruel. Forzosa cosa es tema á muchos á quien muchos temen. La seguridad de los reyes está en el amor de sus vasallos, y en el odio su perdicion. Dió la muerte á los hijos de un hombre principal, llamado Olmundo, cuyo hermano, llamado Fruminio, obispo de Leon, fué forzado á salir en destierro; que por ser persona eclesiástica no quiso el Rey poner en él las manos, dado que no era nada escrupuloso ni templado. Tuvo en su mujer Munia á don Alonso, don Ordoño, don Ramiro; y fuera de matrimonio á don Fruela, padre de don Pelayo, llamado el Diácono, con quien casó el tiempo adelante doña Aldonza ó Alfonsa, nieta del rey don Bermudo, llamado el Gotoso. Sepultóse don Fruela en Leon. Su memoria y fama quedó afea da, no mas por la enfermedad de lepra, de que murió, que por la cobardía de toda su vida, y por la rebelion y enajenamiento de Castilla que en su tiempo sucedió. Habia alterado las voluntades de los naturales la muerte indigna de los condes que el rey don Ordoño mandó hacer. Esta pena se acrecentaba de cada dia con nuevos agravios que les hacian, ca les forzaban á ir á pedir justicia y seguir sus pleitos delante los jueces de Leon, y cuando se tenian Cortes generales acudir á ellas. Así, lo que trataban en sus ánimos y no era fácil ponello en ejecucion, que era levantarse, tuvieron buena ocasión de apresurarlo por la poquedad del rey don Fruela; quitáronle públicamente la obediencia y se le rebelaron. Para dar órden en las cosas y para el gobierno escogieron dos personas de entre toda la nobleza que tuviesen cargo de todo con suprema autoridad. Diéronles nombre de jueces, y no títulos de otros principados mas grandes, porque no tomasen ocasion del apellido para oprimir la libertad.

Fueron nombrados para esto Nuño Răsura y Lain Calvo, dos varones en aquel tiempo muy nobles y poderosos. Lain era de menos edad y casado con Nuña Bella, hija de su compañero. A este se dió cuidado de la guerra por su mucho esfuerzo. A Nuño Rasura, que era persona de grande experiencia y de prudencia aventada, encargaron principalmente las cosas del gobierno y de la justicia, que administraba estando en Búrgos, ciudad principal, las mas veces solo, y tambien en otros pueblos de la provincia. Dos leguas de Medina de Pomar hay un pueblo llamado Bijudico, y en él un tribunal de obra muy vieja, en que los naturales, por tradicion antigua, dicen que estos jueces acostumbraban á publicar sus leyes y determinar sus pleitos. Gobernábanse, es á saber, por un antiguo libro y fuero que contenia las antiguas leyes de Castilla, cuya mencion se halla muy ordinaria en los papeles y memorias deste tiempo, y que tuvo fuerza hasta el tiempo del rey don Alonso el Sabio, que le derogó, y en su lugar ordenó las leyes de Las Partidas. Cuánto tiempo hayan vivido estos jueces no se sabe, ni aun se tiene bastante noticia de sus hechos. Del linaje destos dos jueces sin duda sucedieron hombres muy nobles, muy valientes y señalados, porque Lain Calvo fué quinto abuelo del Cid Ruy Diaz; hijo de Nuño Rasura fué Gonzalo Nuño, que tuvo el cargo de su padre, no con menor gloria que él, por ser de ingenio fácil, de suavidad de costumbres y afabilidad singular, en todas sus cosas muy curioso. Demás desto, acordó y hizo que los hijos de los nobles se criasen y amaestrasen en su palacio, que era como un seminario y plantel de varones señalados en paz y en guerra; por la cual liberalidad ganó grandemente las voluntades de toda la provincia. Su mujer se llamó doña Jimena, hija del conde Nuno Fernandez, que fué con los demás condes de Castilla muerto por el rey don Ordoño. Deste matrimonio nació el conde Fernan Gonzalez, por la gloria de sus virtudes y proezas, y en particular por la grande constancia que mostró en tanta variedad de cosas como por él pasaron, igual á cualquiera de los antiguos caudillos y príncipes. Pero del conde Fernan Gonzalez se tratará luego en su lugar. Volvamos al cuento de los reyes.

CAPITULO IV.

De don Sancho Abarca, rey de Navarra.

Cosa averiguada y cierta es que las historias de Navarra están llenas de muchas fábulas y consejas, en tanto grado, que ninguna persona lo podrá negar que tenga alguna noticia de la antigüedad. Paréceme á mí que los historiadores de aquella nacion siguieron el afecto y inclinacion vulgar que muchos tienen de hermosear su narracion con monstruosas mentiras de cosas increibles y con patrañas. Por donde la historia, cuya principal virtud consiste en la verdad, viene á hacerse y ser semejante á los libros de caballerías, compuestos de fábulas y mentiras, en que hombres ociosos y vanos se entretienen y en ellos gastan su tiempo, falta que en todo lo demás de la historia se echa de ver, mas en to que toca á este tiempo son las invenciones mas evidentes y claras, cuando muerto por los moros en un rebate el rey Garci Iñiguez, fingen que sucedió lo mismo á su mujer doña Urraca, que estaba preñada, y di

que por los frios del invierno no podria venir al socorro, se pusieron sobre Pamplona. Don Sancho, avisado del peligro, hizo pasar los montes á los soldados con abarcas por causa del frio; y esta fué la verdadera causa de haberle llamado Abarca, á la manera que sucedió en los nombres de Caligula y Caracalla, emperadores romanos, por semejante ocasion. Fué cosa fácil al que venció la naturaleza y el tiempo vencer tambien en batalla á los enemigos y forzallos á que alzasen el cerco, como lo hizo. En todas estas guerras se alaba sobre todos la valentía de un capitan llamado Centullo, hombre sagaz, animoso y denodado. Habia con esto el rey don Sancho ganado gran gloria, si no afeara en gran parte su nombre con volver las armas contra Castilla, cosa que demás de la nota á él acarreó mal y daño, como se verá poco adelante.

CAPITULO V.

De don Alonso el Cuarto y don Ramiro el Segundo, reyes de Leon.

cen quedó en el campo muerta, ó en el mismo ó en diferente trance y tiempo; que es cosa mas fácil maravillarse que los autores se diferencien en la mentira que entender y averiguar la verdad. Concuerdan empero en que un caballero, por nombre Sancho de Guevara, como sobreviniese y mirase lo que pasaba, vió al infante que sacaba el brazo por una de las heridas de la la madre que muerta quedó ; acordó de abrir el vientre de la madre y sacar dél al niño; crióle secretamente en su casa hasta tanto que tuvo buena edad. No sé qué espantajos se temia, pues para mayor secreto dicen que le traia vestido de aldeano, y por calzado unas abarcas, de donde le dieron el sobrenombre de Abarca. Añaden últimamente que pasados diez y nueve años de vacante, como la gente tratase de nombrar rey, le trajo á las Cortes. Allí, averiguado el caso y sabida la verdad, con grande voluntad de todos le fué dado el reino y la corona, teniendo todos por muy alegre agüero y pronóstico para adelante que Dios le hobiese guardado de tantos peligros, y persuadiéndose que conforme á tan maravillosos principios serian los medios y fines. Pero esto, que muy hermosamente se dice, muchos lo tienen por falso, personas de mayor prudencia y erudicion, y no concuerdan las memorias y privilegios antiguos; ni aun la razón de los tiempos da lugar á que don Sancho Abarca naciese despues de la muerte de su padre, pues tuvo por yernos á don Alonso y don Ramiro, reyes de Leon, que vivieron y reinaron poco adelante; antes entiendo que era ya de buena edad cuando murió su padre, y que tomó luego la corona. Dado que de los archivos y papeles del monasterio de San Salvador de Leire aquellos monjes sacan que Fortun, hermano mayor deste rey don Sancho, tuvo primero que él aquel reino por algun poco de tiempo. Si es verdad ó mentira no lo sabria decir; pero afirman que, dejado el reino, creo por estar cansado de las cosas del mundo, tomó el hábito de monje en aquel monasterio. La verdad es que este don Sancho tuvo en su mujer Teuda á Garci Sanchez el mayorazgo, y despues dél á Ramiro y á Gonzalo y á Fernando, demás desto cinco hijas, que fueron sus nombres Urraca, Teresa, María, Sancha y Blanca. Esta postrera dicen algunos que casó con don Nuño, señor de Vizcaya; otros lo contradicen, movidos de que por aquel tiempo no se halla que ninguno de aquel nombre haya tenido aquel señorío y estado. Fué este Príncipe dichoso, no solo por los muchos hijos que tuvo, sino esclarecido por las armas, porque con su valor y esfuerzo todo lo que por la revuelta de los tiempos se perdió en Sobrarve y Ribagorza, se recobró de los moros; y no solo hizo esto, mas ensanchó mucho los antiguos términos de aquel señorío hasta ganar y sujetar á su corona la Vizcaya ó Cantabria y todo lo que se extiende por las riberas del rio Duero hasta su nacimiento y los montes Doca, y bácia mediodía hasta Tudela y Huesca. Demás desto, da muestra que llegó con el discurso de sus victorias á Zaragoza un castillo que está situado cerca de aquella ciudad, con nombre de Sancho Abarca; y aun no contento con los términos de España, pasados los Pirineos, en Francia sujetó aquella parte de los vascones y Navarra que largo tiempo poseyeron aquellos reyes, y hoy es la tierra de vascos. Estaba el Rey embarazado en esta guerra de la otra parte de los montes; los moros, por pensar

Don Alonso, cuarto deste nombre, llamado el Monje, el reino que don Fruela á tuerto le quitara, despues de su muerte le recobró, año de 924. Don Lúcas de Tuy dice que don Alonso fué hijo del mismo rey don Fruela, contra lo que sienten otras personas de mayor diligencia y autoridad, que dicen fué hijo del rey don Ordoño el Segundo. En tiempo deste Rey partió desta vida Juan, prelado de Toledo, año del Señor de 926, sucesor que fué de Wistremiro y de Bonito, y él por sí ilustre ejemplo de la sautidad antigua. En su lugar no sucedió algun otro, por vedar, como se entiende, los bárbaros que alguno en aquellas revueltas fuese elegido. y puesto en lugar que pudiese gobernar y ayudar las cosas de los cristianos. Solo los demás sacerdotes, con deseo de tener paz entre sí por una manera de concordia, daban el primer lugar al cura de Santa Justa y obedecian á sus mandatos; estado en que se conservaron hasta tanto que Toledo volvió á poder de cristianos. En el mismo tiempo volaba por el mundo la fama de Fernan Gonzalez, conde de Castilla. El nombre y título de conde, porque su padre solamente tuvo nombre de juez, no se sabe si lo tomó con consentimiento de los reyes de Leon, ó lo que parece mas verisímil, por voluntad de sus vasallos, que le quisieron honrar por esta manera, maravillados de las excelentes virtudes de tan gran varon. Señalóse en la justicia y mansedumbre, celo de la religion y en el gran ejercicio que tuvo y larga experiencia en las cosas de la guerra, virtudes con que no solo defendió los antiguos términos de su señorío, sino demás desto hizo que los del reino de Leon se estrechasen y retrajesen de la otra parte del rio de Pisuerga. Ganó de los moros ciudades y pueblos, castigó la insolencia de los navarros con la muerte de su rey don Sancho Abarca. Tenian los navarros costumbre de hacer mal y daño en las tierras de Castilla; no contentos con esto, maltrataron de palabra con amenazas y denuestos á los embajadores que les envió á pedir emienda de lo hecho. Pasaron en esto tan adelante y las demasías fueron tales, que se tuvo por abierta la guerra. El Conde, que no sufria insolencias ni demasías, bizo con sus gentes entrada y rompió por las tierras del Navarro; las talas y presas eran grandes. Acudió el enemigo á la defensa; juntáronse las fuerzas y gentes de ambas partes cerca

de un lugar llamado Gollanda. Dióse la batalla de poder á poder, en que perecieron muchos de los unos y de los otros, sin declararse la victoria por gran espacio. Finalmente, en lo mas recio de la pelea los generales se desafiaron y combatieron entre sí. Encontráronse con las lanzas; los golpes fueron tan grandes, que ambos cayeron en tierra; el Rey con una mortal herida, el Conde aunque gravemente herido, pero sin peligro de la vida. Animáronse con esto los soldados de Castilla, y con tal denuedo cargaron sobre los enemigos, que en breve quedó por ellos el campo. Sobrevino á la sazon el conde de Tolosa con sus gentes en socorro de los navarros. Recogió á los que huian, y vueltos á las puñadas, tornóse á encender la batalla. Sucedió lo mismo que antes, que los condes se encontraron entre sí de persona á persona; cayó de un bote de lanza en aquel combate muerto el de Tolosa, con que los navarros quedaron de todo punto vencidos y puestos en buida. Los cuerpos del Rey y del Conde con licencia del vencedor fueron llevados á sus tierras y honradamente sepultados. Sobre la sepultura de don Sancho Abarca hay pleito entre los monjes de San Juan de la Peña y los de San Salvador de Leire, que cada cual de las dos partes pretende le sepultaron en su monasterio, el cual no hay para qué determinar en este lugar. Solo entiendo que don Sancho Abarca murió al principio del reinado del rey don Alonso el Magno, año de nuestra salvacion de 926, despues que reinó por espacio de veinte años enteros. Sucedió en el reino don Garci Sanchez, su hijo, de quien ballo que se llamaba rey de Pamplona y de Najara. Reinó cuarenta años; su mujer se llamó doña Teresa. Esto en Navarra. El rey don Alonso de Leon fué en sus costumbres mas semejante á don Fruela que á su padre. Ninguna virtud se cuenta dél, ninguna empresa, ninguna provincia sujetada por guerra y allegada á su señorío. El odio de los suyos por esta misma causa se encendió contra él de tal suerte, que, cansado con el peso del gobierno, se determinó de renunciar el reino á su hermano don Ramiro. Llamóle con este intento á Zamora el año del Señor de 931 y de su reinado seis y medio. Dióle el cetro de su mano, resuelto de descargarse de cuidados y de mudar la vida de príncipe con la de particular y de monje. En el monasterio de Sahagun, puesto á la ribera del rio Cea, tomó el hábito sin cuidar ni de lo que las gentes podian pensar de aquel hecho, ni de su hijo don Ordoño, habido en doña Urraca Jimenez, hija de don Sancho Abarca, rey de Navarra, que quedaba en su tierna edad desamparado de ayuda y á propósito para que le hiciesen cualquier agravio. El principio bueno fué; el tiempo, que aclara los intentos, dió á entender que mas se movió por liviandad que por otro buen respeto. Doña Teresa, hermana de la reina doña Urraca, casó con el nuevo rey don Ramiro; della nacieron don Bermudo, don Ordoño, don Sancho y doña Elvira. Don Ramiro, encargado que se hobo del reino, luego tornó á renovar la guerra de los moros. Entendia como varon prudente que con ninguna cosa mas podia ganar las voluntades de los suyos ni hacer mayor servicio á Dios que en perseguir á los enemigos del nombre cristiano; pero la inconstancia de don Alonso puso impedimento á tan santos intentos, porque con la misma ligereza con que la habia tomado dejó aquella mauera de vida y se

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comenzó á llamar rey. Para atajar los males que podian resultar destos principios, don Ramiro á la hora revolvió contra Leon, do su hermano estaba. Allí le cercó, y vencido de la hambre y de la falta de todas las cosas le forzó á rendirse. En aquella ciudad fué puesto en prision, sin por entonces hacer en él mayor castigo, á causa que los hijos del rey don Fruela, segundo deste nombre, andaban alterados en Astúrias, y forzaban á don Ramiro á ir allá. La ocasion de alterarse no era la misma á los capitanes y al pueblo. Los hijos de don Fruela se quejaban de haber sido despreciados por el Rey, pues no los llamó á las Cortes en que don Alonso renunció el reino. Los asturianos se alteraron por aficion que tenian á don Alonso y llevar mal que tratase de dejar el gobierno. Eran muchos los levantados, y mas por miedo del castigo que por voluntad ó esperanza de salir con la victoria, tomaron por cabezas á los hijos de don Fruela; pero conocido el peligro que corrian, acordaron de enviar embajadores á don Ramiro para avisalle que estaban aparejados á hacer lo que les fuese mandado, recebirle en las ciudades y pueblos, serville con todas sus fuerzas con tal que se determinase de venir sin ejército, de paz y sin hacer mal á nadie; que esto tomarian por señal que su ánimo estaba aplacado. El, sospechando algun engaño ó teniendo por cosa indigna que sus vasallos para obedecelle le pusiesen condiciones, entró con grueso ejército y domó á sus enemigos. Perdonó á la muchedumbre, tomó castigo de los mas culpados. A los hijos de don Fruela luego que los tuvo en su poder los privó de la vista. El mismo castigo se dió á don Alonso, hermano del Rey. No léjos de la ciudad de Leon estaba un monasterio con nombre de San Julian, edificado á costa deste rey don Ramiro; en él fueron guardados por toda la vida, y despues de muertos sepultados, así todos estos como doña Urraca, mu- ̄ jer de don Alonso. Con esto aquellas grandes alteraciones que tenian suspensos los ánimos de los naturales tuvieron mas fácil salida que se pensaba. Concluidas estas revueltas, el Rey, como antes lo pretendió, volvió las armas contra los moros. Entró por el reino de Toledo, tomó por fuerza en aquella comarca, saqueó y quemó á Madrid, pueblo principal, derribóle los muros. En el entre tanto los moros encendidos en deseo de vengarse, juntas sus gentes, entraron por tierra de cristianos. Lo primero se metieron por los campos de Castilla. El Conde, como quier que por la guerra pasada de Navarra se hallase flaco de fuerzas, movido por el peligro que las cosas corrian, envió embajadores al rey don Ramiro para rogarle no permitiese que el nombre ristiano recibiese afrenta ni que los bárbaros se fuesen sin castigo; que él forzado tomó las armas contra el Rey, su suegro, y que el suceso de las guerras no está en manos de los hombres; si algun agravio ó enojo recibió por lo hecho, que era justo perdonarle por respecto de la patria; que le aseguraba no pondria en olvido el beneficio y cortesía que le hiciese en este trance. El peligro comun ablandó el ánimo del Rey. Acudió luego con sus gentes deseoso de ayudar al Conde. Juntáronse las huestes y los campos. Dióse la batalla cerca de la ciudad de Osma, en que gran número de los bárbaros fueron muertos, los demás puestos en huida. Los soldados cristianos cargados de oro v de preseas volvieron á sus casas. Algunos sospechan que desde este tiempo

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del sol se volvió amarilla, en el cielo apareció una abertura, cometas de extraordinaria forma, que caian á la parte de mediodía; las tierras fueron abrasadas por oculta fuerza de las estrellas, sin otras cosas que daban á entender la ira de Dios y su saña. Todo esto se contiene en el privilegio del conde Fernan Gonzalez; otros dicen que en el mismo dia de la batalla se eclipsó el sol á 6 de agosto, dia de los santos Justo y Pastor, que fué lúnes. Estas señales tenian á todos muy congojados; pero ganada la victoria, se trocó el temor en alegría y se entendió que no amenazaban á los fieles, sino á sus enemigos. Falleció por este tiempo Miron, conde de Barcelona; dejó tres hijos menores de edad. Estos fueron Seniofredo, que le sucedió en el estado;. Oliva, por sobrenombre Cabreta, al cual mandó el señorío de Besalu y de Cerdania, y Miron, que en los años

volvieron los condes de Castilla á estar á devocion y ser feudatarios y vasallos de los reyes de Leon, porque les parece que un rey tan amigo de honra como don Ramiro no juntara de otra manera sus fuerzas, ni · perdonara las injurias y desacatos que le habian hecho, sin que primero se le allanasen. Siguióse una nueva guerra contra los moros. El rey don Ramiro, encendido en deseo de oprimirlos con sus gentes, movió la vuelta de Zaragoza. Tenia el principado de aquella ciudad Abenaya, señor de pocas fuerzas, feudatario de Abderraman, rey de Córdoba. Acompañó á don Ramiro en esta jornada el conde Fernan Gonzalez, El Moro, pareciéndole que no podria resistir á dos enemigos tan fuertes, tomó por partido sujetarse al rey don Ramiro y pagalle parias. Con este concierto se hicieron paces y cesó la guerra. No guardan los moros la fe mas de cuanto les es forzoso. Así, partidos los nuestros, y lam-adelante fué obispo y conde de Girona. El gobierno por bien por miedo de Abderraman, que tenia aviso se aprestaba contra él, mudado partido y tomado nuevo asiento, de consuno acometieron los dos las tierras de los cristianos. Llegaron á Simancas; llevaban los moros mal que los cristianos les pusiesen leyes y forzasen á pagar parias los á quien tenian antes por sus tributarios. Acudió luego el Rey y salió al encuentro á los enemigos. Dióse la batalla, que fué muy brava y de las mas señaladas y reñidas de aquel tiempo; murieron treinta mil moros, otros dicen setenta mil. Los despojos fueron muchos y ricos, grande el número de los cautivos. El mismo Abenaya tambien fué preso. Abderraman con veinte de á caballo escapó por los piés. El conde Fernan Gonzalez, por no haberse hallado en la batalla, el por qué no se sabe, pero habiéndose encontrado con los que huian, hizo en ellos no menor matanza. Da muestra desto un privilegio del monasterio de San Millan de la Cogulla, puesto en los montes de Oca, que se llamó antiguamente de San Félix, que concedió el Conde por memoria del beneficio recebido y desta victoria que ganó de los moros. En aquel privilegio se manda que muchas villas y pueblos de Castilla contribuyan por casas cada uno para los gastos y servicios de aquel monasterio, bueyes, carneros, trigo, vino, lienzo, conforme á lo que en cada tierra se daba, por voto que el Conde hizo cuando iba á esta guerra; de donde tambien se entiende que de aquella parte de Vizcaya que se llama Alava fueron gentes de socorro al Rey, y que todos estuvieron persuadidos que dos ángeles en dos caballos blancos pelearon en la vanguardia, y que por su ayuda se ganó la victoria; cosa que no suele acontecer ni aun inventarse sino en victorias muy señaladas cual fué esta. El alfaquí mayor de los moros, que es como obispo entre ellos, vino en poder del Conde. Con esto, la provincia y la gente pareció alentarse del grande espanto causado del aparato que los contrarios hicieron para aquella guerra, además de muchas señales que en el cielo se vieron y muchos prodigios; porque en el mismo año que fué la pelea, es á saber, el de 934, otros á este número añaden cuatro años, siendo reyes don Ramiro en Leon, y don Garci Sanchez en Pamplona, hobo un eclipsi del sol á los 19 de julio (mas quisiera á los 18, porque dicen fué viérnes) por espacio de una hora entera á las dos de la tarde, tan grande y cerrado, que se mudó el dia en muy espesas tinieblas. Segunda vez á 15 de octubre, que fué miércoles, la luz

la tierna edad del nuevo Príncipe estuvo mucho tiempo en poder de Seniofredo, su tio, conde de Urgel, que fué escalon para que sus descendientes poco adelante se apoderasen de todo. A la sazon que gobernaba este Seniofredo aquel estado se tuvo un concilio de obispos en un pueblo llamado Fuentecubierta, tierra de Narbona. En este Concilio se determinó un pleito que andaba entre los obispos Antigiso, de Urgel, y Adulfo, pallariense, sobre los términos y mojones de los obispados, ó por mejor decir, sobre toda la diócesi del pallariense, que el de Urgel pretendia ser toda suya. Así fué determinado por los obispos, que en pasando desta vida Adulfo, la ciudad de Pallas quedase sujeta al obispo de Urgel, porque se probaba por instrumentos muy ciertos que antiguamente lo fué. Presidió en el Concilio Arnusto, prelado narbonense, por estar á la sazon Tarragona en poder de moros, á cuyo obispo pertenecia concertar los pleitos entre los obispos comarcanos y su◄ fragáneos suyos. Por muerte de Seniofredo, conde do Barcelona, que falleció adelante sin dejar hijos, bien que estuvo casado con doña María, hija del rey don Sancho Abarca, Borello, conde de Urgel y hijo del otro Seniofredo, se apoderó del señorío de Barcelona. La fuerza prevaleció contra la razon; que de otra suerte ¿qué derecho podia tener ni alegar para excluir á Oliva, hermano del difunto? Tuvo Borello un hermano, llamado Armengaudo ó Armengol, de grande santidad de vida, y por esto puesto en el número de los santos y en los calendarios; pero esto fué algun tiempo adelante. El rey don Ramiro, llegado á mayor edad y vuelto su pensamiento á las artes de la paz y al culto de la religion, de los despojos de los moros edificó en Leon un monasterio de monjas con advocacion de San Salvador, do hizo que doña Elvira, su hija única, tomase el hábito Ꭹ el velo como se acostumbra. Otro monasterio hizo con nombre de San Andrés. El tercero de San Cristóbal, á la ribera del rio Cea cerca de Duero. El cuarto con nombre de Santa María Virgen. En conclusion, en el valle Ornense levantó otro monasterio con advocacion del arcángel San Miguel. Estaba el Rey ocupado en estas cosas cuando nuevas y domésticas alteraciones le hicieron volver á las armas. Fernan Gonzalez y Diego Nuñez, hombres principales, con deseo de novedades, ó por alguna causa agraviados del Rey, se rebelaron contra él. No tenian bastantes fuerzas, llamaron á los moros y á su capitan Accifa. Destruyeron el ter

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