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sucedió, como quien iba á fiestas y regocijos sin sospecha de trama semejante. A los hijos de don Vela por el mismo caso pareció aquella buena coyuntura para satisfacerse de los agravios que pretendian les hiciera el conde don Sancho á sinrazon. Eran hombres por la larga experiencia de cosas arteros y sagaces; comunicaron su intento con los que les parecieron mas á propósito para ayudalles á ejecutar la traicion, hombres homicianos, de malas mañas. Las asechanzas que se paran en muestra de amistad son mas perjudiciales. Salieron á recebir entre los demás al Príncipe, su señor, que venia bien descuidado. Puestos los hinojos en tierra y pedida la mano, le hicieron la salva y reverencia entre los españoles acostumbrada. Juntamente con muestra de arrepentimiento le pidieron perdon. Otro tenian en su pecho desleal, como en breve lo mostraron. ¿Quién sospechara debajo de aquella representacion malicia y engaño? Quién creyera que, alcanzado el perdon, no pretendieran recompensar las culpas pasadas con mayores servicios? No fué así, antes se apresuraron en ejecutar la maldad y dar la muerte á aquel Príncipe, por su edad de sencillo corazon, y que por todos respetos no se recataba de nadie. El tiempo, las alegrías, el hospedaje, el acompañamiento, todo le aseguraba. Salió á oir misa á la iglesia de San Salvador, cuando á la misma puerta de la iglesia los traidores le sobresaltaron y acometieron con las espadas desnudas. Rodrigo, el mayor de los hermanos, sin embargo que le sacara de pila cuando le baptizaron, le dió la primera herida como traidor y parricida malvado. Los demás acudieron y secundaron con sus golpes hasta acabarle. Doña Sancha, antes viuda que casada, perdió el sentido y se desmayó con la nueva cruel de aquel caso. Luego que volvió en sí acudió á aquel triste espectáculo, abrazóse con el muerto, henchia el cielo y la tierra de alaridos, como se deja entender, de sollozos y de lágrimas; miserable mudanza de las cosas, pues la mayor alegría se trocó repentinamente en gravísimo quebranto. Apenas la pudieron tener que no se hiciese enterrar juntamente con su esposo. Depositaron el cuerpo en la iglesia de San Juan, despues le trasladaron al monasterio de Oña, hoy en ambos lugares se ve su sepulcro. Mudóse con esto el estado de las cosas y trocóse toda España. Don Sancho, rey de Navarra, que en los arrabales de Leon se estaba con sus tiendas que tenia levantadas á manera de reales, heredó el principado de Castilla, cuyo título y armas de conde mudó él en nombre é insignias reales, por donde su poder comenzó á ser sospechoso y pouer espanto al rey de Leon. Los traidores se huyeron y se metieron en Monzon, por ventura con esperanza que Fernan Gutierrez, ofendido contra los príncipes don García y el rey don Sancho por las plazas que le quitaron, fácilmente se juntaria con ellos y aprobaria lo hecho. Pero, ó que él los entregase, ó por diligencia del rey don Sancho que los siguió por todas partes, fueron presos y quemados; justicia con que castigaron su delito y quedaron escarmentados los demás, y muestra que los atrevimientos desleales no quedan sin castigo. El rey don Bermudo, escarmentado por la muerte de su padre, se mostraba amigo de la quietud; y por el nuevo desastre del príncipe don García, avisado de la inconstancia de las cosas, volvió su ánimo y pensamiento al

culto de la religion y á las artes de la paz. Primeramente con deseo de reformar las costumbres del pueblo, que la libertad de los tiempos estragara y por la malicia de los hombres, dió órden como se hiciese justicia á todos, promulgó leyes á propósito desto, y no con menos diligencia quitó de todo su reino los robos y salteadores, y con la grandeza de castigos hizo que ninguno se atreviese á pecar. Con estas obras ganó las voluntades de los naturales, y su reino parecia florecer con los bienes de una grande paz. No es duradera la prosperidad; don Sancho, rey de Navarra, con ambicion fuera de tiempo la alteró por esta causa. Don Bermudo no tenia hijos, y entendíase que la sucesion del reino, conforme á las leyes, forzosamente recaia en doña Sancha, su hermana. Recelábanse los de Leon que por esta via, como suele acontecer cuando las hembras heredan, no entrase á reinar algun príncipe forastero. Deseaba el Rey, deseaban los naturales acudir á este daño y peligro que amenazaba. Sintió esto don Sancho, rey de Navarra, como era fácil. Atreviéndose, engañando, moviendo y enlazando unas guerras de otras suelen los reyes hacerse grandes. Una y la mas principal causa de inover guerra es la mala codicia de mando, poder y riquezas. Juntó pues un grueso ejército de sus dos estados, con que entró haciendo daño por el reino de don Bermudo. Tomóle todo lo que poseia pasado el rio Cea, y parecia que con el progreso próspero de las victorias sojuzgaria toda la provincia y tierras de Leon. Don Bermudo, avisado por estos daños, y á persuasion de los grandes, que querian mas la paz que la guerra, se inclinó á concierto y pleitesía. Las condiciones fueron estas: doña Sancha case con don Fernando, hijo segundo del rey de Navarra. Désele en dote de presente todo lo que en aquella guerra quedaba ganado; para adelante quede su esposa nombrada por sucesora en el reino. Partido desaventajado para los leoneses, pero de que en toda España resultó una paz muy firme entre todos los cristianos, y casi todo lo que en ella posejan vino á poder y señorío de una familia. Demás desto, cosa notable, en un mismo tiempo los dos señoríos, el de Castilla y el de Leon, recayeron en hembras, y por el mismo caso en mando y gobierno de extraños; accidente y cosa que todos suelen aborrecer asaz, pero diversas veces antes deste tiempo vista y usada en el reino de Leon; si dañosa, si saludable, no es deste lugar disputallo ni determinallo. A la verdad, muchas naciones del mundo, fuera de España, nunca la recibieron ni aprobaron de todo punto.

CAPITULO XEH.

De don Sancho el Mayor, rey de Navarra.

Era don Sancho hombre de buenos años cuando hobo para si el señorío de Castilla, y á su hijo don Fernando abrió camino para suceder en el reino de Leon. Las cosas que hizo en toda su vida muy esclarecidas, no solo le dieron nombre de don Sancho el Mayor, sino tambien vulgarmente le llamaron emperador de España, como acostumbra el pueblo sin muy grande ocasion adular á sus príncipes y dalles títulos soberanos. Puso su asiento y morada en la ciudad de Najara por estar á las fronteras y raya de Castilla y de Navarra. Cuidaba del gobierno de sus estados y de las cosas de

la paz, mas de manera que nunca se olvidaba de la guerra. Lo primero movió con sus gentes contra los moros, que por estar alborotados con discordias entre sí podian mas fácilmente recebir daño. Tenia soldados viejos y provisiones apercebidas de antes. Las talas y daños que hizo fueron muy grandes sin parar hasta llegar á Córdoba; ninguno de los moros se atrevió á salirle al encuentro. Pero al mismo tiempo que el Rey ponia con la guerra espanto, destruia y saqueaba pueblos, campos y castillos, una desgracia que sucedió en su casa le hizo dejar la empresa. El caso pasó desta manera. Cuando se iba á la guerra encomendó á la Reina grandemente un caballo, el mejor y mas castizo que tenía, que en aquel tiempo ninguna cosa mas estimaban los españoles que sus caballos y armas. Don García, hijo mayor del Rey, pidió á su madre la Reina le diese aquel caballo. Estaba para contentalle, sino que le avisó Pedro Sese, hombre noble y caballerizo mayor, que el Rey recibiria dello pesadumbre. Don García, como fuera de sí por haberle negado lo que pedia, sea por creer de veras que no sin causa las palabras de Pedro Sese podian mas con la Reina que su demanda, ó falsamente y con deseo de vengarse, determinó acusar á su madre de adulterio. La prosecucion desto no la trató con ímpetu de mozo, antes para dar mas color al hecho mañosamente convidó y atrajo á don Fernando, su hermano, para que le ayudase en aquella empresa. Parecióle á don Fernando al principio impío aquel intento y desatinado; despues de tal manera disimuló con aquel enredo, que con juramento prometió de estar á la mira sin allegarse á ninguna de las partes. La acusacion de don García alteró grandemente el ánimo del Rey luego que supo lo que pasaba. Acudió á su reino. Extrañaba mucho lo que cargaban á la Reina. Movíale por una parte su conocida honestidad y la buena fama que siempre tuvo, por otra parte no podia pensar que su hijo sin tener grandes fundamentos se hobiese empeñado en aquella demanda. Don Fernando, preguntado de lo que sentia, con su respuesta dudosa le puso en mayor cuidado. Llegó el negocio á que la Reina fué puesta en prision en el castillo de Najara. Pareció que se tratase aquel negocio por ser tan grave en una junta de la nobleza y de los grandes. Salió por decreto que si no hobiese alguno que por las armas hiciese campo en defensa de la honestidad de la Reina, pasase ella por la pena del fuego y la quemasen. Tenia el Rey un hijo bastardo, llamado don Ramiro, habido de una mujer noble de Navarra, que unos llaman Urraca, otros Caya. Este, por compasion que tenia á la Reina y por haber olido la malicia de don García, rieptó, como se usaba entonces entre los españoles, y salió á hacer campo con don García para volver por la honra de la Reina contra la calumnia que á su inocencia se urdia. Gran mal para el Rey por cualquiera de las partes que quedase la victoria. Acudió Dios á la mayor necesidad, que un hombre santo con su diligencia y buena maña atajó el daño y deshizo la maraña con sus amonestaciones, con que puso en razon á los dos hermanos. Decíales que la afrenta de la Reina, no solo tocaba á ella, sino al Rey, á ellos y á toda España; mirasen que en acusar á su madre (la cual cuando estuviese culpada debieran defender y cubrir) no incurriesen en la ira de Dios y provocasen contra sí los gravísimos castigos que semejantes impiedades mere

cen. Con estas y otras razones los trajo á tal estado, que primero confesaron la maraña, despues prostrados á los piés de su padre, le pidieron perdon. Respondió el Rey que tan grande delito no era de perdonar si primero no aplacasen á la Reina. «Así, dice, ¿tan gran maldad contra nos y tal afrenta contra nuestra casa real os atrevistes á concebir en vuestros ánimos y intentar, malos hijos y perversos, si sois dignos deste nombre los que amancillastes con tan gran mancha nuestro linaje y casa? Fuera justo defender á vuestra madre, aunque estuviera culpada, y cubrir la torpeza, aunque manifiesta, con vuestra vida y sangre; pues ¿qué será, cuán grave maldad, imputar á la inocente un delito tan torpe? Perdonad, santos del cielo, tan grande locura. En este pecado se encierran todas las maldades, impiedad, crueldad, traicion; contentãos con algun castigo tolerable. Perdonen los hombres; en un delito todos, grandes, pequeños y medianos, han sido ofendidos. Las naciones extrañas do llegare la fama desta mengua no juzguen de nuestras costumbres por un caso tan feo y atroz. Perdonad, compañía muy santa, no mas á los hijos que al padre. No puedo tener las lágrimas, y apenas irme á la mano para no daros la muerte, y con ella mostrar al mundo cómo se deben honrar los padres. Mas en mi enojo y saña quiero tener mas cuenta con lo que es razon que yo haga que con lo que vos mereceis, y no cometer por donde el primer llanto sea ocasion de nuevas lágrimas y daños. Dése esto á la edad, dése á vuestra locura. El mucho regalo, don García, te ha estragado para que, siendo el primero en la traicion, metieses á tu hermano en el mismo lazo. No quiero al presente castigaros, ni para adelante os perdono. Todo lo remito al juicio y parecer de vuestra madre. Lo que fuere su voluntad y merced, eso se haga y no al; yo mismo de mi facilidad y credulidad le pediré perdon con todo cuidado.» Desta manera fueron los hijos despedidos del padre. La Reina vencida por los ruegos de los grandes, y ablandada por las lágrimas de sus hijos, se dice les dió el perdon á tal que á don Ramiro en premio de su trabajo y de su lealtad y valor le diesen el reino de Aragon; en quien la falta del nacimiento suplia la señalada virtud y su piedad. Don García, que fué la principal causa y atizador desta tragedia, fuese privado del señorío materno que por leyes y juro de heredad se le debia. Vino en lo uno y en lo otro el rey don Sancho, su padre, para que se hiciese todo como la Reina lo deseaba. Algunos ponen en duda esta narracion, y creen antes que la division de los estados se hizo por testamento y voluntad del rey don Sancho, ejemplo que don Fernando, su hijo, asimismo imitó adelante, que repartió entre sus hijos sus reinos. A la verdad, ni lo uno ni lo otro se puede bastantemente averiguar, si bien nos parece tiene color de invencion. Sea lo que fuere, á lo menos si así fué, sucedió algu→ nos años antes deste en que vamos. De don García otrosí se refiere que, sea por alcanzar perdon de su pecado, ó por voto que tenia hecho, se partió para Roma á visitar los lugares santos.

CAPITULO XIV.

De la muerte del rey don Sancho.

Estaban las cosas en el estado que queda dicho, y concluido el desasosiego de que se ha tratado, el rey

don Sancho en el tiempo siguiente volvió su ánimo al celo de la religion y deseo que fuese su culto aumentado. Era en aquella sazon famoso el monasterio de los monjes de Cluni, que está situado en Borgoña, como en el que se reformara con leyes mas severas la religion de San Benito, que por causa de los tiempos se habia relajado. Para que el fruto fuese mayor, desde allí enviaban colonias y poblaciones á diversas partes de Francia y de España, en que edificaban diversos conventos. El rey don Sancho, movido por la fama desta gente, los hizo venir al monasterio de San Salvador de Leire, antiguamente edificado por la liberalidad de sus predecesores los reyes de Navarra. Lo mismo hizo en el monasterio de Oña, ca las monjas que en él vivian pasó al pueblo de Bailen, y en su lugar puso monjes de Cluñi. El primer abad deste monasterio fué uno llamado García, que con los otros monjes vino de Francia. Despues de García Iñigo. De la vida solitaria que hacia en los montes de Aragon, el Rey le sacó y forzó á tomar el cargo de aquel nuevo monasterio. Su virtud fué tal, que despues de muerto aquellos monjes de Oña le honraron con fiesta cada año y le hicieron poner en el número de los santos. El monasterio de San Juan de la Peña, que dijimos está cerca de Jaca, famoso por los sepulcros de los antiguos reyes de Sobrarve, fué tambien entregado á los mismos monjes de Cluñi para que morasen en él, y porque no fuese necesario hacer venir de Francia tanta muchedumbre de monjes como era menester para poblar tantos monasterios, el Rey con su providencia envió á Francia á Paterno, sacerdote, y doce compañeros para que acostumbrados y amaestrados á la manera de vida del monasterio de Cluñi y cultivados con aquellas leyes, trajesen á España aquella forma de instituto. No pararon en esto los pensamientos deste buen Príncipe, antes considerando que por la revuelta de los tiempos, hombres seglares por ser poderosos se entraran en los derechos y posesiones de las iglesias, las puso en su libertad. Hállase un privilegio del rey don Sancho, en que con autoridad de Juan XIX, pontífice romano, dió poder á los monjes de Leire, el año de nuestra salvacion de 1032, para elegir en aquel monasterio el obispo de Pamplona. Las ordinarias correrías de los moros y el peligro forzaron á que los obispos de Pamplona pasasen su silla al dicho monasterio de Leire por estar puesto entre las cumbres de los Pirineos, y por el consiguiente ser mas segura morada que la de la ciudad. Al presente con la paz de que gozaban por el esfuerzo y buena dicha del rey don Sancho se tuvo en Pamplona un Concilio de obispos sobre el caso. Juntáronse estos prelados: Poncio, arzobispo de Oviedo; los obispos García, de Najara; Nuño, de Alava; Arnulfo, de Ribagorza; Sancho, de Aragon, es á saber, de Jaca; Juliano, de Castilla, es á saber, de Auca. En este Concilio lo primero de que se trató fué de la pretension de don fray Sancho, abad que era de Leire y juntamente obispo de Pamplona, que por tener gran cabida con el Rey, causada de que fué su maestro, procuraba se restituyese la antigua silla al obispo de Pamplona y volviese á residir en la ciudad. Dilatóse por entonces su pretension, que ordinariamente los hombres quieren perseverar en las costumbres antiguas, y as nuevas, como se desechan de todos, dificultosamente se reciben y mal se pueden encaminar; mas en tiempo Letra harto notable. Fué muerto á 18 de octubre, a

de su sucesor, don Pedro de Roda, se puso esto que se pretendia en ejecucion. A lo último de su vida hizo el Rey que se reedificase la ciudad de Palencia por una ocasion no muy grande. Estaba de años atrás por tierra á causa de las guerras, solo quedaban algunos paredones, montones de piedras y rastros de los edificios que allí hobo antiguamente; demás desto, un templo muy viejo y grosero con advocacion de San Antolin. El rey don Sancho, cuando no tenia en qué entender, acostumbraba ocuparse en la caza por no parecer que no hacia nada; demás que el ejercicio de montería es á propósito para la salud y para hacerse los hombres diestros en las armas. Sucedió cierto dia que en aquellos lugares fué en seguimiento de un jabalí, tanto, que llegó hasta el mismo templo á que la fiera se recogió, por servir en aquella soledad de albergo y morada de fieras. El Rey, sin tener respeto á la santidad y devocion del lugar, pretendia con el venablo herille, sin mirar que estaba cerca del altar, cuando acaso echó de ver que el brazo de repente se le habia entumecido y faltádole las fuerzas. Entendió que era castigo de Dios por el poco respeto que tuvo al lugar santo, y movido deste escrúpulo y temor, invocó con humildad la ayuda de san Antolin; pidió perdon de la culpa que por ignorancia cometiera. Oyó el santo sus clamores; sintió á la hora que el brazo volvió en su primera fuerza y vigor. Movido otrosí del milagro, acordó desmontar el bosque y los matorrales á propósito de edificar de nuevo la ciudad, levantar las murallas y las casas particulares. Lo mismo se hizo del templo, que le fabricaron magníficamente, con su obispo para el gobierno y cuidado de aquella nueva ciudad. Parece que escribo tragedias y fábulas; á la verdad en las mismas historias y corónicas de España se cuentan muchas cosas deste jaez, no como fingidas, sino como verdaderas. De las cuales no hay para qué disputar, ni aproballas ni desechallas; el lector por sí mismo las podrá quilatar y dar el crédito que merece cada cual. Concluyamos con este Rey con decir que acabadas tantas cosas en guerra y en paz, ganó para sí grau renombre, para sus descendientes estados muy grandes. Sus hechos ilustran grandemente su nombre, y mucho mas la gravedad en sus acciones, la constancia y grandeza de ánimo, la bondad y excelencia en todo género de virtudes. El fin de la vida fué desgraciado y triste; camino de Oviedo, donde iba con deseo de visitar los sagrados cuerpos de los santos, por cuyo respeto y con cuya posesion aquella ciudad siempre se ha tenido por muy devota y llena de majestad, fué muerto con asechanzas que le pararon en el camino. Quién fuese el matador, ui se refiere en las historias ni aun por ventura entonces se pudo saber ni averiguar. Sospéchase que algun príncipe de los muchos que envidiaban su felicidad le hizo poner la celada. Su cuerpo enterraron en Oviedo. Las exequias le hicieron, segun la costumbre, magníficamente. Pasados algunos años, por mandado de su hijo don Fernando, rey de Castilla, le trasladaron á Leon y sepultaron en la iglesia de San Isidoro. La letra de su sepulcro dice:

AQUÍ YACE SANcho, rey de LOS MONTES PIRINEOS Y DE TOLOSA,
VARON CATÓLICO Y POR LA IGLESIA.

айо

de nuestra salvacion de 1035. Dejó á sus hijos grandes contiendas, y al reino materia de grandes males por la division sin propósito que entre ellos hizo de sus esta

dos, como ordinariamente los pecados y desórdenes de los príncipes suelen redundar en perjuicio del pueblo y pagarse con daño de sus vasallos.

LIBRO NONO.

CAPITULO PRIMERO.

Del estado de las cosas de España.

Los temporales que se siguieron turbios y alborotados, sus calamidades y desgracias y las guerras crueles que se emprendieron entre los que eran deudos y hermanos, serán bastante aviso para los que vinieren adelante cuánto importa que el reino, en especial cuando es pequeño y su distrito no es ancho, no se divida en muchas partes ni entre diversos herederos. Buen recuerdo y doctrina saludable es que la naturaleza del señorío y del mando no sufre compañía, y que la ambicion es un vicio desapoderado, cruel, sospechoso, desasosegado, que ni por respeto de amistad ni de parentesco, por estrecho que sea, se enfrena para no revolver y trastornar lo alto con lo bajo. No hay gente en el mundo ni tan avisada y política, ni tan fiera y salvaje, que no entienda y confiese ser verdad lo que se ha dicho; y sin embargo, vemos que muchos, olvidados desto y vencidos del amor de padres, ó movidos de otras consideraciones y recatos sin propósito, dividieron á su muerte entre muchos sus estados; en lo cual haber errado grandemente los tristes y desastrados sucesos que por esta causa resultaron lo mostraron bastantemente; y todavía los que adelante sucedieron no dudaron de imitar en este yerro á sus antepasados. Es así, que muchas veces las opiniones caidas y olvidadas se levantan y prevalecen, y los hombres de ordinario tienen esta mala condicion de juzgar y tener por mejor lo pasado que lo presente, además que cada cual demasiadamente se fia de sus esperanzas, y halla razones para aprobar lo que desea. Esto le aconteció al rey don Sancho, cuya vida y hechos quedan relatados en el libro pasado. Estaba la cristiandad, cuan anchamente 'se extendia en España, casi toda reducida y puesta debajo del mando de un principe; merced grande y pro'videncia del cielo para que el señorío de los moros que de sí mismo se despeñaba en su perdicion, con las fuerzas de todos los cristianos juntas en uno, se desarraigase de todo punto en España. Pero desbarató estos intentos la division que este Rey hizo entre sus hijos y berederos de todos sus estados; acuerdo perjudicial y errado. Entramos en una nueva selva de cosas, y la narracion de aquí adelante irá algo mas extendida que hasta aquí. Por esto será bien en primer lugar relatar el estado en que España y sus cosas se hallaban despues de la muerte del ya dicho rey don Sancho. Dividió sus reinos entre sus hijos en esta forma: don García, el hijo mayor, llevó lo de Navarra y el ducado de Vizcaya, con todo lo que hay desde la ciudad de Najara hasta los montes Doca. A don Fernando, hijo segundo, dieron en vida su padre y madre doña Nuña á Castilla, trocado

el nombre de Conde que antes solia tener aquel estado en apellido de rey. A don Gonzalo, el menor de los tres hermanos legítimos, cupieron Sobrarve y Ribagorza, con los castillos de Loharri y San Emeterio. A don Ramiro, hijo fuera de matrimonio, aunque de madre principal y noble, dió su padre el reino de Aragon, fuera de algunos castillos que quedaron en aquella parte en poder de don García, y se le adjudicaron en la particion; traza enderezada á que los hermanos estuviesen trabados entre sí y por esta forma se conservasen en paz. Todos se llamaron reyes, y usaban de corte y aparato real, de que resultaron guerras perjudiciales y sangrientas. Cada çual ponia los ojos en la grandeza de su padre, y pretendian en todo igualarle. Llevaban otrosí mal que los términos de sus estados fuesen tan cortos y limitados. En Leon reinaba á la misma sazon don Bermudo, tercero deste nombre, cuñado de don Fernando, ya rey de Castilla. En el reino de Leon se comprehendian las provincias de Galicia y de Portugal y parte de Castilla la Vieja hasta el rio de Pisuerga. Conde de Barcelona era don Ramon, por sobrenombre el Viejo; falleció el mismo año que el rey don Sancho, que se contaba de nuestra salvacion 1035. Sucedióle don Berenguel Borello, su hijo, aunque pequeño de cuerpo, en ánimo y esfuerzo no menos señalado que sus antepasados. A la verdad ganó por las armas á Manresa y otro pueblo, que llaman Prados del rey Galafre. Ganó otrosí y hizo que volviesen á poder de los cristianos Tarragona y Cervera, demás de otros pueblos comarcanos, que por negligencia de su padre ó por no poder mas se perdieron los años pasados. Muchos señores moros que tenian sus estados por aquellas partes los sujetó con las armas y forzó á que le pagasen parias. Casó con dos mujeres: la una se llamó Radalmuri, la otra Almodi. De la primera tuvo dos hijos, don Pedro y don Berenguel. La segunda parió á don Ramon Bereguel, que se llamó Cabeza de Estopa por causa de los cabellos espesos, blandos y rubios que tenia. Este era el estado y disposicion en que se hallaban por este tiempo las cosas de los cristianos en España. Los reinos de los moros, como de suso se dijo, eran tantos en número cuantas las ciudades principales que poseian. El reino de Córdoba todavía se adelantaba á los demás con autoridad y fuerzas por ser el mas antiguo y mas extendido, si bien los bandos domésticos y alborotos le traian puesto en balanzas. El segundo lugar tenia el de Sevilla, luego Toledo, Zaragoza, Huesca, sin otros reyezuelos moros, en fuerzas, riquezas y valor de menor cuenta que los demás, y que fácilmente los pudieran atropellar y derribar si los nuestros se juntaran para acometellos y conquistallos. Las discordias que de repente y sin propósito resultaron entre los principes,

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canzar perdon del pecado que cometió en acusar falsamente, como está dicho, á su madre, era ido á Roma á la sazon que su padre falleció á visitar las iglesias de San Pedro y San Pablo, segun que lo acostumbraban los cristianos de aquel tiempo. Don Ramiro, su hermano, quiso aprovecharse de aquella ocasion de la ausencia de don García para acrecentar su estado; que en materia de reinar ningun parentesco ni ley divina ni humana puede bastantemente asegurar. Para salir con su intento puso liga y amistad con los reyes de Zaragoza, Huesca, Tudela, si bien eran moros; juntó con ellos sus fuerzas, rompió por las tierras de Navarra, y en ella puso sitio sobre Tafalla, villa principal en aquellas partes. Sucedió que el rey don García volvió á la sazon de su romería, y avisado de lo que pasaba, con golpe de gente que juntó arrebatadamente de los suyos dió de sobresalto sobre su hermano y su hueste con tal ímpetu y furia, que le hizo huir de todo su reino de Aragon sin parar hasta Sobrarve y Ribagorza. El sobresalto fué tal y la priesa de huir tan arrebatada, que le fué forzado saltar en un caballo que halló á mano sin freno y sin silla por escapar de la muerte y salvarse. Principios fueron estos de grandes revueltas y desmanes, que se siguieron adelante. Los del reino de Leon no estaban bien con el rey de Castilla don Fernando. Los cortesanos, falsos y engañosos aduladores, que ni son buenos para la paz ni para la guerra, atizaban contra él al rey don Bermudo. El de suyo se mostraba lastimado, así bien por la mengua de haberle tomado su hermana por mujer contra su voluntad como por el menoscabo de su reino por la parte que conquistaron los reyes don Sancho y don Fernando, padre y hijo, y los desaguisados que en aquella guerra le hicieron, segun queda arriba declarado. Ofrecíase buena ocasion para satisfacerse destos agravios por la discordia que comenzaba entre los hermanos, en especial por ser flacas las fuerzas del rey don Fernando y su estado no muy grande; acordó pues de juntar su gente, salió á la guerra y acometió las fronteras de Castilla. Don Fernando, avisado del peligro que sus cosas corrian, llamó en su socorro á su hermano don García, rey mas poderoso que los demás por el grande estado que alcanzaba y que de nuevo estaba ufano y pujante por la victoria que ganó contra don Ramiro, su hermano; vino por ende de buena gana en lo que don Fernando le pedia. Juntaron las fuerzas, marcharon con sus huestes en busca del enemigo, y á vista suya asentaron sus reales á la ribera del rio Carrion en el valle de Tamaron y cerca de un pueblo llamado Lantada. Tenian grande gana de pelear; ordenaron las haces por la una y por la otra parte; la batalla fué reñida y sangrienta; muchos de los unos y de los otros quedaron tendidos en el campo. Eu lo mas recio de la pelea don Bermudo, confiado en su edad, que era mozo, y en la destreza que tenia en las armas grande, y en su caballo, que era muy castizo, y le llamaban por nombre Pelayuelo, con gran denuedo rompió por los escuadrones de los contrarios en busca de don Fernando con intento de pelear con él, sin miedo alguno del peligro tan claro en que se ponia. En esta demanda le hirieron de un bote de lanza, de que cayó

muerto del caballo. Con su muerte se puso fin á su reino y juntamente á la guerra, á causa que don Fernando, ganada la victoria, se entró por el reino de Leon, que por derecho le venia, para apoderarse de él, de sus castillos y ciudades; cosa muy fácil por estar los ánimos de aquella gente amedrentados y cobardes por la muerte de su Rey y la pérdida tan fresca, si bien por el comun afecto de todas las naciones aborrecian el gobierno y mando extranjero, por donde, y mas por obedecer á su Rey, tomaran primero las armas, y de presente pretendian hacer resistencia á los vencedores. La osadía y ánimo sin fuerzas poco presta. Cerraron pues los de Leon al principio las puertas de su ciudad al ejército victorioso, que acudió sin tardanza; mas como quier que no estuviese reparada despues que los moros abatieron sus murallas ni tuviese soldados, municiones, almacen y bastimentos para sufrir el cerco á la larga, mudados luego de parecer, acordaron de rendirse. Llevaron los ciudadanos al Rey con muestra de grande alegría á la iglesia de Santa María de Regla, donde á voz de pregonero alzaron los estandartes por él y le coronaron por su rey. Hizo la ceremonia don Servando, obispo de Leon, que fué el año de Cristo de 1038. Reinó don Fernando en Leon veinte y ocho años, seis meses y doce dias; en Castilla otros doce años mas, parte dellos en vida de su padre, parte despues de sus dias. Era entonces Castilla de estrechos términos, pero de cielo sano, templado y agradable; la campiña fresca, y en todo género de esquilmos abundante.

CAPITULO II.

De las guerras que hizo el rey don Fernando contra moros.

Con el nuevo reino que se juntó al rey don Fernando se hizo el mas poderoso rey de los que á la sazon eran en España. Con la grandeza y poder igualaba el grande celo que este Príncipe tenia de aumentar la religion cristiana, demás de las muchas y muy grandes virtudes en que fué muy acabado; y en la gloria militar tan señalado, que por esta causa cerca del pueblo ganó renombre de grande, como se ve por las bistorias y memorias antiguas de aquel tiempo, en que el favor o sea adulacion de la gente pasó tan adelante, que le llamaron emperador ó igual á emperador. Fué otrosí dichoso por la sucesion que tuvo de muchos hijos y hijas. La primera, que le nació antes de ser rey, fué doña Urraca; despues della don Sancho, que le sucedió en sus reinos; luego doña Elvira, que casó adelante con el conde de Cabra; demás destos, don Alonso, en quien despues vino á parar todo, y don García, el menor de sus hermanos; todos nacidos de un matrimonio. De cuya crianza tuvo el cuidado que era razon, que los hijos en su tierna edad fuesen amaestrados y enseñados en todo género de virtud, buena crianza y apostura, las hijas se criasen en toda cristiandad y en los demás ejercicios que á mujeres pertenecen. Gozaba en su reino de una paz muy sosegada, las cosas del gobierno las tenia muy asentadas; mas por no estar ocioso acordó hacer guerra á los moros. Parecíale que por ningun camino se podia mas acreditar con la gente ni agradar mas á Dios que con volver sus fuerzas á aquella guerra sagrada. Los moros, que habitaban hacia aquella parte que hoy llamamos

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