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el que hoy tienen los carmelitas. Con esto tenia aparejo para oir misa y los oficios divinos y para hablar al Rey cuando le parecia. Hizo su' pleito homenaje que guardaria lealtad al Moro y acudiria á su servicio como era razon. Era don Alonso muy apuesto y agraciado, modesto, prudente, liberal y de costumbres muy suaves, con que en breve ganó las voluntades de aquella gente y todos se le aficionaban. Su hermana, doua Urraca, cuidaba de sus cosas. Pidió licencia al rey don Sancho, y con ella le envió para que le hiciesen compañía al conde Peranzules y otros dos hermanos suyos, Gonzalo y Hernando, para que le sirviesen y él se aconsejase con ellos. En compañía de los tres vinieron otros muchos; todos quiso el rey Moro ganasen su sueldo porque tuviesen con que sustentarse, y cuando fuese menester le sirviesen en la guerra que de ordinario tenia contra otros moros comarcanos. En esto pasaba aquel Príncipe desterrado su vida; cuando cesaba la guerra dábase á la caza y á la montería, y para mayor comodidad de sus monteros edificó una alquería, que despues creció en vecindad, y hoy se llama Brihuega, pueblo conocido en el reino de Toledo. Su ordinaria residencla era en Toledo; trataba mucho con el Rey, y de cada dia con su buen término le ganaba mas la voluntad, y el Moro gustaba mucho de su conversacion y compañía. Aconteció que cierto día fueron á tomar deporte y recreacion en una huerta cerca de la ciudad por do pasa el rio Tajo, con cuyo riego y agua, que dél sacan muchas azudas, se hace muy fértil y de mucho provecho, y hoy se llama la huerta del Rey. Adormecióse con la frescura don Alonso. El Rey y sus cortesanos que cerca estaban recostados á la sombra de un árbol comenzaron á tratar del sitio inexpugnable de Toledo, de sus murallas y fortaleza. Uuo dellos, el mas avisado, replicó por solo un camino se podria esta ciudad conquistar; si por espacio de siete años continuados le pusiesen cerco, y cada un año para quitalle el mantenimiento le talasen.los campos y quemasen las mieses, sin duda se perderia. Don Alonso, que del todo no dormia, ó acaso despertó, oyó con mucho gusto aquella plática y la encomendó á la memoria. Añaden á esto algunos que el rey Moro, advertido del peligro y del descuido, para ver si dormia le mandó echar plomo derretido en la mano, y que por esta causa le llamaron don Alonso el de la mano horadada. Iuvencion y hablilla de viejas, porque ¿cómo podian tener tan á mano plomo derretido, ni el que mostraba dormir disimular tan grave dolor y peligro? La verdad, que le llamaron así por su franqueza y liberalidad extraordinaria. Otro dia refieren que estando en presencia del Rey se le levantó el cabello y se le erizó de manera, que, aunque el Rey por dos ó tres veces se le allanó, todavía se tornaba á levantar. Los moros, como gente que miran mucho en estos agüeros, avisaron que aquello era pronóstico de grande mal, que se apoderaria de aquel reino si no ganaban por la mano con darle la muerte para asegurarse. ¿Quién podrá desbaratar los consejos de Dios? El Rey era de suyo muy humano y tenia buena voluntad á don Alonso; por esto no se dejó persuadir de los agoreros ni vino en quebrantar por su causa las leyes del hospedaje; contentóse con que don Alonso le hiciese de nuevo pleito homenaje que le seria amigo verdadero y leal. Esto pasaba en Toledo. Por otra porte el rey don M-1.

Sancho, feroz y ufano por la victoria que ganó, tomaba posesion del reino de Leon, en que unas ciudades se le rendian de voluntad, de otras se apoderó por fuerza de armas. En particular la ciudad de Leon al principio le cerró las puertas; pero al fin con un cerco que tuvo sobre ella muy apretado, á ejemplo de las demás ciudades, se allanó. Concluido esto á su voluntad, revolvió contra Galicia, do el otro hermano reinaba con pocas fuerzas, por tener el reino dividido en bandos y estar disgustados contra él los naturales; á causa de los muchos tributos que les imponia, de cada dia mayores y mas graves. El mayor daño que se dejaba gobernar á sí y á todas sus cosas públicas y particulares de un criado que tenia con él gran cabida; que suele ser un grave daño en los príncipes. De ordinario las mercedes que los principes hacen se atribuyen á ellos mismos, y si en alguna cosa se yerra, cargan á los ministros y á los que tienen á su lado, que suelen pagar con la vida la demasiada privanzą, como sucedió en este caso; ca los caballeros indignados por aquella causa dieron la muerte á aquel su criado en su misma presencia, y aun pasaron tan adelante, que por sospecharse de muchos eran participantes en aquel delito, para asegurarse tomaron las armas y alborotaron el remo. Menospreciaban, es á saber, al que vian dejarse gobernar por hombre semejante, y sin duda es señal que el príncipe no es grande cuando sus criados son mas poderosos. En este estado se hallaba Galicia al tiempo que el rey don Sancho acometió á tomalla. Don García, visto que por estar los suyos alborotados no podria contrastar á las fuerzas de su hermano, con solos trecientos soldados que le siguieron, desamparada Ja tierra, acudió á los moros de Portugal. Persuadíales le ayudasen con sus fuerzas, que si bien andaba fuera de su casa, todavía le acudirian sus vasallos; que se apiadasen de su trabajo y hiciesen rostro á la ambicion de su hermano, siquiera por asegurar sus cosas y no tener por vecino enemigo tan poderoso, que si salia con aquella pretension no pararia hasta enseñorearse de todo. Representábales los intereses que podian esperar de aquella guerra, que todos serian para ellos mismos, y él se contentaria con recobrar su estado y vengar aquel agravio. A estas razones respondieron los moros que les pesaba de su mal, pero que no les venia á cuento meter en peligro sus cosas para ayudarle, y mucho menos fiar de promesas de hombre que no se supo conservar en lo que tenia. Despedido deste socorro, todavía quiso probar ventura alentado con otros muchos que le aendieron, unos por odio del rey don Sancho, otros por tener parte en la presa, parte moros, parte cristian's. Con esta gente rompió por las tierras de su reino; los pueblos y ciudades de Portugal fácilmente se le readian. Acudió el rey don Sancho parą atajar esta llama. Llegó con su gente hasta Santaren, que antiguamente. fué Scalabis. Juntáronse los dos campos, dióse la batalla de poderá poder, el campo quedó por el rey de Castilia, el estrago y matanza de los contrarios fué grande, machos prisioneros, y entre los demás el mismo don García, que llevaron al castillo de Luna ea Galicia, donde pasó en prisiones lo que restó de la vida pobre y despojado de su estado. Era de suyo hombre descuidado y flojo, suelto de lengua y no bastante para tan grandes olas y tormenta como contra él se levantaron:

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CAPITULO IX.

Cómo el rey don Sancho murió sobre Zamora.

Concluido que hobo el rey don Sancho con los dos hermanos, luego que se vió señor de todo lo que su padre poseia, quedó mas soberbio que antes y mas orgulloso. No se acordaba de la justicia de Dios, que suele vengar demasías semejantes y volver por los que injustamente padecen, ni consideraba cuánta sea la inconstancia de nuestra felicidad, en especial la que por malos medios se alcanza. Prometíase una larga vida, muchos y alegres años, sin recelo alguno de la muerte que muy presto por aquel mismo camino se le aparejaba. Despojados los hermanos, solo quedaban las dos hermanas, que pretendia tambien des poseer de los estados que su padre les dejó. El color que para esto tomaba era el mismo del agravio que pretendia se le hizo en dividir el reino en tantas partes; la facilidad era mayor á causa de tener ya él mayores fuerzas, y aquellas señoras ser mujeres y flacas. La ciudad de Zamora estaba muy pertrechada de muros, municiones, vituallas y soldados que tenian apercebidos para todo lo que pudiese suceder. Los moradores era gente muy esforzada y muy leal y aparejados á ponerse á cualquier riesgo por defenderse de cualquiera que los quisiese acometer. Acaudillábalos Arias Gonzalo, caballero muy anciano, de mucho valor y prudencia, y de cuyos consejos se valia la infanta doña Urraca para las cosas del gobierno y de la guerra. El Rey, visto que por voluntad no vendrian en ningun partido ni se le querian entregar, acordó usar de fuerza. Juntó sus huestes y con ellas se puso sobre aquella ciudad, resuelto de no alzar la mano hasta salir con aquella empresa. El cerco se apretaba ; combatian la ciudad con toda suerte de ingenios. Los ciudadanos comenzaban á sentir los daños del cerco, y el riesgo que todos corrian los espantaba y hacia blandear para tratar de partidos. En este estado se hallaban cuando un hombre astuto, llamado Vellido Dolfos, si comunicado el negocio con otros, si de su solo motivo no se sabe, lo cierto es que salió de la ciudad con determinacion de dar la muerte al Rey, y por este camino desbaratar aquel cerco. Negoció que le diesen entrada para hablar al Rey; decia le queria declarar los secretos y intentos de los ciudadanos y aun mostrar la parte mas flaca del muro y mas á propósito para darle el asalto y forzalla. Creen los hombres fácilmente lo que desean; salió el Rey acompañado de solo aquel hombre para mirar si era verdad lo que prometia. Hizo dél mas confianza de lo que fuera razon, que fué causa de su muerte; porque estando descuidado y sin recelo de semejante traicion, Vellido Dolfos le tiró un venablo que traia en la mano, con que le pasó el cuerpo de parte á parte; extraño atrevimiento y desgraciada muerte, mas que se le empleaba bien por sus obras y vida desconcertada. Vellido, luego que hizo el golpe, se encomendó á los piés con intento de recogerse á la ciudad. Los soldados que oyeron las voces y gemidos del Rey que se revolcaba en su sangre fueron en pos del matador, y entre los demás el Cid, que se hallaba en aquel cerco. La distancia era grande, y no le pudieron alcanzar, que las guardas le abrieron la puerta mas cercana, y por ella se entró en la ciudad.

Esto dió ocasion para que los de la parte del Rey se persuadiesen fué aquel caso pensado, y que los demás ciudadanos ó muchos dellos eran en él participantes. Los soldados de Leon y de Galicia no sentian bien del Rey muerto, ni les agradaban sus empresas; y así, sin detenerse mas tiempo desampararon las banderas y se fueron á sus casas. Los de Castilla, como mas obligados y mas antiguos vasallos, parte dellos con gran sentimiento llevaron el cuerpo muerto al monasterio de Oña, do le sepultaron y hicieron sus honras, que no fueron de mucha solemnidad y aparato; la mayor parte se quedaron sobre Zamora, resueltos de vengar aquella traicion. Amenazaban de asolar la ciudad y dar la muerte á todos los moradores como á traidores y participantes en aquel trato y aleve. En particular don Diego Ordoñez, de la casa de Lara, mozo de grandes fuerzas y brio, salió á la causa. Presentóse delante de la ciudad armado de todas armas y en su caballo, y desde un lugar alto para que lo pudiesen oir henchia los aires de voces y fieros; amenazaba de destruir y asolar los hombres, las aves, las bestias, los peces, las yer bas y los árboles, sin perdonar á cosa alguna. Los ciuda danos, entre el miedo que les representaba y la vergüenza de lo que dellos dirian, no se atrevian á chistar. El miedo podia mas que la mengua y quiebra de la honra. Solo Arias Gonzalo, si bien su larga edad le pudiera excusar, determinó de salir á la demanda, y ofreció á sí y á sus hijos para hacer campo con aquel caballero por el bien de su patria. Tenian en Castilla costumbre que el que retase de aleve alguna ciudad fuese obligado para probar su intencion hacer campo con cinco, cada uno de por sí. Salieron al palenque y á la liza tres hijos de Arias Gonzalo por su órden: Pedro, Diego y Rodrigo. Todos tres murieron á manos de Diego Ordoñez, que peleaba con esfuerzo muy grande. Solo el tercero, bien que herido de muerte, alzó la espada, con que por herir al contrario le hirió el caballo y le cortó las riendas; espantado el caballo se alborotó de manera, que sin poderle detener salió y sacó á don Diego de la palizada, lo que no se puede hacer conforme á las leyes del desafío, y el que sale se tiene por vencido. Acudieron á los jueces que tenian señalados; los de Zamora alegaban la costumbre recebida; el retador se defendia con que aquello sucedió acaso y que salió del palenque contra su voluntad. Los jueces no se resolvian, y con aquel silencio parecia favorecian á los ciudadanos. Desta manera se acabó aquel debate, que sin duda fué muy señalado, como se entiende por las corónicas de España y lo dan á entender los romances viejos que andan en este propósito y se suelen cantar á la vihuela en Espa ña, de sonada apacible y agradable.

CAPITULO X.

Cómo volvió el rey don Alonso á su reino.

Esto pasaba en Zamora. Doña Urraca, cuidadosa de lo que podria resultar en el reino despues de la muerte de su hermano y por el amor que tenia á don Alonso, que deseaba sucediese en su lugar y recobrase su reino, acordó despachalle un mensajero á Toledo para avisalle de todo, y en particular de la desastrada muerte de su hermano. Dió al mensajero señas secretas para que se certificase que ella misma le enviaba las cartas

en cifra por lo que pudiese suceder, que nadie las entendiese, dado caso que se las tomasen. Lo que contenian en suma era Que no hay en el mundo alegría pura que no vaya destemplada con tristeza; que el rey don Sancho era muerto por traicion de Vellido Dolfos; que si bien tenia merecida la muerte y los tenia á todos agraviados, en fin era hijo de sus padres, y fuerza se doliesen de su triste suerte; que muy presto se alzaria el cerco de Zamora, si bien don Diego Ordoñez cargaba á los ciudadanos de traidores como participantes en aquel caso, y los retaba resuelto de proballes en campo y por las armas aquel aleve; lo que hacia al caso, y ella siempre deseara y lo suplicara á Dios, era que él, como deudo mas cercano, era llamado á la corona para que recobrase su reino y sucediese en lo demás; por tanto, que abreviase para prevenir los intentos de gente no bien intencionada, granjear y conquistar las voluntades de todos los vasallos; finalmente, que se guardase de gastar el tiempo en demandas y respuestas, consultas y dudas fuera de sazon, pues en casos semejantes no hay cosa mas saludable que la presteza. Esto contenia la carta. Muchas escuchas de moros que andaban mezclados entre los cristianos avisaron primero al rey Moro de lo que pasaba y la fama que en casos semejantes siempre se adelanta y vuela. Peranzules, que por conjeturas que para ello tenia cada dia esperaba algun trueco y mudanza, salia cada dia en son de caza de la ciudad de Toledo por espacio de una legua para informarse de los caminantes y saber lo que pasaba. Con este cuidado hobo á las manos una ó dos espías de los moros que venian con aquel aviso, y sacados del camino, por encubrir las nuevas si pudiera, les dió la muerte. Finalmente encontró con el mensajero de la Infanta, informóse en particular de todo, y con tanto dió vuelta para la ciudad y avisó á don Alonso de lo que venia en las cartas y el mensajero decia. Aconsejábale que con todo el secreto posible sin dar parte al rey Moro se partiese prestamente. A la verdad parecia recia cosa fiarse de los moros, que como tales poca lealtad suelen guardar, además de otros inconvenientes que podian resultar, que el miedo y el amor suelen hacer mayores de lo que son. Don Alonso estaba perplejo sin saber cuál partido debia seguir y qué consejo tomar. Parecíale bien lo que aquel caballero le decia; mas por otra parte se le hacia de mal mostrarse descortés con quien le tenia tan obligado. Resolvióse, finalmente, de seguir lo que parecia mas seguro y mas honesto. Habló con el rey Almenon; avisóle de todo lo que ya él mismo sabia, aunque disimulaba; pidióle licencia para tomar posesion del reino, á que los suyos le convidaban; que no le pareció justo partirse sin su voluntad y sin que lo supiese, de quien tantos regalos tenia recebidos. El bárbaro, vencido con esta cortesía y lealtad, respondió se holgaba mucho que le ofreciesen el reino, y mucho mas que con aquella cortesía le quitase la ocasion de trocar las buenas obras que le hiciera, menores que él merecia y él mismo deseaba, en algun desabrimiento si se pretendiera ir sin que él lo sapiese, y sin dalle parte de lo que por otra via muy bien sabia; y aun le tenia tomados los pasos, y en los caminos puestas guardas para que no se le pudiese escapar, si por ventura lo intentase; que muy en buen hora fuese á tomar la corona que le ofrecia; solo queria que, para seguridad de la amis

tad que tenian puesta, le hiciese de nuevo el juramento que le tenia hecho de ser verdadero amigo, así suyo como de su hijo Hisem, para no faltar jamás en la fé y palabra que se daban, pues ponian á Dios por juez y por testigo de aquella confederacion y amistad. Hízose todo como el Moro lo pedia; ayudóle con dineros para el camino, y aun para mas honrarle, al partirse le acompañó por algun buen espacio ; ejemplo singular de fidelidad y templanza en un rey bárbaro como aquel. Lo que se ha dicho tengo por mas cierto que lo que refiere don Lúcas de Tuy, es á saber, que sin que el Rey lo supiese se descolgó por los adarves, y se huyó en postas que le tenian aprestadas. De cualquier manera que ello fuese, él enderezó su camino á Zamora, donde la Infanta le esperaha, y á quien siempre tuvo en lugar de madre. Consultó con ella lo que debia hacer, despachó sus correos por todas partes para avisar de su venida. Los de Leon no mostraron dificultad alguna, antes con gran voluntad le recibieron y alzaron por su rey. Lo de Galicia andaba en balanzas á causa que su hermano don García, por la mudanza de los tiempos, escapó de la prision y pretendia restituirse en el reino que antes tenia. Acordó don Alonso, por excusar alteraciones, envialle personas nobles y principales que le requiriesen de paz; los cuales, por ser él de buena condicion y sencillo, fácilmente le persuadieron lo que deseaban; antes sin recelarse de alguna celada ni pedir otra seguridad, se vino para su hermano, confiado alcanzaria dél por bien lo que pretendia. Engañóle su esperanza, ca luego le echaron las manos y le quitaron la libertad y volvieron á la prision, que le duró todo el tiempo de la vida. El recelo que de su condicion se tenia, no muy sosegada, que seria ocasion de alborotos y alteraciones, excusan en parte este desaguisado que se le hizo, demás del buen tratamiento que tuvo en la prision, si la falta de la libertad y el reino que le quitaban se pudieran recompensar con alguna otra comodidad y regalo. Con esto quedó llano lo de Galicia. Los caballeros de Castilla se juntaron en la ciudad de Búrgos para acordar lo que se debia hacer. La resolucion fué de recebir á don Alonso por rey de Castilla, á tal que jurase por expresas palabras no tuvo parte ni arte en la muerte de su hermano. Don Alonso, avisado desto, se partió para aquella ciudad. Los mas de los presentes se recelaban de tomarle la jura por pensar lo tendria por desacato y para adelante se satisfaria de cualquiera que lo intentase. Solo el Cid, como era de grande ánimo, se atrevió á tomar aquel cargo y ponerse al riesgo de cualquier desabrimiento. En la iglesia de Santa Gadea de Búrgos le tomó el juramento, que en suma era no tuvo parte en la muerte de su hermano ni fué della sabidor; si no era así, viniesen sobre su cabeza gran número de maldiciones que allí se expresaron. Acabada esta ceremonia, á voz de pregonero alzaron por don Alonso los pendones de Castilla, y le declararon por rey con grande muestra de alegría y muchas fiestas que por aquella causa se hicieron. Disimuló el Rey por entonces el desacato; mostróse alegre y cortés con todos como el tiempo lo pedia; pero quedó en su pecho ofendido gravemente contra el Cid, como los efectos adelante claramente lo mostraron. Además que algunos cortesanos, que suelen con su mal término atizar los disgustos de los príncipes y mirar con malos

ojos la prosperidad de los que les van delante, no cesaban con chismes y reportes de aumentar la indiguación del Rey. Tenia don Alonso treinta y siete años cuando volvió al reino. Fué diestro en la guerra; por esta causa le llamaron don Alonso el Bravo. Era prudente y templado en el gobierno, de noble condicion y modesto; virtudes á que de suyo era inclinado, y las adversidades y trabajos que padeció mucho le afinaron mas. Su franqueza y liberalidad fué extremada, tanto, que parecia en hacer mercedes consumir las riquezas y tesoros reales. La muerte del rey don Sancho y la restitucion de don Alonso sucedió el año que se contaba de Cristo de 1073. En el mismo el cardenal Hildebrando entró en el pontificado por muerte de Alejandro II, y se llamó Gregorio VII; persona de singular virtud, grandeza de ánimo y constancia, como lo mostró en la enemiga que por toda la vida tuvo con el emperador Enrique, tercero deste nombre, sobre defender la libertad de la Iglesia, que aquel príncipe pretendia atropellar. En España, este mismo año, santo Domingo de Silos, monje cluniacense, varon de conocida santidad, finó á 20 de diciembre, dia viérnes. Su fiesta se celebra cada año en España. Nació este santo en la Rioja, en un pueblo llamado Cañas; de pastor que fué entró monje en San Millan de la Cogulla; con el tiempo vino á ser allí abad; mandóle desterrar el rey don García de Navarra porque defendia con mucha fuerza las exempciones de sus monjes y sus privilegios; de donde tomó el nombre en latin, como yo creo, que se dijo Exiliensis, Silos en romance. El monasterio, que á la sazon se llamaba de San Sebastian, le reparó este santo los años pasados con ayuda del rey don Fernando, y adelante mudó el nombre y se llamó de Santo Domingo de Silos, no solo el monasterio, sino el pueblo que está junto á él en el valle de Tablatello, diez leguas de Búrgos, en en unos ásperos riscos, camino derecho de Santisteban de Gormaz. No quise dejar esto por la noticia de la antigüedad y por ser este monasterio muy nombrado. Volvamos á los hechos de los reyes y al órden de la historia como iba antes.

CAPITULO XI.

De los principios del rey don Alonso el Sexto.

En los principios del reinado del rey don Alonso no faltaron turbaciones y revueltas, que con el tiempo se apaciguaron y tuvieron buen suceso y alegre. El año siguiente despues que entró en su reino, que fué el de 1074, los reyes de Córdoba y de Toledo traian guerra sobre los términos de sus reinos. Don Alonso, por lo mucho que debia al de Toledo, juntó un buen ejército con intento de ayudarle y acudirle. Temió el rey Almenon de primera instancia que venia contra él; pero luego se desengañó y supo el buen intento que traia en su favor. Juntaron los dos sus campos y hicieron muy gran daño en las tierras del reino de Córdoba; destruyeron los sembrados, aldeas y cortijos y quemaron los pueblos; hicieron grandes presas de hombres cautivos y de ganados. No se vino á las manos porque el de Córdoba esquivaba entrar en batalla con Almenon y con los demás que de su parte venian. Los soldados volvieron alegres con las victorias, ricos y cargados de despojos. Por este tiempo falleció la primera mujer del rey don

Alonso, por nombre doña Inés. Casó despues con otra señora, llamada Constancia, natural de Francia. Deste segundo matrimonio tuvo una hija sola, que se llamó dona Urraca, y adelante heredó el reino y todos los estados de su padre, como se verá en otro lugar. A instancia desta Reina, segun yo pienso, despacharon una embajada á Roma para suplicar al Papa enviase un legado á España con plena potestad para reparar y reformar por todas las vias posibles las costumbres de los eclesiásticos, que por la soltura de los tiempos andaban muy estragadas y perdidas. Parecióle al papa Gregorio VII ser muy justa esta demanda; despachó para este efecto á Ricardo, cardenal y abad de San Victor de Marsella. Este legado, llegado á España, juntó en Burgos, ciudad cabeza de Castilla, el año de 1076, un concilio de obispos de todo el reino; en él, por conformarse con la voluntad del Rey y con lo que era razon, confirmó en todo su reino el ministerio romano, que son las mismas palabras de don Pelayo, obispo de Oviedo. Yo entiendo que mandó ejecutar y poner en práctica las leyes antiguas de la Iglesia, olvidadas y desusadas en gran parte, señaladamente que los clérigos de órden sacro no se casasen ni tuviesen mujeres, segun que lo mismo se hiciera en Alemaña, aunque con mucho alboroto y revueltas que sobre el caso se levantaron, tanto, que públicamente se dijeron muchas cosas contra la honra y reputacion del pontífice Gregorio, libelos famosos, cantarcillos y versos muy descomedidos en este propósito; tan pesada cosa es dejar las costumbres viejas y reformar las vidas estragadas. A la verdad, los mas de los clérigos, olvidados de lo que pedia la antigua diciplina eclesiástica y vencidos del deleite, se hallaban enlazados en el casamiento, cargados de mujeres y de hijos. Demás desto, á ejemplo de Aragon, abrogaron en aquella junta el Breviario y Misal gótico de que usaban en España, y se mandó introducir el romano. Esto cuanto á lo eclesiástico. El Cid asimismo por mandado del Rey partió para la Andalucía á poner en razon á los reyes moros de Sevilla y de Córdoba, que no querian acudir con las parias y con los tributos acostumbrados. Traian entre sí guerra muy reñida los reyes de Granada y de Sevilla; el de Granada estaba mas orgulloso á causa que algunos cristianos seguian sus banderas y ganaban dél sueldo.; púsose el Cid de por medio para concertallos y ponellos en paz; y porque el de Granada no queria venir en ningun partido, le hizo guerra, y vencido, le forzó á tomar el asiento que primero desechaba. Hiciéronse pues las paces entre aquellos moros, y el Cid volvió con los tributos cobrados y sus soldados ricos con las presas que en aquella guerra hicieron; los cuales y toda la demás gente, por las victorias que ganó en esta jornada, le dieron un nuevo apellido y muy honroso, ca le llamaron el Cid Campeador, en que se muestra el grando amor que le tenian y gran crédito que habia ganado. Por el mismo camino los nobles y caballeros se encendieron contra él en una nueva envidia; procuraban abatir al que mas aína debieran imitar, armábanse para esto de calumnias y cargos falsos que le hacian, torcian sus servicios y sus palabras. No era dificultoso salir con su intento por estar el Rey de tiempo atrás desgustado; demás que de nuevo se les ofreció otra ocasion muy á propósito para llevar adelante esta trama.

Los moros de Andalucía no acababan de sosegar y allanarse; determinó el Rey hacelles guerra en persona. En esta sazon un buen golpe de moros de los que en Aragon moraban, sea á persuasion de los andaluces, sea por no perder aquella ocasion, por Medinaceli hicieron entrada en las tierras de Castilla. Corrieron y talaron los campos de Santisteban de Gormaz. El Cid şe hallaba retirado en su casa con achaque de su poca saJud, como á la verdad pretendiese con ausentarse aplacar la envidia de sus émulos para que no le empeciesen; pero avisado de lo que pasaba y visto que el Rey estaba ausente, con las gentes que pudo recoger prestamente acudió al peligro. Su valor y diligencia corrian á las parejas; así muy en breve forzó á los moros á retirarse y desembarazar la tierra. No contento con esto, por aprovecharse de la ocasion y aprovechar sus soldados, revolvió á mánderecha sobre las tierras del reino de Toledo, sin parar hasta dar vista á la misma ciudad. En el camino saqueó los pueblos, taló los campos, ganó gran presa y siete mil esclavos entre hombres y mujeres. Los que le aborrecian acudieron al Rey para cargalle de haber quebrantado el asiento puesto con aquel rey de Toledo. Decian no convenia disimular ni dar rienda á un hombre loco y sandio para hacer semejantes desatinos; que era bien castigalle y hacer que no se tuviese en mas que los otros caballeros, ni pretendiese salir con lo que se le antojase. Trátóse el negocio en una junta de grandes y ricos hombres. Acordaron saliese desterrado del reino, sin dalle mas término de nueve dias para cumplir el destierro; no se atrevió el Cid á contrastar con aquella tempestad. Encomendó su mujer y hijos al abad de San Pedro de Cardeña, monasterio con que tuvo toda su vida mucha devocion, y él se fué á cumplir su destierro acompañado de muy buena y lucida gente. Iba resuelto de no pasar el tiempo en ociosidad, antes hacer de allí adelante con mas brio guerra á los moros, y con el resplandor de sus virtudes deshacer las tinieblas de las calumnias que le armaban. Los moros por este tiempo, con las comidas y regalos de España y con la abundancia, fruto de la victoria, habian perdido en gran parte las fuerzas y valor con que vinieron de Africa. Salió el Cid con poca gente, aunque escogida, y otros muchos deudos y hijosdalgo que se le allegaron, que todos deseaban tenelle por caudillo y militar debajo de su conducta. Rompió lo primero por el reino de Toledo y el rio de Henáres arriba no paró hasta llegar á aquella parte de Aragon en que está Alhama y el rio Jalon, que riega con diversas acequias que dél sacan gran parte de aquellos campos; en particular combatió y ganó de los moros el castillo de Alcocer, muy fuerte por su sitio, puesto en lugar alto y enriscado. Desde este castillo hacia salidas y cabalgadas por todas aquellas tierras comarcanas, y aun desbarató dos capitanes que el rey de Valencia envió con gente para impedir aquellos daños. La presa que hizo en todos estos encuentros y jornada fué muy rica; acordó enviar en presente al rey don Alonso treinta caballos escogidos con otros tantos alfanjes fiados de los arzones y treinta cautivos moros vestidos ricamente que los llevasen de diestro. Recibió el Rey esta embajada y presente con muy buen talante y toda muestra de contento y alegría. El pueblo no cesaba de engrandecer al Cid y subir sus hazañas hasta las nubes; llamábanle li

bertador de la patria, terror y espanto de los moros, defensor y amparador de la cristiandad. Decian que era tanta su grandeza, que con buenas obras pretendia vencer los agravios que le hacian; y su mansedumbre y gentileza se aventajaba á las injusticias y injurias de sus contrarios. Que no debia nada á los caballeros antiguos, antes se les adelantaba en todo género de virtud. Despidió el Rey los embajadores muy cortesmente; pero no alzó por entonces el destierro á su señor por no alterar á los moros, si tan en breve le perdonaba; solo dió licencia á todos los que quisiesen para seguille y militar debajo de sus banderas; en lo cual se tuvo respeto, no solo á honrar al Cid, sino á descargar el reino de muchos hombres bulliciosos, que, apaciguada el Andalucía, por estar criados en las armas llevaban mal la ociosidad. Estas cosas, si bien pasaron en muchos años, las juntamos en este lugar por no perturbar la memoria si se dividieran en muchas partes. Advertido esto, volverémos con nuestro cuento atrás y á referir lo que pasó en España el año que se contaba de Cristo 1076.

CAPITULO XII.

Cómo el rey don Sancho de Navarra fué muerto por su hermano.

El rey don Sancho de Navarra tenia un hermano, llamado don Ramon; los dos, aunque cran hijos de un padre y de una madre, en las condiciones y costumbres mucho diferenciaban. Don Ramon era de suyo bullicioso, amigo de contiendas y de novedades, ninguna cuenta tenia con lo que era bueno y honesto á trueque de ejecutar sus antojos. Arrimábansele otros muchos de su misma ralea, gente perdida y que consumidas sus haciendas no les quedaba esperanza de alzar cabeza sino era con levantar alborotos y revueltas. Con la ayuda destos pretendia don Ramon apoderarse del reino; ambicion mala y que le traia desasosegado. El Rey era ami go de sosiego, muy dado á la virtud y devocion, como consta de escrituras antiguas en que á diversos monasterios de su reino hizo donaciones de campos, dehesas y pueblos. Tenia en su mujer doña Placencia un hijo, por nombre don Ramiro, de poca edad, que le habia de suceder en el reino, y no falta quien diga tuvo otros dos hijos hasta llamar al uno don García, y al menor de todos no le señalan nombre. De lo uno y de lo otro tomó ocasion don Ramon para alzarse contra el Rey; decia que con su mucha liberalidad, que él llamaba prodigalidad y demasía, diminuia las rentas reales y enflaquecia las fuerzas del reino, como de ordinario los malos á las virtudes ponen nombres de los vicios á ellas semejantes; gran perversidad. Demás desfo, el Rey era viejo, los hijos que tenia de poca edad; esto dió ánimo al que ya estaba determinado de declararse, y con la ayuda de sus aliados se alzó con algunos castillos, principio de mayores males. Acudió el Rey á ponelle en razon; mas visto que por bien no se podia acabar cosa ninguna, le pusieron acusacion, y en ausencia, por los cargos que contra él resultaban, le declararon por enemigo público y le condenaron á muerte. Con esto quedaron por enemigos declarados, y cada cual de los dos procuraba dar la muerte al contrario. Los malos de ordinario son mas diligentes y recatados por no fiarse en otra cosa sino en sus mañas; por el contrario, los bue

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