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HISTORIA DE ESPAÑA.

á las manos. Cerca de los muros se trabaron algunas escaramuzas, en que no sucedió cosa señalada que sea de contar; solo se echaba de ver que los moros en la pelea de á pié no igualaban á los cristianos en la ligereza, fuerzas y ánimo; mas en las escaramuzas á caballo les hacian ventaja en la destreza que tenian por larga revolver volver y costumbre de acometer y retirarse, sus caballos para desordenar los contrarios. Levantaron los nuestros torres de madera, hicieron trabucos, otras máquinas y ingenios para batir y arrimarse á la muralla y con picos y palancas abrir entrada. La diligencia era grande, los ingenios, dado que ponian espanto y hacian maravillar á los moros por no estar acostumbrados á ver semejantes máquinas, no eran de provecho alguno; porque si bien derribaron alguna parte del muro, la subida era muy agria, las calles estrechas, los edificios altos, y muchos que la defendian. El cerco con tanto iba á la larga, y por el poco progreso que se hacia se cansaban los cristianos de suerte, que deseaban tomar algun asiento para levantar el cerco sin perder reputacion. Apretábalos la falta que padecian de todo, que por estar la tierra talada y alzados los mantenimientos eran forzados proveerse de muy lejos de vituallas para los hombres y forraje para los caballos. Los calores del verano comenzaban; por esto y por el mucho trabajo y poco mantenimiento, como es ordinario, picaban enfermedades, de que moria mucha gente. Hallábanse en este aprieto cuando san Isidoro se apareció entre sueños á Cipriano, obispo de Leon, y con semblante ledo y grave y lleno de majestad le avisó no alzasen el cerco, que dentro de quince dias saldrian con la empresa, porque Dios tenia escogida aquella ciudad para que fuese asiento y silla de su gloria y de su servicio. Acudió el Obispo al Rey, dióle parte de aquella vision tan señalada; con que los soldados se animaron para pasar cualquier mengua y trabajo por esperanzas tan ciertas que les daban de la victoria. Era así, que los cercados padecian á la misma sazon mayor necesidad y falta de todo, tanto, que se sustentaban de jumentos y otras cosas sucias por tener consumidas las vituallas; hallábanse finalmente en lo último de la miseria y necesidad, ellos flacos y cansados, los enemigos pujantes, que ni excusaban trabajo ni temian de ponerse á cualquier riesgo. Acordaron persuadir al rey Moro tratase de conciertos. Apellidáronse los ciudadanos unos á otros y de tropel entraron por la casa real, y con grandes alaridos requieren al rey Moro penga fin á trabajos y cuitas tan grandes antes que todos juntos pereciesen y se consumiesen de pena, tristeza y necesidad. Alteróse el rey Moro con aquella demanda y vocería de los suyos, que mas parecia motin y fuerza. Sosegóse empero, y hablóles en esta sustancia: «Bueno es el nombre de la paz, sus frutos gustosos y saludables; pero advertid so color de paz no nos hagamos esclavos. A la paz acompañan el reposo y la libertad, la servidumbre es el mayor de los males, y que se debe rechazar con todo cuidado con las armas y con la vida, si fuere necesario. Gran mengua y muestra de flaqueza no poder sufrir la necesidad y falta por un poco de tiempo. Mas fácil cosa es hallar quien se ofrezca á la muerte y á perder la libertad que quien sufra la hambre. Yo os aseguro que si os entreteneis por pocos dias y no desmayais, que saldréis deste aprieto; ca los ene

migos forzosamente se irán, pues padecen no menos
necesidad que vos, y por ella y otras incomodidades
cada dia se les desbandan los soldados y se les van.
Además que muy en breve nos acudirán socorros de los
nuestros, que cuidan grandemente de nuestro tra-
bajo.» No se quietaron los moros con aquellas razones,
el semblante no se conformaba con las esperanzas que
daba. Parecia usarian de fuerza, y que todos juntos,
si no otorgaba con ellos, irian á abrir al enemigo las
puertas de la ciudad; grande aprieto y congoja. Así
como lo pedian sus vasallos. Salieron comisarios de la
forzado el Moro vino en que se tratase de conciertos,
ciudad, que dado que afligidos y humildes, en presen-
cia del rey don Alonso le representaron sus quejas;
acusároule el juramento que les hizo, la palabra que les
dió, la amistad que asentó con ellos y las buenas obras
que en tiempo de su necesidad recibió de aquella ciu-
dad y de sus moradores; despues desto, le dijeron que
si bien entendian no era menor la falta que padecian
en los reales que dentro de la ciudad, todavía ven-
drian en hacer algun concierto como fuese tolerable
hasta pagar las parias y tributo que se asentase. A esto
respondió el Rey que fué tiempo en que se pudiera tra-
tar de medios; que al presente las cosas estaban en tér-
mino que á menos de entregarle la ciudad, no daria
oidos á concierto ninguno. Sobre esto fueron y vinie-
ron diversas veces, en que se gastaron algunos dias.
La falta crecia en la ciudad y la hambre, que de cada
dia era mayor. Los nuestros estaban animados de an-
tes, y de nuevo mas, porque los enemigos fueron los
primeros á tratar de concierto. Finalmente, los moros
vinieron en rendir la ciudad con las condiciones si-
guientes: El alcázar, las puertas de la ciudad, las
ribera del rio Tajo) se entrieguen al rey don Alonso;
puentes, la huerta del Rey (heredad muy fresca á- la
el rey Moro se vaya libre á la ciudad de Valencia ó
donde él mas quisiere; la misma libertad tengan los
moros que le quisieren acompañar, y lleven consigo
sus haciendas y menaje; á los que se quedaren en la
ciudad no les quiten sus haciendas y heredades, y la
mezquita mayor quede en su poder para hacer en ella
sus ceremonias; no les puedan poner mas tributos de
los que pagaban antes á sus reyes; los jueces, para que
los gobiernen conforme á sus fueros y leyes, sean de su
misma nacion, y no de otra. Hiciéronse los juramentos
de la una parte y de la otra como se acostumbra en
casos semejantes, y para seguridad se entregaron por
rehenes personas principales, moros y cristianos. He-
cho esto y tomado este asiento en la forma susodicha,
el rey don Alonso, alegre cuanto se puede pensar por
ver concluida aquella empresa y ganada ciudad tan
principal, acompañado de los suyos á manera de triun-
fador, hizo su entrada, y se fué á apear al alcázar, á 23
de mayo, dia de san Urban, papa y mártir, el año que
se contaba de nuestra salvacion de 1085. Algunos deste
cuento quitan dos años por escrituras antiguas y pri-
vilegios reales, en que por aquel tiempo el rey don
Alonso se llamaba rey de Toledo. Lo cierto es que
aquella ciudad estuvo en poder de moros por espacio
como de trecientos y sesenta y nueve años (Juliano
dice trecientos y sesenta y seis, y que los moros la to-
maron año 719, el mismo dia de sau Urban), en que por
ser los moros poco curiosos en su manera de edificar y

en todo género de primor perdió mucho de su lustre y hermosura antigua. Las calles angostas y torcidas, los edificios y casas mal trazadas, basta el mismo palacio real era de tapiería, que estaba situado en la parte en que al presente un hospital muy principal que los años pasados se levantó y fundó á costa de don Pedro Gonzalez de Mendoza, cardenal de España, arzobispo de Toledo. La mezquita mayor se levantaba en medio de la ciudad en un sitio que va un poco cuesta abajo, de edificio por entonces ni grande ni hermoso, poco adelante la consagraron en iglesia, y despues desde los cimientos la labraron muy hermosa y muy ancha. La fama desta victoria se derramó luego por todo el mundo, que fué muy alegre para todos los cristianos, por haber quitado á los moros aquella plaza, que era como un baluarte muy fuerte de todo lo que poscian en España. Acudieron embajadores de todas partes á dar el parabien y alegrarse con el Rey, así por lo hecho como por la esperanza que se mostraba de concluir con todo lo demás que quedaba por ganar. Partióse el rey Moro conforme al asiento que se tomó, acompañado de soldados para Valencia, que era suya, en que conservó el nombre de rey. Por otra parte, diversas compañías de soldados por órden de su Rey se derramaron por toda la comarca y reino de Toledo para allanar lo que restaba, que les fué muy fácil por estar los moros amedrentados y por ver que perdida aquella ciudad tan principal no se podian conservar. Ganaron pues muchas villas y lugares; los de mas cuenta fueron : Maqueda, Escalona, Illescas, Talavera, Guadalajara, Mora, Consuegra, Madrid, Berlanga, Buitrago, Mendinaceli, Coria, pueblos muchos dellos antiguos y que caian cerca de Toledo, fuertes y de campiña fresca, en que se dan muy bien toda suerte de mieses y frutales. Los moros de Toledo, unos acompañaron á su Rey, los mas se quedaron en sus casas, El número era grande, y por consiguiente, el peligro de que con alguna ocasion se levantasen, que fuera nuevo y notable daño. Para evitar este inconveniente acordó el Rey hacer alli su asiento de propósito, sin mudar la corte hasta tanto que se poblase bien de cristianos y que con nuevos reparos quedase bastantemente fortificada y segura. Convidó por sus edictos á todos los que quisiesen venir á poblar, con casas y posesiones; con esto acudió gran gente para hacer asiento en aquella ciudad. Entre los demás nuevos moradores cuentan á don Pedro, griego de nacion, de la casa y sangre de los Paleólogos, familia imperial en Constantinopla, de quien relieren se halló en este cerco, y que el Rey, en recompensa de sus servicios, despues de ganada la ciudad, le heredó en ella y dió casas y heredades con que pasase. Deste caballero se precian descender los de la casa de Toledo, gente muy noble y poderosa en estados y aliados. Hijo deste don Pedro fué Illan Perez, nieto Pedro Ilan, biznieto Estéban Illan, cuyo retrato á caballo se ve pintado en lo alto de la bóveda de la iglesia mayor, detrás de la capilla y altar mas principal. Don Estéban fué padre de don Juan y abuelo de don Gonzalo, aquel cuyo sepulcro muy señalado y conocido se ve en la parroquia de San Roman. Añaden que desde este tiempo se comenzó á llamar así el barrio del Rey en Toledo, á causa que á los nuevos moradores que acudian poblar señaló el Rey aquella parte de la ciudad para su

morada. Dióse otrosí principio á la fábrica de un nəvə alcázar en lo mas alto de la ciudad, todo á propósito de enfrenar á los moros que no se desmandasen. Demás desto, se halla que el rey don Alonso en adelante se comenzó á intitular emperador, si con razon ó sin ella no hay para qué disputallo. Hallábase sin duda muy ufano con aquel nuevo reino que conquistara, y como se via señor de la mayor parte de España y el rey de Aragon y otros reyes moros tributarios, ningun título le parecia demasiado. Destemplósele aquel contento por la muerte de la infanta doña Urraca, que finó por este tiempo, y él la tenia en lugar de madre, porque sus virtudes y prudencia lo merecian, demás que su padre se la dejó mucho encomendada. Quedaba la otra hermana, doña Elvira, que él mismo casó con el conde de Cabra. La causa deste casamiento fué cierta palabra áspera que le dijo, y para aplacalle y que no se levantase algun alboroto, acordó casarle con su misma hermana. Así lo cuenta la Historia general que auda en nombre del rey don Alonso el Sabio.

CAPITULO XVII.

Cómo don Bernardo fué elegido por arzobispo de Toledo.

Ninguna cosa mas deseaba el Rey que volver en su antiguo lustre y resplandor y honrar de todas maneras aquella nobilísima ciudad, columna que era de España, y alcázar en otro tiempo de santidad y silla del imperio de los godos. Comenzó luego á dar muestras que queria poner arzobispo en ella,, sin el cual estuvo tantos años por la turbacion de los tiempos. Al principio no puso mucha fuerza, porque los moros aun no bien doinados lo contradecian. Pasado mas de un año, ya que muchos cristianos moraban en la ciudad, y de los moros se tenia mas noticia de cuáles se debian temer y de cuáles se podian fiar; para hacerlo con mas autoridad, y que los moros tuviesen menos lugar de alborotarse, procuró se celebrase concilio. Los grandes y los obispos se juntaron á 18 de diciembre, año de 1086. Ea aquella junta lo primero dieron gracias á la divina bondad, por cuyo favor la cristiandad recobró tan principal ciudad. Cada uno, segun el caudal que tenia, autoridad y elocuencia, lo encarecia con las mayores palabras que podia. Luego se trató de elegir arzobispo de Toledo. Salió por voto de todos nombrado don Bernardo, abad que era de Sahagun, hombre de muy buenas costumbres y suaves, de muy buen ingenio, de doctrina aventajada, entereza y rectitud probada en muchas cosas y en quien resplandecia un ejemplo y dechado de la virtud antigua. Esto fué causa de ganar las voluntades de todos para que quisiesen por su prelado á un hombre extranjero, nacido en Francia. Pasa el rio Garona por la ciudad de Aagen en Aquitania, hoy Guiena; cerca desta ciudad está un pueblo, llamado Salvitat. Deste pueblo fué natural don Bernardo, nacido de noble linaje; su padre se llamaba Guillermo, su madre Neimiro, personas tan pias, que ambos, segun que se saca de memorias de la iglesia de Toledo, acabaron sus dias en religion. El hijo en su mocedad anduvo en la guerra; ya que era de mas edad entró en el monas terio de San Aurancio, auxitano ó de Aux. Allí tomó el hábito y cogulla con gran deseo que tenia de la perfec cion. Parece que aquel monasterio era de cluniacenses,

porque de allí le llamó Hugo abad cluniacense, y por el mismo fue enviado á España al rey don Alonso para que reformase con nuevos estatutos y leyes el monasterio de Sahagun, que pretendia el Rey hacer cabeza de los demás monasterios de benitos de sus reinos; por esta causa pidió á Hugo le enviase un varon á propósito desde Francia; y como fuese enviado don Bernardo, tomó cargo de aquel monasterio y fué en él abad algun tiempo. Dende subió á la dignidad amplísima de arzobispo de Toledo; y para que tuviese mas autoridad, porque tanto es uno honrado y tenido cuanto tiene de mando y hacienda (la dignidad y oficio sin fuerzas se suele tener en poco), Inzo el Rey donacion á la iglesia de Toledo de castillos, villas y aldeas en gran número, que fué el postrero acto del Concilio ya dicho. Dióle.la villa de Briluega, que fué del rey don Alonso en el tiempo de su destierro por donacion que el rey Moro le hizo della, á Rodillas, Canales, Cavañas, Coveja, Barciles, Alcolea, Melgar, Almonacir, Alpobrega. Así lo escribe don Rodrigo, la Historia del rey don Alonso el Sabio añade á Alcalá y Talavera, las cuales dice que dió. con lo demás al Arzobispo; pero los mas doctos tienen esto por falso. Destos pueblos algunos son conocidos, de otros ni aun los nombres quedan; todo lo consume y hace olvidar la antigüedad. Yo no quise ponerme á adivinar los sitios y rastros de cada uno destos pueblos, ni tenia espacio para averiguallo. Hizo otrosí donacion el Rey á la iglesia de Toledo de muchas huertas, molinos, casas en gran número y tiendas para que con la renta que destas posesiones se sacase se sustentasen los sacerdotes y ministros de la iglesia mayor. Así por memoria de todo esto le hacen en ella al rey don Alonso cada año un aniversario por el mes de junio. Hecho esto, se acabó y despidió el Concilio. El Rey, dado que hobo órden en las cosas de la ciudad, se partió para Leon por respetos que á ello le forzabau. La reina doña Constanza y el nuevo arzobispo de Toledo quedaron en la ciudad con gente de guarnicion. Los cristianos eran muy pocos en comparacion de los moros, si bien para el poco tiempo eran hartos. Parecia con estos apercebimientos y recado quedaba la ciudad segura para todo lo que podia suceder. Lo que prudentemente quedaba dispuesto, la temeridad, digamos, del nuevo prelado ó imprudencia, ó lo uno y lo otro, por lo menos șu demasiada priesa lo desconcertó y puso la ciudad en condición de perderse. La silla del arzobispo por entonces estaba en la iglesia de Nuestra Señora, que agora es monasterio del Cármen, como han averiguado personas curiosas. Los moros tenian la iglesia mayor, y en ella hacian las ceremonias de su ley. Parecia mengua y afrentoso para los cristianos y cosa fea que en una ciudad ganada de moros los enemigos poseyesen la mejor iglesia y de mas autoridad, y los cristianos la peor. Lo que alguna buena ocasion hiciera fácil, por la priesa de don Bernardo se hobiera de desbaratar. Comunicado el negocio con la Reina, determina con un escuadron de soldados tomarles una noche su mezquita. Los carpinteros que iban con los soldados abatieron las puertas, despues los peones limpiaron el templo y quitaron todo lo que alli habia de los moros; hiciéronse altares á la manera de los cristianos, en la torre pusieron una campana, con el son llamaron al pueblo y le convocaron para que se hallase á los oficios divinos. Alboro

táronse los bárbaros con esta novedad, y por la mengua de su religion y ritos de su secta furiosos, apenas se pudieron enfrenar de no tomar las armas y con ellas vengar aquel agravio tan grande. Dia fuera aquel triste y aciago, si nuestro Señor Dios no estorbara el daño que los moros pudieran hacer, porque eran muchos mas que los fieles. Entretuviéronse por pensar que aquello se habia hecho sin que el Rey lo supiese; esto les era algun consuelo y alivio; unos se refrenaron con esperanza que serian vengados, otros por no ponerse á riesgo si venian á las manos. Al Rey, luego que supo el caso, le pesó mucho que el Arzobispo con su demasiada priesa hubiese quebrantado el asiento puesto con los moros y hecho poco caso de su fe y palabra real. Representábasele cuánto peligró podian correr las cosas por estar tan enojados los moros; temia no sucediesc algun daño á la ciudad. Poníasele delante la inconstancia de las cosas del mundo, cuan presto se mudan en contrario. Vino muy de priesa á Toledo y con tanta velocidad, que desde el monasterio de Sahagun, do estaba y dónde recibió la nueva de lo que pasaba, se puso en tres dias en Toledo mal enojado en gran manera; hacia grandes amenazas contra el Arzobispo y contra la Reina, no admitia ruegos de nadie, con ninguna diligencia se aplacaba su muy encendida saña, venia con determinacion de hacer un señalado castigo por tal osadía, con que los moros quedasen satisfechos y todos escarmentasen. Los principales de Toledo, sabida la venida del Rey y su intento, le salieron al encuentro cubiertos de luto, el clero en forma de procesion. Llegados á su presencia, con lágrimas que derramaban le suplicaron por el perdon; ningun efecto hicieron por venir muy indignado y resuelto de castigar aquel desacato. Proveyó Dios á tanto mal como se temia por otro camino no pensado. Los principales de los moros, mitigado algun tanto el dolor y saña que les causó aquel agravio, cayeron en la cuenta que no les venia bien si el Rey llevaba adelante su saña. Advertian que él podia faltar, y el odio contra ellos quedaria para siempre fija- · do en los pechos de los cristianos. Acordaron salir al encuentro al Rey y suplicalle diese perdon á los culpados en aquel caso. Llégaron á Magan, que es una aldea cerca de la ciudad, con semblantes tristes y los ojos puestos en el suelo. Combatíanlos diversas olas de pensamientos contrarios, el dolor de la injuria presente, el miedo para adelante. Arrodilláronse Juego que el Rey llegó, con intento de aplacarle con sus razones y ruegos; mas él los previno; dijoles que aquella injuria no era dellos, sino desacato de su real persona, que por el castigo entenderian ellos y los venideros que la palabra real se debe guardar, y ninguno ser tan osado que por su antojo la quebrante. A esto los moros en alta voz comenzaron a pedir perdon, que ellos de corazon perdonaban á los que los agraviaron. Reparó el Rey algun tanto, por ser aquella demanda tan fuera de lo que pensaba. Entonces el que era de mas autoridad entre aquella gente, le habló en esta manera: «Cuán grande, Rey y señor, haya sido el dolor que recebimos por la mezquita que por fuerza nos quitaron contra lo que teniamos capitulado, cada uno lo podrá por sí mismo pensar, no será necesario detenerme en declarallo. La devocion del lugar y su estima nos movia, pero mucho mas el recelo que deste principio no menoscabasen la

libertad y nos quebrantasen lo que con nos teneis asentado. ¿Quién nos podrá asegurar que lo que hicieron con nuestra mezquita no lo ejecuten en nuestras casas particulares y las saqueen con todas nuestras haciendas? ¿Qué conciencia ni escrúpulo enfrenará á los que no enfrenó el juramento y la palabra real, y los que tienen por cierto que en tratarnos mal hacen un agradable servicio á Dios? Esto conviene asegurar para adelante, que no nos maltraten ni nos quebranten nuestros privilegios. Por lo demás, de buena voluntad perdonamos á la Reina y al Arzobispo el agravio que nos han hecho; lo mismo os suplicamos hagais, porque el castigo que tomáredes no nos acarree mayores daños, ca los que vinieren adelante despues de vos muerto no sufrirán que tales personajes, si les sucede algun daño, queden sin venganza. Por la mano real y palabra que nos distes os pedimos troqueis la saña que por nuestra causa teneis concebida en clemencia, que demás que nos damos por contentos y os certificamos la tendrémos por merced muy singular, si no otorgais con nuestra peticion, resueltos estamos de no volver á la ciudad, antes de buscar otras tierras en que sin peligro vivamos. No es razon que por dar lugar al sentimiento y por hacernos favor y vengarnos acarreeis á nos mayores daños, á vos perpetua tristeza y llanto, á vuestra ley mengua y afrenta tan señalada.» En tanto que el moro decia estas razones, los demás arrodillados, puestas las manos, y con lágrimas que de los ojos vertian, con el semblante y meneos suplicaban lo mismo. En el pecho del Rey combatian diversos sentimientos y contrarios, como se echaba de ver en el rostro demudado, ya triste, ya alegre. Finalmente, la razon venció el ímpetu de su ánimo. Consideraba que Dios es el que rige los consejos de los hombres y los endereza ; que muchas veces de los males que permite resultan bienes muy grandes. Vencido pues de los ruegos de los moros, les agradeció aquella voluntad, y prometió que para siempre tendria memoria de aquel dia. Pasó adelante en su camino, llegó á la ciudad, halló á la Reina y al Arzobispo alegres por la esperanza que tenian de alcanzar perdon, con que aquel dia, de turbio y desgraciado, se trocó en mucha serenidad. La ciudad hizo de presente regocijos y fiestas por tan señalada merced, y para adelante se ordenó que en memoria della se hiciese fiesta particular cada un año á 24 de enero, con nombre de Nuestra Señora de la Paz y por memoria de un beneficio tan grande como en tal dia todos recibieron. Si bien no solo aquel dia se hace fiesta y memoria desto, sino eso mismo de la casulla que á san Ildefonso trajo del cielo la sagrada Vírgen.

CAPITULO XVIII.

Cómo se quitó el Breviario mozárabe.

Arriba se dijo como Ricardo, abad de Marsella, fué enviado del papa Gregorio VII por su legado en España, y que en Búrgos juntó concilio de obispos y en él ordenó las sagradas ceremonias y modo de rezar que se debia tener y guardar. Hacia en lo demás muchas cosas sin órden, y usaba mal de la potestad amplísima que tenia, y enderezaba sus cosas á su particular ganancia. La gente andaba revuelta y aun escandalizada con el desorden del legado, hasta murmurar del poder y au

toridad del Papa. El arzobispo don Bernardo recibia congoja desto por el oficio que tenia, mas por ser tanta la autoridad del legado no le podia ir á la mano. Habia entonces costumbre introducida, á lo que yo creo, en España desde el Concilio octavo general que fué el postrero constantinopolitano, y por ley estaba mandado que antes de ser consagrados los metropolitanos se diese noticia al Papa de la eleccion para averiguar que era legítima y buena, y no tenia falta alguna, para que la confirmase con su autoridad. Antes que esto se hicirse no era lícito al arzobispo electo ni consagrarse ni hacer cosa alguna de su oficio. Era otrosí costumbre que impetrasen del Papa el palio, de que suelen usar cuando dicen misa, en señal de su consentimiento y aprobacion. Esta ordenacion recebida desde este principio con el tiempo se extendió á los obispos inferiores. No hay para qué nos detengamos en decir las causas desto. De aquí nació que al presente ninguna eleccion de obispos se tiene por válida si no es confirmada por el Papa. Por estas dos causas don Bernardo determinó de ir á Roma. El camino era largo y de mucho trabajo y peligro; antes de ponerse en camino con beneplácito del Rey consagró la iglesia mayor que se quitó á los moros, como queda dicho. Juntáronse á concilio los obispos que eran necesarios para esto, y hízose la ceremonia dia de san Crispin y san Crispiniano, á 25 de octubre, año de nuestra salvacion de 1087. Dedicóse la iglesia en nombre de Santa María, de San Pedro y San Pablo, de San Esteban y Santa Cruz. En el altar mayor pusieron muchas reliquias de santos. Don Rodrigo dice que esto se hizo despues que volvió de Roma don Bernardo. Lo cierto es que, muertos ya los papas Gregorio y Victor, tercero deste nombre, que le sucedió, siendo suino pontífice Urbano II, que fué elegido á 4 de marzo de 1088, llegado á Roma Bernardo, alcanzó todo aquello que á pretender habia ido, conviene á saber, que el legado fuese absuelto de aquel cargo y volviese á Roina, que él usase del palio, y mas, que fuese primado en España y en la parte de Francia que llamaban la Gallia Gótica. Por causa desta potestad á la vuelta de Roma en Tolosa juntó concilio de los obispos cercanos, con que y con su buena maña y uso de la lengua francesa, en que desde niño se criara, por ser natural de la tierra, como la gente es buena y sin doblez, fácilmente los persuadió que le reconociesen por superior. Asentó que irian á Toledo cada y cuando que fuesen llamados á concilio. Llegado á Toledo, antes que el legado desistiese de su oficio, de comun consentimiento se trató de quitar el Misal y Breviario gótico, de que vulgarmente usaban en España desde muy antiguos tiempos por autoridad de los santos Isidoro, Ildefonso y Juliano. Habíase procurado muchas veces esto mismo, pero no tuvo efecto, porque la gente mas gustaba de lo antiguo, y no hay cosa que con mas firmeza se defienda que lo que tiene color de religion. En este tiempo pusieron tanta fuerza el primado y el legado, y la Reina que se juntó con ellos, que dado que resistian los naturales, en fin vencieron y salieron con su pretension. Verdad es que antes que el pueblo se allanase, como gente guerrera, quisieron esta diferencia se determinase por las armas. El dia señalado dos soldados escogidos de ambas partes lidiaron sobre esta querella en un palenque y hicieron campo; venció el que defendia

HISTORIA DE ESPAÑA.

el Breviario antiguo, llamado Juan Ruiz, del linaje de los Matanzas, que moraban cerca del rio Pisuerga, cuyos descendientes viven hasta el dia de hoy, nobles y señalados por la memoria deste desafío. Sin embargo, como quier que los de la parte contraria no se rindiesen, ni vencidos se dejasen vencer, parecióles que por el fuego se averiguase esta contienda; que echasen en él los dos breviarios, y el que quedase sin lesion se tuviese usase. Tales eran las costumbres de aquellos tiempos groseros y salvajes y no muy medidos con la regla de piedad cristiana. Encendióse una hoguera en la plaza, y el Breviario romano y gótico se echaron en el fuego. El romano saltó del fuego, pero chamuscado. Apellidaba el pueblo victoria á causa que el otro, aunque estuvo por gran espacio en el fuego, salió sin lesion alguna, principalmente que el arzobispo don Rodrigo dice que saltó el romano, pero chamuscado. Advierto que en el texto del Arzobispo los puntos se deben reformar conforme á este sentido. Todavía el Rey, como juez, pronunció sentencia en que se declaraba que el un Breviario y el otro agradaban á Dios, pues ambos salieron sanos y sin daño de la hoguera; lo cual el pueblo se dejó persuadir. Concluyóse el pleito, y concertaron que en las iglesias antiguas que llaman mozárabes se conservase el Breviario antiguo. Concordia que se guarda hoy dia en ciertas fiestas del año, que se hacen en los dichos templos los oficios á la manera de los mozárabes. Tambien hay una capilla dentro de la iglesia mayor, en la cual hay cierto número de capellanes mozárabes, que dotó de su hacienda el cardenal fray Francisco Jimenez, porque no se perdiese la memoria de cosa tan señalada y de rezo tan antiguo. Estos rezan y dicen misa conforme al Misal y Breviario antiguo. En los demás templos hechos de nuevo en Toledo se ordenó se rezase y dijese misa conforme al uso romano. De aquí nació en España aquel refran muy usado: Allá van leyes do quieren reyes. Acabóse esta contienda, y Toledo volvia en su antiguo lustre y hermosura ; levantáronse nuevos edificios, y gran número de cristianos acudian de cada dia. Los moros se iban á menudo, unos á una parte, y otros á otra, y en su lugar sucedian otros moradores, á los cuales se les concedia toda franqueza de tributos y otros privilegios, como parece por las provisiones reales que hasta hoy dia se guardan en los archivos de Toledo. La diligencia y celo que tenia del bien y pro de todos don Bernardo no cesaba, ni sosegó hasta que fué con el Rey á Castilla la Vieja, y en Leon, principal ciudad, juntó concilio de obispos, año de 1091, como dice don Lúcas de Tuy. Hallóse en él Rainerio, que de fraile cluniacense le crió cardenal el papa Urbano, y despues le envió por su legado á España para que sucediese en lugar de Ricardo, cardenal asimismo y abad de Marsella. En aquel Concilio se establecieron nuevos decretos á propósito de reformar las costumbres de los eclesiásticos, á la sazon muy relajadas. Mandaron otrosí que en las escrituras públicas de allí adelante no usasen de letras góticas, sino de las francesas. Ulfilas, obispo de los godos, antes que ellos viniesen á España, inventó las letras góticas, de que usaron por largo tiempo los godos, así bien como los longobardos, los vándalos, los esclavones, los franceses; cada nacion destas tenia sus letras y caractéres proprios, diferentes entre sí y de los latinos. Los

franceses y los esclavones hasta el dia de hoy se con-
servan en su manera antigua de escribir; las otras na-
ciones con el tiempo han dejado sus letras y su manera
y trocádola en la que hoy tienen y usan, que es la co-
mun y latina, por acomodarse con las otras naciones,
y para mayor comodidad del comercio y trato que tie-
nen con los demás.

CAPITULO XIX.

De los principios del primado de Toledo.

El lugar pide que tratemos de los principios que tuvo el primado que los arzobispos de Toledo pretenden tener y tienen sobre las demás iglesias de España, y por qué camino esta dignidad de pequeña llegó á la grandeza que hoy tiene. Los principios de las cosas, especialmente grandes, son escuros; todos los hombres pretenden llegarse lo mas que pueden á la antigüedad, como la que tiene algun sabor de cierta divinidad, y se llega mas á los primeros y mejores tiempos del mundo. Así los mas toman la orígen de su nacion lo mas alto que pueden, sin mirar á las veces si va bien fundado lo que dicen. Esto mismo sucedió en el caso presente, que muchos quieren tomar el principio del primado de Toledo desde el mismo tiempo de los apóstoles. Alegan para esto que san Eugenio, mártir, fué el primero que vino á España para predicar el Evangelio y que fué el primer arzobispo de aquella ciudad. Añaden que los primeros que se tornaron cristianos en España y los primeros que tuvieron obispo fueron los de Toledo, y que por estas causas se les debe esta preeminencia. Pero lo que con tanta seguridad afirman acerca del primado, no tienen escritor alguno mas antiguo deste tiempo que testifique la venida de san Eugenio á España. El mismo Gregorio, turonense, que escribió la historia de Francia, de donde vino san Eugenio y donde padeció por la fe, como se tiene por cierto, ninguna mencion hace desto. Esto decimos, no para poner en disputa la venida de san Eugenio, que es cierta, sino para que en lo que toca á fundar el primado nadie reciba lo que es dudoso por averiguado y sin duda. Porque ¿qué harán los tales si los de Compostella para apoderarse del primado se quieren valer de semejante argumento? Pues es cierto y se comprueba por escrituras muy antiguas que el apóstol Santiago fué el primero que trajo á España la luz del Evangelio, y que sepultaron su santo cuerpo traido en un navío, y rodeadas las marinas del uno y del otro mar en aquella ciudad. Bien holgara de poder ilustrar la dignidad desta ciudad en que esta historia se escribe de las cosas de España en el medio y centro della, y cerca de la cual ciudad nací y aprendí las primeras letras; pero las leyes de la historia nos fuerzan á no seguir los dichos y opiniones del vulgo, ni es justo que por ningun respeto tropecemos en lo que reprehendemos en otros escritores. Prueba bastante que el primado de Toledo no es tan antiguo como algunos pretenden, hacen los concilios de obispos que se celebraron en España en tiempo primero de los romanos y despues de los godos, en los cuales se hallará que el prelado de Toledo, ni en el antiasiento, ni en las firmas, tenia el primer lugar entre los demás. En particular en el Concilio elibertino, quísimo, despues de seis obispos, firma Melancio, pre

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