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arriba dicho; y doña Sol con don Pedro, hijo del rey de Aragon, llamado tambien don Pedro, que por sus embajadores las pidieron y alcanzaron de su padre. De don Ramiro y doña Elvira nació Garci Ramirez, rey que fué adelante de Navarra. Don Pedro falleció en vida de su padre sin dejar sucesion. Con estas bodas y con su alegría se olvidó la memoria de la afrenta y injuria pasada, y se aumentó en gran manera el contento que recibiera el Cid muy grande por la venganza que tomó de sus primeros yernos. La fama de las hazañas del Cid, derramada por todo el mundo, movió en esta sazon al rey de Persia á enviarle sus embajadores. Esto hizo mayor y mas colmado el regocijo de las fiestas, que un Rey tan poderoso, de su voluntad, desde tan lejos pretendiese confederarse y tener por amigo un caballero particular. A vista de Valencia por dos veces, en diversos tiempos, se dió batalla al rey Bucar, que de Africa pasara en España, y por el esfuerzo del Cid y su buena dicha fueron vencidos los bárbaros, y se conservó la posesion de aquella ciudad por toda su vida, que fueron cinco años despues que la ganó. Llegó la hora de su muerte en sazon que estaba el mismo Bucar con un nuevo ejército de moros sobre la ciudad. Visto el Cid que muerto él no quedaban bastantes fuerzas para defendella, mandó en su testamento que todos trechos un escuadron se saliesen de Valencia y volviesen á Castilla. Hízose así; salieron varones, mujeres, niños y gran carruaje y los estandartes enarbolados. Entendieron los moros que era un grueso ejército que salia á darles la batalla, temieron del suceso y volvieron las espaldas. Debíase á la buena dicha de varon tan señalado que á los que tantas veces en vida venció, despues de finado tambien les pusiese espanto y los sobrepujase. Los cristianos continuaron su camino sin reparar hasta llegar á la raya de Castilla. Con tanto, Valencia, por quedar sin alguna guarnicion, volvió al momento á poder de moros. Al partirse llevaron consigo los que se retiraban el cuerpo del Cid, que enterraron en San Pedro de Cardeña, monasterio que está cerca de Búrgos. Las exequias fueron reales; halláronse en ellas el rey don Alonso y los dos yernos del Cid; cosa muy honrosa, pero debida á tan grandes merecimientos y hazañas. Algunos tienen por fabulosa gran parte desta narracion; yo tambien muchas mas cosas traslado que porque ni me atrevo á pasar en silencio lo que otros afirman, ni quiero poner por cierto en lo que tengo duda, por razones que á ello me mueven y otros las ponen. En el templo de San Pedro de Cardeña se muestran cinco lucillos del Cid, de doña Jimena, su mujer, de sus hijos, don Diego, doña Elvira y doña Sol. Si por ventura no son sepulcros vacíos, que en griego se llaman cenotafios, á lo menos algunos dellos, que adelante los hayan puesto en señal de amor y para perpetuar sus memorias, como suele acontecer muchas veces, que levantan algunos sepulcros en nombre de los que allí no están enterrados.

es hermana de la crueldad. Suero, tio de los mozos, en quien por la edad era justo hobiera algo mas de consejo y de prudencia, atizaba el fuego en sus ánimos enconados. Concertado lo que pretendian hacer, dieron muestra de desear volver á la patria. Dióles el suegro licencia para hacello. Concertada la partida, acompañado que hobo á sus hijas y yernos por algun espacio, se despidió triste de las que muchas lágrimas derramaban y como de callada adivinaban lo que aparejado les esperaba. Con buen acompañamiento llegaron á las fronteras de Castilla, y pasado el rio Duero, en tierra de Berlanga, les parecieron á propósito para ejecutar su mal intento los robledales, llamados Corpesios, que estaban en aquella comarca. Enviaron los que les acompañaban con achaques diferentes á unas y á otras partes, á sus mujeres sacaron del camino real, y dentro del bosque, donde las metieron, desnudas, las azotaron cruelmente sin que les valiesen los alaridos y voces con que invocaban la fe y ayuda de los hombres y de los santos. No cesaron de herirlas hasta tanto que cansados las dejaron por muertas, desmayadas y revolcadas en su misma sangre. Desta suerte las halló Ordoño, el cual, por mandado del Cid que se recelaba de algun engaño, en traje disimulado los siguió. Llevólas de allí, y en el aldea que halló mas cerca las hizo curar y regalar con medicinas y comida. La injuria era atroz, la inhumanidad intolerable; y divulgado el caso, los infantes de Carrión cayeron comunmente en gran desgracia. Todos juzgaban por cosa indigna que hobiesen trocado beneficios tan grandes con tan señalada afrenta y deslealtad. Finalmente, los que antes sabian poco, comenzaron á ser en adelante tenidos por de seso menguado y sandios. El Cid, con deseo de satisfacerse de aquel caso y volver por su honra, fué á verse con el Rey. Teníanse á la sazon en Toledo Cortes generales, y hallábanse presentes los infantes de Carrion, bien que afeados y infames por hecho tan malo. Tratóse el caso, y á pedimento del Cid señaló el Rey jueces para determinar lo que se debia hacer. Entre los demás era el principal don Ramon, borgoñon, yerno del Rey. Ventilóse el negocio ; oidas las partes, se cerró el proceso. Fué la sentencia primeramente que los infantes volviesen al Cid enteramente todo lo que dél tenian recebido en dote, piedras preciosas, vasos de oro y de plata y todas las demás preseas de grande valor. Acordaron otrosí que para descargo del agravio combatiesen y hiciesen armas y campo, como era la costumbre de aquel tiempo, los dos infantes y el principal movedor de aquella trama, Suero, su tio. Ofreciéronse al combate de parte del Cid tres soldados suyos, hombres principales, Bermudo, Antolin y Gustio. Los infantes, acosados de su mala conciencia, no se atrevían á lo que no podian excusar, dijeron no estar por entonces apercebidos, y pidieron se alargase el plazo. El Cid se fué á Valencia, ellos á sus tierras. No paró el Rey hasta tanto que hizo que la estacada y pelea se hiciese en Carrion, y esto por tener entendido que no volverian á Toledo. Fueron todos en el palenque vencidos, y por las armas quedó averiguado haber cometido mal caso. Hecho esto, los vencedores se volvieron para su señor á Valencia. Las hijas del Cid casaron: doña Elvira con don Ramiro, hijo del rey don Sancho García de Navarra, al que mató su hermano don Ramon, como queda

creo,

CAPITULO V.

Cómo fallecieron el papa Urbano, el rey Juzef y el infante don Sancho.

Gran daño recibieron con la muerte del Cid las cosas de los cristianos por faltar aquel noble caudillo, con

uno y lo otro se impetró por diligencia de Dalmaquio,

cuyo esfuerzo se conservaron en tiempo tan trabajoso obispo de aquella ciudad, que por esta causa es conta

en tan grande revuelta de temporales. La virtud del difunto, la gravedad, la constancia, la fe, el cuidado de defender la religion cristiana y ensanchalla ponen admiracion á todo el mundo. Del año en que murió no concuerdan los autores, ni es fácil anteponer los unos ni la una opinion á la otra; parece mas probable que su muerte cayó en el año del Señor de 1098. En el mismo año, el pontifice Urbano, trabajado con olas de diferentes cuidados por el cisma que Giberto, falso pontífice, levantó en tan mala sazon, para llegar ayudas de todas partes fué á Salerno con deseo de verse con Rogerio, conde de Sicilia, y valerse dél, cuya piedad y reverencia para con los romanos pontifices se alaba mucho por aquel tiempo, deinás que por sus hazañas era muy esclarecido. Por estas obras y servicios que á la Iglesia hizo le concedió á él y á sus herederos que en Sicilia tuviesen las veces de legado apostólico y toda la autoridad que hoy llaman monarquía. Desta bula, porque es muy notable y provechoso que públicamente se sepa, y porque sobre este derecho han resultado grandes controversias á los reyes de España, pondrémos aquí un traslado en lengua castellana, que dice así: «Urbano, »obispo, siervo de los siervos de Dios, al carísimo hi»jo Rogerio, conde de Calabria y de Sicilia, salud y »apostólica bendicion. Porque la dignacion de la ma»jestad soberana te ha exaltado con muchos triun»>fos y honras, y tu bondad en las tierras de los sar»racenos ha dilatado mucho la Iglesia de Dios, y á la »santa Silla Apostólica se ha mostrado siempre en mu>>chas maneras devota, te hemos recibido por especial y >> carísimo hijo de la misma universal Iglesia. Por tanto, » confiados de la sinceridad de tu bondad, como lo pro» metimos de palabra, así bien lo confirmamos con au>>toridad destas letras, que por todo el tiempo de tu vida »ó de tu hijo Simon ó de otro que fuere tu legítimo he>>redero, no pondrémos en la tierra de vuestro señorío >> sin vuestra voluntad y consejo legado de la Iglesia ro>> mana; antes lo que hobiéremos de hacer por legado, » queremos que por vuestra industria, en lugar de lega» do, se haga todas las veces que os enviáremos de nues>>tro lado para salud, esá saber, de las iglesias que estu>> vieren debajo de vuestro señorío, á honra de san Pe»dro y de su santa Sede Apostólica, á la cual devotamente >> hasta aquí has obedecido, y á la cual en sus necesida» des has fuerte y fielmente acorrido. Si se celebrare » otrosí concilio, y te mandare que envies los obispos y > abades de tu tierra, queremos envies cuantos y cuales »quisieres, los demás retengas para servicio y defensa de »las iglesias. El omnipotente Dios enderece tus obras en Dsu beneplácito, y perdonados tus pecados, te lleve á la »vida eterna. Dado en Salerno por mano de Juan, diá>>cono de la santa Iglesia romana, á 3 de las nonas >>de julio, indiccion siete, del pontificado del señor » Urbano II, año onceno.» Gaufredo, monje que trae esta bula, escribió su historia á peticion del mismo conde Rogerio. La indiccion ha de ser seis para que concierte con el año que pone del pontificado y con el de Cristo que señalamos. Esto en Italia. En España por concesion del mismo Pontifice la silla y nombre episcopal de Iria, que es el Padron, se mudó en el nombre y cátedra compostellana 6 de Santiago, y en particular la eximió de la juridicion del arzobispo de Braga. Lo

do por primero en el número de los obispos de Compostella. El rey don Alonso, aunque agravado con la edad, de tal manera se ocupaba en el gobierno, que nunca se olvidaba del cuidado de la guerra; antes por estos tiempos algunas veces hizo entradas en tierras de moros y correrías por los campos de Andalucía, mayormente que Juzef, dado que hobo órden en las cosas del nuevo imperio de España, se volvió á Africa, y con su ausencia pareció que los cristianos por algun espacio cobraron aliento. Deste sosiego se aprovechó el Rey para hermosear y ensanchar el culto de la religion en diversos lugares y de muchas maneras. En Toledo edificó á los monjes de San Benito un monasterio con título de los santos Servando y Germano en un montecillo ó ribazo de piedra que está en frente de la ciudad, no léjos de do al presente se ve el edificio de un castillo viejo del mismo nombre. Otros dicen que le reparó, y que en tiempo de los godos fué primero edificado. La verdad es que le sujetó al monasterio de San Victor de Marsella, de do vino para moralle entonces aquella nueva colonia y poblacion de monjes. Dentro de la ciudad, á costa del Rey, se edificaron dos monasterios de monjas, uno con nombre de San Pedro, en el sitio en que al presente está el hospital del cardenal don Pero Gonzalez de Mendoza; el otro con advocacion de Santo Domingo de Silos, que en este tiempo se llama Santo Domingo el Antiguo. En la ciudad de Burgos edificó fuera de los muros otro nuevo monasterio con nombre de San Juan; hoy se llama San Juan de Búrgos. Dió asimismo licencia á Fortun, abad de otro monasterio, que por aquel tiempo se llamaba de San Sebastian, y era muy principal en Castilla la Vieja; despues se llamó de Santo Domingo de Silos, por haber este Santo en él vivido y muerto santísimamente, de edificar un pueblo cerca del dicho monasterio, que en nuestro tiempo es de ciento y setenta vecinos, aunque los muros tienen anchura y capacidad para mas, y es del duque de Frias, hoy condestable de Castilla. El año siguiente de 1099 fué señalado por la muerte del pontifice Urbano y por la toma de la ciudad de Jerusalem, que la ganaron los soldados cristianos. Sucedió por la muerte de Urbano el cardenal Rainerio, persona de graude bondad y experiencia, que por su predecesor fué enviado por legado en España. Tomó nombre de Pascual II.' Este en el tiempo de su pontificado concedió á la iglesia de Santiago que, á imitacion de la majestad romana, tuviese siete canónigos cardenales, y los obispos de aquella iglesia usasen del palio, insignia de mayor autoridad que la ordinaria de los otros obispos. El año que luego siguió, es á saber, el de 1100, fué no menos alegre para los cristianos por la muerte de Juzef, que por espacio de doce años tuvo el imperio de los moros en España, y el de Africa como treinta y dos, que aciago y desgraciado por la muerte que en él sucedió del infante don Sancho. Era su ayo, por mandado del rey don Alonso, su padre, don García, conde de Cabra; criábale como á sucesor que habia de ser de reino tan principal. La desgracia sucedió desta manera. Ali, sucesor de Juzef, deseando comenzar el nuevo imperio y ganar autoridad con alguna excelente hazaña y empresa, pasado el mar con un grueso ejército de moros que juntó en Africa, de mas de otros que en España se

le allegaron, entró por el reino de Toledo y llegó haciendo mal y daño hasta la misma ciudad; metió á fuego y á sangre sembrados, árboles, lugares, cautivó hombres y ganados. El rey don Alonso, por su gran vejez y por estar indispuesto, demás desto cansado de tantas cosas como habia hecho, no pudo salir al encuentro al enemigo bravo y feroz. Envió en su lugar sus gentes, y por general al conde don García; y para que tuviese mas autoridad, quiso fuese en su compañía el infante don Sancho, su hijo, dado que era de pequeña edad. El se quedó en Toledo, donde en lo postrero de su edad residia muy de ordinario. Cerca de Uclés se dieron vista y juntaron los dos campos; ordenaron sin dilacion las haces; dióse la batalla de poder á poder, que fué grandemente desgraciada. Derribaron los moros al Infante. Amparábale el conde don García con su escudo, y con la espada arredraba y aun detuvo por buen espacio los moros que los rodeaban y acometian por todas partes. Su esfuerzo era tal, que los contrarios desde léjos le combatian, mas ninguno se atrevia á llegársele. El amor singular que tenia al Infante y el despecho, grande arma en la necesidad, le animaban. Finalmente, enflaquecido con las muchas heridas que le dieron los enemigos por ser tantos, cayó muerto sobre el que defendia. Este miserable desastre y muerte desgraciada dió luego á los bárbaros la victoria. Cuánto haya sido el dolor del Rey por tan gran pérdida no hay para qué relatarlo; no le afligia mas la desgracia y pérdida del hijo que el daño de la república cristiana por faltar el heredero de imperio tan grande, que era un retrato de las virtudes de su padre, y parecia haber nacido para hacer cosas honradas. Preguntó el Rey cuál fuese la causa de tantos daños como de los moros tenian recebidos; fuéle respondido por cierta persona sabia que el esfuerzo de los corazones estaba en los soldados apagado con la abundancia de los regalos, holguras y ociosidad, los cuerpos enflaquecidos con el ocio, y los ánimos con la deshonestidad, fruto ordinario de la prosperidad. Mandó pues quitar los instrumentos de los deleites, en particular derribar los baños, que eran muy usados á la sazon en España, á imitacion y conforme á la costumbre de los moros. Alguna espcranza quedaba en don Alonso, nieto del Rey, que en doña Urraca, hija del mismo Rey, dejó don Ramon, su marido; mas era pequeño alivio del dolor por la flaqueza de la madre y la edad deleznable del niño, en ningu. na manera bastantes para acudir á cosas tan grandes. Con estos cuidados se hallaba suspenso el ánimo del Rey; de dia y de noche le aquejaba el dolor y el deseo de poner remedio en tantos daños.

CAPITULO VI.

De don Diego Gelmirez, obispo de Santiago.

La iglesia de Santiago anduvo trabajada por este tiempo; grandes tempestades la combatian, no de otra manera que la nave sin piloto, ni gobernalle; llegó últimamente al puerto y á salvamento con la eleccion que se hizo de un nuevo prelado, por nombre don Diego Gelmirez, hombre en aquella era prudente en gran manera, de grande ánimo y de singular destreza. Don Diego Pelayo, en tiempo del rey don Sancho de Castilla, fué elegido por prelado de la iglesia de Compostella,

como queda dicho en otro lugar; era persona muy noble, mas bullicioso, inquieto y amigo de parcialidades. Hízole prender el rey don Alonso, que fué grande resolucion y notable poner las manos en hombre consagrado. Deseaba demás desto privarle del obispado; era menester quien para esto tuviese autoridad; el cardenal Ricardo, que dijimos haberle el Pontífice enviado á España por su legado, llamó los obispos para tener concilio en Santiago, con intento que en presencia de todos se determinase aquel negocio. Presentado que fué Pelayo en el Concilio, por miedo ú de grado renunció aquella dignidad; y para muestra que aquella era su determinada voluntad, hizo entrega en presencia del Cardenal del anillo y báculo pontifical. Con esto fué puesto en su lugar Pedro, abad cardinense. El pontifice Urbano, avisado de lo que pasaba, tuvo á mal la demasiada temeridad y priesa con que en aquel hecho procedieron. Allegado Cardenal escribió y reprehendió con gravísimas palabras. Para el Rey despachó un breve y carta deste tenor: «Urbano, obispo, siervo de los sier>> vos de Dios, al rey Alonso de Galicia. Dos cosas hay, >> rey don Alonso, con que principalmente este mundo » se gobierna: la dignidad sacerdotal y la potestad real. >> Pero la dignidad sacerdotal, hijo carísimo, en tanto » grado precede á la potestad real, que de los mismos >> reyes hemos de dar razon al Rey de todos. Por ende el >> cuidado pastoral nos compele, no solo á tener cuenta » con la salud de los menores, sino tambien de los ma>> yores en cuanto pudiéremos, para que podamos res>>tituir al Señor sin daño, cuanto en nosotros fuere, » su rebaño, que él mismo nos ha encomendado. Prin»cipalmente debemos mirar por tu bien, pues Cristo te » ha hecho defensor de la fe cristiana y propagador de » su Iglesia. Acuérdate pues, acuérdate, hijo mio muy » amado, cuánta gloria te ha dado la gracia de la divi» na Majestad; y como Dios ha ennoblecido tu reino so»bre los otros, así tú has de procurar servirle entre >> todos mas devota y familiarmente, pues el mismo Se»ñor dice por el Profeta: A los que me honran hon>> raré, los que me desprecian serán abatidos. Gracias » pues damos á Dios, que por tus trabajos la iglesia » toledana ha sido librada del poder de los sarracenos; y » á nuestro hermano el venerable Bernardo, prelado de >> la misma ciudad, convidado por tus amonestaciones >> recebimos digna y honradamente, y dándole el palio, >> le concedimos tambien el privilegio de la antigua ma»jestad de la iglesia toledana, porque ordenamos que » fuese primado en todos los reinos de las Españas; y » todo lo que la iglesia de Toledo se sabe haber tenido » antiguamente, ahora tambien por liberalidad de la » Sede Apostólica hemos determinado que para adelante >> lo tenga. Tú le oirás como á padre carísimo, y pro>> cura obedecer á todo lo que te dijere de parte de » Dios, y no dejarás de exaltar su Iglesia con ayuda y >> beneficios temporales. Pero entre los demás pregones » de tus alabanzas ha venido á nuestras orejas lo que >> sin grave dolor no hemos podido oir, esto es, que » obispo de Santiago ha sido por ti preso, y en la pri»sion depuesto de la dignidad episcopal; desorden que, >> por ser de todo punto contrario á los cánones, y que >>las orejas católicas no lo sufren, tanto mas nos ha >>contristado cuanto es mayor la aficion que te tenemos. »Pues, rey gloriosísimo don Alonso, en lugar de Dios y

el

» de los apóstoles, rogándotelo mandamos que restitu»yas enteramente por el arzobispo de Toledo al mismo >> obispo en su dignidad, y no te excuses con que por >> Ricardo, cardenal de la Sede Apostólica, se hizo la » deposicion, porque es contrario de todo punto á los » cánones, y Ricardo por entonces no tenia autoridad » de legado de la Sede Apostólica; lo que él pues hizo >> entonces que Victor, papa de santa memoria, tercero, >>le tenia privado de la legacía, nos lo damos por de nin» gun valor. En remision pues de los pecados y obedien»cia de la Sede Apostólica restituye el obispo á su dig»nidad, venga él con tus embajadores á nuestra pre>>sencia para ser juzgado conónicamente, que de otra >> manera nos forzarás á hacer con tu caridad lo que no »querriamos. Acuérdate del religioso príncipe Cons>>tantino, que ni aun oir quiso el juicio de los sacerdo»tes, teniendo por cosa indigna que los dioses fuesen »juzgados de los hombres. Oye pues en nosotros á >> Dios y á sus apóstoles, si quieres ser oido dellos y dé >>nos en lo que pidieres. El Rey de los reyes, Señor, >> alumbre tu corazon con el resplandor de su gracia, te » dé victorias, ensalce tu reino, y de tal manera con>>ceda que siempre vivas, y de tal suerte del reino tem>>poral goces felizmente, que en el eterno para siem>> pre te alegres, amen. » Sucedió todo esto el año primero del pontificado de Urbano II, que cayó en el año del Señor de 1088. En lugar de Ricardo vino el cardenal Rainerio por legado en España; este juntó un concilio en Leon, en que depuso á Pedro de la dignidad en que fué puesto contra las leyes y por mal órden, pero no se pudo alcanzar que Pelayo fuese restituido en su libertad y en su iglesia; solamente por medio de don Ramon, yerno del Rey, que á la sazon vivia, se dió traza queá Dalmaquio, monje de Cluni, y por el mismo caso grato al Pontífice, que era de la misma órden, se diese el obispado de la iglesia de Compostella. Este prelado fué al concilio general que se celebró en Claramonte en razon de emprender la guerra de la Tierra-Santa. Allí alcanzó que la iglesia de Compostella fuese exempta de la de Braga y quedase sujeta solamente á la romana; en señal del privilegio se ordenó que los obispos de Santiago no por otro que por el romano pontífice fuesen consagrados. No se pudo alcanzar por entonces del Papa que le diese el palio, aunque para salir con esto el mismo Dalmaquio usó de todas las diligencias posibles. La luz y alegría que con esto comenzó á resplandecer en aquella iglesia en breve se escureció, porque con la muerte de Dalmaquio hobo nuevos debates. Pelayo, suelto de la prision, se fué á Roma para pedir en juicio la dignidad de que injustamente, como él decia, fuera despojado. Duró este pleito cuatro años hasta tanto que Pascual, romano pontífice, pronunció sentencia contra Pelayo. Con esto los canónigos de Santiago trataron de hacer nueva eleccion. Vínose á votos. Diego Gelmirez, en sede vacante, hizo el oficio de vicario; en él dió tal muestra de sus virtudes, que ninguno dudaba sino que si vivia era á propósito para hacelle obispo. Fue así, que sin tener cuenta con los demás canónigos, por voluntad de todos salió electo el primer dia de julio. Alcanzó otrosí del Papa que á causa de las alteraciones de la guerra y de los trabajos pasados y que amenazaban por causa de los moros se consagrase en España. Demás desto, con nueva bula

concedió que en Santiago hobiese, como arriba se di-, jo, siete canónigos cardenales á imitacion de la Iglesia romana, estos solos pudiesen decir misa en el altar mayor yacompañar al prelado en las procesiones y misa con mitras. Don Diego Gelmirez, animado con este principio, con deseo de acrecentar con nuevas honras la iglesia que le habian encargado, fué á Roma, y aunque mu-, choslo contradijeron, últimamente alcanzó del Pontífice el uso del palio; escalon para impetrar la dignidad, nombre y honra de arzobispado que le concedió á él y á su iglesia Calixto, pontifice romano, algunos años adelante, como se verá en otro lugar. Estas cosas, dado que sucedieron en muchos años, me pareció juntallas en uno, tomadas todas de la Historia compostellana.

CAPITULO VII.

De la muerte de los reyes don Pedro el Primero de Aragon, y don Alonso el Sexto de Castilla.

La perpetua felicidad del rey de Aragon y su valor hizo que los moros no se pudiesen mucho por aquellas partes alegrar con la fama del estrago que se hizo de cristianos en Castilla. A la verdad, las armas de los aragoneses en aquella parte de España prevalecian, y los moros no les eran iguales. Habíanles quitado un castillo cerca de Bolea, llamado Calasanz, y á Pertusa, muy antiguo pueblo en los ilegertes, á la ribera del rio Canadre. Demás desto, recobraron la ciudad de Barbastro, que era vuelta á poder de moros. Poncio; obispo de Roda, enviado por el Rey á Roma, alcanzó del Pontífice que él У sus sucesores, mudado el apellido y la silla obispal, con retencion de lo que antes tenia, se intitulasen obispos de Barbastro. La principal fuerza de los cristianos y de la guerra se enderezaba contra los de Zaragoza, la cual ciudad, quitada á los decendientes de los reyes antiguos, era venida á poder de los almoravides. Los reyes que en aquella ciudad antes desto reinaron, eran estos: El primero Mudir, despues Hiaya, el tercero Almudafar; y de otro linaje, Zulema, Hamas, Juzef, Almazacin, Abdelmelich y su hijo Hamas, por sobrenombre Almuzacaito, á quien los almo◄ ravides quitaron el reino. Esto en España. En la Francia Ato, que despues de la muerte de don Ramon, conde de Barcelona, padre de Arnaldo, se habia apoderado como desleal de la ciudad de Carcasona, cuyo gobierno tenia, sin reconocer al verdadero señor, fué por conjuracion de los ciudadanos lanzado de la ciudad, y ella reducida á la obediencia de sus señores antiguos el año de 1102. En el mismo año Armengol, conde de Urgel, fué por los moros muerto en Mallorca, do pasó con deseo de mostrar su valor, por donde le dieron renombre de Balearico, que es en castellano mallorquin. Era señor en Castilla la Vieja de Valladolid, pueblo que se cree los antiguos romanos llamaron Pincia, Peranzules, persona en riquezas, aliados y linaje muy principal, aunque vasallo del rey don Alonso; su mujer se llamó Elo. Casó Armengol con doña María, hija de Peranzules; y della dejó un hijo, cuya tierna edad y su estado gobernó su abuelo Peranzules, y á su tiempo le casó con una señora principal, llamada Arsenda. EĮ año cuarto deste siglo y centuria, de Cristo 1104, fué desgraciado por la muerte de tres personajes muy grandes. Don Pedro, hijo del rey de Aragon, y su hermana doña Isabel murieron en un mismo dia, á 18 de agosto;

el mismo Rey, sea por la pena que recibió y dolor de la muerte de sus hijos, ó por otra enfermedad y accidente que le sobrevino, falleció el mes siguiente á 28 de setiembre. Fué sepultado en San Juan de la Peña. El pontífice Urbano concedió á este rey don Pedro y á sus sucesores y grandes del reino, á principio de la guerra de la Tierra-Santa, que llevasen los diezmos y rentas de las iglesias que de nuevo se edificasen ó quitasen á los moros, sacadas solamente aquellas iglesias en que estuviesen las sillas de los obispos; tan grande era el deseo de desarraigar aquella gente impía, que no parece consideraban bastantemente cuántos inconvenientes para adelante podria traer aquella liberalidad. La tristeza que en Aragon por aquellas tres muertes toda la provincia recibió, muy grande y casi sin par, en gran parte la alivió la esperanza que de don Alonso, hermano del Rey difunto, tenian concebida en sus ánimos, que luego le sucedió en el reino y en la corona. Su reinado fué largo, la fama de las cosas que hizo grande, su buenandanza, gravedad, constancia, fe, destreza en la guerra, y el señorío que alcanzó muy mas ancho que el de sus pasados. En particular el segundo año de su reinado casó con doña Urraca, hija del rey don Alonso de Castilla. Hizo el Rey este casamiento en desgracia de los grandes del reino que lo llevaban mal, y pretendieron desbaratarle y persuadir al Rey, que se hallaba flaco por la vejez y enfermedades, y que apenas podia vivir, que seria mas acertado la diese por mujer á don Gomez, conde de Candespina, que en riquezas y poder se aventajaba á los demás señores de CastiHa. Todos extrañaban mucho, como es ordinario, llamar algun príncipe extranjero. Esto deseaban y trataban entre sí; mas cada uno temia de decirlo al Rey y llevalle este mensaje por no caer en su desgracia. Encomendaronse á un cierto médico judío, de quien el Rey se servia mucho y familiarmente con ocasion que le curaba sus enfermedades. Mandáronle que esperase buena coyuntura y que propusiese esta demanda con las mejores palabras que supiese. El Rey para desenfadarse se salió á la sazon de Toledo, y se entretenia en Magan, aldea cerca de aquella ciudad; otros dicen que en Mascaraque. El judío, hallada buena ocasion, hizo lo que le era mandado. Alteróse el Rey en gran manera que los grandes tomasen tanta autoridad y mano, que pretendiesen casar á su hija á su albedrío. Fué en tanto grado este disgusto, que mandó al médico que para siempre no entrase en su casa ni le viese mas; y luego por amonestacion del arzobispo don Bernardo, que no se apartaba de su lado, dió priesa á las bodas de su hija y de don Alonso, rey de Aragon, que se hicieron en Toledo con aparato real y maravillosa pompa el año de 1106. El Rey, un poco recreado con esta alegría y con deseo de vengar el dolor que recibió por la muerte de su hijo; demás desto, porque no quedase aquella afrenta y mengua del ejército cristiano sin emienda, magüer que era de aquella edad, tomó de nuevo las armas. Entró por las tierras de Andalucía matando hombres y animales, sin perdonar á las casas, sembrados y arboledas. Toda la provincia fué trabajada, y padeció todos los daños que la guerra suele causar. Hecho esto, lo que le quedó de la vida se estuvo en reposo, sin tratar de otras empresas, á que le convidaba su larga edad, la grandeza del reino y la gloria de sus hazañas. Reti

róse, no solo de las cosas de la guerra, sinó asimismo del gobierno, por cuanto le era lícito en tan gran peso de cuidados. Procuraba empero que la ciudad de Salamanca y de Segovia, como lo dice don Lúcas de Tuy, maltratadas por las guerras pasadas y yermas de moradores, fuesen reparadas, fortificadas y adornadas. Peranzules, que en aquella edad fué persona muy grave y muy sabia, fué ayo de doña Urraca en su menor edad, y al presente tenia el primer lugar en autoridad y privanza con el Rey. Era el que gobernaba los consejos de la paz y de la guerra; y solo entre todos parecia que con virtud y prudencia sustentaba el peso de todo el gobierno en el mismo tiempo que al Rey cargado de años, ca vivió setenta y nueve, le apretó una enfermedad, que le duró un año y siete meses; puesto que para · mejorar cada dia por órden de los médicos salia á caballo á ejercitar el cuerpo y avivar el calor que faltaba. No prestó algun remedio por estar la virtud tan caida y la dolencia tan arraigada, que vencia todo lo al, sin bastar medicinas algunas para darle salud. Agravósele finalmente de suerte, que falleció en Toledo, juéves 1.o de julio del año de nuestra salvacion de 1109, como lo testifica Pelagio, ovetense, que pudo deponer de vista conforme al tiempo en que él vivió. Reinó despues de la muerte de su padre por espacio de cuarenta y tres años; fué modesto en las cosas prósperas, en las adversidades constante. Sufrió fuerte y pacientemente los ímpetus de la fortuna; grande loa y la mayor de todas llevar lo que no se puede excusar, y estar apercibido para todo lo que á un hombre puede acontecer. Prudencia es proveer que no suceda; de ánimo constante sufrir fuertemente las mudanzas de las cosas humanas. La muchedumbre, en especial popular, se suele amedrentar fácilmente, y no son mayores los principios del temor que los remedios. Muerto pues el rey don Alonso, con cuya vida parece se conservaba todo, los ciudadanos de Toledo, que por la mayor parte constaban de avenida de muchas gentes, trataron de desamparar la ciudad. Entre tanto que este miedo se pasaba y para asegurar los ánimos, entretuvieron el cuerpo del Rey veinte dias en la ciudad. Sosegado el alboroto y perdido el miedo en parte, le llevaron á sepultar al monasterio de Sahagun, junto al rio Cea. Acompañáronle Bernardo, arzobispo de Toledo, y otros señores principales. El aparato del entierro fué magnífico por sí mismo, y mas por las muy verdaderas lágrimas de todo el reino, que lloraban, no mas la muerte del Rey que su pérdida tan grande. Estas lágrimas y los desastres que se siguieron por la muerte de tan gran Rey las mismas piedras en Leon parece dieron á entender y las pronosticaron. Junto al altar de San Isidro, en la peana donde el sacerdote suele poner los piés cuando dice misa, las piedras, no por las junturas, sino por el medio, manaron de suyo agua en espacio de ocho dias antes de la muerte del Rey, los tres dellos, es a saber, interpoladamente, con grande maravilla de todos los que presentes estaban. Pelagio dice aconteció en tres dias continuos, juéves, viérnes y sábado, y que los obispos y sacerdotes hicieron procesion para aplacar á Dios; y que se significó por aquel milagro el lloro de toda España y las lágrimas que todos despedian en abundancia por la muerte de tan buen Príncipe. En tiempo deste Rey vivió en Búrgos con gran crédito de santidad Lesmes,

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