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que parecia llegar al cielo, cubiertò de nubes y de niebla, aunque el mar sosegado á causa de los pocos vientos que en aquella parte soplan. Mas adelante, unas riberas llenas de pedregales y matorralès se tendian hasta el monte de Saturno. Luego despues los Cenitas, por medio de los cuales corria Guadiana, con dos islas opuestas, que la mayor llamaban Agonida. Despues doblado el promontorio Sacro, hoy cabo de San Vicente, por riberas que hacen muchas vueltas, llegaron al puerto Cenis, no léjos de la isla dicha entonces Petanio, y hoy Perseguero. Caian cerca los Draganos, pueblos de la Lusitania, incluidos entre dos montes Sefis y Cemfis, y que al norte tenian por términò un seno de mar puesto en frente de las islas dichas Strinias, puestas en alta mar. Tenian los Draganos otra isla cerca, llamada Acale, cuyas aguas eran azules extraordinariamente y de mal olor. Esta forma tenian entonces aquellas marinas; al presente, habiéndose el mar retirado, todo está diferente de lo antiguo. Sobre la isla Acale en tierra firme se empinaba el monté Cepriliano, y muy adelante por aquellas riberas hallaron entre levante y septentrion á la isla Pelagia, de mucha verdura y arboledas; pero no osaron saltar en ella, por entender de muchos que era consagrada al dios Saturno, y que á los que á ella abordaban se les alteraba el mar: tal era la vanidad y supersticion de aquella gente. Seguíanse en tierra firme los Sarios, gente inhumana y enemiga de extranjeros ; por donde el cabo que en aquella parte hoy se dice Espichel, antiguamente por la fiereza desta gente se llamó Barbario. Desde allí en dos dias de navegacion llegaron á la isla Strinia, deshabitada y llena de malezas, á causa que los moradores, forzados de las serpientes y otras sabandijas, la desampararon y buscaron otro asiento; por esto los griegos la Hamaron Ofiusa, que es tanto como de culebras. Ofrecióse luego la boca de Tajo, donde los Sarios se terminaban con una poblacion de griegos, que se entiende, no sin probabilidad, que fuese Lisboa, ciudad en el tiempo adelante nobilísima. Hiciéronse desde allí á la vela, y tocaron en las islas Albiano y Lacia; hoy se cree que son las islas puestas enfrente de Bayona en Galicia. Llegaron á las riberas de los Nerios ó Jernos, que se tendian hasta el promontorio Nerio, que llamamos el cabo de Finisterre; junto á ěl están muchas islas, llamadas antiguamente Strenides, porque los moradores de la isla Strinia, huidos de allí á causa de las serpientes, como se ha dicho, hicieron su asiento en aquellas islas. Decíanse tambien Casiterides, por el mucho plomo y estaño que en ellas se sacaba. Pasado el promontorio Nerio, Himilcon y sus compañeros, vueltas las proas al oriente, por falta de los vientos en aquellas riberas y por los muchos bajíos y con las muchas ovas embarazados, padecieron grandes trabajos; mas prosiguieron en correr los puertos, ciudades y promontorios de los Ligores, Asturianos y Siloros, que por órden se seguian en aquellas marinas. De las cuales cosas no se escribe nada, ni se halla memoria alguna de lo que pasaron en el mar de Bretaña y en el Báltico, donde es verisimil que llegaron guiados del deseo de descubrir, calar y considerar las riberas de la Francia y de Alemaña. Ni aun, que se sepa, hay memoria del camino que para volver á España hicieron, despues que gastaron dos años enteros en ida y vuelta de navegacion tan larga y dificultosa.

CAPITULO XXII.

De la navegacion de Hannon.

La navegacion de Hannon fué más larga y la mas famosa que sucedió y se hizo en los tiempos antiguos, y que se puede igualar con las navegaciones modernas de nuestro tiempo, cuando la nacion española con esfuerzo invencible ha penetrado las partes de levante y de poniente, y aun aventajarse á ellas, por no tener noticia entonces de la piedra iman y aguja ni saber el uso, así della como del cuadrante, por donde no se atrevían á meter y alargarse muy adentro en el mar. Juntada pues y apercebida una armada de sesenta galeras grandes, en que llevaban treinta mil personas, hombres y mujeres, para hacer poblaciones de su gente por aquellas riberas donde pareciese á propósito, se hicieron á la vela desde Cádiz. Pasadas las columnas de Hércules en dos dias de navegacion, llegados que fueron á una grande llanura, edificaron una gran ciudad, que dijeron Timiaterion. Vueltas luego las proas al poniente, seguíase el promontorio Ampelusio, que nosotros comunmente llamamos cabo de Espartel; y aun sospecho es el que Arriano llamó Soloen, de mucha espesura de árboles y de muy grande frescura. Siguese el río Zilia, que sospechoso Polibio llamó Anatis; y en este tiempo junto á él está asentado un lugar, por nombre Arcilla. Los Lixos, gente que moraba y tomaba el nombre del rio Lixio, el cual corre de la Líbia y descarga por aquella parte en el Océano, estaban tendidos setecientas y treinta y cinco millas, conforme á la medida romana, mas adelante del promontorio Ampelusio. Allí fingieron antiguamente que Hércules luchó con el gigante Anteo, y que en el mismo lugar eran los jardines de las Hespérides y el espantoso dragon que las guardaba. Seguíanse á igual distancia en espacio de cien millas, ó veinte y cinco leguas, otros dos rios: el uno se llamó Subur, donde se via una poblacion, por nombre Bonosa; el otro Sala, con otra poblacion del mismo nombre, que hoy se llama Salen, en un buen asiento y fresco, pero molestado de las fieras por caelle cerca los desiertos de Africa. Partidos de aquellos lugares, llegaron al monte Atlante, que se termina en el mar en el cabo que los antiguos llamaron la postrera Chaunaria, despues por los marineros fué comunmente llamado el cabo Non, por estar persuadidos que el que con loco atrevimiento le pasaba para siempre no volvia; boy le llamamos cabo del Boyador, si bien algunos ponen por diferentes el cabo Non y el cabo del Boyador; lo mas cierto es que tiene enfrente la isla de Palma, puesta hácia el poniente, una de las Canarias, de la equinoccial distante veinte y ocho grados que tiene de altura. Pasado este promontorio, ofrecióseles una ribera muy tendida hasta una pequeña isla de cinco estadios en circuito, la cual ellos, dejando allí una poblacion, llamaron Cerne. Yo entiendo que en nuestro tiempo se llama Argin, y está pasado el cabo Blanco, asentado veinte y un grados mas acá de la equinoccial; y della todo aquel golfo se llama el golfo de Argin, que va tendido hasta el Cabo Verde y las diez islas que tiene enfrente, antiguamente dichas Hespérides; entre las demás la principal hoy se llama de Santiago, y todas ellas se dicen las islas de Cabo Verde. Este cabo 6 promontorio sospecho que Arriano le llama Cuerno Hesperio, y que el rio muy ancho que antes dél

entra en el mar, es el que Festo llama Asama, porque tambien en este tiempo, con nombre no muy diferente de lo antiguo, se llama Sanaga. Cria crocodilos y caballos marinos; crece otrosí, y mengua en el estío á la manera del Nilo; por donde se entiende que tienen una misma orígen estos dos rios y nacen de unas mismas fuentes. Los antiguos, y en particular Plinio, le llamaron Nigir. Entra en el mar por dos bocas: la que hemos dicho, y otra que está pasado Cabo Verde, y por su gran anchura vulgarmente se llama el rio Grande. Seguíanse las islas Gorgonides; así las llamó Hannon, de unas mujeres monstruosas que allí vieron, las cuales los antiguos llamaron gorgonas. Cerca de aquellas islas vieron un monte muy empinado, que llamaron Carro de los Dioses, por resplandecer con fuegos y porque tenia grande ruido de truenos; los nuestros le llaman Sierra Leona, puesta ocho grados antes de la equinoccial. En Ptolemeo está demarcado el Carro de los Dioses en cinco grados de altura, y no mas, sea que los números, por descuido de los escribientes, estén estragados, ó que él mismo se engañó. Este monte, por su altura, ordinariamente resplandece con relámpagos, demás que los moradores por causa del calor, que por allí es muy excesivo, de dia están encerrados en cuevas debajo de tierra, y las noches salen á trabajar y procurar su sustento con hachos encendidos; por donde los campos cercanos á aquel monte resplandecen de noche, y parece que arden en vivas llamas y en fuego; cosa que dió ocasion á Hannon y á sus compañeros á que pensasen de veras, ó que de propósito fingiesen, como suele acontecer cuando se habla de cosas y lugares tan apartados, que de aquellas partes y campiñas corrian en el mar rios de fuego, y que todas aquellas tierras comarcanas estaban yermas, á causa de aquellas perpetuas llamas. Pasado aquel monte, descubrieron una isla, habitada de hombres cubiertos de vello (así lo entendieron ellos), y para

memoria de cosa tan señalada, de dos hembras que prendieron, porque á los machos no pudieron alcanzar por su gran ligereza, como no se amansasen, las mataron, y enviaron á Cartago las pieles llenas de paja, donde estuvieron mucho tiempo colgadas en el templo de Vénus, para memoria de tan grande maravilla. Los doctos ordinariamente no sin razon creen que esta isla es una que está debajo la equinoccial frontero de un cabo de Africa, llamada de Lope Gonzalez, sujeta en este tiempo á los portugueses, y que se llama la isla de Santo Tomé, tan rica de azúcares, que se dan muy bien en ella, como mal sana, principalmente á los nuestros, como quier que los etiopes se hallen allí muy bien de salud. Los hombres cubiertos de vello entendemos que fueron cierto género de monas grandes, cuales en Africa hay muchas y de diversas raleas, del todo en la figura semejantes á los hombres, y de ingenios y astucias maravillosas. Arriano escribe que Hannon y sus compañeros desde aquellos lugares y desde aquella isla dieron la vuelta á España, forzados de la falta de mantenimientos. Plinio dice que Hannon llegó hasta el mar Rojo, pasado, es á saber, el cabo de Buena Esperanza, en el cual, adelgazadas de entrambas partes las riberas, la Africa interior á manera de pirámide se termina. Dice mas, que desde allí envió embajadores á Cartago, por tierra sin duda, con informacion de todo lo sucedido. En esto concuerdan, que volvió al quinto año de la partida de España, y de la fundacion de Roma se contaba 312. Los que con él fueron, vueltos, á porfía contaban milagros que les acontecieran en navegacion tan larga, tormentas, figuras de aves nunca oidas, cuerpos monstruosos de fieras y peces, varias formas de hombres y de animales, vistas ó creidas por el miedo, ó fingidas de propósito para deleitar al pueblo, que abobado oia cosas tan extrañas y nuevas.

LIBRO SEGUNDO.

CAPITULO PRIMERO.

Que Hannon y sus hermanos volvieron á su tierra. HANNON Y Himilcon, despues de tan dificultosos viajes y tan largas navegaciones, vueltos en España, con deseos de descansar y de ver á su patria, sin dilacion se partieron á Cartago, donde fueron con grande acompañamiento de los que salieron á recebillos, con aplauso de todo el pueblo y solemnidad semejante á triunfo metidos en la ciudad. Todos alababan y engrandecian el vigor de sus ánimos, sus famosos acometimientos y el alegre remate de sus empresas. Quedó Gisgon en el gobierno de España, al cual se le dió tambien licencia que dejado el cargo se volviese á Cartago. Lo que mucho importaba para continuar en su poder y autoridad, hicieron que Aníbal, su primo, que era hermano de Safon, junto con Magon, pariente y amigo de los mismos, fuesen

nombrados para suceder en el gobierno de España. Deste Magon se dice que en las islas Baleares, donde se detuvo algunos años, edificó en Menorca una ciudad de su nombre. No hay duda sino que en aquella isla hobo antiguamente una ciudad que se llamó Magon, pero la semejanza del nombre no es conjetura bastante para asegurar que haya en particular sido fundada por este Magon, como quier que no haya para comprobarlo otro testimonio de escritores antiguos. Lo que se tiene por averiguado es que, llegado que fué Aníbal á Cádiz, Gisgon, cargada la flota de riquezas que él y sus hermanos juntaran muy grandes, se hizo á la vela, pero no llegó á Cartago, porque corrió fortuna, y se perdió con todas las naves por la violencia de ciertas tormentas, muchas y muy bravas, que por aquellos dias trajeron muy alterado el mar, que fué año de la fundacion de Roma de 315. Dícese tambien que Aníbal, en las riberas del mar

Océano antes de llegar al cabo de San Vicente, en un buen puerto fundó una ciudad que antiguamente se llamó puerto de Aníbal (ahora se llama Albor), cerca de Lagos, pueblo antiguamente dicho Lacobriga. Por otra parte, los tartesios á la postrera boca del rio Guadalquivir edificaron un castillo con un templo consagrado á Vénus; la cual estrella, porque se llama tambien Lucifero ó Lucero, el templo se dijo Lucífero, y hoy, corrompida la voz, se llama Sanlúcar, pueblo en este tiempo, por la contratacion de las Indias y por ser escala de aquella navegacion, entre los mas nombrados de España. Así cuentan esta fundacion nuestras historias, que afirman tambien que por el mismo tiempo se encendió una guerra muy cruel entre los béticos, que hoy son los andaluces, y los lusitanos, gentes que moraban de la una y de la otra parte de Guadiana. Dicen que comenzó de diferencias y riñas entre los pastores; que á los lusitanos favorecieron los cartagineses, á los béticos una ciudad principal por aquellas partes, la cual algunos sospechan que fuese la Iberia, de quien arriba se hizo mencion, y que las mismas mujeres tomaron las armas; tan grande era la rabia y furia que tenian. La batalla fué muy herida : pelearon por espacio de un dia entero sin declararse ni conocerse la victoria por ninguna de las partes. Despartiólos la noche; fueron pasados á cuchillo ochenta mil hombres, y entre ellos el principal caudillo de los cartagineses, que si esto es verdad, se puede con razon pensar fuese el mismo Aníbal. Añaden que Magon, movido de la fama de aquella batalla, partió luego de las Baleares Mallorca y Menorca en ayuda de los suyos y en busca de los enemigos, los cuales, por haber recebido en aquella batalla no menor daño que hecho, fueron forzados, quemada la ciudad, á buscar otros asientos, por miedo de mayor mal. Corria ya el año de la fundacion de Roma de 321. En el cual año sucedió en Cartago grande mudanza, ca muertos en aquella ciudad casi en un tiempo Asdrúbal y Safon, hermanos de Aníbal, el crédito y autoridad de Hannon, que ya flaqueaba con la nueva del daño recibido en España, se perdió de todo punto, por brotar, como acontece en las adversidades, el odio de muchos, que llevaban de mala gana se gobernase y se trastornase toda la ciudad á voluntad y antojo de un ciudadano, y que un particular pudiese mas que los que tenian á cargo el gobierno. Acordaron criar un magistrado de cien hombres, con cargo y autoridad de tomar cuenta á los capitanes que volviesen de la guerra. Forzaron pues á Hannon á pasar por la tela deste juicio. Ventilóse su negocio, condenáronle en destierro, que fué no menor invidia que ingratitud, especial que ninguna causa alegaban mas principal para lo que hicieron, sino que era de ingenio é industria mayor que puliese seguramente sufrille una ciudad libre, pues habia sido el primero de los hombres que se atrevió á amansar un leon y hacelle tratable; que no se debia fiar la libertad de quien domaba la fiereza de las bestias. La verdad es que las ciudades libres suelen concebir odio y siniestra opinion contra los ciudadanos que entre los demás se señalan, y con invidia maltratar á los príncipes de la república, á quien muchas veces fué cosa perjudicial y acarreó notable daño aventajarse en valor, industria y virtudes á los demás.

CAPITULO II.

De las cosas por los españoles hechas en Sicilia.

Algunos años se pasaron despues desto sin que sucediese en España cosa digna de memoria hasta el año do la fundacion de Roma de 327. En el cual tiempo, partida toda la Grecia en dos partes, se hacia la guerra Peloponesiaca. Juntamente el segundo año desta guerra, una cruel peste se derramó casi por toda la redondez de la tierra, la cual, como tuviese su principio en la Etiopia, de allí pasó á las demás provincias, y por remate en España asimismo mató y consumió hombres y ganados sin número y sin cuento. Hicieron mencion desta plaga Tucídides, Tito Livio y Dionisio Halicarnaseo, y aun nuestras historias atribuyen la causa desta mortandad á la sequedad del aire; pero Hipócrates, que vivió por el mismo tiempo, afirma que para librar á Tesalia desta peste, hizo él quemar los montes y bosques de aquella tierra. Lo que á nuestro propósito hace es que para la guerra que en Sicilia traian los de Lentino y los caranenses contra los siracusanos, ciudad entonces la mas populosa y poderosa de aquella isla, Nicias y Alcibiades, aunque era de poca edad, fueron de Aténas enviados con una armada de cien galeras en socorro de los leontinos. Esta era la voz; pero de secreto llevaban esperanza de apoderarse de toda la isla. Sucediérales como lo pensaban si Alcibiades, que se habia al principio gobernado bien y quebrantado las fuerzas de los siracusanos, no fuera acusado á la misma sazon en Aténas al pueblo de haber descubierto los misterios de Céres, en ninguna cosa mas solemnes y sagrados que en el silencio. Citáronle para que pareciese en juicio y se descargase: él por la conciencia del delito, ó por miedo de los contrarios, se fué á Lacedemonia, donde como fuese recebido benignamente por su excelente ingenio y por la fama de lo que habia hceho, les persuadió por vengarse que enviasen en socorro de los siracusanos un valeroso capitan llamado Gilipo; con cuya llegada se trocaron las cosas de tal suerte, que fueron vencidos los atenienses por mar y por tierra, y el mismo Nicias con otros muchos, vino en poder de sus enemigos los de Lacedemonia. Poseian los cartagineses por aquel tiempo junto al promontorio Lilibéo, que ahora es cerca de Trapana, y distaba de Cartago ciento y ochenta millas, algunos pueblos de aquella isla. Los Agrigentinos, que ahora se llaman de Gergento, y eran comarcanos, llevaban mal que el poder de los cartagineses se continuase y envejeciese tanto tiempo en aquella isla, fuera de agravios particulares que les tenian hechos. Sucedió que los cartagineses salieron á un bosque no léjos de la ciudad de Minoa para hacer cierto sacrificio; acudieron los de Gergento, y pasaron á cuchillo los contrarios, por haber salido sin armas y sin recelo, todos los que no escaparon por los piés y se salvaron por aquellos bosques y montes. Sabido esto en Cartago, todo el pueblo se alteró y se movió á vengar aquel insulto. Con este acuerdo enviaron á Sicilia dos mil cartagineses y otros tantos soldados españoles. Juntaron con ellos quinientos mallorquines honderos, nuevo y extraordinario género de milicia, los cuales, puesto que al principio fueron menospreciados del enemigo porque iban desnudos, venidos á las manos, dieron á los suyos la victoria; ca con una perpetua lluvia de piedras mal

trataron y destrozaron el cuerno y costado izquierdo de los enemigos. Muchos fueron en la pelea muertos, y mayor número en el alcance; algunos se escaparon ayudados de la escuridad de la noche, y se recogieron á la ciudad; pero con cerco que le tuvieron de dos años, vino asimismo á poder de los cartagineses, año de la fundacion de Roma de 346. El fin desta guerra fué principio de otra mas grave. Dionisio, el mas viejo, estaba apoderado tiránicamente de Siracusa ; era grande su poder y sus fuerzas muy temidas. Acudieron á él los de Gergento secretamente; pidiéronle los recibiese en su proteccion y librase aquella ciudad del poder y mando muy pesado de los cartagineses. Prometióles lo que pedian, por tener entendido que sus intentos de hacerse rey de toda aquella isla no podrian ir adelante en tanto que los cartagineses en ella tuviesen autoridad y mando. Dióles por consejo que en el entretanto que él se aprestaba, saliesen todos muy secretamente de Gergento, y al improviso se apoderasen de Camarina y de Gela, pueblos comarcanos, desde donde podrian correr los campos de los enemigos; que lo demás él lo tomaba á su cargo. Ejecutóse luego esto, hiciéronse y recibiéronse daños de una y otra parte. Entonces Dionisio interpuso su autoridad, requirió á los cartagineses por sus embajadores que se hiciese satisfaccion y se restituyeşen los daños los unos á los otros como era justo. Principalmente hacia instancia que á los de Gergento se restituyese su ciudad, por lo menos que los desterrados y ahuyentados pudiesen volver á ella y gozar de las mismas libertades y franquezas que los de Cartago; concluia que de otra manera no sufriria que sus parientes y aliados fuesen tratados como esclavos. A esto los cartagineses respondieron ser derecho de las gentes que los vencedores mandasen á su voluntad á los vencidos; que ellos no comenzaron la guerra, sino, al contrario, los de Gergento los habian á ellos acometido y agraviado, junto con el desacato que hicieron á Ja deidad de los dioses, que no haria bien ni debidamente si se metiese á la parte y amparase aquella gente malvada y sin Dios; en lo que decia que no pasaria por alto ni disimularia las injurias de los de Gergento, cuando quisiese tomase la demanda y las armas ; que entenderia lo que el poder invencible de los cartagineses y sus soldados envejecidos en las armas harian. Con este principio, con estas demanda y respuesta se rompió claramente la guerra. Dionisio recogia las fuerzas de toda aquella isla, y incitaba contra los de Cartago, así á las ciudades griegas como á Darío Noto, rey de Persia, con embajadas que le envió en esta razon. Ellos, por el contrario, levantaron quince mil infantes, parte de Cartago, parte de Africa, y cinco mil caballos. Asimismo juntaron diez mil españoles, y para mas ganalle las voluntades y asegurarse mas dellos, restituyeron á Cádiz en su antigua libertad, en sus leyes y sus fueros. Solamente les vedaron el hacer y tener galeras; quitaron las guarniciones de donde las tenian puestas; solo conservaron el famoso templo de Hércules con algunas pocas atalayas por aquellas marinas. Hizose la masa de todas estas gentes en Cartago, de donde Himilcon Cipo, nombrado por general, se partió con una armada muy gruesa, que al principio tuvo vientos frescos, despues arreció el tiempo de manera que derrotó las naves, y surgieron en diversos puertos de Sicilia; eran las

naves españolas mas fuertes y los pilotos mas diestros; y así, sufrieron la tempestad en alta mar; y luego que aflojó el viento, se juntaron y tomaron el puerto de Camarina. Combatieron aquella ciudad por espacio de cuatro dias, á cabo dellos la tomaron, y pasados á cuchillo todos los moradores, la pusieron á fuego: grande crueldad, pero que atemorizó á los de Gela en tanto grado, que sin hacer resistencia desampararon la ciudad; acudieron las demás naves á aquellos lugares, donde refrescado el ejército y los soldados con reposo de algunos dias, se determinaron de presentar la batalla á Dionisio, de quien tenian aviso que traia grandes fuerzas por mar y por tierra; excusaron la batalla naval, á causa que muchos de sus bajeles se volvieran á Cartago y á Cádiz; acordaron seria mas expediente pelear con los enemigos en tierra. Estaba el cartaginés con esta resolucion cuando Dionisio se les presentó delante; juntáronse reales con reales á pequeña distancia; ordenaron sus escuadrones y huestes para dar la batalla; primero Dionisio en esta mauera: puso en igual distancia y á ciertos trechos los socorros que tenia de diversas ciudades, por frente y á entrambos lados la caballería, los de Siracusa quedaron en la retaguarda. Himilcon al contrario, hechos tres escuadrones de su gente, salió al encuentro al enemigo; en medio y por frente los españoles, en el un lado y en el otro los cartagineses con cada setecientos honderos y los caballos que fortalecian los dos cuernos y costados; dos mil infantes escogidos de todo el ejército quedaron de respeto y de socorro para las necesidades. Dada que fué la señal de pelear, arremetieron todos con grande denuedo y cerraron. Fué la batalla por grande espacio dudosa, sin declararse la victoria; reparaban y mezclábanse los escuadrones; muchos de ambas partes caian, sin reconocerse ventaja; solo la caballería de Dionisio comenzaba á llevar lo mejor y apretar los caballos cartagineses; y hobieran salido con la victoria y retirado los contrarios si Himilcon no se adelantara con las compañías que tenia de respeto contra la caballería enemiga, que no pudo sufrir el nuevo ímpetu de aque➡ llos soldados, y apretada á un mismo tiempo por freute y por las espaldas, muertos muchos dellos, todos los demás se pusieron en huida. Los honderos, eu particular, con un granizo de piedras berian en el enemigo, que quedó con los costados descubiertos; puestos en huida los caballos sicilianos, revolvió Himilcon con su gente y con su caballería sobre la infantería siciliana, que todavía estaba trabada y peleaba valientemente; con su llegada desbarató los escuadrones sicilianos. Dionisio, que no solo se habia mostrado prudente capitan, sine hecho oficio de esforzado soldado, y puesta en huida su caballería, apeado con un escudo de hombre de á pié, sustentó por largo espacio la pelea, ca acudia á todas partes, y donde quiera que veia trabajados á los suyos, allí hacia volver las banderas y acudir los escuadrones; á lo último, perdida la esperanza, se retiró con los suyos cogidos y poco á poco lácia sus reales, que por ser ya noche no fueron tomados por el enemigo. Hizo aquella misma noche junta de capitanes, animó á los suyos, díjoles que no perdiesen el ánimo, que los cartagineses no habian vencido por fuerza, sino con artificio y maña; que si por algun tiempo se entretenian, la caballería, que quedaba entera, y grandes gen

tes de toda la isla en breve les acudirian. Hecho esto, mandó á los soldados que quedaron sanos se fuesen á reposar, y á los heridos hizo curar con grande cuidado; juntamente se aparejó para defender los reales, pero toda aquella diligencia fué sin provecho, ca luego el dia siguiente como concurriesen los enemigos, cegasen la cava y combatiesen y pasasen las albarradas, entre los carros y el bagaje se renovó la pelea. En fin, Dionisio, perdida toda esperanza, con algunas heridas que llevaba, se puso en huida. Grande fué el número de los sicilianos que pereció en estas dos peleas; y aun de los cartagineses se dice que les costó harta sangre la victoria, de los cuales fueron muertos tres mil, y de los españoles dos mil. Con la nueva desta jornada, muchas ciudades de Sicilia se entregaron á los vencedores; pero ya que estaban apoderados de casi toda la isla, para muestra de la inconstancia de las cosas humanas les sobrevino tal peste, que los ejércitos fueron destrozados y menguados con tanto dolor y pena de la ciudad de Cartago cuando les llegó esta nueva, que no de otra manera que si la misma ciudad fuera tomada, se entristecieron los ciudadanos y se cubrieron de luto. Volvió con pocos el general vestido de una esclavina suelta sin ceñidor, á manera de siervo; y acompañado de los sollozos del pueblo que le seguia, entrado en su casa, sin admitir á persona alguna que le hablase, ni aun á sus propios hijos, él mismo se dió la muerte. Despues desto quieren decir que Dionisio procuró por sus embajadores apartar á los españoles de la amistad de los de Cartago, y que, al contrario, los cartagineses con todo buen tratamiento y blandura los entretuvieron. Lo que consta es que por diligencia y buena maña de Dion Siracusano se asentó paz por treinta años entre los sicilianos y cartagineses el año tercero de la olimpíade 95, que fué de la fundacion de Roma de 356; paz que no duró mucho. No falta quien diga que, despues de la pelea famosa llamada Leutrica, Dionisio envió socorros á los de Lacedemonia (entre los demás se cuentan celtas y españoles, quier fuesen de las reliquias de Himilcon, quier llevados desde España para este efecto), y que con estos socorros Arquidamo, hijo de Agesilao, cerca de la ciudad de Mantinea venció y mató á Epaminonda, señalado capitan de los tebanos; con lo cual libró la antigua ciudad de Lacedemonia de la destruicion que la amenazaba y del riesgo que corria. Por el mismo tiempo, como algunos cartagineses partiesen de España por mar, sea arrebatados contra su voluntad de algun recio temporal, sea con deseo de imitar á Hannon, tomando la derrota entre poniente y mediodía, y vencidas las bravas olas del gran mar Océano, con navegacion de muchos dias descubrieron y llegaron á una isla muy ancha, abundante de pastos, de mucha frescura y arboledas y muy rica, regada de rios que de montes muy empinados se derribaban, tan anchos y hondables, que se podian navegar. Por esto y por estar yerma de moradores, muchos de aquella gente sequedaron allí de asiento, los demás con su flota dieron la vuelta, y llegados á Cartago, dieron aviso al Senado de todo. Aristóteles dice que, tratado el negocio en el Senado, acordaron de encubrir esta nueva, y para este efecto hacer morir á los que la trajeron. Temian, es á saber, que el pueblo, como amigo de novedades y cansado con la guerra de tantos años, no dejasen la ciudad

yerma, y de comun acuerdo se fuesen á poblar á tierra tan buena; que era mejor carecer de aquellas riquezas y abundancia que enflaquecer las fuerzas de su ciudad con extenderse mucho. Esta isla creyeron algunos fuese alguna de las Canarias; pero ni la grandeza, en particular de los rios, ni la frescura concuerdan. Así los mas eruditos están persuadidos es la que hoy llamamos de Santo Domingo ó Española, ó alguna parte de la tierra firme que cae en aquella derrota; y mas cuidaron ser isla, por no haberla costeado y rodeado por todas partes ni considerado atentamente sus riberas.

CAPITULO III.

Cómo la guerra de Sicilia se movió de nuevo.

Ardian los cartagineses en deseos de tornar á la guerra de Sicilia, y para esto levantaban de nuevo soldados en Africa y en España. Los españoles no gustaban desta guerra, por caer tan lejos y por haberles sucedido por dos veces tan mal, tenian la pérdida por mal agüero; representábanseles los desastres y reveses pasados, y decian no ser cosa justa hacer á los sicilianos guerra, de los cuales ningun agravio recibieran. Viendo esto los cartagineses, determinan de disimular hasta tanto que con el tiempo hobiesen puesto en olvido los males pasados ó alguna ocasion se presentase que les pusiese en necesidad de abrazar la guerra, que por entonces tanto aborrecian. Esto trataban los cartagineses sin descuidarse en juntar una gruesa flota, cuando muy ú su propósito en España, por falta de agua, sobrevino una grande hambre, y tras ella, como es ordinario, una peste y mortandad no menor. De Sicilia otrosí certiticaban que Dionisio, despues de estar apoderado en gran parte de aquella isla, pasado con sus armadas en Italia, y tomado Regio, ciudad puesta en lo mas angosto del estrecho ó faro de Mecina, tenia puesto sitio sobre Cotron, ciudad griega y marítima, por estar persuadido se aumentarian mucho sus fuerzas si se hacia señor de aquella plaza, tan principal por su fortaleza y puerto, y que está puesta en lo último de Italia. Estas cosas movieron al Senado cartaginés á volver á la guerra de Sicilia; á los españoles á tomar las armas convidaron los trabajos que padecian; alistáronse en número de veinte mil peones y mil caballos, y aun de camino en las naves de Mallorca á Cartago llevaron trecientos honderos. Estaba nombrado por general desta empresa un hombre principal, llamado Hannon, el cual, con esta gente y otros diez mil africanos que tenia á punto, pasó luego á Sicilia. Tuvo Dionisio aviso de lo que pasaba y de la trama que se le urdia, por lo cual fué forzado á dejar á Italia y acudir á lo que mas le importaba. La flota con que desde Regio pasaban los soldados en Sicilia fué desbaratada y vencida por la cartaginesa, y muchas naves tomadas que llevaban la ropa y recámara del mismo Dionisio. Allí, entre los demás papeles, se hallaron cartas de un cartaginés, llamado Sunniato, escritas en griego, en que avisaba á Dionisio del intento y aparato de aquella guerra: traicion y felonía cometida contra su patria solo por envidia y rabia de que no le hobiesen encomendado á él aquella guerra, delito que á él costó la vida, y en general fué ocasion de que se promulgase un decreto en que se proveyó que ningun cartaginés en lo de adelante pudiese estudiar las letras y

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