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devocion y aun eran feudos suyos, como en otro lugar queda apuntado; además que tenia deudo en particular con el conde de Tolosa, que casó tercera vez con doña Leonor, hermana del rey de Aragon; y aun el mismo hijo y heredero del Conde, que se llamaba don Ramon como su padre, tenia por mujer otra hermana del mismo rey, por nombre doña Sancha. Esta fué la verdadera causa de declararse por los albigenses y tomar las armas en su favor; que por lo demás fué príncipe muy católico, como se puede fácilmente entender en que entregó su hijo don Jaime á Simon, conde de Monforte, para que le criase y amaestrase, el que por este tiempo acaudillaba los católicos y era duro martillo contra los herejes. El negocio era de tal condicion, que tenia pucstos en cuidado los católicos de Francia, y mas eu particular al Papa, que se recelaba no se arraigase de cada dia mas aquel mal y con tantas ayudas cobrasen mayores fuerzas, especial que el vulgo, como amigo de novedades, engañado con los embustes de aquellos herejes, fácilmente se apartaba de la creencia de sus mayores y abrazaba aquellas opiniones extravagantes. Buscaban algun medio para atajar aquel daño. Pareció intentar el camino de la paz y blandura, si con diligencia y buenos ministros que predicasen la verdad se podrian reducir los descaminados. Don Diego, obispo de Osma, camino de Roma, donde iba enviado por el rey de Castilla, pasó por aquella parte de Francia; y visto lo que pasaba y el riesgo 'que corrian aquellos si no se acudia en breve con remedio, hizo al Papa relacion de todo aquel daño y del peligro que se mostraba mayor. Llevaba en su compañía al glorioso padre santo Domingo, entonces canónigo reglar de San Agustin, y adelante destos principios fundador de la órden de los predicadores; era natural de Caleruega, tierra de Osma, nacido de noble linaje. Avisado el Papa de lo que pasaba, acordó acudir al remedio de aquellos daños. Despachó al Obispo y á su compañero con poderes bastantes para que apagasen aquel fuego. Nombró tambien un legado de entre los cardenales con toda la autoridad necesaria. Llegados á Francia, juntaron consigo doce abades de la órden de San Bernardo, naturales de la tierra, para que con sus predicaciones y ejemplo redujesen á los descaminados; pero cuanto provecho se hacia con esto por convertirse muchos de su error, especialmente con la predicacion de santo Domingo y milagros que en muchas partes obró, tanto por otra parte crecian en número los pervertidos de los herejes. Porque ¿quién pondrá en razon un vulgo incitado á mal? Quién bastará á hacer que tengan seso los hombres perdidos y obstinados en su error? Débese cortar con hierro lo que con medicinas no se puede curar, y no hay medio mas saludable que usar de rigor con tiempo en semejantes males. Mudado pues el parecer y la paz en guerra, acordaron de usar de rigor y miedo; juntóse gran multitud de soldados de Italia, Alemaña, Francia, con la esperanza de la indulgencia de la Sede Apostólica concedida por Inocencio III á los que tomasen la insiguia y divisa de la cruz, como era de costumbre en casos semejantes y acudiesen á la guerra. Estos soldados tomaron primeramente á Besiers, ciudad antigua de los volcas cabe el rio Obris. Pasaron en ella siete mil hombres de los alborotados á cuchillo. Algunos decian era castigo del cielo por la muerte que cuarenta y

dos años antes ellos dieron á Trencavelo, señor de aquella ciudad, y con él hirieron al mismo obispo. Con el miedo deste rigor la ciudad de Carcasona, que era de herejes, se entregó á los católicos, y los culpados fueron muertos. Estos principios daban alguna esperanza que se podrian reparar aquellos daños. No tenian los católicos capitan que los acaudillase y á quien todos obedeciesen. Acordaron de elegir para este cargo á Simon, conde de Monforte, pueblo conocido en el distrito de la ciudad de Chartres, por ser aventajado en las cosas de la guerra y señalarse mucho en la piedad y amor de la religion católica. Aceptó aquel oficio por servir á Dios y á la Iglesia. Juntó las gentes que pudo, con que ganó de los herejes el castillo de Minerva, la ciudad de Albis y otro pueblo, llamado Vauro, cerca de Tolosa, demás de otros muchos lugares. Pasaron adeJante, pusieron cerco sobre Tolosa, no la pudieron tomar á causa que los condes el de Tolosa y el de Fox y el de Cominges se hallaban dentro y se la defendieron con mucho valor. Desde allí revolvieron sobre el cordado de Fox y hicieron la guerra por aquella comarca. El rey de Aragon cuidaba del peligro que estos príncipes corrian, sus amigos y confederados. Recelábase otrosí de Simon de Monforte, que so color de piedad, que es un engaño muy perjudicial, no pretendiese para sí y para los suyos adquirir nuevos estados. Movido destas razones, luego que se ganó aquella memorable jornada de las Navas de Tolosa, en que se halló presente, volvió su pensamiento á las cosas de la Francia, tanto, que se halla que por el mes de enero, principio del año de 1213, estaba en Tolosa, ciudad de Francia, para tomar acuerdo, es á saber, de lo que debia hacer, y el mes siguiente de mayo hacia gente en Lérida y otras partes para volver á aquella guerra. Luego que allá llegó, le acudieron aquellos príncipes parciales. Con sus gentes y con su venida se formó un ejército tan grande, que llegaba á cien mil hombres de pelea; gran número y que apenas se puede creer. Simon de Monforte, pɔr el contrario, se apercebia para resistir contra fuerzas tan grandes. Acordó ribera de la Garona fortificar el castillo de Murello, plaza muy importante, para reprimir el orgullo de los enemigos. Acudieron aquellos príncipes confederados con sus gentes con intento de apoderarse de aquella fuerza. Acudió asimismo á la defensa Simon de Monforte con poca gente, pero escogida y arriscada. Iban en su compañía siete obispos, el padre santo Domingo y tres abades. Estos varones intentaron al principio medios de paz, porque no se llegase á rompimiento, de que se temian graves daños., En especial avisaron al Rey y le requirieron de parte de Dios no se juntase con los herejes, gente maldita y descomulgada por el Padre Santo; que temiese el castigo de Dios á quien ofendia, por lo menos excusase la infamia con que acerca de todo el mundo quedaria su buen nombre amancillado y el odio que contra su persona resultaria. El Rey se hizo sordo á consejos tan saludables y buenos. Diéronse vista los dos campos y los dos caudillos adelantaron sus haces con resolucion de venir á las manos. En el ejército de los católicos no pasaban de ochocientos caballos y mil infantes; pequeño número para la muchedumbre de los contrarios. Sin embargo, fiados en la buena querella que seguian, so determinaron de probar ventura. Embistieron de an

bas partes y cerraron, trabóse la pelea, que fué muy brava y sangrienta. Los católicos se dierou tal maña y mostraron tal esfuerzo, que los herejes no pudieron sufrir su ímpetu, y en un punto se desbarataron y pusieron en huida. Los condes se salvaron por los piés. El Rey quedó tendido en el campo con otros muchos de los suyos, caballeros de cuenta, en particular Aznar Pardo y su hijo Pedro Pardo, don Gomez de Luna, don Miguel de Luesia, gente toda de la principal de Aragon. El número de los otros muertos no fué grande para victoria tan señalada. Todos comunmente juzgaban al Rey por merecedor de aquel desastre, así por el favor que dió á los herejes, si bien de corazon era y de apellido católico, ca entre los reyes de Aragon se llamó don Pedro el Católico, como por la soltura que tuvo en materia de honestidad, con que amancilló las demás virtudes y partes, en que fué muy aventajado. Pasó en esto tan adelante, que repudió á la Reina, su mujer, hembra de mucha bondad. El color que tomó fué que era deuda suya y que estuvo antes casada con el conde de Cominges, matrimonio que no fué válido, antes contra derecho, segun que por su sentencia lo pronunciaron los jueces nombrados sobre esta diferencia por el papa Inocencio III. Verdad es que de aquel matrimonio nacieron dos hijas, Matilde y Petrona, como parece por el testamento de la misma Reina. Hallábase esta señora en Roma, do era ida á seguir este pleito, y sustanciado el proceso, se esperaba en breve sentencia, cuando llegó la nueva de aquella jornada y de la muerte del Rey, que fué viérnes, á los 13 de setiembre deste año. Su cuerpo entregaron á los caballeros de San Juan, que le hicieron enterrar en el monasterio de Jijena, en que su madre la reina doña Sancha estaba asimismo sepultada.

CAPITULO III.

Que el rey don Alonso de Castilla falleció.

Dejó el rey de Aragon un solo hijo habido en su mujer, que se llamó don Jaime, en edad de solos cuatro años. Quedaron otrosí dos tios del niño, don Fernando, hermano del muerto y abad del Montaragon, y por el mismo caso monje profeso, y don Sancho, conde de Ruisellon, persona de mucha edad, ca era tio del muerto, hermano de su padre. Estos dos señores, sin embargo, el uno de su edad, y el otro de su profesion, entraron en pensamiento de apoderarse del reino. Para salir con esto, cada cual por su parte procuraban ganar Jas voluntades del pueblo, y conquistar por todas las vias posibles á la gente principal. Alegaban para esto que don Jaime era hijo bastardo, y que excluido el niño como tal, entraban ellos en el derecho de la corona como deudos mas cercanos, por razones que cada cual proponia en su favor y para excluir al otro competidor. Los prelados, los señores y ricos hombres del reino llevaban mal la ambicion destos dos personajes y sus práticas. En especial Pero Fernandez de Azagra, señor de Albarracin, sentia mucho que se tratase de excluir aquel niño de la sucesion y privarle del reino de su padre, y mucho mas que en tal coyuntura estuviese como cautivo en poder de Simon de Monforte. Comunicóse con los demás; acordaron despachar una embajada al papa Inocencio, en que le suplicaban interpusiese su autoridad y mandase á Simon de Monforte les restitu

yese el niño para ponelle en lugar de su padre y alzalle por su rey, que tal era la voluntad de los de aquel reino, grandes y menores. Oyó el Pontífice benignamente esta embajada; parecióle la demanda muy justificada; despachó sus breves enderezados á su legado el cardenal Pedro Beneventano, que en su nombre asistia á la guerra contra los herejes. Encargábale diese todo contento á los de Aragon, si juzgase todavía que pedian razon. Entre tanto que se trataba desto, Simon de Monforte se apoderó de la ciudad de Tolosa, nido y guarida principal de los alborotados y rebeldes. Juntó el legado un concilio en Mompeller para resolver lo que se debia hacer. Acordaron los padres entre otras cosas de nombrar por príncipe y señor de todo lo conquistado al mismo conde de Monforte en premio de sus trabajos. Para que el Papa confirmase este su decreto le enviaron por embajador al obispo ebredunense ó de Ambrun. En este término se hallaban las cosas de Francia. En España se padecia grande hambre por causa de la sequedad. Tras la hambre, como es ordinario, se siguió gran mortandad, ocasionada de los malos manjares de que la gente se sustentaba. Por la una y por la otra causa muchos pueblos y aldeas se yermaron, y mas en en el reino de Toledo, como mas sujeto á esta calamidad, por ser lo mas alto de España. Acudió al remedio don Rodrigo Jimenez, arzobispo de Toledo; repartió gruesas limosnas de su hacienda, y con sus sermones animó al pueblo para que todos ayudasen, cada cual conforme á su posibilidad. Esta diligencia y el fruto que della se siguió, que fué notable, agradó tanto al rey don Alonso, que en lo postrero de su edad estando en Búrgos, hizo donacion á la iglesia de Toledo de muchos pueblos hasta en número de veinte aldeas, por parecerle se empleaban muy bien las riquezas y mando en quien usaba bien dellas, y que era ponellas como en un depósito comun para acorrer á las necesidades. En particular concedió al arzobispo de Toledo que por tiempo fuese el oficio y preeminencia de chanciller mayor de Castilla, que en las cosas del gobierno era la mayor dignidad y autoridad despues de la del rey; privilegio que siete años antes se dió al arzobispo don Martin, pero por tiempo limitado; al presente para siempre á don Rodrigo y sus sucesores. Este oficio ejercian los arzobispos en lo de adelante cuando andaban en la corte; si se ausentaban, nombraban con el beneplácito del rey un teniente que supliese sus veces y despachase los negocios. Esto se continuó hasta el tiempo del arzobispo don Gil de Albornoz, cuando por su ausencia y por la revuelta de los tiempos se comenzó á dar aquel oficio á diferentes personas sin consentimiento de los arzobispos, que, sin embargo, todavía se intitulan chancilleres mayores de Castilla; por lo demás, ninguna otra preeminencia de aquel oficio les queda, ni tienen en su poder los sellos reales, ni acuden á ellos los negociantes. Hallábase el Rey en Búrgos, deseaba reconciliarse con su primo el rey de Leon, de quien se mostraba muy sentido despues que repudió á su hija doña Berenguela, y todavía duraba la enemiga. Concertaron vistas para Valladolid, y allí asentaron sus haciendas; en particular se acordó echasen por tierra y despoblasen al Carpio y Monterey, sobre que tenian diferencias, y los de Castilla los tomaran á los de Leon. Tomado este asiento, se partió el rey de Leon para su tierra, y con

licencia del rey de Castilla llevó en su compañía á don Diego Lopez de Haro para ocuparle en la guerra que por aquellas partes hacia contra moros. Era don Diego famoso capitan én aquel tiempo, amado de los príncipes, agradable á los soldados; así, demás de su hijo don Lope, le siguió un buen golpe de los soldados castellanos, por el deseo que todos tenian de ejercitarse en aquella guerra debajo de la conducta de caudillo tan principal. El rey de Castilla, aunque viejo y muy cansado, no tenia menos deseo de proseguir por su parte la guerra contra moros, que quedaron amedrentados por la pérdida pasada y á pique de perderse, por estar divididos entre sí y alborotados con bandos y parcialidades. Adelantóse el rey de Leon; rompió por aquella parte de la antigua Lusitania que confinaba con su reino y hoy se llama Extremadura. Talóles los campos, quemóles y saqueóles los pueblos y las aldeas, hizo grandes presas de hombres y de ganados. En particular á la ribera del rio Tajo ganó de los moros una villa antigua y fuerte, que se llama Alcántara. Para que la defendiesen, hizo della gracia á los caballeros de la órden de Calatrava, que pusieron allí buena guarnicion de soldados, que de ordinario salian á correr la tierra de los moros y á hacer sus cabalgadas. Este fué el principio que tuvo la caballería de Alcántara, pequeño y flaco, como suele ser en las cosas grandes que se levantan de pequeños principios. De aquí vino que esta nueva caballería al principio fué sujeta á la de Calatrava; al presente se tiene por exempta, en especial despues que estos caballeros ganaron una bula en este propósito del papa Julio II en ninguna cosa quieren reconocer esta mayoría. El hábito de Calatrava antiguamente fué un escapulario con una capilla que dél salia sobre el vestido á manera de los frailes; mas por concesion del Papa, que en tiempo del scisma se llamó Benedicto XIII, el año de 1397 dejaron la capilla y tomaron la cruz roja florlisada de la forma que hoy la usan, que se remata en cuatro flores de lis. Los de Alcántara en sus principios usaron por hábito de un capirote y una chia roja, ancha cuatro dedos, y larga una tercia; pero el mismo Papa les concedió por su bula trocasen aquellas insignias en la cruz verde florlisada de que usan en manto blanco de la misma forma y remates que la de Calatrava, que fué el año adelante de 1411. Los unos y los otros militan debajo de la regla de San Bernardo y son sujetos á la órdeu del Cistel. Este fin tuvo y este efecto hizo la guerra que el rey de Leon movió contra los moros por este tiempo, algo mas próspero que la que se hizo de parte de Castilla. Fué así, que el rey don Alonso de Castilla dió vuelta al reino de Toledo. Seguíale mucha gente, que hizo levantar en todas partes, con que llegó hasta Consuegra y hasta Calatrava, que eran las fronteras por aquella parte de su reiuo. Pasó adelante, rompió por las tierras de los moros hasta llegar á Baeza, que era vuelta á poder de moros. Hizo grandes talas por aquella comarca, robos y sacomanos, finalmente se puso sobre aquella ciudad con intento de rendirla. Acudió á servirle en este cerco, entre otros, Diego Lopez de Haro, despues que se dió fin á la guerra de Extremadura. Hicieron todo el esfuerzo posible, mas no pudieron salir con su intento á causa que el año era muy falto de mantenimiento y no se podian proveer de vituallas. Hicieron treguas con los moros, y con tanto dieron la vuel

ta para proveerse de lo necesario y poderse sustentar. Por lo demás, se presentaba buena ocasion de sujetar los moros, por estar divididos y tener entre sí guerras civiles. La cosa pasó desta manera. El rey Maliomad, por sobrenombre el Verde, despues que perdió aquella memorable jornada de las Navas de Tolosa, acordó para rehacerse de fuerzas pasar en Africa. Entre los moros, mas que entre otras gentes, ningun respelo se guardan de lealtad y parentesco. Zeyt Abenzeyt, su hermano, tomó ocasion de aquella ausencia para apoderarse de la ciudad de Valencia y de Monviedro con toda aquella comarca. Lo mismo hizo un su primo, por nombre Mabomad Zeyt, en las ciudades de Córdoba y de Baeza, que se alzó con ellas con color que era nieto de Abdelmon de parte de un hijo suyo llamado Abdalla, y por esta causa le pertenecian los reinos de Africa y de España, que fueron de su abuelo. Demás desto, otro moro, por nombre Albullali, muy principal en riquezas y vasallos, movido por el ejemplo de los moros ya dichos y convidado de la ocasion que se le presentaba, sin otro mejor derecho se apoderó de Sevilla, de Ecija y de Jerez. Desta manera las fuerzas de los moros, que de suyo no eran muy grandes, se dividieron en muchas partes y por el mismo caso se enflaquecieroa. Buena ocasion era esta; mas el rey don Alonso, que era el mas poderoso príncipe de España, no pudo acudir á esta guerra, no solo por falta de vituallas, sino por dar socorro á los ingleses, con quien tenia deudo y amistad, y cuyo partido en las partes de Francia andaba muy de caida, á causa que los franceses, contra lo que tenian asentado, de repente les movieron una guerra muy cruel y sangrienta. Por el mismo tiempo el rey de Portugal, don Alonso el Segundo, por sobrenombre el Gordo, andaba ocupado en recobrar por las armas los estados que en aquel reino su padre dejó en su testamento á sus hermanas; causas que alegar para lo que quicren nunca á los príncipes faltan. Acudieron aquellas señoras al amparo del rey de Leon, que era su deudo, y les caia mas cerca para valerse de sus fuerzas. No fué él mismo en persona; pero envió á su hijo don Fernando, el cual con las armas ganó de los portugueses algunos pueblos, que adelante se volvieron por mandado del papa Inocencio, que interpuso su autoridad para sosegar estos bullicios y componer todas aquellas diferencias. El rey de Castilla á la misma sazon deseaba verse con el rey de Portugal, su yerno, para comuni❤ car con él cosas muy graves. Convidóles por sus embajadores que se llegase á Plasencia; y porque entendió que la venida del Portugués se dilataria algun tiempo, pasó á Búrgos con intento de acudir á lo de Francia y enviar en favor de los ingleses gente de socorro. La muerte atajó todas estas trazas. Daba la vuelta desde Búrgos por el deseo que tenía de verse con el rey de Portugal, cuando en Garcimuñoz, pueblo conocido, le sobrevino una dolencia mortal, que se le aumentó con cierto aviso que le llegó de que aquel Rey se excusaba de llegar hasta Plasencia, y solo venia en que si aqueIlas vistas importaban tanto, se hiciesen á la raya de los dos reinos. Esta es la condicion de muchos príncipes, que por no reconocer ni dar ventaja á nadie, sea deudo, sea superior, sea mas anciano, dejan pasar muchas ocasiones de concluir negocios muy importantes. Puédese tambien sospechar que aquel Príncipe no se

HISTORIA DE ESPAÑA. JUE

fió mucho del de Castilla, si bien era su suegro, por ser astuto y mañoso y muy atento á sus particulares. Agravóse la dolencia tanto, que los médicos le desafiuciaron. Asistiole en aquel último trance el arzobispo de Toledo, que desde Calatrava, donde residió algun tiempo para remediar el hambre, como queda dicho, concluido aquel negocio, acudió á Búrgos y hacia compañía al Rey. El mismo le confesó y hizo que recibiese los demás sacramentos como suelen los cristianos, ordenase y otorgase su testamento. Esto hecho, rindió el alma, lúnes, á 6 de otubre, dia de santa Fides, vírgen, del año que se contaba de 1214. Conforme á esto se ha de corregir la letra del arzobispo don Rodrigo, que muchas veces por culpa de los impresores y de los escribientes está muy estragada. Este fin tuvo el rey don Alonso, el mas esclarecido príncipe en guerra y en paz de cuantos en aquel siglo florecieron. El solo acabó muchas cosas y salió con grandes empresas; los otros reyes de España sin él y sin su ayuda apenas hicieron cosa alguna que fuese de mucha consideracion. Falleció en edad de cincuenta y siete años y mas veinte y dos dias; dellos reinó por espacio de los cincuenta y cinco. Sepultaron su cuerpo en las Huelgas de Búrgos, acompañaronle la reina doña Leonor, su hija doña Berenguela, el arzobispo don Rodrigo con otros principales del reino. Fallecieron asimismo este año la reina de Castilla, viuda, doña Leonor, y don Fernando, el hijo mayor del rey de Leon, habido en su primera mujer; y demás destos don Diego Lopez de Haro, don Pedro de Castro, hijo de Fernando de Castro, todos personajes muy princiviernes, pales. La muerte de la Reina fué en Búrgos, último de octubre. El dolor que recibió por ver muerto su marido, que le queria mucho, le aceleró su fin; como fueron muy conformes en la vida, así sepultaron su cuerpo junto al de su marido. Don Fernando, hijo del rey de Leon y de su mujer doña Teresa, era mozo de aventajadas partes y que daba muy buenas muestras, si la muerte antes de tiempo no le atajara los pasos y cortara las esperanzas que tales virtudes y la apostura de su cuerpo prometian; enterráronle en el templo de Santiago de Galicia. Quedó otro hermano suyo de su mismo nombre, pero nacido de otra madre, que fué doña Berenguela, y que adelante sucedió en el reino de Castilla y tambien á su padre, como se verá en sus lugares. Don Pedro de Castro ayudó y sirvió muy bien al rey de Leon en las guerras que hizo contra moros. Su muerte fué en Marruecos, ciudad de Berbería. La causa por qué pasó en Africa no se sabe; por ventura algun desgusto ó la amistad que tenia trabada con los moros desde el tiempo de su padre. Falleció á 18 de agosto deste mismo año en que vamos.

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CAPÍTULO IV.

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no, y en nombre de otro, que era el Rey, mandallo
ellos todo, quitar y poner á su voluntad. Algunos en
Aragon pasaban mas adelante, ca pretendian coro-
narse y gobernar en su nombre todo aquel reino. ¡Cuán
ambicion! Todo lo revuelve y lo trueca sin tener cuenta
desapoderado y perjudicial es el apetito de reinar y la
con la infamia ni lo que la modestia y templanza piden.
Entre estas tempestades el gobierno y la gente andaba
como nave sin gobernalle azotada de los vientos y de
Jas olas del mar, especialmente en Aragon se veian es
tos daños por la ambicion perjudicial de don Sancho y
de don Fernando, tios de aquel Rey, que, segun queda
dicho, pretendia cada cual para sí aquella corona. No
les faltaba brio para salir con su intento, ni maña para
granjear las voluntades del pueblo. Alegaban que el
rey don Jaime no podia heredar á su padre por no ser
de legítimo matrimonio. Demás desto, don Sancho con-
tra su competidor se valia de que era monje profeso y
por el mismo caso incapaz de la corona; don Fernando,
del ejemplo del rey don Ramiro, que sin embargo que
era monje y de mucha edad, sucedió en aquel reino á
su hermano; y que quitado este impedimento, él era
de los trasversales el pariente mas cercano. Con esto
el reino se dividió en tres parcialidades; pocos, pero
los mejores y mas poderosos, seguian el partido del ver-
dadero Rey. El pueblo, sin cuidar mucho de lo que era
justo, se arrimaba á los que de presente con dádivas y
con promesas los granjeaban. Enviáronse sobre el caso
embajadores al papa Inocencio, como arriba queda di-
cho, para pedir á su Rey, cl cual en compañía del obis-
po ebredunense con muy buenas palabras los remitió
á Francia enderezados al cardenal Beneventano, su
legado, con órden que al conde de Monforte entregase
lo que tenian ganado en Francia contra los herejes, á
tal que él mismo pusiese en libertad al niño rey de Ara-
gon y le entregase á sus vasallos. Sabida la voluntad
del Papa, el legado y el conde de Monforte obedecieron
sin dificultad. Hallábanse en Carcasona, desde donde
acompañaron al Rey, que tenia solos seis años y cuatro
meses, hasta la ciudad de Narbona; en su compañía
don Ramon, conde de la Proenza, su primo hermano y
de la misma edad del Rey, para que se criase en Aragon
entre tanto que las guerras de Francia se apaciguaban.
Acudieron á aquella ciudad por estar á la raya de los
dos reinos muchos señores de la corona de Aragon para
recebir, servir y acompañar á su Rey, todos con gran
muestra de alegría y grandes regocijos y recebimientos;
que todos los pueblos por do pasaba le hacian proce-
siones y rogativas por su salud y larga vida. Tenia el
del cuerpo mayor que pedian aquellos años; muestra
niño para aquella edad buena presencia, y la estatura
de lo que fué adelante, de su valor y grandeza. El
conde de Monforte se quedó para proseguir la guerra.
hizo convocar
El Legado, que en todo tenia mano,
Cortes para la ciudad de Lérida con atencion á dar
señores, ricos hombres, los prelados y procuradores
asiento en todas las cosas. Juntáronse a su llamado los
para el dia que les señalaron. Los infantes don Sancho
don Fernando no quisieron acudir por ver el pleito

Pata Cómo en Castilla y Aragon hobo revueltas y guerras. singan Despues de la muerte de don Pedro, rey de Aragon, y de don Alonso, rey de Castilla, resultaron en el un reino y en el otro bullicios y alteraciones muy graves, á causa de la poca edad de los nuevos reyes don Enrique y don Jaime, que sucedieron á sus padres. Los se-inal parado. En aquellas Cortes todos los que presentes ñores, á cuyo cargo estaba mirar por el bien y pro comun, todos tenian mas atencion á sus particulares. Muchos en Castilla pretendian apoderarse del gobier

У

se hallaron de los tres brazos del reino jurargal nuevo -Rey; cosa nueva en Aragon, pero que de principio quedó asentado para adelante, y así se abra lo

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jurar aquellos reyes. Nombraron por ayo del niño para que le amaestrase á don Guillen Monredon, maestre y superior de los templarios en aquel reino y el principal de los embajadores que se enviaron al Papa. Señalaron otrosí la fortaleza de Monzon para que allí se criase el nuevo Rey, hasta tanto que las parcialidades se compusiesen, y que él tuviese edad para encargarse del gobierno. Entre los ciudadanos de Zaragoza y la gente de Navarra se abrió la contratacion que, segun parece, tenian impedida por causa de las alteraciones de Aragon ó por otras diferencias, que siempre resultan entre los reinos comarcanos, mayormente que el rey don Sancho de Navarra por su edad y poca salud poco podia acudir al gobierno y al amparo de sus vasallos, antes vivia retirado en el castillo de Tudela sin atender ni á las cosas de la guerra ni á las del gobierno. Esto pasaba al fin deste año, en que cerca de la ciudad de Tornay, principal en los estados de Flandes, y puesta á la ribera del rio Escalda, el emperador Oton y Felipe, rey de Francia, tuvieron una sangrienta batalla. Estaba de parte del Emperador don Fernando, infante de Portugal, casado con la condesa proprietaria de Flandes, que vencidos y desbaratados los de su parte y los imperiales, quedó preso por largo tiempo en poder de los franceses. Esta fué la famosa batalla de Bovinas, así dicha de un puente junto al cual se dió. En Aragon todavía continuaban en procurar algun medio de paz; parecióles seria conveniente para contentar á don Sancho, conde de Ruisellon, encargarle el gobierno del reino de Aragon, como se hizo el año siguiente de 1215. Lo que pensaban seria ocasion de sosiego sucedió muy al revés; que como persona deseosa de mandar, con la mano que le dieron, se encendió en mayor deseo de coronarse por rey; de que resultaron mayores revueltas y bullicios, como se verá adelante. Las cosas de Castilla no estaban en mejor estado. Era el nuevo rey don Enrique de once años, cuando por muerte de su padre y por haber faltado sus hermanos mayores sucedió en aquella corona. Encargóse su madre del gobierno, como era razon, que duró poco, por la muerte que muy en breve le sobrevino. En su testamento nombró para el gobierno en su lugar y para la tutela del Rey á doña Berenguela, su hija, reina de Leon, aunque apartada de su marido. Esta señora por ser de ánimo varonil y muy poderosa en vasallos, ca tenia por suyas las villas de Valladolid, Muñon, Curiel y Santisteban de Gormaz por merced y donacion que dellas le hizo el Rey, su padre, cuando volvió á Castilla, sustentaba el peso de todo y aun ayudaba con su hacienda á los gastos que forzosamente en el gobierno se hacian. ¿Quién podrá bastantemente encarecer las virtudes desta señora, su prudencia en los negocios, su piedad y devocion para con Dios, el favor que daba á los virtuosos y letrados, el celo de la justicia con que enfrenaba á los malos, el cuidado en sosegar algunos señores que gustaban de bulliciós, y que el Rey, su hermano, se criase en las costumbres que pertenecen á estado tan alto? Solo la aquejaba la muchedumbre de los negocios y el deseo que tenia de su recogimiento y quietud. Olieron esto algunos que tienen por costumbre de calar las aficiones y desvíos de los príncipes para por aquel medio encammar sus particulares, en especial los de la casa de Lara, como acostumbrados á

mandar, procuraron aprovecharse de aquella ocasion para apoderarse ellos del gobierno. Erau tres hermanos, Alvaro, Fernando y Gonzalo, hijos de don Nuño, conde de Lara, poderosos en riquezas y en aliados. Estos hacian poco caso del Rey, por ser niño, y de su hermana, por ser mujer. Pretendian salir con su intento, quier fuese con buenos medios, quier con malos. Ofreciéronse dos ocasiones muy á su propósito: la una, que un hombre particular, llamado Garci Lorenzo, natural de Palencia, tenia mucha cabida con doña Berenguela. De la industria deste hombre y de su maña, que era muy grande, se prétendieron valer, y para esto le prometieron, si terciaba bien y les acudia conforme á su deseo, de dalle en premio la villa de Tablada, que él mucho deseaba. Esta fué la primera ocasion. La segunda y de menos importancia fué la ausencia que á la sazon hizo don Rodrigo, arzobispo de Toledo, que solo por su mucha autoridad y prudencia pudiera descubrir y desbaratar estas trazas. Partióse para Roma para hallarse con los demás prelados en el Concilio laterano, que por sus edictos tenia convocado el papa Inocencio. Juntáronse á su llamado cuatrocientos y doce prelados, y entre ellos los setenta y uno eran arzobispos, el patriarca de Jerusalem y el de Constantinopla. El Alejandrino y el Antioqueno no acudieron, pero enviaron sus tenientes que supliesen sus veces. Los demás sacerdotes que acudieron apenas se podian contar. Los negocios que en este Concilio se trataron fueron muchos y muy graves. Sobre todo pretendian renovar la guerra de la Tierra-Santa y apaciguar las alteraciones de Francia, que los herejes traian revuelta. Abrióse el Concilio por el mes de noviembre en la iglesia de San Juan de Letran. Entre los demás padres se señaló mucho el arzobispo don Rodrigo; hizo una oracion á los del Concilio en lengua latina, pero mezcladas sentencias y como flores de las otras lenguas italiana, alemana, inglesa, francesa, como el que bien las sabia, que puso admíracion á los padres hasta decir que desde el tiempo de los apóstoles nunca se vió cosa semejante. En particular se trató de la primacía de Toledo, á causa que los arzobispos de Tarragona, Braga, Santiago y. Narbona no le querian reconocer ventaja por razones que cada cual en su defensa alegaba. Presentáronse por la iglesia de Toledo las bulas de los pontífices romanos mas antiguos, sus sentencias y determinaciones, los decretos de los concilios, argumeutos y probanzas tomadas de la antigüedad, que en los hombres es venerable y en las ciudades se tiene por cosa sagrada. Salieron á la causa el arzobispo de Braga y el de Santiago, que presentes se hallaron, y el obispo de Vique, como lugarteniente del de Tarragona. Pretendian alegar, y alegaron de su derecho, y responder á los argumentos y razones que por el de Toledo militaban. No se procedió á sentencia á causa que algunos de los interesados se hallaban ausentes y era necesario oirlos. Solo concedió el Papa al arzobispo don Rodrigo que por espacio de diez años tuviese autoridad de legado en toda España, y que si la ciudad de Sevilla viniese á poder de cristianos, como esperaban que seria en breve por la flaqueza de los almoliades, que en tal caso quedase sujeta al arzobispo de Toledo como á primado, sin que pudiese contradecir ni apelar deste decreto. Concedióle demás desto facultad de dispensar y

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