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se hallasen en aquella guerra. Juntóse gran gentío, mas por deseo de robar que por alcanzar perdon de sus pecados. Dieron sobre Extremadura, talaron los campos, quemaron los pueblos, hicieron presas de hombres y de ganados, finalmente, se pusieron sobre la villa de Cáceres con intento de forzalla ó rendilla. Engañóles su esperanza á causa de las muchas aguas que sobrevinieron y el tiempo contrario que les forzó, sin pasar adelante, dar la vuelta para sus casas al fin del año, que se contaba de nuestra salvacion de 1218.

CAPITULO VIII.

En España se fundaron monasterios de diversas religiones.

confiado en los muchos soldados y provision que dentro dellos tenia, por excusar la guerra finalmente se concertaron que los dichos pueblos quedasen en su poder, pero que los tuviese en nombre y como teniente del Rey, y para esto hiciese los homenajes acostumbrados. La revuelta de los tiempos forzaba á venir en semejantes conciertos, puesto que parecia menoscabo de la majestad real, y no faltaba quien murmurase de tanta facilidad. A la verdad, la paz no fué duradera, ni los que estaban acostumbrados á gobernar y mandar se podian contentar de vida particular y retirada, antes en breve se declararon en deservicio del Rey, y con gente que juntaron, corrieron la tierra de Campos haciendo todo el mal y daño que podian. Armóse el Rey contra ellos y apretóles de manera, que fueron forzados á desembarazar la tierra. Recogiéronse á lo del rey de Leon, que se mostraba sentido por el reino y corona que no le daban, á él debida segun su parecer; y se aprestaba para de nuevo con mayor fuerza que antes hacer guerra en las tierras de Castilla, á que le incitaban con mayor calor los de la casa de Lara luego que se retiraron á su reino. Algunos caballeros de Castilla quisieron ganar por la mano, y con golpe de gente se metieron por las tierras del reino de Leon. No eran tan fuertes que pudiesen contrastar á las fuerzas de los contrarios, ni su entrada fué muy considerada. Sobrevino el rey de Leon de rebato, dió sobre ellos y cercólos en un pueblo en que se hicieron fuertes, llamado Castellon, puesto entre Medina del Campo y Salamanca. Acudieron gentes de ambas partes, unos á socorrer los cercados, otros para apretallos. Tratóse de medios de paz, y finalmente se asentaron treguas entre los dos reyes padre y hijo. Hallábase presente el conde don Alvar Nuñez de Lara, á la sazon enfermo de una dolencia que se le agravó mucho con la pena que tomó por ver los reyes concertados; que á los revoltosos la paz y el sosiego suele ser odioso y contrario á sus intentos. Hizose llevar en hombros á la ciudad de Toro, con el camino se le agravó mas la enfermedad, de suerte que en breve pasó desta vida; cuya muerte fué muy saludable para todo el reino, así bien que su vida fué inquieta y perjudicial. Al tiempo de la muerte tomó el hábito de la caballería de Santiago; que así se acostumbraba en aquel tiempo para con aquella ceremonia y las indulgencias concedidas á los que tomaban la cruz aplacar á Dios en aquel trance y alcanzar perdon de sus pecados. El cuerpo enterraron en Uciés, convento el mas principal de aquella órden. Su hermano don Fernando, que de su voluntad se habia desterrado en Africa, con licencia de Miramamolin hacia su residencia en Elbora, poblacion de cristianos, cerca de la ciudad de Marruecos. Allí enfermó de una dolencia mortal, y á ejemplo de su hermano, poco antes de espirar, se hizo vestir el hábito de San Juan. Su mujer doña Mayor y sus hijos don Fernando y don Alvaro procuraron que su cuerpo se trajese á Castilla, y le hicieron enterrar en la Puente de Fitero, convento y casa de aquella órden, en tierra de Palencia. Comenzó con esto á mostrarse una nueva luz en Castilla, muertos los que la alborotaban, y una grande esperanza que las treguas puestas con Leon se trocarian en una paz perpetua, como todos lo deseaban. En particular pretendian volver las fuerzas contra los moros; concedió el Papa sus indulgencias para los que armados de la señal de la cruz

En este estado se hallaban las cosas de España, los reinos comarcanos eso mismo tenian guerras civiles. De las guerras siempre suelen venir otros males y pérdidas grandes, muchos vicios y maldades. La licencia y costumbre de pecar casi habia apagado la luz de la razon; los vicios eran tenidos por virtudes, y las virtudes por vicios: gravísimo mal y daño. En tantas tinieblas y tan espesas de ignorancia despertó Dios hombres, como siempre ha hecho, señalados en santidad y admirables, los cuales no dejaban de encaminar los hombres á la vida eterna y mostralles el sendero que Cristo enseñó y abrió, que habian cegado en gran parte los vicios. Allegáronse á estos santos varones otros muchos que, con deseo de imitar su virtud, renunciaban las cosas del mundo; con que por este tiempo muchas familias y congregaciones santas se levantaron. Entre todos tuvo muy principal lugar el padre santo Domingo. Nació en tierra de Osma en un lugar llamado Caleruela, entre Osma y Aranda. Siendo mozo, fué canónigo reglar de San Agustin. Llegado á mayor edad, trabajó mucho en desarraigar la herejía de los albigenses en Francia, como de suso se dijo. Ocupado en esto, como viese cuán pocos predicadores se hallabun de la palabra de Dios, que con buen celo y ejemplo de vida y buena doctrina enseñasen á los hombres engañados la verdad y santidad, pensó y trazó en su pensamiento y comunicó con otros un modo de vida, cuyos seguidores se ocupasen en predicar el santo Evangelio por todo el mundo. Ofreció este modo de vivir y regla al papa Honorio, y su Santidad la aprobó el año primero de su pontificado. De allí á dos años se vino á España y publicó la bula que traia de su aprobacion á los reyes y príncipes; con cuya licencia y beneplácito fundó algunos monasterios en ciudades principales. El primero fué en Segovia, otro en Madrid, el tercero en Zaragoza. Hecho esto en España, y vuelto á Italia, finó en Boloña, ciudad de la Lombardía; ilustre varon en virtud y santidad de vida, fundador de su órden muy principal, de donde como de un alcázar de sabiduría han salido y salen muchos varones admirables en toda virtud y letras. El mismo año que santo Domingo vino á España se ordenó otra religion en Barcelona, llamada de nuestra Señora de la Merced. La ocasion fué que muchos cristianos por mar y por tierra venian en poder de infieles hechos esclavos, y para librarse de la mala vida que les daban sus amos renegaban y se apartaban de Jesucristo y de su fe, con grande afrenta de la religion cristiana. Para procurar el remedio y rescate destos cautivos se ordenó esta re

quiera que hicieron todo el esfuerzo posible. El cerco
se puso á 29 de octubre, y se alzó á los 11 de noviem-
bre. Finalmente, el suceso desta empresa no fué como
se esperaba y conforme al grande aparato que se hizo;
solamente se ganaron muchos despojos de moros,
que los soldados dieron vuelta á sus casas.

CAPITULO IX.

Cómo se casaron los dos reyes don Fernando de Castilla y don Jaime de Aragon.

con

Por el mismo tiempo trataba el rey de Aragon don Jaime de quitar el gobierno á don Sancho, su tio, y porque se emendaba y prometia proceder de otra manera le tornó á recebir en su gracia y perdonalle. Esto era el año de 1219, cuando en España se padeció una muy grande hambre y mortandad. El Rey, aunque niño, que apenas tenia once años, comenzaba á dar claras muestras de valor y ensayarse en los ejercicios de las armas y de la guerra. Sucedió que don Rodrigo de Lizana, hombre poderoso, tenia diferencias con un deudo suyo, que se llamaba don Lope Albero, y de grandes amigos que eran, habia resultado entre ellos grande enemistad. Esperó buena ocasion, y á tiempo que el contrario estaba descuidado, le prendió y llevó al castillo de Lizana. Avisóle el Rey no pasase adelante en aquella via de fuerza y que se contentase con el mal hecho á su contrario. No quiso apaciguarse ni obedecer á este mandato. Como el Rey era de poca edad no le estimaban, antes cada cual con tanto se queria salir cuanto era su poder y fuerzas. Desdeñóse por esta causa; tomó las armas con deseo de defender al preso y ponelle en libertad y para conservar por el mismo camino su autoridad y hacerse respetar. Juntó en Huesca buen número de gente, y con ella se encaminó la vuelta de Albero, pueblo de que se habia apoderado el Rodrigo Lizana, y dentro de dos dias hizo que los de dentro se le rindiesen. Revolvió sobre el castillo de Lizana, patrimonio de aquel caballero alzado; y porque los soldados y moradores no querian hacer virtud, dió órden que de Huesca le trajesen una máquina ó trabuco, en aquel tiempo muy famoso por tirar entre dia y noche mil y quinientas piedras, con que aportilló los muros y hacia grande estrago en los soldados que los defendian; llamaban esta máquina fundíbulo. Rindiérouse los cer

ligion, cuyos frailes con limosnas allegadas de todas partes rescatasen los cautivos antes que apostatasen de la fe. Don Jaime, rey de Aragon, fué el primer inventor desta órden y manera de vivir por voto, como algunos escriben, que hizo á nuestra Señora de instituir esta érden cuando estuvo en Monzon encerrado á modo de cautivo y probó en sí cuánto mal es carecer de libertad. El primero despues del Rey que se ofreció á ser guia de los que le quisieron imitar fué un Pedro Nolasco, francés de nacion. Este hizo muy buenas reglas y constituciones para que los religiosos se gobernasen por ellas. Tienen por insignia sobre el hábito blanco y capilla las armas del rey de Aragon con una cruz encima en campo colorado. El mismo Nolasco, de mano de san Raimundo de Peñafuerte, que fué despues general de la órden de Santo Domingo, tomó con mucha solemnidad el hábito en la iglesia de Santa Cruz, en presencia del Rey y de muchos caballeros del reino. Siguióse tras estos dos san Francisco, ciudadano de Asis en la Umbria ó condado de Espoleto, parte de Italia; varon de singular inocencia, virtud y santidad. Aprobó su instituto y modo de vivir el papa Honorio. El mismo, despues de aprobado su instituto y regla, vino á España, donde llegó hasta Portugal y Compostella. En poco tiempo se fundaron en estos reinos muchos monasterios de su órden, como en Barcelona, Zaragoza y otras ciudades y villas de España. Movian estos religiosos á devocion y al menosprecio del mundo con la aspereza de su vida y con el vestido pobre y humilde de que usaban. En Portugal se juntó con san Francisco san Antonio de Padua, excelente predicador adelante y muy santo. Para tomar el hábito de los menores dejó el de los canónigos reglares de San Agustin, cuyo instituto abrazara desde niño, y entró en aquel órden en la ciudad de Lisboa, de donde era natural, en el convento de San Vicente, que es de canónigos reglares. Allí pasó algunos años; despues en el convento de la misma órden de Santa Cruz de Coimbra, en que vivia cuando se pasó á la religion de San Francisco. Junto con la mudanza de vida trocó el nombre de Fernando, que recibió en el bautismo, en el de Antonio, del apellido y nombre del monasterio en que tomó aquel nuevo hábito. Muchas ciudades de Italia, por sus predicaciones santas y fervorosas, se reformaron; gran número de gente por su medio dejaron la mala vida y se trocaron en nuevos hombres. Final-cados, y Lope Albero fué restituido en su libertad; su mente, despues que padeció muchos trabajos por Dios, falleció en Padua lleno de virtudes y de milagros. Su santo cuerpo es allí acatado en propria iglesia, que por mucha devocion del pueblo fundaron en su nombre; que tal honra se debe á la virtud y al autor y fuente de toda santidad, Dios, que es el que hace los santos. A san Francisco y á santo Domingo, algunos años despues de su muerte, canonizó el papa Gregorio IX, y puso sus nombres en el número de los santos. En Castilla, á instancia del arzobispo don Rodrigo, prelado ferviente y enemigo de estar ocioso, se hizo nueva jornada contra los moros. Juntáronse con la divisa de la cruz docientos mil hombres, los mas número, con los cuales se hizo la guerra por el mes de agosto del año 1219, en la Mancha yen tierra de Murcia. Ganáronse algunos pueblos de poca cuenta. Pusieron sitio sobre Requena; mas no la pudieron forzar ni rendir, como

M-1.

contrario, perdido el castillo, por entender que en ninguna parte de Aragon estaria seguro, se fué á guarecer á Albarracin, por tener con don Pedro Fernandez de Azagra, señor de aquella ciudad, amistad de años atrás. Desde allí, segun la costumbre de aquellos tiempos, renunció por escrito la naturaleza de Aragon y la obediencia que debia al Rey como su vasallo; con que comenzó á hacer cabalgadas en las tierras comarcanas de aquel reino. No quiso disimular el Rey estas insolencias, autes animado con el buen principio que tuvo en esta guerra, revolvió sobre Albarracin, ciudad puesta en aquella parte por do antiguamente partian mojones los contestanos y los celtiberos, de poca vecindad, pero por su sitio muy fuerte, que está por todas partes cercada de peñas y riscos muy altos, y al derredor casi por todas partes la rodea el rio Turia, que vulgarmente se llama Guadalaviar. Púsose el Rey sobre ella, levantó sus má

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la reina doña Berenguela para pedir á su hermana la
infanta doña Leonor. No se podia ofrecer mejor casa-
miento para aquella doncella; así, hechas las capitula-
ciones, señalaron la villa de Agreda, que es de Castilla,
á la raya de Aragon, para que allí se hiciesen los des-
posorios. Acudió primero doña Berenguela en compañía
de su hermana; despues vino el rey don Jaime con lu-
cido acompañamiento de suyos. Los desposorios se hi-
cieron allí á 6 de febrero del año de Cristo de 1221, las
bodas poco despues en Tarazona, en la iglesia de San-
ta María de la Vega, si bien por la poca edad del Rey la
desposada se estuvo doncella por espacio de año y me-
dio, segun él mismo lo relata en la historia que dejó es-
crita de sus cosas y de su vida. En la ciudad de Toledo
el arzobispo don Rodrigo consagró la iglesia de San Ro-
man, puesta á guisa de atalaya en lo mas alto de la ciu-
dad, dia domingo, á 20 de junio. Por el mes de no-
viembre, á los 23, mártes, dia de San Clemente, nació
allí mismo el hijo mayor del rey don Fernando, por nom-
bre don Alonso. Luego por principio de diciembre un
gran temblor de tierra maltrató gran parte de los edi-
ficios, y con las muchas aguas y vientos que se siguie-
ron, en gran parte cayeron por tierra los adarves y ca-
sas particulares. El miedo por esta causa fué tanto ma-
yor cuanto mas segura está aquella ciudad de acciden-
tes semejantes por su sitio, que es muy empinado y
sobre peñas; y lo que hace mucho al caso para no pa-
decer temblores de tierra, que le cae muy léjos el mar.

quinas y ingenios, que como no podian llegar al muro por ser el sitio tan áspero, no bacian efecto alguno ni los soldados se podian arrimar á la muralla por las saetas y dardos que por las troneras y travesías y desde las almenas les tiraban. Lo que hizo mas al caso, que como suele acontecer en guerras civiles, de todos los intentos del Rey tenian aviso los cercados y tiempo para apercebirse. Dos meses se gastaron en el cerco, en lo mas recio del estío, hasta tanto que el Rey perdió la esperanza de salir con la empresa, á causa que cierta noche los de dentro dieron al improviso sobre las máquinas y quemaron el mejor trabuco. Hallábase otrosí poco guarnecido de gente, y restaban en el cerco pocos soldados, en tanto grado, que los de á caballo no llegaban á ciento y cincuenta; el número de los peones no señalan, pero no debia ser grande. Alzaron pues el cerco, y sin embargo, en breve don Pedro Fernandez de Azagra volvió en gracia del Rey. Los caballeros del reino, con quien tenia grande amistad, hicieron mucha instancia sobre ello, y sus servicios de tiempo atrás cran muy notables, por donde tenia oficio de mayordomo de la casa real, además que el Rey entendia muy bien cuánto le importaba tener por amigo y en su servicio un personaje tan valeroso y principal. Esto pasaba en Aragon el año que se contaba de 1220. En el mismo en Castilla se celebraron las bodas, dia de San Andrés, apóstol, del rey don Fernando con dona Beatriz, bija de Felipe, emperador que fué de Alemaña. La edad del Rey era bastante, y la madre se recelaba no se estragase con deleites dañosos y malos. Acordó despachar á Mauricio, obispo de Búrgos, y á fray Pedro, abad de San Pedro de Arlanza, para que concertasen el casamiento con el emperador Federico II, primo de la doncella; tardóse mas tiempo de lo que pensaron; en fin, con sufrimiento de cuatro meses que residieron en aquella corte acabaron todo lo que deseaban. Enca

ináronse por la via de Francia; en Paris el rey Felipe de Francia festejó la novia y la trató con mucha liberalidad. Salió otrosí para recebilla doña Berenguela hasta la raya de Vizcaya, y á cabo de un año que gastaron en ida y vuelta, llegaron á Búrgos, ciudad que tenian señalada para las bodas. Veló á los Reyes el obispo Mauricio de aquella ciudad en la iglesia mayor con las solemnidades y ceremonias acostumbradas, y el dia antes el mismo celebró misa de pontifical en el monasterio de las Huelgas, en que el Rey se armó á sí caballero, por no hallarse otro mas digno que hiciese aquella ceremonia, conforme á lo que en aquellos tiempos se usaba. Este casamiento fué en generacion abundante; dél nacieron siete hijos por el órden que aquí se ponen don Alonso, dou Fadrique, don Felipe, don Sancho, don Manuel, doña Leonor, que murió niña, y doña Berenguela, que en las Huelgas de Burgos tomó el hábito. A los aragoneses por el mismo tiempo aquejaba el deseo de tener sucesion de su rey don Jaime. Parecíales que por este medio se aplacarian los bandos, que todavía continuaban entre los dos tios del Rey, don Sancho y don Fernando, por la esperanza que cada cual tenia de la corona, si el que la tenia faltase. De todo resultaban males y daños. La edad del Rey era poca, en que mucho reparaban para casarle; mas prevaleció el deseo grande que de hacello tenian. Tomado este acuerdo y pospuesto todo lo al, despacharon embajadores á

CAPITULO X.

El rey don Fernando apaciguó otras nuevas alteraciones.

Quietos estaban y pacíficos por una parte los navarros, y por otra los portugueses y los leoneses. Los inoros se abrasaban entre sí en guerras civiles. En Castilla y en Aragon continuaban las alteraciones, bien que no eran de mucha consideracion. Don Rodrigo, señor de los Cameros, de antiguo linaje y que tenia mucha autoridad entre los principales de Castilla por su estado y sus tendencias de diversas villas y castillos del patrimonio real, confiado en sus fuerzas y poder y mas en la revuelta de los tiempos, se atrevió á hacer mal y daño en las tierras comarcanas. Citóle el Rey para que en preser.cia se descargase de lo que le acusaban. Respondió que habia tomado la cruz para ir á la guerra de la Tierra-Santa; excusa de que muchos se valian para declinar jurisdiccion y no poder ser convenidos delante los jueces ordinarios, por los muchos privilegios y exempciones que el Papa concedia á los tales. En particular les otorgaba no los pudiesen citar delante jueces seglares, sino que sus causas solamente se ventilasen en los tribunales eclesiásticos. No le valió este recurso; hicieronle comparecer en Valladolid, do la corte de Burgos se habia pasado, hicieronle cargos graves y feos, acordó de ausentarse y huir, condenáronle en rebeldía en privacion de todo su estado. El, que era hombre determinado, se hizo fuerte dentro de los pueblos y castillos que tenia mas fortalecidos con resolucion de hacer resistencia. Mas porque de aquellos principios no resultasen guerras mas graves, acordaron tomar asiento con él, y demás del perdon dalle catorce mil ducados por que alzase mano de los pueblos y castillos, cuya tenencia por el Rey tenia

á su cargo. Sosegada esta alteracion, resultó otra nueva. Don Gonzalo Nuñez de Lara, que era el que solo quedaba de los tres hermanos, conforme á la costumbre que tenia este linaje de gustar de alborotos, persuadió ú don Gonzalo Perez, señor de Molina, que hiciese mal y daño á las tierras comarcanas. Nunca á semejantes personajes faltan quejas y causas para tomar las armas. En particular don Gonzalo de Lara por medio destas revueltas pretendia y esperaba restituirse en su patria, ca despues de la muerte de su hermano don Fernando se quedó en Berbería, donde era ido juntamente con él. Vinieron á las manos y á rompimiento, la guerra no fué de mucha consideracion á causa que el señor de Molina, conocido el engaño y el riesgo que sus cosas corrian, pidió perdon y le alcanzó por medio de la reina doña Berenguela. Con esto, don Gonzalo de Lara, desconfiado de poder salir con sus intentos, se pasó á los moros del Andalucía, y en Baeza dió fin á lo restante de su vida, ni muy santa ni muy honradamente. Tal fintuvieron estos tres hermanos bien conforme á sus obras, de quien desciende el linaje de los Manriques, bien conocido en España. Corria en esta sazon el año de Cristo de 1222, en que el rey de Leon juntó un grueso ejército, parte de los que levantó á su sueldo, y en especial de los que, tomada la señal de la cruz, á su costa se querian hallar en aquella empresa. Con estas gentes corrió las tierras de Extremadura y se puso sobre la villa de Cáceres. Los moros por librarse del cerco concertaron de dar cierta cantidad de dineros que esperaban de Africa. Alzado el cerco, no cumplieron lo asentado, ni los nuestros pudieron por entonces revolver sobre ellos. Por este mismo tiempo Mauricio, obispo de Burgos, inglés que era de nacion, abrió los cimientos de la iglesia mayor que hoy se ve en aquella ciudad, y no solo la comenzó á edificar, sino la acabó; antes deste tiempo la iglesia de San Lorenzo era la catedral, y juntó á ella las casas del obispo y su habitacion. No solo en Búrgos, sino en otras muchas partes del reino se levantaban fábricas suntuosas y templos; que parece los prelados á porfía pretendian señalarse en aumentar el culto divino. En particular once años antes deste en que vamos se dió principio á la iglesia mayor de Talavera, villa bien conocida en el reino de Toledo. Su fundador, don Rodrigo Jimenez, arzobispo de Toledo, puso en ella doce canónigos y cuatro dignidades, que mandó fuesen sujetos á los de Toledo, y en señal deste reconocimiento cada un año, el dia de la Asumpcion de Nuestra Señora, les acudiesen con cinco maravedís de tributo. Don Juan, chanciller del Rey, edificó á su costa dos iglesias, primero la mayor de VaHladolid, y despues, siendo obispo de Osma, levantó la que hoy se ve en aquella ciudad. Don Nuño, obispo de Astorga, sus casas obispales y el claustro de aquella su iglesia. Don Lorenzo, jurista que fué muy nombrado, en Orense, donde era obispo, edificó la puente sobre el rio Miño, que por allí pasa, la iglesia mayor y las casas obispales. Finalmente, don Esteban, obispo de Tuy, y dou Martin, obispo de Zamora, se esmeraban y gastaban sus rentas en semejantes edificios. La piedad del Rey y de su madre, y la liberalidad grande con que acudian á estas obras y á proveer de ornamentos y todo lo necesario por cuanto la estrechura de los tiempos daba lugar, despertaba á todos los prelados para que los

imitasen en gastar bien sus haciendas. Volvamos al órden de la historia. Por el mes de julio falleció Rogerio, conde de Fox; el que le sucedió en el estado fué su hijo Rogerio Bernardo, y luego por el mes de agosto falleció Ramon, conde de Tolosa; el uno y el otro por el favor que dieron á los albigenses incurrieron en mal caso y en las censuras que el Papa fulminó contra ellos; por esto el hijo y sucesor del conde de Tolosa, que se llamó tambien Ramon, nunca pudo alcanzar licencia para enterrar en sagrado el cuerpo de su padre; tal era la fuerza de los eclesiásticos en aquellos tiempos y la constancia y severidad de que usaban contra los malos. En Aragon el Rey, á 21 de diciembre, otorgó perdon y recibió en su gracia á Gerardo, vizconde de Cabrera, hombre poderoso en rentas y vasallos; teníale ofendido por causa que en tiempo de la vacante del reino con mano armada se apoderó del condado de Urgel y despojó á Aurembiase del estado que su padre, el conde Armengol, le dejara. Púsole por condicion estuviese á juicio con aquella señora y pasase por lo que los jueces determinasen. En esta sazon vivia todavía don Sancho, conde de Ruisellon y tio del Rey. Gobernaba aquel estado don Nuño, su hijo, contra el cual don Guillen de Moncada, señor de Bearne, como quier que antes fuesen muy amigos, por ligera ocasion se indignó en tanto grado, que con su gente entró por las tierras de Ruisellon haciendo todo mal y daño. Don Nuño se hallaba con pocas fuerzas para resistir á las de su contrario, que demás de lo de Bearne tenia en Cataluña un grande estado. Acordó valerse de las fuerzas del Rey y de su sombra; ofrecia de estar á derecho y satisfacer cualquier cargo que contra él resultase. Amonestó el Rey al Moncada que siguiese su derecho y dejase las armas, y porque no quiso obedecer, antes pasaba adelante en los daños que hacia, revolvió contra él con tal furia, que le despojó á él y á sus aliados de ciento y treinta, parte torres, parte castillos, de que se apoderó de unos por fuerza, y de otros que se rindieron de su voluntad, en particular el pueblo de Cervellon cerca de Barcelona; con que se entendió cuán peligrosa cosa es enojar á los que pueden mas y á los reyes. No pudo hacer lo mismo del castillo de Moncada á causa de estar muy fortalecido у dentro con buena guarnicion el mismo Guillen de Moncada. Ponerle cerco fuera cosa larga, mayormente que muchos de los que seguian al Rey favorecian y daban aviso, y aun proveian á los que guardaban aquella plaza. Esto pasaba el año que se contó de Cristo de 1223, en que á los 15 de julio, en Medun falleció de cuartanas Felipe, rey de Francia. Sucedióle en el reino su hijo Ludovico, octavo desto nombre, marido de doña Blanca, y padre de Ludovico, al que por sus muchas virtudes y piedad llamaron el Sauto. En Coimbra asimismo el año adelante pasó desta vida el rey de Portugal don Alonso el Segundo, por sobrenombre el Gordo. Sepultáronle en el monasterio de Alcobaza junto a su mujer la reina doña Urraca en una sepultura llana y grosera, cuales en aquel tiempo se usaban. Dejó tres hijos, los infantes don Sancho, que le sucedió en el reino, llamado vulgarmente Capelo; don Alonso, que casó con Matilde, condesa de Boloña en los Morinos, pueblos de la Picardía, cerca del mar de Bretaña en Francia; don Fernando, señor de Serpa, que casó con doña Sancha, hija de don Fernando de Lara;

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finalmente, dejó una hija, por nombre doña Leonor, que casó con el rey de Dacia, segun que lo refieren las historias de Portugal, si con verdad ó de otra manera, aquí no lo averiguamos.

CAPITULO XI

De la guerra que se hizo á los moros.

Reprimidas las parcialidades de Castilla y las alterala paz fuese duciones, el rey don Fernando para que rable dió perdon general á los que le habiau deservido, y mandó que los demás hiciesen lo mismo y pusiesen en olvido los desabrimientos que entre sí tenian y los agravios. Para el gobierno de las ciudades nombraba á Jos que en virtud y prudencia se adelantaban á los demás y los que entendia serian mas agradables á los vasallos. De los herejes era tan enemigo, que no contento con hacellos castigar á sus ministros, él mismo con su propia mano les arrimaba la leña y les pegaba fuego. Ya se dijo que por estos tiempos la secta de los albigenses andaba valida y que vinieron y entraron en España. Con estas virtudes tenia tan ganados á los naturales cuanto ningun otro príncipe. Mas por aprovecharse desta buena voluntad y porque no se estragasen los soldados con la ociosidad y con los vicios que della resultan, acordó renovar la guerra contra moros. Mandó arbolar banderas y tocar atambores por todas partes para juntar un grueso campo. Los de Cuenca, Huete, Moya y Alarcon con los demás de aquella comarca, entendida la voluntad del Rey, se apellidaron unos á otros; y junto buen golpe de gente, rompieron por el reino de Valencia, talaron los campos, quemaron y saquearon los pueblos, y con una grande cabalgada, volvieron ricos y contentos á sus casas. Por otra parte, el Rey, alegre con tan buen principio, que era como pronóstico de lo restante de aquella guerra, un grueso ejército que juntó se enderezó contra los moros de Andalucía. Hacíanle compañía entre los mas principules el arzobispo don Rodrigo, persona de gran valor y brio y que no podia estar ocioso, los maestres de las órdenes, don Lope de Haro, don Rodrigo Giron, don Alonso de Meneses, sin otros ricos hombres y caballeros de menor cuenta. Luego que pasaron la Sierramorena, vinieron embajadores de parte de Mahoque mad, rey de Baeza, para ofrecer la obediencia, taba presto de rendir la ciudad y ayudar con dineros y vituallas. El miedo hacia cobardes á los moros, los deleites los tenian estragados, y por las discordias que entre sí tenian á punto de perderse. Hiciéronse los asientos y capitulaciones en Guadalimar; desde allí pasaron nuestras gentes sobre Quesada, villa principal en lo que hoy es adelantamiento de Cazorla. Los moradores, fiades en la fortaleza de sus murallas y en que eran muchos, al principio se pusieron en defensa ; pero al fin el lugar se entró por fuerza. Pasaron á cuchiHo todos los que podian tomar armas, los demás tomaron por esclavos en número de siete mil. Con el castigo y destrozo deste pueblo se dió aviso á los demás para que no se atreviesen á hacer resistencia. Seria largo cuento relatar por menudo todo lo que sucedió en esta jornada. La suma de todo es que muchos pueblos por aquella comarca quedaron yermos de gente, huidos los moradores, otros se rindieron por no desamparar sus

con

es

casas; algunos quedaron destruidos del todo, y en
otros pusieron guarniciones de soldados con intento
de conservallos. Don Lope de Haro y los maestres de
las órdenes militares con parte de la gente acometieron
un pueblo llamado Víboras, de que se apoderaron sin
embargo que tenian dentro mil y quinientos árabes, de
los cuales unos mataron y otros se huyeron. En estas
empresas pasaron los meses del estío y parte del otoño;
y porque cargaba el tiempo, por el mes de noviembre
del año 1224 dieron la vuelta á Toledo, donde las rei-
nas, madre y nuera, esperaban la venida del Rey. Gas-
táronse algunos dias en fiestas y regocijos que se hicie-
ron en aquella ciudad para alegrar la gente, procesio-
nes y rogativas para dar gracias a Dios por mercedes
tan grandes. Hecho esto, luego que el tiempo dió lu-
gar y las fiestas, mandó el Rey á la gente se endereza-
se la vuelta de Cuenca con intento de acometer por
aquella parte á los inoros del reino de Valencia; mas
aquel rey, por nombre Zeit, acordó ganar por la mano.
Los daños que le hicieron la vez pasada y el miedo de
mayores males le aquejaban de suerte, que vino á la
ciudad de Cuenca á ponerse en las manos del rey don
Fernando y concertarse con él como fuese su voluntad
y merced. Los aragoneses se quejaron de aquellos tra-
tos, por pretender que el reino de Valencia era de su
conquista, y que los castellanos no teniau en él parte
ni derecho alguno. Despacharon embajadores para
querellarse de aquel agravio, y juntamente para mos-
trar sus fuerzas y valor hicieron entrada en las tierras
de Castilla por la parte de Soria. No pudieron llevar
adelante esta demanda por entonces, á causa de nue-
vas alteraciones que en Aragon resultaron. Fué así, que
don Guillen de Moncada y don Pedro Aliones se junta-
ron con el infante don Fernando, tio dei Rey. La junta
fué en Tahuste, cuya tenencia estaba á cargo del di-
cho don Pedro. Tomaron su acuerdo, y quedó resuelto
que se apoderasen de la persona del Rey. La voz era ser
así necesario y cumplidero para el bien del reino, que
decian se estragaba á causa de los malos consejeros
que tenia al lado y á las orejas el Rey; mas á la ver-
dad cada cual de los tres tenia sus pretensiones parti-
culares. El Moncada estaba sentido del estado que le
quitaron, don Fernando, aunque monje y abad del
monasterio de Montaragon, no tenia perdida la espe-
rauza ni el deseo de la corona; que la dolencia de an-
bicion es mala de sanar. A don Pedro Ahones daba pe-
sadumbre verse descaido de la privanza que solia tener,
con que todo lo gobernaba á su voluntad, y pretendia
convertir la gracia en fuerza y por aquel camino con-
servarse. Para mas fortificar su partido acordaron por
medio de Lope Jimenez de Luesia ganar á don Nuño,
hijo del infante don Sancho, conde de Ruisellon, para
que, olvidadas las enemistades que ya tocamos, les asis-
tiese en aquella demanda. Tomado este acuerdo, se
enderezaron la vuelta de Alagon, en que á la sazon se
hallaba el Rey descuidado de aquellos tratos. Entraron
de tropel, y con buenas palabras le persuadieron se
fuese á Zaragoza para tomar en aquella ciudad acuerdo
sobre algunos puntos de importancia que pertenecian
á su servicio y al bien del reino. El Rey, si bien los sem-
blantes eran buenos, como quier que la mentira sea
mas artificiosa que la verdad, todavía echó de ver que
procedian con engaño y que su pretension era mala.

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