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puertas, ahora tiene siete; los arrabales de fuera son tan grandes como una entera ciudad, especialmente el que dijimos se llama de Ajarquia, á la ribera del rio, á la parte de levante, que está todo cercado de muro y pegado con la ciudad, El alcázar del Rey y su casa está á la parte del poniente cercada con su muro particular; una puente muy hermosa puesta sobre el rio, cuya cepa comienza desde la iglesia mayor. Antiguamente se llamó Colonia Patricia, porque en sus principios la habitaban los príncipes y escogidos de los romanos y de la tierra, como lo dice Estrabon; fué siempre madre de grandes ingenios, excelentes en las artes de la guerra y de la paz; los campos de la ciudad son hermosos y fértiles; danse toda manera de frutos y esquilmos, alegres por su mucha frescura y arboleda. No solo tienen esto en la llanura, sino los mismos montes con las copiosas fuentes crian viñas y olivares y toda manera de árboles. En estos montes, una legua de la ciudad, está edificado un monasterio de frailes de San Jerónimo, en que parecen rastros de Córdoba la Vieja, que edificó Marco Marcello desde sus principios, ó sea que la aumentó y adornó en el tiempo, es á saber, que fué pretor en Es

socorro muchos soldados, si bien todos ellos no llegaban á hacer bastante ejército. El rey Abenhut se hallaba en esta sazon en la ciudad de Ecija, aprestado para cualquiera ocasion que se le presentase con un poderoso campo. Dou Lorenzo Suarez por andar desterrado seguia el partido y reales deste Rey. El Moro no estaba determinado si acudiria á los moros de Valencia, si á los de Córdoba, por estar la una ciudad y la otra en un mismo peligro y hacelle instancia de ambas partes por socorro. La conquista de Valencia se encaminó desta suerte. El rey de Aragon probó á conquistar á Cullera, mas cesó de la conquista por la falta de piedras que halló en aquel campo, para tirar con los trabucos; cosas pequeñas en las guerras tienen grande vez y son de mucha importancia; verdad es que en la llanura de Valencia fué tomado el castillo de Moncada por los aragoneses, y luego le echaron por tierra porque los demás moros escarmentasen con aquel ejemplo y castigo. Todo esto supo en un mismo tiempo el rey Abenhut. Estaba confuso, que no sabia en qué determinarse ni qué consejo tomase. Envió á don Lorenzo Suarez para que espiase lo que pasaba; él, deseando con algun señalado servicio volver á la grácia del rey don Fernando, comunicó-paña. Este sitio se entiende que por ser malsano le frole en secreto el intento de los moros y el estado de sus

caron en el lugar en que al presente está. La toma desta

cosas. Avisado de lo que debia hacer, volvió al rey Mo-ciudad fué desta suerte: los cristianos se apoderaron de

ro, engrandecióle nuestras fuerzas mucho mas de lo que eran; díjole que el aparato y ejército era muy grande, mostraba en el rostro tristeza y miedo, mentiroso, es á saber, y fingido. Esta maña y artificio fué causa que el rey Moro no tratase de socorrer á Córdoba en gran pro de los cristianos ; que si el Moro viniera, no fueran bastantes para resistir y hacer contraste á los de la ciudad y á los de fuera. La alegría que los nuestros recibieron per esta causa aumentó una nueva cierta que viuo que el rey Moro pocos dias despues que pasó esto en la ciudad de Almería, en que estaba á punto para ir al socorro de Valencia, fué muerto por los suyos. Avino esla muerte muy á buen tiempo, porque el Moro era diligente y valeroso príncipe, elocuente en hablar, diestro en persuadir lo que queria, sosegar y amotinar la gente segun que le venia mas á cuento, robaba lo ajeno y daba de lo suyo francamente. En fin, en aquel tiempo, ní en paz ni en guerra, ninguno le hacia ventaja, y fuera gran parte si viviera para que las cosas de los moros se restauraran en España.

CAPITULO XVIII.

Cómo la ciudad de Córdoba se ganó de los moros.

En el medio casi de la Andalucía, en la parte que antiguamente se tendian los pueblos llamados túrdulos, está edificada la ciudad de Córdoba. Su asiento en un llano á las faldas de Sierramorena, que se levanta á la parte de septentrion ó norte, forma algunos recuestos y collados. A la mano izquierda la baña elrio famoso Guadalquivir, que por entrar en él muchos rios es tan grande que se puede navegar. La figura y forma de la ciudad es cuadrada; extiéndese por la ribera del rio, y así es mas Jarga que ancha. El tiempo que los moros la tuvieron en su poder asentaron en ella los reyes su casa y silla real y le quitaron mucho de su hermosura y gentileza, como gente que ni sabe de arquitectura ni de edificios ni sprecia de algun primor. Antiguamente tenia cinco

una parte de los muros, el rey don Fernando luego que llegó puso cerco sobre lo demás. Corria el año 1236. Defendiéronse los moros con grande esfuerzo como los que se hallaban en el último aprieto, que suele hacer á los hombres esforzados. El gran número de gente que dentro tenian y los socorros que de fuera esperaban, los hacia asimismo confiados. Muchas veces por las plazas y por las calles peleaban valientemente los unos por salir con la empresa, los otros por la patria y por la libertad. Gastóse algun tiempo en esto, hasta tanto que por la fama y por dicho de algunos cautivos que prendieron los de dentro supieron lo que pasaba acerca de la muerte de Abenhut, rey de Granada, y juntamente que don Lorenzo Suarez se era pasado á la parte de los cristianos y se hallaba con los demás en aquel cerco. Con esto, perdida la esperanza de poderse defender con sus fuerzas y de ser socorridos de fuera, acordaron de rendirse. Tuvieron plática sobre ello personas señaladas de ambas partes; los del Rey encarecian sus fuerzas para sujetar los rebeldes, su clemencia para con los que se rendian; los moros, si bien entendian el aprieto en que estaban, no venian en lo que era razon. Pasábase el tiempo en demandas y respuestas, en proponer condiciones y en reformallas. Los cristianos, vista su porfia y que de cada dia los cercados se hallaban en mayor aprieto, se aprovechaban de la dilacion para agravar las capitulaciones, y á los moros era forzoso pasar por lo que antes desechaban, como suele acontecer á los duros y porfiados. Finalmente, de grado en grado se redujeron á términode entregar la ciudad, con solo que les concedieron las vidas y libertad para irse cada cual donde mejor le estuviese. Hízose la entrega en 29 de junio, dia de San Pedro y San Pablo; en señal de la victoria en lo mas alto de la iglesia mayor levantaron una cruz y con ella el estandarte real, que se podia ver de todas partes. La iglesia, con las ceremonias acostumbradas, de mezquita que era, la mas fainosa de España, la consagraron diversos obispos que seguian

la guerra y se hallaron en la toma. Señalaron por primer obispo de aquella ciudad á fray Lope, monje de Fitero, convento situado cerca del rio de Pisuerga. Conformóse en todo esto con la voluntad del Rey, y puso en todo la mano don Juan, obispo de Osma, que suplia las veces por su comision del primado don Rodrigo, arzobispo de Toledo, que á la sazon estaba ausente y era ido á Roma. Juntamente le dejó los sellos reales para ejercitar en su lugar el oficio de chanciller mayor, dado por los reyes los años pasados á los arzobispos de Toledo en la persona del mismo don Rodrigo. No se contentó el Rey con lo hecho, antes por acordarse y saber que docientos y sesenta años antes deste en que vamos los moros hicieron traer las campanas de Santiago de Galicia en hombros de cristianos, mandó que de la misma manera las llevasen los moros hasta ponellas en su lugar; recompensa bastante y emienda de aquella befa y afrenta. Idos los moros, quedaba la ciudad sola y yerma; prometió el Rey por sus cartas muchos privilegios á los que viniesen á poblar, con que acudieron muchos, y entre ellos repartieron las casas y heredades. Quedó por gobernador de aquella ciudad don Alonso de Meneses, y don Alvaro de Castro por general de aquellas fronteras, el uno y el otro con todo el poder y autoridad necesaria. A los títulos reales se añadió el de rey de Córdoba y de Baeza, segun que consta por los privilegios y cartas reales que de aquel tiempo y del de adelante se hallan. La silla obispal de Calahorra por este tiempo se trasladó á Santo Domingo de la Calzada, á instancia de don Juan Perez, obispo de aquella ciudad. Pleitearon adelante las dos ciudades sobre este punto y preeminencia por algun tiempo, concertóse finalmente el debate, en que las hicieron iguales, de tal suerte, que ambas iglesias fuesen, como lo son hoy, catedrales.

CAPITULO XIX.

Cómo se ganó la ciudad de Valencia.

El rey de Aragon no cesaba de acosar los moros del reino de Valencia por todas partes y con toda manera de guerra. El rey Zeit andaba fuera de Valencia desterrado. Estaba de antes aficionado á mudar religion, y con la comunicacion de los cristianos finalmente se bautizó. Así lo habian profetizado en Valencia algunos años antes dos frailes de San Francisco, fray Juan y fray Pedro, los cuales él mismo por esta causa mandó matar. Instruido pues en la fe, le bautizaron y llamaron don Vicente. Esto se hizo secretamente, porque sabido por los moros, no cobrasen mas odio y indignacion contra él, que no tenia perdida la esperanza de recobrar su reino. Don Sancho Ahones, arzobispo de Zaragoza, procuró se casase conforme al uso de la Iglesia católica, porque con la mala costumbre y soltura que tenia antigua y con la mucha torpeza de su vida y deshonestidad, parecia que hacia burla de la religion cristiana que profesaba. La mujer que casó con él se llamó Dominga Lopez, natural de Zaragoza. Della nació una hija, llamada Alda Hernandez, mujer que fué despues de don Blasco Jimenez, señor de Arenos, que sucedió en otros muchos lugares que eran del Rey, su suegro, y los heredaron despues los de Arenos. El rey de Aragon para continuar la empresa comenzada, destruyó los campos de Ejerica, quemó las mieses que ya se vian sazo

nadas. Don Bernardo Guillen, tio del Rey de parte de madre, que tenia gran fama de valiente y habia hecho hazañas en las guerras señaladas, fué nombrado por general de la frontera de los moros de Valencia para que resistiese y enfrenase sus acometimientos y entradas. El mes de octubre siguiente hobo Cortes en la villa de Monzon, en que se trató de continuar y llevar adelante la guerra de Valencia y de ponella cerco. Acordaron otrosí por parecer de todos no se vedase por entonces cierta manera de moneda, llamada jaquesa, que tenia mucha mezcla de cobre, y los que se hallaban con ella temian que si la prohibian recebirian daño notable. Por esta causa se le concedió al Rey que cada casa de siete á siete años pagase al Fisco Real un maravedi. El castillo que se llamaba el Poyo de Santa María, con las guerras de los moros destruido, los cristianos le repararon, y don Bernardo Guillen le tenia con fuerte guarnicion. Zaen, rey de Valencia, emprendió con la gente que tenia, que se contaban seiscientos de á caballo y cuarenta mil peones, de combatir este castillo; los nuestros con increible ánimo y esfuerzo determinaron de salir de la fortaleza á pelear con los que en número de soldados les hacian ventaja; la cosa llegó al último aprieto, pero en fin la multitud y gran número de moros se rindió al esfuerzo y valentía, de suerte que los enemigos fueron maltratados, vencidos y aluyentados. Publicóse por cierto que sau Jorge ayudó á los cristianos y que se halló en la pelea. Acostumbran los hombres cuando las cosas suceden sobre todas las fuerzas y esperanza, atribuirlo á Dios y á sus santos, autores de todo bien. Acrecentó la fe del milagro una imágen de nuestra Señora que se halló debajo de la campana que tenian en el castillo. Los moradores de la comarca hicieron luego una iglesia para acatalla, muy devota, y en que se hacen muchos milagros, como lo dicen los de aquella tierra. La batalla se dió el mes de agosto, año de 1237. Murió en ella don Rodrigo Luesia, caballero principal. El rey don Jaime, sabida la victoria y el peligro que los suyos corrian, partió luego para allá, especialmente que le vinieron nuevas, au que falsas, que los moros volvian con nuevos soldados de refresco á la empresa. Con mayor ánimo y esfuerzo que prudencia, con solos ciento treinta de á caballo, llegó hasta mas adelante del Poyo y de Monviedro. Alli se encontró con un valiente escuadron de moros, que llegó hasta aquellos lugares á hacer rostro á los nuestros. Traia por capitan á don Artal de Alagon, que audaba desterrado entre los moros y era hijo de don Blasco. El peligro era grande; la constancia y fortaleza del Rey y su buena dicha remediaron el daño que se pudiera temer; sobre todo Dios, que proveyó se fuesen los moros por otra parte sin dar la batalla ni encontrarse con los fieles. El castillo del Poyo, por estar cerca de Valencia y léjos de Aragon, no se podia conservar sin mucha costa y peligro, especialmente que aquellos dias falleciera don Bernardo Guillen, tio del Rey, á cuyo cargo quedó la guarda de aquella plaza; que fué la causa que el Rey saliese de Zaragoza, en que tuvo el invierno, y se pusiese al riesgo ya dicho. Hizo merced á don Guillen Eutenza, hijo del difunto, de todo lo que él poseia, oficios y tenencias, merced debida á los méritos y servicios de su padre. La tenencia del castillo se encomendó á don Berenguel Entenza, si bien los caballeros del reino eran

de parecer se debia desamparar. Perseveró el Rey en sustentar aquel castillo por ser de mucha comodidad para la conquista de Valencia. Y porque los soldados trataban de huir y dejalle secretamente, los juntó en la capilla del castillo, y juró en el ara consagrada solemnemente de no volver á su casa sin tomar á Valencia. Con esta resolucion los ánimos de los soldados que ali tenian se esforzaron y quedaron allí de buena gana; los de los contrarios de tal manera desmayaron, que Zaen envió á requeriile de paz, y ofreció que daria muchos castillos y fortalezas y cierta cantidad de oro de tributo cada un año. El Rey, con la esperanza que tenia de ganar la ciudad, aunque contra el parecer de los suyos, todo lo desechó; mayormente que Almenara, Betera, Bulla y otros castillos muy importantes se le entregaron de su voluntad. Con esto se aumentaron los ánimos y la esperanza de los soldados. No tenia el Rey á esta sazon mas que mil peones y trecientos y sesenta hombres de á caballo. ¿Qué era esta gente para una empresa tan grande? Qué osadía y temeridad aventurarse con fuerzas tan pequeñas? Mas los consejos atrevidos por tales se tienen comunmente cuales son los remates; tal es el juicio de los hombres. Con tan poca gente, pasado el rio Guadalaviar, se atrevió á poner sitio á una ciudad tan grande y tan populosa. Asentaron los reales y los barrearon entre el Grao, que así se llama aquella parte del mar por ser á manera de escalones, y entre la ciudad, á iguales distancias, una milla de cada una destas dos partes. Valencia está situada en aquella parte de España que se llamó Tarraconense, en la comarca que habitaron antiguamente los edetanos. Su asiento en una gran llanura, fértil y abastada de todo lo necesario á la vida y al regalo, aunque el trigo le viene de acarreo y de fuera del reino para sustentarse. Es rica de armas y de soldados, abundante de mercadurías de toda suerte; de tan alegre suelo y cielo, que ni padece frio de invierno, y el estio hacen muy templado los embates y los aires del mar. Sus edificios magnílicos y grandes, sus ciudadanos honrados, de suerte que vulgarmente se dice hace á los extranjeros poner en olvido sus mismas patrias y sus naturales. Las huertas y jardines muchos y muy frescos, viciosos en demasía; los árboles por su órden concertados, en especial todo género de agrura y de cidrales, cuyos ramos entretejen de manera, que ya representan diversas figuras de aves y de animales y diversos instrumentos, ya los enlazan á manera de aposentos y retretes, cuya entrada impide la fuerte trabazon de los ramos, la vista la muchedumbre y espesura de las hojas, que todo lo cubren y lo tapan á manera de una graciosa enramada que siempre está verde y fresca. Tales eran los campos Elisios, paraíso y morada de los bienaventurados, segun que los fingieron los poetas antiguos. Tal y tan grande la hermosura desta ciudad, dada por beneficio del cielo, que puede competir en esto con las mas principales de Europa. A mano izquierda la baña el rio Guadalaviar, que pasa entre el muro y el palacio del rey, que llaman el Real, y está por la parte de levante pegado con la ciudad con una puente por do se pasa de la una parte á la otra. Sangran el rio con diversas acequias para regar la huerta y para beber los ciudadanos. Junto al mar cae la Albufera, distante por espacio de tres millas, de aire no muy sano, pero que recompensa este daño con

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la abundancia de toda suerte de peces que cria y da. Los muros de la ciudad eran entonces de figura redonda, mil pasos en contorno, cuatro puertas por donde se entraba. La primera, Boatelana, entre levante y mediodía; la segunda, Baldina, á setentrion; la tercera, Templaria, que tomó este nombre de una iglesia que allí edificaron los templarios, á la parte de levante; la cuarta, Jareana, entre la cual y la Boatelana fortificó el Rey sus estancias, por ser el lugar mas cómodo para la batería y para los asaltos, á causa de cierto ángulo ó esconce que el muro hacia por aquella parte. Dábanse los cristianos toda diligencia en levantar y plantar sus máquinas y trabucos, de que entonces se usaba, para combatir las murallas. El rey Zaen, el primer dia que los cristianos llegaron, antes de fortificarse, sacó sus gentes al campo con muestra de querer pelear. Excusaron los cristianos la batalla por ser en pequeño número y porque de cada dia les acudian nuevas compañías. Halláronse presentes muchos prelados, ricos hombres y caballeros, un escuadron de franceses escogidos debajo la conducta de Aimillio, obispo de Narbona, socorros y gente de Ingalaterra que vinieron á la fama. Trabáronse los dias siguientes algunas escaramuzas, en que los contrarios llevaron siempre lo peor; que los enfrenó para no hacer en adelante tan de ordinario salidas. Arrimáronse al muro los del Rey; sacaron algunas piedras con picos y palancas, con que por tres partes aportillaron la muralla de suerte, que podia pasar un soldado por cada parte. Acudian los cercados á este daño y peligro con todo cuidado, segun el tiempo les daba. En el entre tanto Pedro Rodriguez de Azagra y Jimeno de Urrea con golpe de gente de la otra parte de Valencia rindieron la villa de Cilla. Descubrióse asimisino en la mar la armada del rey de Túnez, que venia en favor de los cercados, en número de diez y ocho galeras y naves. Surgió á vista de la ciudad, con que los moros cobraron ánimo y entraron en esperanza de poderse defender. Mas fué el ruido y el cuidado que el efecto, porque avisados los africanos que en Tortosa se aprestaba otra armada contra la suya, desancoraron, y sin poder dar socorro á la ciudad ni forzar á Peñíscola, que está en aquellas riberas de Valencia, y asimismo lo intentaron, dieron la vuelta. Comenzaron con esto á enflaquecer los de la ciudad, y por la gran falta de bastimentos y almacen, que cada dia se aumentaba, como suele, no solo por la estrechura presente, sino por el miedo de mayor falta. En nuestros reales, por el contrario, gran alegría, mucha abundancia de todo, si bien la gente era ya tanta, que llegaban á sesenta mil infantes y inil de á caballo. En todo se mostraba la prudencia del Rey, no menor que el esfuerzo y destreza en el pelear, tanto, que no se contentaba con hacer oficio de caudillo y mandar, sino que metia en todo las manos, tanto, que un dia por adelantarse mucho le hirieron con una saeta en la frente; la herida ni fué muy grave ni tampoco muy ligera; solos cinco dias estuvo retirado, que no salió en público. Vinieron á esta sazon embajadores del papa Gregorio y de las ciudades de Lombardía para pedir les enviase socorros contra el emperador Federido II, que gravemente los apretaba. Ofrecian, si los libraba de aquella tiranía gravísima, que los de aquellas ciudades se le darian por vasallos. Oyó esta embajada á 13 de junio de 1238 años, y en los mismos reales puso su

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amistad con aquella gente, segun que lo demandaban y la reina dona Violante aconsejaba, que tenia gran parte en los negocios y podia mucho con su marido á causa de susaventajadas partes, y que tenia en ella una hija del mismo nombre de su madre. Verdad es que el socorro no tuvo efecto por estar el Rey ocupado en las cosas de España, mayormente que el Emperador, aunque fingidamente, se reconcilió con el Papa; además que no era justo cuidar de los males ajenos el que tenia entre las manos guerras tan importantes. Los de Valencia, rodeados de los males que acarrea un largo cerco y perdida la esperanza de ser socorridos ni de Africa ni de España, acordaron de rendirse. Para tratar de conciertos salió un moro, por nombre Halialbata, persona de cuenta y muy privado de aquel Rey; despues enviaron otro, que era sobrino del mismo Rey y se llamaba Abulhamalet; movieron diversos partidos. Todos deseaban concluir y toda tardanza les era pesada, los unos por el deseo que tenian de poseer aquella noble ciudad, los otros aquejados de la necesidad y peligro que corrian. Finalmente, se tomó asiento debajo de las condiciones siguientes: El rey Moro entregue la ciudad de Valencia con los demás castillos y villas aquende el rio Júcar; los moros puedan ir libres á Cullera y á Denia con seguridad y debajo la fe y palabra real; los mismos, sin que nadie los cate, puedan llevar consigo todo su oro y plata y las demás preseas que quisieren y pudieren; haya treguas entre los dos reyes por término de ocho años que se guarden enteramente. Para el cumplimiento destas capitulaciones pusieron término de cinco dias; pero antes que se llegase el plazo y se cerrase, los moros acordaron dejar la ciudad en número cincuenta mil entre hombres, mujeres y niños. Pasaron por medio de los soldados cristianos que para su seguridad pusieron de la una y de la otra parte, pues era justo cumplir lo que les prometieron y usar de clemencia con los que se rendian y les dejaban sus casas. Vispera de San Miguel, por el fin de setiembre, hicieron los vencedores su entrada en Valencia y se apoderaron de aquel reino. Limpiaron la ciudad, reconciliaron y consagraron en templos de Dios las mezquitas. Quedó por primer obispo Ferrer de San Martin, preboste de la iglesia de Tarragona, quién dice era de la órden de los predicadores. Vinieron á poblar nuevos moradores, los mas catalanes de Girona, Tarragona, Tortosa. Los campos de la ciudad y las huertas se repartieron por iguales partes entre los obispos y los caballeros y los ayuntamientos de las ciudades que ayudaron en la conquista. Cupo eso mismo su parte á los caballeros templarios y á los de San Juan. Entre los conquistadores señalaron trecientos y ochenta de á caballo, que mejoraron en el repartimiento, á tal que se encargasen de guardar las fronteras de aquel reino, repartido el trabajo de manera que cada cuatro meses por turno guardaban los ciento dellos. El sitio de la ciudad no es muy fuerte, y sus murallas eran flacas, mayormente que quedaban maltratadas y aportilladas por causa de la guerra. Acordó el Rey fortificalla de nuevos muros, mudada la primera forma y traza de suerte, que quedasen mas anchos y la figura

cuadrada, con doce puertas que de tres en tres miran á las cuatro partes del cielo. Ordenáronse nuevas leyes, constituciones Ꭹ fueros para el gobierno y sentenciar los pleitos. Por esta manera el rey moro Zaen perdió en breve el reino que malamente usurpó; que el poder adquirido contra justicia prestamente desfallece. Verdad es que él se preciaba de venir de linaje de reyes, porque era hijo de Modef, nieto de Lope, rey de Murcia, como arriba queda declarado. Las alegrías que en toda España se hicieron por la toma de Valencia fueron extraordinarias, mayormente que en esta conquista no se mezcló, como en otras, ningun revés ni desastre. El ejército quedó entero, que apenas faltó caballero de cuenta; solo don Artal de Alagon, que por estar las cosas de los moros tan caidas se habia reducido al servicio de su Rey, y en compañía del vizconde de Cardona don Ramon Folch fué sobre Villena, y tomada aquella ciudad, en una refriega que tuvieron con los moros junto á Saix, pueblo de aquella comarca, le mataron de una pedrada. No faltó quien dijese se le empleaba bien aquel desastre al que ayudó á los moros y estuvo de su parte en el tiempo de su prosperidad. Este fué el remate de la guerra y de la conquista muy afamada de Valencia. Mientras los aragoneses estuvieron ocupados en esta guerra, los navarros no se desmandaron en cosa alguna. Reinaba en aquella parte Teobaldo, conde de Campaña, como queda dicho; el obispo de Pamplona se Hamaba Pero Jimenez de Gazolaz, sucesor poco antes de Pedro Ramirez de Piedrola. Este Rey, con deseo de gloria y alabanza y por servicio de Dios, con la paz de que gozaba su reino, emprendió guerras extrañas y fuera de España. Fué así, que el rey Teobaldo y los condes Enrique de Bari, Pedro de Bretaña y Aimerico de Monforte se concertaron de pasar con sus huestes á la guerra de la Tierra-Santa. Apercebido el ejército y puestas las demás cosas á punto para un tan largo viaje, los ginoveses no les acudieron con la armada necesaria para su pasaje. Encamináronse forzosamente por tierra; pasaron por Alemaña y Hungría y Constantinopla y el estrecho de mar que se llama Bósforo Tracio. En Cilicia junto á las hoces y estrechuras del monte Tauro corrieron gran peligro, y perecieron muchos de los suyos á causa del gran número de turcos que sobre ellos cargaron, en tanto grado, que apenas la tercera parte de la gente que sacaron, y esos enfermos, mal parados, llegaron á la ciudad de Antioquía en aquellas partes de la Suria. El remate y efecto fué conforme y semejable á los principios y medios. Siempre en tierra de Palestina les fué mal. Dieron la vuelta para sus casas muy pocos. Tal fué la voluntad de Dios, tal el castigo que merecian los pecados. Los historiadores franceses ponen esta jornada del rey Teobaldo diez años adelante, cuando el rey san Luis de Francia pasó á aquella empresa, y en su compañía el rey ya dicho de Navarra. Contra esto hace que el arzobispo don Rodrigo al fin de su historia refiere esta jornada de Teobaldo, y no pudo alcanzar la de san Luis; que era ya muerto, y puso fin á su escritura cinco años, y no mas, despues deste año en que los de Aragon conquistaron á Valencia.

LIBRO DÉCIMOTERCIO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo muchos pueblos fueron ganados por los nuestros.

manda á los hombres, sino tambien del que tiene cuidado de los ganados, procurar el provecho y utilidad de aquellos cuyo gobierno tiene encomendado. Con este estilo y manera de proceder no cesaba de granjear la gracia y voluntades, así de los de Leon como de los castellanos. Llegó á Toledo, de donde envió suma de dinero á Córdoba, por tener aviso que los nuevos mòradores de aquella ciudad por falta de la labranza de los campos y por la dificultad de los tiempos padecian mengua de mantenimientos y por esta causa corrian peligro. Costaba una hanega de trigo doce maravedís, la hanega de cebada cuatro; lo cual en aquel tiempo se tenia por grandísima carestía. Fueron estos tiempos extraordinarios, pues sin duda se halla en las historias que el año siguiente de 1239 hobo dos eclipses del sol. El uno á 3 de junio, que fué viérnes, se escureció el sol á medio dia como si fuera de noche; eclipse que fué muy señalado. El segundo á 25 del mes de junio, como lo dice y lo afirma Bernardo Guidon, historiador de Aragon. Mas parece hobo engaño en este segundo eclipse, y no va conforme á los movimientos de las estrellas, pues no pudo caer la conjuncion de la luna y del sol en aquellos dias, sin la cual nunca sucede el eclipse del sol; ni aun la luna despues que se aparta del medio del zodiaco y de la línea ecliptica por do el sol discurre y en que es necesario estén las luminarias cuando hay eclipse (de que tomó el nombre de ecliptica) no torna á la misma antes de pasados seis meses, poco mas ó menos. Plinio señala en particular que el eclipse de la luna no vuelve antes del quinto mes, ni el del sol antes del seteno. Demás desto, fué aquel año desgraciado para Castilla por la muerte de dos varones muy escla

Los dos reyes de España don Jaime y don Fernando, como quier que antes fuesen esclarecidos y excelentes entre los demás por sus grandes virtudes y valor, comenzaron á ser mas nobles y afamados despues que ganaron á Córdoba y á Valencia. Los pueblos y las ciudades daban gracias inmortales á los santos por las cosas que dichosamente se habian acabado, trocaban en pública alegría el cuidado y congoja que tenian del suceso y remate de las guerras pasadas. Los capitanes y soldados con tanto mayor vigilancia ejecutaban la victoria y de todas maneras apretaban á los vencidos; recatábanse otrosí no les sucediese alguna cosa contraria y algun revés, ca no ignoraban que muchas veces despues de la victoria el suceso de las guerras se trueca y se muda todo en contrario. Los príncipes extranjeros, do era llegada la fama de tan grandes hazañas, con embajadas que enviaron daban el parabien de la buenandanza á los reyes y exhortaban á los nuestros que por el camino comenzado no dejasen de apretar á los moros que se iban á despeñar y acabar. Todavía por un poco de tiempo se dejaron las armas y se aflojó en la guerra á causa que el rey de Aragon concedió por un tiempo treguas á los moros, y poco despues paso á Mompeller. Asimismo el rey don Fernando en Búrgos se ocupaba en celebrar un su nuevo casamiento. Doña Berenguela con el cuidado que tenia, como madre, no estragase el Rey con deleites deshonestos el vigor de su edad en que estaba, dado que al juicio de todos no habia persona ni mas santa ni mas honesta que él, procuró se hiciese el dicho matrimo-recidos. Estos son don Lope de Haro, á quien sucedió nio. Doña Juana, hija de Simon, conde de Potiers, y de Adeloide, su mujer, nieta de Luis, rey de Francia, y de doña Isabel, hija de don Alonso el Emperador, vino traida de Francia para casalla con el rey don Fernando. Deste matrimonio nació don Fernando, por sobrenombre de Potiers, y sus hermanos doña Leonor y don Luis. El Rey, concluidas las fiestas y con deseo de visitar el reino, trujo á la nueva casada por las principales ciudades de Leon y de Castilla; visitaba con esto sus estados. Tenia costumbre de sentenciar los pleitos y oirlos y defender los mas flacos del poder y agravio de los mas poderosos. Era muy fácil á dar entrada á quien le queria hablar, y de muy grande suavidad de costumbres. Sus orejas abiertas á las querellas de todos. Ninguno por pobre, ó por solo que fuese, dejaba de tener cabida y lugar, no solo en el tribunal público y en la audiencia ordinaria, sino aun en el retrete del Rey le dejaban entrar. Entendia, es á saber, que el oficio de los reyes es mirar por el bien de sus súbditos, defender la inocencia, dar salud, conservar y con toda suerte de bienes enriquecer el reino, como sea, no solo del que

su hijo don Diego, y don Alvaro de Castro, por cuyo esfuerzo se mantuvieron los nuestros en el Andalucía. Este caballero, visto el aprieto en que se hallaban las cosas, se partió para Toledo á verse con el Rey, que con otros cuidados parecia descuidarse de lo que tocaba á la guerra. Concluido esto, ya que se volvia, en el mismo camino murió en Orgaz. A la sazon que don Alvaro se ausentó, cincuenta soldados, que quedaron de guarnicion en el castillo de Mártos, salieron dél á robar, y por su capitan Alonso de Meneses, pariente de don Alvaro. Alhamar, que en lugar de Abenhut nombraron por rey de Arjona, como entendiese lo que pasaba y la buena ocasion que se le ofrecia, puso cerco á aquel castillo. La mujer de don Alvaro, que dentro se hallaba, en aquel peligro tan de repente hizo armar á sus mujeres y criadas y que tirasen de los adarves piedras contra los moros y diesen muestra de que eran soldados. Con este ardid se entretuvieron hasta tanto que Alonso de Meneses y sus compañeros, avisados del peligro, acudieron luego. Era dificultosa la entrada en el castillo por tenelle los enemigos rodeado. Animó

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