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les Diego Perez de Vargas, ciudadano de Toledo, y por su órden apretado su escuadron y cerrado, pasaron por medio de sus enemigos con pérdida de pocos. Entrados en el castillo, fueron causa que se salvase, porque los que estaban cercados se animaron con su ayuda y con esperanza de mayor socorro que entendian les acudiria. El rey Moro, por salille vana su esperanza y forzado de no menos falta de vituallas, alzó el cerco. Pusieron estos negocios en gran cuidado al Rey, que consideraba cuántas fuerzas le faltaban por la muerte de dos capitanes tan señalados, cuánto atrevimiento habian cobrado los moros. Por esta causa desde Búrgos, donde era ido con intento de llegar dinero para la guerra, á grandes jornadas se partió para Córdoba. Llevó consigo á sus hijos don Alonso y don Fernando, mozos de excelentes naturales y de edad á propósito para tomar las armas. El padre, como sagaz, pretendia que los primeros principios y ensayes de su milicia fuesen en la guerra contra los infieles, enemigos de los cristianos. Pretendia otrosí con el uso de las armas despertar su esfuerzo y hacellos hábiles para todo. En el mismo tiempo el rey don Jaime fué á Mompeller para ver si podia juntar algun dinero de aquellos ciudadanos para la guerra; de que tenia no menos falta que la que en Castilla se padecia. Deseaba asimismo sosegar los moradores de aquella ciudad, que andaban divididos en bandos, castigando á los culpados: lo uno y lo otro se hizo. El rey moro Alhamar juntó á los demás estados que tenia el señorío de Granada con voluntad de aquellos ciudadanos; ciudad poderosa en armas y en varones y que por la fertilidad de sus campos no tiene mengua de cosa alguna. Este fué el principio del reino de Granada, que duró desde entonces hasta el tiempo y memoria de nuestros abuelos. En Murcia, por odio que tenian á Alhamar, los ciudadanos alzaron por su rey á uno llamado Hudiel; ocasion de que se comenzaron las enemistades graves y para aquella gente perjudiciales, que largo tiempo se continuaron entre aquellas dos ciudades. Los moros de Andalucía cansaban á los nuestros con rebates, valíanse de engaños y celadas sin querer venir á batalla. Al contrario, diversas compañías de soldados enviados por el rey don Fernando en tierra de los enemigos se apoderaban de castillos, pueblos y ciudades, cuando por fuerza, cuando por rendirse de su voluntad; en particular sujetaron al señorío de cristianos á Ecija, Estepa, Lucena, Porcuna, Marchena (los antiguos la llamaron Martia), Cabra, Osuna, Vaena. Los pueblos menores que se ganaron no se pueden contar, ni aun entonces se pudiera hacer cuando la memoria estaba fresca; parte dellos se dió á las órdenes de Santiago y de Calatrava y á los obispos que acompañaban al Rey para ellos y sus sucesores, parte tambien se entregaron en particular á los grandes y caballeros. Los moros por estas pérdidas cobraron tanto miedo cuanto nunca tuvieran antes. Un cierto moro, del linaje de los almohades, avisado en Africa del peligro que su gente corria, con esperanza de fundar un nuevo estado y deseoso de acaudillar las reliquias y fuerzas de los moros de España, pasó ultra mar. La voz era vengar por las armas la afrenta de su nacion y las injurias que se hacian á la religion de sus padres. Pudiera este acometimiento ser de consideracion, sino atajaran sus intentos la inteligencia de los nuestros y la buena dicha

del Rey, que le prendió y hobo á las manos; con qué industria ó en qué lugar no se escribe, ni aun refieren el nombre que el moro tenia, ni lo que dél se hizo ; en el caso no se duda. A Alhamar, rey de Granada, otorgó treguas por un año el rey don Fernando; con que gastados no menos de trece meses en aquella empresa y jornada, dió la vuelta á Toledo, do su madre y mujer le esperaban alegres con las victorias presentes. De allí pasó á Búrgos y trasladó la universidad de Palencia, que fundó el rey don Alonso, su abuelo, á la ciudad de Salamanca. Convidóle á hacer este trueco la comodidad del lugar, por ser aquella ciudad muy á propósito para el ejercicio de las letras. El rio Tórmes que por ella pasa la hace abundante; su cielo saludable y apacible; finalmente, proprio albergo de las letras y erudicion. Pretendia otrosí con este beneficio ganar las voluntades del reino de Leon, en que está Salamanca; y aun don Alonso, su padre, rey de Leon, los años pasados para que sus vasallos no tuviesen necesidad de ir á Castilla á estudiar, enderezó en aquella ciudad cierto principio de Universidad, pequeña á la sazon y pobre, al presente por el cuidado y liberalidad de don Fernando, su hijo, y mas adelante por la franqueza de don Alonso, su nieto, como de príncipe muy aficionado á los estudios y á las letras, se aumentó de tal suerte, que en ninguna parte del mundo hay mayores premios para la virtud ni mas crecidos salarios para los profesores de las ciencias y artes. Don Diego de Haro, señor de Vizcaya, primera y segunda vez, no se sabe la causa, pero anduvo por este tiempo alborotado; la blandura del rey don Fernando y su buena manera y el cuidado que en ello puso don Alonso, su hijo, le hicieron sosegase con dalle mayores honras y hacelles mas crecidas mercedes que antes, en que se tuvo consideracion a los servicios de sus antepasados; además que era mala sazon para ocuparse en alteraciones domésticas por la buena ocasion que se ofrecia de desarraigar el nombre y nacion de los moros de España. Sucedieron estas cosas el año de 1240; el cual año, no solo para Castilla fué dichoso, sino tambien señalado y de mucha devocion para los aragoneses, por el milagro que sucedió en el castillo de Chio. Por la ausencia del Rey, los soldados que quedaron de guarnicion en Valencia, salieron en compañía de Guillen Aguilon y de otros caballeros á correr y robar las tierras de moros. Cargaron sobre el territorio de Játiva y tomaron á Rebolledo de sobresalto. En aquellos montes estaba el castillo de Chio, como llave de un valle muy fresco y abundante. Pusićronse sobre él; los cercados con ahumadas apellidaron en su ayuda los moros de la comarca, que se juntaron en número de veinte mil, y asentaron sus reales á vista del castillo. Los cristianos eran pocos, mas valientes y animosos. Determinados de pelear con aquella morisma, con el sol se pusieron á oir misa, á que querian comulgar seis de los capitanes. En esto oyeron tal alarido en los reales por causa de los moros, que de repente los acometieron, que les fué forzoso, dejada la misa, acudir á las armas. El preste envolvió y escondió las seis formas consagradas en los corporales, que, vencidos los moros, hallaron bañados en la sangre que de las formas salió. Ganada la victoria, forzaron luego y abatieron aquel castillo. Los corporales se guardan en Daroca con mucha devocion. La bijuela en un convento

de dominicos de Carboneras, puesta allí por su fundador don Andrés de Cabrera, marqués de Moya, ca la hobo por el mucho favor que alcanzó con los Reyes Católicos. Vuelto el rey don Jaime, los moros se le querellaron de aquella entrada fuera de sazon, y él les hizo emienda de los daños. Verdad es que luego que espiraron las treguas, con mejor órden rompió por sus tierras, en que tomó el castillo de Bairén, puesto en un valle en que se da muy bien el azúcar y arroz, como en toda aquella campaña de Gandía; ganóse tambien Villena. Cercaron á Játiva, mas no se pudo tomar, si bien rindieron á Castellon, que está una legua solamente de aquella ciudad. Hallábase el rey don Jaime ocupado en esta guerra, con que pretendia desarraigar la morisma de aquella comarca toda, cuando otros mayores cuidados le hicieron alzar la mano para acudir á las cosas de Francia que le llamaban.

CAPITULO II.

Cómo el reino de Murcia se entregó.

Compuestas pues y ordenadas las cosas conforme al tiempo y al lugar en la una provincia y en la otra, es á saber, en Castilla y en Aragon, en un mismo tiempo el rey don Jaime trataba de la jornada de Francia, y el rey don Fernando de volver á la empresa de Andalucía. Sin embargo, una grande enfermedad, de que el rey don Fernando cayó en la cama, fué causa que no pudiese salir de Búrgos. Asidon Alonso, su hijo mayor, fué forzosamente enviado delante á aquella guerra, á causa que el tiempo de las treguas concertadas con el rey de Granada espiraba, y era menester acudir á los nuestros y que no les faltase el socorro necesario. Llegado don Alonso á Toledo, se le ofreció ocasion de otra cosa mas importante, y fué que los embajadores de Hudiel, rey de Murcia, venian á ofrecer en su nombre aquel reino con estas condiciones: que el rey Hudiel, recebido en la proteccion de los reyes de Castilla, fuese defendido por las armas de los nuestros de toda fuerza y agravio, así doméstico como de fuera, y en particular le ayudasen contra las fuerzas del rey Alhamar, al cual conocia no poder resistir bastantemente; que en tanto que él viviese, para sustentar su vida quedasen por él la mitad de las rentas reales. Estas condiciones parecieron al infante don Alonso muy aventajadas, y la fortuna, cierto Dios, ofrecia una buena ocasion de una grande empresa y prosperidad. Era menester apresurarse, porque si se detenia, todos ó la mayor parte no mudasen de parecer; tan grande es la inconstancia y mutabilidad que tiene la gente de los moros. Por esta causa sin esperar á dar parte á su padre, como á cosa cierta, se partió luego tras los embajadores que envió delante. Llegado, sin dificultad se apoderó de todo y puso guarniciones en el reino, que de su voluntad se le entregaba, en especial en el mismo castillo de la ciudad de Murcia. Los señores moros, conforme á la autoridad de cada uno, fueron premiados con señalalles ciertas rentas cada un año. La ciudad de Lorca, que de los antiguos fué llamada Eliocrota, la de Cartagena y Mula no quisieron sujetarse al señorío de los cristianos ni seguir el comun acuerdo de los demás. Era cosa larga usar de fuerza, y don Alonso no venia bien apercebido para hacer guerra como el que vino de paz; por esto,

contento con lo demás de que se apoderó, volvió por la posta á su padre, que ya convalecido, era llegado á Toledo, y alegre con tan buen suceso y deseoso de confirmar los ánimos de los moros en aquel buen propósito, determinó de pasar adelante y visitar en persona aquel nuevo reino. Hállase un privilegio suyo dado en Murciaal templo de Santa María de Valpuesta en aquella sazon. Desde allí fué necesario que el rey don Fernando y don Alonso, su hijo, volviesen á Búrgos por cosas que se ofrecian de grande importancia. En el mismo tiempo doña Berenguela, hija del Rey, se metió monja y consagró á Dios su virginidad en el monasterio de las Huelgas. Don Juan, obispo de Osma, le puso el velo sagrado sobre la cabeza, como era de costumbre. Don Jaime, rey de Aragon, se entretenia en Mompeller, donde despues de asentadas las cosas de Aragon, y dejando para el gobierno en su lugar á don Jimeno, obispo de Tarazona, era ido. Viniéronle á visitar los condes de la Proenza y de Tolosa; la voz y color era que estos príncipes querian hacer reverencia al Rey y visitalle; pero de secreto se trató que el conde de Tolosa hiciese divorcio con doña Sancha, tia del rey don Jaime. Es cosa ordinaria que ningun respeto ni parentesco es bastante para enfrenar á los príncipes cuando se trata del derecho de reinar. Doña Juana, como nacida de aquel matrimonio, por no tener hermanos varones, habia de llevar como en dote á don Alonso, su marido, conde de Potiers y hermano de Luis, rey de Francia, la sucesion del principado de su padre. Esto llevaba mal el rey don Jaime que á los franceses se les allegase un estado tan principal; buscaban algun color para que repudiada la primera mujer, el Conde se casase con otra, y por este órden tuviese esperanza de tener hijos varones. Era esto contravenir á lo concertado en Paris, como se dijo arriba. Acordóse que para este efecto y para prevenirse contra el poder de Francia los tres príncipes hiciesen liga entre sí; efectuóse y tomóse este asiento á 5 del mes de junio, año de 1241. En el mismo año, á 22 de agosto, murió Gregorio IX, pontifice romano. Sucedió Celestino IV, por cuya muerte, que fué dentro de diez y siete dias despues de su eleccion, Inocencio, cuarto deste nombre, natural de Génova, despues de una vacante de veinte meses se encargó del gobierno de la Iglesia romana. En tiempo destos pontifices, Hugon, fraile dominico y cardenal, natural de Barcelona, famoso por su mucha erudicion y letras, escribia largamente comentarios sobre los libros casi todos de la Escritura sagrada. Este famoso varon fué el primero que acometió, con ánimo sin duda muy grande, de hacer las concordancias de la Biblia, obra casi infinita; la cual traza puso en ejecucion y salió con ella ayudado de quinientos monjes. La diligencia de Hugon imitaron despues los hebreos y tambien los. griegos; con que no poco todos ayudaron los intentos de las personas dadas á los estudios y letras.

CAPITULO III.

Cómo el rey don Fernando partió para el Andalucía.

Entre tanto que en Francia pasaba lo que se ha dicho, en el Andalucía, concluido el tiempo de las treguas que se concertó, se hacia la guerra, ni con grande esfuerzo y pujanza por estar el rey don Fernando embarazado

en otros cuidados, ni con suceso alguno digno de memoria por la una ni por la otra parte. Bien que don Rodrigo Alfonso, por sobrenombre de Leon, hermano bastardo del rey Fernando, en una entrada que hizo en las tierras de Granada con intento de robar, quedó vencido en una pelea por los moros, que en mayor número se juntaron. Murieron en la pelea don Isidro, comendador de Mártos, que ya era aquella villa de los caballeros de Calatrava, y Martin Ruiz Argote con otras personas nobles y de cuenta y soldados en gran número; que fué una gran pérdida para los nuestros, así de gente como mengua de reputacion; por lo cual, mas que por la verdad y realidad de las cosas, se suelen gobernar los sucesos de la guerra. El rey Moro, ensoberbecido con esta victoria, talaba nuestras tierras sin que ninguno le fuese á la mano, mudada la fortuna de la guerra y trocado en atrevimiento el temor y miedo que los moros tenian antes. El rey don Fernando, avisado del peligro y del daño, mandó en Búrgos á su hijo don Alonso se apresurase para asegurar con su presencia el nuevo reino de Murcia, por estar él determinado de partirse para el Andalucía. Luego pues que llegó á Andújar, dió el gas10 á los campos de Arjona y de Jaen, ciudades que se tenian en poder de los moros. Arjona no mucho despues se ganó de los moros con otros pequeños lugares que se tomaron por aquella comarca. Desde allí envió el Rey á otro su hermano, don Alonso, señor de Molina, á lo mismo con un grueso ejército que le seguia, con que hizo entrada en los campos y tierra de Granada sin parar hasta ponerse sobre aquella ciudad. El rey don Fernando, por sospechar lo que podria suceder, á causa que de todas partes acudirian los moros á dar socorro á los cercados y con deseo de apretar el cerco, sobrevino él mismo con mayor golpe de gente. Con su venida y ayuda el ejército que acudió de los moros, aunque era muy grande, fué vencido en la pelea y desbaratado; pero no pudieron los nuestros ganar la ciudad por estar muy fortalecida, así por el sitio y baluartes como por la muchedumbre que tenia de los ciudadanos, especial que en el mismo tiempo vino aviso que los moros gazules, nombre de parcialidad entre aquella gente, tenian apretado á Mártos con cerco que le pusieron. Movido el Rey por esta nueva, envió adelante á don Alonso, su hermano, y al maestre de Calatrava para socorrer á los cercados, cuya venida no esperaron los moros. Pareció al Rey se había hecho lo que bastaba para conservar su reputacion con la rota que dieron al enemigo, no menor de la que los suyos antes recibieron, además que se les tomaron muchos lugares. Volvió con su ejército salvo á Córdoba, año de 1242. Don Alonso, su hijo, por otra parte se gobernaba en lo de Murcia, no con menor prosperidad, porque de los tres pueblos que se dijo no querian sujetarse á los cristianos, por fuerza hizo que Mula se rindiese á su voluntad. Dió otrosí el gasto á los campos de Lorca y de Cartagena y les hizo todo mal y daño, tanto, que perdido de todo punto el brio, trataban entre sí de entregarse. A Sancho Mazuelos por lo mucho que en esta guerra sirvió le dió el infante don Alonso la villa de Alcaudete, que está cerca de Bugarra, tronco y cepa de los condes de Alcaudete, asaz nobles y conocidos en Castilla. El Rey, venido el invierno, se fué al Pozuelo, do su madre doña Berenguela era llegada con deseo de velle y comunicalle algunas puri

dades por ser ya de muchos años y estar en lo postrero de su edad. Detúvose con ella y por su causa en aquel lugar cuarenta y cinco dias. Estos pasados, doña Berenguela se volvió á Toledo, el Rey á Andújar al principio del año de 1243; la Reina, su mujer, que le hacia compañía, se quedó en Córdoba. Las tierras de los moros debajo de la conducta del mismo rey don Fernando maltrataron los cristianos por todas partes, las de Jaen y las de Alcalá, por sobrenombre Benzaide; Illora fué quemada; llegaron con las armas basta dar vista á la misma ciudad de Granada. Don Pelayo Correa, maestre de Santiago, que acompañó al infante don Alonso en la guerra de Murcia y fué gran parte en todo lo que se hizo, por este tiempo pasó al Andalucía y persuadió al Rey, que dudoso estaba, con muchas razones pusiese cerco con todas sus fuerzas sobre la ciudad de Jaen, que tantas veces en balde acometieran á ganar; ofrecíanse grandes dificultades en esta demanda: dentro de la ciudad gran copia de hombres y de urinas y muchas vituallas, la aspereza del sitio y fortaleza de los muros, además que no era á propósito ei lugar para levantar máquinas y aprovecharse de otros ingenios de guerra. Está aquella ciudad puesta al lado de un monte áspero, tendida en largo entre levante y mediodía, es menos ancha que larga, tiene mucha agua y bastante por las fuentes perpetuas y muy frias de que goza, el rio Guadalquivir corre á tres leguas de distancia; los moros los años pasados para que sirviese de muy fuerte baluarte, la tenian proveida de municiones, soldados y de todas las cosas; ella por sí misma era de sitio muy áspero, las fortificaciones y soldados la hacian inexpugnable. Venció todo esto la autoridad y constancia de don Pelayo para que se pusiese cerco á aquella ciudad; proveyéronse todas las cosas necesarias, y el cerco se comenzó y apretó con todo cuidado, que en muchos dias y con muchos trabajos poco parecia se adelantaba. Sucedió que en Granada se alborotó la parcialidad y bando de los Oisimeles, gente poderosa. Corria aquel rey Moro por esta causa peligro de perder la vida y el reino; suspenso y congojado con este cuidado, deseaba buscar socorros contra aquellas alteraciones; ninguna cosa hallaba segura fuera de la ayuda de los cristianos. Acordó, con seguridad que le dieron, venir á los reales á verse con el rey don Fernando. Tuvieron su habla y trataron de sus haciendas. El Moro prometia que ayudaria al rey don Fernando y le serviria fuerte y lealmente, si le recibiese en su fe y proteccion, y en señal de sujecion de primera llegada le besó la mano. Tomóse con él asiento y hízose confederacion y alianza con estas capitulaciones: Jaen se rinda luego, las rentas reales de Granada se dividan en iguales partes entre los dos reyes, que llegaban por año en aquella sazon á ciento y setenta mil ducados; el rey Moro como feudatario todas las veces que fuere llamado sea obligado,á venir á las Cortes del reino; los mismos enemigos sean comunes á entrambos y tambien los amigos. Era cosa muy honrosa para el rey don Fernando que hombres de diversa religion hiciesen dél confianza y pretendiesen su amistad y compañía con tan ardiente deseo y partidos tan desaventajados. Con esto, hecha la confederacion, se rindió la ciudad; el Rey entró dentro con una solemne procesion. Mandó rehacer los muros, y limpiado el templo, procuró fuese consagrado á la

manera de los cristianos por don Gutierre, obispo de Córdoba; y para que la devocion y veneracion fuese mayor, le hizo catedral y puso proprio obispo en aquella ciudad. Sobre el tiempo en que se ganó Jaen no concuerdan los autores; los mas doctos y diligentes señalan el año 1243; los Anales de Toledo añaden á este cuento tres años, y señalan que se tomó mediado abril. Duró el cerco ocho meses; y aunque el invierno fué muy recio, siempre los nuestros perseveraron en los reales. En este año puso fin á su historia el arzobispo don Rodrigo, que dice fué de su pontificado el trigésimotercio. En el siguiente hallo que los catalanes y aragoneses anduvieron alborotados entre sí y contrastaron sobre los términos de cada uno de aquellos estados, porque entrambos pretendian que Lérida era de su jurisdiccion. Los aragoneses alegaban que sus tierras y sus aledaños llegaban hasta el rio Segre; los catalanes señalaban por término comun al rio Cinga. El rey don Jaime se mostraba mas aficionado á los catalanes, porque, dividido el reino, pretendia dejar á don Alonso, su hijo mayor, por heredero de Aragon, y el principado de Cataluña queria mandar á don Pedro, hijo menor y mas amado, habido en doña Violante, su segunda mujer. Nombraron jueces para que señalasen la raya y los términos, alegaron las partes de su derecho, finalmente, cerrado el proceso en unas Cortes que se juntaron en Barcelona, dió el Rey sentencia en favor de los catalanes, á cuyo principado adjudicó todo aquel pedazo de tierra que ciñen los rios Segre y Cinga, resolucion que ofendió los ánimos de don Alonso, su hijo, y de muchos señores de Aragon y aun de los catalanes. Lo que principalmente les daba disgusto era que, dividido el reino en partes, era necesario se enflaqueciesen las fuerzas de los cristianos. Por esto el infante don Alonso claramente se apartó de su padre, y sentido dél se estaba en Calatayud y con él los que seguian su voz. Estos eran don Fernando, tio del Rey, abad de Montaragon, don Pedro Rodriguez de Azagra, don Pedro, infante de Portugal, y otras personas principales y de grandes estados, de la una nacion y de la otra, aragoneses y catalanes, que á todos comunmente alteraba aquella novedad y acuerdo del Rey muy errado.

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CAPITULO IV.

Que don Sancho, rey de Portugal, fué echado del reino.

Los portugueses andaban divididos en bandos y alterados con revueltas domésticas y alborotos por la ocasion que se dirá. Don Sancho, segundo deste nombre, llamado Capelo, de la forma y sombrero de que usaba, tenia aquel reino, que gobernó al principio no de todo punto mal, porque se halla que trabajó los moros comarcanos con guerras y que hizo donacion á los caballeros y órden de Santiago de Mertola y otros Jugares que ganó á los moros; en lo demás fué de condicion tan mansa, que parece degeneraba en descuido y flojedad. Su mujer doña Mencía, hija de don Lope de Haro, señor de Vizcaya, en tanto grado se apoderó de su marido, que no parecia ser ni ella mujer, sino rey, ni él príncipe, sino ministro de los antojos de la Reina. Con ella en privanza y autoridad podian mucho los que menos de todos debieran, con estos so

los comunicaba sus consejos y puridades; sin ellos ni en la casa real ni fuera della se hacia cosa que de algun momento fuese. Por el antojo y para sus aprovechamientos destos daba el Rey las honras y cargos, perdonaba los delitos y el castigo las mas veces, sin saber lo que se hacia ni ordenaba. Esto acarreó al Rey su perdicion, como suele acontecer que los excesos de los criados redundan en daño de sus príncipes y señores, y tambien al contrario. Los grandes llevaban mal que la república se gobernase por voluntad y consejo de hombres bajos y particulares. Tratado el negocio entre sí, pretendieron lo primero que aquel matrimonio se apartase con color de parentesco y porque la Reina era estéril. Propúsose el negociado al romano Pontífice; personas religiosas otrosí acometieron á poner sobre el caso escrúpulo al Rey, que, fuera de ser descuidado, no era persona de mala conciencia. No aprovechó cosa alguna esta diligencia por no ser fácil negociar con el Papa y estar el Rey de tal manera prendado con los halagos de la Reina, que el vulgo entendia y decia que le tenia enhechizado y fuera de sí; dado que el ánimo prendado del amor no tiene necesidad de bebedizos para que parezca desvariar. Tenia don Sancho un hermano menor que él, de excelente natural, por nombre don Alonso, casado con Matilde, condesa de Boloña, en Francia. Acordaron los grandes de Portugal que los obispos de Braga y de Coimbra fucsen á informar al pontífice Inocencio sobre el caso, el cual en este tiempo, con deseo de renovar la guerra sagrada de la Tierra-Santa, celebraba concilio en Leon de Francia. Avisado el Pontífice de lo que pasaba y de las causas de la embajada que traian de tan léjos, sin embargo no pudieron alcanzar que don Sancho fuese echado del reino; solamente les concedió que su hermano don Alonso en su nombre, en tanto que viviese, los gobernase. De que hay una carta decretal del mismo Inocencio á los grandes de Portugal con data deste mismo año, que es el capítulo segundo de supplenda negligentia prælatorum, en el libro sexto de las Epistolas decretales. Don Alonso acudió primero á verse con el Pontífice; tras esto juró en Paris las leyes y condiciones que entre los principales de su nacion tenian acordadas, que en sustancia eran miraria por el bien público y pro comun. Hecho esto, pasó á Portugal. Los nobles le estaban aficionados; del Rey poca resistencia se podia temer, y poca esperanza tenian de su emienda. Asi, sin dilacion y sin que ninguno le fuese á la mano, se apoderó de todo. De que todavía resultaron nuevas reyertas, en que anduvieron tambien revueltos los reyes de Castilla don Fernando y don Alonso, su hijo. Lo primero el rey don Sancho se retiró á Galicia, donde la Reina estaba, forzada á huir de la misma tempestad; despues, como quier que lo que pretendia de ser restituido en el reino no le sucediese, se fué á Toledo al rey don Alonso, que á la sazon sucediera á don Fernando, su padre. Pensó recobrar el reino con las fuerzas de Castilla. Impidió sus trazas la diligencia de don Alonso, su hermano, que prometió, repudiada la primera mujer, casarse con doña Beatriz, hija bastarda del rey don Alonso, y salia á pagar tributo y parias por el reino de Portugal cada un año, segun que antiguamente se acostumbraba. Esta comodidad prevaleció contra lo que parecia mas honesto y justificado. Allegóse el de

creto del Pontífice, que dió sentencia por don Alonso y le juzgó por libre del primer matrimonio. Tomado este asiento, sin dilacion las nuevas bodas se celebraron. El dote fueron ciertos lugares en aquella parte de Portugal por do el rio Guadiana desagua en el mar, que poco antes desto por las armas de Castilla se conquistaran de los moros, y los portugueses pretendian que eran de su conquista y que les pertenecian. Algunos entienden que desta ocasion la tomaron los reyes de Portugal de añadir á las armas antiguas y á las quinas por orla los castillos que hoy se pintan en sus escudos. El rey don Sancho, perdida toda la esperanza de recobrar su reino, pasó lo demás de su vida en Toledo, con rentas que el rey de Castilla liberalmente le señaló para sustentar su casa y corte. Muerto, le hicieron houras como á rey, y su cuerpo sepultaron en la misma iglesia mayor y en el mismo lugar en que el emperador don Alonso y don Sancho, su hijo, detrás del altar mayor, estaban enterrados. Del tiempo en que murió no concuerdan los autores; quién dice que trece años adelante del en que la historia va, y que tuyo nombre de Rey por espacio de treinta y cuatro años, primero con poca autoridad, despues con ningana, por haberle quitado su estado; otros que solos tres años, que tengo por mas acertado. A la sazon que don Sancho falleció tenia don Alonso cercada á Coimbra, ca se mantenia todavía en la fe del rey don Sancho apretábala grandemente; los cercados, aunque tenian grande falta de todas las cosas, obstinadamente perseveraban en su propósito. Flectio, alcaide de la fortaleza y gobernador de la ciudad, avisado de la muerte de don Sancho, su señor, y no se asegurando de todo punto fuese verdad, pidió licencia de ir á Toledo para informarse mejor de lo que pasaba. Diósela don Alonso de buena gana, y entre tanto hicieron treguas con los cercados. Flectio, llegado á Toledo y sabida la verdad, abierto el sepulcro del Rey muerto, le puso en las manos las llaves de Coimbra, con estas palabras que le dijo. «En tanto, Rey y señor, que entendi érades vivo, sufrí extremos trabajos, sustenté la hambre con comer cueros, bebí urina para apagar la sed; los ánimes de los ciudadanos que trataban de rindirse animé y conforté para que sufriesen todos estos males. Todo lo que se podia esperar de un hombre leal y constante, y que os tenia jurada fidelidad he cumplido. Al presente que estais muerto, yo vos entrego las llaves de vuestra ciudad, que es el postrer oficio que puedo hacer; con tanto, habida vuestra licencia, avisaré á los ciudadanos que he cumplido con el debido homenaje, que pues sois fallecido, no hagan mas resistencia á don Alonso, vuestro hermano.» Lealtad y constancia digna de ser pregonada en todos los siglos, loa propria de la sangre y gente de Portugal.

CAPITULO V.

Principio de la guerra de Sevilla.

Con el concierto que el rey don Fernando hizo con el de Granada comenzó á tener grande esperanza de apoderarse de la ciudad de Sevilla. Quinientos caballos ligeros, debajo de la conducta del mismo rey de Gra→ nada, fueron delante en tanto que se apercebia lo demás para talar los campos de Carmona, que fué an

tiguamente pueblo muy principal. Alcalá, por sobrenombre Guadaira, á persuasion del rey de Grana la se rindió. Desde allí un grueso escuadron pasó á Sevilla y puso fuego á las mieses, que ya estaban sazonadas, á las viñas y olivares, que tiene muy principales; de tal manera, que por todo aquel campo se veian los fuegos y humo con que las heredades y cortijos se quemaban. Iba por capitan desta gente don Pelayo Correa, maestre de Santiago. Otro buen golpe de soldados maltrataba de la misma manera y hacia los mismos daños en los campos de Jerez; los capitanes, el rey de Granada y el maestre de Calatrava. El mismo rey don Fernando se quedó en Alcalá de Guadaira con intento de proveer todo lo necesario y acudir á todas partes. Lo que principalmente pretendia era no aflojar en la guerra, porque no tuviese el enemigo tiempo y comodidad de fortificarse; que fué causa de no poderse hallar á las honras y enterramiento de doña Berenguela, su madre, que falleció por el mismo tiempo. Siguióse la muerte de don Rodrigo, arzobispo de Toledo; quién dice á 9 dias del mes de agosto del año de 1245, quién del año 1247, á 10 de junio, con lo cual va el letrero de su sepulcro. Hace maravillar que en fallecimiento de persona tan señalada no recuerden los autores ni las memorias, sia que se pueda averiguar la verdad. Ambas muertes fueron sin duda en grave daño de la república por las señaladas virtudes que en ellos resplandecian. La Reina era de grande edad; don Rodrigo, demás de estar muy apesgado con los años, se hallaba quebrantado con muchos trabajos, en especial de un nuevo viaje que hizo últimamente á Leon de Francia, do se celebraba el Concilio lugdunense. Pretendia, demás de hallarse en el Concilio y acudir á las necesidades universales de la Iglesia, allanar á los aragoneses en lo tocante á su primacía. Los años pasados los prelados de aquella corona en un Concilio valentino provincial publicaron una constitucion, en que mandaban que el arzobispo de Toledo no llevase guion delante en aquella su provincia, pena de entredicho al pueblo que lo consintiese. Don Rodrigo en cierta ocasion, por el derecho de su primacía, continuó á llevar su cruz delante alzada, como lo tenia de costumbre. Don Pedro de Albalate, arzobispo de Tarragona, principal atizador de aquella constitucion y de todo este pleito, le declaró por descomulgado y transgresor de aquel su decreto. Acudieron á Gregorio IX, sumo pontifice, que pronunció sentencia por Toledo y en favor de su primacía. No acababan de rendirse los de Aragon, que fué la causa de emprender en aquella edad jornada tan larga, á lo que yo entiendo. Concluidos los negocios, en una barca por el Ródano abajo daba la vuelta, cuando le salteó una dolencia, de que falleció en Francia. Su cuerpo, segun que él lo dejó dispuesto, trajeron á España y le sepultaron en Huerta, monasterio de bernardos, á la raya de Aragon. Junto al altar mayor se ve su sepulcro con un letrero en dos versos latinos, grosero asaz como de aquel tiempo y sin pricuyo sentido es:

mor,

NAVARRA ME ENGENDRA, CASTILLA ME CRIA;

MI ESCUELA PARIS, TOLEDO ES MI SILLA;

EN HUERTA MI ENTIERRO ; TÚ AL CIELO, ALMA, GUIA.

Su cuerpo murió, la fama de sus virtudes durará por

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