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muchos siglos. Fundó en su iglesia doce capellanías para mayor servicio del coro y con cargo de misas que se le dicen. Sucedióle don Juan, segundo deste nom bre entre aquellos arzobispos. Hállanse papeles en que le llaman don Juan de Medina, creo por ser natural de aquella villa. Por el mismo tiempo don Ramon, conde de la Proenza, pasó desta vida, muy digno de loa por el amor que tuvo á las letras y aficion á la poesía. Solo se nota en él una señalada ingratitud de que usó con Romeo, mayordomo de su casa, cuya industria, con buenos medios, hizo que valiesen al tresdoble las rentas de aquel estado; mas como á la virtud acompaña la envidia, fué acusado y forzado á que diese cuenta del recibo y del gasto. Hizosele el cargo, dió su descargo; y conocida su fidelidad, se partió como peregrino con su bordon y talega, como al principio vino de Santiago, sin que jamás se pudiese entender quién era ni dónde se fué. De cuatro hijas que tuvo don Ramon, Margarita casó con san Luis, rey de Francia; Leonor con Enrique, rey de Ingalaterra; Sancha con Ricardo, hermano del dicho Enrique; Cários, conde de Anjou, casó con doña Beatriz; con la cual, dado que era la menor de todas, por la grande aficion que le tenian los proenzales y con la ayuda que le dió Luis, rey de Francia, su hermano, por la muerte de su suegro heredó aquel principado. En este medio el rey don Fernando se tenia en Córdoba con resolucion de combatir & Sevilla y cercalla con todas sus fuerzas; envió á Ramon Bonifaz, ciudadano de Búrgos, muy ejercitado en las cosas de la mar, para que en Vizcaya pusiese á punto una armada por la comodidad de los bosques, y ser los de aquella nacion señalados en la industria y ejercicios de navegar. En tanto que esta armada se aprestaba, puso el cerco sobre Carmona con la mas gente que pudo, el año 1246, poco mas o menos, villa fuerte y que estaba apercebida para todo lo que podia suceder, fortificada contra los enemigos de muros, municionada de armas, fuerzas y vituallas; no la pudieron tomar, solamente la forzaron á pagar de presente la cantidad de dineros que le fué impuesta, y para adelante las parias que se señalaron cada un año. Constantina, Reina, Lora, pueblos que antiguamente se llamaron el primero Iporcense municipium, el segundo Regina, el tercero Ajalita, sin estos Cantillana y Guillena se ganaron unos por fuerza, otros se rindieron por su voluntad. Reina fué dada al órden de Santiago, Constantina á la ciudad y ayuntamiento de Córdoba, Lora á los caballeros de San Juan. Todo sucedia prósperamente á los nuestros; solo se recelaban del rey de Aragon no les fuese impedimento en aquella tan buena ocasion, por estar desgustado contra el infante don Alonso, que residia en el reino de Murcia. Pretendia el Aragonés que el Infante no guardaba los términos y la raya de la conquista de aquellos reinos que antiguamente señalaron. Temíase alguna revuelta por esta causa. Algunas personas principales y de autoridad, que para concertar esto señalaron de la una y de la otra parte, buscaban aigun camino para componer estas diferencias. Pareció el mejor que don Alonso casase con doña Violante, hija del rey don Jaime; partido y traza que venia á cuento á ambas naciones y provincias, que tan grandes reyes se trabasen de nuevo entre sí con vinculo de parentesco. Moviéronse estas

pláticas, vinieron en ello las partes, las bodas se celebraron en Valladolid por el mes de noviembre con aparato real y toda muestra de alegría, puesto que el rey don Fernando no se halló presente. El cuidado que tenia de la guerra de Sevilla le impidió, que pretendia hacer con tanto mayor ánimo, que Ramon Bonifaz con una armada de trece naves que puso á punto en Vizcaya, costeadas aquellas marinas y doblado el Cabo de Finisterrae, aportó á la boca de Guadalquivir por la parte que descarga en la mar. Venció otrosí allí en una batalla naval la armada de los enemigos. Los moros de Tánger y Ceuta habian concurrido para socorrer á Sevilla, avisados de la venida de los nuestros. Salieron pues con sus bajeles del puerto, que llegaban á número de veinte entre galeras y naves; pelearon con gran porfía; los de Africa no reconocian mucha ventaja á los de Vizcaya, por ser hombres de guerra, ejercitados en las armas, y que sobrepujaban en el número de la armada. Los vizcaínos, confiados en la ligereza de sus navíos y en la destreza de los pilotos, burlaban los acometimientos de los enemigos, y cuando hallaban ocasion de venir á las manos, aferraban con sus naves y pasaban muchos dellos á cuchillo; tres naves de los moros se tomaron, dos echaron á fondo, á una pusieron fuego, las demás fueron forzadas á huir. Envió el Rey en socorro de su armada buen número de caballos, movido por el peligro de los suyos; pero ¿qué podian prestar? Antes que llegasen á la ribera tenian los nuestros desbaratados los enemigos y ganada la victoria. Tanto mas creció el deseo que todos tenian de acometer aquella empresa, en particular el Rey, dejados los demás cuidados aparte, solo en este pensamiento dias y noches se ocupaba.

CAPITULO VI.

Que en Aragon se puso entredicho general.

A esta sazon en Aragon estaba puesto entredicho y tenian cerrados todos los templos de la provincia; triste silencio y suspension del culto divino, castigo de que los pontífices suelen usar contra los excesos de los príncipes y para curallos, como el postrero remedio, saludable á las veces y eficaz medicina como entonces aconteció. Fué así, que don Jaime, rey de Aragon, cuando era mas mozo, tuvo conversacion con doña Teresa Vidaura, la cual le puso pleito delante del romano Pontífice y le pedia por marido; alegaba la palabra que le dió, contra la cual no se pudo con otra casar. No tenia bastantes testigos para probar aquel matrimonio por ser negocio clandestino. Así, se dió sentencia en el pleito contra doña Teresa y en favor de la reina doña Violante. Solo el obispo de Girona, á quien hay fama de secreto le comunicó el Rey toda esta puridad, no se sabe con qué intento, pero en fin, dió aviso al pontífice Inocencio IV que el Rey no hacia lo que debia en no guardar la palabra que tenia dada; que el postrer matrimonio se debia apartar como inválido, y parecia justo que doña Teresa fuese tenida por verdadera mujer; que el Rey se lo habia así confesado en secreto, y su conciencia no sufria que con tan grande pecado dejase enredar al Rey, al pueblo y á sí mismo si callaba, de que resultasen despues graves castigos; que esto le avisaba por aquella carta escrita en cifra para que en todo se

reconciliar al Rey con la Iglesia, que se hizo el mes siguiente á 19 de octubre. En Lérida con solemne ceremonia fué el Rey absuelto de las censuras en que incurrió por aquel caso. Del obispo de Girona no refieren mas de lo dicho, ni aun declaran qué nombre tuvo. De los archivos y becerro del monasterio benifaciano se tomó todo este cuento; dado que los mas de los historiadores no hicieron dél mencion, pareció no pasalle en silencio. El lector le dé el crédito que la cosa misma merece. De aquí sin duda y destos papeles se tomó ocasion para la fama que vulgarmente anduvo deste Rey y anda sobre este caso.

guardase mas recato. Ninguna cosa se pasa por alto á los príncipes, por ser ordinario que muchos con derribar á otros por medio de acusaciones verdaderas ó falsas y de chismes pretenden alcanzar el primer lugar de privanza y de poder en los palacios de los reyes. Pues como el Rey tuviese aviso que en Roma, mudados de parecer, ordinariamente favorecian la causa de doña Teresa, y que el Pontifice manifiestamente se inclinaba á lo mismo, quier fuese que le dieron aviso del que le descubrió, ó que por su mala conciencia sospechase lo que era, hizo venir al obispo de Girona á la corte. Venido, luego que le tuvo en su presencia, le mandó cortar la lengua; cruel carnicería y torpe venganza de un desórden con otro mayor, y con nueva impiedad colmar el pecado pasado; si bien el Obispo era merecedor de cualquier daño, si descubrió el sigilo de la confesion y la religion de aquel secreto; cosa que nunca se permite. Luego que el pontífice Inocencio, que á la sazon en Leon celebraba un concilio general, como poco antes se dijo, fué avisado de lo que pasaba, cuánto dolor hava concebido en su ánimo, con cuán grandes llamas de saña se abrasase, no hay para qué declarallo; basta decir que puso entredicho en todo el reino, como de ordinario los excesos de los príncipes se pagan con el daño de la muchedumbre y de los particulares, y al Rey declaró públicamente por descomulgado. Conoció el Rey su yerro, y por medio de Andrés Albalate, obispo de Valencia, que envió por su embajador sobre el caso, pidió humilmente penitencia y absolucion. Decia que le pesaba de lo hecho; pero pues no podia ser otra cosa, que como padre y pontífice diese perdon á su indignacion, la cual fué si no justa, á lo menos arrebatada; que estaba presto á satisfacer con la pena y penitencia que fuese servido imponerle. Oida la embajada, el Pontífice envió por sus embajadores al obispo de Camarino y á Desiderio, presbítero, para que en Aragon se informasen de todo lo que pasaba. Dióles otrosí poder muy lleno de reconciliar al Rey con la Iglesia, si les pareciese que su penitencia lo merecia. Hízose en Lérida junta de obispos y de señores; halláronse en particular presentes los obispos de Tarragona, de Zaragoza, de Urgel, de Huesca, de Elna. En presencia destos prelados el Rey, puestas en tierra las rodillas, despues de una grave reprehension que se le dió, fué absuelto de aquel exceso. La penitencia fué que acabase á sus expensas de edificar el monasterio benifaciano, que con advocacion de Nuestra Señora en los montes de Tortosa veinte años antes desto, luego que se tomó el pueblo de Morella se comenzara, y se editicaba poco á poco, y acabada la fábrica, le diese de renta para en cada un año docientos marcos de plata, con que los monjes del Cistel se pudiesen sustentar en el dicho monasterio. En Valencia tenian comenzado á edificar un hospital para albergar los pobres y peregrinos. A este hospital señalaron mayores rentas, es á saber, seiscientos marcos de plata cada un año, con que los pobres y peregrinos se sustentasen, y juntamente algunos capellanes para que dijesen misa y ayudasen al buen tratamiento y regalo de los pobres. Añadióse á esto que en Girona, en la iglesia mayor fundase una capellanía para que perpetuamente se hiciesen sacrificios y sufragios por el Rey y por sus sucesores. El Pontífice expidió su bula á los 22 de setiembre, año de 1246, en que da poder a los dos nuncios para

CAPITULO VII.

Que Sevilla se ganó.

En lo postrero de España, hacia el poniente, está asentada Sevilla, cabeza del Andalucía, noble y rica ciudad entre las primeras de Europa, fuerte por las murallas, por las armas y gente que tiene; los edificios públicos y particulares á manera de casas reales son en gran número, la hermosura y arreo de todos los ciudadanos muy grande. Entre la ciudad, que está á mano izquierda, y un arrabal llamado Triana pasa el rio Guadalquivir acanalado con grandes reparos y de hondo bastante para naves gruesas, y por la misma razon muy á propósito para la contratacion y comercio de los dos mares Océauo y Mediterráneo. Con una puente de madera fundada sobre barcas se junta el arrabal con la ciudad y se pasa de una parte á otra. En la ciudad está la casa real en que los antiguos reyes moraban; en el arrabal un alcázar de obra muy firme, que mira el nacimiento del sol. Una torre está levantada cerca del rio, que por el primor de su edificio la llaman de Oro vulgarmente. Otra torre edificada de ladrillo, que está cerca de la iglesia mayor, sobrepuja la grandeza de las demás obras por ser de sesenta varas en ancho y cuatrotanto mas alta; sobre la cual se levanta otra torre menor, pero de bastante grandeza, que al presente de nuevo está toda blanqueada y al rededor adornada de variedad de pinturas, hermosas á maravilla á los que la miran. ¿Qué necesidad hay de relatar por menudo todas las cosas y grandezas desta ciudad tan vaga y llena de primores y grandezas? Hay en la ciudad en este tiempo mas de veinte y cuatro mil vecinos, divididos en veinte y ocho parroquias ó colaciones. La primera y principal es de Santa María, que es la iglesia mayor, con el cual templo en anchura de edificio y en grandeza ninguno de toda España se le iguala. Vulgarmente se dice de las iglesias de Castilla: la de Toledo la rica, la de Salamanca la fuerte, la de Leon la bella, la de Sevilla la grande. Tiene su fábrica de renta treinta mil ducados en cada un año, la del Arzobispo llega á ciento y veinte mil, las calongías y dignidades, así en número como en lo demás, responden á esta grandeza. Los campos son muy fértiles, llanos y muy alegres por todas partes, por la mayor parte plantados de olivas, que en Sevilla se dan muy bien, y el esquilmo es muy provechoso; de alli se llevan aceitunas adobadas, muy gruesas, de muy buen sabor, á todas las demás partes. El trato es tan grande y la granjería tal, que en los olivares llamados Ajarafe, en tiempo de los moros se contaban cien mil, parte cortijos, parte trapiches ó molinos de aceite; y dado que

curaban diligentemente no se recibiese algun daño por la parte que tenian á su cargo. Señalábanse, entre los demás, don Pelayo Correa, maestre de Santiago, y don Lorenzo Suarez, cuyo esfuerzo y industria en todo el tiempo deste cerco fué muy señalada, sobre todos Garci Perez de Vargas, natural de Toledo, de cuyo esfuerzo se refieren cosas grandes y casi increibles. Al principio del cerco, á la ribera del rio, do tenian soldados de guarda para reprimir los rebates y salidas de los moros, Garci Perez y un compañero, apartados de los demás, iban no sé á qué parte; en esto al improviso ven cerca de sí siete moros á caballo; el compañero era de parecer que se retirasen; replicó Garci Perez que, aun

parece gran número, la autoridad y testimonio de la historia del rey don Alonso el Sabio lo atestigua. El nú mero de extranjeros y muchedumbre de mercaderes que concurren es increible, mayormente en este tiempo, de todas partes á la fama de las riquezas, que por el trato de las Indias y flotas de cada un año se juntan allí muy grandes. El rey don Fernando tenia por todas estas causas un encendido deseo de apoderarse desta ciudad; así por su nobleza como porque, ella tomada, era forzoso que el imperio de los moros de todo punto menguase, tanto mas, que los aragoneses con gran gloria y honra suya se habian apoderado de Valencia, de sitio muy semejante y no de mucho menor número de ciudadanos. El rey de Sevilla, por nombre Ajatafe, no ig-que se perdiese, no pensaba volver atrás ni con torpe

noraba el peligro que corrian sus cosas; tenia juntados socorros de los lugares comarcanos, hasta desde la misma Africa, gran copia de trigo traida de los lugares comarcanos, proveídose de caballos, armas, naves y galeras, determinado de sufrir cualquier afan antes de ser despojado del señorío de ciudad tan principal. El rey don Fernando juntaba asimismo de todas partes gente para aumentar el ejército que tenia, trigo y todos los mas pertrechos que para la guerra eran necesarios. La diligencia era grande, por entender que duraria mucho tiempo y seria muy dificultosa, y para que ninguna cosa necesaria falleciese á los soldados. En Alcalá por algun tiempo se entretuvo el rey don Fernando; pasada ya gran parte y lo mas recio del verano, movió con todas sus gentes, púsose sobre Sevilla y comenzó á sitialla á 20 del mes de agosto, año de nuestra salvacion de 1247; los reales del Rey se asentaron en aquella parte que está el campo de Tablada tendido á la ribera del rio, mas abajo de la ciudad. Don Pelayo Perez Correa, maestre de Santiago, de la otra parte del rio hizo su alojamiento en una aldea, llamada Aznalfarache; caudillo de gran corazon y de grande experiencia en las armas. Pretendia hacer rostro á Abenjafon, rey de Niebla, que con otros muchos moros estaba apoderado de todos los lugares por aquella parte; tanto mayor era el peligro, las dificultades; pero todo lo vencia la constancia y esfuerzo deste caballero. El Rey barreaba sus reales; los moros, con salidas que hacian de la ciudad, pugnaban impedir las obras y fortificaciones. Hobo algunas escaramuzas, varios sucesos y trances, pero sin efecto alguno digno de memoria, sino que los cristianos las mas veces llevaban lo mejor y forzaban á los enemigos con daño á retirarse á la ciudad. Por el mar y rio se ponia mayor cuidado para impedir que no entrasen vituallas. Los soldados que tenian en tierra hacian lo mismo, y velaban para que ninguna de las cosas necesarias les pudiesen meter por aquella parte. Muchos escuadrones asimismo salian á robar la tierra; talaban los frutos que hallaban sazonados, el vino y el trigo todo lo robaban. Carmona, que está á seis leguas, forzada por estos males, como seis meses antes lo tenian concertado, sin probar á defenderse ni pelear se rindió, con tanto mayor maravilla, que los bárbaros pocas veces guardan los asientos. No se descuidaban los moros ni se dormian; el mayor deseo que tenian era de quemar nuestra armada, cosa que muchas veces intentaron con fuego de alquitran, que arde en la misma agua. La vigilancia del general Bonifaz hacia que todos estos intentos saliesen en vano, y cada cual de los capitanes por tierra y por mar pro

huida dar muestra de cobardía. Junto con esto, ido el compañero, toma sus armas, cala la visera y pone en el ristre su lanza; los enemigos, sabido quien era, no quisieron pelear. Caminado que hobo adelante algun tanto, advirtió que al enlazar la capellina y ponerse la celada se le cayó la escofia; vuelve por las mismas pisadas á buscalla. Maravillóse el Rey, que acaso desde los reales le miraba, pensaba volvia á pelear; mas él, tomada su escofia, porque los moros todavía esquivaron el encuentro, paso ante paso se volvió sano y salvo á los suyos por el camino comenzado. Fué tanto mayor la honra y prez deste hecho, que nunca quiso declarar quién era su compañero, si bien muchas veces le hicieron instancia sobre ello; á la verdad, ¿á qué propósito con infamia ajena buscar para sí enemigo y afrenta para su compañero sin ninguna loa suya? Como quier que al contrario con el silencio demás del esfuerzo dió muestra de la modestia y noble término de que usaba. Entre tanto que con esta porfía se pelcaba en Sevilla, el infante don Alonso, hijo del rey don Fernando, intentó de apoderarse de Játiva en el reino de Valencia, convidado por los ciudadanos. Tomó á Enguerra, pueblo en tierra de Játiva, que se le entregaron los moradores. Cuauto cada uno alcanza de poder, tanto derecho se atribuye en la guerra. El rey-don Jaime, avisado de los intentos del infante don Alonso y alterado, como era razon, se apoderó de Villena y de seis pueblos comprehendidos en el distrito de Castilla, por dádivas que dió al que los tenia á cargo. Demás desto, en la misma comarca, principio del año 1248, tomó de los moros otro pueblo llamado Bugarra. Destos principios parecia que los disgustos pasarian adelante y pararian en alguna nueva guerra que desbaratase la empresa de Sevilla y acarrease otros daños. Don Alonso, como quier que era de condicion sosegada; se determinó de tratar en presencia con el rey de Aragon y resolver todas estas diferencias, y para esto se juntaron á vistas y habla en Almizra, pueblo del rey de Aragon. Allí por medio dela reina de Aragon, y por la buena industria de don Diego de Haro y otros grandes que se pusieron de por medio se compuso esta diferencia; con que de una y de otra parte se restituyeron los pueblos que injustamente tomaron, y se señaló la raya de la jurisdicion y conquista de ambas las partes. Quedaron en particular en virtud desta concordia por el reino de Murcia Almansa, Sarasulla y el mismo rio Cabriolo; por los de Valencia Biara, Sajona, Alarca, Finestrato. Asentadas las cosas desta manera, los príncipes se despidieron. El rey don Jaime revolvió luego contra Játiva, envió delante sus

gentes con intento de cercalla; apoderóse finalmente della, pasada ya gran parte del verano, por entrega que hicieron los mismos ciudadanos. Está asentada esta ciudad en un sitio asaz apacible á la parte que el rio Júcar entra en el mar; su campiña muy fértil y fresca, la tierra muy gruesa. El infante don Alonso y en su compañía don Diego de Haro se apresuraron para hallarse en el cerco de Sevilla. Alhamar, ese mismo rey de Granada, vino á juntarse con el rey don Fernando, acompañado de buen número de soldados, en tiempo sin duda muy á propósito, en que los soldados cristianos, cansados de la tardanza y con la dificultad de aquella empresa, comenzaban á tratar de desamparar los reales y las banderas, además de las enfermedades que sobrevinieron y los tenian muy amedrentados. Era pasado el invierno sin hacer efecto de algun momento. El misino Rey, aquejado de tantos trabajos y de las dificultades que se ofrecian muy grandes, dudaba si alzaria el cerco, ó esperaria que las cosas se encaminasen mejor y el remate fuese mas apacible que los principios, como otras veces lo tenia probado. Los cercados desbarataron en cierta salida los ingenios de los nuestros y les quemaron las máquinas. Alentados con el buen suceso, no solo se defendian con la fortaleza de la ciudad, sino desde los adarves se burlaban de la pretension de los contrarios, que llamaban desatino. Amenazaban á los nuestros con la muerte y ultrajábanlos de palabra. El cerco, sin embargo, se continuaba y se llevaba adelante con tanto mayor ventaja de los fieles, que de cada dia les llegaban nuevos socorros. Acudieron los obispos don Juan Arias, de Santiago, bien que poco efecto hizo; su poca salud le forzó en breve con licencia del Rey á dar la vuelta. Don García, prelado de Córdoba; don Sancho, de Coria; los maestres de Calatrava y de Alcántara; los infantes don Fadrique y don Enrique; fuera destos, don Pedro de Guzman, don Pedro Ponce de Leon, don Gonzalo Giron, con otro gran número de grandes y ricos hombres que vinieron de refresco. A los cercados, por ser la ciudad tan grande, no se podian de todo punto atajar los mantenimientos, dado que se ponia en esto todo cuidado. El general de la armada, Bonifaz, ardia en deseo de quebrar la puente, para que no pudiendo comunicarse los del arrabal y la ciudad, fuesen conquistados aparte los que juntos hacian tanta resistencia. Era negocio muy dificultoso por estar la puente puesta sobre barcas que con cadenas de hierro están entre sí trabadas; todavía pareció hacer la prueba, que la maña y la ocasion pueden mucho. Apercibió para esto dos naves, esperó el tiempo en que ayudase la creciente del mar y juntamente un recio viento que del poniente soplaba. Con esta ayuda, alzadas y hinchadas las velas, la una de las naves con tal ímpetu embistió en la puente, cuanto no pudieron sufrir las ataduras de hierro. Quebróse la puente el tercero dia de mayo con grande alegría de los nuestros y no menos comodidad. Los soldados con la esperanza de la victoria con grande denuedo acometieron á entrar en la ciudad, escalar los muros por unas partes, y por otras derriballos con los trabucos y máquinas, con tanta porfía, que los cercados estaban á punto de perder la esperanza de se defender. El mayor combate era contra Triana; los moros se defendian valientemente, y la fortaleza de los muros causaba á los nuestros dificultad.

Cierto soldado en secreto murmuraba de Garci Perez de Vargas; cargábale que el escudo ondeado que traia era de diferente linaje. Ningunos oyen con mayor paciencia las murmuraciones que los que no se sienten culpados. Disimuló él por entonces la ira; despues cierto dia que acometieron los nuestros á Triana, se mantuvo tanto tiempo en la pelea, que con la lluvia de piedras, saetas y dardos que le tiraban, abolladas las armas y el escudo, apenas él pudo escapar con la vida. Entonces vuelto á su contrario, que estaba en lugar seguro: «Con razon, dice, nos quitais las armas del linaje, pues las ponemos á tan graves peligros y trances; vos las mereceis mejor, que como mas recatado las teneis mejor guardadas. » Él, avergonzado, conoció su yerro; pidió perdon, que le dió á la hora de buena gana, contento de satisfacerse de su injuria con la muestra de su valor y esfuerzo; manera de venganza muy noble. Comenzaban en la ciudad á sentir gran falta de vituallas; los ciudadanos, visto que la felicidad de nuestra gente se igualaba con su esfuerzo, y que al contrario á ellos no quedaba alguna esperanza, acordaron tratar de rendir la ciudad, primero en secreto, y despues en los corrillos y plazas. Pidieron desde el adarve les diesen lugar de hablar con el Rey. Luego que les fué concedido, enviaron embajadores, que avisaron querian tratar de concierto con tal que las condiciones fuesen tolerables, en particular que quedase en su poder la ciudad. Decian que quebrantados con los males pasados, ni los cuerpos podian sufrir el trabajo, ni los ánimos la pesadumbre; que todavía en la ciudad quedaban compañías de soldados, que no era justo irritallas ni hacelles perder de todo punto la esperanza; muchas veces la necesidad de medrosos hace fuertes, por lo menos que la victoria seria sangrienta y llorosa, si se allegase á lo último y no se tomaba algun medio. A esto respondió el Rey que él no ignoraba el estado en que estaban sus cosas. Tiempo hobo en que se pudiera tratar de concierto; mas que al presente por su obstinacion se hallaban en tal término, que seria cosa fea partirse sin tomar la ciudad, y que si no fuese con rendilla, no daría lugar á que se tratase de concierto ni de concordia. Entre tanto que se trataba de las condiciones y del asiento hicieron treguas y cesó la batería. Prometian acudir con las rentas reales y tributos todos los que acostumbraban antes á pagar á los miramamolines. Desechada esta condicion, dijeron que darian la tercera parte de la ciudad demás de las dichas rentas; despues la mitad, dividida con una muralla de lo demás que quedase por los moros. Parecian estas condiciones á los nuestros muy aventajadas y honrosas. El Rey, á menos de entregalle la ciudad, no hacia caso destas promesas ni estimaba todos sus partidos. En conclusion, se asentó que el rey Moro y los ciudadanos con todas sus alhajas y preseas se fuesen salvos donde quisiesen, y que fuera de Sanlúcar, Aznalfarache y Niebla, que quedaban por los moros, rindiesen los demás pueblos y castillos dependientes de Sevilla. Dióse de término un mes para cumplir todas estas capitulaciones. El castillo luego se entregó, y á 27 de noviembre salieron de la ciudad entre varones y mujeres y niños cien mil moros; parte dellos pasó en Africa, parte se repartió por otros lugares y ciudades de España. Gastáronse en el cerco diez y seis meses, en el cual tiempo los reales á manera de

ciudad estaban divididos en barrios, con sus tiendas en que se vendian las cosas necesarias, herrerías para forjar armas, los pabellones puestos por su órden con sus calles y plazas en lugares convenientes. A los 22 de diciembre, con pública procesion y aparato entró el Rey en la ciudad, oyó misa en la iglesia mayor, que para este propósito estaba bendecida y aparejada; bendijola con gran majestad don Gutierre, electo arzobispo de Toledo, que poco antes señalaron por sucesor en aquella iglesia de don Juan, que falleció á los 23 del mes de julio. Don Ramon de Losana fué elegido por arzobispo de la nueva ciudad. Este prelado andando á la escuela, con un cuchillo de plumas sacó otro tiempo un ojo á un su hermano; para absolverse desta irregularidad y para alcanzar dispensacion ya que era de mas edad pasó á Roma; viaje que le fué ocasion de hacerse muy erudito y letrado. Quedaba Sevilla muy falta de moradores; la franqueza que el Rey prometió de tributos á los que viniesen á poblar hizo que gran número de gente acudiese de toda España, determinados de hacer allí su asiento y morada; con esto, en breve volvió á tener aquella ciudad nobilísima la hermosura de antes y número de gente asaz.

CAPITULO VIII.

De la muerte del rey don Fernando.

san

ve

En el mismo tiempo que Sevilla estaba cercada, Luis, rey de Francia, enriquecia con reliquias santísimas que envió á Toledo y aumentaba la devocion de la iglesia mayor de aquella ciudad; juntamente ganaba las voluntades de nuestra nacion. En el Sagrario de aquella iglesia hasta hoy con gran devocion se muestran y guardan las dichas reliquias con la misma carta original del Rey, cuyo traslado nos pareció poner en este lugar para memoria de la piedad de príncipe tan señalado y devoto: «Luis, por la gracia de Dios rey » de Francia, á los amados varones en Cristo, canó>> nigos y todo el clero de la iglesia de Toledo, salud y » dileccion. Queriendo adornar vuestra iglesia con un >> excelente don por medio de nuestro amado Juan, >>nerable arzobispo de Toledo, y á su instancia os en» viamos algunas preciosas partecicas de los venerables >> y señalados nuestros santuarios, que hobe del tesoro >> del imperio constantinopolitano, conviene á saber: >> del madero de la cruz del Señor, una de las espinas >> de la sacrosanta corona de espinas del mismo Señor, » de la leche de la gloriosa vírgen María, de la vesti>> dura de púrpura del Señor con que fué vestido, del » lienzo con que se ciñó el Señor cuando lavó y limpió >> los piés de sus discípulos, de la saibana con que su >> cuerpo estuvo sepultado en el sepulcro, de los paños » de la infancia del Salvador. Rogamos pues, y reque>> rimos en el Señor á vuestra caridad, que las sobredi>>chas reliquias recibais y guardeis en vuestra iglesia » con la reverencia debida; asimismo que en vuestras >> misas y oraciones tengais memoria benigna de nos. >> Fecha en Estampas, año del Señor de 1248 por el mes » de mayo. >> Despues que el rey Luis hobo enviado esta carta, de Marsella se hizo á la vela y navegó á la Tierra-Santa con deseo de reparar en aquellas partes la guerra sagrada. El suceso no fué conforme á su santa intencion, porque apoderado que se hobo en las

marinas de Egipto de Pelusio, ciudad que hoy se llama Damiata, toda la prosperidad se volvió en contrario. De tres hermanos del Rey, Roberto murió en una batalla, Alfonso y Cárlos fueron presos con el Rey el año 1249. La libertad costó mucho haber, sin que en la Tierra-Santa á la cual dende pasaron, biciesen cosa de muy gran momento. Verdad es que las ciudades de Sidon, Cesarea y Joppe fueron recobradas por las armas de Francia año del Señor 1250, pero ninguna otra cosa se hizo. En el mismo año por muerte de don Gutierre, arzobispo de Toledo, que finó en Atienza á los 9 de agosto, como se ve en los Anales toledanos, en su Jugar fué puesto don Sancho, hijo del rey don Fernando, á quien algunos llaman don Pedro, otros don Juan, por engaño sin duda. El arzobispo don Rodrigo por orden de la reina doña Berenguela crió en Toledo á sus nietos los infantes don Filipe y don Sancho; proveyoles en aquella su iglesia sendos canonicatos. Estudiaron ambos en los estudios de Paris; en particular don Filipe tuvo por maestro á Alberto Magno, gran filósofo y teólogo. Todo esto y mas el favor de su padre fué ocasion de poner en esta vacante los ojos en don Sancho. Aprobó la eleccion el papa Inocencio IV; mas el electo no parece se consagró por su poca edad, que era el penúltimo de sus hermanos. Por su contemplacion dió su padre á la iglesia de Toledo á Uceda y á Iznatoraf, esto á trueco de Baza, que se la diera cuando conquistó á Jaen. Vivió por este tiempo un hombre señalado, por nombre Pero Gonzalez, que dejada la corte y palacio, en que tenia buen lugar, gastó lo postrero de su vida en dotrinar á los gallegos y asturianos, predicador de fama. Su contemporáneo Bernardo, canónigo de Santiago, por el gran conocimiento que alcanzó de los derechos, fué muy familiar al pontífice Inocencio, y es el que escribió la glosa sobre las epístolas decretales. En el mismo tiempo los aragoneses, divididos en parcialidades, se abrasaban con discordias civiles. Tenia el rey don Jaime de doña Violante, su mujer, estos hijos: don Pedro, don Jaime, don Fernando, don Sancho; otras tantas hijas, doña Violante, doña Constanza, doña Sancha, doña María. La Reina estaba apoderada del Rey, y así, le persuadió que dividiese los estados del reino entre sus hijos, consejo muy perjudicial á la república por enflaquecerse por esta manera las fuerzas, y muy pesado en particular á don Alonso, su hijo mayor, en cuyo perjuicio se enderezaban estas prácticas. Por esta causa los mas de los grandes siguieron la voz del Infante, y por su autoridad públicamente se apartaron del Rey. co Con cuidado de componer estas diferencias, que amenazaban mayores males, por el mes de febrero se tuvieron Cortes generales en Alcañices, pueblo de Aragon. Señaláronse jueces sobre el caso, personas principales, eclesiásticas y seglares; dieron por sentencia que el hijo debia obedecer á su padre. De ningun provecho fué esta diligencia, por estar los vasallos mal contentos y el Rey constante en su parecer y propósito, tanto, que en vida hizo donacion al infante don Pedro del principado de Cataluña, con que la otra parte se desabrió mucho mas. Esto en Aragon. Las cosas del rey don Fernando se hallaban muy en mejor estado, porque compuestas y asentadas las cosas en Sevilla, en que determinaba hacer su asiento, acometió á Jerez, y ganó de los moros á Medina Sidonia, Begel, Alpechin,

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