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jetó todas aquellas riberas desde Tortosa hasta el rio que hoy llamamos Lobregat, y antiguamente se llamó Rubricato. Poco adelante dél fundó la nobilísima ciudad, cabeza de Cataluña, con nombre de Barcelona, por los Barquinos, del cual linaje él era. Otros atribuyen la fundacion de Barcelona á Hércules el Libio; otros á la ciudad Barcilona, que estaba en Asia en la provincia de Caria. Pero autores mas en número y de mayor antigüedad cuentan á nuestra Barcelona entre las poblaciones cartaginesas, con que se refutan las dos opiniones postreras, y la primera se comprueba. Trataba destas cosas Amilcar, y juntamente pretendia apoderarse de Roses y de Ampúrias, ciudades cercanas, y que resistian á sus intentos por estar aliadas con los saguntinos, cuando muy fuera de su pensamiento le sobrevino la muerte en los pueblos Edetanos, donde era vuelto, por causa de acudir á las alteraciones que en la Bética estaban levantadas. Fué muerto en una batalla que dió á los naturales, que le salieron en gran número al encuentro, el noveno año poco mas o menos despues que vino esta segunda vez á España. La pelea fué tan brava y sangrienta, que de pasados cuarenta mil hombres que llevaba consigo, mas de las dos tercias partes murieron á cuchillo. Los demás, muerto su general, se salvaron por los piés, y con la escuridad de la noche se pudieron recoger á las ciudades comarcanas de su devocion. Tito Livio dice que esta batalla se dió junto á un lugar y pueblo que se llamaba Castro Alto.

CAPITULO VIII.

De lo que Asdrubal hizo.

Las fuerzas y armas de los cartagineses, despues desta rota tan memorable, refieren que revolvieron sobre la Bética ó Andalucía, donde echaron por el suelo una poblacion de los focenses, sin declarar qué nombre tenia; solo dicen que fué la primera que se alborotara en aquellas partes. Así, la que fué primera ocasion del daño, fué primeramente castigada. Esto en España. En Cartago, sabida la muerte de Amilcar, se trató en aquel Senado de enviar sucesor en su lugar para el gobierno de España. Hobo grande debate sobre el caso, y no se conformaban los pareceres. La ciudad estaba toda dividida en dos bandos, los edos y los barquinos, dos parcialidades y familias que en poder, riquezas y autoridad sobrepujaban á las demás. Los barquinos querian que Asdrúbal fuese elegido para aquel cargo; los edos otrosí, por envidia que les tenian, pretendian enviar de su linaje gobernador á España, de donde se recogian grandes riquezas. En tanto que por estos debates la resolucion se dilataba y estas diferencias andaban, llegó Aníbal desde España muy á propósito á Cartago. Con su llegada confirmó las voluntades y fuerzas de su bando, y se enflaquecieron los intentos del contrario. En fin, con sus amigos y por su autoridad y negociacion hizo tanto, que el cargo de España se encomendó á Asdrúbal, su cuñado. Entró en el Senado, hizo un largo y estudiado razonamiento; relató los trabajos de su padre, las cosas que gloriosamente habia acabado; cómo por su esfuerzo quedaba domada España; su desgraciada muerte, que resultó, no por alguna culpa suya, sino por la adversidad de la fortuna; que dejaba fundadas nuevas ciudades, y en las antiguas puestas

buenas generaciones; que la esperanza de sujetar todo lo demás de aquella provincia era grande, si por el mismo camino y traza se continuaba el gobierno; erraban si creian que los ánimos feroces de los españoles se podian domar por sola fuerza; que Asdrúbal era de edad á propósito, grande su autoridad, su esfuerzo y valentía, y no solo en las armas era ejercitado, sino tambien en la elocuencia, y en particular tenia grande destreza y maña para tratar los ánimos de los naturales; que en él solo las voluntades, así de los ejércitos como de los confederados, se conformaban. En señal de lo que decia, sacó un envoltorio de cartas que á su partida le dieron españoles y capitanes. Mirasen una y otra vez que con la mudanza del gobierno y con nuevas trazas no se enajenasen las voluntades de aquella nobilísima provincia, la cual ganada, quedarian acrecentados con sus riquezas y fuerzas, y no ternian que temer adelante algun revés ni desastre. Con aquel razonamiento y con las cartas quedó convencido el Senado para que el cuidado y gobierno de España se encomendase á Asdrúbal, como se hizo, áño de la fundacion de Roma de 524. El cual pasado, dado que hobo órden en las cosas de España, el mismo Asdrúbal, acompañado de los principales de su gobierno, se partió para Cartago; que pensaba y aun pretendia gobernar á su voluntad toda la república, y que él solo tendria mas mano y poder que todos los demás magistrados. Esto pensaba él; las cosas sucedieron muy al revés, ca por maña y artificio de la parcialidad contraria, el pueblo y el Senado se persuadió que, con ayuda de su cuñado, Aníbal pretendia hacerse rey y señor de aquella ciudad libre. Pasó la alteracion por esta causa y las sospechas tan adelante, que fué forzado á dar la vuelta y embarcarse para España. Halló la provincia sosegada; por esto se determinó edificar en aquella parte por donde los Contestanos se tendian á la ribera del mar una ciudad, que llamaron Cartago la Nueva, á distincion de la otra que, como dijimos, Amilcar fundó cerca del rio Ebro. Llamóse asimismo esta nueva ciudad Cartago Spartaria, por el mucho esparto que hay por aquellas comarcas. Tiene otrosí un buen puerto, seguro de cualquier tormenta de vientos por los collados con que en derredor, como con un compás, está cerrado; una estrecha entrada, y para mayor seguridad una isleta, que le está puesta por frente como baluarte; los mas antiguos la llamaron Hercúlea, los latinos Scombraria, de cierto género de pescado, de que hay en aquellos lugares grande abundancia. Púdose esta poblacion comparar antiguamente con cualquier grande ciudad en la anchura de los muros, hermosura de los edificios, arreo, nobleza y número de ciudadanos. Al presente, aunque reducida á pequeño número de moradores, todavía conserva claros rastros de su antigua nobleza. Los romanos, avisados de todo lo que en España pasaba, magüer que ardian en deseo de contrastar á los intentos de los cartagineses y desbaratalles sus trazas, pero porque no pareciese eran ellos los primeros á quebrantar el concierto y asiento que tomaron poco antes, acordaron de disimular por entonces. Principalmente que eran avisados de la Gallia ulterior cómo aquella gente se conjuraba con los de la Gallia Cisalpina, que hoy es Lombardía, en daño del pueblo romano. Contentáronse pues con enviar una embajada á Marsella con voz y son de desbara

como dineros, pertrechos y soldados, con todo lo demás. Pero sus pensamientos é intentos atajó la muerte cuando menos lo pensaba, que le sobrevino el año segundo de la olimpíade 139, de la fundacion de Roma 532. Matóle un esclavo en venganza de su señor, que se llamaba Tago, y aunque era de los mas principales de España, Asdrúbal le habia hecho morir. Fué tan grande el gusto que el esclavo recibió con haber vengado á su señor y dado la muerte al dicho Asdrúbal junto al altar donde estaba sacrificando, que, si bien fué luego preso y le desmembraron y despedazaron con diversos tormentos, nunca dijo ni hizo cosa que mostrase tristeza, antes lo sufrió todo con rostro muy alegre y regocijado.

tar lo que pretendian los gallos; mas en hecho de verdad, con intento de concertarse por medio de los de Marsella con los pueblos que tenian los de aquella ciudad por amigos en las marinas de España; lo que fácilmente alcanzaron, y se efectuó en odio de los cartagineses, de quien mucho todos se recélaban. Los que primero hicieron alianza con los romanos fueron los de Ampúrias, ciudad contada entre los pueblos que antiguamente se llamaron Indigetes, que partian término con los Taletanos por una parte, y por otra con los Ceretanos, y se extendian desde el rio dicho Sameroca, hoy Sambucha, hasta lo postrero de los Pirineos. Por medio de las Ampúrias y á su instancia se concertaron tambien los de Sagunto y los de Denia, que fué el principio y ocasion de la nueva y gravísima guerra que no mucho despues desto se encendió entre los cartagineses y los romanos. No se podian encubrir tan grandes prácticas y negociaciones que no las entendiese Asdrúbal, ni tampoco lo que los romanos pretendian; mas parecióle disimular hasta tanto que todo estuviese á punto para la guerra que queria darles. Trató de asegurar las ciudades de su devocion; procuró por sus cartas que Aníbal volviese en España desde Cartago, donde hasta entonces le entretenian como por rehenes y seguridad de que Asdrúbal haria lo que era razon. Hobo grande dificultad en alcanzar del Senado la licencia para volver á España, á causa que Hannon, cabeza del bando contrario, hacia grande resistencia, diciendo convenía que le acostumbrasen á vivir en igualdad con los demás ciudadanos, y como particular obedecer á las leyes: recato muy á propósito para conservar su libertad. Llegado á España, los soldados y los amigos le recibieron con grande muestra de alegría; Asdrúbal le nombró luego por su lugarteniente, que fué año de la fundacion de Roma de 528, en el cual tiempo vinieron á España embajadores enviados de Roma, y luego que les fué dada audiencia, declararon la causa de su venida, es á saber, que los de Cartago de tiempo atrás eran confederados y amigos del pueblo romano, que con el mismo de nuevo los españoles de la España citerior se habian concertado y hecho paz. Por donde, para que el un concierto no perjudicase al otro, pedian, lo que era muy justo, que los cartagineses en España tuviesen por término de su conquista y jurisdiccion al rio Ebro; y sin embargo, no tocasen los términos de los saguntinos, si bien caian de la otra parte del rio. En conclusion, que los unos no hiciesen daño ni agravio á los amigos y aliados de los otros. Quien esto quebrantase, fuese visto contravenir á las leyes del concierto y alianza que tenian hecha. Esta embajada, como era razon, dió gran pesadumbre á los cartagineses, por adelantarse tauto los romanos, que en provincia ajena pusiesen leyes á los vencedores. Con todo esto, por dar tiempo al tiempo, entre tanto que se apercebian de lo necesario para la guerra, consintieron y vinieron en todo lo que los embajadores pidieron en nombre de su ciudad. Tanto mas, que desde Italia avisaban como los gallos transalpinos, aunque iban juntos con los de la Cisalpina, y por el mismo caso mas espantables, fueron desbaratados por los romanos en una grande batalla, en que quedaron muertos cuarenta mil dellos y diez mil presos. Asdrúbal gastó tres años enteros en aparejar lo que para la guerra que pensaba hacer entendia ser necesario,

CAPITULO IX.

De la guerra sagunting.

Muerto que fué Asdrúbal de la manera que queda dicho, todo el gobierno de España se dió á su cuñado Anibal; la voluntad y juicio de los soldados que lo pedian confirmó el favor del pueblo, y aprobó el Senado cartaginés. Hallábase en lo mejor de su edad, que era de veinte y seis años, poco mas ó menos. Era mozo de grande espíritu y corazon. Tenia naturalmente muy aventajadas partes, dado que los vicios y malas inclinaciones no eran menores. El cuerpo endurecido con el trabajo, el ánimo generoso, mas codicioso de honra que de deleites. Su atrevimiento era grande, su prudencia y recato notables. Estas virtudes afeaba y escurecia con la deslealtad, crueldad y menosprecio de toda religion. Verdad que era agradable y amado de todos, así de los menudos como de los principales. Encargado del gobierno y avisado por el desastre de Asdrúbal, temia que la muerte no le cortase los pasos; por donde desde luego comenzó á revolver en su pensamiento la forma que tendria para hacer guerra á los romanos. Era necesario buscar alguna causa y color honesto para romper con ellos. Parecióle seria lo mejor acometer á los saguntinos y vengar las injurias que habian hecho á sus aliados y amigos. Antes que al descubierto,pusiese la mano en cosa tan grande, celebró con extraordinarios regocijos en Cartagena sus bodas con Himilce, vecina de Castulon, ciudad nobilísima, puesta donde hoy se ven los cortijos de Cazlona, no léjos de la ciudad de Baeza, rastros que quedan de su grandeza antigua. Era esta señora del linaje de Milico, antiguo rey de España; demás desto se decia que Cirreo Focense, de cuyo linaje asimismo venia Himilce, habia fundado aquella ciudad del nombre y apellido de su madre Castulona. El dote fué muy grande y conforme á su nobleza, por donde el poder de Aníbal se aumentó mucho en España, y no menos el favor y aplauso de los naturales, que le miraban ya como á ciudadano suyo y natural. Demás desto, en el tiempo de su gobierno y por su mandado se buscaron y hallaron mineros de oro y de plata, los cuales todos comunmente se llamaron los pozos de Aníbal. La riqueza que destos pozos salia se puede entender por lo que de uno dellos se escribe, llamado Bebelo, del cual cada dia se sacaban trecientas libras de plata pura y acendrada, que era valor de dos mil y seiscientos y cuarenta ducados. Al principio movió guerra contra los Carpetanos, que es el reino de

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Toledo, gente feroz y brava, y que en muchedumbre sobrepujaba los demás pueblos de España. Los Olcades, donde ahora está Ocaña (Estéfano pone los Olcades cerca del rio Ebro), fueron los primeros sujetados. Luego despues se dió cerca de Tajo una brava batalla, en que asimismo perdieron los naturales la victoria, que los cartagineses ganaron. Por el mismo tiempo comenzaron disensiones y alteraciones entre los saguntinos, que era abrir la puerta y allanar el camino al enemigo, que no se descuidaba. Los mas cuerdos, para remediar este daño, acudieron á Roma, y por sus ruegos vinieron dende embajadores, los cuales, con amonestar á los unos de los sagunti os y amenazar á los otros y castigar á algunos de los culpados, sosegaron aquellas alteraciones, de que se temia, si pasaban adelante, que, venidos que fuesen á las manos, la parte mas flaca daria á Aníbal entrada en la ciudad; el cual, ensoberbecido por lo que habia hecho y por tener allanada toda la provincia de aquella parte del rio Ebro, sin quedar quien le hiciese rostro, revolvió su pensamiento á la guerra de Sagunto, que era donde se encaminaban sus intentos. Para dar color á esta empresa, persuadió á los turdetanos que sobre los mojones moviesen pleito á los de Sagunto y les hiciesen guerra, ca tenia por cierto que de aquellas diferencias resultaria ocasion bastante para acometer lo que dias atrás tanto deseaba; y asimismo, que de allí tendria principio la guerra contra los romanos. Los saguntinos, al contrario, viéndose mas flacos que el euemigo, y por estar confiados mas en la amistad de los romanos que en sus fuerzas ni justicia, aunque era muy clara, luego despacharon á toda priesa embajadores á Roma, que declararon en el Senado la causa de su venida ; que Aníbal les armaba asechanzas como enemigo suyo muy declarado, y que muy en breve con todas sus fuerzas se pondria sobre aquella ciudad; que ningun reparo les quedaba para no perecer ellos y sus haciendas, si el arrimo y esperanza que tenian en el Senado les faltase. Decian estar aparejados á sufrir cualquier daño antes que faltar en la fe puesta con aquella ciudad; que el Senado debia advertir cuánto importaba la presteza, pues solo el detenerse y la tardanza seria causa de su perdicion y ocasion para que todos entendiesen los desamparaban y entregaban sus aliados á los enemigos; y por el contrario, que su constancia sola y su lealtad les acarreaba tanto daño. Tratóse el negocio en el Senado; los pareceres fueron diferentes, y dado que algunos juzgaban se debia luego romper la guerra, siguióse empero, y prevaleció el parecer mas recatado y mas blando, que fué enviar primero embajadores á Aníbal, los cuales, llegados que fueron á Cartagena en sazon que el verano estaba bien adelante, le avisaron de la voluntad del Senado, y le requirieron de paz no hiciese molestia y agravio á los saguntinos ni á los otros sus aliados, y como estaba asentado en el concierto pasado no pasase el rio Ebro ; donde no, que el pueblo romano miraria por sus aliados y amigos que nadie los agraviase. A todo esto respondió Aníbal que los romanos no guardaban justicia ni la hacian, así en la muerte que poco antes en Sagunto dieran á sus amigos, varones principales, como en querer al presente se disimulasen los agravios que los de Sagunto habian hecho á los turdetanos; que, como era justo, defendiesen los romanos con justicia á sus aliados, así no parecia contra razon

tuviese él tambien libertad de mirar por sus amigos y defendellos de toda demasía y agraviò. Despedidos los embajadores con esta respuesta, luego por el mes de setiembre, con intento de prevenir á los romanos y ganar por la mano, marchó y se puso sobre Sagunto con un campo de ciento y cincuenta mil hombres, que fué el año primero de la olimpiade 140, como lo dice Polibio. Corrió los campos, tomó y saqueó muchos pueblos comarcanos, solo perdonó á Denia, por dar muestra de lo que ningun cuidado tenia, que era de I devocion y reverencia del templo de Diana, muy famoso, que allí estaba. En los pueblos llamados antiguamente Edetanos estaba Sagunto, asentada cuatro millas del mar; sus campos eran muy fértiles y abundantes, y ella asaz rica por el gran trato que alcanzaba por mar y por tierra, fuerte por su sitio y por sus murallas y baluartes. Luego que Aníbal asentó y fortificó sus reales, hizo apercebir los ingenios. Comenzaron con cierta máquina, que llamaban ariete, á batir la muralla por la parte mas baja, que se remataba en un valle, y por tanto parecia mas flaca. Engañólos su pensamiento, ca la batería salió mas dificultosa de lo que pensaban, y los moradores se defendian con grande brio y coraje, tanto que al mismo Aníbal, como quier que un dia se llegase cerca del muro, pasaron el muslo con una lanza que le arrojaron desde el adarve. Fué el espanto que por este caso los suyos recibieron tan grande, que estuvieron á pique de desamparar todos los ingenios que tenian hechos; la herida tan grave, que en tanto que se curaba se dejó la batería por algunos dias. En esta sazon los saguntinos despacharon nuevos embajadores á Roma para protestar en el Senado y requerilles no desamparasen la ciudad amiga para ser asolada por sus enemigos mortales; que si un poco se detenian sin falta pereceria, y el remedio despues vendria tarde. Ilecha cala y cata, hallaban que tenian trigo para pocos meses, pero que con el buen órden y repartimiento podrian entretenerse algo mas. Despachados los embajadores, repararon y fortificaron con gran cuidado los lugares que, Ó por el daño recibido, ó de suyo, eran mas flacos. Aníbal, luego que sanó de la herida, arrimó sus ingenios á la ciudad, con cuyos golpes derribó por el suelo tres torres con todo el lienzo de la muralla que entre ellas estaba. Dióse el asalto; los enemigos por la batería pugnaban de entrar en la ciudad y aquejaban á los de dentro; los ciudadanos, al contrario, animados con el peligro, ordenaron sus haces y gentes delante de la muralla, con que primero sufrieron el ímpetu de sus contrarios, luego, porque fuera de su esperanza no eran vencidos, hirieron en ellos con tal denuedo, que los hicieron ciar y los arredraron de la ciudad; finalmente, los pusieron en huida y los siguieron hasta los reales, en que apenas con el foso y trincheas se pudieron defender; tal y tan grande era el espanto que cobraran. Este atrevimiento y esta victoria fué muy perjudicial á los saguntinos, porque Aníbal se embraveció mas, y determinado de no reposar antes de apoderarse de la ciudad, no quiso dar audiencia á nuevos embajadores que de Roma le vinieron sobre el caso; ca los romanos estaban resueltos de intentar cualquier cosa antes de venir á las armas y llegar á rompimiento. Los embajadores, segun que les fuera mandado, pasaron de España en Africa, y en el Senado

de Cartago se quejaron de los agravios y de todo lo que sus gentes intentaban en España. Pidieron que Aníbal les fuese entregado para ser castigado, como era razon; que sola aquella satisfaccion quedaba para que se conservase la paz. Oidos que fueron los embajadores, Hannon dijo que los romanos pedian justicia; que Aníbal, sin que nadie lo pretendiese, debia ser desterrado á lo postrero del mundo, porque no perturbase el estado apacible y quieto de su ciudad. Pero la parcialidad de los barquinos, que estaba prevenida por mensajeros y cartas del mismo Aníbal, y por este medio corrompido el Senado, desechado el consejo mas saludable, dió respuesta en esta forma: Que las cosas se hallaban reducidas á aquel estado, no por culpa de Aníbal, sino que de los saguntinos nació el agravio; que no hacian el deber los romanos en preferir nuevas amistades á la antigua. En el entre tanto Aníbal daba por algunos dias reposo á sus soldados, cansados con las peleas y baterías que se daban, cuando á la sazon le nació un hijo de Himilce, su mujer, llamado Aspar; causó esto grande alegría á su padre y á todo el ejército. Hiciéronse en los reales por su nacimiento grandes juegos y regocijos de todas maneras. Los saguntinos por tanto no reposaban, antes apercebian todo lo necesario para su defensa, y asimismo repararon los muros por la parte que el enemigo abriera entrada. Por demás fué esta diligencia, ca los enemigos con una torre de madera que levantaron, se arrimaron á la muralla, y desde allí, con lanzas y flechas, forzaban á desamparalla los que defendian la ciudad. Demás desto, quinientos africanos con picos y con palancas echaron por tierra una buena parte de la dicha muralla, por no estar edificada con cal, sino con barro, y por tanto tener menos resistencia. Hecho esto, los soldados, con esperanza del saco, que á voz de pregonero les fué prometido, entraron la ciudad por fuerza de armas. Los saguntinos, por no ser bastantes para defender la entrada, se retiraron mas adentro, y con un nuevo muro, que de repente á toda priesa levantaron, juntaron la parte de la ciudad que les quedaba con el castillo. Todo esto era poca defensa, y solamente estribaban en la vana esperanza del socorro que de Roma se prometian. Dióseles algun espacio para respirar con la partida de Aníbal, que acudió á los pueblos llamados Carpetanos y Oretanos, que tomaran las armas por el rigor que en levantar gente los cartagineses usaban; quedó en el cerco Maharbal, hijo de Himilcon, como lugarteniente de Aníbal, el cual apretaba los saguntinos con reprimir sus correrías y salidas y ganar, como ganó, otra parte de la ciudad; con que los cercados se hallaban reducidos á extremo peligro. Sosegó Aníbal las alteraciones de aquellos pueblos; hecho esto, dió vuelta á Sagunto, y con su llegada se apoderó de una parte del mismo castillo, con que los miserables ciudadanos perdieron de todo punto la esperanza de poderse defender. La obstinacion sola los sustentaba, mal que en los mayores peligros no recibe consejo, y cuando es sin fuerzas acarrea la perdicion. Un ciudadano de Sagunto, por nombre Halcon, se salió escondidamente de la ciudad, y por compasion que tenia á sus ciudadanos, que con el peso de los males via estar fuera de juicio, comenzó en particular á tratar de conciertos. Y como no alcanzase otra respuesta sino que los cercados solo con sus vestidos, desamparada la ciudad, fundasen un nuevo

pueblo en aquella parte y campos que el vencedor les señalaria, se quedó en los reales, por no tener esperanza que sus ciudadanos se querrian entregar con aquel partido; que era un miserable estado ni tener ni saber aceptar remedio. Viendo esto un español llamado Alorco, sin embargo que era soldado de Aníbal, por ser aficionado á los saguntinos, así por su naturaleza como por acordarse del buen hospedaje que en otro tiempo le habian hecho, se metió en la ciudad por la batería, y lo primero hizo echar fuera y apartar la gente popular, despues avisó en pública audiencia á los principales de aquellas condiciones, injustas por cierto, dijo, y graves, pero para el estrecho en que se vian necesarias; que considerasen, no lo que perdian ni lo que les quitaban, sino que tuviesen por ganancia todo lo que les dejaban; pues la vida, la libertad y las riquezas todo estaba en poder del vencedor. El razonamiento de Alorco fué oido con grande indignacion y bramido del pueblo, que poco a poco se llegó con deseo de saber á lo que pasaba. Muchos, juntando el oro, plata y alhajas en la plaza, les pusieron fuego, y en la misma hoguera se echaron ellos, sus mujeres y hijos, determinados obstinadamente de morir antes que entregarse. En el mismo punto cayó en tierra una torre, despues de muy batida, que dió libre entrada á los soldados en la ciudad, que ardia toda en vivas llamas y en fuego, encendido por sus mismos ciudadanos, y que el enemigo procuraba de apagar; que era igual desventura por el un respeto y por el otro; de tal manera la guerra muda las leyes de naturaleza en contrario. Los moradores fueron pasados á cuchillo, sin hacer diferencia de sexo, estado ni edad. Muchos, por no verse esclavos, se metian por las espadas enemigas; otros pegaban fuego á sus casas, con que perecian dentro dellas quemados con la misma llama. Pocos fueron presos, y este fué casi solo el saco de los soldados, dado que muchas preseas se enviaron á Cartago, muchas fueron robadas por los mismos, ca no pudieron los moradores quemailo todo. Duró este cerco por espacio de ocho meses, y en el de mayo fué destruida aquella nobilísima ciudad, año que se contaba de la fundacion de Roma 536, del cual número hay quien quite dos años, pero concuerdan todos que fué en el consulado de Publio Cornelio y de Tito Sempronio.

CAPITULO X.

Del principio de la segunda guerra púnica contra Cartago.

A un mismo tiempo llegó á Roma la fama de la destruicion y ruina de Sagunto, y los embajadores enviados á Aníbal volvieron de Cartago; con cuánto dolor y pena del Senado y del pueblo no hay para que decillo, la misma cosa lo da á entender; quejábanse de sí mismos, reprehendian su tardanza y sus recatos, confesaban haber desamparado á sus amigos y entregádolos en las manos de sus contrarios. Vanas quejas eran estas, arrepentimiento fuera de sazon, por estar ya asolada aquella nobilísima ciudad y sus ciudadanos degollados. Lo que solo restaba, determinar de tomar venganza, dado que si la saña que tenian era grande, no era menor el miedo de venir á rompimiento y á las manos, ca el enemigo era poderoso y valiente, y que tenia á su obediencia ejércitos diestros, endurecidos con guerras

de tantos años. Era esto en tanto grado verdad, que ya les parecia que Aníbal, pasadas las Alpes, rompia por Italia, y que ya le tenian á las puertas de la ciudad de Roma. Con todo esto se declaró luego la guerra contra Cartago. Sortearon los cónsules las provincias: á Cornelio cupo España, á Sempronio Africa con Sicilia. En Roma y en toda Italia se hicieron á toda priesa levas de soldados; los mozos y de edad competente eran forzados á tomar las armas, alistarse y acudir á las banderas; los de mas edad y las mujeres, que no podian ayudar de otra suerte, discurrian por todos los templos de su ciudad, y con oraciones y rogativas, con votos y con plegarias cansaban á los dioses. Hechos estos aparejos, y armada una gruesa flota, enviaron primeramente cinco embajadores á Cartago para mas justificarse y para preguntar si la ciudad de Sagunto fuera destruida por autoridad y mandado público del Senado. Llegaron los embajadores á donde iban; el principal dellos propuso en el Senado cartaginés lo que les fuera mandado. Respondieron que no habia que tratar de la manera de proceder, y por cuya autoridad la guerra se hizo, si no solo si fué justa, si contra justicia y razon, que en el asiento antiguo que con Luclacio se puso, ninguna mencion se hizo de los saguntinos; que si Asdrúbal admitió algunas otras condiciones, no debian ligar mas á su Senado y al pueblo que el concierto de Luctacio al Senado romano, las condiciones del cual mudaron á su voluntad, y con aquel color las hicieron mas pesadas y ásperas. Gastábase tiempo en aquellas reyertas, sin llegar al punto ni responder á la pregunta. El romano, recogida su ropa delante del pecho á la manera de quien en la halda trae algo, paz, dice, y guerra traemos; escoged lo que quisiéredes; y como respondiesen que él diese lo que su voluntad fuese, sollando la ropa, dijo les daba la guerra. Con esto los romanos, conforme al órden que llevaban, pasaron á España; en ella fácilmente trajeron á su devocion á los Bargusios, pueblos asentados en lo postrero de España, do se tendian los Ceretanos. Mas los Volcianos, á quien asimismo acudieron, los despidieron con palabras afrentosas y con desden; ca les dijeron que la buena cuenta sin duda que habian dado de los saguntinos convidaba á todos á aliarse con ellos, que ayudaban á sus compañeros solo con el nombre, y en el mayor riesgo los desamparaban. Tenian los Volcianos su asiento, como se entiende, por allí cerca, dado que algunos los ponen donde está Villadolce, léjos de las fuentes del rio Güerva, el cual pueblo dicen que en memorias antiguas hallan que se llamó Volce. Lo que hace al caso es que, divulgada que fué esta respuesta, todas las demás ciudades por aquella parte los despidieron con la misma libertad y befa. Así, se partieron para la Gallia Narbonense, donde en una junta que se hizo de aquella gente pidieron, en nombre del Senado romano, no diesen á Aníbal paso por sus tierras para Italia, como lo pretendia hacer. Oyeron los congregados esta demanda con risa y mofa, teniendo por desatino hacer á voluntad y en pro de los romanos por donde en su perjuicio la guerra se encendiese en su tierra. Estaban prevenidos con dones de los cartagineses; de los romanos no habian recebido ni esperaban cosa alguna. Con este ruin despacho, sin efectuar cosa alguna de momento, se volvieron por Marsella á Roma. En este medio Aníbal no dormia, antes con todo cuidado se

no

apercebia para la guerra. Con esta resolucion envió á invernar los soldados, con licencia de visitar á los suyos los que quisiesen, con tal que al abrir la primavera todos acudiesen á Cartagena. El se partió para Cádiz á hacer sus votos y ofrecer sus sacrificios en el famoso templo de Hércules. Hecho esto, y enviados su mujer y hijo ó á Africa ó á Castulon, recogió trece mil y ochocientos peones españoles, llamados cetratos, por los broqueles de que usaban, ca cetra es lo mismo que broquel. Estos envió á Cartago con ochocientos mallorquines y mil y quinientos de á caballo para que allí estuviesen como en relienes; que por estar léjos de sus tierras entendia con mayor esfuerzo y lealtad servirian en lo que se ofreciese. En la misma flota en que fueron estas gentes, por retorno vinieron á España once mil africanos, con la cual ayuda y con ochocientos otros soldados de la Liguria, donde está Génova, encargó á su hermano Asdrúbal la defensa de España. Dejóle otrosí una armada bastante de naves para conservar el señorío del mar. Demás desto, los rehenes que habia mandado dar á las ciudades, que eran hijos de los mas principales ciudadanos, dejó en el castillo de Sagunto, encomendados á un cartaginés principal, llamado Bostar. Ordenado esto y hecho, él se puso en camino con la fuerza del ejército y campo, compuesto de diversas naciones, en el cual los mas cuentan noventa mil peones y doce mil caballos. Polibio pone muy menor el número; lo mas cierto que, llegado que hobo con sus gentes á las riberas del rio Ebro, con el gran cuidado que tenia del suceso de aquella empresa, una noche le pareció que veia entre sueños un mancebo muy apuesto y de grande gentileza, que le decia ser enviado de los dioses para que le guiase á Italia; por tanto que le siguiese sin volver atrás los ojos. Pero que él, sin embargo, vuelto el rostro, vió una serpiente que derribaba todo lo que delante se le ponia con un grande torbellino de agua que seguia. Preguntado el mancebo qué era lo que aquellas cosas significaban, le respondió se dejase de escudriñar los secretos de los hados, y siguiese por donde los dioses le abrian camino. Pasado el rio Ebro, ganó la voluntad y atrajo á su devocion á Andúbal, un señor el mas principal de los españoles de aquellas comarcas, en cuyo poder dejó el bagaje y ropa de todo el ejercito por marchar mas á la ligera; y á Hannon, con buen golpe de soldados, encomendó la defensa de aquellas tierras. Con esto pasó adelante en su camino; y entrado en los bosques y aspereza de los Pirineos, como tres mil de los carpetanos, es á saber, del reino de Toledo, arrepentidos de aquella milicia y guerra que caia tan léjos, hobiesen desamparado las banderas, recelándose que si los castigaba los demás se azorarian, de su voluntad despidió otros siete mil españoles que le pareció iban tambien á aquella empresa de mala gana. Con esta maña hizo que se entendiese habia tambien dado licencia á los primeros, y los ánimos de los demás soldados se apaciguaron por tener confianza que la milicia que seguían por su voluntad la podrian dejar cada y cuando que quisiesen. Pasados los Pirineos, con ayuda de Civismaro y Menicato, hombres poderosos en la entrada de Francia, hizo confederacion con aquella gente que se habian puesto en armas. Pasado el rio Ródano y vencidos los volcas, que moraban y poseian las riberas de la una y de la otra parte de aquel rio, pa

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