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Colona fueron perseguidos y forzados á andar huidos de Roma, desterrados y despojados de sus haciendas por espacio de diez años, como el Petrarca lo atestigua, y encarece lo mucho que padecieron. Estos señores desde tiempo antiguo fueron capitanes del bando de los gibelinos, contrarios de los pontifices romanos, de quien se hicieron mucho tiempo temer por su nobleza, riquezas y parentelas. A Pedro y Jacobo, que eran cardenales y de aquel linaje y familia, por edicto público los privó del capelo. Estéfano Colona, cabeza de aqueIla familia, fué forzado á irse á Francia. Lo mismo hizo Sarra Colona, que era enemigo capital de Bonifacio; nuevos daños y desastres que en esta huida se le recrecieron le acrecentaron la saña, porque un capitan de cosarios le prendió y puso al remo. El Rey dió cargo á Guillelmo Nogareto, natural de Tolosa, hombre atrevido, de apelar de la sentencia de Bonifacio para la santa Sede Apostólica romana, privada entonces de legítimo pastor. Estos dos comunicaron entre sí cómo podrian desbaratar los intentos del Pontifice; si fué con consentimiento del Rey ó por su mandado, aun entonces no se pudo averiguar; en fin, ellos vinieron á Toscana y se estuvieron en un pueblo llamado Stagia, mientras que fuesen avisados por espías encubiertas y tuviesen oportunidad para acometer la maldad que tenian ordenada. El Papa se hallaba en Anagni. Cecano y Supino, personas principales, hijos de Mafio, caballero de la misma ciudad de Anagni, fueron corrompidos á poder de dinero para que ayudasen á poner en efecto esta maldad. Ya que todo lo tenian bien trazado, metieron dentro de Anagni trecientos caballos ligeros y un buen escuadron de soldados. Sarra Colona era el principal capitan. Al alba del dia se levantó un estruendo y vocería de soldados, que con clamores y voces apellidaban el nombre del rey Filipo. Los criados del Papa todos huyeron. Bonifacio, conocido el peligro, revestido con sus ornamentos pontificales, se sentó en su sacra cátedra. En aquel hábito que estaba llegó Sarra Colona y le prendió. Escarneciendo dél Nogareto y haciéndole mil amenazas, le respondió Bonifacio con grande constancia: «No hago yo caso de amenazas de Paterino.>> Este fué abuelo de Nogareto, y convencido de la herejía y impiedad de los albigenses, murió quemado. Con aquella voz del Pontífice cayó la ferocidad de Nogareto. Pusieron guardas al Pontífice y saqueáronle su palacio. Dos cardenales solamente estuvieron perseverantes con el Pontifice, el cardenal de España Pedro Hispani y el cardenal de Ostia; todos los demás se pusieron en huida. Desde allí á tres dias los ciudadanos de Anagni, por compasion que tuvieron de su pastor y por miedo que no fuesen imputados de ser traidores contra el sumo Pontífice, su ciudadano, con las armas echaron de la ciudad á los conjurados. El Pontífice se tornó luego á Roma, y del pesar y enojo que recibió le dió una enfermedad, de que con grandes bascas, á manera de hombre furioso, falleció á los 12 dias de octubre y á los treinta y cinco de su prision. Dichoso pontífice, si cuan fácilmente acostumbraba á burlarse de las amenazas, tan fácilmente pudiera evitar las asechanzas de sus enemigos. Con su desastre se dió aviso que los imperios y mandos de los eclesiásticos mas se conservan con el buen crédito que dellos tienen y con buena fama, que deben ellos procurar con buenas obras y con la reve

rencia de la religion, que con las fuerzas y el poder. Villaneo dice en su historia que Bonifacio era muy docto y varon muy excelente por la grande experiencia que tenia de las cosas del mundo; pero que era muy cruel, ambicioso, y que le amancilló grandemente la abominable avaricia por enriquecer los suyos, que es un grandísimo daño y torpeza afrentosa. Hizo veinte y dos obispos y dos condes de su linaje. Por el sexto libro de los Decretales que sacó á luz mereció gran loa cerca de los hombres sabios y eruditos. Fué en su lugar elegido por sumo pontifice en el próximo conclave Nicolao, natural de la Marca Trevisana, general que fué antes de la órden de los Predicadores. En su pontiticado se llamó Benedicto XI, en memoria de Bonifacio, que tuvo este nombre antes de ser papa y era criatura suya, ca le hizo antes cardenal. Fué esté Papa para con los franceses demasiadamente blando, porque les alzó el entredicho que tenian puesto y revocó todos los decretos que su predecesor fulminó contra ellos. Verdad es que Sarra Colona y Nogareto fueron citados para estar á juicio, y porque no acudieron al tiempo señalado, los condenaron por reos del crímen laesae majestatis y fulminaron contra ellos sentencia de descomunion. A Pedro y Jacobo Colona, bien que los admitió en su gracia, no les permitió usasen del capelo y insignias de cardenales, conforme á lo que por su antecesor quedó decretado.

CAPITULO VII.

De la paz que entre los reyes de España se hizo en el Campillo.

Los españoles cansados de trabajos y alteraciones tan largas gozaban de algun sosiego; mas les faltaban las fuerzas que la voluntad ni ocasion para alborotarse. Las diferencias que aquellos príncipes tenian entre sí eran grandes y necesario apaciguallas. Los reyes de Castilla y de Aragon altercaban sobre el reino de Murcia. Don Alonso de la Cerda se intitulaba rey de Castilla, sombra vana y apellido sin mando. El nuevo rey de Granada, conforme á la enemiga que con los fieles tenia, hizo entrada por las tierras que poseia el rey de Aragon; demás desto, tomó á Bedmar, que es una villa no léjos de Baeza. Estas eran las discordias públicas y comunes; otra particular, de no menos importancia, andaba entre la casa de Haro y el infante don Juan, tio del Rey. Pretendia el Infante el señorío de Vizcaya como dote de su mujer; cuidaba salir con su intento á causa del deudo y cabida que con el Rey tenia. Los de la casa de Haro por lo mismo andaban muy desabridos, y parece que se inclinaban á tomar las armas. El rey don Fernando, como á quien la edad hacia mas recatado, por el mucho peligro que desta discordia podia resultar, deseaba con todo cuidado componer estas diferencias. La autoridad del rey de Aragon á esta sazon era muy grande, y parece que tenia puestas en sus manos las esperanzas y fuerzas de toda España. Enviáronle pues por embajador á don Juan, tio del Rey, para que con él y por su medio se tratase de tomar algun buen medio y dar algun corte en todos estos debates. En Calatayud por el mes de marzo, año del Señor de 1304, despues de muchos dares y tomares, por conclusion acordaron que de consentimiento de las partes se señalasen jueces para tomar asiento en

todas estas diferencias, y que para que esto se efectuase, mientras se trataba, hobiese treguas. Señalaron tiempo y lugar para que los reyes se viesen. En el entre tanto el rey don Fernando, con el cuidado en que le ponian las cosas del Andalucía, partió de Búrgos, do á la sazon estaba, y por el mes de abril llegó á Badajoz con intento de visitar al Rey, su suegro, con quien eso mismo tenia algunas diferencias, y pretendia cobrar ciertos lugares que en su menor edad le empeñaron. Lo que resultó destas vistas, fué lo que suele, desabrimientos y faltar poco para quedar del todo enemigos. Solamente se pudo alcanzar del Portugués ayudase á su yerno con algunos dineros que le prestó, con que se partió la vuelta del Andalucía. No se llegó á rompimiento con los moros, antes á pedimento del mismo rey de Granada el rey don Fernando envió embajadores á aquella ciudad, y él se detuvo en Córdoba. Por medio desta embajada se tomó asiento con el rey Moro; concertóse y prometió de nuevo de pagar el mismo tributo que se pagaba en tiempo de su padre, con que deshicieron los campos. El infante don Enrique cargado de años falleció por este tiempo en Roa; su cuerpo enterraron en el monasterio de San Francisco de Valladolid. Tuvo este Príncipe ingenio vario y desasosegado, extraordinaria inconstancia en sus costumbres, y hasta lo postrero de su edad grande apetito de gloria y mando, codicia desenfrenada y la postrera camisa de que se despojan aun los hombres sabios. Muy grande contento fué el que recibió todo el reino con la muerte deste caballero, ca todos se recelaban no desbaratase todas las práticas que se comenzaban de paz. No dejó hijos, que nunca se casó; así las villas de su estado se repartieron entre otros caballeros, y la mayor parte cupo á Juan Nuñez de Lara por la mucha privanza que con el Rey á la sazon alcanzaba. En prosecucion de lo concertado en Calatayud de consentimiento de las partes fué nombrado por juez árbitro para componer aquellas diferencias Dionisio, rey de Portugal, y por sus acompañados el infante don Juan de la parte de Castilla, y por la de Aragon don Jimeno de Luna, obispo de Zaragoza. Los reyes de Portugal y Aragon tuvieron primero habla en Torrellas, que es una villa á la raya de Aragon y á las haldas de Moncayo, puesta en un sitio muy deleitoso. Allí los jueces, oido lo que por las partes se alegaba, pronunciaron setencia, y fué que el rio de Segura partiese término entre los reinos de Aragon y Castilla, cosa de grande comodidad y ventaja para el Aragonés, porque se le añadió lo de Alicante con otros pueblos de aquella comarca, y de su bella gracia le otorgaron lo que él con tanto ahinco antes deseaba. Pronuncióse la sentencia á los 8 del mes de agosto, y luego el dia siguiente los tres reyes se juntaron en el Campillo, que está allí cerca, y por la memoria del concierto que en aquel lugar se hiciera veinte y tres años antes desto entre don Alonso, rey de Castilla, y don Pedro, rey de Aragon, parecia de buen agüero. Confirmóse allí lo asentado; desde allí los reyes fueron á Agreda, y pasaron á Tarazona. Grandes regocijos y recebimientos les hicieron; muy señalada fué esta junta, porque fuera de los tres reyes se hallaron asimismo presentes tres reinas, las dos de Castilla, suegra y nuera, y doña Isabel, reina de Portugal, persona muy santa, demás de la infanta do

ña Isabel, hermana del rey don Fernando, la que estuvo primero desposada con el rey de Aragon. El acompañamiento y corte era conforme á la calidad de príncipes tan grandes, en particular el rey de Portugal se señaló mas que todos, conforme á la condicion de aquella nacion, por ser deseoso de honra, y á causa de la larga paz rico de dineros; se dice que trujo en su compañía de Portugal mil hombres de á caballo, y que en todo el camino no quiso alojar en los lugares, sino en tiendas y pabellones que hacia armar en el campo. En lo que tocaba á la pretension de los Cerdas, los reyes de Aragon y Portugal, nombrados por jueces árbitros, llegado el negocio á sentencia, mandaron que don Alonso en adelante no se llamase rey; que restituyese todas las plazas y castillos de que estaba apoderado. Señaláronle á Alba, Bejar, Valdecorneja, Gibraleon, Sarria, con otros lugares y tierras para que pudiese sustentar su vida y estado, recompensa muy ligera de tantos reinos. Pocas veces los hombres guardan razon, principalmente con los caidos; todos les faltan y se olvidan. El rey de Francia no acudia, solo el rey de Aragon sustentaba el peso de la guerra contra Castilla; deseaba por tanto concertar aquellos debates de cualquier manera que fuese. Esta sentencia dió tanta pesadumbre á don Alonso de la Cerda, que aun no so quiso hallar presente para oilla, antes se partió echan do mil maldiciones á los reyes. Restaba de acordar la diferencia del infante don Juan y Diego Lopez de Haro. El Rey tenia prometido al Infante que, efectuadas las paces, él mismo le pondria en posesion del señorío de Vizcaya. Concluida pues y despedida la junta de los reyes, don Diego de Haro fué citado para que en cierto dia que le señalaron pareciese en Medina del Campo, donde tenian convocadas las Cortes del reino. Separa ñaláronse jueces árbitros que determinasen la causa. Don Diego Lopez de Haro, sea por fiar poco de su justicia y entender tenia usurpado aquel estado, ó por sospechar que el Rey no le era nada favorable, sin pedir licencia para partirse se salió de las Cortes, las cuales acabadas que fueron, como entendiesen que don Diego de Haro no haria por bien cosa ninguna, y el infante don Juan, que siempre audaba al lado del Rey, diese priesa á que el negocio se concluyese, en Valladolid, vistas sus probanzas, se sentenció en su favor, solamente se difirió la ejecucion para otro tiempo, en que se pretendia que con alguna manera de concierto entre las partes se atajase la tempestad de la guerra que podia desto resultar. En el año del Señor de 1305 estaban las cosas desta manera en Castilla, unas diferencias soldadas, otras para quebrar; y á 17 dias del mes de enero Rugier Lauria, general del mar, murió en Cataluña, capitan sin segundo y sin par en aquel tiempo, determinado en sus consejos, diestro por sus manos, querido y amado de los reyes, en especial del rey don Pedro, que con su ayuda y por su valor sujetó á Sicilia. El solo dió fin á grandes hazañas con próspero suceso; los reyes nunca hicieron cosa memorable sin él; su cuerpo sepultaron en el monasterio de Santa Cruz con su túmulo y letra junto al enterramiento del rey don Pedro en señal del grande amor que le tuvo. A los 6 dias del mes de abril murió doña Juana, reina de Navarra, en Paris; su cuerpo enterraron en el monasterio de San Francisco con real pompa y célebre aparato; está de

presente metido este monasterio dentro del colegio de Navarra. Sucedió luego á su madre difunta en el reino Luis, que tuvo por sobrenombre Hutino; tomó la corona real en Pamplona; despues fué tambien él rey de Francia por muerte de su padre. Dejó la reina doña Juana allende deste otros hijos, á Filipo, que tuvo por sobrenombre el Largo, á Cárlos, que tuvo por sobrenombre el Hermoso, que adelante vinieron á ser todos reyes de Francia y Navarra. Dejó otrosí dos hijas; Ja una murió siendo niña, la otra, por nombre madama Isabel, casó con Eduardo, rey de Ingalaterra, la mas hermosa doncella que se halló en su tiempo.

CAPITULO VIII.

Clemente V, pontifice máximo.

El pontificado de Benedicto no duró mas de ocho meses y seis dias. Siguióse una vacante larga de diez meses y veinte y ocho dias. Grandes disensiones anduvieron en este conclave, muy encontrados los votos de los cardenales, así italianos como franceses, que eran en gran número, porque á devocion de los reyes de Nápoles los papas criaron los años pasados muchos cardenales de la nacion francesa. En fin, se concertaron desta suerte: que los italianos nombrasen tres cardenales franceses para el pontificado, y que destos eligiese el bando contrario uno que fuese papa. Salieron tres arzobispos nombrados, que estaban muy obligados á la memoria de Bonifacio como criaturas suyas. Destos tres en ausencia fué elegido Raimundo Gotto, arzobispo de Bordeaux, primero comunicado el negocio con Filipo, rey de Francia. Procuró el rey de Francia que se vinicse antes de aceptar á ver con él en la villa de Angelina, que cae en la provincia de Jantoigne, donde dicen hizo que debajo de juramento le prometiese de poner en ejecucion las cosas siguientes: que condenaria y anatematizaria la memoria de Bonifacio VIII; que restituiria en su grado y dignidad cardenalicia á Pedro y á Jacobo de casa Colona, que por Bonifacio fueron privados del capelo; que le concederia los diezmos de las iglesias por cinco años, y conforme á esto otras cosas feas y abominables á la dignidad pontifical; pero tanto puede el desco de mandar. Con esto á los 5 dias del mes de junio fué declarado por pontífice, y tomó nombre de Clemente V. Mandó luego llamar todos los cardenales que viniesen á Francia, y en Leon tomó las insignias pontificales á 11 de noviembre. Acudió increible concurso de gente. Aguó la fiesta y destempló el alegría un caso de mal agüero, como muchos lo interpretaron. El mismo dia que se celebraba esta solemaidad, mientras el nuevo Pontifice hacia el paseo con grande acompañamiento y pompa, le derribó del caballo una gran pared que cayó por ser muy vieja y carcomida y por el peso de la muchedumbre de gente que sobre ella cargó á ver la fiesta. Cayósele la tiara que llevaba en la cabeza, y se perdió della un carbunco de gran valor. El rey de Francia, que iba á su lado, se vió en gran peligro; Juan, duque de Bretaña, pereció allí; los reyes de Ingalaterra y Aragon escaparon con mucho trabajo. Fué grande el número de los que murieron, parte por tomalles la pared debajo, parte por el aprieto de la mucha gente. Con estos principios se conformó lo demás; todo andaba puesto en venta, así

lo honesto como lo que no lo era. Crió doce, cardenales á contemplacion y por respeto del rey Filipo do Francia. Todavía como le hiciese instancia sobre condenar la memoria del papa Bonifacio, segun que lo tenia prometido, dió por respuesta que negocio tan grave no se podia resolver sino era con junta de un concilio general. Por este camino se desbarató la pretension de aquel Rey, y esta dicen fué la principal causa para juntar el concilio de Viena, que se celebró como poco adelante se dirá. Trasladó la silla pontifical desde Roma á Francia, que fué principio de grandes males; ca todo el orbe cristiano se alteró con aquella novedad, y en particular toda Italia, de que resultaron todas las demás desgracias y un gran torbellino de tempestades. Lo que se proveyó para el gobierno de Italia y del patrimonio que allí la Iglesia tiene fué enviar tres cardenales por legados para con poderes bastantes gobernar aquel estado, así en tiempo de guerra como de paz. En Castilla por el mismo tiempo se despertaron nuevas alteraciones. No hay cosa mas deleznable que la cabida y privanza con los reyes. Don Juan Nuñez de Lara comenzó á ir de caida por estar el rey don Fernando cansado dél. Quitóle el oficio de mayordomo de la casa real, y puso en su lugar á don Lope, hijo de don Diego Lopez de Haro. El color que se dió fué que don Juan de Lara era general de la frontera contra los moros y no podia servir ambos cargos, como quier que á la verdad el Rey pretendiese sobre todo con aquella honra ganar la casa de Haro y apartalla de la amistad que tenia trabada muy grande á la sazon con los de Lara. Entendiéronse fácilmente estas mañas, como suele acontecer, que en las cosas de palacio no hay nada secreto; por donde estos dos caballeros se unieron y ligaron con mayor cuidado y determinacion que tenian de desbaratar aquellos intentos. Parecia que el negocio amenazaba rompimiento; acudieron Alonso Perez de Guzman y la Reina madre, y con su prudencia hicieron tanto, que estos caballeros se apaciguaron, ca volvicron á cada cual dellos las honras y cargos que solian tener. Demás desto, se tomó asiento entre el infanto don Juan y la casa de Haro con estas condiciones: que don Diego de Haro por sus dias gozase el señorío de Vizcaya, y despues de su muerte tornase al infante don Juan; que Orduña y Balmaseda quedasen por don Lope, hijo de don Diego de Haro, por juro de heredad, y de nuevo se le hizo merced de Miranda de Ebro y ViIlalva de Losa en recompensa de lo que de Vizcaya les quitaban. El deseo que el Rey tenia de apaciguar las diferencias destos grandes, con que todo el reino andaba alborotado, era tan grande, que ninguna cosa se le hacia de mal á trucco de concordallos. El alegría que todos recibieron por esta causa fué grande; solo don Juan de Lara recibió pesadumbre, así por parecello le habian agraviado en tomar asiento con su suegro don Diego de Haro sin dalle á él parte, como por tener costumbre de aprovecharse de los trabajos ajenos y sacar ganancia de las alteraciones que sucedian entre los grandes. Esto fué en tanto grado, que por parecelle forzoso correr él fortuna despues de tomado aquel asiento, y que no le quedaba esperanza de escapar si no se valia de alguna nueva trama, renunciada la fe y lealtad que al Rey tenia jurada, se retiró á Tordelumos, plaza muy fuerte, así por su sitio como por sus

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Que la guerra de Granada se renová

El roles de ordinario, y mas entre los moros, de su natural es inconstante, alorstads, amigo de esas queras, enemigo de la paz y sosiego. Así en este des po comenzaron los moros, de Granada á aportarse en gran daño suyo y riesgo de perderse, como quiera que por todas partes estuviesen rodeados de enemigos Y aquel relas de Granada reducido á gran estrechora y puesto en bananzas. La ocasión de alborstarse fue que el Rey era inútil para el gobierno, y como ciego pasibe en descuido su vida; su cuñado, el señor de Maga, era el que lo mandaba todo, y en efecto, era el que en nombre de otro reinaba. Parecía es cusa pesada teser dos reyes en lugar de uno, porque, fuera de les deris inconvenientes, se doblata ei gasto de la casa real á causa que el de Málaga no tenía menos corte, acompañamiento y casa que si fuera verdadero rey, puesto que el noutre le dejaba á su cuñado. Decian seria mucho mejor nombrar otro rey que fuese bombre que los gobernase, á quien todos tuviesen respeto, obedeciesen á sus mandamientos y con su autoridad se defentiesen y veagasen de sus enemigos. Al vulgo, que andaba alterado, atizaban los principales; mayormente Aborrabes, un caballero que venía de los reyes de Marruecos, con su gente y la de sus aficionados se apoderó de la ciudad, de Almería y se intaló rey della. La mayor parte del pueblo se inclinaba á favorecer á Mahomad Azar, hermano que era menor del Rey ciego, que daba muestras de

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de dos may destros, muy midis entres, point. 1dos con las distorcias cities; en especia. Jos aig ses pocian mieli à 18 miris per a fama que estriade haber sujetado sos enemigos y cazzado tantas victorias. El rey de Ferminor, a ruego de sa maire, flei Tived: para balanse presente a trakia dar los maesos ja rey don Sancho, su padre, en un sepal mɔ may bans) que la Reina tenia apercebiat big tuas it lemáscecess• risyenoresiente a las exeris y las de sa marily Tema e re di Fermando condition appelble,urab Destidad natural, como acostumbrata decir Gutierre de Toledo, que se cria con el desde su nibex, gran modest'a en su rostro, su cuerpo been proporciona dɔ yapaes to, de grande DID), BUT DETRetle. Acontecis que d mismo dia de Navidad un cabalera muy principal, á quien el tecla señalado para el gobierno de Casti la, se viso á despedir del para ir á so carga. El Rey, dealis los datos con que acaso se entretenia, le advirtió que en Galicia Labaria machos cadaueros mobles que an duban alborstadis; que amorue mereciesen pena de muerte, le escargaba se guardase de ejecutar el castigo, solamente se los envlase, que se queria servir delos en la guerra de los moros. Ernteció el cabailero el acuerdo tan chimente del Rey, que, aunque pareció á muchos blando en demasia y te nerario, ia erperiencia mostró ser muy acertada. No h:bo en to ja la querra contra los moros quien se señalase mas que aque Bos hidalgos. Estinalababos grandemente el deseo de borrar ia deshonra pasada, y la volantud de servir al Rey la clemencia de que con ellos usara; sus valerosas bazañas no se podian encubrir; en todas partes y ocasiones peleabau contra los moros con odio implacable, y entre si tenian competencia de avents arse en valor y ánimo. Finalmente, desde Toledo partieron al Anda

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lucía. El campo de los castellanos llegó sobre Algecira å 27 dias del mes de julio. A mediado el siguiente mes de agosto puso su cerco sobre Almería el rey de Aragon. Con los aragoneses vinieron don Fernando, hijo de don Sancho, rey de Mallorca, mancebo de los fuertes y valerosos que en su tiempo se hallaban; don Guillen de Rocaberti, arzobispo de Tarragona; don Ramon, obispo de Valencia y chanciller del Rey; don Artal de Luna, gobernador de Aragon, con otros prelados y caballeros. Al rey don Fernando seguian los caballeros de la casa y familia de Haro; don Juan de Lara, poco antes vuelto en amistad del Rey; don Juan, tio del Rey, y el arzobispo de Sevilla y otros muchos caballeros principales. Gisberto, vizconde de Castelnovo, fué con parte de la armada de los aragoneses sobre Ceuta, que está en la frontera y riberas de Africa, y la tomó. Los despojos hobieron los aragoneses; la ciudad se dejó á Aborrabes, como lo tenian con él capitulado. Los de Granada, habido sobre ello su acuerdo, porque si venian á repartir su gente no serian bastantes para sustentar ambas guerras, determinaron de defender la ciudad de Almería, fuese por la confianza que hacian de la fortaleza de Algecira, demás que tenia harta gente de defensa y las provisiones necesarias, ó por rabia de que los aragoneses les hobiesen ganado á Ceuta y se hobiesen entremetido en aquella guerra sin pretender contra ellos algun derecho ni haber recebido agravio. El mismo dia de la festividad de San Bartolomé los moros con toda su gente se presentaron á vista de aquella ciudad. Los aragoneses, visto que les representaban la batalla, de buena gana fueron á acometellos. A los principios no se conoció ventaja en ninguno de los campos, porque los moros peleaban con grandísimo esfuerzo; pero en fin, fueron vencidos y puestos en huida con gran daño y matanza. Los bosques que alli cerca estaban dieron á muchos la vida, que se metieron por aquellas espesuras y escaparon. No hay alegría cumplida en las cosas humanas. Mientras que los nuestros con demasiada codicia y poco recato iban en seguimiento de los bárbaros y ejecutaban el alcance, los de Almería salen de la ciudad y acometen el real de los aragoneses, que tenia poca defensa y por capitan á don Fernando de Mallorca. Ganaron el baluarte y trincheas y saquearon y robaron algunas tiendas. Acudieron los nuestros, y aunque con mucha dificultad, en fin lanzaron los moros y los forzaron á retirarse dentro de la ciudad. Esto hizo que el contento de la victoria ganada no se les aguase tanto si perdieran los reales; demás que aquel peligro fué aviso para que en adelante tuviesen mayor recato. Todo era menester, porque segunda vez á los 15 de octubre grande morisma, que llegaban á mas de cuarenta mil, acometieron las estancias de los aragoneses, pero sucedióles lo mismo que en el rebate pasado. No con menos esfuerzo apretaban los de Castilla por mar y por tierra el cerco de Algecira; mas las fuertes murallas y los muchos soldados que dentro tenian impedian á los cristianos para que sus asaltos no hiciesen efecto. Como se detuviesen muchos meses, acordaron de acometer á Gibraltar, villa puesta sobre el monte Calpe, con esperanza de apoderarse della, porque no tenia tanta defensa. Fueron para este efecto el arzobispo de Sevilla y don Juan Nuñez de Lara con parte del ejército. Alonso Perez de Guzman, caballero el mas señalado que se

conocia en aquellos tiempos y iba en compañía de los demás, en un rebate que tuvieron con los moros en el monte Gausin quedó muerto, daño que fué muy notable, dolor y sentimiento de todo el reino. Verdad es que la villa de Gibraltar se entregó al mismo rey don Fernando, que acudió para este efecto, como lo concertaron para que los cercados se rindiesen con mas reputacion y fuese del Rey la honra de ganar aquella plaza. Dióse libertad á los moros para pasar en Africa y llevar consigo sus bienes. Entre los demás un moro muy viejo ya, que queria partirse, habló, segun dicen, al Rey desta manera: «¿Qué desdicha es esta mia, por mi mal hado ó por mis pecados causada, que toda mi vida ande desterrado y á cada paso me sea forzoso mudar de lugar y hacer alarde de mi desventura por todas las ciudades? Don Fernando, tu bisabuelo, me echó de Sevilla, fuíme á Jerez de la Frontera. Esta ciudad conquistó tu abuelo don Alonso, y á mí fué necesario recogerme á Tarifa. Ganó esta plaza tu padre el rey don Sancho, á mí por la misma razon fué forzoso pasar á Gibraltar. Cuidaba con tanto poner fin á mis trabajos, y esperaba la muerte como puerto seguro de todas estas desgracias. Engañóme el pensamiento; al presente de nuevo soy forzado á buscar otra tierra. Yo me resuelvo pasar en Africa por ver si con tan iargo destierro puedo amparar lo postrero de mi triste vejez y pasar en sosiego esto poco de vida que me puede quedar.»> Los soldados que estaban sobre Algecira, dado que era gente feroz y denodada, cansados con los trabajos y malparados con los frios del invierno, á cada paso desamparaban las banderas, no solo la gente baja, sino tambien la principal y los señores, que demás de lo dicho andaban desabridos porque el Rey daba oido á gente baja y de intenciones dañadas. El infante don Juan y don Juan Manuel fueron de poco provecho en esta guerra, antes ocasion de mucho daño, porque partidos ellos, con su ejemplo muchos se salieron del campo y desampararon los reales. Don Diego Lopez de Haro murió en la demanda de enfermedad. Su cuerpo llevaron á Búrgos y enterraron en el monasterio de San Francisco. El señorío de Vizcaya, segun que lo tenian capitulado, recayó en doña María, mujer del infante don Juan; cosa nueva que en aquel estado sucediese mujer, en que hasta entonces se continuó la sucesion por línea de varon. La muerte deste caballero y las continas lluvias que sobrevinieron, por ser el tiempo mas áspero de todo el año, forzaron á que el cerco de Algecira se alzase. Capitularon empero que los moros restituyen, como lo hicieron, las villas de Quesada y Bedmar, que tomaron el tiempo pasado á los nuestros, y para los gastos de la guerra pagasen cuarenta mil escudos. La villa de Quesada poco adelante dió el Rey á la iglesia de Toledo, cuya solia ser. Este fué el fruto que de tanto ruido, tantas pérdidas y trabajos se sacó. Los aragoneses, si bien tenian en sus reales grande abundancia de todas las cosas necesarias, asimismo por Ja poca esperanza de salir con la empresa, como les restituyesen los aragoneses que allí tenian cautivos, se partieron de sobre Almería, que fué á los 26 dias del mes de febrero, año de 1310, sin suceder otra cosa digna de memoria, salvo que en el mayor calor desta guerra el ciego rey Moro fué despojado del reino por su hermano Azar, y en Almuñecar puesto en prisiones con

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