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Recibieron los portugueses grave daño con esta entrada, y les causó mucho odio contra su Rey, por ver que con todos sus intentos ninguna cosa mas hacia que irritar y mover contra los suyos las armas y fuerzas de Castilla. Por otra parte hacia sin provecho alguno guerra en lugares apartados, conviene á saber, á los gallegos; en Salvatierra destruia y quemaba los campos. Si se sentia con pocas fuerzas, ¿para qué movia guerra? Y si en ellas confiaba, ¿por qué, convidado, rehusaba venir con los enemigos á las manos? El rey de Castilla, venido el otoño, sin haber encontrado ningun ejército de sus enemigos, se recogió á Sevilla. Este mismo año á 25 de junio murió Federico, rey de Sicilia, ya cargado de edad, y famoso por la guerra que sustentó por tanto tiempo contra potencias tan grandes. En Catania en la iglesia de Santa Agata está un lucillo con un bulto ó estatua suya, y dos versos en latin deste sentido:

EL CIELO ALEGRE ESTÁ, LA TIERRA TRISTE.
SICANIA LLORA DE SU REY FADRIQUE

cada uno dellos con intento de que si rompiese con el uno, quedase el otro con quien ampararse. Continuábanse todavía los desabrimientos y diferencias entre el de Aragon y doña Leonor, su madrastra; tratóse de concordia por sus embajadores. Todavía el de Aragon, bien que daba buenas palabras, al cabo no hacia cosa. El rey de Castilla á ruego de su hermana fué á Aillon, villa que está en la raya de entrambos reinos. Allí la Reina se le quejó de los agravios y crueldad de su alnado, y con muchas lágrimas le suplicó recibiese debajo de su proteccion y amparo á ella y á sus hijos y á los grandes que seguian su parcialidad. El Rey estuvo suspenso. Parecíale por una parte inhumana cosa no favorecer á su hermana, y por otra deseaba mucho no divertirse antes de vengar los agravios recibidos del rey de Portugal. Finalmente, mandó á don Diego de Haro que, juntadas las fuerzas y soldados de Soria, Molina y Cuenca y de otros pueblos, hiciese entrada en Aragon. La reina doña Leonor, por Búrgos y Valladolid se fué á Madrid á esperar al Rey, que en razon de aparejarse para la guerra de Portugal, hacia grandes llamamientos de gentes para Badajoz, por donde cuidaba dar principio á aquella guerra. En esta sazon, de doña Leonor le nació al Rey otro hijo, que se llamó don Tello. Lo que mas tenia enojado al rey de Portugal era lo poco en que el de Castilla tenia á su hija la reina doña María, hasta decirse que trataba de repudiarla; parecíale que esta no era injuria que en manera alguna se pudiese disimular. De Badajoz con grandísimo impetu entró en Portugal; talaron los campos y hicieron la guerra á fuego y sangre. La destemplanza del tiempo causó al Rey una calentura en Olivencia, y le puso en necesidad de partirse de Badajoz en el mes de junio para Sevilla. Por estos mismos dias Jofre, almirante del mar por el rey de Castilla, talado que hobo y corrido la costa de Portugal, no léjos de Lisboa peleó con la armada de los portugueses, de quien era general Pecano, ginovés. La pelea fué brava y dudosa; al principio los portugueses tomaron dos galeras de Castilla; recompensóse este daño con que los de Castilla rindieron la capitana de los portugueses y abatieron el estandarte real. Esto causó grande temor en los enemigos, y por todas partes fueron desbaratados y puestos en huida. Era cosa horrenda ver en aquel espacioso y ancho mar huir, dar la caza, prender y matar, y todo cuanto alcanzaba la vista estar lleno de armas y tinto en sangre. Tomáronse ocho galeras, y seis echaron á fondo, y el general Pecano con Cárlos, su hijo, quedó preso. Fué para aquella era esta victoria muy ilustre y rara, en tauto grado, que á la vuelta salió el Rey á recebir el Almirante, que entró en Sevilla con triunfal demostracion y aparato; la honra que se hace á la virtud inflama los ánimos valerosos para emprender cosas mayores. Halláronse presentes el arzobispo de Rems, embajador del rey de Francia, y el maestre de Rodas, á quien para tratar de paces enviara por su legado Benedicto XI, sumo pontífice, que tres años antes sucedió al papa Juan. Ambos con todas sus fuerzas procuraron concertar y poner paz entre estos dos reyes; pero no les fué posible concluirlo, antes el rey de Castilla, cobrada entera salud, entró otra vez á robar y destruir á Portugal. La entrada fué por aquella parte por do solian habitar los antiguos turdetanos, que ahora se llama el Algarve.

LA AUSENCIA. ¡OH MUERTE, CUÁNTO MAL HICISTE! Sucedióle en el reino su hijo don Pedro. Los ducados de Atenas y Neopatria mandó á Guillelmo, su hijo sagundo; á don Juan, hijo tercero, hizo otras mandas. Cuatro hijas que tenia por su testamento las dejó excluidas de la sucesion del reino, ley que no fué perpetua ni era conforme á lo que de antes se solia usar en aquel reino, y adelante se usó. Andaba en la corte de Castilla Gil Alvarez de Cuenca, arcediano de Calatrava, dignidad en la iglesia de Toledo, varon de conocido valor y prudencia para tratar negocios y cosas graves. El arzobispo de Toledo don Jimeno de Luna finó en la su villa de Alcalá de Henáres á los 16 de noviembre deste año, quién dice que del siguiente. Sepultaron su cuerpo en la iglesia mayor de Toledo en la capilla de San Andrés. Por su muerte sucedió en aquella dignidad y iglesia el susodicho Gil Alvarez de Cuenca, que adelante se llamó y hoy le llaman comunmente don Gil de Albornoz. Procurólo el Rey muy de veras, y hizo en ello tal instancia, que las voluntades de los del cabildo, si bien estaban muy puestos en nombrar á don Vasco, su dean, se trocaron y inclinaron á dar gusto al Rey. Las grandes virtudes y hazañas deste nuevo prelado mejor será pasallas en silencio que quedar en este cuento cortos. Fué natural de Cuenca, sobrino de su predecesor don Jimeno de Luna, su padre Garci Alvarez de Albornoz, su madre doña Teresa de Luna, personas ilustres, de mucha reputacion y fama y hacienda. Crióse en Zaragoza en tiempo que don Jimeno, su tio, fué prelado de aquella ciudad. Su ingenio muy vivo y capaz empleó en el estudio de los derechos en Tolosa de Francia, no para darse al ocio, sino para habilitarse mas para los negocios. Ya que era de edad, se sirvió el Rey dél en su consejo, despues le eligieron en arzobispo de Toledo; últimamente, criado cardenal, sirvió á los papas en empresas de grande importancia. Echó los tiranos de las tierras de la Iglesia que en Italia tenian usurpadas. En todas edades y estados fué igual, entero en las cosas de justicia, menospreciador de las riquezas, constante y sin flaqueza en los casos árduos. No se sabe en qué fué mas señalado, si en el buen gobierno en tiempo de paz, si en la administracion y valor en las cosas tocantes á la guerra. Todos los hombres de lc-.

tras tienen obligacion á celebrar sus alabanzas, porque en la Gallia Cisalpina ó Lombardía, en la ciudad de Boloña instituyó un famoso colegio, en que hay cuatro capellanes y treinta colegiales, todos españoles, con gruesas rentas para que estudien, de donde como de un alcázar de sabiduría han salido muchos excelentes varones en letras y erudicion, con que las letras resucitaron en España, y á su imitacion se han fundado otros muchos colegios por personas que imitaron su celo y tenian con qué podello hacer. Dejó al cabildo de Toledo la villa de Paracuellos con carga de cierta pension con que mandó acudiesen cada un año á la iglesia de Villaviciosa, que él mismo fundó, y puso en ella canónigos reglares, cerca de la villa de Briluega. El arzobispo de Rems y el maestre de Rodas, andando de una parte á otra, no cesaban de amonestar á los reyes de España y procurar que se acordasen y hiciesen paces. Ponianles delante como los reinos se asuelan con las guerras y con la paz se restauran; que Africa amenazaba con una temerosísima guerra; muchas veces las discordias internas se concordaban y componian con el miedo de los males de fuera; que así para los vencedores como para los vencidos el único remedio era la paz. Con estas amonestaciones parecia que el rey de Castilla blandeaba algo, si bien era el que andaba mas lejos de acordarse; que el rey de Portugal grandemente deseaba concierto. Concluyóse que el rey de Castilla fuese á Mérida á tratar de medios de paz. En aquella ciudad se concertaron y hicieron treguas por un año en principio del de nuestra salud de 1338. No fué posible concordarlos del todo ni hacer paces perpetuas.

CAPITULO VI.

Cómo mataron á Abomelique.

poca edad la doncella y no de sazon para casarse; á esta
causa la entretenian en Tudela; mas al fin con grande
regocijo de ambas naciones se casaron en Aragon
á 23 de julio. Velólos Filipe, tio de la doña María, her-
mano de su padre, obispo de Jalon ó cabillonense en
Francia. Envióse una embajada al sumo Pontifice ro-
mano suplicándole volviese los ojos á España y que
echase de ver que no poco á su Santidad tocaba el gran-
dísimo y cercano peligro que corria la cristiandad. Que
las décimas de las rentas eclesiásticas que se concedie-
ran á los reyes de Aragon para subsidio y ayuda de la
guerra contra los moros las mandase subir al justo y
presente valor, porque si se cobraban segun los valo-
res y por los padrones antiguos, serian de poco prove-
cho; esto es lo que toca al rey de Aragon. El rey de
Castilla era ido á Búrgos á hacer Cortes, en que con
deseo de reformar el grande exceso que se via estar
introducido en el comer y vestir, promulgó leyes que
moderaban estos gastos. Mandó tras esto á su almirante
Jofre Tenorio se pusiese en el Estrecho para estorbar el
pasaje á los moros. Desde Búrgos, á ruego de su her-
mana doña Leonor, fué á Cuenca, y en su compañía
don Juan Nuñez de Lara y don Juan Manuel, ya del todo
reconciliados con el Rey. Allí vino don Pedro de Aza-
gra con embajada de paz de parte del rey de Aragon
para que se aliasen contra los moros. Ofrecia la tercera
parte de la armada que fuese menester para estorbar
el
paso
á los moros. Respondió el Rey que aceptaria su
oferta, y que entonces le seria muy grata su amistad
cuando hobiese satisfecho á su hermana doña Leonor
en las quejas que tenia y en sus pretensiones. En unas
Cortes de Aragon que se hicieron en Daroca se con-
sultaron todas estas diferencias, y se nombraron por
jueces árbitros el infante don Pedro, tio hermano de
padre del rey de Aragon, y don Juan Manuel, que para
tratar desto era embajador del rey de Castilla. Conclu-
yose en que se diese perdon al señor de Ejerica, y á la
Reina y á sus hijos se les confirmnase todo aquello que
les mandara su padre. Para que mas fácilmente tuviese
efecto esta concordia vino bien que don Pedro de Lu-
na, arzobispo de Zaragoza, que la contradecia, á esta
sazon se hallaba ausente, citado por el Papa para que
pareciese en Roma á responder á cierto pleito y deman-
da puesta contra él. Firmó el rey de Castilla estos ca-
pítulos en Madrid, y la reina doña Leonor y sus hijos
se volvieron á Aragon, do fueron bien recebidos, casi
con aparato real. Suelen acomodarse y conformarse
con el tiempo, así bien los reyes como las personas par-
ticulares, y usar de grandes disimulaciones para poder
gobernar la república, mayormente en tiempos revuel-
tos. El arzobispo de Rems y el maestre de Rodas y el
arzobispo de Braga, que era embajador del rey de Por-
tugal para tratar de las paces, fueron despedidos por
entonces del rey de Castilla por parecer pedian capitu-
laciones injustas. Lo que mas descontentaba era que

Del aparato y preparamentos de guerra que hacia el rey Albohacen, como en semejantes casos acaece, se decian mayores cosas de aquellas que en realidad de verdad eran. Referíase que se juntaba todo el poder de los moros y se apellidaban todas las provincias de Africa; que pasaban á España con sus casas y mujeres y hijos para quedarse á morar y vivir de asiento en ella despues que toda la hobiesen ganado; que era tan innumerable la gente que venia, que ni se les podria estorbar el pasaje ni tampoco podrian ser vencidos. Corria fama que lo primero desembarcarian en la playa de Valencia, y allí cargaria aquella tempestad que se armaba. Estas nuevas tenian atemorizados los fieles y mucho mas á los de Aragon. Hacíanse grandes provisiones de armas, caballos y bastimentos; todo era ruido y asonadas de guerra. Estaban todos alerta con gran cuidado y solicitud. Empezóse entre los nuestros á platicar de paz, porque, juntas las fuerzas, se podia tener esperanza de la victoria; divididas y sin concordia, era cierta la ruina de todos y su perdicion. A los embaja-pedian á doùa Costanza, hija de don Juan Manuel, para dores ingleses, que en nombre de su Rey pedian paz y alianza, con dudosa respuesta entretenia el rey de Aragon. Decíales que su amistad les era y seria siempre muy agradable, si se les permitiese guardar las alianzas que antes con los demás tenian hechas. Tratábase de desposar el de Aragon con la infanta doña María, hija del Navarro; diferíanse estas bodas por ser aun de

que se desposase con don Pedro, heredero de Portugal. En el principio del año de 1339 murió don Vasco Rodriguez Corado, maestre de Santiago. En su lugar fué elegido, por voto de los caballeros del hábito, su sobrino don Vasco Lopez. Pesóle mucho al Rey y enojóse desta eleccion, como quier que deseaba el maestrazgo para su hijo don Fadrique. Opusiéronle al nuevo maes

tre contra su persona muchos capítulos y defectos en la eleccion, si verdaderos, si falsos por hacer lisonja al Rey, ¿quién lo averiguará? El Maestre, por adevinar la tempestad que venia sobre él, se fué á Portugal, con que pareció darse por culpado; así, en ausencia fué privado de la dignidad; y dada por ninguna la primera eleccion, fué elegido de nuevo por maestre don Alonso Melendez de Guzman, tio hermano de madre del niño don Fadrique, con asaz grande dolor y murmuracion de muchos, que echaban de ver una maldad y desconcierto tan grande, que no bastase el peligro grande del reino para que echasen dél la ambicion y sobornos. Por este tiempo, quién dice dos años antes, don Ruy Perez, maestre de Alcántara, fué al tanto privado del maestrazgo, y elegido en su lugar don Gonzalo Martinez, á quien otros llaman Nuñez; algunos por la disimilitud y diversidad de los nombres hacen diverso y dividen lo que no se debe apartar, porque en la lengua antigua de Castilla Nuño y Martin son una misma cosa. Lo sobredicho se hizo con autoridad de don Juan Nuñez de Prado, maestre de Calatrava, á quien por sus antiguas constituciones estaban sujetos los caballeros de Alcántara. Tratábase con grande calor lo tocante á la guerra de los moros; para ella de todo el reino se juntaba grande ejército en Sevilla. Apercibióse brevísimamente el rey de Castilla, porque tuvo nuevas que Abomelique era de Africa pasado por el Estrecho con cinco mil hombres de á caballo; era ya cumplido el tiempo de las treguas, y convenia que con la presteza se impidiese el intento de los moros. Hizose entrada en el reino de Granada, talaron los campos de Antequera y Archidona, y apenas las mismas ciudades se libraron desta furia. Lo mismo se hizo en los términos de Ronda; y por el esfuerzo de don Juan de Lara y de don Juan Manuel y del maestre de Santiago fué desbaratada gran multitud de moros que salieron de aquella ciudad á dar y cargar en nuestra retaguardia, en que iban estos capitanes. Ejecutaron los vencedores el alcance; muchos moros, que se recogieron á ciertas breñas, forzados del miedo, se despeñaron de aquellos riscos por salvarse y se hicieron pedazos. Con esto los cristianos se volvieron á Sevilla; y de allí se enviaron muchas guarniciones para guardar las fronteras contra los moros. Vino en esta sazon el almirante de Aragon Gilaberto con doce galeras y órden de su Pey que se juntase con la armada del rey de Castilla y guardase el estrecho de Gibraltar. La falta de dineros era grande; para suplir esta necesidad en el mes de setiembre fué el Rey á las Cortes que tenia aplazadas para Madrid. Dejó por general en su lugar al maestre de Santiago, repartió otrosí entre los demás grandes, ricos hombres y capitanes el cuidado de lo que en su ausencia hacerse debia. En Nebrija, villa puesta á la boca de Guadalquivir, sentada en una campaña fertilísima, tenian juntada gran copia de trigo para el gasto de la guerra. Los moros, cobrada osadía con la partida del Rey, se concertaron de ir sobre esta villa y tomarla. Sabido esto por los nuestros, fuéles forzado, puesto que era en el rigor del invierno, de sacar las guarniciones y compañías de los alojamientos. Abomelique, resuelto de hacelles rostro, asentó sus reales junto á Jerez, y envió mil y quinientos caballos á Nebrija. Los de la villa se defendieron; robaron empero los moros y estragaron los campos. Acudieron á la fama de

lo que pasaba de Tarifa Fernan Perez Portocarrero, y de Sevilla Alvar Perez de Guzman y don Pedro Ponce de Leon, señores principales; y el maestre de Alcántara con su gente, con que entrara á hacer cabalgadas en tierra de moros, se juntó con estos capitanes; pequeño número en comparacion de la grande muchedumbre de los moros. Marcharon de dia y de noche; vinieron á alcanzar cerca de Arcos á los mil y quinientos moros, que caminaban muy despacio por ir embarazados con la grande presa que llevaban. Dieron con grande furia en ellos y los desbarataron, apenas escapó ninguno que no fuese muerto ó preso, quitáronles toda la cabalgada que llevaban. Con tan dichoso y buen suceso animados los nuestros, entraron en consejo si acometerian á Abomelique, hecho que no era proporcionado con el pequeño número de gente que llevaban. Los pareceres variaban; unos, considerada la gran multitud de los moros, eran de parecer que no tentasen mas la fortuna; otros con ánimo feroz y generoso decian que no debian de tener miedo á los moros, sino que, confiados en Dios y en el valor y esfuerzo de sus soldados, no perdiesen tan buena ocasion como se les presentaba de hacer un hecho memorable; que no vence el número sino el ánimo, y que no era razon que en se-' mejante coyuntura dejasen de arriscar sus personas y vidas, que tan poco les podian durar. Siguióse al fin este parecer; la honrosa vergüenza pudo mas que la cobardía recatada. Los moros, descuidados con los prósperos sucesos pasados, levantado su real, con grandísimo desórden marchaban la via de Arcos sin llevar adalides ni centinelas; infinitas veces ha sido total perdicion me◄ nospreciar al enemigo. Los cristianos al amanecer cntre dos luces, tocada la señal de arremeter, hirieron valerosamente en los moros; á la pasada de un rio quinientos moros hicieron un poco de resistencia, pero luego que los nuestros le pasaron, todo lo demás fué fácil; en un momento los moros fueron puestos en huida y destrozados. Abomelique, como suele acaecer en un repentino alboroto, huia á pié; así, sin ser conocido fué muerto por los que seguian el alcance, que cuidaron fuese algun soldado particular; su primo Aliatar al tanto murió en la batalla; perecieron cerca de diez mil moros, tal fama corria. Los nuestros, robados los reales y el carruaje de los enemigos y alegres con las dos victorias que ganaron, con mucha honra y contento volvieron sus soldados á los alojamientos de que los sacaron. Este año el arzobispo de Tarragona celebró concilio provincial en Barcelona, y en él con una solemní➡ sima procesion el cuerpo de santa Eulalia se trasladó á otro mas honrado y conveniente lugar. El rey de Aragon fué á Aviñon á dar al Papa la obediencia y reconocerle y hacer el homenaje que tenia obligacion, como feudatario de la Iglesia por las islas de Cerdeña Y Córcega.

CAPITULO VII.

Que los moros fueron vencidos junto á Tarifa.

La muerte de Abomelique fué muy llorada y plañida en Africa. Su padre la sintió ternísimamente; dolianse y querellábanse que con su temprana y arrebatada muerte no habia podido llegar á ser tal rey como prometian sus buenas partes. Con esto muy mas inflamados

y deseosos de vengarle, se dieron gran priesa á aprestar la jornada que tenian pensado hacer en España. Para ello hicieron por todo el reino grandes llamamientos de gentes, y por toda la Africa enviaron asimismo ciertos hombres, que con muestra de santidad, con pretexto y color de religion y de un grande servicio de Dios incitasen los moros á tomar las armas en defensa y aumento de la religiony secta de sus antepasados. Con esta voz se juntó un increible número de soldados, setenta mil de á caballo y cuatrocientos mil de á pié, muchedumbre tan grande, cual es cosa averiguada nunca alguno de los pasados reyes juntaron para pasar en España. Recogieron otrosí una flota de docientas y cincuenta naves y setenta galeras, armáronla de soldados y basteciéronla de vituallas y de todo lo al. Estaba el rey de Castilla con gran congoja y cuidado de la defensa que tenia de hacer á los moros cuando le sobrevino otra nueva pesadumbre. Diéronle grandes querellas de don Gonzalo Martinez ó Nuñez, macstre de Alcántara. Acusábanle de muchos delitos, no sabré decir si fueron verdaderos ó falsamente imputados; fué empero citado á que pareciese ante el Rey en Madrid á responder á la acusacion que le ponian y descargarse. Tuvo en poco el mandato del Rey, y no quiso parecer, sino pasarse al rey de Granada, que fué remediar una culpa con otra mayor. No se sabe si esto lo hizo por tener mal pleito ó con temor del poder y asechanzas de doña Leonor de Guzman, que le era contraria. Demás desto, el general de la armada del rey de Aragon, saltado que hobo con su gente en la playa de Algecira, fué muerto con una saeta en una escaramuza que trabó con los moros. Sin embargo, venida la primavera, se partió el Rey á la Andalucía, y los desiños del maestre don Gonzalo, con la diligencia y presteza que se puso, fucron desbaratados. Cercáronle en Valencia, pueblo que cae en el distrito de la antigua Lusitania; rindióse al Rey, fué preso y dado por traidor, y como tal degollado y quemado, á propósito todo que los demás escarmentasen con un castigo tan grande. Fué elegido en su lugar don Nuño Chamizo, varon de conocida virtud y grandes prendas. Comenzaba Albohacen á pasar su ejército en España; envió delante tres mil caballos, que para hacer demostracion de su esfuerzo corrieron la tierra de Arcos, Jerez y Medina Sidonia, y les talaron los campos; mas como se volviesen con grande presa, salieron los de Jerez á ellos, cargaron de sobresalto sobre los que iban descuidados y seguros, desbaratáronlos y quitáronles la presa con muerte de dos mil dellos. En este comedio, gastados cinco meses en pasar el Estrecho, todo el ejército de los moros se juntó cerca de Algecira por negligencia del almirante Tenorio. Todo el pueblo le cargaba la culpa de que él les pudo estorbar el paso. Verdad es que muchas veces el pueblo con envidia é ingrato ánimo se queja de los hombres valerosos. No pudo sufrir esta afrenta el feroz corazon del Almirante. Atrevióse á pelear con toda la armada de los enemigos, recibió una grande rota, murió él en la batalla y fué echada á fondo su armada. Salváronse solamente cinco galeras, que huyendo aportaron á Tarifa. El Rey se hallaba suspenso entre dos dificultades que le tenian puesto en gran cuidado; por una parte temia no le sucediese á España algun gran desastre; por otra el deseo de ganar honra y fama le solicitaba. En Sevilla, donde pro

veia las cosas necesarias para la guerra, acordó de hacer junta de los prelados y grandes del reino para consultar lo tocante á la guerra. Desque estuvieron juntos, puesta la espada á la mano derecha y la corona á la siniestra, sentado en su real trono les hizo una plática en esta manera: « Parientes y amigos mios, ya veis el peligro en que está todo el reino y cada uno en particular. Pienso tambien que no ignorais en qué estado estén nuestras cosas. Desde mis primeros años juntamente con el reino me han fatigado continuas congojas y afanes; así lo ha ordenado Dios; dame con todo eso mucha pena que nuestros pecados los hayan de pagar los inocentes. Aun no teniamos bien sosega los los alborotos del reino, cuando ya nos hallamos apretados con la guerra de los moros, la mas pesada y de temer que España ha tenido. Mis tesoros consumidos y nuestros súbditos cansados con tantos pechos, solo en mentarles nuevos tributos se exasperan y azoran. Por ventura ¿será bien hacer paz con los moros? Pero no hay que fiar en gente sin fe, sin palabra y sin religion. ¿Pedirémos socorro fuera de nuestros reinos? No era malo, mas á los reyes nuestros vecinos se les da muy poco del peligro y necesidad en que nos ven puestos. ¿Tendrémos confianza de que Dios nos ayudará y hará merced? Temo que le tenemos mal enojado con nuestros pecados y que no nos desampare. No llega mi prudencia ni consejo á saber dar corte y remedio conveniente á tan grandes dificultades. Vos, amigos mios, á solas lo podréis consultar y conforme á vuestra mucha prudencia y discrecion veréis lo que se debe hacer, que para que con mayor libertad digais vuestros pareceres yo me quiero salir fuera. Solo os advierto mireis que de vuestra resolucion no se siga algun grave peligro á esta corona real ni á esta espada deshonra ni afrenta alguna; la fama y gloria del nombre español no se mengüe ni escurezca.» Ido el Rey, hobo varios pareceres entre los que quedaron; los mas prudentes afirmaban que las fuerzas del Rey no eran tantas que pudiesen resistir al gran poder de los moros; que seria acertado hacer paz con el enemigo con algunos partidos razonables. Otros con mayor esfuerzo, deseosos de ganar honra y fama, fueron de voto que la guerra pasase adelante; decian no poderse hacer paz alguna que no fuese deshourada y que les estuviese muy mal, porque de necesidad las condiciones della serian á gusto y ventaja del enemigo. Siguióse este parecer, y todos fueron de acuerdo que se procurase solicitar los reyes de Aragon y de Portugal para que juntasen sus gentes y armas con las del Rey. Rehizose la armada en el puerto de Sanlúcar y dióse el cargo della á don Alfonso Ortiz Calderon, prior de San Juan. El rey de Aragon envió su armada con el capitan Pedro de Moncada. Los ginoveses á costa del rey de Castilla ayudaron con quince galeras. Juan Martinez de Leyva fué por embajador al sumo Pontífice para alcanzar indulgencia á los que se hallasen en esta santa guerra. El Papa vino en ello, y á todos los que tres meses sirviesen en ella á su costa, les concedió la cruzada y jubileo plenísimo y remision de todos sus pecados, y cometió la publicacion destas indulgencias à don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo. Para ganar al rey de Portugal el rey de Castilla dió licencia para que doña Costanza, hija de don Juan Manuel, se enviase á Portugal y se desposase con el infante don Pedro. Así se

celebraron las bodas en Ebora con real majestad y aparato; la dote fueron trecientos mil ducados. Demás desto, doña María, reina de Castilla, por mandado del Rey, su marido, fué á Portugal á suplicar al Rey, su padre, quisiese juntar sus fuerzas con las de Castilla y ayudar en esta santa demanda. Su padre se lo otorgó y prometió de por su propia persona hacer el socorro que le pedian. Luego con el capitan Pecano, que ya estaba suclto de la prision, envió de Portugal doce galeras. El rey de Castilla, por gratificar al rey de Portugal y ganarle mas la voluntad, se partió á Portugal y se hablaron junto á Juramena, pueblo sentado á la ribera de Guadiana. Quedaron los reyes muy amigos, olvidadas ya todas las antiguas querellas que entre sí tenian; que el miedo suele ser mas poderoso que la ira. En el entre tanto de todas partes acudian á Sevilla muchas gentes de guerra. Juntábase el ejército tanto con mayor priesa y diligencia, porque vino aviso que Albohacen y el rey de Granada tenian cercada á Tarifa. Sentaron sobre ella sus reales en 23 de setiembre; combatíanla furiosamente con trabucos, con mantas y picos, con que pretendian arrimarse á los adarves y hacer entrada; para acrecentar el miedo á los cercados edificaban grandes torres de madera, y aunque los cercados tenian buena guarnicion, teníase miedo que no podrian mucho tiempo sufrir el cerco. El Rey, temeroso no entregasen la ciudad, por este temor con mucha diligencia solicitaba el socorro, y á los cercados se les daba cierta esperanza de brevemente acudilles. Despues que el rey tornó á Sevilla, dende á pocos dias llegó el rey de Portugal con mil caballos, gente de estimar mas por su esfuerzo y valor que por el número, que era pequeño. Puestas en órden y apercebidas todas las cosas necesarias para la jornada, partieron de la ciudad de Sevilla, donde se hacia la masa, con determinacion de forzar al enemigo á que levantase el cerco ó dalle la batalla. Tenian grande ánimo y esperanza de alcanzar victoria, no obstante que apenas tenian la cuarta parte de gente que los moros. Los de á caballo eran catorce mil, y los de á pié serian hasta veinte y cinco mil. Con este ejército marcharon poco á poco la via de Tarifa. Los reyes moros, avisados del desiño que los nuestros llevaban, pegaron fuego á las máquinas y torres con que combatian la ciudad; y por si se viniese á las manos, para mejorarse de lugar ocuparon con sus gentes unos cerros cercanos á sus reales. No se fortificaron mucho, por tener entendido que consistia la victoria en venir luego á las manos. Llegaron los nuestros á una aldea que se llama la Peña del Ciervo; allí descubrieron los enemigos y se hizo consejo de capitanes para consultar lo que se debia hacer. Tomóse resolucion que á la media noche se enviasen á Tarifa mil caballos y cuatro mil infantes para que estuviesen de guarnicion y asegurasen la plaza; juntamente llevaban órden al tiempo de la pelea de acometer á los enemigos por un lado y echarlos de los cerros; á los demás se les mandó que descansasen y tomasen refresco y que estuviesen apercebidos para dar al amanecer en los enemigos. Hubo grande regocijo aquella noche en nuestros reales; hiciéronse muchos votos y plegarias y á bandas y escuadras se prometian y conjuraban de en los peligros favorecerse los unos á los otros y de no volver á sus casas sino era con la victoria. Al apun

tar del alba los reyes y con su ejemplo los demás del ejército confesaron y recibieron el santísimo sacramento de la Eucaristía; luego se formaron los escuadrones en órden de batalla. Dióse la avanguardia á don Juan de Lara y á don Juan Manuel y al maestre de Santiago; la retaguardia se encomendó á don Gonzalo de Aguilar; don Pero Nuñez quedó de respeto con buen golpe de gente de á pié. El cuerpo y fuerzas del ejército quedó á cargo de los reyes, acompañados del arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz y de otros obispos y grandes del reino. El pendon de la cruzada por mandado del Papa le llevaba un caballero francés, llamado Jugo; todos los soldados iban señalados con una cruz colorada en los pechos como aquellos que iban á pelear contra los infieles en defensa de la religion y de la cruz. El rey de Portugal tomó á su cargo de acometer al rey de Granada; hacíanle compañía con su gente los maestres de Alcántara y de Calatrava. El rey de Castilla, ya que tenia las haces en órden y á punto de arremeter contra Albohacen, animó á los suyos y los inflamó á la batalla con estas razones: « Tened por cierto, mis caballeros, y creedme que esta desordenada muchedumbre de bárbaros, allegada de muchas gentes sin delecto ni órden alguno, la ha traido á nuestra España una profunda avaricia y una sed insaciable de reinar y un mortal é implacable odio que tiene al nombre cristiano, y no alguna justa causa que tengan para movernos guerra. No vos atemorice su innumerable multitud, porque ella misma los ha de destruir. Los unos á los otros se embarazarán de manera, que ni podrán guardar sus ordenanzas ni entender lo que se les mandare. Cuanto cada uno se mostrare mas sin miedo y cuidare menos de su persona, tanto estará mas seguro, que á ninguno le está bien poner la esperanza de su vida en los piés, sino en sus manos y esfuerzo; volved valerosamente la cara al enemigo, y no las espaldas ciegas para ser heridas de los contrarios. Vémonos en tiempo que, ó hemos de darnos por esclavos á los moros, o tenemos de pelear animosamente por la patria, por nuestras mujeres y hijos y por nuestra santísima fe con cierta y no vana esperanza de alcanzar una gloriosísima victoria, que si otra cosa sucediere, ¿dónde con mayor provecho ni mas honradamente podemos arriscar las vidas que mañana se han de acabar? ¿Que cosa nos puede ser mas saludable que con un brevísimo dolor ganar aquellas perpetuas sillas celestiales? Que es lo que aquella santísima cruz nos promete, á quien tenemos por amparo y guia en esta jornada, y lo que los obispos nos aseguran y conceden. Ea pues, soldados y amigos, alegres y sin ningun recelo acometed y herid en vuestros mortales enemigos. » Dada la señal, luego empezaron los escuadrones á adelantarse y moverse hácia el enemigo. Corria entre los dos campos un rio que llaman el Salado, de quien esta memorable batalla y victoria tomó el nombre, que se llamó la del Salado, y dende á poco espacio entra en el mar. Los que primero le pasasen eran los primeros á pelear. Envió el rey Bárbaro dos mil jinetes para que estorbasen el paso. Entre tanto él, arrogante y muy hinchado con la esperanza de la victoria, que ya tenia por suya, habló á sus escuadrones en esta manera: «Si mirara solamente á nuestra edad y á los grandes hechos que en Africa hemos acabado, ninguna cosa nos faltaba ni para gozar desta vida, ni para que

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