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de nosotros en los venideros tiempos quedase un glo- | los navarros en esta batalla, porque su rey don Filipe

rioso nombre y perpetua fama, pues con vuestro esfuerzo, valerosos soldados, tenemos ya sujetas todas las provincias que con nuestro imperio confinan. El amor de nuestra nacion y el deseo del aumento de nuestra sagrada y paterna religion y vuestros ruegos me hicieron pasar en España. Cosa fea seria no cumplir en la batalla lo que en tiempo de la paz me teneis prometido, y mal parecerá ser flojos en la pelea y en sus casas hacer grandes amenazas y blasones. Cuando nuestros enemigos fueran otros tantos como nos, estuviera yo en vuestro valor bien confiado; cuando el peligro fuera cierto, sin duda tuviera por mejor quedar todos muertos en el campo que mostrar ninguna flaqueza. Al presente teneis llana la victoria, nuestros enemigos son pocos, mal armados, sin disciplina militar y con menos uso de la guerra; lo que mas al presente se puede temer es no sea caso de menos valer venir á las manos con gente semejante aquellos que han domado la poderosa Africa, pues de cualquiera manera que á ellos les avenga, les será mucha honra contrastar con nosotros. Tened presentes aquellas insignes victorias de Fez, de Tremecen y del Algarve. Pelead con, aquel ánimo y con aquella confianza que es razon tengan concebida en sus pechos los que están acostumbrados á vencer. Acometed con gallardía, tened firme en los peligros, menospreciad vuestros enemigos y aun la misma muerte.»> De parte de los cristianos guiaron al rio y llegaron los primeros don Juan de Lara y don Juan Manuel. Estuvieron un rato parados, no se sabe si de miedo, si por otra ocasion; pero es cierto que se sospechó y derramó por todos los escuadrones que estaban conjurados y que lo hacian de propósito. Los dos hermanos Lasos, Gonzalo y García, pasado un pequeño puente, fueron los primeros que comenzaron á pelear. Cargó muy mayor número de enemigos que ellos eran; estaban estos caballeros muy apretados, socorriólos Alvar Perez de Guzman, siguiéronles los demás. El rey de Portugal caminaba á la parte siniestra por la ladera de los cerros. El rey de Castilla, con un poco de rodeo que hizo la vuelta de la marina, con grande ímpetu dió en los moros. Alzaron de ambas partes grandes alaridos, animábanse unos á otros á la batalla, peleábase por todas partes valerosamente. Detiénense los escuadrones y á pié quedo se matan, hieren y destrozan. Los capitanes hacen pasar los pendones y banderas á aquellas partes donde es la mayor priesa de la batalla y donde ven que los suyos tienen mayor necesidad de ser acorridos. Ciertas bandas de los nuestros se apartaron de la hueste por sendas que ellos sabian; dieron en los reales de los moros, y desbaratada la guarnicion que los guardaba, se los ganaron. Destruyeron y robaron cuanto en ellos hallaron. Visto esto por los moros que andaban en la batalla, y hasta entonces se defendian valientemente, comenzaron á desmayar y retracrse, y á poco rato volvieron las espaldas y fueron puestos en huida. Fué grande la matanza que se hizo, murieron en la batalla y en el alcance docientos mil moros, cautivaron una gran multitud dellos; de los cristianos no murieron mas de veinte, cosa que con dificultad se puede creer y que causa grande espanto. Los soldados de la armada fueron de poco provecho, porque todos los aragoneses, sin faltar uno, se estuvieron dentro de sus naves. No se hallaron

se hallaba embarazado en las guerras de Francia. Era gobernador de Navarra Reginaldo Poncio, hombre de nacion francés. Don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, nunca se quitó del lado del rey de Castilla, que siendo en la batalla casi desamparado de los suyos, se iba á meter con grande furia donde se via el mayor golpe de los moros, mas el Arzobispo le echó mano del brazo y le detuvo. Díjole con una grande voz no pusiese en contingencia una victoria tan cierta con arriscar inconsideradamente su persona. Ganóse esta batalla el año de 1340 de nuestra salvacion. Del dia varían los historiadores, empero nosotros de certísimos memoriales tenemos averiguado que esta nobilísima batalla se dió lúnes, 30 de octubre, como está señalado en el Calendario de la iglesia de Toledo, do cada año por autigua constitucion con mucha solemnidad y alegría se celebra con sacrificios y hacimiento de gracias la memoria desta victoria.

CAPITULO VIII.

De lo restante desta guerra.

Los moros, vencidos y desbaratados, se recogieron á Algecira, dende, por no confiarse de la fortificacion de aquella ciudad, con temor de ser asaltados de los nuestros, el rey de Granada se fué á Marbella, y Albohacen á Gibraltar, y la misma noche se pasó en Africa por miedo que su hijo Abderraman, á quien dejara por gobernador del reino, no se alzase con él cuando supiese la pérdida de la batalla; que los moros no guardan mucho parentesco ni lealtad con padres, hijos ni mujeres; cásanse con muchas, segun la posibilidad y hacienda que cada uno alcanza, y con la multitud dellas y de los hijos se mengua y divide el amor, y las unas y las otras se estiman y quieren poco. Así, Albohacen no sintió mucho le hobiesen cautivado en esta batalla á su principal mujer Fátima, hija del rey de Túnez, y otras tres de sus mujeres y á Abohamar, su hijo; otros dos hijos de Albohacen fueron muertos en la batalla. Los reales de los moros se hallaron llenos de todo género de riquezas, así del Rey como de particulares, costosos vestidos, preseas y tanta cantidad de oro y plata, que fué causa que en España abajase el valor de la moneda y subiese el precio de las mercadurías. Nuestros reyes victoriosos se volvieron la misma noche á los reales; de los soldados, los que ejecutaron el alcance volvieron cansados de herir y matar; otros que tuvieron mas codicia que esfuerzo, tornaron cargados de despojos. El dia siguiente se fueron á Tarifa, repararon los muros que por muchas partes quedaron arruinados, basteciéronla y pusieron en ella un buen presidio. El miedo que tenian los moros era grande, y parece fuera acertado poner luego cerco sobre Algecira; pero desistieron de la conquista de aquella ciudad á causa que no venian apercebidos de mantenimientos y mochila sino para pocos dias, de que se comenzaba á sentir falta. Por esto y porque ya entraba el invierno, les fué forzoso á los reyes volverse á Sevilla. Allí fueron recebidos con pompa triunfal; saliólos á recebir toda la ciudad, niños y viejos, eclesiásticos y seglares y todos estados de gente. Llamábanlos con alegres y amorosas voces augustos, libertadores de la patria, defensores de la fe, principes

victoriosos. En toda España se hicieron muchas procesiones para dar gracias á Dios, nuestro Señor, por tan alta victoria como les diera, grandes fiestas y alegrías y luminarias por todos el reino. El rey de Portugal de toda la presa de los moros tomó algunos jaeces y alfanjes para que quedasen por memoria y señal de tan insigne victoria. Dierónsele algunos esclavos y volvióse á su reino, ganada grande fama y renombre de defensor de los cristianos y de capitan valeroso. Acompañóle su yerno el rey de Castilla hasta Cazalla de la Sierra. De la presa de los moros envió á Aviñon al papa Benedicto en reconocimiento un presente de cien caballos con sendos alfanjes y adargas colgados de los arzones, y viente y cuatro banderas de los moros y el pendon real y el caballo con que el mismo rey don Alonso entró en la batalla y otras cosas. Salieron un buen espacio los cardenales á recebir el embajador, por nombre Juan Martinez de Leyva, que llevaba este mandado. El Papa, despues de dicha la misa, como es de costumbre, en accion de gracias á nuestro Señor delante de muchos principes y de toda la corte predicó y dijo grandes cosas en honra y alabanza del rey don Alonso. Despues desto hizo el rey de Castilla almirante del mar á un caballero ginovés, llamado Gil Bocanegra, y le encomendó guardase el estrecho de Gibraltar, porque los moros no rehiciesen su armada y volviesen á entrar en España; esto por gratificar á los ginoveses lo que sirvieron en esta jornada, y tambien porque, como era acabada la guerra, no mandasen volver sus galeras, como lo hicieron los aragoneses y portugueses, bien que despues las volvieron á enviar en mayor número que de antes á instancia y ruego del mismo rey de Castilla, que se recelaba, y con él todos los hombres inteligentes y de mas prudencia juzgaban que los moros no sosegarian, sino que, rehecho que hobiesen su ejército, á la primavera volverian á España y acometerian de nuevo su primera demanda.

CAPITULO IX.

Del principio de las alcabalas.

Libres de un miedo tan grande, así el Rey como los españoles, por la victoria que ganaron á los moros cerca de Tarifa, crecióles el ánimo y deseo de desarraigar del todo las reliquias de una gente tan mala y perversa. Trataban de llegar dinero para la guerra, que se entendia seria larga. El oro y plata que se ganó á los moros lo mas dello se despendió en hacer mercedes y premiar los soldados y en pagarles el sueldo que se les debia. El reino se hallaba muy falto y gastado con los tributos y pechos ordinarios; solos los mercaderes eran los que restaban libres, ricos y holgados; todos los demás estados pobres y oprimidos con lo mucho que pechaban. En Ellerena y en Madrid concedió el reino un servicio extraordinario, de que se llegó una razonable suma de dinero, pero era muy pequeña ayuda para tan grandes gastos como tenian hechos y se recrecian de nuevo. Sin embargo, en el principio del año de nuestra salvacion de 1341 desde Córdoba, do se mandó juntar el ejército, se hizo entrada en el reino de Granada; alcanzaron una famosa victoria, mas con industria y arte que con poder y fuerzas; enviaron algunas naves cargadas de mantenimientos para desmentir al enemigo con dar muestra que se

queria poner cerco sobre Málaga; ocupáronse los moros y embebeciéronse en bastecerla, y luego el Rey de improviso cercó á Alcalá la Real, que se le entregó á partido en 26 de agosto, con que dejase salvos y libres á los de la villa. Causó esta pérdida grande dolor á los moros por ver como fueron engañados. Tomada esta villa, Priego, Rutes, Benamejir y otras villas y castillos de aquella comarca se rindieron al Rey, unas dellas por su voluntad se entregaron, y otras fueron entradas por fuerza; sucedian á los vencedores todas las cosas prósperamente, y á los vencidos al contrario; así acontece en la guerra. Volvióse el ejército á invernar, y en lugares convenientes se dejaron presidios para que guardasen las fronteras. Tenia el Rey puesto todo su cuidado y pensamiento en cercar á Algecira y en allegar para ello dineros de cualquiera manera que pudiese. Aconsejáronle que impusiese un nuevo tributo sobre las mercadurías. Esta traza, que entonces pareció fácil, despues el tiempo mostró que no carecia de graves inconvenientes. Es tan corto el entendimiento humano, que muchas veces viene á ser dañoso aquello que primero se juzgó prudentemente que seria provechoso y saludable; tomado este consejo, el Rey se partió para Búrgos, ciudad principal; dejó la frontera encargada al maestre de Santiago. Tuvo la pascua de Navidad en Valladolid en el principio del año de 1342. Llamó el Rey á Búrgos muchos grandes y prelados, y en particular á don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, y á don Juan de Lara y á don García, obispo de Búrgos, para que terciasen y granjeasen las voluntades. Por la grande instancia que el Rey y estos señores hicieron, los de Búrgos concedieron al Rey la veintena parte de lo que se vendiese para que se gastase en la guerra de los moros; concedióse otrosí por tiempo limitado, tan solamente mientras durase el cerco de Algecira. A imitacion de Búrgos concedieron lo mismo los de Leon y casi todas las demás ciudades del reino. El ardiente deseo que entonces todos tenian de acabar la guerra de los moros los allanaba, ninguna cosa les parecia demasiada. Adelante, perdido ya el miedo, el uso ha enseñado cuán oneroso sea este tributo si por rigor se cobrase. Los ministros reales por granjear el favor del Rey procuraban acrecentar las rentas reales con mucha industria. El próspero suceso de muchos que han seguido este camino hace que sean muy validas mañas semejantes. Llamóse este nuevo pecho ó tributo alcabala, nombre y ejemplo que se tomó de los moros. Alentaron al reino para que esto concediese unas nuevas que á esta sazon vinieron que los nuestros habian vencido la armada de los moros. Estaban en Ceuta en la costa de Africa ochenta y tres galeras para renovar la guerra, y en el puerto de Bullon otras doce. A estas, diez galeras nuestras que sobrevinieron á la primavera, antes que tuviesen tiempo de poderse juntar con las demás de su armada las embistieron y destrozaron; despues toda la armada de los moros, que aportó á la boca del rio Guadamecil, fué vencida en una muy reñida y memorable batalla. Tomaron y echaron á fondo veinte y cinco galeras de los enemigos, y mataron dos generales, el de Africa y el de Granada. No se hallaron en esta batalla las galeras de Aragon; verdad es que al volver de Aragon, do eran idas, vencieron junto á Estepona trece galeras que encontraron de los moros, cargadas de basti

mentos. Rindieron cuatro dellas y echaron dos al fondo. Las demás se pusieron en huida y se salvaron en la costa de Africa. No parecia sino que la tierra y el mar de acuerdo favorecian y ayudaban á la felicidad y fortaleza de los cristianos. Diéraseles mayor rota si en Guadamecil fueran por mar y por tierra acometidos los moros. Con determinacion de hacerlo así era ido el Rey á muy largas jornadas á Sevilla y despues á Jerez, en do le dieron la nueva de la victoria. Un caso que sucedió forzó á los nuestros á dar la batalla. En la menguante del mar quedaron encalladas en unos bajíos tres naves de las nuestras, y como los moros las acometiesen, fué forzoso para defendellas trabar aquella batalla muy reñida y porfiada.

CAPITULO X.

Del cerco de Algecira.

Con tantas victorias como por mar y por tierra se ganaran, tenian esperanza que lo restante de la guerra se acabaria muy á gusto; nuestra armada estaba junto á Tarifa en el puerto de Jatarez. Allí fué el Rey con el deseo grande que tenia de conquistar á Algecira para por mar reconocer el sitio della y la calidad de su tierra. Parecióle que era unaprincipal ciudad, y su campaña muy fértil, y los montes que la cercaban hermosos y apacibles; veíanse muchos molinos, aldeas y casas de placer esparcidos por aquellos campos cuanto la vista podia alcanzar. Con esto, y con que de los cautivos se sabia que la ciudad no estaba bien bastecida de trigo, se encendió mucho mas el ánimo del Rey en el deseo de ganarla y quitar á los moros una guarida tan fuerte y segura como allí tenian; que ganada, todo lo demás juzgaba le seria fácil. Este ardor y deseo del Rey le entibiaba el verse con pequeño ejército y pocos bastimentos; mas no obstante esto, con grande presteza juntó algunas compañías de los pueblos comarcanos y llamó de por sí á muchos grandes. Vino el arzobispo de Toledo don Gil de Albornoz, don Bartolomé, obispo de Cádiz, y los maestres de Calatrava y Alcántara con buena copia de caballeros. Los concejos de Andalucía, movidos con el deseo grande que tenian de que esta conquista se hiciese, enviaron á su costa mas gente de aquella que por antigua costumbre tenian obligacion de enviar. Y como quier que al que desea mucho una cosa cualquiera pequeña tardanza se le hace muy larga, el Rey para proveer bastimentos y municiones y lo demás necesario á esta guerra se partió á la ciudad de Sevilla. Habíanse juntado dos mil y quinientos caballos y hasta cinco mil peones; con este ejército se puso el cerco á Algecira en 3 del mes de agosto. La guarda del mar se encomendó á las armadas de Castilla y de Aragon, porque los portugueses, despues de la batalla que se dió en el rio Guadamecil, se volvieron á Portugal sin que en ninguna manera pudiesen ser detenidos. Entendíase que los cercados, confiados en la fortaleza de la ciudad y en la mucha gente que en ella tenian, no se querian rendir ni entregar la ciudad. Era la guarnicion ochocientos hombres de á caballo y al pié de doce mil flecheros, bastante número, no solo para defender la ciudad, sino tambien para dar batalla en campo abierto. Hacian los moros muchas salidas, y con varios sucesos escaramuzaban con los nuestros; ganóseles la

torre de Cartagena, puesta cerca de la ciudad. El Rey estuvo un dia en harto peligro de ser muerto con un puñal que para ello un cautivo arrebató á un soldado; hiriérale malamente, si de presto no se lo estorbaran los que se hallaron con él. Entendíase que el cerco iria muy á la larga; comenzaron á traer madera y fagina, y hacer fosos y trincheas, que servian mas de atemorizar los cercados que no de provecho alguno. Entre tanto que en esto andaban, en el mes setiembre, con grandísimo pesar del Rey, la armada de Aragon se fué con achaque de la guerra de Mallorca, para donde el rey de Aragon se apercebia. Verdad es que despues á ruegos del rey de Castilla le envió diez galeras de socorro con el vicealmirante Mateo Mercero. Desde algunos dias le socorrió de otras tantas con el capitan Jaime Escrivá, ambos caballeros valencianos. Murió á esta sazon el maestre de Santiago de una larga enfermedad, varon en paz y en guerra muy señalado, y en este tiempo por la privanza que tenia con el Rey muy estimado. Dióse esta dignidad en los mismos reales á don Fadrique, hijo del Rey, si bien por su poca edad aun no era suficiente para el gobierno de la religion. Ea el mes de otubre sobrevinieron tan grandes lluvias, que todo cuanto tenian en los reales destruyó y echó á perder. Comenzaron asimismo á sentir muchas descomodidades, en particular era grande la falta de dinero; que, por estar el reino muy falto y gastado, le fué forzoso al Rey de pedirle prestado á los príncipes amigos, al papa Clemente VI, que sucedió á Benedicto, á los reyes de Francia y de Portugal. Don Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, fué para esto con embajada á Francia. Prestó aquel Rey cincuenta mil escudos de oro; veinte mil se dieron luego de contado, los demás en pólizas para que á ciertos plazos se pagasen en bancos de Génova. El papa Clemente VI al tanto otorgó cierta parte de las rentas eclesiásticas. Era esto pequeño subsidio para tan grandes empresas; pero la constancia grande del Rey lo vencia todo. Los cercados, por entender que mientras el Rey viviese no podian tener sosiego ni seguridad, hicieron grandes promesas á cualquiera que le matase. Decian que se haria un gran servicio á Maloma en matar á un tan gran enemigo de los moros. No faltaban algunos que con semejante hazaña pensaban quedar famosos y ennoblecidos sin temor del riesgo á que ponian sus vidas, que es lo que suele ser estorbo para que no se emprendan grandes hechos. Un moro, tuerto de un ojo, que fué preso, confesó venía con intento de matar al Rey, y qué otros muchos quedaban hermanados para hacer lo mismo. Así lo confesaron dende á pocos dias otros dos moros que fueron presos y puestos á cuestion de tormento; pero á los que Dios tiene debajo de su amparo los libra de cualquier peligro y desman. Los reyes moros deseaban socorrer á los cercados. El rey de Marruecos estábase quedo en Ceuta por no estar asegurado de su hijo Abderraman, al cual por este tiempo costó la vida el intentar novedades. El rey de Granada no se atrevia con solas sus fuerzas á dar la batalla á los nuestros; mas porque no pareciese que no hacia algo, envió algunas de sus gentes á que corriesen la tierra de Ecija, y él fué á Palma, pueblo que está edificado á la junta de los dos rios Jenil y Guadalquivir, saqueó y quemó esta villa. No osó dejar en ella guarnicion ni

detenerse mucho en aquella comarca, porque tenia avisò que las ciudades vecinas se apellidaban contra él. La otra gente fué desbaratada por Fernando de Aguilar, que salió á ellos y les quitó una grande presa que llevaban. Era ya entrado el año de 1343, y en Algecira aun no se hacia cosa alguna que fuese de importancia, solamente se entendia en algunos pertrechos que Iñigo Lopez de Horozco por mandado del Rey solicitaba. Hiciéronse fosos, trincheas, y en contorno de la ciudad se labraron unas torres ó castillos de madera y trabucos y máquinas para batir los muros. Mas eran tantas las defensas, preparamentos y tiros que de antiguo tenia la ciudad, que con ellos todo el trabajo y diligencia de los nuestros era perdido y sin efecto, y las máquinas las hacian pedazos con piedras que de los muros arrojaban; especial que el lugar no era á propósito para poder cómodamente arrimar las máquinas á la muralla, y ni los soldados podian tenerse en pié por la aspereza del lugar, ni menos sin gran peligro podian andar ni estar en los ingenios. Eu el estrecho de Gibraltar hay dos senos en el tamaño desiguales, pero de una misma forma. Tarifa está puesta sobre el menor, y un poco apartada estaba Algecira, asentada sobre el inayor en un cerro de subida agria y pedregosa. Y dejado en medio un espacio, dividíase en dos partes, en la vieja y en la nueva; cada cual tenia sus muros enteros y barbacana, como si fueran dos pueblos. Era esta ciu dad en España la silla del imperio africano, nobilísima y hermosísima. La grande diligencia del Rey y la guarda de los soldados hacia que no entraban á los cercados bastimentos, excepto algunos pocos que sin verlos, cubiertos con la obscuridad de la noche, les metian en algunas barcas, muy pequeño refrigerio para los que ya padecian hambre y necesidad.

CAPITULO XI.

De la toma de Algecira.

Gastados muchos dias y trabajos en el cerco, no se hacia cosa de importancia. Los nuestros se hallaban dudosos y suspensos, pensaban de dia y de noche cuál de dos cosas seria la mejor, si levantar el cerco, porque era sin alguu provecho el proseguirle y continuar, si esperar el fin de la guerra, que en lo demás les era favorable. El Rey se recelaba de perder algo de su honra y reputacion, principalmente que ya tenia consumido el dinero que le prestaron el Papa y el rey de Francia, que el de Portugal ninguna cosa contribuyó, y tenia falta de bastimentos, y el número de los soldados cada dia era menor. Los mas sagaces le aconsejaban que hicicse algun buen concierto con el enemigo. Siendo medianero y llevando recaudos de una parte á otra Ruy Pavon, primero se trató de paz, y despues de que se hiciesen treguas; pero todos estos tratados salieron vanos por estar puesto el rey de Castilla en no hacer acuerdo ninguno con el rey de Granada, si primero no dejaba la amistad de Africa, la cual quitada, ¿qué le quedaba al que se sustentaba y entretenia mas con las fuerzas ajenas que con las suyas propias? El rey de Granada, perdida ya la esperanza de concertarse con el Rey, acercó sus reales al rio Guadiarro, á cinco leguas de Algecira, con que antes daba á entender el miedo que tenia que no que se pensase venia con áni

mo de presentar la batalla. En el puerto de Ceuta tenian aprestada una gruesa armada, allegada de las fuerzas de toda la Africa, para luego que diese lugar el tiempo pasar en España. Venian estos de refresco y descansados; los cristianos se hallaban quebrantados con los continuos trabajos y incomodidades. Las cosas de España, que corrian gran riesgo, los santos patrones della las ampararon y la perpetua felicidad y constancia grande con que el Rey vencia todos los males y dificultades que ocurrian. Así, en unos mismos dias le vino un buen número de gente de socorro de Inglaterra, de Francia y de Navarra, lugares muy apartados los unos de los otros; acudieron muchos señores y nobles á ayudarle. De Inglaterra, con licencia del rey Eduardo, los condes de Arbid y de Soluzber; de Francia el conde de Fox con su hermano don Bernardo y otros que se les juntaron. El papa Clemente VI, lemovicense, que el año antes fué electo en lugar de Benedicto, tenia concedida cruzada á los que se hallasen en esta santa guerra. El rey don Felipe de Navarra en el mes de julio, enviados delante muchos mantenimientos por mar, y dejando mandado le siguiese su ejército por tierra, vino con gran priesa por no dejarse de hallar en la batalla, que corria fama seria muy presto. El Rey, como era razon, recibió muy gran contento con la venida destos príncipes, y á los nuestros con la cierta esperanza de la victoria les creció el ánimo y el aliento para pelear. Vinieron antes don Juan Nuñez de Lara y don Juan Manuel, y cada dia concurrian nuevas compañías de todo el reino. Los moros, como vieron tan reforzado el ejército del Rey, rehusaban dar la ba talla. Afrentábalos Albohacen por ello, enviábales á preguntar la causa de su miedo. Respondieron que en la batalla pasada experimentaron harto á su costa cuán grande fuese el esfuerzo y constancia de los cristianos, y que ahora tenian mayores fuerzas, por tener mayor número de soldados que estonces tenian. Que de léjos no se podia dar consejo conveniente al tiempo y ocasiones que ocurrian; si tuviese por bien de pasar el Estrecho, que ellos en ninguna cosa contradirian á su voluntad. Que conservar su ejército en tiempo tan pcligroso y aciago les era muchia mas honra que pelear temerariamente con el enemigo, mas poderoso y mas bien afortunado. En el entre tanto no dejaban los moros de pedir treguas con muchas embajadas. Quisieron los embajadores ver los reales; otorgó el Rey con su deseo. Púsoles en admiracion el concierto y buena disposicion de los pabellones, los soldados repartidos por sus cuarteles, las calles de oficiales, las plazas como en una ciudad llenas de provision; parecíales todo tan bien, que confesaron que los nuestros les hacian grande ventaja en la disciplina militar y policía, y que ellos en su comparacion sabian poco de aquel menester. Por el tratado de las treguas no se dejaba de combatir la ciudad con muchas armas y piedras que le arrojaban con los tiros; de la ciudad hacian otro tanto, en especial tiraban muchas balas de hierro con tiros de pólvora, que con grande estampido y no poco daño de los contrarios las lanzaban en los reales. Esta es la primera vez que de este género de tiros de pólvora hallo hecha mencion en las historias. En el mes de agosto en Cervera en el condado de Urgel nació un niño con dos cabezas y cuatro piernas. Creyeron aquellos hombres con supersti

su hijo legítimo don Pedro casase con su hija Juana. Don Alonso por entonces vino en ello; mas adelante no tuvieron efecto estos desposorios. Las voluntades de los príncipes son variables, y sin tener cuenta á las veces con su palabra conforme á las cosas y á las comodidades se mudan. En la batalla pasada de Tarifa cautivaron los nuestros dos hijas de Albohacen ; estas por tenerle grato se le enviaron sin rescate. No quiso el Bárbaro dejarse vencer de la liberalidad y cortesía del Rey, antes le envió luego desde Africa sus embajadores con muy ricos presentes. La fama desta victoria hinchó á toda España y á todos los cristianos de Europa de alegría por quedar acabada la guerra de los moros, dos poderosos reyes vencidos, las fuerzas de Africa quebrantadas. Hiciéronse grandes fiestas y alegrías; todo género de gentes, niños, viejos, religiosos, de todos estados y edades visitaban los templos, daban gracias á Dios, cumplian sus votos; no dejaban ningun género de alegría ni de religiosa demonstracion de agradecimiento, con que publicaban el contento y regocijo singular que tenian concebido dentro de sus pechos.

cioso y vano pensamiento que el tal era prodigio que pronosticaba algun mal; por tanto, para evitarle con su muerte le enterraron vivo. Sus padres, conforme á las leyes, fueron castigados como parricidas por ejecutarse esta crueldad con su consentimiento. Este mismo año murió el rey Roberto en Nápoles, mas famoso por la aficion y estudio de las letras que señalado por el ejercicio de las armas. Deste Rey fué aquel dicho: Mas quiero las letras que el reino. Volvamos á las cosas de Algecira. Los soldados extranjeros, en quien los primeros ímpetus son muy fervorosos y con la tardanza se resfrian, se fueron de los reales luego que vino el otoño; los de Inglaterra, llamados de su Rey, así quisieron se entendiese, y el conde de Fox, que dió asimismo para irse por excusa el poco sueldo que á sus soldados se daba. Esto se decia; yo sospecho que les hizo volver á su tierra llevar mal los calores que en tiempo del estío hace en el Andalucía y el estar quebrantados con las enfermedades y trabajos de la guerra. Aprueba nuestra conjetura lo que despues sucedió, que el conde de Fox á la vuelta murió en Sevilla, y el rey Filipo de Navarra, habida licencia del Rey, murió en Jerez. Sucedieron ambas muertes en el mes de setiembre; sus cuerpos fueron llevados á sus tierras. Con la ida destos príncipes cobraron avilenteza los enemigos, y mudado parecer, se determinaron de dar la batalla. Sesenta galeras de los moros que en el mes de otubre surgieron en Estepona luego se pasaron á Gibraltar. Corria el rio Palmones entre los dos campos, y como dos y tres veces en diferentes dias llegasen á encontrarse en el rio, finalmente, al pasarle se vino á la bataIla, en que los moros mostraron no ser iguales con gran parte á los españoles, ni en fuerzas, ni en esfuerzo, ni en disciplina militar; así, fueron en poco tiempo vencidos y puestos en huida. En la ciudad se padecia extrema necesidad de mantenimientos á causa que nuestra armada en dos veces les tomó dos galeras cargadas de bastimentos. Entraron cinco barcas en el principio del año de 1344, y vueltos estos bajeles á Africa, dieron aviso que los cercados no se podian ya sustentar mas tiempo, ca estaban puestos en tan grande aprieto, que les era fuerza perecer todos ó entregar la ciudad. Con esto los moros luego movieron prática y trataron de concertarse. En 26 de marzo se entregó la ciudad con estos partidos: que el rey de Granada, como feudatario del rey de Castilla, pechase las parias que cada año le solia dar antes que se rompiese la guerra; que todos los cercados quedasen libres y pudiesen irse con sus haciendas á donde quisiesen; concertáronse otrosí treguas con los reyes moros por espacio y tiempo de diez años. Hechos los conciertos, muchos moros se pasaron á Africa. El rey de Castilla entró en la ciudad con una solemne procesion en 27 de marzo, y el siguiente dia se bendijo la iglesia mayor, y se le puso por nombre Santa María de la Palma, por ser Domingo de Ramos ó de las Palmas, y se celebraron en él los divinos oficios con gran solemnidad y regocijo. Los campos se repartieron á los soldados, que á porfía pasaban sus casas y menajé á la ciudad, y se querian alli avecindar por la fertilidad y frescura de aquellas vegas y campos. Puestas en órden las cosas de Algecira, el Rey se partió para Sevilla. Allí le vino embajada de Eduardo, rey de Inglaterra, para pedir al rey don Alonso que

y

CAPITULO XII.

De la guerra de Mallorca.

Durante el tiempo que las cosas sobredichas pasaban en el Andalucía, se revolvieron las armas de Aragon. Lo que resultó fué que el rey de Mallorca quedó despojado de su reino paterno, grande desafuero del rey de Aragon don Pedro el Ceremonioso, que era el que tenia mas obligacion á le defender y amparar. La insaciable rabiosa sed de señorear le cegó y endureció su corazon para que los trabajos y desastres de un Rey, su pariente, no le enterneciesen, ni considerase lo mal que parecia un hecho tan feo delante los ojos de Dios y de los hombres. Mompeller es una noble y rica ciudad de la Gallia Narbonense, que en otro tiempo solia estar sujeta á los obispos de Magalona, por cuya permision ó disimulacion tuvo esta ciudad señores particulares que eran feudatarios destos prelados. Recayó este señorío primero en los aragoneses, y despues en los reyes de Mallorca cómo y en la forma que arriba se mostró. Desta manera, poco á poco fué en diminucion la autoridad y señorío de los obispos de Magalona, ca prevalece mas la fuerza y antojo de los reyes que no la razon y la justicia. Como no pudiesen ellos recobrar su antigua autoridad y señorío, hicieron lo que pudieron, que fué vender, como vendieron mas de cincuenta años antes deste tiempo, este derecho por cierto precio y cantidad á los reyes de Francia. Con color desta compra los franceses no desistian de requerir á los reyes de Mallorca que les hiciesen el juramento y homenaje que estaban obligados como sus feudatarios, y que á los vecinos de Mompeller se les permitiese apelar para Paris. Rehusaban hacerlo los de Mallorca; decian que el derecho de los señoríos no pendia de unos pergaminos viejos, sino de la moderna costumbre usada y guardada, y que pues los reyes de Francia no tenian mas derecho que los obispos de Magalona, no debian ni se les pudo dar mayor ni mejor accion de aquella que poseian los mismos prelados. Vinose á las armas, y por fuerza los franceses tomaron muchos pueblos de la jurisdiccion y señorío de Mompeller, y pusieron en ellos sus

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