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presidios. Apercebíase el rey de Mallorca para la guerra; pidió al rey de Aragon que aquello que poseia por gracia y como feudo de Aragon con sus armas le fuese conservado y defendido. El rey de Aragon con una profunda astucia y sagacidad y con una infinita ambicion contemporizaba con el rey de Francia, y parecia pretendia mas agradarle que favorecer á su deudo. Entendia y deseaba que, por tener de suyo pocas fuerzas, desamparado de otras ayudas, vendria á ser presa de sus vecinos. Con esto, aunque le instaba y pedia socorro, no le daba otra ayuda mas que buenas palabras. Tuvieron entre sí habla; respondió el Aragonés á la demanda del Mallorquin que él haria lo que se le rogaba, en caso que el rey de Francia no quisiese feuecer este pleito por tela de juicio. Sobre este punto se enviaron de una parte á otra muchas embajadas, todas con fin de poner dilacion al negocio, no con ánimo de dar algun socorro al necesitado. Para cubrir estas marañas con capa de justicia procuró de hacerle muchos cargos de graves culpas y levantar muchos testimonios al miserable Rey. Que no reconocia sujecion á los reyes de Aragon, y que, aunque era llamado, no venia á las Cortes. Que en Perpiñan, sin poderlo hacer, labraba moneda baja de ley, de cuño y peso no acostumbrado. Sobre todo, que en Barcelona, do vino debajo de la fe y confianza de vistas, se conjuró para matar al Aragonés, trato que descubrió la misma mujer del de Mallorca, como la que mucho cuidaba de la vida del Rey, su hermano. Finalmente, que trató con el rey de Francia, con los potentados de Italia y con el mismo rey de Marruecos de confederarse en daño de Aragon. Estos fueron los capítulos que le opusieron, no se sabe si verdaderos, si falsos. La fama fué que se los levantaron, á que hizo dar crédito la destruicion del desdichado Rey y pensar que muy, á tuerto le despojaron de su estado. Estos fueron los principios de las desastradas discordias que el Papa y la reina de Nápoles, doña Sancha, parienta de ambos reyes, procuraron atajar, sin que pudiesen concluir cosa alguna. Los mallorquines, como suele acuecer en los señoríos pequeños, estaban muy cargados de nuevos pechos y tributos, y como quier que no esperasen ser relevados dellos, no les pesaba de mudar señor. Vino el negocio á rompimiento de guerra, y del cerco de Algecira fué llamado para esto el almirante del mar Pedro de Moncada, como arriba se dijo. Juntése una poderosa armada, que entre grandes y pequeños tenia ciento diez y seis bajeles; partió el Aragonés del cabo de Lobregat, desembarcó en Mallorca, donde los isleños tenian juntados trecientos hombres de á caballo y quince mil de á pié, toda gente allegadiza, flaca y de poca defensa. Fué luego desbaratado el rey de Mallorca, y huyó á la ciudad de Poncia. De allí, perdida la esperanza de cualquier buen suceso, se pasó á tierra firme. Las voluntades de los isleños estaban inclinadas al Aragonés, y es ordinario que al vencedor todo se le sujeta y todos le ayudan. Recibido juramento y homenaje de fidelidad de los de las islas, y puesto por virey Arnaldo de Eril, el rey de Aragon se volvió con su armada á Barcelona. Los de Ruisellon y de Cerdania, que están en los postreros linderos de España, y eran del rey de Mallorca, fueron molestados con guerra y les tomaron algunos pueblos. En esto sobrevino un cardenal, que el Papa envió por legado á

estos príncipes para ponerlos en paz. Con su llegada cesó por unos pocos dias la guerra, demás que entraba ya el invierno, y no trajeron las máquinas que eran menester para batir las murallas de los pueblos. No prestó la diligencia del Legado ni la autoridad del Padre Santo. Pasado el invierno, por abril del año de 1344 se renovó la guerra con mayor furia; talaron las mieses, quemaron los campos, las ciudades y villas, unas por fuerza y otras de grado fueron tomadas. Algunos de los amigos del rey de Mallorca le persuadian que era mejor confiarse del rey de Aragon que no experimentar sus fuerzas. Otros, para muestra de muy fieles y bravos, con palabras libres y arrogantes decian que antes moririan que consintiesen que se pusiese en manos de su enemigo. Muéstranse antes de la batalla muy esforzados los que á las veces, cuando ven el peligro de cerca, suelen ser los mas cobardes. El ánimo del Rey vacilaba congojado con varios pensamientos, tenia empacho de que pareciese que alguno mas que él estimase la libertad; pero espantábale mucho y poníale grande miedo el verse con pocas fuerzas, ca no le quedaba ya otra cosa sino la villa de Perpiñan. ¿Qué podia hacer en aquel aprieto? Engañóle su esperanza y las buenas palabras de los terceros; en aquella duda escogió el consejo mas seguro que hourado. Envió con don Pedro de Ejerica á decir al Rey que se pondria en sus manos, si le aseguraba primero su libertad y su vida. Con esperanza pues que le dieron, ó él temerariamente se tomó de recobrar su reino por la clemencia y liberalidad del vencedor, acompañado de sus caballeros y de otros señores de Aragon y con la seguridad que pedia, el mes de julio vino de Perpiñan á la ciudad de Elna, do el rey de Aragon tenia sus reales. Llegado delante del Rey, hincadas las rodillas le besó la mano, y le habló en esta manera: «Errado he, Rey invencible, yo he errado; pero mi yerro no ha sido de deslealtad ni de traicion. Lo que se peca por ignorancia, la clemencia, virtud de reyes y tuya propia, lo debe perdonar á un Rey humilde, pariente y amigo, y que mientras sus cosas le dieron lugar acudió á vuestro servicio con grande aficion, y con nuevos y mayores servicios de aquí adelante recompensará las faltas pasadas. No ha sido uno solo el yerro que he hecho en este caso, yo lo confieso; pero entonces es mas de loar la clemencia cuando hay mayor razon de estar enojado. En lo demás yo soy vuestro; de mí y de mi reino haced lo que fuere vuestra merced y voluntad; espero que usaréis conmigo benignamente, acordándoos de la poca estabilidad y constancia de las cosas humanas.» A esto el rey de Aragon con rostro ledo y engañoso le acarició, excusóle su culpa, y le dijo que merecia ser perdonado por el arrepentimiento que mostraba. Los he chos fueron bien contrarios á las palabras. Poco despues, en una junta de nobles que se hizo en Barcelona le privó del título y honra real, y le señaló cierta renta para que se sustentase. Hallóse burlado el rey de Mallorca, sintió cuán pesada sea la caida de un reino; al fin cayó en la cuenta, entendió que las palabras blandas de don Pedro de Ejerica le engañaron y sus esperanzas. Así, si bien se hallaba desnudo de todos amparos y defensas, trató de renovar la guerra, pasóse á Francia. Allí primero acudió al papa Clemente, y como en él hallase poco amparo, con grande sumision se entró

por las puertas del rey de Francia, causa primera de aquella tempestad, y para los gastos de la guerra le vendió el señorío de Mompeller, sobre que era el pleito, por cien mil escudos de oro. El Francés y el Papa le recibieron debajo de su proteccion y amparo, ayudáronle tarde y con tibieza; en fin, se hobieron en este caso como suelen los hombres en peligro ajeno. Volvió pues á renovar con gran furia la guerra en las islas y en los estados de Cerdania y de Ruisellon, pero no hizo otra cosa sino acarrearse la muerte. Cinco años adelante, en una batalla que se dió en Mallorca, fué vencido y muerto por los aragoneses; este fin tuvieron sus desdichas. Su cuerpo por mandado del rey de Aragon depositaron en Valencia; sus hijos y los de su hermano don Fernando, que poco antes del tiempo de la guerra falleció, en pena del pecado y culpa, si así se puede llamar, ajena, pasaron su vida huidos, desainparados, presos, sin casa ni sosiego alguno. Desgracia que á muchos pareció injustísima que los hijos fuesen privados del derecho del reino por cualesquier delitos de sus padres. En el mismo año que se ganó Algecira y que el rey de Mallorca fué despojado del reino, con temeroso y descomunal ruido tembló la tierra en Lisboa, ciudad que está en la ribera del mar Océano, y con mucho espanto de las gentes temblaron los edificios y se cayó el cimborio de la iglesia mayor, principio y presagio, segun se entendió, de otros mayores males. Murió dona Costanza, hija de don Juan Manuel y mujer del infante don Pedro de Portugal, el año siguiente de 1345. Sintieron ella y el marido menos su muerte, porque él trataba amores con doña Inés de Castro, dama muy apuesta que servia á la Infanta, y la trataba casi con igual estado que á su mujer. Lo que fué peor y sacrílego, que sacó la misma de pila al infante don Luis, hijo de don Pedro, que murió niño, y por el tanto entró en deudo con su padre. Quedaron dos hijos de doña Costanza, don Fernando y doña María.

CAPITULO XIII.

De las revueltas que hobo en el reino de Aragon. Concluida la guerra de los moros con la felicidad que se podia desear, el rey de Castilla, libre deste cuidado, pensó de castigar los agravios y desafueros que en el tempestuoso tiempo de la guerra era necesario hobiesen cometido muchos de los jueces y grandes del reino. Junto con esto su mayor deseo era procurar que á ejemplo de los de Búrgos y Leon, asimismo los del Andalucía y reino de Toledo, le concediesen las alcabalas de las mercadurías que se vendiesen. En lo demás las cosas estaban sosegadas, y todo el reino con una abundante paz florecia. En el reino de Aragon resultaron nuevas revueltas, de que primeramente fué la causa el inquieto y perverso ingenio del rey de Aragon, que pretendia ensanchar su reino con trabar unas guerras de otras. Quejábase que las fuerzas del reino quedaron enflaquecidas y la majestad real disminuida con las dádivas y mercedes que sus antepasados indiscretamente hicieron. Ensoberbecido otrosí con el próspero suceso que tuvo contra el rey de Mallorca, volvió su enojo contra su hermano carnal don Jaime, que le sintió estar inclinado á compadecerse y tener misericordia del Rey desposeido. Además que á los que señorean siempre les

son sospechosos aquellos que están inmediatos á la sucesion del estado. Decíase en el reino que por fuero y costumbre antigua de Aragon era don Jaime sucesor y heredero del reino; que debian ser excluidas de la herencia paterna doña Costanza, doña Juana y doña María, hijas del Rey, habidas en la Reina, su mujer. Por esta razon, hecho vicario y procurador del reino, habia ganado las voluntades y amor de los nobles y del pueblo con su buen término y trato llano y virtuoso, sin fraude ni algun mal engaño. Llamóle el Rey un dia, mandóle dejar el oficio de procurador. Desta manera arrebatadamente y sin consejo se hacian todas las demás cosas, mayormente que por este tiempo, que corria el año de nuestra salvacion de 1346, murió la reina de Aragon, mujer de santísimas costumbres, y por el mismo caso desemejable de su marido; falleció cinco dias despues que parió un niño, que vivió tan solamente un dia, con que el reino tuvo un breve contento, destemplado en mucho pesar. Sepultóse el cuerpo desta señora en Valencia en la iglesia de San Vicente, si bien ella se mandó enterrar en Poblete, entierro antiguo de aquellos reyes. Para que el Rey tuviese hijo varon con que se evitasen muchas revueltas en el reino luego se trató de volver á casarle; para este fin enviaron embajadores al rey de Portugal á pedirle su hija doña Leonor. Deseaba su hermano don Fernando casarse con aquella infanta, confiado en el favor de su tio el rey de Castilla y por estar él en la flor de su juvenil edad. Venció, como era forzoso, en esta competencia el rey de Aragon. Ayudó para ello primeramente don Juan Manuel, que por ser enemigo de doña Leonor de Guzman y por el mismo caso tambien del rey de Castilla, toda su voluntad tenia puesta en la del rey de Aragon y en agradarle. Así procuró y concluyó de casar á su hijo don Fernando con doña Juana, prima hermana del rey de Aragon y hija de don Ramon Berengue!; con que quedaba emparentado con tres casas reales en parentesco muy estrecho, y por esto era el mas poderoso de los grandes del reino. Los nobles de Aragon y de Valencia juntamente con el pueblo se comenzaron á alborotar; conjuráronse todos de guardar su libertad, mirar por sus fueros, y si menester fuese, defenderlos con las armas. Tomaron por ocasion deste alboroto la fuerza que á don Jaime, conde de Urgel, se hizo para que desistiese y se apartase del derecho de la sucesion y procuracion del reino, y que se hacian leyes y publicaban edictos en nombre de doña Costanza, hija del rey de Aragon, como si ella hobiera de ser la sucesora y heredera del reino. Señalaron y nombraron por conservadores de la libertad á Jimeno de Urrea, Pedro Coronel, Blasco de Alagon y á don Lope de Luna, que era el mas principal de los nombrados por tener el señorío de Segorve y estar casado con doña Violante, tia del Rey. Hicieron cabeza de todos, como era necesario, á don Jaime, conde de Urgel; y llamaron de Castilla, donde residia con su madre, por no confiarse del rey de Aragon, á sus hermanos don Fernando y don Juan con muchas cartas y embajadas que les enviaron, con que ellos se determinaron de ir á Aragon. Llevaron consigo quinientos hombres de á caballo, que les dió para su guarda su tio el rey de Castilla. El rey de Aragon no ignoraba que las fuerzas del pueblo, alborotadas, son furiosas en los principios, mas que despues con ei

tiempo y la dilacion se amansan y enflaquecen. Procuró hacer Cortes en Zaragoza, en que para aplacar el pueblo, mas que por hacer el deber con sincera voluntad, restituyó á su hermano don Jaime la procuracion del reino, y dado por ninguno lo que primero tenia decretado, fué declarado por heredero y sucesor del reino. Con esto se volvieron á pacificar y sosegar las cosas; pero con la muerte que luego sucedió á don Jaime se añubló la luz que comenzaba á resplandecer. El rey de Aragon por dar priesa á sus bodas se fué á Barcelona, ca tenia mandado llevasen allí su esposa los que la traian de las últimas partes de Portugal. En aquella ciudad de Barcelona, luego que allí llegó, falleció el ya dicho conde de Urgel de enfermedad en fin del año de 1347; fué fama que le ayudaron con yerbas que le dieron, y que le vino este mal por la sospecha que dél se podia tener de que se queria alzar con el reino. Celebraron las bodas sin ninguna señalada solemnidad por estar todo el reino triste con la muerte y luto de don Jaime y por la tempestad de revueltas que temian se les armaba. Enterróse su cuerpo en la misma ciudad en el monasterio de San Francisco. Los hermanos don Fernando y don Juan, que, acabadas las Cortes, se tornaron á Castilla, comunicado el negocio en Madrid con su madre y con el Rey, su tio, se hicieron cabezas de los pueblos amotinados; ayudóles el rey de Castilla con ochocientos caballos. Con tanto don Fernando se fué á Valencia, y don Juan á Zaragoza. Su madre en Cuenca y en Requena, en que lo demás del tiempo residia, esperaba en qué pararian estas alteraciones con grande cuidado de la salud de sus hijos. Enviáronse los reyes sus embajadores; de Castilla Fernan Perez Portocarrero para hacer las amistades entre los hermanos; de Aragon vino por embajador Muñon Lopez de Tauste á quejarse de agravios y á rogar que no se les diese ningun favor ni ayuda á los rebeldes. Otorgósele que el capitan Alvar García de Albornoz hiciese en Castilla seiscientos hombres de á caballo á sueldo del rey de Aragon; el cual Rey, no sin nota y menoscabo de la majestad real, casi como quien pide perdon, se fué á Valencia poco menos que á ponerse en manos de los conjurados; así se vió en términos de que le perdiesen el respeto y le maltratasen. Los del Rey y los del pueblo, como gente desavenida, los unos no se fiaban de los otros, antes se miraban á la cara, notábanse las palabras y semblante del rostro, y con afrentas y malas palabras que se decian, parece buscaban ocasion de revolverse y venir á las manos. Llegó el pueblo á alborotarse y á tomar las armas, y con ellas en las manos entraron con furioso ímpetu y violencia en el palacio real con grande miedo de los cortesanos y de la gente de palacio. Llegó la cosa á términos que el Rey de necesidad hobo de subir en un caballo y aventurarse á ponerse en medio de la gente alborotada para que con sus palabras y presencia se apaciguase. Concedióse al infante don Fernando que durante la vida del Rey fuese procurador del reino, y despues de la muerte le sucediese en él, y que las hijas quedasen excluidas de la sucesion. Eran estos conciertos sacados por fuerza, y por esta razon se entendia que no serian firmes ni durarian mucho. Ido el Rey, don Lope de Luna, que ya se pasara á su servicio, no dejó las armas, antes á los conjurados les era un importuno y molesto enemigo, disimulándolo primero el Rey,

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y despues mandándoselo. Tenia sus gentes y reales en Daroca y su tierra. Don Fernando, por impedir los intentos de don Lope, partió de Zaragoza con quince mil hombres, parte de á caballo y parte de á pié. Sentó su real cerca de Epila á la ribera del rio Jalon. No pudo tomar el pueblo porque era fuerte, quemó los campos las mieses, que las querian ya segar; sobrevinieron en esto los del Rey, pelearon á banderas tendidas; los conjurados, por ser gente popular y mas para hallarse en alborotos y sediciones que para pelear eu batalla reñida, fueron vencidos y desbaratados. Murieron en la batalla don Jimeno de Urrea y otros hombres principales, y su capitan don Fernando fué preso con una herida en la cara ; mas el capitan Alvar García de Albornoz, á quien le dieron en guarda, le soltó y dejó ir libre á Castilla. Podíase temer cualquiera cosa de la severidad del Rey, su hermano, que debió ser la ocasion de soltalle. No se sabe si se hizo esto sin que lo supiese don Lope de Luna ó si lo disimuló, mudado de parecer y trocado de voluntad, como ordinariamente suele acontecer en las guerras civiles. Bien se mostró quedar el Rey satisfecho dél, pues en premio de lo bien que en aquella guerra le sirvió, para honrarle le dió título de conde de Luna, cosa nueva y poca usada en Aragon. Despues desta victoria todo en Aragon quedó llano al Rey; y asentada la paz en Zaragoza, totalmente se deshizo la union y liga de los conjurados de suerte, que no se oyó mas su nombre. La sucesion del reino se confirmó á don Fernando. Amplióse la autoridad del justicia de Aragon, con cuyo oficio por ley antigua del reino se prevenia que el Rey no pudiese quitarles su libertad. Esto pasaba en Aragon el año de 1348 de nuestra salvacion. Este año una gravísima peste maltrató primero las provincias orientales, y dellas se derramó y se pegó á las demás regiones, como á Italia, Sicilia, Cerdeña y Mallorca, y despues á todos los reinos y ciudades de España. Eran tantos los que morian, que se halló por cuenta en Zaragoza que en el mes de octubre morian cada dia cien personas; como era una infeccion del aire, el curar los enfermos y tocarlos extendia mas la enfermedad por pegarse el mal á muchos. Por donde los heridos, ó se quedaban sin que hobiese quien los quisiese remediar, ó si los intentaban curar, daba luego la misma dolencia á los que se llegaban cerca del enfermo y á los que le curaban. El ver tantos enfermos y muertes habia endurecido de manera los corazones de los hombres, que no lloraban los muertos, y se dejaban los cuerpos por enterrar tendidos en las calles. Desta peste y de su fiereza escribió largamente en sus Epistolas Francisco Petrarca, hombre deste tiempo, señalado en letras, mayormente en la poesía en lengua toscana. Era grandísima lástima ver lo que pasaba en todos los pueblos y ciudades de España. La nueva reina de Aragon doña Leonor, sin dejar hijos, murió por este tiempo en Ejerica, donde se retiró el Rey por miedo de la peste; su cuerpo sepultaron en el mismo lugar sin pompa ni aparato real. Con su muerte quedó el Rey libre para poderse casar tercera vez mas dichosamente que las pasadas por los hijos que deste matrimonio tuvo. No se sosegaban los conjurados. Hizo el Rey á los alterados de Valencia en general guerra, y en particu lar justicia de muchos despues de labida la victoria; con el rigor y grandeza del castigo pretendia espantar

á los demás y que tomasen escarmiento y supiesen que no se debe temerariamente irritar la cólera é indignacion de los reyes.

CAPITULO XIV.

Que se apaciguaron las discordias entre los caballeros
de Calatrava.

Los caballeros de Castilla de la órden de Calatrava y los de Aragon de la misma órden tenian entre sí grandes diferencias y scisma; en lugar de uno eligieron y tenian dos maestres, uno en Calatrava, otro en Alcañices. La cosa pasó desta manera. Don Garci Lopez, maestre desta religion, mas de veinte años antes deste en que vamos fué acusado de gravísimos delitos y de traicion; oponíanle que, siendo el Rey menor de edad, robó el reino y hizo muy poco caso de su religion y órden, de que en ellas se siguieron innumerables daños y desórdenes. Por estas y otras cosas le citaron para que pareciese delante el rey don Alonso de Castilla y respondiese á lo que se le imputaba. No quiso parecer, aules se fué á Aragon, ó por miedo de ser castigado como merecia y le acusaba su conciencia, ó lo que es mas de creer, con temor de las cautelas y potencias de sus enemigos, ca los que le acusaban eran los mas poderosos y mas ilustres de su órden. Esta fué la principal causa y principio de las diferencias y contiendas que tanto despues duraron. Con el favor del rey de Aragon don Garci Lopez residia en Alcañices, pueblo de la órden, y allí conservaba su autoridad. Ejercitaba el oficio de maestre, no obstante que á instancia del rey de Castilla fuera condenado en rebeldía y privado del maestrazgo. Eligieron en su lugar á don Juan Nuñez de Prado, de quien era fama y se decia que era hijo no legítimo de doña Blanca, tia del rey de Portugal y abadesa del monasterio de las Huelgas de Búrgos. Los abades de la órden del Cistel, que por instituto antiguo tenian poder de visitar esta religion, aprobaron y confirmaron la eleccion del nuevo Maestre. Los freiles y caballeros aragoneses no se quisieron rendir ni obedecerle, antes, muerto que fué don Garci Lopez, substituyeron en su lugar á don Alonso Perez de Toro, cuya eleccion de su voluntad, ó porque para ello fué inducido y engañado, confirmó Arnaldo, abad de Morimonte en la Francia, á quien de oficio competia hacer semejante ratificacion. Intentóse muchas veces de concordar estos caballeros, que ambas partes veian serles muy dañosa su division. Sobre esta razon los reyes se enviaron diversas embajadas, que no tuvieron hasta este tiempo efecto alguno, cuando por muerte de don Alonso Perez eligieron los de Alcañices á don Juan Rodriguez. Antes que esta postrera eleccion se confirmase, á instancia de los reyes de Castilla y de Aragon, en Zaragoza, do á la sazon se hacian Cortes, se juntaron ambos maestres y muchos caballeros de ambas naciones. Litigada la causa, el rey de Aragon, como juez árbitro que era, cerrado el proceso, por lo que del resultaba, sentenció conforme á las pretensiones y méritos de Castilla. Hízose otrosí constitucion que de allí adelante fuese habida por verdadera y canónica eleccion de maestre la que hiciesen aquellos caballeros en Calatrava. A don Juan Rodriguez se le quitó el oficio y título de maestre, y en recompensa se le dió la encomienda mayor de Alcañices, con jurisdiccion sobre todos los freiles y caballeros de

Aragon; y aun se proveyó que el maestre no pudiese proveer cosa alguna tocante al comendador mayor y los caballeros aragoneses mientras durase la vida de los presentes, sino fuese con consejo de los abades de Poblete y de Veruela. Prevenian con esto que por envidia y emulacion no se les hiciese algun agravio. En esta forma se concordaron los caballeros de Calatrava, y las divisiones que entre sí tenian se acabaron en 25 del mes de agosto. Los juicios de los hombres son varios; muchos fueron de parecer y murmuraban que en estas cosas no se procedió conforme al punto y rigor de derecho, sino por respeto y á voluntad del rey de Castilla. En este mismo tiempo don Luis, conde de Claramonte, hijo de don Alonso de la Cerda, á quien llamaban el Desheredado, ponia en órden una armada en la ribera de Cataluña con licencia y ayuda del rey de Aragon y por concesion del Papa, que dos años antes le adjudicara las islas de Canaria, llamadas por los antiguos Fortunadas. Dióle aquella conquista el sumo Pontífice con titulo de rey, y que como tal hizo un solemne paseo en Aviñon. Púsole por condicion que á aquellas gentes bárbaras hiciese predicar la fe de Cristo. Será bien, pues esta ocasion se ofrece, decir algo del sitio, de la naturaleza y del número destas islas, y en qué tiempo se hayan encorporado en la corona de los reyes de Castilla. Al salir de la boca del estrecho de Gibraltar en el mar Atlántico á la mano izquierda caen estas islas. Son siete en número, extendidas en hilera de levante á poniente, leste, ceste, veinte y siete grados apartadas de la línea equinoccial. La mayor destas islas llámase la Gran Canaria; della las demás tomaron este nombre de Canarias. El suelo de la tierra es fértil para pasto y labor, hay en ellas tan grande multitud de conejos, que se han multiplicado de los que de tierra firme se llevaron, que destruyen las viñas y los panes de suerte, que ya les pesa de haberlos llevado. En la isla que llaman del Hierro no hay otra agua de la tierra sino la que se distila y regala de las hojas de un árbol, que es un admirable secreto y variedad de la naturaleza. Es cierto que don Luis, á quien por esta navegacion que quiso hacer, llamaron el infante Fortuna, nunca pasó á estas; si bien tuvo la conquista dellas y la armada aprestada para irlas á conquistar, las guerras de Francia se lo estorbaron y la batalla que Filipo, rey francés, perdió por estos tiempos junto á Cresiaco. Como cincuenta años adelante los vizcaínos y andaluces, repartida entre sí la costa, armaron una flota para pasar á estas islas con intento de hacer á los isleños guerra á fuego y á sangre, mas por codicia de robarlos que por allanar la tierra. Una grande presa que trujeron de la isla de Lanzarote puso gana á los reyes de conquistarlas, sino que despues, ocupados en otras cosas, se olvidaron desta empresa. Pasados algunos años, Juan Bentacurto, de nacion francés, volvió á hacer este viaje con licencia que le dió el rey de Castilla don Enrique, tercero deste nombre, con condicion que, conquistadas, quedasen debajo de la proteccion y homenaje de los reyes de Castilla. Ganó y conquistó las cinco islas menores; no pudo ganar las otras dos por la muchedumbre y valentía de los isleños, que se lo defendió. Envióse á estas islas un obispo llamado Mendo; el Obispo y Menaute, heredero de Bentacurto, no se llevaron bien; antes tenian muchas contiendas, de tal guisa, que

estuvieron á punto de hacerse guerra. El Francés solo miraba por su interés; el Obispo no podia sufrir que los pobres isleños fuesen maltratados y robados sin temor de Dios ni vergüenza de los hombres. El rey de Castilla, avisado deste desórden, envió allá á Pedro Barba, que se apoderó destas islas. Este despues por cierto precio las vendió á un hombre principal llamado Peraza, y deste vinieron á poder de un tal Herrera, yerno suyo, el cual se intituló rey de Canaria. Mas cono quier que no pudiese conquistar la Gran Canaria ni á Tenerife, vendió las cuatro destas islas al rey don Fernando el Católico, y él se quedó con la una, llamada Gomera, de quien se intituló conde. El rey don Fernando, que entre los reyes de España fué el mas feliz, valeroso sin par, envió diversas veces sus flotas á estas islas, y al fin las conquistó todas, y las incorporó en la corona real de Castilla. Volvamos á lo que se ha quedado atrás. En el año de 1349 doña Leonor, hermana mayor de don Luis, rey de Sicilia, nieto que fué de Federico, y en su menor edad sucedió al rey don Pedro, su padre, casó Con voluntad de su madre y en vida del Rey, su hermano, con el rey de Aragon. Llevada á la ciudad de Valencia, se celebraron las bodas con gran regocijo y fiestas de todo el reino.

CAPITULO XV.

De la muerte del rey don Alonso de Castilla.

Levantáronse en este tiempo grandes revoluciones en Africa, causadas por Abolanen, que conforme á la condicion de los moros y por codicia de reinar, atropellado el derecho paternal y no escarmentado con la muerte de su hermano, se rebeló contra su padre Albohacen, y se alzó en Africa con el reino de Fez, y en España se apoderó de Gibraltar y de Ronda y de todas las demás tierras que á los reyes de Africa en España quedaban, y puso en ellas sus guarniciones de soldados. Hacia cargo á su padre que por su descuido y cobardía con grande menoscabo y mengua del nombre africano sucedieran las pérdidas y desastres pasados; decia que si á él quisiesen llevar por guia y capitan, vengaria las injurias recebidas y tomaria emienda de aquellos daños. Con estas persuasiones el vulgo, amigo de novedades, se le arrimaba por el vicio general de la naturaleza de los hombres, y mas por la liviandad y ligereza particular de los africanos, en quien mas que en otras gentes reina esta inconstancia, esperaban que las cosas presentes serian mas á propósito y de mayor comodidad que las pasadas. Estas revueltas de los moros parecia á los nuestros que les daban la ocasion en las manos para hacer su hecho, si no estuviera de por medio el juramento con que se obl garon de tener treguas por diez años. Sin embargo, los mas prudentes juzgaban que por ser ya otro el Rey diferente de aquel con quien asentaron las treguas, quedaban libres de la jura. El deseo de renovar la guerra y de conquistar á Gibraltar los acuciaba, cuya fortaleza les era un duro freno para que sus intentos no los pudiesen poner en ejecucion. El cuidado de proveerse de dineros tenia al Rey congojado, bien que no perdia la esperanza que el reino le ayudaria de buena gana, por estar descansado con la paz de que ya cinco años gozaba. El vehemente deseo que todos tenian de desarraigar de España á sus enemigos, velo con

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que muchas veces se mueve y engaña el pueblo, los animaba á servir de buena gana y ayudar estos inten-' tos. Publicáronse Cortes para la villa de Alcalá de Henáres, llamaron á ellas muchas ciudades del reino que no solian ser llamadas. Las del Andalucía y de la Carpetania, hoy reino de Toledo, por la mayor parte solian ser libres de las cargas de la guerra como quier que hacian frontera á los moros, y de necesidad grandes gastos para defenderles la tierra. Al presente en esta ocasion, con color de honrarlos, se dejaron llevar; pretendian con grande fuerza que á imitacion de los de Castilla y de Leon, como repartida entre todos la carga, pechasen alcabala de todas las cosas que se vendiesen. Entre las ciudades que se juntaron en estas Cortes, los procuradores de la ciudad de Toledo alegaban que debian tener el primer lugar y voto. Los de Burgos, si bien la causa era dudosa, como estaban en posesion, resistian valientemente y pretendian ser en ella amparados. Alegaban en favor de Toledo la grandeza de la ciudad, su antigüedad, su nobleza, la santidad de su famosísima iglesia, la majestad y autoridad de su arzobispo, que tiene primacía sobre todos los prelados de España, los hechos valerosos de los antepasados; demás que en tiempo de los godos era la cabeza del reino y silla de los reyes, y modernamente se le diera título de imperial. Decian ansimismo parecia cosa injustísima y fuera de razon que hobiese de reconocer mayoría á ninguna ciudad aquella á quien Dios y los hombres aventajaron, y la misma naturaleza, que la puso en el corazon de España en un lugar eminentísimo, en que se dividen y reparten las aguas. Que si no le daban la autoridad y lugar que se le debia, no pareceria á todos sino que la llamaron á las Cortes para hacer burla della y desautorizalla. Si la razon que Búrgos alegaba tenia fuerza, la misma militaba por las demás ciudades del reino, y que á aquella cuenta no le quedaba á Toledo sino el postrer lugar, y aun á merced, si se le quisiesen dejar. Que tocaba a todos y era comun la causa de Toledo; así la deshonra que á ella se hiciese manchaba y desautorizaba á toda España. Los de Burgos se defendian con la preeminencia que tenian en Castilla, en que poseian el primer lugar de tiempo muy antiguo. Decian que contra esta posesion no era de importancia alegar actos ya olvidados y desusados, y que si la competencia se llevaba por via de honra, ¿de dónde se dió principio para restaurar la fe y avivar las esperanzas de echar los moros de España? Por esto con mucha razon era Búrgos la silla y domicilio de los primeros reyes de Castilla; no cra justo quitalles en la paz aquel lugar que ellos en la guerra ganaron con mucha sangre que sus antepasados derramaron. Demás que sin suficiente causa no se le podian derogar los privilegios que los reyes pasados le concedieron. Los grandes en esta competencia andaban divididos, segun que tenian parentesco y amistades en alguna de las dos ciudades. Nombradamente favorecia á Toledo don Juan Manuel, y á Búrgos don Juan Nuñez de Lara; los unos no querian conceder ventaja á los otros. Despues que se hobo bien debatido esta causa, se acordó y tomó por medio que Búrgos tuviese el primer asiento y el primer voto, y que á los procuradores de Toledo se les diese un lugar apartado de los demás en frente del Rey, y que Toledo fuese nombrado primero por el Rey desta manera: «Yo hablo por

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