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hasta Monda, donde se renovó la pelea y volvieron á las manos; el suceso fué el mismo, el estrago y la matanza la mitad menor que antes; los bosques y montes que cerca caian, por su espesura y fragura, y los piés á los mas dieron la vida. Tito Livio va algun tanto diferente en el cuento destas batallas; nos seguimos el asiento y órden de los lugares y lo que otros escritores testifican. Estando las cosas de los cartagineses en España en términos que no parece podian estar peores, Magon fué enviado á la Gallia para tratar con Menicato y Civismaro, señores con quien hiciera Aníbal confederacion, como arriba se dijo, para que pasasen en España con sus gentes y les ayudasen. Lo cual sin mas dilacion ellos hicieron, ca por mar llevaron á Cartagena nueve mil hombres de su nacion, donde Asdrúbal se apercebia para la guerra. Gneio, alegre con las victorias pasadas, no con menor cuidado, pasó el invierno en la Bética, que hoy es Andalucía. Con tanto, al principio del año que se contaba de Roma 541, los unos y los otros salieron en campaña. Vinieron á las manos en aquellas comarcas de Andalucía con el mismo coraje y denuedo que antes; el suceso fué el mismo, la matanza algun tanto mayor; ca ocho mil hombres del ejército cartagines y casi todos del número de los gallos quedaron en el campo tendidos con su capitanes Civismaro y Menicato, que con deseo de mostrar su valentía con gran denuedo y alegría, como suele aquella gente, se metieron muy adelante en la pelea. Despues desta victoria, los romanos revolvieron sobre Sagunto, y la tomaron al fin por fuerza pasados seis años despues que fué ganada y arruinada por los cartagineses. Vivian todavía algunos de los foragidos de aquella su patria, que fueron en ella restituidos, y la ciudad de Turdeto, la principal causa de aquellos daños, echada por el suelo y allanada. Sus campos entregaron á los de Sagunto, y á los Turdetanos vendieron en pública almoneda; que fué por la venganza alguna consolacion del dolor, y recompensa de las injurias que los de Sagunto por su ocasion recibieran. Por el cual tiempo de Italia vinieron nuevas que Arpos, ciudad de la Pulla, la cual despues de la rota de Cannas faltó y se pasó á Aníbal, fué tomada por el esfuerzo del cónsul Quinto Fabio; y juntamente mil españoles que tenia de guarnicion, por grandes promesas que les hicieron, mudaron partido, y siguieron el de Roma; principio, aunque pequeño, que dió esperanza á los romanos de deshacer por aquel camino al orgulloso enemigo, y les puso en pensamiento, como lo hicieron, de escribir á los Scipiones que lo mas en breve que ser pudiese enviasen á Italia algunos señores españoles para por su medio granjear los demás españoles que andaban en el campo de Aníbal, en cuyo valor entendian consistia la mayor fuerza y esperanza de los cartagineses sus enemigos.

CAPITULO XVII.

De una nueva guerra que se emprendió en Africa. Por el mismo tiempo en Africa se encendió una nueva y larga guerra con esta ocasion. Asdrúbal, hijo de Gisgon, dejó en Cartago una hija llamada Sofonisba, en edad de casarse. Sus partes y prendas muy aventajadas movieron á Sifaz, rey que era de los númidas, á pedilla por mujer. Y como el Senado se excusase con la ausen

cia de su padre, entendió el bárbaro, y no se engañaba, que aquella respuesta era despidiente, y que no se la querian dar. Es el amor muy sentido; túvose por agraviado, y determinó vengarse con las armas. La silla de su imperio y señorío era la ciudad de Siga, puesta en las marinas de Africa, en frente de nuestra Málaga ; sus tierras á la parte del poniente se extendian hasta Tánger y el mismo mar Océano; y por la parte que sale el sol, tenia por aledaños las tierras de Cartago; solo quedaba en medio el reino de Gala. Con él de ordinario tenia Sifaz guerra sobre los confines y fronteras con sucesos diversos y diferentes trances. Tenia Gala un hijo, por nombre Masinisa, mozo de grandes esperanzas, en fuerzas, valor y ingenio aventajado. Pretendia Sifaz hacer primero la guerra y cargar sobre Gala, que tenia pocas tierras, y mas se sustentaba con la sombra de Cartago que con sus propias fuerzas. Parecíale buena coyuntura para su empresa, por estar los de Cartago embarazados á un tiempo con dos guerras muy pesadas, la de Italia y la de España. Estaba con esta resolucion, cuando le llegaron tres embajadores que los Scipiones desde España le despacharon para decirle de su parte que haria una cosa muy agradable al Senado romano si se aliase con ellos, y juntadas sus fuerzas diese á Cartago una nueva guerra en Africa, para dividille las fuerzas en muchas partes, y que no fuese bastante para acudir á todo. Con esta embajada se encendió Sifaz mas en el propósito que tenia, razonó con los embajadores, y trató muy á la larga de diversas cosas. Con tanto, quedó aficionado á la amistad de los romanos, y por entender cuán rudos eran los de Africa en las cosas de la guerra comparados con la milicia romana, pidió por lo que debianá la amistad comenzada, que, volviendo los dos con la respuesta, el tercero quedase en su compañía para instruir y ejercitar la infantería de aquel reino, parte de milicia de que los númidas de todo tiempo carecian, que solo usaban de gente á caballo. Otorgóse al Rey lo que pedia, que Quinto Sertorio quedase con él; pero con tal condicion que los Scipiones lo tuviesen por bien y lo aprobasen. Súpose en Cartago el intento de los Scipiones; y para acudirá su pretension y á la de Sifaz, acordaron de servirse del rey Gala, su aliado. Fué nombrado por capitan de aquella guerra Masinisa, mozo, como queda dicho, de grandes prendas, y adelante muy famoso por la amistad que tuvo hasta la muerte con los romanos, el cual sin dilacion, juntado que hobo, así sus gentes como las que los cartagineses le enviaron, salió á verse con el enemigo. Dióle la batalla, en que le mató treinta mil hombres, y á él forzó á huirse á los Maurusios, que era una ciudad ó comarca en lo postrero de su reino, por ventura donde ahora está Marruecos. Y como juntadas nuevas gentes pretendiese pasar en España, con otra batalla que le dió le quebrantó de todo punto las alas. Hay quien diga que, sin embargo, Sifaz pasó en España para tratar en presencia con los Scipiones la manera que se debia tener en hacer la guerra, y que dejaron de contar este viaje Tito Livio y Plutarco, como no es maravilla que en tan grande muchedumbre de cosas se olvide algo. Estas cosas sabidas en España, como congojaron á los romanos, así bien por el contrario acarrearon gran alegría al general cartaginés. Parecióle buena ocasion de apretar á los romanos, cuyo partido, que se iba antes

mejorando, tornaba de nuevo á empeorarse. Estaba ya cercano el invierno; por esto determinaron los cartagineses de concertarse para el año siguiente con los celtiberos, gente feroz y brava, y convidallos con grande sueldo para que los ayudasen. Fueron los Scipiones avisados destas plácticas, ganaron por la mano, y con ofrecerles mayores premios, como gente que se vendia por dineros, los mantuvieron en su devocion; principalmente que los honraron en que no anduviesen en escuadrones aparte ni en los reales, como antes era de costumbre, tuviesen sus alojamientos distintos, sino que anduviesen mezclados con los romanos, debajo de las mismas banderas. Todo se enderezaba so color de honra á asegurarse mas dellos. En particular, para que hiciesen que los demás españoles desamparasen á Aníbal, enviaron trecientos dellos á Roma, que llegaron allá por el mar principio del año siguiente, que se contó 542 de la fundacion de Roma. En este tiempo, cuatro naves enviadas de Roma con vituallas y dinero suplieron la falta que sus ejércitos en España tenian. Pero lo que mas los animó y alegró fué entender que Hannon, el cual fuera enviado desde Cartago á Italia, y hechas nuevas levas de gente en la Liguria y en la Gallia, rompia por Italia para juntarse con Aníbal, que se hallaba ufano por haberse apoderado al mismo tiempo de la ciudad de Taranto, fué en la Marca de Ancona con todas sus gentes vencido y desbaratado. En Sicilia, la ciudad de Siracusa, despues de la muerte de Hieron y de la que dieron á su nieto Jerónimo sus mismos vasaIlos, como quier que estuviese dividida en bandos y últimamente hobiese venido á poder de los cartagineses, Marco Marcello, con un cerco que sobre ella tuvo de tres años, la redujo y puso en la obediencia de los romanos. Ayudóle Merico, español, que con quinientos soldados de guarnicion la defendió todo aquel tiempo por Cartago, y entonces se determinó de entregalla al capitan romano, que la entró por fuerza, y puesta á saco, se hizo gran matanza de los ciudadanos.

CAPITULO XVIII.

Cómo los Scipiones fueron muertos en España.

El premio que se dió á Masinisa por la victoria que ganó contra Sifaz, su competidor, fué dalle por mujerá Sofonisba. El, movido por el nuevo parentesco y con deseo de ayudar á su suegro, el mismo verano desembarcó en el puerto de Cartagena con siete mil africanos y setecientos caballos númidas ó alárabes. Asimismo Indibil, hermano de Mandonio, tenia para el mismo efecto levantados cinco mil hombres en los pueblos que llamaron Suesetanos, aparejado y presto para mover en ayuda de los mismos luego que le fuese avisado. Algunos entienden que estos pueblos eran en aquella parte de Navarra donde hoy está Sangüesa á la ribera del rio Aragon, villa que, como se muestra por los privilegios de los reyes antiguos, se llamaba Suesa, y sospechan que tomó este nombre de los puercos, que en latin se llaman sues; ca no hay duda sino que en los pueblos comarcanos que se llamaban Lacetanos, donde hoy está Jaca, hobo de todo tiempo muy buena cecina desta carne, y aun en el nuestro tienen mucha fama los perniles de aquella comarca. Pues como los cartagineses se hallasen apercebidos de tantas ayudas, fueron

los primeros que partidos de Cartagena salieron en campaña la vuelta del Andalucía con su campo dividido en dos partes. La una dellas guiaba Asdrúbal el Barquino; de los demás iban por capitanes Magon, Masinisa y el otro Asdrúbal, su suegro. Los Scipiones asimismo con muchos socorros que les vinieran de Italia, y en particular confiados en treinta mil celtiberos que tenian á su sueldo, partieron de sus alojamientos con resolucion de pelear con el enemigo, ya tantas veces por ellos vencido. Gneio con los celtiberos y la tercera parte de los soldados romanos se encargó de combatir á Asdrúbal, y con este intento asentó sus reales cerca de los del enemigo, y no léjos de la ciudad Anatorgis y de un rio que pasaba por medio y dividia los dos campos. Publio movió contra los demás caudillos cartagineses, para que, vencido Asdrúbal, como lo tenian por hecho, no huyesen ellos y se salvasen por los bosques cercanos y por las selvas, antes como cercados con redes todos pereciesen juntamente; tanta confianza engendra muchas veces la prosperidad continuada; pero sucedió todo muy al revés, ca por astucia de Asdrúbai y con el conocimiento y trato que tenia con aquella geute, los celtiberos fácilmente se dejaron persuadir que desamparasen al capitan romano, y levantadas de repente sus banderas, se volviesen á sus casas. Para hacello, demás desto hobo ocasion de una nueva que se divulgó, y fué que la parte de aquellos que favorecia á los cartagineses, tomadas las armas, saqueaban las haciendas de los que seguian á los romanos. Gneis, despojado de aquella parte de sus fuerzas, por quedar menos poderoso que el enemigo, determinó retirarse. Porque ¿á qué propósito con temeridad despeñarse en su perdicion manifiesta? Ni es muchas veces de menor ánimo excusar la pelea que aceptalla. Lo que sabiamente tenia acordado desbarató otra fuerza mas alta, porque Publio, acosado de la caballería de Masinisa, que no cesaba de escaramuzar delante sus reales, y por recelarse que si Indibil, de quien se decia que venia, se juntaba con los demás, no seria bastante para contrastar á tantas fuerzas, tomó un consejo peligroso, y fué que se determinó de salir al encuentro á Indibil y atajalle el camino, dado que en lo demás era hombre no menos recatado que valiente; pero la fortuna ó fuerza mas alta ciega á los que quiere despeñar. Dejó pues en los reales una pequeña guarnicion, y él de noche salió con sus gentes á hacer lo que pensaba. No ignoraron este intento los enemigos. Habian ya llegado los romanos á vista de los suesetanos, y ya tarde se comenzaron á trabar con ellos, cuando Masinisa con su venida turbó á los romanos, que llevaban lo mejor, y finalmente los venció. Muchos fueron muertos por la caballería y el mismo general Publio; los demás se pusieron en huida; en el alcance fué aun mayor la matanza. Algunos pocos, cubiertos de la escuridad de la noche, parte se recogieron á las guarniciones cercanas de los romanos y á la ciudad de Illiturgo, parte á los reales donde salieron. Los cartagineses, alegres con esta victoria, á gran priesa se fueron á juntar con Asdrúbal el Barquino. Por esta ocasion Gneio comenzó á sospechar que su hermano Publio debia ser muerto; ca tenia por cosa cierta que si él fuera vivo y quedara salvo, no se hobieran juntado todos los cartagineses. Sentia otrosí en su corazon una extraordinaria tristeza,

bien así como suele acontecer á los que ha de suceder algun mal, como pronóstico de su daño. Tanto mas se confirmó en la resolucion que tenia de retirarse; y así de noche, sin ruido, salió de sus reales. Al alba conocieron los cartagineses que los romanos eran partidos. Enviaron delante los caballos alárabes para que picasen en la retaguarda, y con tanto entretuviesen al enemigo hasta tanto que los capitanes cartagineses llegasen con el cuerpo del ejército. Gneio, viendo que los suyos por el gran miedo que les entrara ni se movian á pelear por ruegos ni por amonestaciones ni por su autoridad, determinó aventajarse en el lugar y tomar un altozano que cerca se empinaba. La subida fué fácil; mas no tenian aparejo ni materia alguna para hacer foso ni otros reparos, por ser el suelo duro á manera de piedra. Hizo pues poner los bastos y el bagaje como por valladar y trinchea, reparo ligero para tan grave peligro, pero que detuvo algun tiempo al enemigo, maraviliado de los romanos, cuyo esfuerzo é industria aun en tan grave trance no desfallecia. Acudieron los capitanes, y reprehendida la cobardía de sus soldados, entraron por fuerza los reales. Allí los pocos, rodeados de muchos y mas vencidos del temor, fácilmente fueron destrozados. El mismo Gneio, dado que en aquel trance hizo oficio de gran capitan y de valiente soldado, pereció con los demás; varon singular y que gobernó á España muchos años, y fué el primero de los romanos que con su buena traza y afabilidad ganó el favor y voluntades de los naturales. Algunos pocos por los montes y espesuras, por donde á cada cual guió el miedo ó la esperanza, fueron á parar á los reales de Publio Scipion, que por ventura sospechaban estaba salvo; pero hallaron que Tito Fonteio, su lugarteniente, quedaba en ellos con una pequeña guarnicion. Dióse esta batalla cerca del rio Segura y de un pueblo llamado Ilorcis, que hoy se entiende sea Lorquin, en el reino de Murcia. Los de Tarragona tienen por averiguado que un torrejon que está puesto enfrente de aquella ciudad es el sepulcro de los Scipiones, donde se ven dos estatuas de mármol mal entalladas, puestas, como dicen, en memoria de los Scipiones. Pudo ser que pasasen allí sus cenizas, ó por ventura los naturales y los soldados, para muestra del mucho amor que les tenian, dado que los cuerpos no estuviesen allí, levantaron aquella memoria cerca de la ciudad principal donde era el asiento del gobierno romano, á manera de cenotafio, que es lo mismo que sepulcro vacío, como se ven en otras partes muchas memorias semejantes.

CAPITULO XIX.

Como Lucio Marcio reprimió el atrevimiento de los cartagineses. El desastre de los Scipiones fué ocasion de gran mudanza en las cosas, y cayera en todo punto en España el partido de los romanos si no le sustentara al principio la osadía de Lucio Marcio, y despues le adelantara el valor grande de Publio Cornelio Scipion, que fueron el todo para que no se perdiese el resto, segun que amenazaban los grandes torbellinos que se levantaron. Falta cornunmente la lealtad, y desamparan los hombres á los que ven ser de adversidad trabajados, como sucedió en esta ocasion en España; ca los castulonenses fueron los primeros que cerraron las puertas á los roma

nos, que despues de aquel desastre se recogieron á su ciudad. Los de Illiturgo pasaron adelante, porque despues de recebidos los mataron. Con el ejemplo de estas ciudades no hay duda sino que otros muchos pueblos mudaron 'partido: hallábanse rodeados de tantos daños en un tiempo, así los que con Tito Fonteio quedaron en guarda de los reales como los demás que se acogieron á ellos; por esto á grandes jornadas se volvieron de la otra parte del rio Ebro. Acorrióles en este aprieto Lucio Marcio, hijo de Septimio, caballero romano, mozo de mucho valor, y que en el ejército de Gneio Scipion fuera capitan de una de las principales compañías, y tambien tribuno: juntó un grueso escuadron, así de guarniciones romanas como de los que á él se recogieron despues de las rotas ya dichas, y con él fué á dar socorro á los demás. La alegría que con su venida recibieron los soldados fué tan graude, que tratando de nombrar capitan y general en lugar de los muertos, por voto de todos le eligieron para el tal cargo. Pudiera pretenderle el mismo Fonteio y agraviarse de los soldados; pero la borrasca reprime la ambicion, y el miedo no da lugar á los demás afectos desordenados cuando es grande, antes los enfrena. Verdad es que toda aquella alegría en breve se enturbió y trocó en tristeza con el aviso que les vino, es á saber, que Asdrúbal, pasado el rio Ebro, se apresuraba para cargar sobre ellos, y que ya llegaba muy cerca, y tras él Magon que por las mismas pisadas le seguia. Fué esta nueva para ellos muy triste; teníanse por perdidos, parecíales que la fortuna aun no estaba harta de la sangre romana. Con esto, unos encomendaban sus deudos á sus amigos, hacian sus testamentos de palabra, á propósito que si alguno se escapase, llevase á sus casas la nuevas y avisase de su última voluntad; otros lloraban su mala suerte y triste hado; todos renegaban y se maldecian. No habia quien diese oidos á las amonestaciones de Marcio; antes como atónitos estaban suspensos, los ojos puestos en tierra, y aun los mas encerrados en sus tiendas. En el entretanto el enemigo llegaba á vista de los reales y se acercaba á los reparos y al foso. Con la vista de los estandartes cartagineses, mudado el miedo en coraje, bravos como unos leones acuden los romanos todos con sus armas á la defensa y á las trincheas; rebaten los enemigos, y no contentos con esto, salen con gran rabia y furor contra ellos. El descuido de los cartagineses y la confianza, bija de la prosperidad y á las veces causa y madre del desastre, dió la vida á los romanos. Ca el atrevimiento no pensado hizo maravillar y amedrentó á los vencedores de tal suerte, que sin tardanza volvieron las espaldas. Marcio no quiso seguir el alcance por miedo de alguna celada; antes contento con haber muerto algunos en la huida y confirmado el ánimo de los suyos, dió señal de recogerse, y se volvió á sus estancias con los suyos, dado que mal enojados y que amenazaban claramente, pues dejaba tal ocasion de vengarse, cuando Marcio quisiese ellos no le acudirian. Los cartagineses otrosí no poco se maravillaron de ver recogerse los romanos; pero como lo echasen á temor, no hicieron caso de barrear sus estancias; este descuido convidó á Marcio para probar otra vez ventura, y con alguna encamisada dalles una mala trasnochada. Además que era forzoso aventurarse antes que Magon llegase á juntarse con Asdrúbal ; que juntados los dos,

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no les quedara á los romanos esperanza de poderse salvar. Era menester usar de presteza; avisó pues Marcio á los soldados en pocas palabras de lo que pretendia hacer; con tanto, mandóles que fuesen á reposar, y á la cuarta vela los sacó animados y alegres, porque de la cabeza de Marcio, cuando les razonaba, vieron resplandecer un llama; cosa que ellos tomaron á buen agüero. Estaba el campo de Asdrúbal distante de los reales de Magon solas seis millas, que hacen como legua y media, y en medio un valle de mucha arboleda, donde Marcio puso tres compañías de respeto para todo lo que sucediese, con algunos caballos. Marchaban los demás soldados sin ruido y á la sorda; por esto y por estar los contrarios descuidados, sin velas, sin cuerpo de guardia, entran en los reales de Asdrúbal sin alguna resistencia. La matanza que hicieron fué grande en los que estaban desarmados, descuidados y durmiendo ; pocos se salvaron por los piés, muchos mas pretendieron acogerse á los otros reales que cerca estaban, pero dieron en la celada donde fueron todos muertos; en fin, el menosprecio del enemigo fué causa, como suele, de su perdicion. Entrados los reales de Asdrúbal, con el mismo valor y ánimo se dieron priesa para desbaratar á Magon, que no sabia nada del daño de los suyos ni de la matanza. El sol era ya salido cuando llegaron á las estancias de Magon; arremetieron denodados, y con la misma felicidad en un punto de tiempo, antes que los enemigos se pudiesen apercebir á la defensa, los entraron.Peleóse fuertemente dentro de los reparos hasta tanto que, vistos en los paveses y en las espadas de los romanos las señales de la matanza pasada, los de Magon se desanimaron, y perdida la esperanza de la victoria, se pusieron en huida. Degollaron en los dos rebates treinta y siete mil enemigos, prendieron casi dos mil; el botin y despojo fué muy grande. Los capitanes cartagineses escaparon á uña de caballo,que fué lo que solamente faltó para que esta victoria se igualase con la pérdida y daño pasado. La nueva de este suceso tau alegre llegó á Roma por principio del año que se contaba de su fundacion 543, con cartas de Marcio, donde, porque sin órden del Senado se llamaba teniente de pretor ó gobernador, muchos se ofendieron; pero respondieron en lo que pedia en sus cartas del trigo y vestidos que el Senado tendria cuidado, sin dalle título en las cartas ni llamalle teniente de gobernador. Con lo cual y con nombrar á Claudio Neron para que acabada la guerra de Capua, en que estaba ocupado, pasase en España con once mil peones y mil y cien caballos de socorro, de callada reprehendieron lo que Marcio y los soldados hicieran en dalle y aceptar aquel nombre; que vicio es propio de nuestra naturaleza ser benignos en el temor, y despues de la victoria olvidarse. Aníbal, sin duda por aquel suceso y por la resolucion que tomaron los romanos, comenzó á perder la esperanza de salir con su intento; pues veia que tenian tan grande ánimo, que se determinaban de enviar ayuda en España, sin embargo que llegó el enemigo tan poderoso á las puertas de su ciudad. Porque Aníbal, despues que tomó á Taranto, acudió para hacer alzar el cerco que los romanos tenian sobre Capua. Y echado de allí, pasó tan adelante, que asentó sus reales á tres millas de Roma, que fué una gran resolucion. Hízose Neron á la vela en Puzol, surgió con su armada junto á Tarragona. De allí

con sus gentes y las de Marcio y de Fonteio sin tardanza movió la vuelta del Andalucía en busca de Asdrúbal, que en los pueblos Ausetanos tenia sus alojamientos á las Piedras Negras, nombre de un bosque que habia entre Illiturgo y Mentisa (entiéndese que Mentisa es Montizon ó Cazorla). Púsose Neron en las estrechuras por donde el enemigo forzosamente habia de pasar. Acudió Asdrúbal á sus mañas, y con mostrar que queria concierto, gastó tanto tiempo en asentar las condiciones, que venida la noche, sus soldados pudieron escapar por la fragura de aquellos montes; con que el general romano, aunque tarde, conoció su engaño y la astucia cartaginesa, y deseaba la batalla, cuyo trance los cartagineses, hechos mas recatados, huian con todo cuidado.

CAPITULO XX.

Cómo Publio Scipion tomó á Cartagena.

En este medio en Roma se trataba de acrecentar el ejército de España y de enviarle un nuevo general. Juntóse el pueblo para la eleccion, como era de costumbre. Los padres se hallaban en gran cuidado por no salir alguno á dar su nombre y á pretender aquel cargo, á causa de ser el peligro tan grande. Pero al fin, Publio Cornelio Scipion, hijo de Lucio Scipion, mozo de veinte y cuatro años, salio á la demanda, y por volo de todos fué nombrado para ser procónsul de España, porque Neron no era mas que teniente de pretor, y solo hasta tanto que se proveyese otro para el gobierno. Tenia grande valor y mayor que su edad pedia, lo cual mostró bastantemente cuando los mancebos de Roma trataban despues de la rota de Cannas de desamparar á Italia; porque con la espada desnuda amenazó en la junta de dar la muerte al que no desistiese de aquel propósito, con que del todo se trocaron y mudaron parecer. Era tenido por hombre recto, crédito que él conservó diligentemente con la devocion que mostraba y aficion al culto de los dioses. Ca despues que tomó la toga, que era vestidura de varon, acudia muy de ordinario al templo de Júpiter, que estaba en el Capitolio, y en él hacia sus rogativas y ofrecia sus sacrificios todas las veces que queria comenzar algun negocio público 6 particular. Diéronle de socorro diez mil infantes y mil caballos. Sillano fué nombrado para suceder á Neron con nombre de propretor. Nombró Scipion por sus legados ó tenientes á su hermano Lucio Scipion y á Caio Lelio, aquel de cuyos consejos se entendió procedian todas las hazañas que Scipion acabó en toda su vida; y vulgarmente se decia que Lelio componia la comedia que Scipion representaba. Con estas ayudas y con estas gentes, en una armada que se juntó eu Ostia, se hizo á la vela. Llegado á España al fin del año, dió gracias á los soldados por lo hecho con palabras muy corteses; en particular á Marcio hizo mucha honra, como la razon lo pedia, y le tuvo siempre á su lado en su compañía. En el mismo año Marco Marcello entró en Roma con una fiesta que llamaban ovacion, honra que le concedieron porque ganó la ciudad de Siracusa. Llevaba delante de sí á Merico, español, con una corona de oro, en premio de que le entregó la ciudad y la guarnicion. A sus soldados dieron los campos de Murgancio, en Sicilia, que era, como dicen nuestros escritores, poblacion antigua de españoles. El año siguiente, que se

contaban de la ciudad de Roma 544, Scipion al principio de la primavera sacó sus huestes y las de sus aliados, con resolucion de pasar el rio Ebró y apoderarse de Cartagena, ciudad la mas fuerte de todas las enemigas, puesta en frente de Africa, con un muy buen puerto, donde los cartagineses tenian los rehenes de España, el bagaje de los soldados, las vituallas, municiones y almacen. Acometia esta empresa con tanto mayor deseo, que si salia con ella, pensaba echar á los enemigos de toda España. No era su pretension sin fundamento, por tener aquella ciudad pequeña guarnicion, y los capitanes cartagineses estar con sus gentes muy léjos, es á saber, Magon cerca de Cádiz, Asdrúbal, hijo de Gisgon, á la boca de Guadiana; el otro Asdrúbal se hallaba en la Carpetania, que hoy es el reino de Toledo. Dióse el cargo de la armada romana á Lelio, con órden que á pequeñas jornadas fuese en seguimiento del ejército de tierra, en que entre romanos y españoles se hallaban alistados veinte y cinco mil infantes y dos mil y quinientos caballos. Llegó Scipion por tierra á Cartagena en siete dias, y luego el dia siguiente determinó de combatir la ciudad á un mismo tiempo por mar y por tierra. El que tenia la ciudad por los cartagineses, llamado Magon, no se descuidaba en armar los ciudadanos, repartir los soldados por todas partes, poner á punto los trabucos y ingenios, sin olvidarse de cosa alguna que se pudiese desear en un diestro capitan. Está aquella ciudad asentada en un ribazo sobre el puerto con una isleta que tiene por frente, y le hace seguro de todos los vientos. Rodéala el mar por tres partes, y la que mira al septentrion y hacia la tierra tiene la entrada empinada, demás que á la sazón la tenian fortificada de una buena muralla. Los soldados de Scipion pretendieron por allí escalar la ciudad; pero los españoles que estaban en aquel cuartel, con grande esfuerzo no solo les defendieron la entrada, sino con una salida que hicieron los forzaron á retirarse mas que de paso. Cargaron nuevas compañías que Scipion enviaba de refresco, con que los españoles fueron forzados á meterse en la ciudad. El alboroto y espanto de los de dentro por esta causa era tan grande, que en muchas partes dejaron la muralla sin defensa. Con esta buena ocasion, los soldados por mar y por tierra se arrimaron, como les era mandado, con sus escalas al muro. Advertidos de este peligro los cercados, acuden á la defensa con gran denuedo; y con lanzar sobre los enemigos piedras y todo genero de armas ofensivas, los forzaron á arredrarse sin hacer efecto. Por la parte de poniente estaba pegado con el muro un estero; avisaron los pescadores que cuando bajaba el mar, le podia pasar un hombre á pié. El general romano manda que los soldados, si bien aun no habian descansado del todo ni estaban alentados de la pelea pasada, acometan por dos partes la muralla, para que, estando los de la ciudad ocupados en defender la una parte, escalen la ciudad por la otra, que á causa de tener aquel estero estaba por allí mas flaca y sin guarda. Como lò mandó, así se hizo, y sucedió puntualmente como lo tenia trazado. Entrada por aquella parte la ciudad, apoderáronse los soldados de la puerta mas cercana, y por ella dieron entrada á la demás gente. Por donde en un momento fué la ciudad puesta en poder de los romanos, y quedaron señores de todo; porque tambien Magon entregó la fortaleza, por no tener

esperanza ni órden de poderse en ella tener. El despojo fué muy rico, los ingenios de guerra muchos, las banderas que tomaron setenta y cuatro, naves gruesas que se hallaban en el puerto cargadas de vituallas y municiones, sesenta y tres, los presos hasta diez mil, fuera de los esclavos, de los cuales pusieron en libertad á los ciudadanos de Cartagena; y para que el beneficio fuese mas colmado, les volvieron todos sus bienes á propósito y con intento todo de ganar las voluntades de los naturales. Los rehenes otrosi, parte entregaron á los embajadores de sus ciudades; los demás fueron entretenidos muy honradamente, y entre estos la mujer de Mandonio y los hijos de su hermano Indibil. Asimismo una doncella muy hermosa, como quier que fuese entregada á Scipion y presentada por los soldados, apenas la quiso ver y hablar, por quitar la ocasion y sospecha y por tener entendido que ninguna cosa podia acarrear á su edad mayor peligro que los deleites deshonestos; antes la mandó guardar y restituir á un principal de los celtiberos, llamado Luceyo, con quien estaba desposada. No paró en esto, sino que le dió para aumento del dote el oro que los padres de aquella moza ofrecian para su rescate. Con esta benignidad y liberalidad de tal manera quedó prendado aquel mancebo, que dentro de pocos dias vino á servir á los romanos con mil y cuatrocientos caballos, y en ello continuó con mucho esfuerzo y lealtad. A los soldados que entraron la ciudad se dieron premios conforme al valor que cada uno mostrara. Y porque entre dos dellos, es á saber Sexto Digicio y Quinto Tiberilio, habia diferencia sobre quién dellos merecia la corona mural, que se daba al que primero subia en muro, por estar todo el ejército dividido sobre el caso en dos partes, sentenció que se debia á entrambos; y así, dió á cada uno la suya, de que todos quedaron muy pagados. A Lelio en particular dió una corona de oro y treinta bueyes para que los sacrificase. Con esto y para que llevase la nueva de que Cartagena era tomada, le envió luego á Roma en una galera de cinco remeros por banco, en que iba otrosí Magon y quince senadores de Cartago, la de Africa. Rehicieron despues y repararon los muros de aquella ciudad por las partes que quedaban maltratados. Todo lo cual concluido, y puesta allí una buena guarnicion de soldados, Scipion, con mayor fama y reputacion que antes tenia, dió la vuelta á Tarragona al fin de aquel año para tener Cortes á los naturales y ciudades de su devocion. Lelio, llegado que fué á Roma, luego que le dieron audiencia en el Senado, con un grande y elegante razonamiento que hizo, declaró cuán grandes fuerzas se les juntaran con la toma de aquella ciudad. Demás desto, examinados los cautivos, se supo ser verdad lo que M. Valerio Mesala desde Sicilia por sus cartas avisaba, es á saber, que Masinisa tenia en Africa levantados cinco mil caballos númidas, y que hacia juntas de otras gentes africanas, con pensamiento de volver á la guerra de España; junto con esto que Asdrúbal Barquino estaba otra vez señalado para pasar en Italia con aquellas gentes de Africa y grandes socorros de España; nueva que en el pueblo causó grande espanto, y puso á todo el Senado en grande cuidado, en especial que por aquellos dias en los Samnites, parte de lo que hoy llaman Abruzo, cerca de la ciudad Herdonea, Aníbal les dió una grande rota, ca el

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