Imágenes de páginas
PDF
EPUB

nuestra presencia recebistes por legítima mujer, y como á tal le besamos la mano, se teme mucho de doňa María de Padilla, que la quiere destruir. Sentimos otrosí en el alma que haya quien con lisonjas os traiga engañado. Esto no puede dejar de dar mucha pena á los que deseamos vuestro servicio. Sin embargo, tenemos esperanza que se pondrá presto remedio en ello, mayormente cuando con mas edad y mas libre de aficion echeis de ver y conozcais la verdad que decimos y el engaño de hasta aquí. Cuanto es mas dificultoso hacer buenos á los otros que á sí mismo, tanto es cosa mas digna de ser alabada el procurar con grandísimo cuidado de no admitir en el palacio ni dar lugar á que priven ni tengan mano sino los que fueren mas virtuosos y aprobados. Muchos príncipes famosos vieron deslustrado su nombre con la mala opinion de su casa. ¿Qué mujer lay en el reino mas noble ni mas santa que la Reina? ¡Cuán sin vanidades ni excesos en el trato de su persona! ¡Qué costumbres! ¡Cuán suave y agradable condicion la suya! Pues en apostura y hermosura ¿cuál hay que se le pueda igualar? Cuando tal señora fuera extraña, cuando nosotros calláramos, era justo que yos la consoláredes y enjugáredes sus continuas y dolorosas lágrimas, y procurar, si fuese necesario, con vuestras gentes y armas restituilla en su antigua dignidad, honra y estado. Mirad, Señor, no os dejeis engañar de algunos desordenados gustos, no cieguen de manera el entendimiento que se caiga en algun yerro por donde todos seamos forzados á llorar y quedemos perpetuamente afrentados.» Esto fué lo que estos caballeros dijeron al Rey. No se pudo concluir caso tan grave en aquel poco tiempo que allí podian estar juntos; acordaron que señalasen cuatro caballeros de cada parte para que tratasen de algunos buenos medios de paz. Con esto se acabaron las vistas y se despidieron. En la ejecucion puso tanta dilacion el Rey, que se entendió nunca haria cosa bucna, en especial que, dejadas las cosas en este estado, se partió de Toro, para do tenia su amiga. La Reina, su madre, que de dias atrás era del mismo parecer que estos señores, visto este nuevo desórden, los hizo ir á Toro, do ella estaba, y les entregó la ciudad. Atemorizaron al Rey estas nuevas; recelábase no se levantase todo el reino contra él. Por prevenir y atajar los daños volvió á Toro, y en su compañía Juan Fernandez de Hinestrosa y Simuel Leví, un judío á quien queria mucho y era su tesorero mayor. Recibióle la Reina, su madre, con muestras grandes de amor; él le dijo que venia á ponerse en su poder y hacer lo que ella gustase. Quitáronle luego las personas que con él venian, y puestos en prision, mudaron los principales oficios de la casa real. A don Fadrique hicieron camarero mayor, chanciller mayor al infante don Fernando de Aragon, á don Juan de la Cerda alférez mayor, mayordomo á don Fernando de Caştro, que casó entonces con doña Juana, hermana del Rey, y hija de doña Leonor de Guzman, dado que este matrimonio no fué válido, y se apartó adelante por ser los dos primos segundos. Con esta demostracion de autoridad y acompañalle de tales personas se pretendia que estuviese á manera de preso, sin dalle lugar que pudiese hablar con todos los que quisiese. Esto hecho, teniendo por acabada su demanda, llevaron á enterrar el cuerpo de don Juan Alonso de Alburquerque al mo

nasterio de la Espino, que es de la órden del Cistel, en Castilla la Vieja. Quedara para siempre manchada la lealtad y buen nombre de los castellanos por forzar y quitar la libertad á su natural rey y señor, si el bien comun del reino y estar él tan malquisto y disfamado no los excusara. Permitíanle que saliese á caza ; con esta ocasion y con grandes promesas que hizo á algunos de los grandes, y los granjeó, se huyó á Segovia, en su compañía Simuel Levi, que debajo de fianzas andaba ya suelto, y don Tello, á quien el Rey mostraba amor, y aquel dia le tocaba la guarda de su persona; amistad que duró pocos dias. De aquí resultaron otros nuevos y mayores alborotos. Los infantes de Aragon y su madre la reina doña Leonor se fueron á la villa de Roa, que el Rey se la dió á su tia los mismos dias que estuvo en Toro detenido. Don Juan de la Cerda se partió á Segovia para estar con el Rey; don Fadrique á Talavera, donde dejara sus gentes; don Fernando de Castro se volvió á Galicia con su mujer, que llevó en su compaía; don Tello á Vizcaya; don Enrique y la Reina madre se quedaron en Toro para defender la ciudad. Estas cosas acaecieron en el fin del año. En el principio del siguiente, que se contó 1355, se hicieron Cortes en Búrgos, en que se hallaron los infantes de Aragon. El Rey se quejó al reino del atrevimiento é insolencia de los grandes; pidió que le ayudasen para juntar un ejército con que los castigar, que no solamente cometieron delito contra él, sino en su persona; tenian eso mismo ofendido y agraviado á todo el reino, que era justo se vengase la injuria hecha á todos con las armas de todos. Concedióle el reino un servicio extraordina rio de dinero para pagar parte de la gente de guerra. Mientras estas cosas pasaban en Castilla, el rey de Navarra mató en Francia al condes table don Juan de la Cerda, hijo menor del infante don Alonso el Desheredado. Parecióle al rey de Francia este hecho muy atroz; sintió mucho que hobiesen malamente y con asechanzas muerto un tal personaje, que era muy valeroso y su condestable, y á quien él queria mucho y le trataba familiarmente desde su niñez. La ocasion de su muerte fué que el Rey le hizo merced del condado de Angulema, al cual el rey de Navarra decia tener derecho. Pretendia otrosi del rey de Francia los condados de Campaña y de Bria; alegaba para esto que fueron de su padre. No quiso el Rey dárselos; por esto se enojó grandemente y quebró su ira con el Condestable. Envió una noche secretamente unos caballeros suyos que escalaron la fortaleza llamada de Aigle ó del Aguila en Normandia, en que se hallaba el Condestable descuidado en su lecho. Allí le mataron en 8 dias del mes de enero. Frosarte, historiador francés, concuerda en el dia, mas quita dos años de nuestra cuenta. Publicada esta muerte, el rey de Francia no salió en público ni se dejó hablar por espacio de cuatro dias. Hízosę pesquisa, y fué citado el rey de Navarra; pidió en rehenes para su seguridad á Luis, hijo del Rey; pareció demasía lo que pedia, pero en fin vinieron en ello; con tanto fué á Paris á responder por sí en juicio. Alegaba que le pretendia el Condestable matar; no se probaba este descargo bastantemente; mandóle el Rey prender, y por ruegos é importunaciones de su mujer y de su hermana, viuda, le perdonó, si bien se entendia por su condicion feroz no permaneceria en la fe y lealtad mu

cho tiempo, como en breve se experimentó. Pidió el rey de Francia al reino que le sirviesen con dineros para hacer guerra á los ingleses; contradíjolo el Navarro, injuria que sintió grandemente aquel Rey, como era razon, y la guardó y quedó bien arraigada en su ofendido pecho para vomitarla á su tiempo. Díjose arriba cómo don Pedro, infante de Portugal, tenia de muchos dias atrás amistad y trato con doña Inés de Castro; con esta misma el año pasado se casó claudestinamente con mengua de la majestad real. Para quitar esta mancha y reducir y sanar á su hijo la hizo matar el Rey en la ciudad de Coimbra. Era cosa injusta castigar la deshonestidad y culpa del hijo con la muerte de la amiga, en especial que le pariera cuatro hijos, es á saber, don Alonso, que murió niño, don Juan y don Dionis y doña Beatriz. Luis, rey de Sicilia, falleció por el mes de julio en la ciudad de Catania; sucedióle su hermano don Fadrique, Simple de nombre y en la edad, costumbres y entendimiento. El reinado de estos dos reyes hermanos fué trabajado de tempestades, guerras extranjeras y civiles, camino que se abrió al rey de Aragon para volverse á hacer señor de aquella isla. Pero dejemos este cuento por ahora, y volvamos á lo que se nos queda atrás.

CAPITULO XXI.

De muchas muertes que se hicieron en Castilla. Despedidas las Cortes de Búrgos, el Rey se fué á Medina del Campo. Allí por su mandado fueron muertos dos caballeros de los mas principales, el uno Pero Ruiz de Villegas, adelantado mayor de Castilla, el otro Sancho Ruiz de Rojas; mandó otrosí prender algunos otros. A Juan Fernandez de Hinestrosa soltaron los de Toro debajo de pleitesía de volver á la prision, si no aplacase y desenojase al Rey, mas no cumplió su promesa. Don Enrique y don Fadrique, juntadas sus gentes en Talavera, se fueron á encastillar en la ciudad de Toledo para prevenir los intentos del Rey. Pasado el rio, quisieron entrar por el puente de San Martin; mas como les resistiesen la entrada algunos caballeros de la ciudad, dieron vuelta por encima de los montes, de que casi toda al rededor está cercada, y llegados á la otra parte de la ciudad, entraron por el puente que llaman de Alcántara. Hízose gran matanza en los judíos, y les robaron las tiendas de mercería que tenian en el alcana. Fueron mas de mil judíos los que mataron, lo cual no se hizo sin nota y murmuracion de muchos á quien tan grande desconcierto parecia muy mal. Avisado el Rey del peligro en que la ciudad estaba, vino á grande priesa antes que se pudiesen fortificar los contrarios en una plaza de suyo tan fuerte. Con su llegada los hermanos fueron forzados á desampararla con presteza, cosa que les valió no menos que las vidas. El Rey vengó su enojo en los ciudadanos, mató algunos caballeros, y del pueblo mandó matar veinte y dos. Entre estos condenados era un platero viejo de ochenta años; un hijo que tenia, de diez y ocho, se ofreció de su voluntad á que le matasen á él en cambio de su padre. El Rey en lugar de perdonalle, que al parecer de todos lo merecia muy bien por su rara y excelente piedad, le otorgó el trueco y fué muerto, horrendo espectáculo para el pueblo, y mise

ricordia mezclada con tanta crueldad. Los nombres de padre y hijo no se saben por descuido de los historiadores, el caso es muy cierto. Hizo otrosí el Rey prender al obispo de Sigüenza don Pedro Gomez Barroso, varon insigne entre los de aquel tiempo y gran jurista; la causa, que favorecia á sus ciudadanos y á la reina dona Blanca, que envió el Rey presa á la fortaleza de Sigüenza. Asentadas las cosas de Toledo, restaba reducir á su servicio las demás ciudades. Los de Cuenca, por estar mas conformes entre sí, cerraron las puertas al Rey; no se atrevió á usar de violencia por ser aquella ciudad muy fuerte. Criábase entonces en ella don Sancho, hermano del Rey, y aunque se libró deste peligro presente, pocos dias despues Alvar García de Albornoz, hermano del cardenal don Gil de Albornoz, que le tenia en guarda, le escapó y llevó á Aragon. Púsose cerco á la ciudad de Toro, en que estaba la reina Madre, don Enrique y don Fadrique, don Per Estevanez Carpintero, que se llamaba maestre de Calatrava, y todas las fuerzas de los caballeros de la liga. Durante el cerco, que fué largo asaz, en Tordesillas doña María de Padilla parió una hija, que fué la tercera, y se llamó dona Isabel. Don Juan de Padilla, su hermano, maestre de Santiago, fué muerto en un rencuentro que tuvo entre Taraucon y Uclés. Causóle la muerte la honra y estado en que el Rey le puso. Venciéronle don Gonzalo Mejía, comendador mayor de Castilla, y Gomez Carrillo, que favorecian y tenian la parte de don Fadrique. El Rey, con la edad hecho mas prudente, no quiso que se proveyese el maestrazgo por dejar la puerta abierta para que su hermano se redujese á su servicio. El papa Inocencio por estos dias envió al cardenal de Boloña para que pusiese en paz al Rey y á estos grandes. Las cosas estaban tan enconadas, que no pudo efectuar nada; solamente alcanzó que soltasen de la prision al obispo don Pedro Gomez Barroso. Don Enrique de Toro se huyó á Galicia, y escapó del peligro que le amenazaba y corria. Aunque era mozo, tenia sagacidad y cordura, de que dió bastantes muestras en todas las guerras en que anduvo. Don Fadrique, habida seguridad, salió de la ciudad y se fué al Rey. Finalmente, en 5 de enero del año de 1356, un cierto ciudadano dió al Rey entrada por una puerta que él guardaba. Apoderado de la ciudad, hizo matar á don Per Estevanez Carpintero y Ruy Gonzalez de Castañeda y otros caballeros principales; matáronlos en presencia de la reina Madre, que se cayó en el suelo desmayada de espanto y horror de un espectáculo tan terrible. Vuelta en su acuerdo, con muchas voces maldijo á su hijo el Rey, y desde á pocos dias con su licencia se fué á Portugal, donde no miró mas por la honestidad que antes. Ninguna cosa se encubre en lugares tan altos. Como tratase amores con don Martin Tello, caballero portugués, fué muerta con yerbas por mandado del rey de Portugal, su hermano. Algunos afirman que la hizo matar su padre el rey don Alonso el Cuarto, ca por fidedignos testimonios pretenden probar vivió hasta el año de 1361; otros mas acertados dicen que el dicho Rey murió el año de 57. El rey de Castilla se fué á Tordesillas, y allí hizo un torneo en señal de regocijo por las cosas que acabara. El lugar y el dia mas prometian placer y contento que miedo. No obstante esto, el Rey otro dia de mañana hizo matar á dos escuderos de la

guarda de don Fadrique. Cuando él lo supo, tuvo grande temor no hiciese otro tanto con él; mas esta vez no pusieron en él las manos. Este año tembló en muchas partes la tierra con grande daño de las ciudades marítimas; cayeron las manzanas de hierro que estaban en lo alto de la torre de Sevilla, y en Lisboa derribó este terremoto la capilla mayor, que pocos dias antes se acabara de labrar por mandado del rey don Alonso. Algunos pronosticaban por estas señales grandes males que sucederian en España, pronósticos que salieron vanos, pues el reinado del rey de Castilla y él en sus maldades continuaron por muchos años adelante; el pueblo por lo menos hizo muchas procesiones y plegarias para aplacar la ira de Dios. Tomada la ciudad de Toro, el conde don Enrique por caminos secretos y escondidos se huyó á Vizcaya, do su hermano don Tello con la gente y aspereza de la tierra conservaba lo que quedaba de su parcialidad, ca venció en dos batallas ciertos capitanes que tenian la voz del Rey. Des

de allí don Eurique se fué en un navío á la Rochela, ciudad de Jantoine, en Francia, para estar á la mira y esperar en qué pararian los humores que removidos andaban. A esta sazon el rey de Navarra en un convite á que le convidó en Ruan Carlos el delfin y duque de Normandía fué preso por el rey de Francia, que de repente sobrevino, y le compelió á que desde la prision respondiese á ciertos cargos que se le hacian; el principal era de traicion, porque favorecia á los ingleses contra lo que era obligado como principe por muchas vias y titulos sujeto á la corona de Francia. Desta manera se veian en aquel reino divididas las aficiones de los españoles que en él residian; don Enrique tiraba gajes del rey de Francia, don Filipe, hermano del rey de Navarra, llamaba los ingleses á Normandía y se juntó con ellos. Lo mismo hizo el conde de Fox enojado por la injuria y agravio hecho al Rey, su cuñado. Así en un mismo tiempo en España y en Francia se temian muchas novedades y nuevas y temerosas guerras.

LIBRO DÉCIMOSÉPTIMO.

CAPITULO PRIMERO.

Del principio de la guerra de Aragon.

UNA guerra entre dos reinos y reyes vecinos y aliados y aun de muchas maneras trabados con deudo, el de Castilla y el de Aragon, contará el libro diez y siete; guerra cruel, implacable y sangrienta, que fué perjudicial y acarreó la muerte á muchos señalados varones, y últimamente al mismo que la movió y le dió principio, con que se abrió el camino y se dió lugar á un nuevo linaje y descendencia de reyes, y con él una nueva luz alumbró al mundo, y la deseada paz se mostró dichosamente á la tierra. Póneme horror y miedo la memoria de tan graves males como padecimos. Entorpécese la pluma, y no se atreve ni acierta á dar principio al cuento de las cosas que adelante sucedieron. Embázame la mucha sangre que sin propósito se derramó por estos tiempos. Dése este perdon y licencia á esta narracion, concédasele que sin pesadumbre se lea, dése á los que temerariamente perecieron, y no menos á los que como locos y sandios se arrojaron á tomar las armas y con ellas satisfacerse. Ira de Dios fueron estos desconciertos y un furor que se derramó por las tierras. Las causas de las guerras, mirada cada una por sí, fueron pequeñas; mas de todas juntas como de arroyos pequeños se hizo un rio caudal y una grande avenida y creciente de saña y de enojos. Cada cual de los dos reyes era de ardiente corazon y que no sufria demasías, en las condiciones y aspereza semejables; bien que el de Castilla por la edad, que era menor y mas ferviente, se aventajaba en esto, y en rigor, severidad y fiereza. Querellábase el Aragonés que sus hermanos tuviesen en Castilla guarida y hallasen en ella ayuda para alborotalle su reino. Sentia asimismo que don Fernando, su hermano, con color de ase

gurar al de Castilla que le seria leal, en hecho de verdad por darle á él molestia, hobiese puesto guarnicion de castellanos en las sus fortalezas de Alicante y de Orihuela. Por el contrario, el rey de Castilla se quejaba que las galeras de Aragon á la boca de Guadalquivir tomaron ciertas naves que en tiempo de necesidad venian cargadas de trigo, de que resultó mayor hambre y carestia. Quejábase otrosí que los forajidos de Castilla eran recebidos y amparados en Aragon; que los caballeros aragoneses de Calatrava y de Santiago no querian obedecer á sus maestres, que eran de Castilla; en todo lo cual pretendia era agraviado, y decia queria tomar de todo emienda con las armas. A estos cargos y causas de romper la guerra se allegó otra nueva, y fué en esta manera. El rey de Castilla, apaciguado que hobo las alteraciones de Castilla la Vieja y dada órden en las demás cosas, entrado ya el verano partió al Andalucía para acabar de sosegar á Sevilla y los demás pueblos de aquella comarca. En Sevilla, fatigado con los cuidados y negocios, para tomar un poco de alivio determinó irse á las Almadrabas, en que se pescan los atunes, que es una vistosa pesca y muy gruesa granjería. Hizo aprestar una galera, y en ella se fué desde Sevilla á Sanlúcar de Barrameda. Sucedió estar surgidas en aquel puerto dos naves gruesas. Acaso diez galeras de Aragon que iban en favor de Francia contra los ingleses, sus capitales enemigos, salidas del estrecho de Gibraltar, costeaban aquellas riberas del mar Océano. El capitan de las galeras, que se llamaba Francisco Perellos, por codicia de la presa acometió y tomó aquellas dos naves delante los ojos del mismo Rey. Pareció este un desacato insufrible. Encarecíanle los cortesanos en grande manera, como gente que deseaba se encen-' diese alguna guerra con que pensaban acrecentar sus haciendas y ser mas estimados y hourados que en

[ocr errors]

tiempo de paz, cuando por no ser tan necesarios los estimaban en menos; tal es la condicion de soldados y palaciegos. Fué Gutierre de Toledo á reñir esta pendencia y agraviarse del atrevimiento y demasía; mas el capitan aragonés, como quier que era hombre determinado y feroz, sin hacer caso de las amenazas y fieros dió por final respuesta que aquellas mercadurías eran de ginoveses, y que por derecho de la guerra las podia tomar por estar con ellos á la sazon rompida en la isla de Cerdeña por grande deslealtad de Mateo Doria, ginovés de nacion. Vista esta respuesta tan resoluta, el rey de Castilla envió al rey de Aragon una embajada con Gil Velazquez de Segovia, uno de sus alcaldes. Mandóle representase las quejas arriba referidas. Que mandase restituir los navíos que sus galeras tomaron á tuerto; demás que le entregase al capitan dellas para castigalle conforme á su temeridad y locura. Aprestaba á la sazon el de Aragon en Barcelona una armada para pasar en Cerdeña contra los rebeldes de aquella isla. Fuéle por esta causa enojosa la demanda de Castilla. Respondió empero con blandura y humildad que él contentaria al rey de Castilla, satisfaria los agravios que le proponia y echaria de Aragon los castellanos forajidos. Asimismo, que vuelto el capitan, le castigaria segun su culpa mereciese. En lo que tocaba á los caballeros de Santiago y de Calatrava, dijo no pertenecia á su jurisdiccion aquel pleito por ser personas religiosas, y á él seria mal contado si en sus cosas se empachaba; que se podria tratar con el sumo Pontífice como causa y negocio eclesiástico, y lo que se determinase él mismo lo tendria por bueno y pasaria por ello. No se satisfizo nada Gil Velazquez con esta respuesta, antes de parte de su Rey le desafió y denunció la guerra. Replicó el rey de Aragon: No me parece que esta es bastante causa para romper la guerra entre dos reyes amigos y confederados; mas yo lo dejo al juicio de Dios, que no permitirá pase sin castigo y emienda cualquier insolencia; yo no comenzaré la guerra, pero con la ayuda divina, si me la dieren, ni la reliusaré ni la temo. Destos principios se vino á las manos. Residian en Sevilla muchos mercaderes catalanes; todos en un punto fueron presos y confiscados sus bienes. Hicieron en ambos reinos levas de gentes y los demás apercibimientos. Acudieron asimismo á procurar socorros de príncipes extranjeros. En particular don Luis, hermano del rey de Navarra, que luego que en Francia prendieron al Rey, su hermano, se volvió á España para proveer á lo de acá, requerido por entrambas partes que se juntase con ellos, no quiso declararse por la una parte ni por la otra, sino como sagaz entretenellos con buenas esperanzas y estar á la mira, dado que de secreto mas se inclinaba al de Aragon como á mas amigo y deudo. Hizose por un mismo tiempo entrada por tres partes en el reino de Valencia. Don Hernando de Aragon pretendia levantar los de aquel reino por la parte que en él tenia y por la memoria de las revoluciones pasadas, cosa en que mas confiaba que en las armas ; mas no halló la entrada que él pensaba, ca estaban escarmentados por causa de los males y castigos pasados. Desta manera se entretenia la guerra y continuaba en los postreros del mes de agosto con daño notable de los campos y aldeas de aquella frontera. En estos mismos dias se dió en Fran

cia la famosa batalla de Potiers, memorable por la matanza que de franceses se hizo muy grande por mucho menor número de ingleses, con que las fuerzas de aquel poderoso reino quedaron de todo punto quebrantadas. El mismo rey de Francia fué preso y Filipe, el menor de sus hijos. Murieron en el campo Pedro, duque de Borbon, padre de la reina doña Blanca, Gualter, condestable de Francia, Roberto, señor de Durazo y pariente del cardenal de Perigueux, que, enviado por legado del papa Inocencio para concertar aquellas gentes y asentar las paces, se halló en aquella batalla, sin otros muchos personajes de cuenta que allí perecieron. Sucedió aquella desgraciada batalla á 19 dias del mes de setiembre deste año de 1356. Desta jornada resultaron dos cosas notables y á propósito de nuestra historia.*La una que por órden de algunos vasallos suyos el rey de Navarra se soltó de la prision en que le tenian, y hallada entrada en Paris, se hizo capitan de muchos sediciosos y alborotó el pueblo para que no acudiesen al Delfin, que pretendia buscar socorros y allegar dineros para libertar al Rey, su padre, no sin grave ofension de aquella gente. Con esta ocasion el Navarro en una junta que se tuvo en Paris se querelló públicamente del agravio y afrenta pasada. Dijo que su derecho que tenia á la corona de Francia era mejor que el de los que la pretendian por las armas, por ser, como era, nieto del rey Luis Hutin, hijo de su hija, como el Inglés fuese hijo de madama Isabel, hermana del mismo. No hay duda sino que el Navarro tramaba una nueva tela de discordias, si sus fuerzas fueran iguales á su voluntad y ánimo. En fin hizo tanto, que le fueron restituidos sus bienes; y á los pueblos y estado que heredó de su padre le añadieron el señorío de Mascon y de Bigorra. No pudo empero alcanzar, por mas que andaban revueltas las cosas, que le entregasen á Bria, Campaña y Borgoña, estados á que pretendia tener derecho. Sucedió asimismo que don Enrique, conde de Trastamara, despues de esta batalla, en que se halló y salió salvo, se vino al rey de Aragon convidado con grandes promesas que le hizo. Esta fué la primera puerta que se le abrió y el primer escalon para venir despues á ser rey de Castilla, este el principio de su prosperidad. La suma de las capitulaciones de los dos fué que don Enrique se desnaturalizase de Castilla y hiciese pleito homenaje de ser perpetuamente vasallo y amigo del rey de Aragon; que fuesen suyas todas las ciudades y villas, excepto Albarracin, que tuvo el infante don Fernando de Aragon; que el Rey le diese sueldo para seiscientos hombres de á caballo y otros tantos infantes que anduviesen debajo de su pendon y bandera. Entrado el año de nuestra salvacion de 1357, con varios sucesos se hacia la guerra en las fronteras de Castilla y Aragon. Tomaron los aragoneses á Alicante, y los castellanos á Embite y á Bordalua. Los principales capitanes del rey de Aragon eran el conde de Trastamara don Enrique, don Pedro de Ejerica y el conde don Lope Fernandez de Luna; por el rey de Castilla don Fadrique, maestre de Santiago, los dos hermanos infantes de Aragon y don Juan de la Cerda. Servian sus capitanes con mayor fidelidad al rey de Aragon que los suyos al de Castilla; los unos constantes y firmes, y estotros dudosos y como á la mira de lo que resultaria destas guerras. Especialmente que en

general aborrecian las maldades y aspereza de condicion de su Rey. Así, al cabo el de Aragon con su buena industria y maña, de que hallo que en esta guerra se valió mas que de sus fuerzas, los vino á atraer todos á su servicio y á tenerlos de su parte. Don Juan de la Cerda y Alvar Perez de Guzman fueron los primeros que se apartaron del servicio del rey de Castilla, que todavía tenian presente la muerte de su suegro don Alonso Coronel, señor de Aguilar, á quien el Rey hizo matar, y ellos eran casados con doña María y doña Aldonza, sus hijas. Tenian otrosí miedo que el Rey, que con una desenfrenada lujuria habia puesto los ojos en doña Aldonza, se la queria tomar á su marido Alvar Perez: así por ventura fueron dos las causas que compelieron á estos caballeros á apartarse del servicio de su Rey, y á que de Seron, de donde hacian la guerra en la raya de Aragon, se pasasen al Andalucía, en que tenian muchos parientes y amigos y grande estado. Pretendian con su autoridad y presencia levantar y alborotar aquella provincia, como lo comenzaron á poner por obra ; puesto que era grande confianza y osadía, mas aína temeridad, atreverse á mover guerra civil en el medio y corazon de un reiño tan poderoso. A esta sazon el rey de Castilla con todo su ejército tenia sitiado un castillo de Aragon junto á la raya de Castilla, que se dice Tebal ó Sisamon, como otros dicen. Allí tuvo nueva como estos caballeros, desamparado Seron, se iban al Andalucía; fué luego en pos dellos. Siguiólos algun tanto, mas no los pudo alcanzar, que se fueron como si buyeran por la posta. Volvióse á encender la guerra con mayor furia que de primero. Tomó el rey de Castilla algunos pueblos de poca importancia; con el mismo ímpetu fué sobre Tarazona, ciudad principal, que está cerca de Navarra; ganóla y entróla por fuerza en 9 de marzo. Los ciudadanos, perdida la parte alta de la ciudad, que era la mas fuerte della, se dieron á partido, salvas las vidas y hacienda; así los dejaron ir libremente á Tudela. Díjose que esta ciudad la perdieron los aragoneses por culpa del alcaide Miguel de Gurrea, que la pudiera sustentar mucho mas tiempo si tuviera mayor corazon y mas sufrimiento; así, por entender que no podria descargarse y satisfacer bastantemente á su Rey, se pasó con su casa y familia al reino de Navarra. Pobló el Rey la ciudad de soldados castellanos y avecindólos en ella; repartióles sus casas, campos y heredades. El rey de Aragon, despues que perdió esta ciudad, no se tenia por seguro dentro de los mismos muros de Zaragoza. Por esta causa con mayor ansia y cuidado que de antes procuró nuevos socorros y ayudas de extranjeros; mayormente que en esta sazon don Juan de la Cerda en el Andalucía fué muerto y desbaratado por el concejo de Sevilla, de cuyas gentes fueron capitanes en aquella batalla Juan Ponce de Leon, señor de Marchena, y el almirante Gil Bocanegra. Vino de Francia en servicio del rey de Aragon el conde de Fox y en su compañía muchos caballeros, soldados de fama. El señor de Labrit, su contrario, vino al tanto con un buen número de lanzas á ayudar al rey don Pedro de Castilla. El papa Inocencio envió a España á Guillen, cardenal de Boloña, por su legado para que pusiese paz entre estos dos reinos. Hizo muchas idas y venidas de los unos á los otros con grandísimo trabajo suyo; en fin, concertó treguas por un

año y tres meses mientras que algunos grandes trataban medios de paz, para lo cual fué nombrado por parte del rey de Aragon Bernardo de Cabrera, y por el de Castilla Juan Fernandez de Hinestrosa. En el entre tanto los pueblos que ambas partes ganaran se pusieron en fieldad y como en tercería en poder del Cardenal legado, que puso pena de excomunion contra el primero que quebrase las treguas. Concluyéronse estas pláticas en 18 dias del mes de mayo. En este mes murió en Lisboa don Alonso el Cuarto, rey de Portugal, de edad de setenta y siete años y seis meses; reinó por espacio de treinta y un años, cinco meses y veinte dias; fué. enterrado su cuerpo en la misina ciudad junto al altar de la iglesia mayor, do sepultaron su mujer doňa Beatriz. Sucedióle en el reino su hijo don Pedro, por sobrenombre el Cruel. Un mes antes le habia nacido un hijo de doña Teresa, gallega, á quien tenia por amiga, despues que su padre hizo matar á doña Inés de Castra. Era doña Teresa mujer muy apuesta; por lo demás ninguna otra gracia tenia porque mereciese ser querida. Llamaron á su hijo don Juan, á quien los cielos tenian determinado de entregar el reino de su padre y abuelos, como se dirá adelante en su debido lugar. Volvamos á las cosas de Aragon y Castilla. Hechas las treguas, los aragoneses entregaron al Cardenal legado los pueblos y fortalezas que tenian de Castilla. Hiciéronlo de mejor gana por ser pocas las que ellos ganaran. El rey de Castilla, si bien consintió en todas las demás capitulaciones, nunca se pudo acabar con él que quisiese sacar de Tarazona los soldados castellanos que nuevamente hizo avecindar en ella. Mientras estas cosas se concluian, fuese á la ciudad de Sevilla para apaciguar las revueltas del Andalucía y juntar una buena armada con que hacer guerra en los pueblos marítimos de Aragon luego que espirase el tiempo de las treguas; la paz, ni la esperaba, ni aun la deseaba. En Sevilla dióse tanto á los amores de doña Aldonza Coronel, que en su respeto no hacia ya caso de doña María de Padilla. ¡Cuán poco duran las privanzas y favores! Cuán ciega é indómita bestia es un hombre sujeto á sus pasiones! Ningunas dificultades ni trabajos eran bastantes para poder apartar al rey don Pedro de sus deleites y torpezas. Cansado pues y molino el Legado de sus cautelas y marañas, le descomulgó y puso en toda Castilla entredicho. Todavía pareció que el Legado en esto procedió con mas priesa y cólera de la que en tan grave caso se requeria; por esta causa el Papa le envió á llamar y le hizo salir de España. Todas eran trazas y mañas del rey de Aragon por hacer mas odioso al de Castilla y que le tuviesen por un mal hombre, sacrilego y descomulgado, ca pretendia con esta infamia y mala opinion que los de su reino le desamparasen, maña en que ponia mas confianza que en su valor y fuerzas. Sucedióle al rey de Castilla otro nuevo disgusto. Tenia en su poder á doña Juana, mujer de su hermano don Enrique. Pedro Carrillo, un caballero criado suyo, tuvo manera para la sacar de Castilla, y la llevó á Aragon y la entregó á su marido. Con esto se acabó de perder la esperanza que de paz podia quedar entre los dos hermanos. Los otros dos, don Fadrique y don Tello, tenian gana de rebelarse. Ninguna otra cosa los detenia para que no se pasasen al de Aragon sino que entendian no les podria dar igual recompensa á los grandes

« AnteriorContinuar »