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tantas riquezas, y que no pudo ser sin grave daño del reino. Al fin deste año Mahomad Lago, rey de Granada, fué echado del reino por una conjuracion que contra él hicieron sus vasallos. Levantaron por rey á un arraez, pariente suyo, por nombre Mahomad Aben Alhamar, á quien por el color de la barba y cabellos llamaban vulgarmente el rey Bermejo; decian que de derecho le venia á este el reino, por decender de la sangre real de los primeros reyes de Granada. De aquí sucedieron nuevas guerras; ef rey de Castilla era amigo y aliado del Rey desposeido, el cual se huyera á Ronda, que era entonces del rey de Marruecos. Sintió el de Castilla el trabajo de su amigo Mahomad, y propuso de favorecerle. Por el contrario, el nuevo Rey buscaba por todas partes socorros y ayudas de que valerse, y estaba muy inclinado á la parte del de Aragon, lo cual le vino á costar la vida. Principalmente ayudó á su perdicion el llamar de Africa al rey Abohanen para que viniese á hacer guerra en España. En el fin deste año asimismo doña Costanza, hija del rey de Aragon, fué desde Barcelona enviada á Sicilia para que casase con el rey don Fadrique, á quien su padre la tenia otorgada. Era capitan de la armada en que la llevaron Olfo Prochita, gobernador de la isla de Cerdeña por el rey de Aragon. Celebráronse las bodas en la ciudad de Catania á 11 dias del mes de abril del año siguiente de 1361, desde el cual tiempo las cosas de aquella isla comenzaron á ponerse en mejor estado. Los enemigos neapolitanos parte dellos fueron vencidos, y parte echados del reino; deste matrimonio nació doña María, que fué despues reina de Aragon, y llevó en dote el reino de Sicilia. Finalmente, en Castilla se hicieron paces por la buena diligencia del Cardenal legado, no con ánimos sinceros, ni se entendia que serian durables. Los capítulos dellas, que se restituyesen los unos á los otros los pueblos que se tomaron durante la guerra; que los forajidos de Castilla fuesen echados de Aragon, á tal que el rey de Castilla los perdonase. En la villa de Deza, do el rey de Castilla tenia sus reales, se publicaron estas paces á voz de pregonero en 18 dias del mes de mayo. Ayudó mucho á que esta concordia se asentase el miedo grande de la guerra que el rey de Granada entonces hacia á Castilla. Para mayor firmeza desta paz acordaron que de ambas partes se diesen relienes que estuviesen en fieldad en poder del rey Cárlos de Navarra, que en aquella sazon se hallaba en Francia de partida para España, con mucho contento y regocijo que tenia por un hijo que le naciera de la Reina, su mujer, que se llamó Cárlos. Gobernaba en el entre tanto el reino de Navarra su hermano don Luis. Hecha la paz, el rey de Aragon se partió de Calatayud para Zaragoza, el de Castilla á Sevilla, don Enrique y sus hermanos acordaron conformarse con el tiempo y retirarse á Francia, escalon y camino para hacerse pujantes y para hacer temblar á Aragon y Castilla y renovarse la guerra con mayor furia y obstinacion que antes. Los trabajos y desdichas de la reina doua Blanca movian á compasion á muchos de los grandes de Castilla, y los obligaban á que tratasen de juntar sus fuerzas y armas para amparalla. No se le pudieron encubrir al Rey estos pensamientos; cobró por esto mayor odio á la Reina, como si fuera ella la causa de tan grandes guerras y debates. Parecióle que, quitada de por me

dio, quedaria libre él deste cuidado. Hízola morir con yerbas que por su mandado le dió un médico en Medina Sidonia en la estrecha prision en que la tenian, tanto, que no se le permitia que nadie la visitase ni hablase; abominable locura, inhumano, atroz y fiero heclio, matar á su propia mujer, moza de veinte y cinco años, agraciada, honestísima, inocentísima, prudente, santa, de loables costumbres y de la real sangre de la poderosa casa de Francia. No hay memoria entre los hombres de mujer en España á quien con tanta razon se le deba tener lástima como á esta pobre, desastrada y miserable Reina. De muchas tenemos noticia que fueron muertas y repudiadas de sus maridos; pero por alguna culpa ó descuido suyo, á lo menos que en algun tiempo tuvieron algun contento y descanso, con cuya memoria pudiesen tomar algun alivio en sus trabajos. En la reina doña Blanca nunca se vió cosa por que mereciese ser sino muy estimada y querida. Sin embargo, no amaneció para ella un dia alegre, todos para ella fueron tristes y aciagos. El primero de sus bodas fué como si la enterraran. Luego la encerraron, luego la desecharon, luego la enviaron, no gozó sino de calamidades, pesares y miserias. Quitáronle sus damas y criados, privaba su émula; ¿quién en tales trances la podia favorecer? Todo socorro y alivio humano estaba muy léjos. «Mas á tí, Rey atroz, ó por mejor decir, bestia inhumana y fiera, la ira é indignacion de Dios te espera, tu cruel cabeza con esta inocente sangre queda señalada para la venganza. De esas tus rabiosas entrañas se hará á aquel justo y contra tí severo Dios un agradable y suave sacrificio. La alma inculpable y limpia de tu esposa, mas dichosa en ser vengada que con tu matrimonio, de dia y de noche te asombrará y perseguirá de tal guisa, que ni la vergüenza de lo torpe y sucio, ni el miedo del peligro, ni la razon y cordura de tu locura y desatino te aparten ni enfrenen para que fuera de seso no aumentes las ocasiones de tu muerte, hasta tanto que con tu vida pagues las que á tantos buenos y inocentes tienes quitadas. » Es fama, y autores fidedignos lo dicen, que, andando el Rey á caza junto á Medina Sidonia, le salió al camino un pastor con traje y rostro temeroso, erizado el cabello y la barba revuelta y encrespada, y le amenazó de muerte si no tenia misericordia de la reina doña Blanca y hacia vida con ella. Añaden que los que envió el Rey con gran diligencia para averiguar si le enviara la Reina, la hallaron hincada de rodillas, que hacia sus castas y devotas oraciones, y tan encerrada y guardada de los porteros, que se perdió toda la sospecha que se podia tener de que ella le hobiese hablado. Confirmóse mucho mas la opinion que comunmente se tenia de que fué enviado por Dios, con que despues que soltaron, al pastor de la prision en que le echaron, nunca jamás pareció ni se supo qué se hiciese dél. Doña Isabel de Lara, hija de don Juan de Lara, fué al tanto muerta con yerbas que le dieron en la prision en que en Jerez la tenian. Un historiador, que fué y se llama el Despensero mayor de la reina doña Leonor de Castilla, en unos Comentarios que escribió de las cosas de su tiempo que pasaron los años adelante, dice que la muerte de doña Blanca sucedió en Ureña, villa de Castilla la Vieja cerca de la ciudad de Toro; creo que se engañó.

CAPITULO V.

De la muerte del rey Bermejo de Granada.

Desta manera con la sangre de inocentes los campos y las ciudades, villas y castillos y los rios y el mar estaban llenos y manchados; por donde quiera que se fuese se hallaban rastros y señales de fiereza y crueldad. Qué tan grande fuese el terror de los del reino, no hay necesidad de decirlo; todos temian no les sucediese á ellos otro tanto, cada uno dudaba de su vida, ninguno la tenia segura. Esta comun tristeza en alguna manera se alivió con la muerte de doña María de Padilla; dió fin á sus dias en Sevilla entrado el mes de julio; si no se hobiera manchado con la deshonesta amistad que tuvo con el Rey, mujer, por lo demás, digna de ser reina por las grandes partes de que Dios, así en el alma como en el cuerpo, la dotó. El cuerpo de la reina doña Blanca fué depositado algunos años adelante en el sagrario de la iglesia mayor de Tudela por los caballeros franceses que vinieron en ayuda del conde don Enrique, ca tenian intento de llevalla despues á enterrar en Francia en los sepulcros de sus antepasados. El entierro y obsequias de doña María se hicieron en todas las ciudades y villas del reino con aquella majestad, lutos, pompa y aparato como si fuera la legítima y verdadera reina de Castilla. Llevaron su cuerpo á enterrar á Castilla la Vieja al monasterio de Santa María de Estudillo, que ella á sus expensas edificara. En la ciudad de Toledo, en el monasterio de las monjas de Santo Domingo el Real, que es de la órden de los Predicadores, hay tres sepulcros, el uno es de doña Teresa, dama que fué de la Reina, madre del rey don Pedro, de la cual debajo de la palabra de casamiento hobo una hija, que se llamó doùa María, que fué muchos años priora deste monasterio, y está enterrada en el segundo sepulcro; en el tercero están enterrados don Sancho y don Diego, hijos asimismo del rey don Pedro, habidos en una doña Isabel, de quien no se tiene noticia cuya hija fuese ni de qué calidad y linaje. A la verdad no habia mujer alguna tan casta ni tan fortalecida con defensas de honestidad y limpieza y todo género de virtudes, que tuviese seguridad de no caer en las manos de un rey mozo, loco, deshonesto y atrevido. No podian estar tan en vela los maridos, padres y parientes, que bastasen á poderle escapar la que él de veras una vez codiciaba; todo lo sobrepujaba y vencia su temeridad y desvergüenza grande. Por este tiempo el rey de Portugal declaró pública y solemnemente en Lisboa que los hijos que arriba dijimos hobo en doña Inés de Castro eran legitimos y de legítimo matrimonio, y como tales eran capaces para poder heredar el reino. Presentó por testigos del matrimonio clandestino que con ella contrajo á don Gil, obispo de la Guardia, y á Estéban Lovato, su guardaropa mayor; con solemnes juramentos el Rey y los testigos confirmaron ser así verdad como lo decian. Estuvieron presentes á esta declaracion los nobles del reino, y entre ellos don Juan Alfonso Tello, conde de Barcelos, á quien el año antes diera aquel título en la misma ciudad de Lisboa con grande fiesta y regocijo de todo el pueblo. Estos títulos se usaban muy poco en España, y en Portugal hasta entonces nunca jamás. En nuestros tiempos son innumerables los condes, marqueses y duques que hay; vicio y corrupcion de nuestra humana condicion es des

echar y menospreciar las cosas antiguas, y llenos de admiracion irnos embelesados tras las nuevas. En el entre tanto la guerra de Granada con grande aliinco y enojo de ambas partes se proseguia. Juntáronse en Castilla muchas compañías de todo el reino y entraron por las tierras de los moros haciéndoles grandes daños. Cercaron la ciudad de Antequera, á quien los antiguos Ilamaron Singilia; no la pudieron tomar por ser plaza muy fuerte y tener dentro buena guarnicion de valientes moros que se la defendieron. Talaron la vega de Granada, y sin hacer cosa señalada se volvieron á Castilla. Pocos dias despues entraron en el adelantamiento de Cazorla seiscientos moros de á caballo y hasta dos mil peones, que hicieron una buena presa de cautivos y ganados. Sabido esto por los caballeros de la ciudad de Jaen y de los pueblos de su comarca, se apellidaron contra ellos, y les quitaron toda la presa con muerte de muchos dellos y prision de otros, los demás se pusieron en huida. Estos fueron los principios de la guerra de los moros. Mayor tempestad de guerra se temia de la parte de Francia, daño que deseaba remediar el Cardenal legado, que aquel estío se quedó en Pamplona, por ser pueblo fresco, sano y de buen cielo y á propósito para lo que él con grande solicitud pretendia. Esto era que el rey de Castilla perdonase los forajidos que andaban en Francia y revocase la sentencia que contra ellos diera en Almazan declarándolos por rebeldes y enemigos de la patria. Decia que el Rey era obligado á hacer esto por ser uno de los capítulos y condiciones con que se concluyeron las paces de Aragon. El fiero y duro corazon del Rey no se ablandaba con tan justos y razonables ruegos; antes parecia que forjaba en su pecho mucha mayor guerra contra Aragon de la que antes hiciera. Por esto el Cardenal legado, á rucgo é instancia del rey de Aragon por el derecho y poder que le dieron y facultad qué tenia, dió por ninguna la sentencia que en Almazan se pronunció contra don Enrique y sus consortes. Enojóse mucho el rey de Castilla por esta declaracion, y crecióle con ella el deseo que tenia de vengarse. Propuso de ejecutar su ira y saña, concluido que hobiese la guerra de los moros, que todavía andaba muy encendida con varios sucesos que acontecian. En particular en 18 de febrero del siguiente año de 1362 junto á Acci, que ahora es la ciudad de Guadix, tuvieron los moros de Granada una buena victoria de los castellanos. El caso pasó desta manera. Don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, y Enrique Enriquez, adelantado de la frontera de Jaen, y otros caballeros entraron en las tierras de los moros con mil caballos y dos mil infantes con intento de combatir á Guadix; mas sin que los cristianos lo supiesen, habia ya entrado en aquella ciudad para defendella gran número de soldados, que de la comarca y de Granada vinieron á socorrella. Los nuestros sin recelo enviaron algunas compañías á que talasen y robasen los campos que llaman de Val de Albama. Los moros, visto que estaban divididos, salieron con grande ímpetu de la ciudad y dieron en los que quedaran, y trabaron con ellos una brava y reñida pelea que duró todo el dia. Todos pugnaban por vencer; al fin, como quier que fuese muy mayor el número de los moros, no obstante que los cristianos se defendieron valerosamente, los desharataron y mataron muchos, á otros cautivaron, prendieron al Maestre

Rey hallarán benigna cabida en la piedad de vuestra real clemencia, inayormente que el seguro que se nos mandó dar nos animó mucho y hizo ciertos que nuestra venida seria á nos dichosa y á vos grata. Parécenos que tenemos suficientísimo amparo en nuestra inocencia y justicia. Deseamos se entienda que vuestra prudencia la aprueba, y vuestra poderosa é invencible mano la ampara.» A esto el rey de Castilla con engañoso y risueño rostro y blandas palabras respondió que holgaba con su venida, que tuviese buena esperanza de que todo se haria bien, y puestos los ojos en el Rey, le dijo: «Este dia ni á vos ni á los vuestros os acarreará algun daño. Entre nos hay todas las obligaciones de amistad, fuera de que no acostumbramos á traer guerra con la fortuna y desgracia de los hombres, sino con la soberbia y presuncion de los atrevidos y rebeldes. » Dicho esto, el maestre de Santiago, don García de Toledo, llevó al rey Moro á que cenase con él. Al tiempo que cenaban le echaron mano y le prendieron, sea por mudarse repentinamente la voluntad, sea por quitarse la máscara aquel desleal y cruel Príncipe. No paró aquí la desventura; dentro de pocos dias el desdichado Rey, adornado de sus vestiduras reales, que eran de escarlata, y subido en un asno, con treinta y siete caballeros de los suyos, que tambien llevaban á ejecutar, le sacaron á un campo donde justician los malhechores, que está cerca de la ciudad y se dice de Tablada. Allí mataron al mal aconsejado Rey y á los treinta y siete caballeros suyos. Corrió fama que les causó la muerte las grandes riquezas que trujeron, y que el avariento ánimo del Rey se acodició á ellas. Refieren otrosí algunos autores de aquel tiempo que el mismo tirano y cruel Rey le mató de un bote de lanza, hecho feo, abominable, oficio de verdugo, y crueldad que parece mas grave y terrible que la misma muerte. No consideró el rey don Pedro cuán aborrecible y odioso se hacia y lo que dél hablarian las gentes, no solo entonces, sino mucho mas en los siglos venideros. Al tiempo que le hirió escriben que dijo estas palabras: « Toma el pago de las paces que por tu causa tan sin sazon hice con el rey de Aragon.»> Y que el Moro le respondió: «Poca honra ganas, rey don Pedro, en matar un rey rendido y que vino á tí debajo de tu seguro y palabra. » Envió el rey de Castilla el cuerpo del rey Bermejo á su competidor Mahomad Lago, que á la hora, recobrado el reino, envió libres al rey don Pedro todos los cristianos que cautivaron los moros en la batalla de Guadix.

y lleváronie á Granada al rey Bermejo, que sin ningun rescate le envió luego al rey don Pedro, ca deseaba con este regalo desenojarle. El Rey, pensando que de miedo le hacia aquella cortesía, se ensoberbeció mas, y juntado que hobo sus gentes, para reparar la honra perdida y vengar la injuria de los suyos entró en el reino de Granada, y con grande furia destruyó los campos, quemó las aldeas, ganó algunas villas, y se volvió con rica presa á Sevilla. A este mal suceso para el rey de Granada se le allegó otro peor, y fué que muchos caballeros del reino de los que antes seguian su parcialidad y tenian su voz le comenzaron á dejar y favorecer á su émulo Mahomad Lago, no obstante que estaba despojado y andaba huido. Como el rey Bermejo sintió las voluntades inclinadas á su enemigo, temió perder el reino. Consultó el negocio con los de quien mas se fiaba. En fin, con seguro que alcanzó del rey de Castilla se determinó de ir á Sevilla y ponerse en sus manos. Autor deste mal acertado y desdichado consejo fué Edriz, un caballero grande amigo del Rey y su compañero en los peligros, y que tenia mucha autoridad entre los moros, y era muy estimado y de gran nombre por la mucha prudencia que con la larga experiencia de los negocios alcanzaba. Vino el Moro á Sevilla con cuatrocientos hombres de á caballo y docientos de á pié que le acompañaban. Trujeron grandísimas riquezas de paños preciosos, oro, piedras, perlas, aljófar y otras joyas y cosas de gran valor. Ponia el Moro la esperanza de su amparo contra el Rey ofendido en lo que fué causa de toda su perdicion. Recibióle el Rey con grande honra en el alcázar de Sevilla. Llegado á su presencia, despues de hecha una gran mesura, uno de sus caballeros habló desta manera: «El rey de Granada, que está presente, poderoso Señor, por saber muy bien que sus antepasados fueron siempre aliados, tributarios y vasallos de la casa de Castilla, se viene á poner debajo del amparo de vuestra real alteza, cierto de que se procederá con él con aquella mansedumbre, equidad y moderacion cual los reyes de Granada la solian ballar en vuestros antecesores; que si acaso recibian algun deservicio dellos, que no es de maravillar segun son varias y mudables las cosas de los hombres, con mandarles pagar parias y algunos dineros en que eran penados, los volvian á recebir en su gracia y amistad. Si entre ellos asimismo y en su casa nacian algunas diferencias y debates, todo se componia y apaciguaba por el arbitrio y parecer de los reyes de Castilla. Estamos alegres que lo mismo nos haya acontecido de acudirá la vuestra merced; tenemos grande confianza que nos será gran reparo el venir con esta humildad á echarnos á vuestros piés. Mahomad Lago fué justamente echado del reino por su mucha soberbia con que trataba los pueblos y por su mucha avaricia con que les quitaba lo suyo; á nos de comun consentimiento pusieron en su lugar y coronaron por descender derechamente de la real y antigua alcuña y sangre de Granada y ser legítimos herederos del reino, de que tuerto y con gran tiranía nos tenia despojados. Hacemos ventaja en poder y fuerzas á nuestro competidor, solamente á vos reconocemos y tememos, con cuya felicidad y grandeza no nos pretendemos comparar. Tenemos cierta esperanza que, pues la justicia claramente está de nuestra parte, no dejarémos de hallar amparo en la sombra de un justo Príncipe, y que los ruegos de un

á

CAPITULO VI.

Renuévase la guerra de Aragon.

Concluida la guerra de los moros y dado órden en las cosas del Andalucía, se volvió con mayor coraje á la guerra de Aragon, aunque con disimulacion fingia el de Castilla que los apercebimientos que se hacian eran para defenderse de la guerra que se temia de Francia, cuyo autor y cabeza principal se decia ser el conde don Enrique. Trató de aliarse con el rey de Inglaterra, que no esperaba hallaria buena acogida en el rey de Francia, por entender no estaria olvidado de la muerte de su sobrina la reina doña Blanca, cuya venganza era de creer querria hacer con las armas. Quiso asimismo el rey de Castilla ayudarse del rey de Navarra, y para

en que andaba, en 18 de noviembre otorgó su testamento. En él mandaba que enterrasen su cuerpo con el hábito de San Francisco y fuese puesto en una capilla que labraba en Sevilla en medio de doña María de Padilla y de su hijo don Alonso; como hombre pio y reli

tratar dello se vieron en la ciudad de Soria; allí secretamente se conformaron contra el rey de Aragon. No tenia el Navarro causa ninguna justa de romper con el Aragonés; para hacer la guerra con algun color fingió y publicó que estaba agraviado dél, porque siendo su cuñado y teniendo hecha con él alianza, no le favore-gioso pretendia con aquella ceremonia aplacar á la di

ció cuando le tuvo preso el rey de Francia; que por esto no queria mas su amistad, antes pretendia con las armas tomar emienda deste agravio. Con esta resolucion juntó de su reino las mas gentes que pudo y cercó en Aragon la villa de Sos, que tomó al cabo de muchos dias que la tuvo cercada. El rey de Castilla al tanto juntó un grueso ejército de diez mil caballos y treinta mil infantes, con que entró poderosamente en el reino de Aragon con intento de poner cerco sobre Calatayud. Rindió en el camino la fortaleza y pueblo de Hariza, y tomó á Ateca, Cetina y Alhama. Pasó adelante, y en el mes de junio asentó sus reales sobre Calatayud, que es una ciudad fuerte de la Celtiberia. Tenia dentro de guarnicion mucha gente valerosa y muy leal al rey de Aragon. El mismo, sabido el aprieto en que podian estar los cercados, les envió desde Perpiñan y Barcelona, donde aquellos dias se hallaba, al conde de Osona, hijo de Bernardo de Cabrera, para que él y don Pedro de Luna y su hermano don Artal y otros caballeros procurasen entrar en la ciudad y animasen á los cercados y los entretuviesen mientras se les enviaba algun socorro. Encamináronse, segun les era mandado; mas como llegasen una noche al lugar de Miedes, que está junto á Calatayud, fué avisado dello el rey don Pedro. Cargó de sobresalto sobre ellos, tomó el lugar á partido, y á estos señores los llevó presos á sus reales. Haliábase el rey de Aragon muy desapercebido ; las paces tan recien hechas le hicieron descuidar. Visto pues que á deshora venia sobre él una guerra tan peligrosa, envió luego á pedir su ayuda á Francia y á rogar á don Enrique y á don Tello le viniesen á favorecer. Estos socorros se tardaban; la ciudad, como no se pudiese mas defender por ser muy combatida y faltar á los cercados municiones y bastimentos, con licencia de su Rey se rindieron al rey don Pedro en 29 dias de agosto, salvas sus personas y haciendas y con condicion que los vecinos quedasen libres y pacíficos en sus casas como lo estaban cuando eran de Aragon. Tomada esta ciudad, dejó en ella el Rey con buena gente de guerra por guarnicion al maestre de Santiago, y él se volvió á Sevilla. En esta ciudad, antes que fuese sobre Calatayud, tuvo Cortes en que públicamente afirmó que doña María de Padilla era su legítima mujer por haberse casado con ella clandestinamente mucho antes que viniese á España la reina dona Blanca; que por esta razon nunca fuera verdadero el matrimonio que con la Reina se hizo; que tuviera secreto este misterio hasta entonces por recelo de las parcialidades de los grandes, mas que al presente, por cumplir con su consciencia y por amor de los hijos que en ella tenia, lo declaraba. Mandó pues que á doña María de allí adelante la llamasen reina y que su cuerpo fuese enterrado en los enterramientos de los reyes. No faltó aun entre los prelados quien predicase en favor de aquel matrimonio, adulacion perjudicial. Despues desto falleció en 17 de otubre su hijo don Alonso, á quien pensaba dejar por heredero del reino. El Rey mismo, acosado de la memoria destas muertes y por los peligros

vina majestad. Deste testamento, que hoy parece autorizado y original, se colige que no dejó de tener algun temor de Dios y cualque memoria y sentimiento de las cosas de la otra vida; no obstante, que aquel su natural le arrebatase muchas veces y ayudado con la costumbre de hiciese desbaratar. En este testamento sucesivamente llama á la herencia del reino á las hijas de doña María de Padilla, y despues dellas á don Juan, el hijo que tuvo en doña Juana de Castro, como quier que no fuese compatible que todos pudiesen ser lierederos legítimos del reino. De donde bien al cierto se infiere que la declaracion del casamiento con doña María no fué otra cosa sino una ficcion y una mal trazada maraña, como de hombre que, mal pecado, no tenia cuenta con la razon y justicia, sino que se dejaba vencer de su antojo y desordenado apetito, y queria hacer por fuerza lo que era su gusto y voluntad. Presentó el Rey en aquellas Cortes por testigos de su casamiento unos hombres por cierto sin tacha ni sospecha, mayores de toda excepcion, á don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, y á Juan Fernandez de Hinestrosa, el primero hermano, y el segundo tio de la doña María, y á un Juan Alfonso de Mayorga y á otro Juan Perez, clérigo, que con grandes juramentos atestiguaban por el matrimonio. ¿Quién no diera crédito á testimonios tan calificados en una causa en que no iba mas de la sucesion y herencia de los reinos de Leon y de Castilla? Mandaba en una cláusula del testamento ya dicho que ninguna de sus hijas, so pena de su maldicion y de la privacion de la herencia del reino, se casase con el infante don Fernando de Aragon, ni con don Enrique, ni con don Tello, sus hermanos, sino que su hija mayor dona Beatriz casase con don Fernando, principe de Portugal, y llevase en dote los reinos de Castilla; señaló y nombró por gobernador y tutor á don Garci Alvarez de Toledo, maestre de Santiago; encargaba otrosí y mandaba que á don Diego de Padilla, maestre de Calatrava, y á don Suero Martinez, maestre de Alcántara, los mantuviesen en sus honras, oficios y dignidades. Ordenadas las cosas de su casa y asentado el estado del reino, en el corazon del invierno y principio del año de 1363 se reparó y rehizo la guerra con grande priesa y calor; tan codicioso estaba el rey de Castilla de vengarse del Aragonés. Alistó nuevas compañías de soldados por todo el reino, envió á pedir ayudas fuera dél, y en particular se confederó con el rey de Inglaterra y con su hijo el príncipe de Gales. El primer nublado desta guerra descargó sobre Maluenda, Aranda y Borgia, que con otros pueblos de menor importancia sin tardanza fueron tomados. Puso otrosi cerco á la ciudad de Tarazona. Por otra parte, el rey de Navarra entró en Aragon por cerca de Ejea y Tiermas, estragó, asoló y robó los campos y labranzas de aquella comarca, puso gran miedo en todos aquellos pueblos y cuita con los grandes daños que les hizo, en especial se señaló la crueldad de los soldados castellanos que llevaba. Vinieron á servir en esta guerra al rey de Castilla

don Luis, hermano del rey de Navarra, acompañado de gente muy escogida y lucida, y don Gil Fernandez de Carvallo, maestre de Santiago en Portugal, con trecientos caballos y otros señores de Francia. El rey de Aragon envió á rogar al rey Moro de Granada que diese guerra en el Andalucía; no lo quiso hacer el Moro por guardar fielmente la amistad que tenia puesta con el rey don Pedro y mostrarse agradecido de la buena obra que dél acababa de recebir. Solicitó eso mismo e] Aragonés los moros de Africa á que pasasen en su ayuda, sin tener ningun cuidado de su honra y fama; excusábase con que el rey de Castilla tenia en su ejército á Farax Reduan, capitan de seiscientos jinetes, que por mandado de Mahomad Lago, rey de Granada, le servian. Esperaban cada dia en Aragon á don Enrique que venia en su socorro acompañado de tres mil lanzas francesas. Sin embargo, las fuerzas del rey de Aragon no se igualaban en gran parte con las de Castilla; así se le rindieron Tarazona y Teruel, y por otra parte Segorve y Ejerica y grau número de villas y castillos de menor cuenta. No tenian fuerzas que bastasen á resistir la fuerza y poder de los castellanos, que entraron victoriosos y llegaron con sus banderas á lo mas interior del reino. Cercaron á Monviedro y le forzaron á que se diese á partido. En 20 de julio llegaron á dar vista á Valencia y se pusieron sobre ella. Causó esto gran miedo á todo Aragon, y se tuvieron de todo punto por perdidos. Estaba á este tiempo muy falto de gente el ejército de Castilla por las muchas guarniciones y presidios que dejaron en tantos pueblos como á la sazon se conquistaron; dió la vida al rey de Aragon don Eurique, que en esta coyuntura llegó á España, y con su venida se reforzó tanto el ejército, que pudo hacer rostro á su enemigo. Mas él, por no aventurar todas sus victorias y lo que tenia ganado en el trance de una batalla, levantó su real de sobre Valencia y retiróse á Monviedro, como plaza fuerte, para desde allí proseguir la guerra. El Aragonés, visto que no podia forzar al enemigo á que diese la batalla, tornóse á Burriana, que es un lugar fuerte que está cerca de allí en los edetanos. Dos mil jinetes que envió el rey de Castilla en su seguimiento para que le estorbasen el camino no hicieron cosa de momento. Mientras esto pasaba en España, el rey de Francia Juan en Londres dos meses antes desto falleció, donde era ido á rescatar los relienes que allá dejó cuando le soltaron de la prision. Trajeron su cuer po á la ciudad de Paris, que llevaron en hombros los oidores del parlamento para le enterrar en el monasterio de San Dionisio. Su hijo Cárlos, quinto deste nombre, conforme á las costumbres y uso antiguo de Francia, fué ungido y recebido por rey en la ciudad de Rems. El nuevo rey Carlos queria mal al de Navarra, teniale guardado el enojo por los desabrimientos que de antes entre ellos pasaron. Para vengarse, luego que tomó la posesion del reino, despachó con él un famoso y valiente capitan suyo, natural de la Menor Bretaña, llamado Beltran Claquin, que despues hizo cosas muy señaladas en las guerras de Castilla. Este caudillo en las tierras que el rey de Navarra tenia en Francia hizo cruel guerra, y con un ardid de que usó le tomó en Normandía la villa de Mante, y otros capitanes ganaron la villa y castillo de Meulan y á Longavilla, y el mismo Beltran venció y desbarató en una batalla á don Filipe, her

mano del rey de Navarra, que murió por estos dias. Por su muerte el Navarro se inclinó á tratar de hacer paces entre los reyes de España; demás que le pesaba del peligro y malos sucesos del rey de Aragon, que en fin era su pariente y fueron antes amigos y aliados. Por el contrario, le era odiosa la prosperidad del rey de Castilla, y sus hechos y modos de proceder eran muy cansados y desagradables. De consentimiento pues de los reyes don Luis, hermano del rey de Navarra, juntamente con el abad de Fiscan, que era nuncio apostólico, fueron á hablar al rey de Castilla, con quien hallaron al coude de Denia y Bernardo de Cabrera, que eran venidos con embajada del rey de Aragon para echar á un cabo y concluir sus diferencias. Con la intercesion destos señores parece que el fiero corazon del Rey comenzó á ablandarse, especialmente con el trato que movieron de dos casamientos, el uno del rey de Castilla con doña Juana, hija del rey de Aragon, el otro del infante don Juan, duque de Girona, con doña Beatriz, hija mayor del rey don Pedro. Esto pasaba en lo público; de secreto se procuraba la destruicion de don Eurique, conde de Trastamara, y del infante don Fernando de Aragon, como de los principales autores de las discordias de los dos reinos. El rey de Castilla pretendia esto muy ahincadamente, el de Aragon todavía extrañaba este trato; parecíale hecho atroz y feísimo matar á estos caballeros sin nueva culpa ni ocasion, que estaban debajo de su seguro y palabra. No queria comprar la paz con el precio de la sangre de aquellos que dél hacian confianza. Todavía, ora fuese por esta causa de complacer al de Castilla, ora por otra, el infante don Fernando por mandado del Rey, su hermano, fué muerto en esta sazon en Castellon, un pueblo que está cerca de Burriana. Los antiguos odios estaban ya maduros, demás que trataba entonces de pasarse en Francia con una buena compañía de soldados castellanos que seguian su bando y amistad. Huíase su mujer á Portugal; fué detenida primero y presa en el camino, despues enviada al Rey, su padre. Con la muerte del infante don Fernando quedó el conde don Enrique libre y desembarazado de un grandísimo émulo y competidor para la pretension del reino de Castilla. Poco faltó que no se le añublase aquel contento; otro dia despues de la muerte de don Fernando, sin saberlo él, corrió gran riesgo su vida. Los reyes de Aragon y Navarra tenian concertado que juntamente con don Enrique se viesen en el castillo de Uncastel, que era de Aragon, en la raya de Navarra, y que allí le matasen. Recelóse el Conde, puesto que no sabia nada destos tratos, de entrar en aquella fortaleza; para aseguralle la pusieron en poler de Juan Ramirez Arellano, que para esto nombraron por alcaide de aquella fortaleza, y era natural de Navarra. Quién dice que esta habla de los reyes fué en Sos á la raya de Navarra. Hizo confianza don Enrique de aquel caballero, que debia ser buen cristiano, y entró debajo de su seguro; no le valió este recato menos que la vida, á causa que los reyes nunca pudieron acabar con el alcaide que permitiese se le hiciese ningun daño. Decia que el conde don Enrique era su amigo, y fió su vida de la palabra y seguridad que le dió; que por cosa de las del mundo él no mancharia su linaje con infamia de semejante traicion, ni consentiria alevosamente la muerte de un tan gran principe. Cosa verdaderamente de mila

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