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en Normandía, en el postrero dia del mes de marzo parió al infante don Pedro, su segundo hijo, conde que fué de Moretano ó Mortaigne en Normandia, y con él en el medio del estío se volvió á Navarra; por no hallar buena acogida en el rey de Francia, de necesidad el Navarro hobo de buscar de quien favorecerse. Parecióle el mejor medio de todos aliarse y juntar sus fuerzas con el rey don Pedro, que andaba desterrado, y le rogaba hiciese liga con él; y como los hombres cuando se ven en algun grande aprieto son muy liberales, para traelle á su amistad le hacia una muy larga promesa de pueblos en Castilla, ca le ofrecia toda la tierra de Guipúzcoa, Calahorra, Logroño, Navarrete, Salvatierra y Victoria; parecen hoy dia, si no son fingidas, las escrituras que hicieron deste concierto en este año - en la ciudad de Lisboa, cuando el rey don Pedro desde Sevilla se retiro á Portugal. Al presente el rey don Pedro desde Bayona procuraba socorros para poder volver á cobrar el reino de Castilla. En particular solicitaba á Eduardo, príncipe de Gales, que por su padre el rey de Inglaterra gobernaba el ducado de Guiena, para que le ayudase con sus gentes. Viéronse en Cabreron, que es un pueblo cerca de la canal de Bayona; hallóse en aquellas vistas don Cárlos, rey de Navarra. Convidólos á comer el Príncipe, sentáronse con este órden en la mesa; don Pedro á la mano derecha y luego junto á él el Príncipe, y á la mano izquierda se sentó solo de por sí el rey de Navarra. Confederáronse allí estos tres príncipes, y confirmaron con solemne juramento los conciertos que hicieron, que fueron estos, que el rey don Pedro fuese restituido en su reino, y que al príncipe Eduardo se le diese en recompensa de su trabajo el señorío de Vizcaya; que el rey de Navarra hobiese á Logroño, y que don Pedro dejase en Guiena sus hijas para seguridad y prenda de que cumpliria lo capitulado y pagaria, alcanzada la victoria, el dinero que se le prestaba para el sueldo de la gente de guerra. Sabida esta liga por el rey de Aragon, receloso del daño que della le podia venir, para hallarse con mayores fuerzas y poder mejor resistir á sus enemigos, renovó con el rey de Francia la confederacion y amistades que con él tenia hechas. El rey de Navarra estaba con gran cuidado y miedo no descargasen estos nublados sobre su reino, como el que caia en medio de dos enemigos tan poderosos como eran los reyes de Francia y Aragon. Por otra parte temia á los ingleses; juzgaba que para pasar en Castilla ó les habia de dar el camino por sus tierras, ó se le abririan con las armas. Hallábase muy congojado; aquejado con este pensamiento, no sabia qué consejo se tomase. La peor resolucion que él pudo tomar fué quedarse neutral, porque desta manera á ninguno obligaba, y á todos dejó querellosos. Todavía despues que lo hobo todo bien ponderado, tomó por mejor partido concertarse con el rey don Enrique, ora lo hiciese con disimulacion y engaño, ora que hobiese mudado su voluntad y quisiese salir fuera de la liga hecha con don Pedro y el príncipe de Gales. Como quiera que esto fuese, él tuvo sus hablas con el rey don Enrique en Santacruz de Campezo, que es una villa en la frontera de Navarra; halláronse presentes don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, que fuera elegido en lugar de don Vasco, don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, don Lope Fernan

dez de Luna, arzobispo de Zaragoza, y Beltran Claquin. La confederacion que estos príncipes hicieron fué que el rey de Navarra no diese paso á los ingleses; que en la guerra que esperaban ayudase con su persona y con todo su ejército al rey don Enrique, y que para seguridad diese ciertas villas y castillos en rehenes de que cumpliria estos conciertos. Por el contrario, que don Eurique le diese á él á Logroño, la misma ciudad que poco antes don Pedro le prometió. En estos dias don Luis, hermano del rey de Navarra, se casó con Juana, duquesa de Durazo; en la Macedonia, hija mayor de Carlos, de quien heredó este estado, y á quien algunos años despues el papa Urbano VI dió la envestidura del reino de Nápoles. Y porque comunmente se yerra en la decendencia destos príncipes, me pareció ponerla en este lugar. Carlos II, rey de Nápoles, tuvo por hijo á Juan, duque de Durazo; hijos de Juan fueron Cárlos y Luis; Cárlos fué padre de Juana y Margarita. De Luis, el otro hijo de Juan, nacieron Carlos, que vino á ser rey de Nápoles, y Juana, la que dijimos casó con el infante don Luis, hermano del rey de Navarra. Las vistas del rey de Navarra y de don Enrique, que se hicieron en Campezo, fueron en el principio del año de 1367, en el cual, quién dice el año siguiente, en 18 de enero murió en Estremoz, villa de Portugal, el rey don Pedro. Vivió por espacio de cuarenta y seis años, nueve meses y veinte y un dias; reinó nueve años y otros tantos meses y veinte y ocho dias. Enterráronle en el monasterio de Alcobaza junto á doña Inés de Castro; hízosele un real y solemnísimo enterramiento con grande aparato y pompa. Entre otras cosas dejó buena renta para seis capellanes que allí dijesen cada dia misa por su ánima y por las de sus antepasados; fué aventajado en ser justiciero; lloráronle mucho sus vasallos, y sintieron su muerte como si con él en la misma sepultura se hobiera enterrado la pública alegría y bien de todo el reino. Tenia mandado que sus despenseros no comprasen ninguna cosa fiada, sino todo de contado y por justo precio. Hizo muy santas leyes contra la avaricia de los jueces y abogados, para que con su codicia y largas no fuesen los pleitos inmortales. Fué severísimo contra los malhechores, especialmente era rigurosísimo contra los adúlteros; llegó á que por haber cometido este delito el obispo de Portu, con sus propias manos le maltrató muy reciamente; así se decia vulgarmente, que traia consigo un azote para castigar á los que cogiese en algun delito. Tenia costumbre de distribuir cada año muchos marcos de plata, parte labrada, y parte acuñada, entre los suyos, segun la calidad y méritos de cada uno. Refiérese dél aquella sentencia: «Que no era digno de nombre de rey el que cada dia no hiciese bien y merced á alguna persona. » Hizo el puente y villa de Limia en Portugal; dejó por heredero de su reino á su hijo don Fernando, cuyo reinado no fué tal y tan feliz como el del padre. Con los embajadores que el rey de Aragon envió á su padre asentó él paces en 4 dias del mes de marzo deste año en los palacios de Alcanhaaes, que son cerca de Santaren. Tuvo amores deshonestos con doña Leonor de Meneses, mujer de Lorenzo Vazquez de Acuña, á quien se la quitó. El marido por tanto anduvo mucho tiempo huido en Castilla, y se dice dél que traia en la gorra unos cuernos de pla

HISTORIA DE ESPAÑA.

ta como por divisa y blason, para muestra de la deshonestidad del Rey y de su afrenta, mengua y agravio.

CAPITULO X.

Que don Enrique fué vencido junto á Najara.

Toda Castilla y Francia ardian llenas de ruido y asonadas de guerra; hacíanse muchas compañías de hombres de armas, jinetes é infantería; todo era proveerse de caballos, armas y dineros. Las partes ambas igualmente temian el suceso y esperaban la victoria. Don Enrique en Búrgos, do era ido, se apercebia de lo necesario para salir al camino á su enemigo, que sabia con un grande y poderoso campo era pasado los Pirineos por las estrechas sendas y montañas cerradas de Roncesvalles. Llegó á Pamplona sin que el rey Carlos de Navarra le hobiese hecho ningun estorbo á la pasada, ca estaba á la sazon detenido en Borgia. Prendióle andando á caza cerca de allí un caballero breton, llamado Olivier de Mani, que la tenia en guarda por Beltran Claquin, su primo. Entrambos los reyes sospecharon que era trato doble, concierto con este capitan que le prendiese, para tener color de no favorecer á ninguno dellos, y despues excusa aparente con el que venciese. A los príncipes ningun trato que contra ellos se haga, aunque sea con mucha cautela, se les puede encubrir; antes muchas veces les dicen mas de lo que hay, y eso lo malician y echan á la peor parte. Don Enrique partió de Burgos con un lucido y grueso ejército de mucha infantería y cuatro mily quinientos hombres de á caballo, en que iba toda la nobleza de Castilla y Ja gente que de Francia y Aragon era venida en su ayuda. Llegó con su campo al Encinar de Bañares, llamó á consejo los mas principales del ejército, y consultó con ellos lo tocante á esta guerra. Los embajadores de Francia, que eran enviados á solo este efecto, y Beltran Claquin procuraron persuadir que se debia en todas mnaneras excusar de venir á las manos con el enemigo y no darle la batalla, sino que fortificasen los pueblos y fortalezas del reino, tomasen los puertos, alzasen las vituallas, y le entretuviesen y gastasen; que la misma tardanza le echaria de España por ser esta provincia de tal calidad, que no puede sufrir mucho tiempo un ejército y sustentarle. Que se considerase el poco provecho que se sacaria cuando se alcanzase la victoria, y lo mucho que se aventuraba de perder lo ganado, que era no menos que los reinos de Castilla y Leon y las vidas de todos. Que en el ejército de don Pedro venia la flor de la caballería de Inglaterra, gente muy esforzada y acostumbrada á vencer, á quien los españoles no se igualay fuerban ni en la destreza en pelear ni en la valentía zas de los cuerpos. Finalmente, que se acordasen que no es menos oficio del sabio y prudente capitan saber vencer al enemigo con industria y maña que con fuerza y valentía. Esto dijeron los embajadores de Francia de parte de su Rey, y Beltran Claquin de la suya. Otros, que tenian menos experiencia y menor conocimiento del valor de los ingleses, y eran mas fervorosos y esforzados que considerados y sufridos, instaron grandemente en que luego se diese la batalla. Decian que la cosas de la guerra dependian mucho de la reputacion, y que se perderia si se rehusase la batalla, por entenderse que cobarpor tenian miedo del enemigo y serian tenidos M-L

des y de ningun valor. Que si el ánimo no faltaba, so-
braban las fuerzas y ciencia militar para desbaratar y
vencer dos tantos ingleses que fuesen. Sobre todo que
á tan justa demanda Dios no faltaria, y con su favor es-
peraban se alcanzaria una gloriosa victoria. Aprobó don
Enrique este parecer, mandó marchar su campo la via
de Alava para hacer rostro á algunas bandas de caba-
llos ligeros del enemigo, que se habian adelantado y ro-
baban aquella tierra. Llegó con su ejército junto á Sal-
drian, y á vista del de su enemigo asentó su campo en un
lugar fuerte, porque le guardaban las espaldas unas sier-
ras que
allí están, con que podia pelear con ventaja si
no le forzaban á desamparar aquel sitio. Considerando
esto, los ingleses levantaron sus reales y tiraron la via
de Logroño, ciudad que tenia la voz de don Pedro,
con intento de traer á don Enrique á la batalla ó en-
traren medio del reino, por donde tenian esperanza que
todas las cosas podrian acabar á su gusto. Entendido
por don Enrique, que estaba en Navarrete, el fin del
enemigo, volvió atrás camino de Najara, que es una
ciudad que se piensa ser la antigua Tritio Metallo en
los autrigones; y de que sea ella no es pequeño indi-
cio que dos millas de allí está una aldea que retiene el
mismo nombre de Tritio. Esta ciudad alcanza muy lin-
do cielo y unos campos muy fértiles, y por muchas co-
sas es un noble pueblo, y con el suceso desta batalla
se hizo mas famoso. Escribiéronse estos príncipes; ca-
da cual daba á entender al otro la justicia que tenia de
su parte y que no era él la causa desta guerra; antes la
hacia forzado y contra su voluntad, y tenia mucho de-
seo y gana de que se concordasen y no se viniese al
riesgo y trance de la batalla por la lástima que signifi-
caban tener á la mueha gente inocente que en ella pe-
receria. Mas como quier que no se concordasen en el
punto principal de la posesion del reino, perdida la es-
peranza de ningun concierto, ordenaron sus haces en
guisa de pelear. Don Enrique puso á la mano derecha
la gente de Francia, y con ella á su hermano don San-
cho con la mayor parte de la nobleza de Castilla; á su
hermano don Tello y al conde de Denia mandó que ri-
giesen el lado izquierdo; él con su hijo el conde don
Alonso se quedó en el cuerpo de la batalla. Los enemi-
gos, que serian diez mil hombres de á caballo y otros
tantos infantes, repartieron desta manera sus escua-
drones. La avanguardia llevaban el duque de Alencas-
tre y Hugo Carbolayo, que se era pasado á los ingleses.
El conde de Armeñac y mosiur de Labrit iban por ca-
pitanes en el segundo escuadron; en el postrero queda-
ron el rey don Pedro y el príncipe de Gales y don Jai-
me, hijo del rey de Mallorca, el cual, despues que se
soltó de la prision en que le tenia el rey de Aragon, ca-
sara con Juana, reina de Nápoles. Halláronse en esta
batalla trecientos hombres de á caballo navarros, que
con su capitan Martin Enrique los envió el rey Cárlos
de Navarra en favor del rey don Pedro. Corria un rio
en medio de los dos campos; pasóle don Enrique, y en
un llano que está de la otra parte ordenó sus haces. En
este campo se vinieron á encontrar los ejércitos con
grandísima furia y ruido de las voces, de los combates,
del quebrar de las lanzas y el disparar de las ballestas.
El escuadron de la mano derecha, que regia Beltran
Claquin, sufrió valerosamente el ímpetu de los enemi-
gos, y parecia que llevaba lo mejor ; empero en el otro

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lado quitó don Tello á los suyos la victoria de las manos; con mas miedo que vergüenza volvió en un punto las espaldas, sin acometer á los enemigos ni entrar en la batalla. Como él y los suyos huyeron, dejaron descubiertos y sin defensa los costados de Beltran y de don Sancho, por donde pudieron fácilmente ser rodeados de los enemigos, y apretándolos reciamente por ambas partes, los vencieron y desbarataron. Hízose gran matanza, y fueron presos muchos grandes y ricos hombres, entre ellos los capitanes mas principales del ejército. Don Enrique con mucho esfuerzo y valor procuró detener su escuadron, que comenzaba á ciar y retirarse; por dos veces metió su caballo en la mayor priesa de la batalla con grandísimo peligro de su persona; mas como quier que no pudiese detener á los suyos por la gran muchedumbre de enemigos que cargó sobre ellos y los desbarató, mal pecado, perdida del todo la esperanza de la victoria, se salió de la batalla y se acogió á Najara. De allí por el camino de Soria se fué á Aragon,acompañado de Juan de Luna y Fernan Sanchez de Tobar y Alfonso Perez de Guzman y de algunos otros caballeros de los suyos. A la entrada de aquel reino le salió á ver y consolar don Pedro de Luna, que despues en tiempo del gran scisma fué el papa Benedicto. No paró el rey don Enrique hasta que por los puertos de Jaca entró en el reino de Francia, sin detenerse en Aragon por no se fiar de aquel Rey, si bien era su consuegro. Hallábase en grande cuita, poca esperanza de reparo. Por semejantes rodeos lleva Dios á los varones excelentes por estos altos y bajos hasta ponerlos de su mano en la cumbre de la buenandanza que les está aparejada. Los demás de su ejército se buyeron por las villas y pueblos de aquella comarca, todos esparcidos, sin quedar pendon enhiesto, ni compañía entera, ni escuadra que no fuese desbaratada. Despues de la batalla hizo matar el rey don Pedro á Iñigo Lopez de Horozco, Gomez Carrillo de Quintana, á Sancho Sanchez de Moscoso, comendador de Santiago, y á Garci Jofre Tenorio, hijo del almirante Alfonso Jofre, que todos fueron presos en la pelea. Otros muchos dejó de matar por no los haber á las manos, que por ningun precio se los quisieron entregar los ingleses, cuyos prisioneros eran; demás que el príncipe de Gales le reprehendió con palabras casi afrentosas porque, despues de alcanzada la victoria, continuaba los vicios que le quitaban el reino. Uno de los presos fué don Pedro Tenorio, adelante arzobispo de Toledo. Llevó en esta batalla el pendon de don Enrique Pero Lopez de Ayala, aquel caballero que escribió la historia del rey don Pedro, y fué uno de los presos. Por esta razon algunos no dan tanto crédito á su historia, como de hombre parcial. Dicen que por odio que tenia al rey don Pedro encareció y fingió algunas cosas; á la verdad fué uno de aquellos contra quien en Alfaro él pronunció sentencia, en que los dió por rebeldes y enemigos de la patria. Dióse esta batafla sábado 3 de abril deste año de 1367. Don Tello llevó á Búrgos las tristes nuevas deste desgraciado suceso. La reina doña Juana, mujer de don Enrique, sabida la rota, tuvo gran miedo de venir á manos de don Pedro; así, ella y sus hijos con gran priesa se fueron de Búrgos á la ciudad de Zaragoza. En esta sazon en Búrgos se hallaban don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, y don Lope Fernandez de Luna, arzobispo de Za

ragoza, que se quedaron con la Reina. Estos la acompañaron en este viaje de Aragon; llegada allí, no halló en el Rey tan buena acogida como pensaba, que es cosa comun y como natural en los hombres desamparar al caido y hacer aplauso y dar favor al vencedor. Olvidado pues el rey de Aragon ya de las amistades y confederaciones que tenia hechas con don Enrique, tenia propósito de moverse al son de la fortuna y llegarse á la parte de los que prevalecian. A esta causa era ya venido en Aragon por embajador Hugo Carbolayo, inglés, y porque no podian tan presto y fácilmente concluirse paces, se hicieron treguas por algunos meses. Despues de la victoria el rey don Pedro con todo su ejército se fué á Búrgos, prendió en aquella ciudad á Juan Cordollaco, pariente del conde de Armeñac y arzobispo de Braga, que era de la parcialidad del rey don Enrique. Hízole el Rey llevar al castillo de Alcalá de Guadaira y meterle en un silo, en que estuvo hasta la muerte del mismo don Pedro, cuando, mudadas las cosas, fué restituido en su libertad y obispado. El rey don Pedro, sin embargo, se hallaba muy congojado en trazar cómo podria juntar tanto dinero como á los ingleses de los sueldos debia y él recibió prestado del príncipe de Gales. No sabia asimismo cómo podria cumplir con él lo que le tenia prometido de darle el señorío de Vizcaya, porque ni los vizcaínos, que es gente libre y feroz, sufririan señor extraño, ni el tesoro y rentas reales, consumidos con tan excesivos gastos, como con estas revoluciones se hicieron, no alcanzaban con gran parte á pagar la mitad de lo que se debia. Por esta causa con ocasion de ir á juntar este dinero se fué don Pedro muy apriesa á Toledo, de allí á Córdoba. En esta ciudad en una noche hizo matar diez y seis hombres principales; cargábales fueron los primeros que en ella dieron entrada al rey don Enrique. En Sevilla mandó asimismo matar á micer Gil Bocanegra y á don Juan, hijo de Pero Ponce de Leon, señor de Marchena, y á doña Urraca de Osorio, madre de Juan Alfonso de Guzman, y á otras personas. A doña Urraca hizo quemar viva, fiereza suya, y ejecucion en que sucedió un caso notable. En la laguna propia en que hoy está plantada una grande alameda armaron la hoguera. Una doncella de aquella señora, por nombre Isabel Davalos, natural de Ubeda, luego que se emprendió el fuego, se metió en él para tenella las faldas porque no se descompusiese, y se quemó junto con su ama; hazaña memorable, señalada lealtad, con que grandemente se acrecentó el odio y aborrecimiento que de atrás al Rey tenian. Con los infortunios, destierro y trabajo que habia padecido parece era razon hobiera ya corregido los vicios que de antes parecian tener excusa con la mocedad, licencia y libertad, si su natural no fuera tan malo. Por el contrario, la afabilidad y buena condicion del rey don Enrique causaba que todos tenian lástima de sus desastres y le amaban mas que antes. Con esto se volvió á la plática de envialle á llamar y restituille en los reinos de Castilla. El rey de Navarra, de Borgia, do le tenian arrestado, se vino despues de dada. la batalla á Tudela; á mosen Olivier, que le hizo compañía en aquella villa, le hizo prender, y no le quiso soltar de la prision hasta que le entregó á su hijo el infante don Pedro, que quedó en Borgia para seguridad que se cumpliria lo que los dos capitularon. Este mismo año

que se dió la batalla de Najara falleció en Viterbo, ciudad de Italia, el cardenal don Gil de Albornoz en 24 dias del mes de agosto, fiesta de San Bartolomé. Fué este prelado excelente varon, de gran valor y prudencia, no menos en el gobierno que en las cosas de la guerra, muy querido de tres papas que alcanzó, Clemente, Inocencio y Urbano V, que á esta sazon gobernaba la Iglesia romana. Hizo guerra en Italia á los tiranos que tenian usurpadas muchas ciudades y tierras de la Iglesia, ycon dichosas armas las restituyó al patrimonio y estado de san Pedro, con que abrió el camino á sus sucesores para que pasasen la silla Apostólica á la antigua ciudad de Roma, que no tardó mucho tiempo en cumplirse. Depositaron su cuerpo en el monasterio de San Francisco de la ciudad de Asis; despues, sosegadas las cosas de España con la muerte del rey don Pedro, por haberlo él así mandado en su testamento, le trasladaron á la ciudad de Toledo; está enterrado en la iglesia mayor en la capilla de San Ilefonso. Concedió el romano Pontífice indulgencias á los que le trajesen en hombros; y fué tanta la devocion de los pueblos, que por do quier que pasaba salian á bandas á los caminos por ganar los perdones, y desta manera le trajeron hasta Toledo. CAPITULO XI.

Del maestre de San Bernardo.

El maestre de San Bernardo, dignidad cuyo nombre y noticia apenas ha llegado á nuestros tiempos, se halló en la batalla de Najara con otros muchos en favor de don Enrique, donde fué preso y muerto por mandado del rey don Pedro, y le confiscaron muchos pueblos que poseia en las behetrías. No cuenta esto ninguno de los historiadores, sino solamente el despensero mayor de la reina doña Leonor, de quien arriba hicimos mencion. Verdad es que no escribe el nombre del Maestre ni qué principio ó autoridad tuviese esta dignidad, cosa en aquel tiempo muy sabida, al presente de todo punto olvidada; el tiempo todo lo gasta. Solo consta que este Maestre era hombre de religion y eclesiástico, porque el rey don Pedro fué descomulgado por la muerte que le dió. Lo que yo sospecho es que cuando el rey don Pedro por consejo de Juan Alonso de Alburquerque, como de suso se dijo, quiso encorporar las bebetrías en la corona real, ó lo que es mas cierto, darlas á algunos señores particulares que las pretendian con mas codicia de estados que de hacer lo que era razon y justicia, entonces de su voluntad y con facultad del Papa con color de religion se debieron de sujetar á la órden de San Bernardo, á imitacion de los caballeros de Calatrava y Alcántara, y eligieron una cabeza con título que le dieron de maestre de San Bernardo, para que como las demás religiones militares hiciesen guerra á los moros. Este color y diligencia, aunque fué á propósito para que aquellos pueblos se mantuviesen en la libertad en que por tantos siglos inviolablemente se mantuvieron, dió empero ocasion para que el Rey se indignase contra ellos. Por esta causa creo yo que el dicho Maestre se llegó á la parte de don Enrique; esto pudo ser, mas no es mas que conjetura y pensamiento. Lo que se sigue es cierto, que el sumo pontifice Urbano V por esta muerte y porque tenia fuera de sus iglesias á los obispos de Calahorra y de Lugo, envió un

arcediano con órden que le notificase cómo estaba descomulgado, y por tal le publicase. Este arcediano, como quier que temiese la crueldad de don Pedro y el poco respeto que tenia á la Iglesia, usó con él de cautela y maña; esto fué que se vino por el rio en una galeota muy ligera á Sevilla, y se puso á la ribera del campo de Tablada cerca de la ciudad; aguardó á que el Rey pasase por aquella parte, sucedióle como lo deseaba, preguntóle si queria saber nuevas de levante, que le diria cosas maravillosas y jamás oidas, porque acababa de llegar de aquellas partes. Llegóse el Rey cerca por oirle, y él le intimó entonces las bulas del Papa. Esto hecho, luego con grandísima velocidad se fué el rio abajo á vela y remo; ayudábale la menguante en que las aguas de la creciente del Océano volvian á bajar, así pudo mas ligeramente escaparse. El Rey enojóse mucho con la burla y como fuera de sí, desnuda la espada y arrimadas las espuelas al caballo, se lanzó en el rio. Tiró una gran cuchillada al Arcediano, que por no le poder alcanzar dió en la galeota, sin desistir de seguille hasta tanto que el caballo no podia nadar de cansado; corriera gran peligro de ahogarse si no le acorrieran prestamente con un barco en que le recogieron muy encolerizado. Decia á grandes voces que él quitaria la obediencia al Papa que tan violenta y suciamente regia la Iglesia; procuraria otrosí que hiciesen lo mismo los reyes de Aragon y de Navarra; además que aquella injuria él la vengaria muy bien con las armas y con hacer guerra á sus tierras. Esto dijo con los ojos encarnizados y hechos ascuas y con la voz muy fiera, alta y descompuesta. Las afrentas amenazas y desacatos que dijo contra el Papa mas le desdoraron á él que agraviaron al Padre Santo. Mandó luego apercebir una armada y hacer grandes llamamientos de gentes de guerra. El Papa, vista la furiosa condicion del rey don Pedro, se determinó de aplacalle de la mejor manera que pudiese; para hacello con mayor autoridad le envió un legado, que fué un sobrino suyo, cardenal de San Pedro, que le absolvió, de la excomunion, y hizo las amistades entre él y su tio con estas condiciones. Que consumido el oficio y nombre de maestre de San Bernardo, todos aquellos pueblos de allí adelante tuviesen su antiguo nombre de behetrías y fuesen del patrimonio real, á tal empero que no pudiesen ser entonces ni en algun tiempo dados ni vendidos ni enajenados. Guardóseles este respeto y preeminencia por ser bienes de religion y eclesiásticos. Demás desto, que la tercera parte de las décimas que llevaba á la sazon el Papa de los beneficios fuese del Rey para ayuda á la guerra de los mo◄ ros. Que el Papa otrosí sin consentimiento de los reyes de Castilla no pudiese en sus reinos dar obispados ni maestrazgos ni el priorato de San Juan ni otros mayores beneficios. Esto se le concedió teniendo consideracion al sosiego comun y al bien general de la paz, puesto que era contra la costumbre y uso antiguo. Es cosa notable y maravillosa que por contemplacion ni respeto de ningun príncipe quisiese el Papa perder en España tanto de su derecho y autoridad: en tanto se tuvo en aquella era el sanar la locura de un Rey, que primero con sus trabajos y ahora con la victoria andaba desatinado.

CAPITULO XII.

Que don Enrique volvió á España,

Llegado don Enrique á Francia, no perdió el ánimo, sabiendo cuán varias y mudables sean las cosas de los hombres, y que los valientes y esforzados hacen rostro á las adversidades y vencen todas las dificultades en que la fortuna los pone, los cobardes desmayan y se rinden á los trabajos y desastres. El conde de Fox, á cuya casa primero aportó, le recibió muy bien y hospedó amigablemente, aunque con recelo no le hiciesen guerra los ingleses porque le favorecia. De allí fué á Villanueva, que es cerca de Aviñon, para hablar á Luis, duque de Anjou y hermano del rey de Francia, en quien halló mejor acogimiento del que él podia esperar; socorrióle con dineros, y dióle consejos tan buenos, que fueron parte para que sus cosas tuviesen el próspero suceso que poco despues se vió. Envió por inducimiento y aviso del Duque con su embajada á pedir al rey de Francia su ayuda y favor para volver á Castilla. Fué oido benignamente, y determinóse el Rey de favorecelle. A la verdad la mucha prosperidad y buenos sucesos de los ingleses le tenian con mucho miedo y cuidado; tenia asimismo en la memoria los agravios que don Pedro le habia hecho y la enemiga que tenia con él. Respondióle pues con mucho amor, y propuso de le ayudar con gente y dineros; dióle el castillo de Perapertusa en los confines de Ruisellon, en que tuviese á su mujer y hijos, ca desconfiados del rey de Aragon se retiraron á Francia; mandóle otrosí dar el condado de Seseno, en que pudiese vivir en el entre tanto que volvia á cobrar el reino de Castilla, de donde cada dia se venian á él muchos caballeros que fueron presos en la batalla de Najara, y estaban ya rescatados y librados de la crueldad del rey don Pedro; que los ingleses los escaparon de sus manos. De los primeros que se pasaron y acudieron en Francia á don Enrique fué don Bernal, hijo del conde de Fox, señor de Bearne, á quien el rey don Enrique, despues de acabada la guerra, en remuneracion deste servicio le dió á Medinaceli con título de conde. Fué casado este Príncipe con doña Isabel de la Cerda, hija de don Luis y nieta de don Alonso de la Cerda el Desheredado, de quien los duques de Medinaceli, sin haber quiebra en la línea, se precian descender. Hallóse tambien con don Enrique el conde de Osona, hijo de don Bernardo de Cabrera, el cual, despues que estuvo preso en Castilla, sirvió en la guerra á don Pedro por el gran sentimiento que tenia de la muerte de su padre. Finalmente, puesto en su entera libertad, se pasó á don Enrique con propósito de serville y seguir su fortuna hasta la muerte. Demás desto le avino bien á don Enrique en que el príncipe de Gales se volvió en estos dias á Guiena, enojado y mal satisfecho de don Pedro porque ni le entregó el señorío de Vizcaya que le prometió, ni le pagó los emprestidos que le hiciera, ni á muchos de los suyos el sueldo que les debia. Demás desto, en Castilla le comenzaba á ayudar la fortuna, ca muchos grandes y caballeros habian tomado su voz y hacian guerra á don Pedro. En particular se tenian por él las provincias de Guipúzcoa y Vizcaya y las ciudades de Segovia, Avila, Palencia, Salamanca y la villa de Valladolid y otros muchos pueblos del reino de Toledo. Cada dia se reforzaba mas su bando y parciali

dad, su enemigo mismo le ayudaba con hacerse por momentos mas odioso con su mal modo de proceder y desvariados castigos que hacia en los suyos. Juntado pues don Enrique su ejército, entró en Aragon por las asperezas de los Pirineos llamadas Valdeandorra; pasó por aquel reino con tanta presteza, que primero estuvo dentro de Castilla que pudiese el rey de Aragon atajarle el paso, si bien puso para estorbársele toda la diligencia que pudo. Llegado don Enrique á la ribera del rio Ebro, preguntó si estaba ya en tierra de Castilla. Como le respondiesen que sí, se apeó de su caballo, y hincado de rodillas hizo una cruz en la arena, y besándola dijo estas formales palabras: «Yo juro á esta significanza de cruz que nunca en mi vida por necesidad que me venga salga de Castilla; antes que espere ahí la muerte, ó estaré á la ventura que me viniere.» Fué importante esta ceremonia para asegurar los corazones de los que le seguian é inflamallos en la aficion que le tenian. Vuelto á subir en su caballo, fué con todo su campo á Calahorra, que por aquella parte es la primera ciudad de Castilla; entró en ella el dia del arcángel san Miguel con mucho contento y regocijo de los ciudadanos y de muchos del reino que luego de todas partes le acudieron, ca andaban unos desterrados, y otros huidos de miedo de la crueldad del Rey, su hermano. De Calahorra se partió á Búrgos; allí fué recebido con una muy solemne procesion por el obispo, clerecía y ciudadanos de aquella ciudad. Halló en el castillo preso á don Felipe de Castro, un grande del reino de Aragon, casado con su hermana doña Juana, que le prendieron en la batalla de Najara; mandóle luego soltar, y hízole donacion de la villa de Paredes de Nava y de Medina de Rioseco y de Tordehumos. Por el contrario, prendió en el mismo castillo á don Jaime, rey de Nápoles y hijo del rey de Mallorca, que se quedara en Búrgos despues que se halló en la batalla por la parte del rey don Pedro, y ahora cuando vió que recebian á don Enrique, se retiró al castillo para defenderse en él con el alcaide Alfonso Fernandez. Con el ejemplo de la real ciudad de Burgos otras muchas ciudades tomaron la voz de don Enrique, quitado el miedo que tenian, el cual no suele ser buen maestro para hacer á los hombres constantes en el deber y en hacer lo que es razon. Sosegadas las cosas en Burgos, pasó con su campo sobre la ciudad de Leon, que á cabo de algunos dias se le rindió á partido el postrero dia de abril del año de 1368. En la imperial ciudad de Toledo unos querian á don Enrique, la mayor parte sustentaba la opinion de don Pedro, escarmentados del riguroso castigo que hizo allí los meses pasados y de miedo de la gente de guerra que allí tenia de guarnicion, que eran muchos ballesteros y seiscientos hombres de armas, cuyo capitan era Fernando Alvarez de Toledo, alguacil mayor de la misma ciudad. Tenia don Enrique en su ejército mil hombres de armas; con estos y con la infantería, que era en mayor número, no dudó de venir sobre una ciudad tan grande y fuerte como Toledo y tenerla cercada. Tenia por cierto que, apoderado que fuese de una ciudad y fuerza semejante, todo lo demás le seria fácil de acabar. Asentó sus reales en la vega que se tiende á la parte del setentrion á las baldas de la ciudad; puso muchas compañías en los montes que están de la otra parte del rio Tajo; este gran rio como con un compás rodea las

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