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en gran cuidado. Por estos dias en 15 del mes de octubre murió en Galicia don Tello, señor de Vizcaya; fué hombre de buenas costumbres y en todas sus cosas igual; padeció muchos trabajos, y al cabo vino á estar desavenido con el Rey, su hermano. Díjose entonces á la sorda que un médico de don Enrique, llamado Maestre Romano, le dió yerbas con que le mató, mentira que se creyó vulgarmente, como suele acontecer; lo cierto fué que murió de su enfermedad. Dió el Rey al infante don Juan, su hijo, el señorío de Vizcaya y de Lara, que era de su tio don Tello; estados que desde entonces hasta hoy han quedado incorporados en la corona real de Castilla. Enterraron el cuerpo de don Tello en el monasterio de San Francisco de la ciudad de Palencia; el entierro y obsequias se le hicieron con grande pompa y majestad.

CAPITULO XVI.

De las bodas del rey de Portugal.

cieron este acuerdo con los aragoneses don Bernardo Folcaut, obispo de Pamplona, y Juan Cruzate, dean de Tudela, á quien el rey Carlos de Navarra al tiempo de su partida dejó por consejeros y coadjutores de la Reina para la gobernacion del reino. En Castilla consultaba el Rey á cuál parte seria mejor acudir primero; resolvióse en enviar á Galicia á Pedro Manrique, adelantado de Castilla, y á Pero Ruiz Sarmiento, adelantado de Galicia, que llevaron algunas compañías de hombres de armas y otras de infantería para defender aquella comarca de los portugueses, que se apoderaran de las ciudades de Compostella, Tuy y del puerto de la Coruña. Envió asimismo á mandar á su hermano don Tello que él por su parte fuese á la defensa de aquella provincia. Despachados estos socorros para Galicia y despedidas las Cortes, partióse luego á Sevilla con la fuerza de su ejército. A la verdad en el Andalucía era la mayor necesidad que se tenia de su persona, por la guerra que en ella hacian los moros y estar todavía Carmona rebelada y la armada de Portugal, que por aquella costa hacia mucho daño y tenia tomada la boca del rio Guadalquivir. Fueron en esta coyuntura muy á propósito las treguas que los maestres de Santiago y Calatrava asentaron con el rey de Granada; recibió gran contento el rey don Enrique con esta nueva, porque si en un mismo tiempo fuera acometido de tantos enemigos, parece que no tuviera bastantes fuerzas para podellos resistir á todos, dividido su ejército en tantas partes. Traian los portugueses en su armada diez y seis galeras y veinte y cuatro naves; mandó el Rey en Sevilla echar veinte galeras al agua, que no se pudieron poner todas en órden de navegar por falta de remos y jarcias, que los tenian dentro de Carmona por órden del rey don Pedro, que las mandó allí guardar para quitar la navegacion á Sevilla, si se intentase rebelar. Por esto hizo venir de la costa de Vizcaya otra armada de navíos y galeras, con que los castellanos quedaron tanto mas poderosos en el mar, que los portugueses no osaron esperar la batalla; antes perdidas tres galeras y dos navíos que les tomaron los contrarios, se volvieron desbaratados á Portugal. A este tiempo se hallaba menoscabada la flota portuguesa á causa que algunas de las galeras eran idas á Barcelona á llevar á don Martin, obispo de Ebora, y á don Juan, obispo de Silves, y á fray Martin, abad del monasterio de Alcobaza, y á don Juan Alfonso Tello, conde de Barcelos, que iban por embajadores para hacer alianza con el rey de Aragon. Mediante la diligencia destos prelados y del Conde, se confederaron estos reyes contra don Enrique en esta forma que el reino de Murcia y la ciudad de Cuenca y todas las villas y castillos de aquella comarca fuesen para el rey de Aragon, lo demás de Castilla quedase por el rey de Portugal, como señor y rey que ya se intitulaba de Castilla ; item, que para mayor firmeza desta avenencia tomase el rey de Portugal por mujer á la infanta doña Leonor, hija del rey de Aragon, con cien mil florines de dote; conciertos que no tuvieron efecto por causa que el rey de Portugal se embebeció en otros amores, y aun se casó de secreto con doňa Leonor Tellez de Meneses, bija de Alonso Tello, hermano del conde de Barcelos. Asimismo el rey de Aragon aflojó en lo tocante á la guerra de Castilla por el peligro en que tenia su isla de Cerdeña, que le traia

De grande importancia fueron las treguas que tan á tiempo se hicieron con el rey de Granada, y no de menor momento echar de la costa de Castilla la armada de los portugueses. Lo que restaba era concluir el cerco de Carmona, que no solo importaba el ganarla por hacerse señor de una tan buena villa, sino tambien era de mucha consideracion, por lo que tocaba á todo el estado de la guerra, quitar aquella guarida á todos los do la parcialidad de don Pedro, que necesariamente eran muchos y los mas soldados viejos y muy ejercitados en las armas. Determinóse pues el rey don Enrique de echará una parte el cuidado en que le tenia puesto esta villa; venida la primavera del año de 1371, llegó con todo su ejército sobre Carmona y la sitió. Fué este cerco largo y dificultoso, y pasaron entre los cercados y los del Rey algunos hechos notables en las continuas escaramuzas y rebatos que tenian. Los de la villa peleaban con grande ánimo y valor, y muchas veces á la iguala · con los que la tenian cercada. Tan confiados y con tan poco temor de sus enemigos, que de dia ni de noche no cerraban las puertas, ni jamás rehusaban la escaramuza, si los del Rey la querian; antes los tenian siempre alerta con sus continuas salidas. Sucedió que un dia se descuidaron las centinelas por ser el hilo de medio dia; los soldados recogidos en sus tiendas por el excesivo calor que hacia; advirtiéronlo desde la muralla los cercados, salieron de improviso de la villa, arremetieron furiosamente, ganaron en un punto las trincheas, y con la misma presteza sin detenerse corrieron derechos á la tienda del Rey para con su muerte fenecer la guerra. Dios y el apóstol Santiago libraron en este dia al Rey y al reino, que estuvo muy cerca de suceder un gran desastre, si algunos caballeros, visto el peligro, no le acorrieran prestamente y acudieran á entretener aquella furia é ímpetu de los enemigos hasta tanto que llegaron mas gente, con cuya ayuda despues de pelear gran rato con ellos dentro de los reales, los forzaron á que se retirasen á la villa tan mal parados, que no se fueron alabando de su osadía. El Rey, visto que no podia ganar por fuerza esta villa, mandóla escalar una noche con gran silencio. Subieron cuarenta hombres de armas y ganaron una torre, pero como lo sintiesen las centinelas y escuchas, tocaron al arma. Alborotáronse los de la villa, primero por pensar que

del todo era entrada, mas vueltos sobre sí y cobrado esfuerzo, rebatieron los que subieran en la muralla. Con el grande peso y priesa de los que bajaban se quebraron las escalas, con que quedaron dentro de la villa presos los mas de los que estaban en la torre. Venido el capitan Martin Lopez de Córdoba, que aquella noche no se halló en la villa, sin ninguna misericordia los hizo matar. El Rey recibió desto grande enojo, y despues de tomada la villa, vengó sus muertes con la de aquel que los mandara matar. Apretóse pues mas de allí adelante el cerco, no los dejaban entrar bastimentos. El capitan Martin Lopez de Córdoba, forzado de la hambre y necesidad, se dió finalmente á partido. Sin embargo, no obstante la seguridad que el maestre de Santiago le dió, á quien se rindió, le mandó el Rey justiciar en Sevilla, sin respeto del seguro y palabra, á trueco de vengar el enojo y pesar que le hizo en matalle sus soldados. Vinieron á poder del Rey los tesoros y hijos inocentes de don Pedro para que pagasen con perpetua prision los grandes desafueros de su padre. Concluida esta guerra, el rey don Enrique hizo que los huesos de su padre el rey don Alonso, como él lo dejara mandado en su testamento, fuesen trasladados á Córdoba á la capilla real que está detrás del altar mayor de la iglesia catedral, do se ven dos túmulos, el uno del rey don Alonso, y el otro de su padre el rey don Fernando, que tambien está en ella sepultado; aunque son humildes y de madera, no de mala escultura para lo que el arte alcanzaba en aquella era. A la sazon que el rey don Enrique estaba sobre Carmona tuvo nuevas como Pero Fernandez de Velasco le ganó la ciudad de Zamora y la redujo á su servicio, echados della los portugueses, y que sus adelantados Pero Manrique y Pero Ruiz Sarmiento tenian sosegada la provincia de Galicia, ca vencieron en una batalla á don Fernando de Castro, que era el principal autor de las revueltas de aquella comarca, y el que mas se señalaba en favor de los portugueses; y así, perdida la batalla, se fué con ellos á Portugal. En un cuerpo muelle y afeminado con los vicios no puede residir ánimo valeroso ni esforzado, ni se puede en los tales hallar la fortaleza que es necesario para sufrir las adversidades. Quebrantóse mucho el corazon del rey don Fernando de Portugal con los malos sucesos que hemos referido tuvo en la guerra con don Enrique; así oyó de buena gana los tratos de paz en que de parte del rey de Castilla le habló Alfonso Perez de Guzman, alguacil mayor de Sevilla, por cuya buena industria en 1.o de marzo se concluyeron las paces en Alcautin, villa de Portugal, con estas condiciones que el rey de Castilla le restituyese los pueblos que durante la guerra le ganara; que la infanta doña Leonor, hija del rey de Castilla, casase con el de Portugal; el dote fuese Ciudad-Rodrigo y Valencia de Alcántara en Extremadura, y Monreal en Galicia. Tuvo el Portugués gran ocasion de ensanchar su reino, mas todo lo pervirtieron los encendidos amores que tenia con doña Leonor de Meneses, como de suso se dijo, que pasaban muy adelante y estaban muy arraigados por tener ya en ella una hija, que se llamaba doña Beatriz. Esto le hizo mudar intento y no efectuar el casamiento con doña Leonor, infanta de Castilla. Envió á su padre una embajada para desculparse de su mudanza y para que le entregasen las villas y ciudades que él tenia

de Castilla, en señal que queria ser su amigo. Aceptó don Enrique,el partido y excusas de aquel Rey. En el entre tanto él se casó públicamente con doña Leonor de Meneses; fueron padrinos don Alfonso Tello, conde de Barcelos, y su hermana doña María, tios de la novia, hermanos de su padre; casamiento infeliz y causa de grandes males y guerras que por su ocasion resultaron entre Portugal y Castilla. Antes que este matrimonio se efectuase, como entendiesen los ciudadanos de Lisboa lo que el Rey queria hacer, pesóles mucho dello, y tomadas las armas, fueron con gran tropel y alboroto al palacio del Rey. Daban voces y decian que si pasase adelante semejante casamiento seria en gran menoscabo y desautoridad de la majestad del reino de Portugal, que con él se ensuciaba y escurecia la esclarecida sangre de sus reyes. Mas el obstinado ánimo del Rey no quiso oir las justas querellas de los suyos, ni temió el peligro en que se metia, antes se salió escondidamente de Lisboa, y en la ciudad de Portu públicamente celebró sus bodas, mudado el nombre que doña Leonor tenia de amiga en el de reina. Dióle un gran señorío de pueblos para que los poseyese por suyos, y mandó á los señores y caballeros que se hallaron presentes le besasen la mano como á su reina y señora. Hiciéronlo todos hasta los mismos hermanos del Rey, excepto don Donis, el cual claramente dijo no lo queria hacer, de que el Rey se encolerizó de suerte, que, puesta mano á un puñal, arremetió á él para herille. Libróle por entonces Dios; anduvo por el reino escondido hasta que se pasó al servicio y amistad del rey de Castilla. Desde entonces la nueva Reina comenzó á mandar al Rey y al reino, que no parecia sino que le tenia dados hechizos y quitádole su entendimiento; ella era la gobernadora, por cuya voluntad todas las cosas se hacian. Los caballeros de la casa de los Vazquez de Acuña se fueron desterrados del reino por miedo della, que estaba mal con ellos por la memoria de su primer casamiento y porque ellos fueron los autores del alboroto de Lisboa. Por el contrario, los parientes y allegados de doña Leonor fueron muy favorecidos del Rey, y les dió nuevos estados y dignidades; á don Juan Tello, primo hermano de la Reina, hijo del conde de Barcelos, dió el condado de Viana; á don Lope Diaz de Sosa, su sobrino, hijo de su hermana doña María Tellez de Meneses, el maestrazgo de la caballería de Christus; á otros muchos sus deudos hizo otras mercedes muy grandes. El mas privado del Rey y de la Reina era don Juan Fernandez de Andeiro, gallego de nacion, que en las guerras pasadas de la Coruña, de do era natural, vino á servir al Rey, y por esta causa le hizo conde de Oren. Con este caballero tenia la Reina mucha familiaridad, y estaba muchas veces con él en secreto y sin testigos, de que comunmente se vino á tener sospecha que era deshonesta su amistad, y públicamente se decia que los hijos que paria la Reina no eran del Rey, sino deste caballero. No se supo si esto era como se decia, que muchas veces el vulgo con sus malicias escurece la verdad, por ser los hombres inclinados á juzgar lo peor en las cosas dudosas, en especial cuando se atraviesan causas de envidia y odio. En el fin deste año el Rey don Enrique tuvo Cortes en Toro, en que por estar ya restituidos los pueblos que el rey de Portugal tenia en Castilla, que fué una de las cosas con que él se hizo á

los suyos mas odioso, se decretó que á la primavera se enviase ejército á la frontera de Navarra para cobrar las ciudades y villas que las revoluciones pasadas los navarros usurparon en Castilla. Al arzobispo de Toledo don Gomez Manrique por sus muchos servicios dió el Rey la villa de Talavera, y en trueque á la Reina, cuya era aquella villa, la ciudad de Alcaráz, que era del Arzobispo, el cual adquirió tambien á su dignidad la villa. de Yepes. Ordenóse en estas Cortes que los judíos y moros que habitaban en el reino mezclados con los cristianos, que era una muchedumbre grandísima, trujesen cierta señal con que pudiesen ser conocidos. Mandóse tambien bajar el valor de las monedas de cruzados y reales, que dijimos se acuñaron para del aprovechamiento é interés que se sacase dellas pagar los soldados extraños. No pareció que era bien por entonces consumillas por estar muy gastado el tesoro y hacienda real. En estas mismas Cortes quisiera el Rey que se repartieran entre los señores los otros pueblos de las behetrías que no fueron de la caballería de San Bernardo. Decia el Rey que esta licencia que tenian aquellos pueblos de mudar señores era de mucho inconveniente y causa de grandes escándalos y revueltas. Suplicáronje algunos grandes fuese servido de no hacer novedad en este caso por algunas razones que le representaron; á la verdad lo que principalmente les movia no era el pro comun, sino su particular interés ; así se quedaron en el estado que antes. Despedidas las Cortes, el rey don Enrique envió su ejército á Navarra como en ellas se acordara. Hízose la guerra algunos dias en aquel reino. Despues se convino con la Reina gobernadora que aquellos pueblos sobre que era la diferencia se pusiesen en secresto y fieldad del sumo pontífice Gregorio XI, lemosin de nacion, que fué en el principio deste año elegido por papa en lugar de su antecesor Urbano V. Este papa Gregorio ilustró asaz su nombre con la restitucion que hizo de la Silla Apostólica á su antiguo asiento de la ciudad de Roma. Entre los cardenales que crió, el primero fué don Pero Gomez Barroso, arzobispo de Sevilla, que falleció el cuarto año adelante en la ciudad de Aviñon. Era este prelado natural de Toledo, y los años pasados tuvo el obispado de Sigüenza. Dió asimismo el capelo á don Pedro de Luna, aragonés, hombre de negocios, y que con sus muchas letras colmaba la nobleza de su linaje. Púsose en los conciertos que el legado del Papa, cuya venida de cada dia se esperaba, fuese juez de todas las diferencias y pleitos que tenian Castilla y Navarra. Tomó estos pueblos en fieldad un caballero navarro, que se decia Juan Ramirez de Arellano, muy obligado á don Enrique por la merced que le hizo del señorío de los Cameros en remuneracion del gran servicio con que le obligó cuando no le quiso entregar á los reyes de Aragon y de Navarra en las vistas de Uncastel ó de Sos. Hizo este caballero juramento y pleito homenaje de tener estos pueblos en nombre de su Santidad, y de entregallos á aquel en cuyo favor se pronunciase la sentencia. Desta manera cesó por entonces la guerra entre Navarra y Castilla; sin embargo, poco despues el rey don Enrique fué á Búrgos, y envió su ejército á la frontera de Navarra, y contra lo capitulado, se apoderó de Salvatierra y de Santacruz de Campezo. Hecho que algunos excusaron, y decian que lo pudo hacer, porque como estas villas de su voluntad se

dieron al de Navarra, así él las podia ahora recebir, que de su voluntad tomaban su voz y se querian reducir á su servicio y obediencia. Logroño y Victoria ni por fuerza ni de grado quisieron por entonces mudar opinion, sino permanecer y tenerse por el rey de Navarra.

CAPITULO XVII.

De otras confederaciones que se hicieron entre los reyes.

Mayor era el miedo de la guerra que amenazaba de la parte del rey de Aragon, enemigo poderoso y que se tenia por ofendido. A muchas ocasiones que se ofrecian para estar mal enojado se allegó otra de nuevo, esto es, la libertad que se dió al infante de Mallorca don Jaime, rey de Nápoles, contra lo que el Aragonés deseaba y tenia rogado por medio del arzobispo de Zaragoza que no le diese libertad por ningun tratado que sobre ello le moviesen. Recelábase y aun tenia por cierto que pretenderia con las armas recobrar á Mallorca, como estado que fué de su padre. Por esta causa se trataron de aliar el Aragonés y el duque Juan de Alencastre para quitar el reino á don Enrique; intentos que se resfriaron por una muy reñida guerra que á esta sazon se encendió entre los franceses é ingleses. Al rey de Aragon tenia eso mismo con cuidado la guerra de Cerdeña; además que se temia del infante de Mallorca no viniese con las fuerzas de Francia, do se hacian muchas compañías de gente de guerra, á conquistar el estado de Ruisellon, fama que corria hasta decirse cada dia que llegaba. El papa Gregorio XI, deseoso de poner paz entre estos príncipes, envió á Aragon al cardenal de Cominge para que los concordase; venido, concertó seratificase el compromiso que tenian hecho, y se pusieron graves penas contra el que quebrantase las treguas que para este efecto se concertaron en 4 dias del mes de enero del año de 1372. Todavía el rey don Enrique, por recelo que el Papa no favoreciese en la sentencia mas al rey de Aragon que á él, entretuvo la conclusion mucho tiempo con dilaciones que buscaba y procurar otros medios para la concordia. En estos dias el mismo rey de Castilla se puso sobre la ciudad de Tuy y la tomó, que la tenian por el rey de Portugal Men Rodriguez de Sanabria y otros forajidos de Castilla. Envió otrosi en ayuda del rey de Francia, para mostrarse grato de la que dél tenia recebida, doce galeras con su almirante micér Ambrosio Bocanegra, capitan famoso y de ilustre sangre. El Almirante, juntado que se hobo con la armada de Francia, desbarató y venció la flota de los ingleses junto á la Rochela, tomóles todos sus bajeles, que eran treinta y seis navíos, prendió al conde de Peñabroch, general de los ingleses, y á otros muchos señores y caballeros, y les tomó una grandísima cantidad de oro que llevaban para los gastos de la guerra que querian hacer en Francia. Locual todo juntamente con el General y los prisioneros, que eran sesenta caballeros de espuelas doradas y de timbre, envió á Búrgos al rey don Enrique en señal de su victoria, que fué de las mas señaladas que en aquel tiempo hobo en el mar Océano. Deste Ambrosio Bocanegra, primer almirante de Castilla, decienden como de cepa los condes de Palma. La Rochela, que es una ciudad muy fuerte de Francia en Jantogne, y entonces se tenia por los ingle

HISTORIA DE ESPAÑA.

á

ses, con esta victoria se entregó al rey de Francia,
causa que los ciudadanos, perdida la flota de los ingle-
ses, tomaron las armas y echaron fuera la guarnicion
que tenian dentro de la ciudad. Derribaron asimismo
un castillo que les labraron los ingleses, y levantaron
banderas por Francia. Tenia el rey de Aragon tres hi-
jos en su mujer la reina doña Leonor, hija del rey de
Sicilia; estos eran el infante don Juan, heredero del
reino, y don Martin y doña Costanza, la que arriba di-
jimos casó con don Fadrique, rey de Sicilia. En el mes
de junio deste año se celebraron las bodas del infante
única
don Martin con la condesa doña María de Luna,
heredera del conde don Lope de Luna. Llevó en dote
los estados de Luna y de Segorve, y el Rey, padre dél,
le dió mas la baronía de Ejerica con título de condado,
y poco despues le hizo condestable del reino. El infante
don Juan desposó con doña Marta, hermana del conde
de Armeñaque, con dote de ciento y cincuenta mil fran-
cos; deste matrimonio nació la infanta doña Juana, que
casó adelante con Mateo, conde de Fox. En 22 dias del
mes de agosto á don Bernardino de Cabrera, nieto de
don Bernardo de Cabrera, hijo de su hijo el conde de
Osona, que por este tiempo falleció, le restituyó el Rey
el estado que era de su abuelo, excepto la ciudad de
Vique con una legua en contorno. Túvose lástima á una
nobilísima casa como esta, y al Rey y á la Reina remor-
dia la conciencia de la injusta muerte de tan gran se-
ñor y buen caballero como fué don Bernardo. Entre
Castilla y Portugal se volvió á encender la guerra con
mayor cólera y peligro que antes, por ocasion que los
portugueses tomaron ciertas naves vizcaínas que iban
cargadas de hierro y acero y de otras mercadurías de
las que lleva aquella provincia. No se sabe qué fuese
la causa por que los portugueses rompiesen la guerra.
A los forajidos de Castilla, que eran muchos, por
ventura pesaba de la paz y temian de ser en algun con-
cierto entregados á su señor, como se hiciera en tiem-
po del rey don Pedro. Hallábase á la sazon el rey don
Enrique en Zamora, dende envió su embajador á
Portugal á que pidiese la restitucion de los navíos,
emienda y satisfaccion de los daños, con órden de
denunciarles la guerra si no lo quisiesen hacer. Destos
principios se vino á las armas. Don Alonso, hijo bas-
tardo del rey de Castilla, fué despachado para que die-
se guerra á Portugal por la parte de Galicia y cercase
á Viena. Al almirante Bocanegra se dió órden que ar-
mase doce galeras en Sevilla y fuese con ellas á correr
la costa de Portugal. Tenia don Enrique buena ocasion
para hacer alguna cosa notable, por estar el rey don
Fernando mal avenido con los de su reino. Por no per-
der esta oportunidad dejó en Zamora el carruaje que le
podia embarazar, y entró en Portugal poderosamente
destruyendo los campos, robando los ganados y que-
mando los lugares y aldeas que topaba. Tomó las villas
de Almoida, Panel, Cillorico y Linares. Esto fué en los
postreros dias deste año. En esto tuvo cartas del car-
denal Guido de Boloña, que era llegado á Castilla por
legado del papa Gregorio á poner paz entre él y el rey
de Portugal. Envióle don Enrique á rogar le esperase
en Guadalajara, do quedó la Reina. Replicóle el Carde-
nal que no era justo estarse él quedo sin hacer diligen-
cia en aquello para que el Papa le mandaba, que era

estorbar la guerra que tan trabada veia. Con esto se dió
priesa á caminar hasta que llegó á Ciudad-Rodrigo,
con intento de hablar á ambos los reyes. En el entre
tanto Portugal se abrasaba en guerra y era miserable-
mente destruido, ca en principio del año de 1373 el rey
don Enrique tomó por fuerza de armas y forzó la ciu-
dad de Viseo, que se entiende es la que antiguamente
se llamaba Vico Acuario. De allí dió vista á la ciudad de
Coimbra; no le pareció detenerse en cercalla, antes se
determinó de ir en busca de su enemigo, que tenia
nueva alojaba con su ejército en Santaren. Quisiera mu-
cho venir con él á las manos y darle la batalla; pero,
aunque llegó cerca del pueblo, no osó el Portugués sa-
lir de los muros por no tener suficiente ejército para
poder hacer jornada, ni tampoco se fiaba de la voluntad
de sus soldados. Sabia que tenia á muchos desconten-
tos; en particular su hermano don Donis se era pasado
á Castilla por medio de Diego Lopez Pacheco, caballe-
ro portugués, al cual en remuneracion de haber he-
cho lo mismo, le hizo el Rey merced de Béjar. Este
persuadió al infante don Donis, que vió andaba congo-
jado y desabrido, hiciese lo que él, y con esto se ven-
gase de los agravios que de su hermano tenia recebidos.
Visto pues que el rey de Portugal esquivaba la batalla
el de Castilla pasó á Lisboa. Luego que llegó se apode-
ró de los arrabales de la ciudad, que 'entonces no esta-
ban cercados, en que los soldados pusieron fuego á muy
riços edificios. La parte alta de la ciudad, que llaman
la villa, era fuerte y bien cercada, y tenia dentro gente
valerosa que la defendió esforzadamente, que fué cau-
sa que don Enrique no la pudo ganar; pero quemó mu-
chos navíos que surgian en el puerto, otros tomó el
armada de Castilla que por mandado del Rey era allí
venida; fueron muchos los cautivos que prendieron y
grande el despojo que se hobo. En este medio tiempo
el Cardenal legado no reposaba, hablaba muchas veces
al un rey y al otro sin excusar ningun trabajo, ni el
riesgo en que ponia su salud con tantos caminos como
hacia. Tanta diligencia puso, que en 28 dias del mes
de marzo los reyes y el Legado se hablaron en el rio
Tajo en una barca junto á Santaren, y se concertaron
debajo de las condiciones siguientes: que el rey de Por-
tugal, dentro de cierto término que señalaron, echase
de su reino los forajidos de Castilla, que serian como
quinientos caballeros; que los pueblos tomados por
ambas las partes en aquella guerra se restituyesen;
doña Beatriz, hermana del rey de Portugal, casase
que
con don Sancho, hermano del rey de Castilla y conde
de Alburquerque; y doña Isabel, hija natural del mis-
mo rey de Portugal, casase con don Alonso, conde de
Jijon, hijo bastardo del rey don Enrique. Estas fueron
las condiciones con que se hicieron las paces; el rey
don Fernando dió ciertos relienes para seguridad que
cumpliria lo capitulado. Celebráronse luego en Santa-
ren las bodas de don Sancho y de doña Beatriz; doña
Isabel se puso en poder del rey don Enrique, que á
causa de su edad de solos ocho años no podia efectuar-
se el matrimonio. Compuestas en esta forma las dife-
rencias que estos príncipes tenian, hechos amigos se
partieron de Santaren; el rey don Enrique volvió toda
ja fuerza dela guerra contra Navarra, y con su ejército
fué á la ciudad de Santo Domingo de la Calzada para

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entrar por aquella parte. Intervino tambien el Legado apostólico entre estos reyes, y por su medio se concordaron. El rey de Navarra restituyó al de Castilla las ciudades de Logroño y Victoria; demás desto, se concertaron desposorios entre doña Leonor, hija de don Enrique, y don Cárlos, hijo del rey de Navarra, y que se diesen al Navarro ciento y veinte mil escudos de oro, pagados á ciertos plazos por razon de la dote, y en recompensa de lo que tenia gastado en la fortificacion y reparos de los dichos pueblos que entregó al de Castilla. Viéronse los reyes en Briones, villa que está á los mojones de los dos reinos; allí se hicieron los desposorios de los dos infantes don Cárlos y doña Leonor, y por prenda y mayor firmeza destas paces el rey de Navarra envió á Castilla al infante don Pedro, que era el menor de sus hijos, para que se criase en ella. Cuando el rey de Navarra volvió de Francia en España halló que don Bernardo, obispo de Pamplona, y Cruzate, dean de Tudela, los que arriba dijimos dejó por coadjutores de la Reina para lo tocante al gobierno, no habian administrado las cosas como era razon y eran obligados. Indignóse mucho contra ellos, tanto, que de miedo se ausentaron fuera del reino. El Dean fué por asechanzas muerto en el camino, sospechose que por mandado del Rey; el Obispo fué mas dichoso, que tuvo lugar de huirse en Aviñon. De allí pasó á Roma con el papa Gregorio, y murió en Italia sin volver mas á España. Tales fines suelen tener los que no corresponden á la confianza que dellos hacen los príncipes, aunque tambien es verdad que muchas veces en los reinos se peca á costa y riesgo de los que gobiernan, sin culpa ninguna suya; esto especialmente acontece cuando los reyes son fieros é implacables, como se refiere lo era el rey Carlos de Navarra.

CAPITULO XVIII.

De las paces que se hicieron con el rey de Aragon.

Despedidas las vistas de Briones y asentada la esperanza de la paz de España, el rey de Castilla se fué al reino de Toledo, y el de Navarra se tornó á su reino; dende envió á la Reina, su mujer, á Francia para que aplacase y satisficiese aquel Rey, que estaba malamente airado contra él, por entender hobiese persuadido á ciertos hombres que le diesen yerbas, los cuales fueron presos, y convencidos del delito, pagaron con las cabezas. El Navarro, partida su mujer, fué en persona á la villa de Madrid para tratar con el rey don Enrique que dejase la parte de Francia y favoreciese á los ingleses; que si pagaba lo que el rey don Pedro debia al príncipe de Gales del sueldo que él y sus soldados ganaron cuando vinieron á Castilla á restituille en el reino, el rey de Inglaterra y sus hijos el Príncipe y el duque de Alencastre se apartarian de la demanda del reino de Castilla y de los demás derechos que contra él pretendian. Respondió el de Castilla que en ninguna manera desampararia al rey de Francia ni dejaria su amistad, ca tenia muy en la memoria el grande amparo que halló en él cuando salió huido de Castilla; todavía si ellos hiciesen paces con Francia, que de muy buena gana entraria á la parte, y satisfaria con

dineros á los ingleses cuanto señalasen los jueces que para arbitrarlo se podrian nombrar en conformidad. Con tanto el Navarro, sin alcanzar lo que pretendia, se volvió á Pamplona, don Enrique partió para el Andalucía. Siguióse otra pretension y demanda de una buena parte de Castilla. La condesa doña María, hija de don Fernando de la Cerda y de doña Juana, hermana de don Juan de Lara el Tuerto, en Francia casara con el conde de Alanzon, nobilísimo señor de la sangre real de Francia, de quien tenia muchos hijos; envió un embajador á pedir al Rey le mandase entregar los estados de Vizcaya y Lara, que por ser hija de doña Juana de Lara y ser muertos todos los que la precedian en derecho le pertenecian. Venido el Rey del Andalucía á Búrgos, se trató en aquella ciudad deste negocio, que tuvo muy apretados al Rey y á su consejo; por una parte parecia que esta señora pedia razon en que se le admitiese su demanda y se le hiciese justicia; por otra era cosa dura, y de que podian resultar grandes daños, enajenar dos estados de los mas grandes y mas ricos de Castilla y ponerlos en poder de franceses. Despues de muchas consultas y acuerdos respondió el Rey con artificio á la Condesa que holgaria volviesen estos estados á su casa, á tal que le enviase para dárselos dos hijos que se quedasen á vivir en su corte; que Vizcaya y Lara eran tan grandes señoríos, que era forzoso á los reyes de valerse muchas veces del servicio de los señores que los poseian, y por esta causa no podian dejar de residir dentro del reino. Con esta aparencia de buen despacho

y

de venir en lo justo fué despedido el embajador; mas bien se entendió que no le daban nada, por ser cosa cierta que ninguno de cinco hijos que tenia la Condesa aceptaria la oferta del Rey, como ninguno lo aceptó. Los tres poseian en su tierra tres grandes condados, de Alanzon, Percha y Estampas, y no se quisiero desnaturalizar de su patria, en que eran ricos y poderosos. Los otros dos eran prelados, y no podian heredar estados seculares. Por el mes de octubre deste año Baltasar Espinula, ginovés, vino á Aragon con embajada de los ingleses para confederarse con aquel Rey contra el de Castilla; prometíanle, en caso que se ganase aquel reino, las ciudades de Murcia, Cuenca, Soria y todas las villas adyacentes á ellas. El de Aragon, oida esta demanda, como era sagaz y de grande ingenio, no hizo caso destas ofertas por tener en mas la amistad del rey don Enrique, que en aquella sazon era tenido por famoso capitan, muy poderoso por lo mucho que sus vasallos le querian, y le caia muy cerca de sus estados; además que era mucho de temer tomar por enemigo al que tenia tanta noticia de las cosas de Aragon, y en aquel reino muchos aficionados que ganara el tiempo que anduvo en él huido, y aun en Aragon se tenia entendido que Dios con particular providencia le puso de su mano en aquel reino y le quitó á su contrario. Muchos asimismo se amedrentaban por señales que se vieron en el cielo, en especial un gran temblor de tierra que por el mes de febrero sucedió en el condado de Ribagorza, con que se hundieron muchos pueblos. Los supersticiosos interpretaban que por aquella parte amenazaba algun gran desastre al reino. Dióse á esto mas crédito porque en los confines de Ruisellon se vian ya juntas muchas compañías de hombres de ar

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