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tercera parte de sus soldados, y á los embajadores mandó fuesen delante y animasen á los suyos con la nueva del socorro que les enviaba; pero luego que partieron los embajadores, hizo desembarcar los soldados, á causa que el ejército de los españoles llegaba ya á vista de la ciudad, y el Cónsul pretendia darles la batalla lo mas presto que pudiese. Con este intento, á la tercera muda ó vigilia de la noche sacó todas sus gentes de sus reales, y pasado que las hobo á sordas de la otra parte de donde los enemigos tenian sus reales, mandó que entre dos luces tres compañías, llamadas cohortes, se arrimasen á las trincheas de los contrarios y las combatiesen. Los bárbaros, dado que alterados de cosa tan repentina y maravillados que los romanos se mostrasen por las espaldas á quien el dia antes habian tenido por frente, mas porque el enemigo los acometia y desafiaba á la pelea, sin órden y sin concierto con el furor que la saña les daba, salen por todas las puertas, y de tropel siguen á los romanos, que se retiraban segun que les era mandado. Fué la carga que los españoles les dieron tan grande, que sin embargo del poco órden que llevaban, rompieron la caballería romana y la pusieron en huida. Alteróse otrosí la gente de á pié; pero como luego volviesen á ponerse en órden y se mejorasen de lugar, reprimieron el ímpetu y furia de los enemigos. La pelea fué por algun espacio dudosa, hasta tanto que ciertas compañías sobresalientes de una legion que tenian de respeto entraron de refresco; con esto el enemigo, que á mano izquierda y en el cuerpo de la batalla llevaba lo peor, comenzó á ciar, y despues, puesto en huida, se retiró á sus estancias. En la pelea y en el alcance dicen fueron muertos cuarenta mil españoles. La noche siguiente, despues que los soldados romanos reposaron algun tanto, salieron á correr los campos y heredades de Ampúrias, daño que movió á los ciudadanos, principalmente por no tener esperanza de poderse defender, á rendirse aparejados á hacer lo que el vencedor les mandase y ayudalle con todas sus fuerzas. Recibiólos Caton y tratólos con mucha humanidad, tanto, que á la guarnicion de los soldados comarcanos que allí halló, dejó ir libremente sin algun castigo ni rescate. Con esta victoria, como quedase apaciguado todo lo que hay de España desde allí hasta el rio Ebro, el Cónsul se partió para Tarragona. De cuya ausencia tomaron los bergistanos ocasion para levantarse, pero con la misma presteza fueron apaciguados. Tornaron segunda vez á alborotarse; sujetáronlos de nuevo, y vendiéronlos á todos por esclavos: hecho cruel, mas necesario castigo para que los demás quedasen avisados de no alborotarse tantas veces. El asiento de los Bergistanos quién le pone donde ahora está la ciudad de Tiruel, quién sospecha que estaba cerca de la ciudad de Huesca, do al presente hay un pueblo llamado Bergua. Pretendia Caton pasar con su campo á los Turdetanos, pueblos, como se ha dicho, de la Bética ó Andalucía, de quien tenia aviso que despues que fueran vencidos por el pretor Manlio con sus gentes y las de Neron, llamaban en su ayuda á los celtíberos para volver á la guerra y á las armas. Antes que partiese, por tener seguras las espaldas, se determinó de quitar las armas á todos los pueblos que caian antes de pasar el rio Ebro: notable resolucion, á propósito de sosegar aquella gente, pero que los alteró de tal manera, que algunos to

maron la muerte por sus manos por no verse despojados de lo que tenian mas caro que las mismas vidas. Por esta causa el Cónsul, mudado de parecer, despachó embajadores á todas partes con órden que en un mismo dia las murallas de todas aquellas ciudades fuesen abatidas por tierra. Hizose así, y juntamente llegó aviso que el pretor Manlio con no menor presteza apaciguara las alteraciones de los Turdetanos. Por donde dejada aquella empresa, el cónsul Caton entró por la tierra adentro, y pasado el rio Ebro, no paró hasta Segoncia, que hoy es Sigüenza, en que por la fortaleza de aquella plaza los celtiberos tenian recogidas sus riquezas. Era grande el despojo; la dificultad de apoderarse de aquella ciudad tanta, que perdida la esperanza de salir con ello, pasó á Numancia, como se entiende de Aulo Gellio. No se hizo cosa de mayor momento por aquellas partes. Hácia los Pirineos se le rindieron los Ceretanos, los Ausetanos y los Suesetanos. Sujetó asimismo los Cacetanos, que por caer algo mas léjos andaban alterados. Por esta manera apaciguada España y aumentadas las rentas de Roma por causa de las minas de oro y de plata que hizo beneficiar con mas cuidado que antes, y por venir nuevos pretores de Roma para el gobierno de España, Caton dió la vuelta y fué á Roma. Alli fué recebido con un solemne triunfo, en que llevaba de plata acuñada y en barras ciento y cuarenta y ocho mil libras, y del oro que llamaban oscense, quinientas y cuarenta. Hizo á sus soldados un donativo, en que á cada hombre de á pié dieron siete ases, y al de á caballo tres tanto. Despues desto, por toda la vida tomó y tuvo á España debajo de su proteccion y amparo, y la defendió de todo agravio; que propio es de grandes varones, cual fué Caton, vengar las injurias con buenas obras, y pasada la contienda, usar de benignidad para con los caidos. En Roma, por voto que hizo en Ampúrias, dedicó dos años adelante una capilla con advocacion de Victoria, vírgen, como se lee en Livio y lo refiere Victor en un librito de las regiones de la ciudad de Roma. Las monedas, que se hallan muchas en España acuñadas con el nombre de Caton, tienen grabadas estas palabras: Victoriae victrici; á la Victoria vencedora; por donde se sospecha que la letra en aquellos dos autores está errada.

CAPITULO XXVI.

De diferentes pretores que vinieron á España.

Muchos pretores despues desto vinieron de Roma al gobierno de España, cuyos nombres pondrémos aquí, sin señalar con mucho cuidado los tiempos, ni de todo punto dejarlos. Los primeros en este cuento serán Lucio Digicio, pretor de la citerior, famoso por la corona mural que ganó cuando Cartagena fué entrada; y con él vino tambien á la ulterior Publio Scipion Nasica, hijo que fué de Gneio Scipion, y por decreto del Senado de Roma juzgado por el mas santo de toda la ciudad. Sucedieron á estos y gobernaron en un tiempo las Españas Marco Fulvio Nobilior, sucesor de Digicio; este puso á Toledo, ciudad entonces pequeña, pero fuerte por su sitio, en poder de los romanos, y con él vino Cayo Flaminio en lugar de Scipion. A este prorogaron el tiempo del gobierno. En lugar de Fulvio vino Lucio Emilio Paulo, el que adelante ganó renombre de Ma

cedonio, por haber vencido al rey de Macedonia, llama-bajadores de España pusieron contra algunos de los

do Perseo. Despues destos vino por pretor de la España citerior Lucio Plaucio Hipseo, y para la ulterior señalaron á Lucio Bebio Divite, en cuyo lugar, porque le mataron en la Liguria, que es el ginovés, vino Publio Junio Bruto. Por espacio de dos años enteros adelante tuvo el gobierno de la España citerior Lucio Manlio Acidino, y de la ulterior Cayo Catinio, sin que sucediese cosa que de contar sea. Por sucesores de Acidino y Catinio señalaron á Cayo Calfurnio Pison y Lucio Quincio Crispino, el año de la fundacion de Roma de 568, en el cual año, antes que llegase el nuevo gobernador, murió Catinio en la Lusitania en una batalla que trabó con los naturales cerca de un pueblo llamado Asta. Pasados dos años, tomó el gobierno de la citerior Aulo Terencio Varron, y de la ulterior se encargó Paulo Sempronio Longo. A estos sucedieron Publio Manlio en la España ulterior, aquel que, siendo cónsul Marco Caton, tuvo el gobierno y fué pretor de la misma provincia; y á la citerior vino Quinto Fulvio Flaco, el que en los Carpetanos, que es el reino de Toledo, venció gran número de celtiberos en una batalla muy brava que les dió junto á un pueblo llamado Ebura, el cual entiendo que Ptolemeo llama Libora, y hoy es Talavera, como se probará en otra parte. Tuvieron estos pretores el gobierno de España dos años, y de Roma fueron enviados otros nuevos, es á saber: á la. ulterior Lucio Postumio Albino, y á la citerior Tiberio Sempronio Graco, el que fué padre de los Gracos, y tuvo por mujer á Cornelia, hija de Scipion el Mayor, de quien arriba se trató en la segunda guerra Púnica. Scipion el Menor, dicho tambien Africano, casó otrosí con Cornelia, hija de Cornelia y de Graco, y nieta de Scipion el Mayor. Por el esfuerzo y buena maña deste pretor Graco se ganaron muchas victorias, y Numancia por su industria hizo la primera vez confederacion con los romanos, como lo dice Plutarco. Demás desto, donde hoy está Agreda sobre Numancia, la ciudad de Gracurris tomó su apellido deste Graco, quier por haberla él edificado, quier sea porque la ensanchó y ennobleció con nuevos edificios. Hállanse monedas en España con el nombre de Gracurris y el de Albino juntamente. Año de la fundacion de Roma de 576, Marco Titinio Curvo fué elegido en pretor de la España citerior; de la ulterior Quinto Fonteyo. Estos tuvieron el cargo por espacio de tres años, los cuales pasados, no se sabe qué pretores viniesen á España; dado que hay memoria que el año 579 Apio Claudio Centon, por la victoria que ganó de los celtiberos, entró en Roma con ovacion. Tambien se sabe que el año siguiente vinieron por pretores de la ulterior Servilio Cepion, de la citerior Furio Filon. Sucediéronles Marco Mancieno y Gneio Fabio Buteon; pero á causa que Buteon falleció en Marsella del mal que la mar le hizo, por mandado del Senado, Furio continuó su gobierno de la España citerior, hasta tanto que el año siguiente de 582 á Marco Junio cupo por suerte lo de la citerior, y la ulterior al pretor Spurio Lucrecio. Pasado este año, sucedió una cosa muy notable, y fué que juntaron las dos Españas debajo de un gobierno, y las encargaron al pretor Lucio Canuleyo. Este en Roma antes que se partiese, fué nombrado por juez sobre cierta acusacion que em

pretores pasados, que decian haber robado y cohechado la provincia; pero fueron dados por libres, por acostumbrar los senadores romanos de usar de severidad con los demás y disimular unos con otros, con grande sentimiento y envidia del pueblo y en gran perjuicio de su buena fama. Verdad es que para apaciguar las quejas de los naturales se les otorgó que los gobernadores romanos no vendiesen el trigo á la postura y tasa que ellos mismos hacian, como lo tenian de costumbre, y que los españoles no fuesen forzados á encabezarse y arrendar el alcabala que llamaban vicésima, porque se pagaba úno por veinte, á voluntad del Pretor; que no hobiese arrendadores de los tributos, sino que el cuidado de cobrar y beneficiar aquellas rentas se encomendase á los pueblos. Otra embajada se envió de España á Roma para saber qué se debia hacer de los bastardos, que llamaban comunmente hibridas, y eran hijos de soldados romanos y madres españolas, y pedian campos donde morasen y labrasen. Respondió el Senado que se les diesen como lo pedian á los que el pretor Canuleyo de aquella muchedumbre de hombres, que pasaban de cuatro mil, juzgase se debia dar libertad, ca eran tenidos por esclavos, y que los llevase á Carteya con nombre y privilegio de colonia, que fué la primera que hobo de romanos en España, y por esta causa Carteya se llamó colonia de los Libertinos. Entiéndese que esta poblacion es la que hoy se llama Tarifa. Canuleyo, pasados dos años de su gobierno, tuvo por sucesor á Marco Marcello, año de la fundacion de Roma 585. Este fundó á Córdoba, ciudad principal en la Bética ó Andalucía, madre de grandes ingenios. A lo menos Estrabon así lo dice, que Córdoba fué fundada por Marco Marcello; á algunos parece que sucedió en este tiempo cuando fué pretor, y no adelante cuando hecho cónsul volvió á España y á su gobierno. Las conjeturas que para decir esto tienen, ni son concluyentes, ni del todo vanas, ni hay para qué se relaten. Lo cierto es que Silio Itálico hace mencion de Córdoba en tiempo de Anibal, y puédese entender que su fundacion fué antes deste tiempo, y que atribuyeron á Marco Marcello la gloria de ser fundador de Córdoba, porque la ennobleció con edificios y con darle, como le dió, título y derecho de municipio romano. Sucedió á Marcello Fonteyo Balbo. Despues deste tornaron á dividir á España en dos gobiernos, y así la gobernaron Gneio Fulvio y Cayo Licinio Nerva en el tiempo que Júdas Macabeo, capitan nobilísimo de los judíos, hizo confederacion con los romanos, de quien sabia extendian sus victorias y sus armas, no solo hasta la Asia, sino que tenian asimismo sujeta á España, y con las minas de oro y plata que en ella poseian, crecian de cada dia mas en poder y en grandeza. Con esto se acabará la cuenta de los pretores, porque si pasase adelante, daria mas fastidio que gusto. Ni tampoco es cosa fácil recogellos todos y continuar siempre la historia sin quiebra por la falta que tenemos de las memorias antiguas. Demis que no conviene ni es razon embutir los anales de España con la grosura de las cosas romanas, como si de suyo fuesen faltos, y con ripia y materiales juntados de otra parte tapar las hendeduras que tienen nuestras historias en muchos lugares.

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LIBRO TERCERO.

CAPITULO PRIMERO.

Del principio de la guerra de Numancia.

UNA guerra muy larga y muy brava se emprendió en España el año que se contada 601 de la fundacion de Roma, dudosa por los varios trances de las batallas que se dieron, y cuyo remate últimamente fué muy perjudicial para España. Los primeros movedores destas alteraciones fueron los numantinos, gente asaz feroz y brava, por estar cansados del señorío de Roma y irritados con los agravios que los romanos les hacian. La ciudad de Numancia, temblor que fué y espanto del pueblo romano, gloria y honra de España, estuvo antiguamente asentada en la postrera punta de la Celtiberia, que miraba hacia el septentrion, entre los pueblos llamados Arevacos. Mas de una legua sobre la ciudad de Soria, donde al presente está la puente de Garay, no lėjos del nacimiento del rio Duero, se muestran los rastros de aquella noble ciudad. Era mas fuerte por el sitio que por otros pertrechos hechos a mano. Su asiento en un collado de subida no muy agria, pero de dificultosa entrada, á causa de los montes que la rodeaban por tres partes. Por un solo lado tenia una llanura de mucha frescura y fertilidad, que se tiende por la ribera del rio Tera espacio de tres leguas hasta que mezcla sus aguas con las del rio Duero. A la costumbre de los lacedemonios, ni estaba rodeada de murallas, ni fortificada de torres ni baluartes, antes á propósito de apacentar los ganados, se extendia algo mas de lo que fuera posible cercarla de muros por todas partes. Bien que tenia un alcázar, de donde podian hacer resistencia á los enemigos, y en las asonadas de guerra solian encerrar en él todo lo que tenian, sus preseas y sus alhajas. El número de los ciudadanos era mediano hasta cuatro mil hombres de armas tomar, dado que otros doblan este número y dicen que podian poner en campo ocho mil soldados. Por la manera de vida que tenian y los muchos trabajos á que se acostumbraban, endurecian los cuerpos y aun fortalecian los ánimos. Grande era la osadía que tenian para acometer la guerra, y mucha la prudencia para continualla. Sempronio Graco, en el tiempo que tuvo el gobierno de la España citerior, hizo con los Numantinos y con otros pueblos comarcanos asiento y confederacion con estas condiciones: que no edificasen pueblos ni fortalezas ni las fortificasen sin avisar dello al Senado romano; pagasen el tributo cuanto y en los pueblos que les fuese ordenado; siguiesen los reales de los romanos cada y cuando que para ello fuesen llamados. Estaba otrosí y se contaba entre los pueblos Arevacos otra ciudad llamada Segeda, de cuarenta estadios en circuito. Apiano la pone en lo postrero de la Celtiberia entre los pueblos llamados Belos, por ventura donde al presente está la ciudad de Osma. Esta ciudad y á su ejemplo los pueblos que llamaban Titios, á ella comarcanos, encendidos en deseo de

cosas nuevas, comenzaron en puridad á confederarse con otros pueblos sus vecinos, y junto con esto á fortificar sus murallas, sin dejar cosa alguna que fuese á propósito para defenderse y ofender si alguno les diese guerra. Como por el Senado romano les fuese vedado pasar adelante en aquellas fortificaciones y les mandasen pagar el tributo que conforme á lo asentado eran obligados, demás desto, que los que tuviesen edad de tomar armas acudiesen al campo de los romanos, con diversas excusas que alegaban, se entretenian y excusaban de hacer lo que les era mandado. De aquí nació la primera ocasion de aquella guerra, en que se envolvió tambien Numancia por estar á ellos cercana y tener otrosí con los belos hecho asiento de juntar con ellos las armas y fuerzas contra los romanos. Ellos, con recelo que si al principio no hacian caso podria cundir aquel mal, determinaron de tomar luego las armas. Por aquel mismo tiempo se hacia la guerra en la Lusitania entre los romanos y un capitan de la tierra llamado Cesaron, el cual, con grande voluntad de toda la provincia, tomó á su cargo de restituir la en su antigua libertad. Fué primero lugarteniente, y despues sucesor de otro caudillo de aquella gente llamado Africano, que no mucho antes se levantara tambien contra los romanos, pero fué muerto de una pedrada que le dieron desde una ciudad que batia y pretendia forzar. Estas alteraciones, luego que en Roma se supieron, pusieron en gran cuidado á los del Senado en tanto grado, que despues que Lucio Mummio fué señalado por pretor de la España ulterior, acordaron para domar los celtiberos, gente indómita y feroz, que partiese para la España citerior uno de los cónsules con ejército consular. Esto acordado, con una priesa no acostumbrada hicieron que los cónsules que solian ser nombrados por el fin de diciembre y comenzar el oficio adelante mediado el mes de marzo, aquel año se anticipasen y diesen principio á su gobierno desde el primero dia del mes de enero, acuerdo que deste principio se continuó adelante. Fué pues enviado á España el cónsul Quinto Fulvio Nobilior con muchas compañías de socorro. No. ignoraban los segedanos que todo aquel aparato de guerra se enderezaba á su daño y á su perdicion. No tenian acabadas las fortificaciones de su ciudad; así, enviaron sus mujeres y hijos á los Arevacos para mayor seguridad, y ellos para apercebirse de lo necesario nombraron por su capitan un hombre llamado Caro, que tenia grande experiencia en las armas. Este, con intento de hacer algun efecto y con algun buen principio ganar mayor reputacion, armó una celada contra el campo del Cónsul que era llegado, y traia consigo hasta treinta mil hombres. Sucedióle bien su pensamiento, ca mató seis mil de los contrarios, y puso en huida á los demás. Pero como siguiese desapoderadamente el alcance, la caballería romana que venia en la retaguarda revolvió sobre él, y le quitó la victoria de las manos y

los lusitanos casi por toda España á manera de triunfo y para muestra de valentía. Descuidáronse con la prosperidad, que dió ocasion á Lucio Mummio poco adelante para que con los suyos, que eran en número hasta cinco mil, y con ellos se habia entretenido en lugares fuertes, cargase sobre los contrarios de improviso en cierta fiesta que hacian para celebrar la victoria que ganaron. Desbaratólos fácilmente, y con la victoria recobró muchas banderas de las que perdiera antes. En lugar de Cesaron, que parece murió en aquel rebate, sucedió otro que se llamaba Canteno. Este, en los pueblos llamados Cunios, en aquella parte del Andalucía donde hoy esta Niebla, se apoderó de Cunistorgis, ciudad que era de los romanos, de donde pasó al estrecho de Cádiz, y desde allí una parte del ejército se fué á Africa, por miedo de los romanos, ó por ser de aquella tierra, ó por ventura era su orgullo tan grande, que les parecia para su valor ser estrecha toda España. Los demás de aquel ejército por el pretor Mummio, que se rehizo de soldados y tenia hasta nueve mil hombres, fueron trabajados y deshechos en algunas batallas que les dió. Por conclusion, pasó á cuchillo otro escuadron de aquella gente, sin dejar ni uno solo que pudiese llevar á su patria las tristas nuevas, con que en fin los de Lusitania se sosegaron y redujeron á lo que era razon. Por estas cosas se determinó el año siguiente, que se contó 602 de la fundacion de Roma, que Mummio en Roma triunfase. En lugar de Fulvio, sabido su desas

la vida; destrozó otrosí gran número de los suyos. Dióse esta batalla á 29 de agosto, dia en que Roma celebraba las fiestas de Vulcano, que llamaban Vulcanalia. El espanto y daño de ambas partes fué tan grande, que los unos y los otros, si no eran forzados, rehusaban por algunos dias de encontrarse. La misma noche los arevacos se juntaron en Numancia, que la batalla se dió por allí cerca, y en lugar de Caro nombraron por sus capitanes á Haraco y á Leucon, y aparte por capitan de los numantinos fué nombrado otro hombre llamado Lintevon. El tercero dia despues de aquella pelea asentó el Cónsul sus reales á cuatro millas de Numancia; fuera de las demás gentes tenia diez elefantes y quinientos caballos númidas, que Masinisa poco antes de Africa le enviara de socorro. Desafió el Cónsul á los enemigos, que asimismo determinaron de probar ventura y encomendarse á sus manos. Dióse otra batalla, en la cual ya que estaba trabada, alargadas las hileras de los romanos, se hicieron adelante los elefantes, con cuya vista los celtiberos, por no estar acostumbrados, se espantaron así hombres como caballos, y vueltas las espaldas, se metieron en la ciudad. Iban los romanos en pos dellos, y por amonestacion del Cónsul pretendian á vueltas de los que huian entrar la ciudad; hiciéranlo así si no fuera por un elefante, que herido en la cabeza con una gran piedra, con la furia del dolor, como acontece, se embraveció de tal suerte, que así él como á su ejemplo los demás elefantes, bestias peligrosas en la guerra, vueltos contra los suyos, pusieron en desórden ytre y la apretura en que se hallaba, enviaron al cónsul confusion á los romanos, y dieron la muerte á todos los que se les ponian delante. Los numantinos, visto lo que pasaba y la buena ocasion que se les presentaba, hicieron una salida, con que hirieron en los romanos y los forzaron á recogerse á sus reales. Dellos en dos encuentros perecieron cuatro mil hombres, y de los celtíberos dos mil. Estaba por aquellas partes una ciudad llamada Ajenia, plaza y mercado donde acudian los mercaderes de la comarca á sus tratos. Desta ciudad, despues de la batalla susodicha, pretendió el Cónsul apoderarse, mas fué rechazado con afrenta y pérdida de soldados. Divulgadas que fueron estas cosas, la ciudad de Ocile, donde los romanos tenian recogidos su bagaje y su almacen, se pasó á los celtiberos; que muchas veces la fe y lealtad andan al paso de la fortuna, y la blanda y muchas veces engañosa esperanza de libertad hace despeñar á muchos. Con esto espantado el Cónsul, y temiendo que las otras ciudades no imitasen este ejem plo, barreado que hobo los reales que tenia cerca de Numancia, invernó allí con su campo, donde por la falta de vituallas y fuerza del frio pereció gran parte de los soldados. Esto sucedió en la España citerior; en la ulterior por el mismo tiempo Mummio hacia guerra á los lusitanos con varios sucesos, pero cuyo remate últimamente le fué muy favorable. Fué así, que en la primera pelea los romanos siguieron con grande impetu y sin órden á los lusitanos, que habian desbaratado y puesto en huida, cosa que dió ocasion à Cesaron, caudillo de los contrarios, para revolver contra los enemigos y quitalles de las manos la victoria. Diez mil de los romanos fueron muertos y entrados ambos los reales, así los que habian perdido los lusitanos como adonde alojaban los romanos. Desta manera pasó esta pelea. Los despojos que de los romanos ganaron traian

M. Claudio Marcello con ocho mil peones y quinientos caballos de socorro. El gobierno de la España ulterior se encargó á Marco Atilio. El cónsul Marcello, luego que con toda su gente aportó á España, procuró lo mas presto que pudo de apoderarse de la ciudad Ocile, para que la que fué principal en la culpa, fuese la primera en el castigo; pero dado que la tomó y que su culpa era grande, no la quiso asolar, solamente la mandó dar rehenes y acudille con treinta talentos de oro para los gastos. Caia cerca de allí la ciudad de Nertobriga, y como se puede sospechar por las tablas de Ptolemeo, no léjos de Tarazona, y de donde hoy está Calatayud. De allí vinieron embajadores al Cónsul para ofrecerle la ciudad. Mandóles al principio solamente que le acudiesen con cien hombres de á caballo; despues, porque algunos de aquella ciudad, á manera de salteadores, acometieron el postrer escuadron de los romanos y el carruaje, sin admitille la excusa que daban, es á saber, que aquel desacato fué de pocos, y que el pueblo no tenia parte, los cien caballeros fueron vendidos en pública almoneda, y puesto cerco sobre la ciudad, la comenzaron á batir. Enviaron de nuevo embajadores de paz con un una piel de lobo delante como por pendon en una lanza, que tal era la costumbre de la nacion, los cuales en presencia del Cónsul dijeron que, ora el delito pasado fuese público, ora particular, se debia dar por contento con lo hecho, pues era bastante castigo ver sus campos talados, quemadas sus casas, y sus ciudadanos hechos esclavos y vendidos por tales; que los corazones de los miserables se suelen mas enconar con quitarles del todo la esperanza del perdon, que suele dar fuerzas y ánimo á los flacos, pues ni aun los animalillos y sabandijas perecen sin que se pretendan vengar. Respondió el Cónsul que era por demás tratar ellos en par

ticular de concierto y de paz, si no entrasen en la misma confederacion y liga los Arevacos, los Belos y los Titios, que fueron los primeros á levantarse. No rebusaban aquellos pueblos de concertarse, pero con tal que fuese el asiento conforme á las condiciones que se asentaron con Graco. Inclinábase el Cónsul á esto, y no le parecia mal partido; mas los amigos y confederados le fueron á la mano, ca decian no era justo recebir á la confederacion y condiciones antiguas á los que tantas veces habian faltado y hecho tantos daños, así á los romanos como á los comarcanos, no por otra causa sino por mantenerse en la amistad y devocion del pueblo romano. El Cónsul, dudoso sin saber qué resolucion tomase, acordó se enviasen por ambas partes embajadores á Roma para que allá, oido lo que los unos y los otros alegaban, se determinase lo que pareciese al Senado, y en el entretanto otorgó á los contrarios cierta manera de treguas. Fulvio Nobilior, que en este medio era llegado á Roma, se opuso á aquellos tratos, y con encarecer en el Senado la deslealtad y agravios de aquella gente hizo tanto, que sin concluir cosa alguna, despidieron los embajadores con órden que acudiesen alcónsul Marcello, y que él les daria la respuesta de lo que pedian; resolucion que quitaba del todo la esperanza de la paz, y que ponia en necesidad de volver á las armas. Así se trató en Roma de enviar á los suyos nuevas ayudas, con intento de no parar hasta tener sujetos á los contrarios. El miedo que los soldados tenian erà tan grande y la guerra tan peligrosa, que no se hallaba de todas las legiones quien se ofreciese á emprender aquella jornada. Ordenaron pues que por una nueva manera se sorteasen los que hobiesen de ir á España.

CAPITULO II.

Cómo Publio Cornelio Scipion vino por legado ó lugarteniente á España.

En el mismo tiempo Marco Atilio en la España ulterior maltrataba á los lusitanos, y se apoderaba por concierto de muchas ciudades que se le entregaban á partido ya que se llegaba el año siguiente, en el cual cupo por suerte la España citerior al cónsul Lucio Licinio Lucullo, y al gobierno de la ulterior vino el pretor Sergio Galba, y por legado ó lugarteniente del Cónsul vino Publio Cornelio Scipion, llamado el Menor, á quien el cielo reservaba la gloria de sujetar y destruir á la gran Cartago. Era de edad de veinte y cuatro años, y con deseo que tenia de hacer algun servicio señalado á su república, vino á aquella guerra, que los demás soldados tanto aborrecian y temian. Hay quien diga que venido que fué Lucullo á España, Scipion pasó en Africa enviado á Masinisa en embajada para que por respeto de la amistad que con aquel rey tenia su casa, alcanzase dél les enviase elefantes de socorro; pero yo por mas cierto tengo lo que afirma Marco Ciceron, que esto sucedió adelante en el consulado de Manlio. Fué este Scipion casado con hermana de los Gracos, nieta del otro Scipion Africano, hija de Cornelia, que fué hija de Scipion. Fué otrosi este Scipion nieto por adopcion de Scipion el Mayor, hijo adoptivo de su hijo, ca el padre natural deste Scipion fué Paulo Emilio, hermano de la mujer del otro Scipion; por donde se llamó por sobrenombre Emiliano, así por causa de su padre co

mo para diferencialle del ya dicho Scipion el Mayor, el que, como queda dicho, venció al gran Aníbal y sujetó á la ciudad de Cartago. Volviendo al propósito, en tanto que se esperaba la venida de Lucullo, Marcello, con deseo que tenia de ganar el prez de haber acabado aquella guerra, sacó lo mas presto que pudo sus gentes de los invernaderos. Anticipóse Nertobriga, que juntó para su defensa y metió dentro de los muros cinco mil arevacos. Numancia asimismo no se descuidó en armar su gente, contra la cual, por ser cabeza de las demás, Marcello enderezaba en primer lugar su pensamiento, y así se adelantó y puso á cinco millas de aquella ciudad, que hacen poco mas de una legua. Pero á instancia de Lintevon, caudillo de los numantinos, se concluyeron últimamente las paces con condicion que los de Numancia desamparasen á los Belos, á los Titios y á los Arevacos. Pretendia en esto el Cónsul, y confiaba que aquellos pueblos, desamparados de la ayuda de Numancia, no se le podrian defender, como sucedió en hecho de verdad, que sin dilacion aquellos pueblos se rindieron á los romanos, y fueron por ellos recebidos en gracia con tal que entregasen rehenes y pagasen seiscien~ tos talentos, como lo dice Estrabon. Llegó Lucullo á su provincia deseoso y determinado de hacer mal y daño; por esto, como quier que la guerra de los celtiberos estuviese apaciguada, enderezóse con sus gentes á los Carpetanos. De allí pasó el rio Tajo y los puertos hasta llegar á los Vaceos, que eran gran parte de lo que hoy es Castilla la Vieja. En aquella comarca se determinó acometer la ciudad de Caucia, asentada donde al presente vemos la villa de Coca. El color que dió para esta guerra fué vengar los Carpetanos, á los cuales los de aquella ciudad decia él haber hecho mal y daño, mas á la verdad la hambre del oro le despertaba, por ser hombre de poca hacienda entre los romanos: grave enfermedad para gobernadores y capitanes. Salieron los de aquella ciudad á pelear con el Cónsul, pero fueron vencidos y rechazados. Acordaron de rendirse á partido que diesen rehenes, y de socorro cierto número de hombres á caballo; demás desto, los penaron en cien talentos de plata. Asegurados con este concierto los ciudadanos, se allanaron para que entrase en su ciudad la guarnicion de soldados que el Cónsul quiso. Ellos, hecha señal con una trompeta, como lo tenian concertado, pasaron á cuchillo aquella miserable gente que estaba descuidada, sin perdonar á mujeres ni hombres de ninguna edad: deslealtad y fiereza mas que de bárbaros. Por esto, atemorizados los pueblos comarcanos sin confiarse en la fortaleza de sus murallas ni asegurarse de la fe y palabra de los romanos, se retiraron con los suyos y con sus haciendas á los bosques y montes ásperos y enriscados, puesto primero fuego á lo que consigo no pudieron llevar. Lucullo, á quien la pobreza hacia avariento y la avaricia cruel, perdida la esperanza de gozar de aquellos despojos, pasó con sus gentes para sitiar una ciudad llamada Intercacia, que estaba antiguamente asentada casi á la mitad del camino que hay desde Valladolid á Astorga. Asentados sus reales, requirió á los moradores de paz y que se rindiesen. Ellos respondieron que si lo hacian, les guardaria la fé y palabra que guardó á los de Caucia. Alteróse el Cónsul con esta respuesta; ordenó sus haces delante de sus reales para presentar la batalla á los cercados, que ellos

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