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la Lusitania y de la Bética; por esto fué forzoso quitarles aquellos nidos y guaridas. Movidos por este rigor, ciertos pueblos comarcanos pretendian, pasado el rio Duero, buscar nuevos asientos; prevínolos el César, dió sobre ellos y rompiólos, con que se sujetaron y apaciguaron. Muchas ciudades y pueblos de los lusitanos, que andaban levantados, fueron saqueados; muchos se dieron á partido. Los herminios volvieron de nuevo á alterarse; hízoles nueva guerra, y vencidos en batalla, los que quedaron, por salvarse y escapar de las manos de los contrarios, se recogieron á una isla que estaba cercana de aquellas marinas. Por ventura era esta isla una de aquellas que por estar en frente de Bayona vulgarmente toman de aquel pueblo su apellido, ca se llaman las islas de Bayona. Antiguamente se llamaban Cincias, nombre que tambien retienen hasta hoy dia; y sin embargo, como se tocó arriba, la una dellas se llamaba Albiano, la otra Lacia, que el otro era nombre comun, y estos los propios y particulares. Para deshacer aquella gente envió César un capitan, cuyo nombre no se refiere; el hecho cuenta Dion. Este, por la creciente y menguante del mar, no pudo desembarcar toda su gente; y así, algunos soldados que fueron los primeros á saltar en tierra, fácilmente fueron por los herminios vencidos y muertos. Señalóse en este peligro un sol-. dado llamado Publio Sceva, el cual, magüer que perdido el pavés, le dieron muchas heridas, escapó á nado hasta donde las naves estaban. César, con deseo de vengar aquella afrenta con una mayor armada que juntó, él mismo en persona pasó en aquella isla, y en breve se apoderá della; dió la muerte á los enemigos, que ya tenian menores brios y por la falta de mantenimientos estaban trabajados. Desde allí pasó adelante, y en las riberas de Galicia se apoderó del puerto Brigantino, que hoy se llama la Coruña. Rindiéronse los ciudadanos sin dilacion, espantados de la grandeza de las naves romanas, las velas hinchadas con el viento, la altura de los mástiles y de las gavias, cosa de grande maravilla para aquella gente por estar acostumbrada á navegar con barcas pequeñas, cuya parte inferior armaban de madera ligera, lo mas alto tejido de mimbres y cubiertos de cueros para que no lo pasase el agua. Hechas estas cosas, y dado que trobo asiento en la provincia y leyes que ordenó muy á propósito (y en particular dió á los de Cádiz las que ellos mismos pidieron), finalmente puso tasa á las usuras de tal manera, que al deudor quedase la tercera parte de los frutos de su hacienda, de los demás se hiciese pagado el acreedor y lo descontuse del capital. Con tanto dió vuelta á Roma para hallarse al tiempo de las elecciones, sin esperar sucesor ni querer aceptar la honra del triunfo que de su voluntad le ofrecia el Senado romano; tan grande era la esperanza y el deseo que tenia de alcanzar el consulado. Llevó consigo de España un potro que tenia las uñas hendidas, pronóstico, segun los adevinos afirmaban, que le prometia el imperio del mundo. Deste potro se sirvió él solamente por no sufrir que otro ninguno subiese sobre él; y aun despues de muerto le mandó poner una estatua en Roma en el templo de Vénus, conforme á la vanidad de que entonces usaban.

CAPITULO XVII.

Del principio de la guerra civil en Españía.

Hizo despues desto César la guerra muy nombrada de Gallia, con que allanó en gran parte aquella anchísima provincia; y para sujetar los pueblos llamados entonces Voconcios y Tarufates, que estaban en aquella parte de la Guiena donde hoy está el arzobispado de Aux (y aun al presente por allí hay un pueblo llamado Turfa), envió á Craso con buen golpe de gente. Caian estos pueblos cerca de España, por donde llamaron en su favor á los españoles, que pasaron en gran número los Pirineos, como gente codiciosa de honra y presta á tomar las armas. Orosio dice que cincuenta mil cántabros, que moraban donde hoy está Vizcaya y por allí cerca, pasaron en la Gallia. Lo que consta es que fueron los principales que hicieron aquella guerra, y de entre ellos mismos nombraron y señalaron sus capitanes, hombres valerosos y amaestrados en la escuela de Sertorio. Con todo esto no salieron con lo que pretendian; antes refieren qué en esta demanda murieron treinta y ocho mil españoles. Estrabon añade que Craso pasó por mar á las islas Casiterides, puestas en frente del promontorio Cronio, que hoy se llama cabo de Finisterre, y que sin dificultad se apoderó dellas, por ser aquella gente muy amiga de sosiego, enemiga de la guerra y dada á las artes de la paz. Sucedió el año de Roma de 699 que el procónsul Quinto Cecilio vino al gobierno de España, donde estuvo por espacio de dos años; y cerca de Clunia, que era una de las audiencias de los romanos, cuyas ruinas hoy se muestran cerca de Osma, trabó una grande batalla con los vaceos, en que fué desbaratado, cosa que dió tan grande cuidado y miedo al Senado romano, que acordaron de encargar á Pompeyo, como lo hicieron año de 701, el gobierno de España para que le tuviese por espacio de cinco años por ser muy bienquisto; y por lo que hizo antes, tenia grande reputacion entre los naturales. No vino él mismo al gobierno por la aficion y regalo de Julia, hija de César, con quien nuevamente se casó, pero envió tres tenientes ó legados suyos para que en su lugar administrasen aquel cargo; estos fueron Petreyo, Afranio y Marco Varron. A Afranio encargó el gobierno de la España citerior con tres legiones de soldados; á Varron aquella parte que está entre Sierramorena y Guadia- · na, y hoy se llama Extremadura; Petreyo se encargó de todo lo demás de la Bética y de la Lusitania y de los Vectones con dos legiones que para ello le dieron. Por causa destas guarniciones y gente se enfrenó la ferocidad de los naturales, y las cosas de España estuvieron en sosiego, por lo menos no hobo alteraciones de importancia; mas en Italia se encendió una nueva y cruel guerra, cuya llama cundió hasta España. La ocasion fué que por muerte de Julia, que era la atadura entre su marido y padre, resultó entre ellos grande enemistad y contienda, con que todo el imperio romano se dividió en dos partes, conforme á la aficion ú obligacion que cada uno tenia de acudir á las cabezas destos dos bandos. El deseo insaciable de reinar, y ser el poder y mando por su naturaleza incomunicable, acarreó este mal y desastre. César no sufria que ninguno se le adelantase; Pompeyo llevaba mal que alguno se le quisiese igualar. Parecíale á César que con tener sujeta la Gallia

ra procediera con mayores fuerzas y esperanza mas cierta y mayor seguridad.

CAPITULO XVIII.

Cómo los pompeyanos fueron en España vencidos.

y haber por dos veces acometido á Ingalaterra, que es lo postrero de las tierras, estaba puesto en razon que en ausencia pudiese pretender el consulado, sin embargo de la ley que disponia lo contrario. El Senado juzgaba ser cosa grave que un hombre que tenia las armas pretendiese un cargo tan principal; recelábase no le fuese escalon para quitarles á todos la libertad ; muchos senadores parciales se inclinaban al partido de Pompeyo. Estos hicieron tanto, que se recurrió al postrer remedio y fué hacer un decreto desta sustancia: «Que los cónsules, los pretores, los tribunos del pueblo y los cónsules que estuviesen en la ciudad pusiesen cuidado y procurasen que la república no recibiese algun daño»; palabras todas muy graves, de que nunca se usaba, sino cuando las cosas llegaban al postrer aprieto y tenian casi perdida la esperanza de mejorar. Con este decreto se rompia la guerra si César, que por espacio de diez años habia gobernado la Gallia hasta un dia que le señalaron, no dejase el ejército. El, avisado de lo que pasaba, con su gente pasó el rio Rubicon, término y lindero que era de su provincia, resuelto de no parar hasta Roma. Pompeyo, sabida la voluntad de su enemigo, y con él los cónsules Claudio Marcello y Cornelio Léntullo, por no hallarse con fuerzas bastantes para hacerle rostro, se huyeron de la ciudad el año de Roma de 705, sin reparar hasta Brindez, ciudad puesta en la postrera punta de Italia; y perdida la esperanza de conservar lo de Italia y lo del occidente, desde allí pasaron á Macedonia con intento de defender la comun libertad con las fuerzas de levante. Hacian diversos apercebimientos, despachaban mensajeros á todas partes. Entre los demás, Bibulio Rufo, enviado por Pompeyo, vino á España para que de su parte hiciese que Afranio y Petreyo, juntadas sus fuerzas, procurasen con toda diligencia que César no entrase en ella. Obedecieron ellos á este mandato, y dejando á Varron encargada toda la España ulterior, Afranio y Petreyo con sus gentes y ochenta compañías que levantaron de nuevo en la Celtiberia escogieron por asiento para hacer la guerra la ciudad de Lérida, junto de la cual desta parte del rio Segre hicieron sus alojamientos. Está Lérida puesta en un collado empinado con un padrastro que tiene hacia el septentrion, y la hace menos fuerte; por el lado oriental la baña el rio Segre, que poco mas abajo se mezcla con el rio Cinga, y entrambos mas adelante con Ebro. César, avisado de la partida de Pompeyo de Italia, acudió á Roma, y dado órden en las cosas de aquella ciudad á su voluntad, acordó lo primero de partir para España. Entretúvose en un cerco que puso sobre Marsella, porque no le quisieron recibir de paz; y en el entretanto envió delante á Cayo Fabio con tres legiones, que serian mas de doce mil hombres. Este, vencidas las gentes de Pompeyo que tenian tomados los pasos de los Pirineos, rompió por España hasta poner sus reales á vista de los enemigos, pasado el rio Segre. Lucano dijo que el dicho rio estaba en medio. Viniéronle despues otras legiones además de seis mil peones y tres mil caballos que de la Gallia acudieron. Hacíanse todos estos apercebimientos porque corria fama que Pompeyo por la parte de Africa pretendia pasar á España, y que su venida seria muy en breve. Decian lo que sospechaban, y lo que el negocio pedia para que, conservada aquella nobilísima provincia, lo demás de la guer

No pudo César concluir con lo de Marsella tan presto como quisiera; así, antes de rendir aquella ciudad, se encaminó para España y llegó á Lérida. La guerra fué varia y dudosa; al principio hobo muchas escaramuzas y encuentros con ventaja de los del César. Despues por las muchas lluvias y por derretirse las nieves con la templanza de la primavera, la creciente se llevó dos puentes que tenian los de César en el Segre sobre Lérida, por donde salian al forraje. No se podian remediar por el otro lado á causa del rio Cinga, que llevaba no menor acogida. Halláronse en grande apretura, y trocadas las cosas, comenzaron á padecer grande falta de mantenimientos. Publicóse este aprieto por la fama que siempre vuela y aun se adelanta, y los de Pompeyo con sus cartas le encarecian demasiadamente; que fué ocasion para que en Roma y otras partes se hiciesen alegrías como si el enemigo fuera vencido, y muchos que estaban á la mira se acabasen de declarar y se fuesen para Pompeyo, porque no pareciese que iban los postreros; pero toda esta alegría de los pompeyanos y todas sus esperanzas mal fundadas se fueron en humo, porque César hizo una puente con extrema diligencia veinte millas sobre Lérida, por donde se proveyó de mantenimientos; y nuevos socorros que le vinieron de Francia fueron por este medio librados del peligro que corrian por tener el rio en medio. Demás desto, muchas ciudades de la España citerior se declararon por el César, y entre ellas Calahorra, por sobrenombre Nasica, Huesca, Tarragona, los Ausetanos, donde está Vique, los Lacetanos, donde Jaca, y los Ilurgavonenses. Por todo esto y por haber sangrado por diversas partes y dividido en muchos brazos el rio Segre para pasallo por el vado sin tanto rodeo como era menester para ir á la puente, los pompeyanos se recelaron de la caballería del César, que era mayor que la suya y mas fuerte, no les atajase los bastimentos. Acordaron por estos inconvenientes de desalojar y retirarse la tierra adentro. Pasaron el rio Segre por la puente de la ciudad, y mas abajo con una puente que echaron sobre el rio Ebro le pasaron tambien cerca de un pueblo que entonces se llamaba Octogesa, y hoy á lo que se entiende Mequinencia, cinco leguas mas abajo de Lérida. Era grande el rodeo que llevaban; acudió César con presteza, atajóles el paso, y tomóles las estrechuras de los montes por do les era forzoso pasar; con esto, sin venir á las manos y sin sangre, redujo los enemigos á términos, que necesariamente se rindieron. Dió perdon á los soldados y licencia para dejar las armas y irse á sus casas, por ser cosa averiguada que aquellas legiones en provincia tan sosegada, como á la sazon era España, solo se sustentaban y entretenian contra él y en su perjuicio. Demás desto, para que la gracia fuese mas colmada, cualquier cosa que de los vencidos se halló en poder de sus soldados, mandó se restituyese, pagando él de su dinero lo que valia. No faltó, conforme á la costumbre de los hombres, que es creer siempre lo peor, quien dijese que los de Pompeyo vendieron por

dineros á España, en tanta manera, que Caton, por sobrenombre Faonio, en lo de Farsalia motejó desto á Afranio, que sin dilacion pasó por mar donde Pompeyo estaba, ca le dijo si rebusaba de pelear contra el mercader que le comprara las provincias. De Petreyo no se dice nada. Varron, el que quedó en el gobierno de la España ulterior, al principio, sin declararse del todo, se mostraba amigo del César; despues, cuando se dijo la estrechura en que estaba cerca de Lérida, quitada la máscara, comenzó á aparejarse para ir contra él, levantar gentes, juntar galeras en Cádiz y en Sevilla, y para todo allegar gran dinero de los naturales, sin perdonar al templo de Hércules, que estaba en Cádiz, al cual despojó de sus tesoros, dado que era uno de los famosos santuarios de aquellos tiempos; pero despues de vencidos Afranio y Petreyo, César, con su ordinaria presteza, atajó sus intentos. Demás desto, la mayor parte de sus soldados le desampararon cerca de Sevilla, y se pasaron á César, por donde le fué tambien á él forzoso rendirse, y con otorgalle la vida, entregó al vencedor las naves, dinero y trigo que tenia y todos sus almacenes. Tuvo César Cortes de todas las ciudades en Córdoba. Hizo restituir al templo de Cádiz todos los despojos y tesoros que Varron le tomó, y á los moradores de aquella isla dió privilegios de ciudadanos romanos en remuneracion de la mucha voluntad con que, declarados por él, echaron de su ciudad la guarnicion de soldados que el mismo Varron les puso. Concluidas estas cosas, y encargado el gobierno de la España ulterior á Quinto Casio Longino con cuatro legiones, el cual este mismo año era tribuno del pueblo, y los pasados fuera cuestor en aquella misma provincia, siendo en ella procónsul Gneio Pompeyo; con esto, César por mar pasó á Tarragona, y de allí por tierra á Francia y á Roma. Desde allí, luego que llegó, envió á Marco Lépido al gobierno de la España citerior; teníale obligacion y aficion á causa que, como pretor que era en Roma Lépido, habia nombrado á César por dictador. Siguióse el año que se contó 706 de la fundacion de Roma, muy señalado por las victorias que César en él ganó, primero en los campos de Farsalia contra Poinpeyo, despues en Egipto contra el rey Ptolemeo, aquel que mató alevosamente al mismo Pompeyo, que confiado en la amistad que tenia con aquel rey, despues de vencido y de perdida aquella famosa jornada, se acogió á aquel reino y se metió por sus puertas. Dió el César la vuelta á Roma. Desde allí pasó en Africa para allanar á muchos nobles romanos, que á la sombra de Juba, rey de Mauritania, vencido Pompeyo, se recogieron á aquellas partes. Venciólos en batalla; los principales caudillos, Caton, Scipion, el rey Juba y Petreyo, por no venir á sus manos se dieron la muerte; á Afranio y un hijo de Petreyo del mismo nombre con otros prendió y hizo degollar; con que todo lo de Africa quedó llano, y el César volvió de nuevo á Roma.

CAPITULO XIX.

De lo que Longino hizo en España.

Por el mismo tiempo la España ulterior andaba alterada por la avaricia y crueldad del gobernador Longino, el cual continuaba sus vicios, que ya otra vez cuando gobernaba Pompeyo le pusieron en peligro de la vi

da, tanto, que en cierto alboroto salió herido. Ordenóle César que pasase en Africa contra el rey Juba, gran favorecedor de sus enemigos los pompeyanos. Con ocasion desta jornada juntó gran dinero, así de las nuevas imposiciones y sacaliñas que inventó como de las licencias que vendia á los que querian quedarse en España y no ir á la guerra donde les mandaba ir: robo desvergonzado y manifiesto. Alterados por ello los naturales, se conjuraron de darle la muerte; las cabezas de la conjuracion fueron Lucio Recilio y Annio Scapula. Uno que se llamaba Minucio Silon, con muestra de presentalle una peticion, fué el primero á herirle; cargaron los demás, y caido en tierra, le acudieron con otras heridas. Socorriéronle los de su guarda, prendieron á Silon, y llevaron en brazos á Longino á su lecho. Las heridas eran ligeras, y en fin escapó con la vida. Silon, puesto á cuestion de tormento, vencido del dolor, descubrió muchos compañeros de aquella conjuracion; dellos unos fueron muertos, otros se huyeron, no pocos de la prision en que los tenian fueron por dineros dados por libres, ca en el ánimo de Longino á todos los demás vicios, aunque muy grandes y malos, sobrepujaba la codicia. En este medio por cartas de César se supo la victoria que ganó contra Pompeyo; y sin embargo, con color de la jornada de Africa, enviado delante el ejército al estrecho de Cádiz, ya sano de las heridas, se partió para ver la armada que tenia junta. Pero llegado á Sevilla, tuvo aviso que gran parte del ejército de tierra se habia alborotado y tomado por cabeza á Tito Torio, natural de Itálica, del cual porque se entendia que pretendia ir luego á Córdoba, envió á Marco Marcello, su cuestor, para sosegar las voluntades y defender aquella ciudad. Mas él tambien en breve le faltó, que á los malos ninguno guarda lealtad, y con toda la ciudad se juntó con Torio, el cual vino de buena gana en que Marcello, como persona de mayor autoridad, tomase el principal cuidado de aquella guerra. Longino, visto que todos le eran contrarios, despues de asentar sus reales á la vista de sus enemigos cerca de Córdoba y del rio Guadalquivir, desconfiado de la voluntad de los suyos, se retiró á un pueblo que entonces se llamaba Ulia, y ahora es Montemayor, situado en un collado y ribazo á cinco leguas de Córdoba. Al pié de aquel collado tenia puestas sus estancias. Sobrevinieron los enemigos, y como rehusase la pelea, le cercaron dentro dellas de foso y valladar por todas partes. Habia Longino avisado al rey de la Mauritania, llamado Bogud, y á Marco Lépido para que desde la España citerior le socorriese con presteza, si queria que el partido de César no cayese de todo punto. Bogud fué el primero que acudió, y con sus gentes y las que de España se le llegaron, peleó algunas veces con Marcello. Los trances fueron varios; pero no fué bastante para librar á Longino del cerco hasta que, venido Lépido, todo lo allanó sin dificultad, porque Marcello puso en sus manos todas las diferencias, y á Longino, que rehusaba de hacer lo mismo, ó por su mala conciencia, ó por entender que Lépido se inclinaba á favorecer á Marcello, se le dió licencia para irse donde quisiese. Con esto Marcello y Lépido se encaminaron á Córdoba. Longino, avisado que Trebonio era venido para sucederle en el cargo, desde Málaga se partió para Italia y se hizo á la vela. Fuéle el tiempo contrario, y así corrió fortuna, y pereció ahogado en el

mar, no léjos de las bocas del rio Ebro, con todo el dinero que llevaba robado y cohechado. El año siguien te, que fué de Roma 708, Lépido triunfó en Roma por dejar sosegados los movimientos de España y los alborotos que se levantaron contra Longino. Marcello fué desterrado por haberse levantado, como queda dicho; pero en breve le alzaron el destierro por gracia y merced de César. Fué este Marco Marcello diferente de otro del mismo nombre, en cuyo favor anda una oracion de Ciceron, entre las demás muy elegante. De la misma manera Longino, de quien hemos tratado, fué diferente de otro que así se llamó, cuyo nombre hasta hoy se ve cortado en uno de los toros de piedra de Guisando con estas palabras en latin:

LONGINO Á PRISCO CESONIO PROCURÓ SE HICIESC.

CAPITULO XX.

Cómo en España se hizo la guerra contra los hijos de Pompeyo.

Estaba todavía España dividida en bandos, unos tomaban la voz del César, otros la de Pompeyo. Muchas ciudades despacharon embajadores á Scipion, que en Africa despues de la muerte de Pompeyo era el mas principal y cabeza de aquella parcialidad, para requerirle que las recibiese debajo de su amparo. Vino desde Africa Gneio Pompeyo, el mayor de los hijos del gran Pompeyo, y de camino se apoderó de las islas de Mallorca y Menorca; pero la enfermedad que le sobrevino en Ibiza le forzó á detenerse por algun tiempo. En el entretanto Annio Scapula, es á saber, aquel que se conjuró contra Longino, y Quinto Aponio con las armas echaron de toda la provincia al procónsul Aulo Trebonio, y mantuvieron el partido de los pompeyanos hasta la venida del dicho Pompeyo; ca no mucho despues, convalecido de la enfermedad, no solo él pasó en España, sino tambien, dado fin á la guerra de Africa por el esfuerzo de César, Sexto Pompeyo, el otro hijo del gran Pompeyo, Accio Varo y Tito Labieno con lo que les quedó del ejército y del armada se recogieron á España. Gneio discurriendo por la provincia se apoderó de muchas ciudades, de unas por fuerza, de otras de grado, y entre ellas la de Córdoba, en que dejó á Sexto, su hermano, y él pasó á poner cerco sobre Ulia, que se tenia por el César. Acudieron Quinto Pedio y Quinto Fabio Máximo, tenientes de César; pero rehusaban la pelea y entreteníanse hasta su venida. El, ocupado en cuatro triunfos que celebró en Roma y en asentar las cosas de aquella república alteradas, dilató su venida hasta el principio del año siguiente, que se contó de la fundacion de Roma 709, en el cual tiempo, partido de Roma, con deseo de recompensarla tardanza, se apresuró de manera, que en diez y siete dias llegó á Sagunto, que hoy es Monviedro, y en otros diez pasó hasta Obulco, pueblo que hoy se llama Porcuna, situado entre Córdoba y Jaen, á la sazon que cerca del Estrecho se dió una batalla naval entre Didio, general de la armada de César, y Varo, cabeza de la contraria armada. El daño y peligro de ambas partes fué igual, sin reconocerse ventaja, salvo que Varo se metió en el puerto de Tarifa, y cerró la boca del dicho puerto con una cadena, que fué señal de flaqueza y de que su daño fué algo mayor. Los de Córdoba, con la antigua aficion que tenian á César y por mas

asegurarse, de secreto con embajadores que le enviaron se excusaron de lo que forzados de la necesidad habian hecho, que era seguir el partido contrario; juntamente le declararon que se podia tomar la ciudad de noche sin que las centinelas de los enemigos lo sintiesen. Los de Úlia otrosí le enviaron embajadores para avisarle de la estrechura en que se hallaban y el peligro si no eran socorridos con presteza. César, combatido de diversos pensamientos, en fin se resolvió de enviar á Lucio Junio Pacieco con seis cohortes en socorro de Ulia; él, ayudado de una noche tempestuosa y con decir que Pompeyo le enviaba, por medio de los enemigos se metió en el pueblo; con cuya entrada y con la esperanza de poderse defender se encendieron y animaron á la defensa los cercados. Algunos sospechan que este capitan fué aquel Junio de cuya lealtad y valentía se ayudó César en lo de la Gallia, enviándole algunas veces por su embajador para tratar de paz con Ambiorige. Lo mas cierto es que César, dado que hobo órden á sus tenientes Pedio y Fabio para que á cierto dia le acudiesen con sus gentes, él, con intento de divertir los que estaban sobre Ulia, puso sus reales cerca de Córdoba. El espanto de Sexto fué tan grande, que determinó avisar á su hermano que, alzado el cerco de Ulia, de que ya estaba casi apoderado, viniese en su socorro. Asentó Gneio sus reales cerca de los de César; pero como rehusase la pelea, y en esto se pasase algun tiempo, tal enfermedad sobrino á César, que de noche, á sordas y sin hacer ruido movió con sus gentes camino de Ategua. Plutarco dice que César en Córdoba primeramente sintió el mal caduco de que era tocado; y es cosa averiguada que en aquella ciudad plantó un plátano muy celebrado por los antiguos; si ya por ventura lo uno y lo otro no sucedió los años pasados cuando otra vez estuvo en el gobierno de España, como queda dicho. Ategua estaba asentada cuatro leguas de Córdoba, donde al presente hay rastros de edificios antiguos con nombre de Teba la Vieja. Tenian los pompeyanos en aquel pueblo juntado el dinero y gran parte de las municiones para la guerra. César por el mismo caso pensaba que con ponerse sobre aquel lugar, ó pondria á los pompeyanos para defendelle en necesidad de venir á las manos y á la batalla, ó si le desamparasen, perderian gran parte de sus fuerzas y reputacion. Gneio, al contrario, por las mismas razones, avisado del camino que llevaba César, y determinado de excusar la pelea, pasó con sus gentes á dos pueblos que hoy se llaman Castroelrio y Espegio, y antiguamente se llamaron Castra Postumiana, lugares fuertes en que pensaba entretenerse. Despues desto, asentó sus reales de la otra parte del rio Guadajoz, que antiguamente se llamó el rio Salado y pasaba cerca de Ategua. Desde allí, como en algunas escaramuzas hubiese recebido daño, perdida la esperanza de poder socorrer á los cercados, se volvió á Córdoba. Los de Ategua con esto enviaron á César embajadores para entregársele, pero con tales condiciones que eran mas para vencedores que para vencidos; así, fueron despedidos sin alcanzar cosa alguna. Los soldados que tenian de guarnicion con esta respuesta se embravecieron contra los ciudadanos que se mostraban inclinados á la parte del César. Ni es de pasar en silencio lo que Numacio Flaco, á cuyo cargo estaba la defensa de aquel pueblo, hizo en esta coyuntura, por ser

un hecho de grande crueldad, esto es, que degolló á todos los moradores de aquel pueblo que eran aficionados á César, y muertos los echó de los adarves abajo. Lo mismo hizo con las mujeres de los que estaban en el campo de César, y aun llegó á tanto su inhumanidad que hasta los mismos niños hizo matar, unos en los brazos de sus madres, otros á vista de sus padres los mandó enterrar vivos ó echar sobre las lanzas de los soldados: fiereza que apenas se puede oir por ser de bestia salvaje. No le valió cosa alguna aquella crueldad, ca sin embargo los moradores se rindieron á voluntad del César, andados 18 dias del mes de febrero. Bien se deja entender que los ciudadanos fueron perdonados y la crueldad de Numacio castigada, dado que los historiadores no lo refieran. Despues desto, César puso fuego á un pueblo llamado Atubi, sin otros muchos lugares de que por fuerza ó de grado se apoderó. Pasó otrosí con sus gentes y se puso sobre la ciudad de Munda, que seguia el bando de Pompeyo, que está puesta en un ribazo cinco leguas de Málaga. Tiene un rio pequeño, que poco adelante de la ciudad se derrama por una llanura muy fresca y abundante ; era á la sazon pueblo principal; ahora lugar pequeño, pero que conserva el nombre y apellido antiguo. Cerca de aquella ciudad se vino finalmente á batalla. César sobrepujaba en número y valentía de los suyos; Gneio se aventajaba en el sitio de sus reales, que tenia asentados en lugar mas alto. Ordenaron entre ambas partes sus haces; dióse la batalla con la mayor fuerza y porfia que se podia pensar; grande fué eldenuedo, grande el peligro de los unos y los otros. Los cuernos izquierdos de ambas partes fueron vencidos y puestos en huida; el resto de la pelea estuvo suspensa por grande espacio sin declarar la victoria por ninguna de las partes, mucha sangre derramada, el campo cubierto de cuerpos muertos. En conclusion, César con su valor y esfuerzo mejoró el partido de los suyos, porque apeado, con un escudo de hombre de á pié que arrebató, comenzó á pelear entre los primeros, y á muchos de los suyos con su misma mano detuvo para que no huyesen. Murieron de la parte de Pompeyo treinta mil infantes y tres mil hombres de á caballo; entre los demás perecieron Varo y Labieno; trece águilas de las legiones fueron tomadas, que eran los estandartes principales. De la parte de César murieron mil soldados de los mas valientes y esforzados, y quinientos quedaron heridos. Seguian la parte de César dos reyes africanos, el uno por nombre Boquío, el otro Bogud. Este en gran parte ganó el prez de la victoria, porque al tiempo que los demás estaban trabados y la pelea en lo mas recio, se apoderó de los reales enemigos que quedaron con pequeña guarda, á cuya defensa como Labieno arrebatadamente acudiese, pensando los demás que huia, perdida la esperanza de la victoria, volvieron las espaldas. Dióse esta batalla á los 17 de marzo, dia en que Roma celebraba las fiestas del dios Baco. Notaban los curiosos que cuatro años antes en tal dia como aquel Pompeyo, desamparada Italia, se pasó en Grecia. Cuando César hablaba desta jornada solia decir que muchas veces peleó por la honra Y gloria, pero que aquel dia habia peleado por la vida.

CAPITULO XXI.

Cómo César volvió á Roma.

Despues que Gneio Pompeyo perdió la jornada de Munda, herido como salió en un hombro, se recogió á Tarifa. Dende por la poca confianza que tenia en los de aquel pueblo y con deseño de pasar á la España citerior, do tenia aliados asaz y ganadas las voluntades de aquella gente, se embarcó en una armada que tenia presta para todo lo que sucediese. Enconósele la herida con el mar, tanto, que al cuarto dia le fué forzoso saltar en tierra. Llevábanle los suyos en una litera con intento de buscar donde esconderse. Seguíanle por el rastro y por la huella por órden de César, Didio por mar y Cesonio por tierra. Dieron con él en una cueva donde estaba escondido, y allí le prendieron y le dieron la muerte. Floro dice que peleó, y que le mataron cerca de Laurona, pueblo que hoy se llama Liria, ó Laurigi como otros creen. Lo que se averigua es que su armada, parte fué presa, parte quemada por Didio. Sexto Pompeyo, hermano del muerto, con tan tristes nuevas perdida la esperanza de poder tenerse en Córdoba, y por ver que en aquella comarca no podia estar seguro, y que comunmente todos, como suele acontecer, se inclinaban á la parte mas válida y fuerte, acordó de partirse á la España citerior y dar tiempo al tiempo. Scapula, despues de la rota de Munda vuelto á Córdoba, despues de un convite que hizo en que se bebió largamente, mandó y hizo que sus mismos esclavos le diesen la muerte; que tales eran las valentías de aquel tiempo. César en el cerco de Munda, que todavía se tenia, dejó á Quinto Fabio con parte del ejército, y él acudió á Córdoba; y tomada por fuerza, pasó á cuchillo veinte mil de aquellos ciudadanos que seguían el partido contrario. Luego asentadas las cosas de aquella ciudad, partió para Sevilla; en este camino le presentaron la cabeza de Gneio, y él con la misma felicidad se apoderó de aquella ciudad; y porque se tornó de nuevo á alborotar, la sosegó segunda vez á 10 del mes de agosto, como se señala en los calendarios romanos. A ejemplo de Sevilla, se le entregaron otros pueblos por aquella comarca, en particular la ciudad de Asta, antiguamente situada á dos leguas de Jeréz á la ribera del rio Guadalete; al presente es lugar desierto, pero que todavía conserva el apellido antiguo. Por otra parte, Quinto Fabio que quedó sobre Munda, á cabo de algunos meses cansó á los cercados de manera, que se dieron. Demás desto, sujetó á Osuna, si por fuerza ó á partido no se sabe ni se declara, por faltar las memorias de aquellos tiempos, y los libros que hay estar corrompidos. Concluidas cosas tan grandes con una presteza increible, cosa que en las guerras civiles es muy saludable, donde hay mas necesidad de ejecucion que de consultas; sosegadas las alteraciones de España y dado asiento en el gobierno, juntó asimismo gran dinero de los tributos que en público á todos, y en particular puso á los que eran ricos, y de los cargos y oficios que vendió, hasta no perdonar al templo de Hércules que estaba en Cádiz, al cual antes de ahora tuviera respeto. La prosperidad continuada y la necesidad le hicieron atrevido para que tomase por fuerza las ofrendas de oro y plata, que allí tenian muchas y muy ricas. Con esto pasado el estío, ya que el otoño estaba adelante, partió de España, y llegó á

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