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do de un placer sensual turbe su frente; no suspira por gozar de la bulliciosa algazara del festin ni por tomar parte en un banquete. Es hombre y sufre; mas ni se rebela contra su suerte ni alza la voz al cielo con la desesperacion en el fondo del alma y la blasfemia en el borde de sus labios. Sabe que Dios cuenta una por una las lágrimas que le arranque el dolor sobre la tierra, y sigue tranquilo hasta en medio de sus mas terribles sufrimientos. La muerte, dice, pondrá un dia fin á mis quebrantos, y esta sola idea le restituye la calma y le consuela. ¡Pobre anciano! Vedle ya moribundo en su lecho de pesar y de amargura. Bendice á sus hijos, levanta luego las manos al cielo, y al ver bajar al angel de la muerte, hé aquí, por fin, exclama, la hora de mi resurreccion, la hora en que se va á emancipar mi espiritu rompiendo los muros de mi estrecha cárcel.

>>No da el anciano gran precio á la vida actual, ni ¿cómo ha de darlo? ¿Qué es la vida mas que un ligero soplo? Qué es la vida mas que un dia de sufrimiento en la gran serie de siglos que oculta la eternidad bajo uno de los pliegues de su manto? Venimos sedientos de amor, y no amamos que el amor no sea para nosotros una fuente de dolores; apelamos en nuestra sed y en nuestra hambre á la caridad ajena, y hallamos echado el puente sobre los mas generosos corazones; pedimos luz para nuestro entendimiento, y nos hallamos siempre cercados de tinieblas; queremos para los demás altas virtudes, y no recogemos por premio sino la ingratitud y la traicion de nuestros protegidos. Las flores se nos convierten en espinas; en la misma copa del placer apuramos el tósigo que ha de derribarnos al fondo del sepulcro. Si pobres, no hay quien vaya á verter una lágrima sobre la cruz de nuestra fosa; si ricos, no bien morimos, cuando ya nuestros hijos se disputan sobre el mismo alaud nuestros tesoros. A hombres que solo han sido verdugos de la humanidad se les levantan grandiosos monumentos y se les graba el nombre en las páginas imperecederas de la historia; á otros que han contribuido á levantarla de sus mas terribles y dolorosas caidas se les escasean los honores, cuando no se les condena para siempre à las oscuras regiones del olvido.

>>¡Oh muerte! ¿Por qué han debido pintarte con tan negros colores, cuando eres tú el único rayo de esperanza que nos alumbra en la carrera de la vida? | Libertadora y salvadora nuestra! ¡Ah! ¡Ven y rompe de una vez para siempre los hierros de mi espiritu! Tú eres el limite entre el tiempo y la eternidad, la inmensidad y el espacio, lo finito y lo infinito, lo accidental y lo absoluto; desata de una vez para siempre los lazos que me unen al tiempo y al espacio (1).

>>> Mas¿ soy yo efectivamente inmortal? ¿No están indisolublemente unidos el alma y la materia? Siento que en mi lo físico y lo moral se afectan inútuamente, que la imaginacion ejerce una decidida influencia sobre mis sentidos, y mis sentidos sobre todas las facultades de mi entendimiento; ¿cómo puede el cuerpo morir y sobrevivir el alma? El mismo Dios me ha dicho: Vivirás eternamente; mi.conciencia me dice á cada injuria que recibo y á cada falta que cometo Vivirás eternamente; mas mi razon, ¿dónde, cómo ha de encontrar motivos que la acallen sobre este punto toda duda? Oigo al impio diciendo: No hay mas allá en el mundo; oigo filósofos que despues de haber meditado en silencio, exclaman : El universo no es mas que la trasformacion incesante de una misma vida; el alma es inmortal, pero terrena. ¿Por dónde habré de empezar á darme cuenta de mis propias creencias? ¿Dónde habré de buscar la base de mis largos raciocinios? Invoco de nuevo el favor de Dios para continuar mi libro (2). »

MARIANA, como se podrá apreciar fácilmente por esa sucinta exposicion de su doctrina, no

(1) De morte et immortalitate, lib. 1.

(2) Id., lib. 2, cap. 1.

hizo aun mas en esta primera parte de su tratado que seguir á la letra las tradiciones de la religion cristiana, la cual, partiendo del principio que somos almas caidas que aspiramos sin cesar à unirnos con el centro universal de que fuimos separados, no puede considerar la tierra sino como un valle de lágrimas y un lugar de prueba, ni dejar de ver en la muerte un genio de la redencion consagrado á volvernos á nuestra antigua y verdadera vida. Manifiesta indiferencia y hasta desprecio por las riquezas, los placeres y las dignidades; y á la verdad, nada mas natural, suponiendo, como debia, que todas nuestras buenas acciones se reducen á buscar de nuevo el camino por donde podrémos volver á nuestro perdido y suspirado cielo. Los placeres, las riquezas y las dignidades no sirven, bajo este supuesto, sino para distraernos del objeto final á que tendemos; consideracion que bastaria por sí sola para condenarlas, cuando no tuviéramos además otros motivos poderosos que el mismo autor expone.

¿No se ha observado, sin embargo, cómo MARIANA, separándose ya del rigoroso ascetismo de muchos de sus contemporáneos, admite y legitima en el hombre el amor á la ciencia y á la gloria? Otros filósofos cristianos han dicho: «Dios y solo Dios ha de ser el objeto de todas tus acciones; tus mas altos hechos, tus mas singulares rasgos de heroismo para nada te serán contados en el libro de tus destinos, si al realizarlos te ha ocupado un solo momento la idea de lo que dirán de ti los hombres. El mérito de la accion está en la causa que la determina, y no hay causa legitima fuera del amor á Dios. Busca en Dios el principio de cada uno de tus actos, y serás constantemente bueno y justo, y no perderás nunca el camino que debe conducirte á la beatitud eterna. Dices que amas tambien la ciencia porque ennoblece tu espíritu y puede aliviar los dolores de tus semejantes; mas ¿cómo no ådviertes que tu entendimiento está cercado de tinieblas, y dejando de oir la voz de Dios para consultar la de tu razon, vas á apagar tu fe y á perderte en las sombras de la duda? ¿No te ha dicho ya el Señor por boca de sus apóstoles y de sus profetas la última palabra de la ciencia? Compara al ignorante con el sabio, y ve quién guarda mas calma y quién mas fácilmente abandona la senda abierta por los verdaderos filósofos de Israel. Lleno de su saber, no respira el sabio sino orgullo, deja de pensar en Dios y pierde su alma. El ignorante oye siempre con humildad la santa palabra del Crucificado.»

MARIANA no dice que se proponga refutar 'esta doctrina, mas indudablemente la refuta. «La humanidad es la hija predilecta de Dios, parece que leemos en su tratado De morte; y yo, solidario con ella por el pecado de mis primeros padres, siento y no puedo menos de sentir la necėsidad de su amor, la necesidad de ser querido de la generacion que hoy vive y de las generaciones venideras. Si yo, siéndole útil y contribuyendo á realizar sus destinos, puedo inmortalizar mi nombre, objeto á que me hacen aspirar instintos casi irresistibles, ¿por qué he de combatirlos? Sirviendo la humanidad sirvo á Bios; ¿no es pues de todos modos ese mismo Dios la causa de mis actos? Es sabido que no tenemos obligacion de ahogar la voz de nuestros apetitos sino cuando el conocimiento los condena; y qué, el conocimiento condena ni ha condenado nunca que pretendamos conquistar un nombre å fuerza de ejercer las mas señaladas virtudes y contribuir á la mayor felicidad de nuestros semejantes? -Combatis tambien, añade, el amor á la ciencia; mas ¿cómo pretendeis rebajar tanto al hombre? ¿Qué le queda si le quitais hasta la facultad de pensar sobre si mismo? Ser dotado de razon, es en él, no un placer, sino una necesidad, darse una explicacion mas o menos satisfactoria de cuanto pasa dentro de sí y en torno suyo; quitarle hasta la facultad de razonar & no es contrariar su naturaleza y hasta anonadarle? ¿Quién, por otra parte, puede impedirme à mi que piense y dude? ¿Puedo tal vez yo mismo? Mi alma tiene una actividad propia, que no necesita ni del estimulo de mi voluntad ni de ningun impulso

externo; si obra en momentos dados con absoluta independencia, ¿qué fuerzas habrá que la sujeten?-«Teremos, decís, que la ciencia no destruya la fe de nuestros padres y con ella el cristianismo; mas¿cómo no habeis visto, repito, que siendo nuestra religion una verdad, ha de haber entre ella y la filosofía una identidad completa? El hombre, despues de todas sus meditaciones y extravíos, ¿podrá nunca hacer mas que conocer racionalmente lo que ahora siente y cree? ¿Es tal vez doble la verdad? Creo hasta indecoroso que hombres animados del verdadero espíritu del cristianismo se atrevan á manifestar tan pobres é infundadísimos temores.»>

Se expresa MARIANA Sobre este punto con energía; mas ¡ay! levanta sus raciocinios en el aire, y no es fácil que resistan á los menores embates de la lógica. Llevado de su empeño en quitar armas á los reformistas, falsea los mismos principios de que parte, transige, cede y destruye por el ardor de transigir y ceder en propia obra. Desgraciadamente no es él quien lleva aquí razon; son sus contrarios. El cristianismo en tiempo de MARIANA era ya un sistema; y todo sistema es un círculo inflexible. Querer ensancharlo es querer romperlo; ó ha de saltarse fuera de él ó reducirse la esfera de accion del pensamiento á su mas o menos estrecha periferia. Pensar en otro medio es una ilusion, un sueño. No ignoramos que en todas las épocas en que la inteligencia ha empezado á sublevarse contra un órden de ideas, admitido casi sin discusion durante siglos, han salido hombres de noble corazon que han pretendido conciliar con los intereses de los conservadores la opinion de los rebeldes; mas no ignoramos tampoco que estos han sido generalmente los que mas han contribuido á acelerar la ruina de la misma causa por la cual tan generosamente combatian. Han pretendido forzar los principios de sus creencias dándoles una extension de que no eran susceptibles; y los principios han estallado en sus manos como hojas de acero que se intenta doblar mas allá de lo que permite el temple. Faltos de principios, no han hecho luego mas que divagar; y han debido al fin, ó retirarse avergonzados, ó pasar con armas y banderas al campo de sus enemigos. Es triste deber consignar estos hechos; mas no son por esto menos ciertos.

Al contemplar á MARIANA entre los reformistas y conservadores de su siglo, le vemos lleno de tanta elocuencia y de una majestad tan imponente, que no podemos menos de admirarle. Ha acometido una empresa digna, aunque imposible; y esto basta para que nos creamos hasta en el deber de mirarle con respeto. Decimos mas; no solamente le respetamos, le leemos á veces con placer y hasta con un afan que raya en entusiasmo. Pero cuando, ya leido, le meditamos recordando el objeto á que dirige sus estudios, ¿es siquiera posible que desconozcamos la peligrosa senda que recorre y la inutilidad de sus esfuerzos? Sostiene que la religion y la ciencia son idénticas en una época en que la filosofia empieza á divorciarse ya del cristianismo; ¿no es esto hasta cierto punto abrir la fosa á la religion amenazada? ¿Qué diria hoy de su religion en virtud de este principio? A un lado están ya los sacerdotes, al otro los filósofos; ¿no deberia ya profetizarle la hora de la muerte ó llorarla entre los muertos? Si además la religion y la ciencia son idénticas, ¿por qué permitir al hombre que busque en su propio entendimiento la confirmacion de la palabra de Dios, que no necesita de confirmacion alguna? Por qué permitirle que se entregue al exámen de cuestiones ya resueltas, exponiéndole á que caiga en errores funestísimos, imprescindibles por la naturaleza contradictoria de nuestra razon que, apenas libre del freno de la autoridad, vacila y duda? Dios, dicen con mas lógica que MARIANA los teólogos sus contemporáneos, ha hablado ya por boca de sus ángeles y apóstoles; ¿quién se ha de atrever à poner en tela de juicio la palabra del infinitamente Sabio? El hombre no tiene siquiera derecho para poner la mano sobre lo que Dios ha escrito; el que la pone es por este solo hecho un blasfemo, es

un impio. Cerrar los ojos y creer en la palabra de Dios, hé aquí el único deber del que admite la revelacion y no niega la veracidad de los reveladores. ¿Para qué sirve de otro modo la revelacion? podrian haber preguntado al autor que examinamos. La revelacion legitima el origen de la teologia; pero solo la falta de revejacion puede legitimar en rigor el de la filosofía.

Decís, continúan además replicándole los mismos teólogos, que podemos amar la gloria con tal que para alcanzarla nos inmolemos en aras de la humanidad ó de la patria; mas ¿cómo salvais entonces los principios? ¿Es ó no de la esencia del alma aspirar al bien absoluto? Es bien absoluto el que resulta de nuestra fama póstuma? Si condenais el que consigo llevan las riquezas solo porque es contingente, y como tal indigno de ocupar la atencion de nuestro espíritu, ¿por qué no condenais este que deriva, no ya de una realidad, sino de un sueño? Diréis tal vez que distinguis; mas ¿cómo no se os ha ocurrido la misma distincion al haceros cargo de nuestra pasion por el oro que, como vos mismo confesais, es el mas alto poder que hay en la tierra?

Estas razones eran tan incontestables, que MARIANA debió indudablemente callarse. ¿Pudo empero comprender el motivo de su mismo silencio? Pudo hacerse cargo de la falsa situacion en que se habia puesto por el simple hecho de buscar un término medio entre el protestantismo y el catolicismo de su siglo? ¿Cómo no procuró indagar antes si los nuevos principios que se proclamaban eran simplemente la antitesis de los que habia defendido ó la síntesis de las contradicciones desarrolladas en el seno de las ideas ortodoxas? Si hubiese hecho este exámen previo, ¿se cree acaso que hubiera podido incurrir en los errores en que incurrió con perjuicio de su misma causa? En el primer caso se hubiera contentado con manifestar que una negacion no puede reemplazar nunca un sistema; en el segundo hubiera abrazado sinceramente las nuevas doctrinas por creerlas verdaderas, ó las hubiera rechazado, consagrando sus esfuerzos à revelar la falsedad que contenian. La ciencia no le hubiera aconsejado nunca el infructuoso medio de sincretizar ideas contrapuestas; la ciencia, al considerarlas como tales, le hubiera dicho que la verdad no podia estar en unas ni en otras, que la verdad debia buscarse en un principio superior, que las absorbiese y destruyese sus efectos subversivos. Øyó en esta cuestion MARIANA mas la voz de las circunstancias que las severas prescripciones de la filosofía; y es preciso confesarlo, echó mano del recurso mas vulgar, menos eficaz, mas falso, mas expuesto. Pudo en un principio deslumbrar; mas ¿qué valen esos éfimeros resultados del momento, tratándose de un debate en que iba poco menos que á decidirse la suerte del catolicismo?

Las ideas que hasta ahora llevamos expuestas de MARIANA merecen ser apreciadas; mas no tanto por la verdad ni la profundidad que en sí contienen como por el sentimiento que las dictó, sentimiento nacido de lo mucho que conocia aquel escritor los vicios de su sistema religioso y los ataques irresistibles á que daba lugar por estos mismos vicios. Habia analizado MARIANA las facultades del alma, y reconocia, sin querer, la soberanía de la razon humana; habia recorrido con una mirada llena de penetracion la historia de los pueblos, y reconocia, sin querer, la escasa solidez del catolicismo, sentado por algunos puntos sobre falsas bases; no hallándose con fuerzas para resistir al poder de su conciencia, confesó uno y otro, y se puso, tambien sin querer, al borde del abismo. No, dijo entonces, conociendo ya el peligro, admito la soberanía de la razon; mas ¿se deduce acaso de aquí que yo crea que la razon y la religion son enemigas? La religion no es para mí sino un sistema à priori, cuya realidad demostrará la razon à posteriori; la religion y la razon son para mi dos entidades, que como el Verbo y el Espíritu se confunden y se pierden en la unidad, en Dios, en lo absoluto. Admito tambien que están falseados por algunas partes los cimientos del catolicismo; mas se deduce acaso de aquí que yo crea que debamos

seguir minándolos para derribarle? Estos cimientos pueden, å mi modo de ver, repararse y son fácilmente reparables. Pues qué, ¿el catolicismo necesita de là supersticion ni de la fábula para sentarse sobre las ruinas de los partidos disidentes?

Publicó MARIANA estas ideas, parte porque le obligó á concebirlas la fuerza de su propio entendimiento, parte por lo que le apremió la vista de los intereses amenazados; ¿es tan extraño que no haya sabido colocarse en la posicion que como filósofo y como católico le pertenecia? Los estudios sobre la marcha de la humanidad no estaban muy adelantados en aquella época para que pudiese prever el fruto que habian de producir mas tarde sus doctrinas; las evoluciones de la razon eran aun poco determinadas; el desarrollo antinómico de las instituciones y de las ideas sociales completamente ignorado hasta de los hombres de mas inteligencia. Estuvo mucho mas acertado MARIANA en la segunda parte de su tratado sobre La inmortalidad y la muerte. «El alma, dice, es inmortal; lo sé y lo siento. Si llegase á convencerme un dia de que no lo fuese, ignoro cómo podria siquiera concebir la existencia de la sociedad ni aun la del hombre. ¿Para que deberiamos elevar entonces nuestras miradas mas allá del suelo? ¿Con qué objeto refrenar nuestra codicia ni apagar el furor de la lujuria? ¿Qué motivos tendriamos para sacrificar nuestros intereses á los de nuestros semejantes cuando no nos detuviese la espada de la ley ni la mano del verdugo? ¿Por qué habiamos de rendir homenaje à un Dios que premia con dolores nuestros sacrificios y levanta los malos sobre la cumbre de los buenos? Por qué habria, mos de respetar nuestra vida hasta el punto de sobrellevarla en medio de los mas largos y profundos sufrimientos?

>>> Mas yo siento en mí una individualidad que se subleva contra la idea de lo finito; yo veo un fenómeno cualquiera é investigo el sér que lo produce, me elevo de causa en causa á un mundo que no perciben mis sentidos, sondo las tinieblas de lo pasado, indago involuntariamente lo futuro, dudo y busco la verdad en medio de la duda, oigo una voz mas poderosa que la ley que me obliga á lo que la ley no manda, no conozco á Dios y le rindo sin cesar tributo, concibo el bien á pesar de no hallarle en la superficie de la tierra, reconozco un Sér supremo, confieso que si existe no puede dejar de ser justo, y no hallo, sin embargo, realizada la justicia; el cuerpo, digo, podrá volver a confundirse entre el polvo que mis piés levantan, el alma ha de vivir y pasar á un cielo donde sean una realidad las ideas, al parecer quiméricas, que ahora la tienen en continua lucha con el universo exterior que la rodea.

» E Cómo empero he de probar lo que no es aun en mi mas que una creencia? Abro los libros de los dos grandes filósofos de la antigüedad, y leo en el uno razones que la confirman, en el otro razones que la niegan. Vacila por algunos instantes mi entendimiento; mas ¿no es acaso, me pregunto, tan soberana mi-razon individual como la de Platon y la de Aristóteles? La vida es la accion; si puedo probar que el alma se mueve independientemente hasta del medio en que obra, ¿no se desprenderá de aquí que el alma es la vida, que está por lo menos en ella la fuente de la vida? No se desprenderá de aquí que, no teniendo nada comun con el cuerpo, no está destinada á sufrir las vicisitudes que este sufra? Es un hecho irrecusable que nuestro cuerpo no funciona sino á impulsos del espíritu, que en faltando este deja aquel de obrar y por consiguiente de vivir, sucumbe, muere. ¿Sucede así con el alma? Duerme la måteria y continúa aquella agitándose ya en sueños mas o menos fantásticos, ya en resoluciónes de problemas que no ha podido dilucidar tal vez cuando estaba el cuerpo despierto y le auxiliaba con la luz de los sentidos. liere no pocas veces mis ojos una multitud de objetos; resuenan en mis oidos voces, ya armoniosas, ya discordes; mis ojos, sin embargo, no ven, mis oidos no oyen; y absorbida en tanto el alma

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