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que es una asimilacion tal larga y dificil, sé que con los países nuevamente reducidos conviene adoptar medidas extraordinarias que no pocas veces merecerán el nombre de tiránicas; pero estoy tambien firmemente convencido de que, si no se apela á la equidad tan pronto como las circunstancias lo permitan, tenemos constantemente en cada piedra un obstáculo y en cada hombre un enemigo. Llámese, por lo contrario, á todos los destinos de la república, tanto à los individuos notables de la metrópoli como á los de las colonias, distribúyanse segun la misma proporcion en estas y en aquellas los tributos, búsquense para nuestros tercios hombres de todos los distintos puntos del imperio, interésese á flamencos y españoles, á italianos y americanos en nuestros hechos y glorias nacionales, y además de ver aseguradas nuestras conquistas, encontrarémos en ellas la fuerza de que necesitamos para llegar á sujetar el orbe. Tenemos ya el paso abierto para ir á enarbolar nuestras banderas en las mas lejanas é indómitas naciones, ó hemos de dirigir todos nuestros esfuerzos á subyugarlas, ó hemos de confesarnos indignos del fruto de las inmensas victorias que han amontonado los mayores sobre nuestra frente.

>> Debe atender antes que todo el príncipe á conservar la paz interior; mas dudo que pueda durar esto mucho tiempo sin que prosigamos en el exterior la guerra. Estamos cercados de enemigos, lindamos con reinos poderosos que no esperan sino ocasiones para vengarse de los ultrajes que les hemos hecho devorar con la punta de nuestras lanzas; si no ocupamos su atencion por medio de frecuentes y repentinas invasiones en provincias aun independientes, les tendrémos á no tardar en nuestro propio suelo, donde ya que no nos venzan, han de sumir por lo menos en llanto y desconsuelo millares de familias. Una nacion como la nuestra debe tener por otra parte en pié un ejército numeroso y formidable, pues ni seria de otro modo fácil hacer cumplir las leyes, ni cabria enfrenar el furor de pueblos siempre rebeldes; ¿es esto siquiera posible sin vejar todos los dias con mayores tributos nuestros mismos pueblos?

>>Nada hay tan costoso en una monarquía como la milicia, nada que absorba mas ni con mas rapidez las rentas del Estado. ¿Por qué no hemos de procurar que viva sobre el botin de sus batallas y sobre las riquezas de los pueblos que ha domado con sus armas? Motivos para las guerras exteriores nunca faltan habiendo un ánimo esforzado en los que han de realizarlas; cuando no hallásemos otro campo para nuestros héroes, hallariamos el que nos ofrece continuamente Dios en las ciudades de los que han renegado de su santa ley en el hogar de los herejes. ¿Qué es además ni de qué sirve la milicia cuando no se la expone sin cesar á los duros trances de la guerra? Debilitase en el ocio, y no cuenta mañana con fuerzas ni aun para resistir los imprevistos ataques de las demás naciones.

>>Atendido lo pasado y puesto en parangon con lo presente, conviene á la nacion española mas que á ninguna estar siempre con las armas en la mano; y soy de parecer, no solo de que se busquen motivos para nuevas guerras, sino de que hasta se permita á las guarniciones y escuadras fronterizas caer de rebato, cuando puedan, sobre los pueblos extraños que tengan á la vista. Están plagados los mares de piratas; ¿por qué no hemos de consentir en que se arme quien quiera en corso y turbe el comercio de los demás pueblos de la tierra é invada las costas extranjeras que halle mal cubiertas? Si á conservar la paz dentro y la guerra fuera debe reducirse la política de España, ¿qué inconveniente podemos ver en esas concesiones otorgadas en otros tiempos por reyes á quienes debemos nuestras mayores glorias?

>>Pero hay mas, ¿quién duda que podriamos disponer de un grande ejército sin la mitad de los gastos que hoy para él tenemos? ¿Por qué, como en tiempos de los Reyes Católicos, no debemos exigir que cada ciudadano mantenga, segun su condicion, ya armas simplemente defensivas, ya

armas defensivas y ofensivas, ya armas y caballo? Por qué no hemos de procurar que los nobles y los grandes propietarios sostengan á su costa un mayor ó menor número de soldados para cuando lo reclame la honra del Estado? Por qué no hemos de reservar ciertos honores á los que por dos ó mas años hayan servido sin sueldo en el ejército? Por qué al dar otros no los hemos de otorgar bajo la condicion de que los agraciados hagan igual sacrificio en el altar de la patria? Por qué no hemos de guardar ciertos cargos que no requieren grandes estudios para los militares que, despues de una brillante carrera, hayan quedado inútiles para servir en la milicia? Proponemos estas medidas, ninguna de ellas enteramente nueva, porque si deseamos por una parte que permanezcan nuestros príncipes fieles á la política de sus antepasados y no se cierre la gloriosa historia de nuestra monarquía, queremos por otra como el que mas que no se grave con onerosos tributos á los pueblos. Sostienen muchos que nuestra nacion es rica y puede sobrellevar mas impuestos que las demás de Europa; ¿cómo no se advierte empero que, merced á la naturaleza de nuestro suelo y á lo escasamente pobladas que están nuestras provincias, tene→ mos reducida á la esterilidad una gran parte de nuestro territorio? Cómo no se advierte que, á falta de caminos públicos, encontramos vastas comarcas escaseando de lo que en otras sobra? Cómo no se advierte que por el atraso de la industria nos despojamos del oro que viene de América para pagar una gran cantidad de productos extranjeros? Está ya gravada la propiedad territorial con el pago del diezmo; por ligeros que sean los impuestos reales, ¿no han de hacer precaria y triste la suerte de nuestros labradores? ¿Por qué, si no bastan los ya establecidos, se han de respetar tanto las inmunidades concedidas por otros reyes, que no necesitaban sino de módicos tributos para cubrir hasta sus mas graves atenciones? La primera condicion del impuesto es la igualdad, sin la cual se hace insufrible aun á los que pueden satisfacerlo con menos perjuicio de sus intereses. Son precisamente los privilegiados los que mejor pueden pagarlo; ¿cómo el privilegio no ha de parecer á los ojos de los demás injusto? Creo que el erario necesita mas de lo que actualmente se recauda, pero creo tambien que para obtenerlo no ha de apelar sino á conocidos y trivialísimos recursos. Rebaje el príncipe los excesivos gastos de su casa, suprima los destinos sin objeto, derogue las inmunidades otorgadas, procure que los magnates no arrebaten, como en tiempo de Enrique III, las riquezas públicas, grave con un ligero tributo los artículos que ha de consumir forzosamente el pueblo, aumente el que pesa ya sobre los productos importados y de mero lujo, cargue especialmente la mano sobre las telas venidas de otros reinos, llame por este medio al país á los fabricantes extranjeros; y sin necesidad de agoviar á los que pueden apenas soportar ya las cargas del Estado, adquirirá los medios suficientes para, haciendo superiores los ingresos á los gastos, evitar la ruina futura de la nacion y llevar las ar5 mas adonde exija el lustre y esplendor de la corona. La falta de rentas no está tanto en la esca

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sez de los impuestos como en la depravacion que suele haber en los recaudadores. Se ve ordinariamente á esos hombres, pobres al hacerse cargo del destino, opulentos al dejarlo; y convendria, ya para evitar tan grande escándalo, ya para proporcionar al erario mayores cantidades que las que hoy recoge, no solo pedirles cuentas anuales, sino exigirselas al fin tan estrechas que pudiese quitárseles lo de dudoso origen.

>>Son, por lo comun, los impuestos el azote de los pueblos y la pesadilla de todos los gobiernos. Para aquellos son siempre excesivos, para estos nunca sobrados y bastantes. Ocurre en una monarquía una calamidad, la sublevacion de un pueblo por ejemplo, y corre al punto el vago rumor

de

que está el erario exhausto. Este rumor basta para indignar á los contribuyentes, las quejas de los contribuyentes para aterrar al principe, que se dedica luego con afan á buscar medios ex

traordinarios. Pidese á unos consejo, óyense los mas contrapuestos pareceres, y no es raro que llegue entre estos á oidos del rey el inicuo cuanto inútil proyecto de alterar el valor de la moneda. Con esta medida, se dice entonces, nadie sufre directamente perjuicio, el valor intrínseco de la moneda es menor, pero el legal queda siempre el mismo. ¿Puede imaginarse un medio de mas fácil ejecucion ni que saque mas pronto al príncipe de un terrible apuro? Mas ¿cómo es posible que hombres ilustrados se dejen llevar de tan grave error y aplaudan un plan tan insensato? Una nacion, un príncipe no pueden faltar nunca á la justicia; y el medio propuesto, considéresele bajo cualquier punto de vista, es y será siempre un latrocinio. ¿Cómo no ha de serlo el que se me obligue á mí á tomar lo que solo vale tres por cinco? Si la moneda ha llegado á ser un instrumento general de cambio ha sido precisamente por la fijeza de su valor, expuesto á ligeras oscilaciones solo en momentos de grandes crisis; ¿podrá acaso continuar ejerciendo esta funcion si empezamos á tomarnos la libertad de rebajar la ley del oro ó de la plata en dos ó mas por ciento? El comercio exterior se hará por de pronto imposible, si los mercaderes nacionales no consienten en sufrir un quebranto igual á la depreciacion de la moneda, entrará en el comercio interior la desconfianza, y habrá necesariamente paralizacion de trabajos, escasez y encarecimiento de productos, miseria, confusion, desórden. El gobierno, es verdad, podrá obligarme á aceptar en cambio de mis artículos la moneda nueva; mas no podré yo á mi vez aumentar el precio de los mismos hasta cubrir el déficit que puede ocasionarme la arbitraria alteracion de los metales? ¿Serán inútiles todos los esfuerzos del rey para obviar esa evolucion que me será impuesta á mí y á todos por el deseo natural de conservar mis intereses? Nacen tan espontáneamente esos tristes resultados del carácter de la disposicion misma, que no se necesita mas que consultar la razon para preverlos; pero no es ya solo la razon, es la experiencia, y una experiencia bien funesta, la que los deja escritos con lágrimas y sangre.

»¿Cuándo empezarán á ser mas pensadores y leales esos cortesanos que rodean á los reyes? Porque á ellos, y á ellos principalmente, son debidos esos bárbaros proyectos. No sin motivo han sido llamados la peste de la república, no sin motivo llevan concitados contra si el odio y la cólera del pueblo. ¿Quién mas que ellos presta favor al lado de los reyes á esos torpes juegos escénicos, cuya importancia están ponderando sin cesar movidos por el voluptuoso furor de sus pasiones? Excitan estos espectáculos la lascivia, corrompen, afeminan; y ellos, que solo sirven para el galanteo y la asquerosa crápula, no hallan voces para encomiarlos ni manos para aplaudir á los que los ejecutan sin restos ya de pudor ni de recato. ¿Cómo, si se sintieran aun con valor para vestir la malla de sus antepasados, no habian de levantar el grito contra la introduccion de tal costumbre? Mas no son buenos ya ni aun para manejar la espada que indignamente ciñen, y quieren que gane la molicie el corazon de todos. Una nacion como la nuestra ¿ha de tomar por pasatiempo ver representar escenas de amores y adulterios? Una nacion como la nuestra no habria de divertir el ánimo de sus negocios ordinarios sino para presenciar simulacros de guerra, ó asistir á los ya olvidados ejercicios de la carrera y de la lucha.

>> Ciérrense los teatros, ciérrense esos infames burdeles, escándalo de la gente morigerada y culta, póngase el mayor coto posible á esa prostitucion que nos amenaza con invadirlo todo, reálcese la religion, que debe reinar sola y señora y enteramente libre de rivalidades y discordias, consérvese y foméntese el carácter nacional, y verémos restituida á la cumbre de su grandeza nuestra monarquía; hágase lo contrario, y la verémos recorrer sin tregua la pendiente de su decadencia hasta llegar al fondo de su inevitable ruina. >>

Hemos sido extensos en la exposicion de estas ideas, no tanto por la novedad que à primera

á

vista presentan, como por la celebridad del libro en que las vertió nuestro sensato publicista. MARIANA, sobre todo en política, no solo no invento, no propuso siquiera una reforma que no fuera la restauracion de alguna práctica, mas o menos antigua, caida en desuso ó por la mala fe de los gobernantes, ó por la negligencia de los gobernados. Partidario acérrimo, mas que del derecho racional, del derecho histórico, estudió al parecer las instituciones y las costumbres patrias, hecho lo cual, procuró recogerlas en un solo cuerpo de doctrina, tal vez mas por el deseo de que se con→→ servasen y vinieran á servir de leyes fundamentales al Estado que por el afan de lanzar una teoría mas en el ya tan removido campo de la ciencia del gobierno. Fué indudablemente audaz al sentar el principio de la soberania del pueblo; mas es preciso advertir que la sola existencia de nuestras mismas instituciones lo implicaba, y que, si queria ser lógico, ó habia de establecerlo como punto de partida, ó habia de negar la legitimidad de aquellas y por consiguiente rechazarlas. Las instituciones, podia decir para sí, están sancionadas á mis ojos por la historia de once siglos; el principio que entrañan no puede menos de ser cierto. Consulto por otra parte la razón, y la razon no lo condena; ¿cómo ni en qué me puedo fundar para ponerlo en duda? Admitió el principio, declaró inferiores á la sociedad los reyes, y dialéctico severo é imperturbable, llegó adonde no podia menos de llegar, llegó á legitimar la insurreccion y el regicidio. Las instituciones de un pueblo, continuó para sí, son, como el origen de donde emanan, sagradas é inviolables; el rey que las escarnece comete un crimen de lesa nacionalidad y merece ser destronado y muerto. Dispone de fuerza, y es preciso contrastarla, ya que no podamos con la fuerza, con la astucia; ya que no con la espada vengadora del pueblo, con el puñal del asesino. Si la soberanía reside en la sociedad, tiene esta el derecho de defenderla y reivindicarla á costa de cualesquiera sacrificios. Una sociedad no puede ni debe consentir nunca en su propia degra+ dacion, en la ruina de los principios constitutivos, en su muerte.

Se ha exagerado mucho, al tomar en consideracion estas ideas, el valor, ya científico, ya moral de MARIANA; mas no entendemos cómo no se ha sabido comprender que en política no ha tenido MARIANA otro mérito que el de haber sido lógico. Sus ideas són precisamente las de su época, y aparece en todas, no como un innovador peligroso, sino como un conservador que, viendo amenazados los hábitos sociales de su patria, se esfuerza en ponerlos de relieve, encareciendo su necesidad y sus ventajas. Truena, es verdad, contra la nobleza de su siglo, pero no deja de considerarla como un elemento indispensable para la constitucion del reino, y propone, cuando mas, que se la rejuvenezca y dé una nueva vida; se desata en invectivas contra los cortesanos, mas crea á renglon seguido otra corte para sus queridos reyes; no quiere soldados mercenarios, pero sí ejércitos de hombres libres dispuestos siempre á exponerse á los azares de nuevas y mas sangrientas guerras.

Era MARIANA tan conservador y un eco tan fiel de las ideas de su tiempo, que defendió hasta las que mas debian repugnar á su razon y á su conciencia. Sacerdote, ministro de un Dios que vino para condenar el principio de la fuerza y predicar la paz al mundo, no habla en su libro sino de la necesidad de educar al pueblo en el ejercicio de las armas, llevando tan allá sus instintos belicosos, que hasta propone, como se ha visto, permitir las invasiones en tierras extrañas, legitimar la piratería y sustituir al teatro las antiguas carreras y luchas de griegos y romanos. Debemos estar de continuo en guerra para vivir en paz, vienė á decir en uno de los mas importantes capítulos del libro; á una paz que nos humille debemos preferir la guerra, mas que esta deba cubrir de ruinas los países enemigos y de lágrimas y luto las familias de los conciudadanos. La lógica, que le saca airoso en otras cuestiones, le abandona aquí para dejarle llevar del tor

rente de las ideas de sus contemporáneos, siendo en verdad lamentable que le abandone precisamente al tratar de una teoría tan funesta y tan fecunda en tristes resultados. La filosofia, la religion, la razon que rechaza de ordinario la violencia, nada pudo apartarle en este punto del modo de pensar y de sentir de su época. Las ideas de nuestra antigua y tan decantada grandeza le deslumbraron, el temor de ver decadente á su nacion le cegó á fuerza de impresionarle vivamente, y como el vulgo y la aristocracia de los pensadores de aquel siglo, proclamó la necesidad de la guerra con la misma fe con que pudiera haberlo hecho un cónsul de Roma ó un tribuno de la plebe (1).

Hemos indicado al principio de este escrito que el pensamiento capital de MARIANA consistia en organizar una teocracia omnipotente. Queríalo en efecto, y aunque con algo de embozo, no dejaba de revelarlo á cada paso en sus escritos; mas apoyándose siempre en ese mismo derecho histórico que tomaba como base de sus doctrinas, buscando siempre en lo pasado la legitimacion de sus ideas sobre la necesidad de dar al clero riquezas, poder, dignidad, fuerza. En las antiguas Cortes, decia, la Iglesia legislaba con la aristocracia sobre los intereses de los pueblos; la union de la Iglesia y del Estado es hoy mas que nunca indispensable, ora se atienda á la influencia que ejercen los obispos sobre la muchedumbre, ora á los peligros que corre, expuesta á las invasiones de la herejía, una religion sin la cual no son ni el órden ni la libertad posibles. En los antiguos tiempos, añade, los obispos eran los consejeros de los reyes hasta en los campos de batalla; hoy, como entonces, son aun los obispos los depositarios de la ciencia labrada por los grandes pensadores en la fragua de los siglos. Dieron los antiguos reyes á nuestros prelados rentas de que viviesen y castillos y pueblos sobre que ejerciesen la jurisdiccion aneja al feudo; hoy mas que nunca necesitan los prelados de esos medios, ya para sostener las libertades que no puede defender un pueblo desarmado, ya para contener la tiranía á que no puede oponerse una aristocracia degenerada y corrompida.

Sobre este punto, sin embargo, bueno es ya considerar que procedió mas por interés de partido que porque así lo exigieran ni la fuerza de la dialéctica ni la razon histórica. Supone que la propiedad es hija de la fuerza, que para templar los males que de ella derivan fatalmente conviene prevenir y destruir la demasiada acumulacion de bienes en un corto número de manos; y alegando luego razones, cuya futilidad no podia desconocer él mismo, sienta que esta acumulacion no es perjudicial cuando se verifica en el seno de la Iglesia. Al ver gravados los pueblos por onerosísimos tributos, declama contra las inmunidades concedidas por reyes anteriores á familias que disfrutan de grandes propiedades; y al hacerse luego cargo de las inmunidades de la Iglesia, no vacila en llamar sacrilego al que se atreva á tocarlas ni aun bajo el pretexto de que lo exijan así los intereses de la patria. Establece el principio de que es indispensable para la paz de un reino la armonía entre el sacerdocio y el imperio, quiere fundar en este principio que las altas dignidades eclesiásticas deben ser llamadas á los altos destinos del gobierno; y solo de una manera mezquina y repugnante admite luego que ciertos legos tengan intervencion en los negocios de la Iglesia. MARIANA está en esto imperdonable: no se ve ya en él un escritor de conciencia, sino un hombre pérfido, un sacerdote hipócrita.

(1) ¿No podria tambien suponerse que este pensamiento de hacer de la España una nacion conquistadora derivaba de miras ulteriores de MARIANA? Sin una nacion guerrera identificada con los intereses del catolicismo no era posi

ble ni restablecer la unidad destruida por lá reforma, ni facilitar á la Iglesia la conquista de ambos mundos. Toda teocracia está, por otra parte, condenada á sentar su trono sobre la palabra de Dios y la punta de la espada.

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