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Para nosotros no hay medio posible: ó se admite que los reyes sean á la vez reyes y pontifices, como sucedia en las naciones paganas y hoy sucede en los reinos mahometanos y aun en algunas repúblicas cristianas, ó si ha de haber dos poderes independientes, segun parecen exigir la letra y las mas ortodoxas interpretaciones del Evangelio, es necesario de toda necesidad que se establezca entre el sacerdocio y el imperio una completa separacion, poco menos que un abismo. La conciliacion de los dos poderes, esa pretendida armonía, por la que tanto han suspirado escritores de uno y otro bando, debemos decirlo y reconocerlo de una vez, esa conciliacion es imposible. Hace ya diez y seis siglos que están esos poderes organizados y situados frente a frente; queremos que se nos señale un solo periodo histórico en que no se hayan amenazado ó no hayan estado en lucha. Lo han estado, lo están y lo estarán mientras existan; y lo han estado, lo están y lo estarán, porque todo poder tiende, por ser tal, á la exclusion de todo otro poder, á la soberanía universal, al puro absolutismo. El que lo dude y no sepa meditar abra la historia; no se necesita mas para convencerse de una verdad que es ya à los ojos de todo pensador una verdad trivial por tan sabida.

MARIANA debió cuando menos haberse colocado en un terreno mas franco; MARIANA debió haber dicho lo que tal vez y sin tal vez sentia: no, yo no pido una conciliacion, yo pido una absorcion del Estado por la Iglesia. Reconozco en esta mas acierto, mas fuerza moral, mas saber para gobernar los pueblos; quiero la unidad del mundo católico; sé que esta es dificilísima por la espada de los reyes, y no puedo dejar de confiar todo el poder social á los pontifices. Esto no hubiera gustado tanto; pero tenia una defensa mas lógica, y no hubiera podido menos de proporcionarle, aun fuera de las puertas del templo. y del convento, ardientes partidarios. Tal como ha desarrollado su teoría, habrá halagado á muchos; pero de seguro que no habrá satisfecho á nadie. Para unos se habrá hecho sospechoso; á los ojos de otros habrá parecido cobarde; á nosotros, como llevamos dicho, se nos ha presentado con el velo de la hipocresía.

No podemos manifestar por el estado actual de las cosas públicas las ideas que sobre esta materia profesamos; mas razonando sobre el principio de que sea necesaria la existencia de los dos poderes, no solo creemos inútil cuanto se haga para armonizarlos, creemos que la ciencia y la paz del mundo aconsejan que se abra entre los dos rivales un foso insuperable; que no haya facultades en los reyes para intervenir en la eleccion de las dignidades eclesiásticas; que no se permita á ningun individuo del clero tomar una parte activa en los negocios civiles de los pueblos; que ni las decisiones de los pontifices necesiten del pase regio para adquirir fuerza de ley en las naciones, ni la de los reyes puedan ser atacadas por los jefes de la Iglesia; que no sea posible mas que un concordato entre uno y otro poder, y este concordato se reduzca á impedir la guerra, á detener esas luchas con que durante tantos siglos han ensangrentado uno y otro las mieses de los campos y las aguas de los rios y los mares; que haya efectivamente dos reinos en cada reino; pero que entre las instituciones y poderes de uno y otro haya, si no ese foso de que poco ha hablábamos, una puerta de bronce donde se emboten las lanzas de los dos bandos enemigos.

Mas no debemos tratar de nuestras ideas, si de las de MARIANA. Expone en la segunda parte de su libro las relativas à la manera cómo debe ser educado un principe; y á decir verdad, revela tambien en todas que aspira menos á formar un buen principe que un principe guerrero. Le hace estudiar latin, no con el objeto de que pueda leer las obras de los antiguos filósofos, sino con el que pueda aprender en los historiadores la manera cómo subyugaron los cónsules y los césares el mundo; le hace cultivar las matemáticas, no con el fin de que le sirvan de base para el conocimiento de las ciencias fisicas, sino con el de que le enseñen á levantar campamentos y á

de

construir puentes sobre los rios y á disponer asaltos de ciudades y á levantar vastos y continuos proyectos de operaciones militares; le hace dedicarse á las artes de la elocuencia y la poesía, no para que conozca y saboree los encantos del lenguaje de la imaginacion y las pasiones, sino para facilitarle un arma con que logre encender en el alma de sus pueblos el amor á los campos de batalla. Hácese apenas cargo de lo que constituye la ciencia del gobierno, y encarece en cambio el estudio de la astronomia, en que ve un medio para que el príncipe, á fuerza de considerar la grandeza de la creacion, aprecie lo fútiles que son las conquistas de la tierra, y deponga así el orgullo que vayan despertando en él los majestuosos triunfos debidos á su espada. Temeroso de que el mucho saber no distraiga al rey de los graves negocios de la república, le quiere enciclopédico, no sabio, sin advertir que no es tanto de temer en el rey que profundice las ciencias como que profundice precisamente las mas ajenas á la administracion y á la política. Si MARIANA no se hubiera dejado llevar tanto de su equivocada idea de hacer un rey amante de la guerra, no solo no hubiera visto en el estudio detenido de estas ciencias un peligro, le hubiera considerado hasta necesario, y sobre todo, de inmensos resultados. El proyecto de aumentar incesantemente los tributos y el de alterar la ley de la moneda, que atribuyó á la mala fe de los cortesanos y á la ignorancia de los consejeros, hubiera visto entonces que debian ser atribuidos principalmente à la total carencia que de conocimientos económicos suelen tener los reyes, carencia sobre la cual no se le ocurrió siquiera escribir en su libro la mas pequeña queja. ¿Cómo él, que en tan alto grado los poseia y daba con tanto acierto en la verdadera causa de las enfermedades sociales, pudo llegar á olvidar que estas ciencias debian ser casi el único y exclusivo objeto del estudio de los príncipes? ¿Temia acaso que los reyes pudiesen llegar á emanciparse de tutores y á gobernarse por consejo propio?

Queria que los príncipes fuesen guerreros, y mas aun que guerreros religiosos. Deben procurar, decia, que sus leyes parezcan emanadas de la voluntad del cielo, y guardar para esto á los ojos de su propia conciencia y á los del pueblo respeto al sacerdocio y respeto a las prácticas sagradas. Han de poner todo lo que depende de la religion bajo su escudo, han de purgarla de toda herejía, han de impedir la entrada de todo otro culto en sus dominios. Han de considerar todo lo anejo á la casa del Señor como de Dios mismo, y no hacer uso de bienes ni riquezas consagradas á los templos, aun cuando parezcan legitimarlo grandes sucesos y extraordinarias circunstancias. Invocarán á Dios en la paz, invocarán á Dios en la guerra, lidiarán por Dios, y solo á Dios atribuirán sus triunfos. A Dios ofrecerán el botin de sus batallas, á solo Dios honrarán, como el rey Felipe, á cuya piedad debe el orbe cristiano su mas grandioso monumento.

Al llegar aquí acordábase nuevamente MARIANA de su idea teocrática, y se esforzaba cuanto podia en hacer que el rey se redujese á ser un simple brazo del catolicismo. Se le acusará quizá de egoista é intolerante porque tendia á proscribir sin piedad toda religion que no fuera la cristiana; mas aunque no estamos de acuerdo con su proyecto de educacion tan excesivamente religioso, nos guardarémos bien de repetir una acusacion, que es por lo injusta insostenible. Profesamos el principio de la libertad de cultos; pero no desconocemos que conduce mas o menos tarde á la destruccion de todo sistema religioso y al entronizamiento del racionalismo; y no podemos exigir de un hombre de las ideas y del siglo de MARIANA que trabajase por suicidarse y acelerar la caida de una religion en que creia hallar la fuerza suficiente para hacerse señora y árbitro del mundo. Hombres de ciencia, no podemos mentir ni aun para interesar en el triunfo de nuestras ideas á nuestros enemigos; y lo decimos francamente, el catolicismo no hace mas que cumplir con su deber procurando por cuantos medios están á su alcance el imperio exclusivo

de los pueblos que obedecen á la voz de Cristo. La Iglesia, si no quiere abrir con sus propias manos la fosa en que podrá ser enterrado su cadáver, ha de continuar, y no puede menos de seguir con su vituperada intolerancia. Se le pretende demostrar que la libertad de cultos la depuraria comunicándole mas robustez y vida; pero esto no es mas que un lazo tendido por escritores sin pudor, lazo en que, si no cae ella, no dejan de caer aun algunos de sus mas celosos partidarios. Uno de nuestros políticos contemporáneos decia un dia en el Parlamento que el gobierno es esencialmente de resistencia, que la revolucion se encarga de echar el resto para la marcha de la especie humana. Al oirle hasta sus mismos amigos condenaron una para ellos tan peregrina idea; mas ¿ dejaba de estar en lo cierto? Para nosotros, y cuenta que nosotros profesamos ideas muy distintas de su señoría, quien se engañaba aquí no era el orador, eran sí sus amigos. El gobierno debe resistir, la Iglesia debe resistir; tal es á nuestros ojos el papel que les está confiado por la fatalidad social, fatalidad que podemos denominar tambien con el nombre, para algunos mas consolador, de Providencia. En lo fisico, como en lo moral, de la resistencia y del choque debe resultar el equilibrio.

Donde empero estuvo mas acertado MARIANA fué en las cuestiones económicas. Comprendió perfectamente de dónde proceden los gravísimos males que aquejan á los pueblos; atribuyó el orí– gen de la propiedad á la tiranía, partió del principio que la comunidad habia sido el estado primitivo de la especie. Circunscribióse por de contado á hablar de la propiedad territorial, única combatible, no solo en su origen, sino en sus derechos señoriales y en sus funestos resultados; dejó á un lado é intacta la de los frutos del trabajo, legitimada y hasta exigida por la misma organizacion del hombre. La division de la tierra, y sobre todo la acumulacion de vastas haciendas en pocas manos, hé aquí, dijo, el motivo principal de los desórdenes sociales; si se distribuyese mas la propiedad, si se procurase templar así los males que habian de nacer forzosamente de romper una comunidad impuesta por la razon y la justicia, no veriamos como ahora crecer numerosas familias de pobres junto á los mismos palacios de los poderosos, en el mismo seno de la abundancia y la riqueza. Estos pobres lo son por un vicio de la sociedad, y deben ser socorridos por esta misma sociedad, cuya mala organizacion es la causa de su hambre y su miseria. La sociedad no ha sido creada solo para la defensa mutua de los que la componen, lo ha sido tambien para garantizar la existencia de todos y cada uno de sus individuos.

Estos principios, consignados de una manera enérgica en casi todos los libros de los santos padres, han sido repetidos con no menos dignidad y valor por nuestro publicista; mas desgraciadamente no ha sabido ó no se ha atrevido à deducir ni sus mas inmediatas y naturales consecuencias. Los ha repetido casi solo para probar de nuevo la necesidad de la caridad cristiana, sentimiento que en instantes dados puede producir efectos sorprendentes; pero que, como todo sentimiento, es incapaz de destruir nunca un mal ni de extirpar vicio alguno de nuestras sociedades. Obran en nosotros contra la fuerza de un sentimiento los cálculos egoistas de nuestra razon, la voz de nuestros intereses, y mas que todo aun las distintas pasiones que á cada impresion que recibimos nos agitan; la influencia de un sentimiento ha de ser necesariamente pasajera. Hace ya diez y nueve siglos que espiró el que vino á alumbrar con la llama de esa caridad nuestros tristes corazones; ¿en qué ha sido reformada esencialmente la sociedad de que formamos parte? La caridad es y ha de ser impotente para alejar males cuya causa, á pesar de la caridad, subsiste y obra.

Impidase la acumulacion de la propiedad, exclama por otra parte MARIANA; pero si la propiedad es ya injusta en su origen, ¿dejará despues de dividida de producir efectos subversivos?

¿Qué medios propone además para impedir una acumulacion que se ha formado á la sombra de las leyes? Ve sin cultivo campos inmensos de que es la aristocracia propietaria; ¿propone acaso que se los declare del Estado y se los devuelva á la comunidad de que fueron violentamente separados? No, dice, cultivelos el concejo á cuyo término pertenezcan, cubra con el precio de los productos los gastos de labranza, resérvese una cuarta parte de los beneficios, y restituya las otras tres al descuidado propietario. Vislumbra, al parecer, que solo el trabajo continuado puede legitimar la posesion del suelo; pero no sabiendo aun sobreponerse á la manera de pensar de su época, quiere que se pague á la propiedad un tributo que la propiedad ni se ha procurado ni ha exigido.

Aun esos medios que propone se puede asegurar que le son sugeridos mas por la vista de las dolencias de los pueblos que por la fuerza natural de sus principios. Ve á esos pueblos abrumados de tributos, considera que estos se han de hacer insoportables en un país falto de medios de comunicacion, y por consiguiente de relaciones comerciales; y solo por quererlos atenuar proyecta recursos que tal vez en su interior le repugnaban. Habló, sin embargo, MARIANA acerca de los impuestos generalmente con singular prudencia y tacto. Conoció la necesidad de no gravar los artículos de mas general consumo, y pidió la rebaja de los derechos que pesaban sobre ellos desde siglos; conoció que el impuesto solo siendo igual podia parecer justo y exigible, y pidió la anulacion de todo privilegio; conoció que las contribuciones deben ser lo menos gravosas posible, y pidió, no solo la supresion de todo destino inútil, sino el llamamiento á los altos puestos del Estado de los hombres que pudieran ocuparlos sin cobrar sueldo del erario. Participó tambien de preocupaciones, pero de preocupaciones perdonables en su siglo. El lujo, dijo, por ejemplo, debe pagar mayor tributo que los artículos comunes; las ricas telas venidas de otras naciones deben ser cargadas á la entrada con un impuesto bárbaro. MARIANA no habia aun podido considerar que un artículo no es generalmente de lujo sino cuando aparece nuevamente en el campo de la industria; que artículos con que ayer solo pudo engalanarse la frente de la orgullosa dama son hoy quizá el adorno de la mas humilde obrera; que gravar los articulos de lujo es por consiguiente impedir la universalizacion de los mismos y detener la marcha de las artes; que, gracias á esta idea, confirmada por una experiencia nunca interrumpida, si algunos artículos debieran ser privilegiados á los ojos del erario deberian serlo precisamente esos que condena á una situacion tan dura. MARIANA no habia aun podido considerar, por otra parte, que si esas ricas telas venidas de países extranjeros no tenian en España similares, sus enormes derechos de entrada no habian de ser satisfechos sino por los mismos españoles; que esos enormes derechos no eran por consecuencia mas que un nuevo tributo sobre el lujo, tributo que no habia de conducir sino á aumentar los malísimos efectos que acabamos de ir levantando con la punta de la pluma. Proponíase MARIANA Con esta medida, segun confesion del mismo, atraer á España á los fabricantes extranjeros; mas sin advertir que ni los derechos habian de rebajar tanto el consumo, ni aun cuando lo rebajasen, podian aquellos industriales tejer con la misma baratura que en su patria, en un país donde faltaban, además de una infinidad de elementos, hábitos verdaderamente industriales. MARIANA no vió claro en este asunto, y se dejó arrastrar por preocupaciones vulgarísimas; mas es tan de extrañar, cuando hoy, despues de tres siglos, hay aun economistas que incurren en los mismos errores y declaman tambien contra el lujo y contra los productos extranjeros?

Estuvo MARIANA en cambio irrefutable al hacerse cargo de si podia alterarse ó no el valor de la moneda. Debatió primero esta cuestion en uno de los capítulos del libro De Rege y posteriormente

en un tratado especial que escribió en latin y tradujo despues al castellano (1). Hizola, puede decirse, su caballo de batalla, llegando á tratarla con tan decidido empeño y singular vehemencia, que espantó á sus mismos enemigos. Alterar el valor de la moneda, dijo, no solo es injusto; no puede producir sino el cáos social, es imposible. La moneda, añadió, tiene dos valores, uno intrínseco, el que tiene por la naturaleza de la materia de que está compuesta; otro legal, el que le da la acuñacion por derecho regio. ¿Puede el valor legal diferir mucho del intrínseco? El valor legal, si ha de procederse con equidad, no puede ser mas que el mismo valor intrínseco, mas los gastos de troquel y fábrica. Si es menos, pierde el erario; si mayor, hay un verdadero robo. No se puede calificar de otro modo el acto de vender lo que vale solo. dos por cuatro. Ahora bien, ¿ignora el pueblo este crímen? Es imposible entonces la justicia en la venta, es imposible la legalidad en el cambio. ¿Tiene noticia de él? Retira el capitalista de la circulacion sus fondos y el comercio cesa; se espanta el simple vendedor y aumenta el precio. de los artículos hasta cubrir la depreciacion de la moneda. Hay carestía, hay cesacion de trabajo, hay hambre, hay trastornos, hay desórden. La moneda vieja se esconde; la nueva, aunque con desconfianza, corre de mano en mano, principalmente entre los que han de vivir de la obra diaria de sus manos; y cuando ya arrepentido el rey trata de reparar el daño hecho restituyendo su valor antiguo á la moneda, ocurre una nueva revolucion, un nuevo desbarajuste de intereses sociales, viéndose condenado el mismo pueblo á corregir á costa de penosos sacrificios una falta de que ha sido y debido ser la primer víctima.

¡Qué exactitud hay aquí en las ideas! Qué bien descritos y detallados están aquí todos los efectos de una medida tan imprudente y opresora! El mas ilustrado economista de nuestro siglo no aprecia hoy mejor la cuestion; y los hay, de seguro, que ni sabrian exponerla con tanta precision ni resolverla con tanta claridad y tan buen juicio. El Estado, hay todavía quien dice hoy, refiriéndose á la cuestion de crédito, puede imponer la circulacion forzosa de la moneda de menos valor intrínseco y mas desprovista de garantía; con la circulacion forzosa se tiene siempre un medio para hacerse con recursos y prevenir, ó cuando menos, destruir los efectos de las grandes crisis. Mas ¿cómo? replica MARIANA; yo, tendero, no podré rechazar la moneda que me obliga á tomar el Estado; pero ¿quién me ha de impedir á mi proporcionar el valor de mis artículos al valor intrinseco de la moneda en que me los han de pagar los compradores? Esta ha sido, continúa MARIANA, la consecuencia de todas las alteraciones hechas hasta ahora en tan importante materia; y esta ha sido, añadimos nosotros, la suerte de los asignados franceses, y esta será la de todo papel que no sea pagadero al portador en dinero de buena ley, en dinero que no deba apreciarse en mucho mas de su valor intrínseco. No solo no es lícito, repetimos con MARIANA, es inútil, es inconducente alterar el valor de toda clase de moneda.

No fué de mucho tan feliz MARIANA en las pocas cuestiones administrativas que sujetó á su juicio. Reprobó con justicia la institucion de los burdeles públicos, quejóse no sin motivo de que las municipalidades acabasen de legitimar la prostitucion cobrándole, aunque indirectamente, un mas ó menos módico tributo; sentó con razon como principio que los gobiernos no deben autorizar nunca el vicio por mas que se sientan sin fuerzas para combatirlo; demostró de una manera indudable que los lupanares, léjos de atenuar el mal, lo fomentan y son un foco perenne de cor

(1) Este tratado especial, que lleva por título en latin Tractatus de monetae mutatione, y en castellano De la alteracion de la moneda, suscitó un proceso por el cual tuvo que sufrir MARIANA un año de reclusion en el convento de

San Francisco de Madrid Ocasionóle gravísimos disgustos, becho que no es de extrañar, atendida la libertad y el calor con que está escrito. Forma parte de esta coleccion.

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