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DISCURSO PRELIMINAR.

¿QUIÉN era MARIANA? Quién era ese hombre, que sin mas armas que la pluma se atrevia á desafiar los dos mas formidables poderes de su siglo, la Inquisicion y los reyes? ¿Era un filósofo sincero, ó uno de esos escritores que halagan las pasiones de los pueblos solo para hacerlos instrumentos de sus ocultas y ambiciosas miras? ¿Cómo el que fué consultor del Santo Oficio pudo negar la autenticidad de la Vulgata y denunciar sin tregua los abusos de la Iglesia? Cómo el que no vaciló en dedicar al monarca sus principales obras pudo fegitimar en las mismas y hasta santificar el regicidio? Cómo el que de muy jóven habia abrazado con ardor la regla de San Ignacio pudo revelar á los ojos del mundo las enfermedades de la Compañía, á la cual debia con este solo paso hacerse sospechoso?

Fué decididamente católico, fué decididamente monárquico, fué decididamente uno de los que mas escribieron porque se realizasen en algun tiempo los sueños de Hildebrando; ¿por qué, sin embargo, ha debido correr sobre párrafos enteros de sus obras la fatal pluma de los inquisidores? Por qué su libro De Rege ha debido ser quemado en Paris por mano del verdugo? Por qué ha debido ser terminantemente prohibido su folleto sobre la alteracion de la moneda, que tanto habia amargado ya los dias de su vida? ¿Predicaba acaso ese hombre una doctrina nueva para su siglo? ¿Vertió acaso ideas sediciosas que pudiesen inspirar sérios temores por la tranquilidad del Estado ó de la Iglesia?

MARIANA no es aun conocido ni en su patria. Escribió de filosofia, de religion, de política, de economía, de hacienda; sondó todas las cuestiones graves de su época; emitió su opinion sobre cuanto podia lastimar sus creencias y la futura paz del reino; pero, como si no existiesen ya sus obras ni quedase de ellas memoria, es considerado aun, no como un hombre de ciencia, sino como un zurcidor de frases, como un literato que apenas ha sabido hacer mas que poner en buen estilo los datos históricos recogidos por sus antecesores. Llevó indudablemente un plan en cuanto dió á la prensa, y este plan no ha sido aun de nadie comprendido; tuvo, como pocos, ideas, al parecer, demasiado adelantadas para su época, y estas ideas son aun el secreto de un círculo reducido de eruditos. Fué, como ninguno, audaz é independiente, no cejó ante el peligro, creció en él y llamó sin titubear sobre si las iras de los que mas podian; habló, gritó, tronó contra todo

lo que le pareció digno de censura; ¿quién, no obstante, le ha apreciado aun sino como un escritor que ha compuesto tranquilamente en su retrete un libro, donde lo de menos era influir en la marcha de los sucesos públicos, y lo de mas dar á conocer la gala y majestad de la lengua castellana? ¿Qué se conoce de él entre nosotros mas que su Historia general de España?

¡Si cuando menos hubiesen sabido juzgarla! Mas ¿dónde está, han dicho, la crítica y la filosofia de ese hombre? ¿No es él quien, despues de haber desechado como inverosimiles antiguas y respetables tradiciones, ha consagrado páginas enteras de su libro á fábulas que hasta el sentido comun rechaza? ¿Qué nos ha dicho acerca del objeto que lleva la especie humana ni acerca del camino que esta sigue para llegar á la realizacion de sus deseos? ¿No ha convertido acaso la historia de los pueblos en una serie cronológica de biografias de principes y reyes?

Han subido aun de punto los cargos cuando algun crítico, entre tantos, queriendo hacerse superior á sus predecesores, ha vuelto los ojos al libro De Rege ó á otra de sus obras políticosociales. ¿Dónde está, ha dicho, el sentimiento monárquico de un hombre que deriva el poder real del consentimiento de los pueblos, consigna el derecho de insurreccion y da hasta á los particulares la facultad de atentar contra la vida de un monarca? ¿Qué reglas nos ha dado para distinguir de los reyes á los que él llama tiranos? Si admitimos que un hombre puede matar al rey que viole las leyes fundamentales de un Estado y se escude tras las armas de soldados elegidos entre el mismo pueblo, ¿qué razon habrá para castigar al que mate a otro hombre cuyos crímenes, cometidos á la sombra de la hipocresía, escapen á la accion de la justicia? El regicidio, por buenos que puedan ser sus resultados, ¿no será siempre un delito en el que lo cometa? ¿Por qué pues ha debido guardar el autor las mas bellas flores de su elocuencia para esparcirlas hasta con amor sobre el sepulcro de Jacobo Clemente, matador de Enrique III de Francia, vengador, segun MARIANA, de la familia de los Guisas? Ese libro De Rege armó indudablemente la mano de Ravaillac contra Enrique IV; es hasta un borron para nuestra patria que haya sido escrito y comentado por plumas españolas.

No falta quien en vista de tan graves acusaciones haya salido á su defensa, sobre todo en nuestros tiempos, en que las nuevas ideas políticas le han hecho considerar como un escritor que preveia y determinaba ya la forma democrático-monárquica bajo la cual vivimos; pero dejando á un lado todo espíritu de partido, esos ardientes defensores ¿han sido tampoco mas inteligentes ni mas justos? ¿A qué puede ser debido su entusiasmo? A que MARIANA, buscando un correctivo á la tiranía, no le haya encontrado sino en la espada de un soldado ó en el puñal de un asesino? A que MARIANA, creyendo corrompidà la nobleza de su tiempo, la haya deprimido de continuo hasta hacerla odiosa á los mismos que entonces la adulaban y servian? A que, recordando las victorias obtenidas por las armas de España en Flándes y en Italia, haya clamado contra el desarme de los pueblos y la tendencia de los gobiernos á hacerlos consumir en el ocio y la molicie? A que, bajo el pretexto de que los buenos reyes no necesitan de guardias para sus personas, se haya declarado contra la formacion del ejército por hombres mercenarios? ¿Cómo no han advertido, al leer la obra á que principalmente nos referimos, que todas estas ideas han sido sugeridas al autor por un solo pensamiento, por el pensamiento de organizar una teocracia poderosa, ante la cual debiesen enmudecer el rey y la nobleza, únicos obstáculos que se oponian á la satisfaccion de sus deseos? Pues qué, ¿no le han visto á cada paso abogando porque los obispos ocupen los primeros puestos del Estado; porque se les confirmen á estos, no solo sus pingües mayorazgos, sino la tenencia de los alcázares con que habian hecho ó podian hacer frente à las constantes invasiones de la aristocracia y á las de la corona? Vese claramente que MARIANA aspi

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raba á organizar constitucionalmente el reino; mas se cree acaso que podrian encontrarse siquiera puntos de contacto entre la constitucion que él habria escrito y la que buscamos nosotros en medio de las ruinas de lo pasado? .

B

MARIANA, lo hemos dicho y lo repetimos, no es aun conocido ni en su misma patria. Le hemos leido detenidamente, le hemos analizado, hemos inquirido el pensamiento que podria unir sus mas contrapuestas ideas y sus obras mas heterogéneas; hemos pensado, hemos meditado sobre cada una de sus proposiciones atrevidas y al parecer aventuradas; le hemos examinado en detalle, le hemos examinado en conjunto, y nos hemos debido convencer por momentos, no solo de que no se le conoce, sino tambien de que nunca se le ha presentado, ni tal cual fué para su época, ni tal cual es para nosotros y será mas tarde para nuestros hijos.

¿No seria hora ya de que, levantándole sobre el pedestal de una crítica tan imparcial como severa, le interrogásemos sobre cada uno de los puntos de que ha escrito y apreciásemos por sus mismas explicaciones lo que le deben en el campo de la ciencia su generacion y las generaciones posteriores? La generacion de que formó parte ha muerto; ¿cuándo mejor que ahora podrémos juzgarle, libres de toda pasion bastarda?

Tenemos, es verdad, ideas filosóficas distintas de las suyas, ideas políticas distintas de las suideas económicas distintas de las suyas; mas ¿quién por eso llegará á creer que pretendamos juzgarle al través de opiniones que no tuvo ni pudo tener de modo alguno? Nosotros somos precisamente los que profesamos tal vez en su mayor latitud el principio de la tolerancia. Si no admitimos el fatalismo individual, admitimos cuando menos el fatalismo social, el fatalismo histórico. Creemos que todas las ideas de un siglo han sido necesarias en aquel siglo, y aun en las mas encontradas opiniones vemos fuerzas cuyo choque ha de acelerar el progreso de la especie humana. Todos los hombres, con tal que no hayan acallado la voz de la conciencia con la del interés, son pues para nosotros dignos de consideracion y de respeto; todos los hombres han de ser juzgados con relacion á su época y su pueblo.

Podrémos engañarnos, ¿quién lo duda? Mas nuestros errores nacerán siempre de ignorancia, nunea de perversidad ni de malicia. No abrigamos hácia MARIANA amor ni odio; buscarémos en él mismo las premisas; cada lector podrá con nosotros ó sin nosotros deducir las consecuencias.

Abraza el período de la vida de MARIANA una de las épocas mas fecundas en acontecimientos (1). En ella se elevó España á la cumbre de su grandeza, y bajó precipitadamente hácia el abismo que debía mas tarde devorarla; en ella subieron mezclados al cielo los alaridos de triunfo de ejércitos terribles y los desgarradores ayes de víctimas sacrificadas en la hoguera; en ella se fortalecieron las creencias de los pueblos y se debilitaron las de los hombres consagrados al estudio de la ciencia; en ella resonaron los primeros gritos de la revolucion moderna y se extinguieron las últimas llamaradas del fuego que habian encendido los cruzados en las repúblicas de Italia; en ella vió el clero medio muerta la aristocracia, que tantos celos le inspiraba, y abierto de nuevo el paso para establecer el predominio á que con tanta fuerza y sin cesar aspira; en ella pasó la monarquía por la politica de las armas, por la de la diplomacia (1) Nació JUAN DE MARIANA en el año 1536, murió en 16 de febrero de 1623.

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decorosa, por la de la humildad y la bajeza. MARIANA, hombre que ha revelado en todas sus obras una alta inteligencia, hombre naturalmente pensador y que, por lo que permiten juzgar algunos de sus libros, pretendia apreciar la situacion en que los intereses sociales se encontraban, no podia menos de aprender mucho en esa rápida y no interrumpida série de sucesos capaces de excitar hasta las facultades intelectuales menos ejercitadas y mas inactivas; pero tuvo aun ocasion de aprender mas en países extranjeros, donde por trece años leyó teología con universal aplauso de los varones sabios de su tiempo (1). Pudo estimar mejor que otros muchos españoles de la misma época las causas y progresos de la reforma, las disidencias entre los partidos protestantes, el porvenir que aguardaba á las nuevas doctrinas, el peligro que en sí encerraban tanto para los poderes existentes como para la futura autoridad del clero, los efectos que habian ya producido, la influencia que habian ejercido en las costumbres y en la constitucion. general de las sociedades europeas, los medios que aun existian para contrarestar esa misma influencia, detenida en algunas naciones solo por el terror, solo por las armas del verdugo, Los sucesos fueron durante aquel periodo grandes y variados; mas la reforma era el hecho capital, el hecho dominante, el hecho que mas preocupaba y mantenia en continua alarma el ánimo de los filósofos y el de los políticos; ¿es siquiera posible suponer que MARIANA dejase de estudiarla y seguirla paso á paso?

Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que esta gran revolucion no encontró eco en España, consagrada de corazon al catolicismo desde remotos siglos; mas no parece hasta inverosimil que haya podido pasar esta asercion sin ser ya desde un principio refutada? ¿Contra quiénes se ejercian entonces los furores de la Inquisicion? ¿Quiénes eran esos herejes que, á pesar del suplicio de sus correligionarios, seguian las ideas que habian abrazado y las sellaban con su sangre? ¿Puede olvidarse acaso que fueron á las cárceles del terrible tribunal los mas aventajados teólogos de aquellos desdichados tiempos; que se enseñaron doctrinas heterodoxas hasta en el seno de las universidades? El pueblo pudo dejar de tomar parte en esta cuestion gravísima; pero ¿la aristocracia, el mismo clero, los hombres de inteligencia?...

Dirán tal vez que la historia no lo ha consignado así; mas ¿podia consignarlo? ¿Cómo no se concibe que el simple hecho de hablar de los adelantos de la reforma habia de ser considerado por la severa política de aquellos tiempos como un gran delito? Y qué, ¿no tenemos, sin embargo, testimonios que lo acreditan? No se ha lamentado el misino MARIANA en una de sus obras de la diversidad de opiniones religiosas que á la sazon existian en España; diversidad que, segun él, era mayor que en otras muchas naciones por la vecindad de la Francia y la Inglaterra (2)? Durante el periodo de mas movimiento y trastornos que aquella revolucion produjo ¿estuvimos, por otra parte, tan arrinconados dentro de nuestras fronteras que no pudiéramos adquirir noticias de las nuevas ideas? ¿No nos hallamos constantemente en el teatro de los sucesos? La reforma fué una revolucion europea, una revolucion motivada, como todas, por abusos palpables y generalmente conocidos: penetró, como no podia menos de penetrar, en todas partes. En unos países venció, y salió en otros vencida; pero en todas conspiró y en todas aspiró á realizarse y entronizarse. Los hechos hablan, y los hechos son del dominio de todo el mundo. Para convencerse de lo que dejamos sentado basta leerlos.

(1) Enseñó en el gran colegio de jesuitas de Roma, en otro de Sicilia y en la universidad de Paris. Abrazan estos trece años desde el veinte y cuatro al treinta y siete de su edad, del 1561 al 1574.

(2) Despues de los tiempos de Arrio jamás hubo mayores disidencias en materias de religion, especialmente en España por su proximidad á Francia y á Inglaterra : leemos en su libro De Rege, lib. 3, cap. 2.

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