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aún antes de la derrota de Vivanco en Carmen Alto de 22 de julio de 1844, ya Elías en la capital se pronunció por el restablecimiento de la constitución de Huancayo y llamó a los desterrados. Mendiburu volvió acompañando a Manuel de Menéndez y cuando reasumió el mando, en octubre de 1844, lo nominó su Ministro de Hacienda. Fue el principal inspirador de su corto gobierno, dictando valiosas disposiciones para ordenar y moralizar la administración, tan relajada durante los años de la Anarquía.

Sirvió a Castilla durante su primer gobierno en los altos puestos de su ministro de Guerra en 1845, en su desempeño, se reorganizó al ejército, se extirparon corruptelas y se comenzó la reforma de las ordenanzas y la recomposición de la marina. Habiéndose forjado por manejos de San Román en el sur de la República, propósitos de alzamientos, Castilla, encomendó a Mendiburu dirigirse a esos departamentos con secretas instrucciones, a fin de aquietar los ánimos y supo disipar el peligro, separando a los sospechosos sin ruidos ni agitaciones. Retornó, luego de esa delicada misión, a Lima y por necesidades políticas, cambió de ministerio, tomando el de Hacienda, al que sirvió brevemente, por una dolencia grave que le aquejó.

Restablecido del mal y a mediados de 1847, entró a formar parte del Consejo de Estado en cumplimiento de mandato del Congreso. Su participación en este cuerpo fué decisiva en los debates y alcanzó a ser su presidente. De sus gestiones se recuerda un notable informe, en contra del presupuesto formulado por Manuel del Río. En esa época redactó el proyecto de "Ordenanzas Militares" muy alabado por el Presidente Castilla y a raíz de aquel trabajo, se le designó Inspector y Comandante General de Artillería, arma que hallábase decaída y en nulidad completa. Castilla, al final de su gobierno, lo presentó al Congreso para la clase de general de brigada y éste lo eligió por casi unanimidad, en premio de los servicios a favor del orden legítimo y recordando sus eminentes calidades de organizador del ejército.

José Rufino Echenique, sucesor legítimo de Castilla, tuvo a bien llevarlo como su Ministro de Hacienda y en esa cartera tropezó en desgraciada suerte, con el difícil y agitado problema de la consolidación de la deuda interna. Se opuso al torrente de pretenciones temerarias e hizo cuanto pudo por moderar las imprudentes leyes de la Consolidación y sus desaprensivas ejecuciones. En setiembre de 1852, partió para Inglaterra, con el cargo de Ministro Plenipotenciario y con la misión específica de arreglar las demandas que gravitaban sobre la Deuda Externa. Pudo reducir las exhorbitantes reclamaciones que pesaban sobre el país, prevalidos de la ambigüedad de términos con que se redactó la Convención de 1849 y las evitó celebrando un nuevo empréstito por 2 millones 600 mil libras esterlinas, con lo que, se convirtió a favorable

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tipo la deuda Anglo-Peruana y pudo cancelarse los dos millones de pesos reclamados por Chile. Las pasiones politicas del momento muy encendidas, gritaron en contra de ese arreglo, tergiversando los términos bonancibles que ofrecían, para con ello enrrostrar como malos los actos del gobierno de Echenique e infamar a sus amigos y colaboradores. Mendiburu replicó a los cargos que le lanzara Domingo Elías en sus célebres Cartas, con una briosa y honesta exposición. Y de nuevo en el Perú, a fines de 1853 se reencargó, tanto, del Ministerio de Hacienda, como de la Comandancia General de Artillería.

La tremenda revolución de 1854 en contra del régimen de Echenique, en la que se confabularon todos sus enemigos: Elías, Vivanco, el Presidente boliviano Belzú y que Castilla usufructuaría en definitiva, obligó a Mendiburu siguiendo su proceder leal a defender al gobierno legalmente constituído, compartiendo en todos los peligros que significaba el sostenerlo en circunstancias tan graves. Iniciada la revuelta, dejó el Ministerio de Hacienda, para asumir desde mayo de 1854 la jefatura del Estado Mayor y la Secretaría General de la expedición al interior, la que partió bajo el mando directo del propio Echenique. Fue desacertada y grave la lentitud e inercia de éste en esa campaña. Mendiburu, renunció a sus cargos militares, por desacuerdo con la táctica errónea seguida por Echenique y los métodos empleados por el círculo del General Torrico, candidato oficial a la Presidencia. En los días anteriores a la batalla de La Palma, se puso al frente de la artillería y en la propia batalla, mandó en persona a los escuadrones de la caballería, para amagar así a la retaguardia del ejército revolucionario, maniobra que resultó inútil, por la precipitada conducta del General Pezet, quien sin acomodarse a los nuevos movimientos del enemigo, se estrelló con desacierto inmenso, contra las fuerzas muy bien emplazadas del General Castilla.

Victoriosa la revolución, desterró a Mendiburu y alejado de la Patria se refugió en Chile, radicándose en el puerto de Valparaíso. Alli no estuvo unido con los otros proscritos, que anhelaban nuevas tentativas revolucionarias y abandonó esa residencia, cuando a fines de 1856 se decretó en el Perú la amnistía general. Llegado a Lima, permaneció apartado de toda actividad durante el predominio de los liberales. En esa época fue reinscrito en el escalafón militar. Cuando Castilla rompió con los liberales y se acercó a los conservadores, Mendiburu se amistó con él y convocada la asamblea constituyente de 1860, vino como diputado representando a la provincia de Quispicanchis. Fue elegido Vice-Presidente del Congreso y por renuncia de Bartolomé Herrera, presidió a la asamblea durante los debates que dictaron la importante constitución del 60. Se mostró en sus opiniones tajantemente conservador, las que le concitaron agrias enemistades en el sector izquierdista, las que se tornaron muy visibles, cuando sus amigos dieron su nombre, co

mo posible candidato a la Presidencia de la República. Fue blanco de repetidos ataques por la prensa y su impopularidad se hizo considerable en momento en el que, el nuevo mandatario San Román, pretendió confiarle la formación del primer gabinete de su gobierno. La gritería periodística que encabezó Quimper y sus seguidores, obligaron a San Román a desistir en sus ofertas.

Hailándose en Chile, sufriendo el destierro que le vino luego del desastre de La Palma y desde 1855, comenzó Mendiburu a ir acarreando los materiales históricos, para su inmenso proyecto de reconstruir a los principales personajes de la Colonia y de la vida republicana. Desde su retorno al Perú a fines de 1857, los tiempos libres los dedicaba a esa magna empresa, que compartía con sus funciones parlamentarias entre cuyos miembros ejerció incuestionable influencia. De esta laboriosa calma, le vinieron a sacar los sucesos que se produjeron a raíz de la muerte del General San Román, los derivados de la expedición española de Pinzon y su lealtad a Juan Antonio Pezet, pese a que con él difería grandemente de criterio. La revolución triunfante de Mariano Ignacio Prado, le impuso nuevo ostracismo, pasado esta vez en Guayaquil; allí permaneció tres años del 65 al 67. Aquel obligado retiro lo empleó en redactar muchas páginas de su Diccionario Biográfico y de sus "Memorias".

Las pasiones políticas tan exaltadas en la revolución del 65, se vengaron de él, borrándolo del escalatón militar, pero es reincorporado y con todos los honores, luego de la caída de Prado y a fines de 1867 retornaba a Lima. Desde este año puede decirse, que había finalizado la hasta entonces activisima carrera política y militar y preferentemente dedicó su tiempo a la ciclópea obra de historiador. Fruto de aquel esfuerzo, seis años después, en 1874 apareció el primer tomo del "Diccionario Histórico Biográfico de! Perú" y los otros siguientes en 1876, 1878 y 1880. Su actividad verdaderamente extraordinaria le dió tiempo para distraer horas fecundas en otros menesteres. Realizó un proyecto que había acariciado desde 1850 y lo cumplió veinte años más tarde: la reforma de la utilísima "Escuela de Artes y Oficios", de la que fue su Director hasta su destrucción y clausura por la aciaga guerra del Pacífico. Además, desde 1872 perteneció a la "Junta Consultiva del Ministerio de Guerra". Y en calidad de Presidente de la "Junta Reformadora de las Ordenanzas Militares", elaboró en 1878, el proyecto de las nuevas, adicionándolo con un minucioso informe.

Era ya hombre anciano, pues contaba a la sazón setenticinco años de edad, cuando Chile declaró la guerra al Perú, no obstante esa grave limitación, fué designado General en Jefe del Ejército de Reserva. El Presidente Luis La Puerta, por ausencia de Prado le encomendó el Ministerio de Guerra y la Presidencia del Consejo. Hizo cuanto pudo

para defender al país en momento tan trágico. Disentimientos con los miembros del Gabinete, lo obligaron a presentar renuncia en octubre de 1879, dos meses antes que Piérola, se proclamase Jefe Supremo. Procuró ante todo la defensa de Lima lo acusaron de no haber dado preferencia al ejército del sur.

En descargo de tal criterio, conviene tener en cuenta, las razones que aduce tanto en la Memoria de "Guerra y Marina" de agosto de 1879 como, en el Manifiesto a la Nación, documento que permanece inédito, como tantos otros suyos. La Dictadura, desorganizó sus planes militares de defensa y como testigo mudo, contempló el desastre de Miraflores, que él había previsto. Al día siguiente de la derrota de San Juan, fué llamado a una Junta de Guerra y en ella propuso fortalecer con artillería, los lados débiles que presentaba la larguísima línea que iba desde Miraflores a Vásquez. Su parecer no fué seguido y el enemigo penetró precisamente, por los indefensos espacios entre los reductos. Consumado el desastre, se refugió en sus estudios históricos, tratando de olvidar con ellos, la amargura y el resquemor que a su dignidad patriótica y de viejo militar le producía la ocupación chilena. Falleció cerca de cumplir los ochenta años, el 21 de enero de 1885 y durante el gobierno de Miguel Iglesias.

La figura moral de Mendiburu, la ha trazado magistralmente José de la Riva-Agüero y fluye con nitidez cuando se acerca uno al panorama de su acción. Contrasta su lealtad, su hidalga honradez y su constante amor a la disciplina y al orden, con el turbio proceder, de muchos de los hombres, con los que se codeó durante las primeras décadas del Perú republicano, tan convulsionado por bastardas ambiciones que desquiciaban a la sociedad y la anarquizaban de continuo. Fue siempre, respetuoso y perpétuo servidor de la legalidad y en las horas de peligro, se halló al lado del honor, dejando toda conveniencia con riesgo constante de su vida. No dudó en plegarse a los caídos, en el turbión oscilante de nuestras guerras civiles, cosechando por su actitud, proscripciones, amarguras e insidiosas calumnias y hasta en varias ocasiones le borraron de su categoría militar limpiamente ganada. Se ha repetido por tal proceder que asumió el nobilísimo papel "de cortesano de la desgracia", mejor se diría que se unió al infortunio, no por azar, sino por conciente impulso, por voluntad inflexible y hasta con terquedad heroica, cuando mediaba su deber.

Hombre de fina y arrogante figura y de muy clara inteligencia, tuvo como característica en el orden intelectual-volitivo, una laboriosidad en grado eminentísimo. La desarrolló, tanto en las actividades propias de su profesión militar, desde el ángulo teórico, como en los menesteres administrativos y de organización práctica. Su metódico trabajo, bien lo demuestra el prodigioso monumento de erudición que se llama “Diccionario Histórico Biográfico del Perú", recuento extensísimo de

los principales sucesos que acaecieron en la época del Virreinato, colacionados en centenares de perfiles humanos, que por razones múltiples imprimieron huella en el ayer. En ese tejido de vidas ilustres, en cada ocasión pertinente enseña: troncos genealógicos, costumbres peculiares. legislación vigente, instituciones, viajeros y los hechos culminantes.

De no haberlos recogido Mendiburu, hubieran quedado en olvido. Sin su esfuerzo noche densa pesaría sobre gran parte de la historia del Perú. Su búsqueda fue improba, revisó cantidad grande de impresos que nos legó la Colonia e inquirió en los manuscritos más visibles: expedientes administrativos o notariales, titulos de propiedad urbana o rústica, documentos conventuales, actas del Cabildo, del Consulado y de otras instituciones básicas de la organización virreinaticia y que se hallaban en el Perú.

Además del citado Diccionario, de las diecinueve biografías de generales republicanos, que se conservaban hasta ahora inéditas y que se van a publicar, con más de un siglo de haber sido escritas, ha dejado sus "Memorias" extensísimo material manuscrito, que comprende miles de páginas y que desgraciadamente para la historia aún se hallan sin editar. No olvidemos también que a su fecunda pluma se deben decenas de opúsculos como: memorias administrativas de los importantes cargos públicos que desempeñó, informes particulares sobre temas solicitados, folletos de refutación o de descargo ante las calumniosas ofensas que le prodigaron sus enemigos; proyectos de ordenanzas, estudios militares y tablas técnicas.

Recordemos que a más de estos impresos conserva su familia legajos manuscritos como: el compendio histórico de las guerras de la Independencia en la parte militar; la incorporación de Guayaquil a la República de Colombia; sobre la creación de la República de Bolivia; el manifiesto a la nación como Ministro de Guerra y Marina, en los cinco primeros meses de la contienda con Chile; sobre las Dictaduras y desgracias militares en el Perú en la guerra con Chile; la Historia de la Artillería en el Perú y Pensamientos sobre Moral, Politica, Historia y Costumbres.

La crítica sobre las calidades de Mendiburu como historiador, la realizó magistralmente Riva-Agüero, en extenso estudio. Poco se puede añadir a lo que allí se ofrece. Raúl Porras, en "Fuentes Históricas" prácticamente glosa y se ajusta a su criterio. Mas observa con justeza, que es excesivamente duro, cuando señala las características intelectuales y literarias de su prosa, que desdeñosamente rotula de oficinesca y además cuando señala: su falta de capacidad de síntesis, su escribir opaco, sin vigor filosófico, sin imaginación, con excesiva prolijidad en los detalles y carencia de perspicacia psicológica al retratar el alma de

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