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los personajes más señalados. A estas atingencias en extremo categóricas de Riva-Agüero se contrapone un tanto, la opinión vertida por él mismo, en la parte preliminar o cuadro de conjunto, cargado de alabanzas. Su exposición es allí tan importante y en mucho exacta, que considero de necesidad trascribirla textualmente. Constituye el exponente más esclarecido y justiciero, del valor incuestionable de la obra histórica del General Manuel de Mendiburu. Dice así:

"El mérito del Diccionario es tan grande y reconocido que proclamarlo, resulta hoy casi supérfluo. No hay exageración en decir que sin él ignoraríamos lo más de nuestra historia colonial. Puso en circulación enorme caudal de datos rectificables e incompletos con frecuencia, como tienen que ser los de toda clase de estudios de erudición, pero riquisimos y portentosos para el tiempo en que se reunieron y publicaron, cuando había menores auxilios y mayores obstáculos todavía que al presente para la investigación histórica. Representa un extraordinario esfuerzo en largos años de exquisita diligencia y perseverancia ejemplar, que no podrá apreciar debidamente sino el que realice la formidable tarea de repetirlo para corregirlo y completarlo y una lección de honrosísima modestia, en quien, con tan inmensos materiales acumulados, hubiera podido ceder a la tentación de emprender la difícil historia general del Perú. Hubo momento, cuando principiaba sus trabajos en que pensó escribirla, pero conciente de la arduidad del intento y de su carencia de dotes sintéticas y de exposición y de redacción, desistió muy luego de aquel propósito y optó por el plan, para él muy hacedero y conveniente de diccionario o galería biográfica. Con ello hizo labor menos alta y vistosa, pero mucho más provechosa y proporcionada a sus facultades, lo que no ha empecido para que el Diccionario sea la verdadera y mejor historia del Perú bajo el régimen Colonial y no solo política y administrativa, sino también eclesiástica, literaria, militar y económica, por la naturaleza de las biografías que contiene. Abarca todas las manifestaciones sociales, todos los aspectos de la vida y civilización en las épocas de la Conquista y del Virreinato, con la extensión y detalles que una artistica historia general, por mayor latitud que se le diera, no habría permitido alcanzar.

A raíz de la publicación de los primeros tomos del Diccionario Histórico Biográfico, José Toribio Polo, inicia su estudio crítico, en artículos que fueron insertándose en el diario "El Comercio" de Lima y que reunidos más tarde en folleto, incluyendo las réplicas de Mendiburu, se editó en 1891. En el análisis de Polo, con indiscutible competencia de pormenores y de particularidades, impera ante todo, el afán del erudito celoso que increpa inexactitudes, errores y minucias, ya por prurito de lucirse ó tal vez por rebajar la importancia de una obra ciclópea en el

acarreo de materiales, aunque en algunos de ellos se deslizaran equivocaciones o yerros de leve monta. La obra de Polo es útil, claro está, para rectificarlos y corregirlos y asi salvar las pequeñas manchas de que adolece el acervo inmenso que a la historia y a la cultura del Perú, legó Mendiburu en su célebre Diccionario. Los lunares que señala Polo y las deficiencias que ve, muchas injustas, se advierten al pegarse muy de inmediato al gran lienzo que estructuró Mendiburu, pero mirado a la distancia se diluyen en forma tal, que la perspectiva trazada no sufre menoscabo, ni le resta mérito fundamental a conjunto tan valioso.

Es conveniente señalemos, que Evaristo San Cristóbal, cuando realizó la segunda edición del Diccionario, con notas suyas al pie de página, hizo servicio positivo a difusión de obra tan básica para nuestra historia. Lástima fue que no lo adicionara con un indice onomástico, con lo que hubiese enlazado innúmeros temas y personajes, dificilmente conectables sin ese aporte. Así mismo, debió de utilizar a Polo en las inexactitudes que éste señaló.

Si las influencias en torno a la vocación militar de Mendiburu ya la señalamos y procedieron del ejemplo de dos de sus tíos, poco se conoce sobre el origen y motivos de su otra gran vocación: la histórica. Es posible, rastreando al detalle sus "Memorias", que algo se pudiera vislumbrar sobre aquella inclinación tan decidida. Cabe preguntarse. ¿Hubo algún antecedente familiar, herencia o intervención externa que pudiera explicarla o fue producto innato, ingénito, sin atavismo o ligadura anterior? Es incógnitas sobre la que pesan conjeturas más o menos verosimiles. Pero, lo que sí puede establecerse con precisión en que, ya en 1842 su tendencia y afán por el pasado, su deseo de inquirir y recoger el material y la cantera de los hechos, le obsedía clara y definitivamente. Un documento en extremo útil lo demuestra.

Es la trascripción de un oficio. que en su calidad de Prefecto de Tacna envía al Subprefecto de Moquegua y que elevó para su conocimiento a la superioridad jerárquica, que a la sazón asumia el Gral. Domingo Nieto con el título de "Comandante General de los departamentos de Arequipa y Moquegua". Dolido por las depredaciones y estragos que por la guerra con Bolivia ejecutaba en el sur Ballivián y sus huestes, vio la necesidad de sumariarlas, tanto en los daños que hacían, como en los heroismos y esfuerzos que en su oposición realizaban los peruanos. Para establecer constancia de los delitos, puntualizó los que debían figurar, a cuyo fin instituye una Junta idónea encargada de recogerlos. El proyecto que se inserta entre los anexos muestra preocupación evidente hacia la historia y empeño para que el Estado asumiera aquella función pública, un tanto a la manera de los viejos cronistas oficiales del Virreinato.

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De otro lado conviene señalemos, que el espíritu republicano del siglo XIX se halló imbuído y hasta saturado de lo que puede denominarse inquietud historicista, pero en ei marco de lo concreto y personal. Siempre y frente a cada hecho que tuvo resonancia y que engendró pasiones, brotan innúmeros escritos. Los encabezan o llaman según los casos: manifiestos, proclamas, reivindicaciones, justificativos, reclamos, discursos, quejas o cargos, cartas y entrelazo de polémicas. Es inmenso el conjunto de esta literatura expositiva cargada de agravios y que se editó en folletos. Son miles los legados por el siglo.

Nos ofrecen el panorama del acaecer inmediato y palpitante, mas siempre desde el ángulo favorable y en consonancia con el bando de donde procedían. Es el dardo que se arrojan los intereses antagónicos y en pugna. Así teñidos los escritos de ordinario, exaltados y virulentos, aquella literatura político panfletaria inundó a la República. Y cuando precisó agitar, se volcó a la calle en pasquines mordaces en sátiras y dicterios, mostrando: o la verdad disfrazada o el crudo engaño y entre los desvergonzados, hasta la calumnia vociferante. Al lado de la insidia proselitista o de propaganda revolucionaria de cosecha inmediata y con finalidad ante todo presentista, muchos otros miran también puntualizar circunstancias, para que la historia los tenga muy en cuenta y los recuerde. Existe en ellos ahinco de perdurar. Reclaman y hasta con vigor buscan al futuro, desean el que las generaciones venideras los rememoren favorablemente. Por este prurito, en veces de vanagloria embosada o de honor exultante, cabe explicar el que la centuria del XIX fuese tan pródiga de relatos y defensas de cuanto suceso pugnaz o de discordia se produjo.

La proliferación impresa a que aludimos durante el siglo XIX, ha servido y servirá, como fuente nada desdeñable de nuestro pasado republicano. Es un bagaje rico y frondoso desde el miraje particular de banderías, antagonismos y otras muchas controversias de contenido múltiple. Los protagonistas y sus seguidores, se afanaron, en dejar constancia de lo acaecido, pero cada cual según sus simpatías y a su exclusivo y propio sabor. Mas, si este material interesado abunda, muy corto es el relativo a la compulsa serena, el de la discriminación con legítimo y puntual sentido de historia, persiguiendo a la verdad en los hitos descarnados de lo fidedigno.

Contraste, el evidente trasfondo historicista de la folletería del XIX con la historia que produjo ese siglo, sobre todo en su primera mitad. La que se conoce es pequeña en su amplitud y débil en su contenido. Jorge Basadre nos señala los nombres valederos para las primeras seis décadas. Entre los que tienen significación peruana recuerda a: Félix Devotti, Córdoba y Urrutia, Domingo de Alcalá, Valentín Ledesma, Vicuña Mackenna, José Hipólito Herrera, Manuel Bilbao y José To

ribio Pacheco. Desfilan y con pequeños comentarios, como los antecesores a un trabajo de mayor vuelo y con sintesis coordinadora: La “historia de los Partidos", de Santiago Távara. Junto a la folletería, en la visión fragmentaria y astuta en el propósito, aparece la obra de Távara, de quien con acierto Basadre ha dicho "Fue el primer intento de recorrer los sucesos y las etapas de la emancipación y de la vida republicana del Perú para buscar en éllos un fondo orgánico y una articulación”.

Mendiburu es sin duda el historiador de la Colonia, pero rebasa esa limitación, con las biografias que dejó escritas de los generales de la República. Y con ellas se pone al lado del importante bosquejo de Távara, ofreciendo uno de los ensayos más valiosos que brinda el panorama histórico del siglo XIX, en su etapa precursora, sin características científicas a las que se ajustó con honradez y empeñó el historiador clásico de ese período: Mariano Felipe Paz-Soldán. Recordemos de pasada que también el género biográfico le debe una contribución. Escribió "Biografías Breves". Son poco conocidas en el Perú, pues salieron en Santiago en la "Revista Chilena de Geografia é Historia" año de 1913. (Tomo VIII).

En el recuento de la vida del General Mendiburu, se ha olvidado casi siempre a su familia, y a salva: esa omisión dedico el último párrafo del presente esbozo. Al comienzo anotamos a sus ascendientes y dijimos también, que en 1826 casó por primera vez en Santiago de Chile con: Margarita Rey y Riesco. De este enlace le nacieron quince hijos, de los cuales murieron pequeños siete llamados: Luis Tomás Luis Sabino, Luis, Pedro Manuel, Justa Gertrudiz, Francisca y Calixta Adelaida. Los que llegaron a la mayoría fueron: Eduardo, Enrique, Delfina, Margarita, la que casó primero con Juan Centeno y ya viuda con Pablo Chalon; Carlos unido con su prima: Manuela de Mendiburu y Guzmán: Emilia, casada también dos veces, la primera con José Ignacio Iturregui y la segunda con Manuel Ezeta y Carassa y la última, nacida en 1853, fue Josefina, entró a monja como Hermana de la Caridad. La esforzada madre de estos quince niños falleció en Lima en 1860.

Viudo el General, contrajo segundas nupcias, el 19 de junio de 1861, con María Josefa de Araníbar y del Llano, hija de Nicolás de Araníbar y Fernández de Cornejo y de Lorenza del Llano y de la Casa. Su suegro, personaje de gran figuración en la República, presidió el Congreso de 1823, fue Senador, Consejero de Estado, Ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores y al morir en julio de 1851, era Presidente de la Corte Suprema de Justicia. De este su segundo casorio, tuvo cinco hijos: Manuel (1862-1907); Florencia (1865-1946); Dolores (1866-1875); Nicolás (1870-1913) y José (1872-1892). Por el anterior recuento, observamos, que si el esfuerzo intelectual de Mendi

buru fué eminente, no menor es su patriarcal y abonada progenie, legó al mundo diez y nueve vástagos.

No siendo nuestro propósito, un completo análisis genealógico, me limito a recordar a Nicolás de Mendiburu y Aranibar, casó primero, hallándose en Piura, con Rosa Blume y Corbacho, la que falleció en Lausenne en 1897 y por segunda vez, en París en 1900, con Ruth Mattos Topin. De esta rama provienen los nietos: Manuel y Nicolás Mendiburu Mattos Topin, quienes nos han proporcionado los valiosísimos originales que ahora se publican. A su generosidad, debe la historia y la cultura del país, la posibilidad de que entren al dominio público, tales diseños biográficos en extremo útiles. A ellos que profesan, con fervoroso amor, el culto a su esclarecido abuelo, nuestras más sinceras gracias.

LAS BIOGRAFIAS Y SU IMPORTANCIA

Después de recordar la vida del General Mendiburu, nos toca internarnos en su labor histórica, la desconocida, la que ahora se publica. Nos parece que no pretendió en este caso, escribir biografías en forma, tanto es así que los manuscritos legados los denominó con sencillez “Ligeras Noticias Biográficas". Se incurriría en grave error, si se las estimase como obra histórica acabada y digna de juzgarla como tal. Son, evidentemente apuntes muy emparentados a la crónica, con todas las ventajas de esta modalidad y también con los defectos inherentes a ella. De la crónica tiene, el contacto personal y directo con los sucesos que relata y de ella así mismo sus deficiencias, muy principalmente, por falta de perspectiva o de lejanía necesaria, para que el hecho inmediato no turbe o disloque la visión.

Además, los personajes escogidos se entrelazan muchísimo por corresponder a una misma época y en todos arder análogo propósito. En realidad, constituyen un cuadro unitario, aunque desdoblado, por ser visto desde varios ángulos y con enfoques privativos. Cada individualidad, absorbe la luz que le corresponde y así aparece mejor iluminada la particularidad múltiple de los actores de nuestro Caudillaje Militar.

Lo legado por Mendiburu semeja a un delineamiento de enorme cuenca hidrográfica. Detalló a muchos de sus afluentes, más olvidó a algunos de verdadera importancia. Para que la configuración histórica que pretendió, quedara completa en sus componentes esenciales, hubiese sido necesario el que escribiera otras biografías claves que no redactó. Nos referimos a las figuras básicas de: Riva-Agüero, Orbegoso, Echenique, Vidal y muy principalmente Castilla. Tal carencia, ha dejado laguna grande, en el propósito que parece lo tuvo de formular

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