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el panorama histórico en el cual le cupo vivir. Ciertamente, que existen otros actores, pero de aledaña importancia y sin el influjo capital de los citados.

En estas diecinueve biografías, por su condición de historiador y de testigo, hemos dicho que Mendiburu realizó ministerio de cronista. Salvando las diferencias de tiempo y de ambiente, bien pueden cotejárselas con las crónicas de las Guerras Civiles que sucedieron a la Conquista del Perú, en las que protagonizaron: Gonzalo Pizarro, el Pacificador La Gasca y Hernández Jirón, cuyos narradores fueron especificamente: Calvete de la Estrella, el Palentino, Gutiérrez de Santa Clara y Nicola de Albelino. Las contiendas que asolaron a nuestro territorio como antesala del Coloniaje tienen sabor análogo a las tormentas de nuestro Caudillaje Republicano. Y por ende, los cronistas de ambos períodos, pueden alcanzar cierto paralelismo, distante en siglos pero similar en sus procesos y raíces. Cabalgan los dos dramas en igual plataforma moral. Desorbitado personalismo, odio y pasiones en extremo agudas sin otro imperio que un desnudo y ambicioso afán de mando y de poder sin freno.

Mendiburu, en la mayoría de los casos fue coetaneo de los personajes que detalla. Los conoce intimamente, en circunstancias luchó con ellos, sintió la dentellada de perfidias o la amargura de constatar, que, ambiciones desbocadas dieran al traste con lo que él más amaba: el Perú; pero no en orgía de luchas antagónicas, sino ordenado, dentro de los carriles de la ley. Es de ahí, que pese a su honradez, cuando se leen muchas de estas páginas, estamos más próximos a un alegato de fiscal que acusa, que a historia de humano discurrir. Pero aún en estos casos no se advierte premeditado afán de dañar o de tomar venganza por discrepancias o por injurias. La narración así conduce por la fluencia de los hechos, en algunos momentos cargados de ignominia.

A lo largo de las narraciones y en la propicia oportunidad, descubre decenas de circunstancias que hasta el presente se ignoraban, visibles algunas por documentos fehacientes que aún perduran, mas otros, del dominio de lo que podemos llamar la trastienda de lo sucedido. En este animado campo refiere jugosas anécdotas recogidas, ya del acaecer cotidiano y otras privativas o personales, éstas por lo tanto se hallan dentro del ámbito de su íntima experiencia de soldado o de politico.

En la marejada de recuerdos que presenta, tuvo en ocasiones contactos amigables o de fricción con sus biografiados y en estos momentos habla de él, pero en tercera persona. Lo hace, cuando su yo aflora con discreto disimulo, sin hipérbole mayor. Contrasta su caso con uno similar. Nos referimos al Dean Valdivia, quien en su valiosa obra "Las Revoluciones de Arequipa" cuando refiere anécdotas vinculadas a sus recuerdos no es corto en vanidad y en jactancias. En cambio, las referen

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cias a la acción de Mendiburu, que él menciona muchas veces, no vienen a colación con espíritu de vanagloria, proceden por natural curso y verdad de los acontecimientos. Sabemos además que muchas de sus aseveraciones las amplía y explica en sus "Memorias", que aún permanecen inéditas, pero que han sido utilizadas por historiadores peruanos y en nuestro caso por las anotaciones de Félix Denegri.

No obstante la imparcialidad que Mendiburu se empeña en observar, sus juicios hállanse teñidos de aprecio o de adversidad sobre el paramento ético de los hombres que dibuja. Desde esta perspectiva y refiriéndose unicamente a los de volumen, su interpretación resulta más bien favorable en los casos de: Torre-Tagle, Eléspuru, Bermudez, Salaverry, Nieto y La Mar. La compleja figura de Gamarra no sale maltratada. A Gutiérrez de La Fuente, no lo incrimina con pasión, pero resalta su doblez y falsía. En el perfil de Santa Cruz, lo vemos en su ambición sin límites hasta la crueldad, más le concede enormes calidades de organizador y de estadista. Con saldo francamente negativo aparecen los Generales: San Román, dudoso y emboscado perenne en las luchas políticas de la época; Vivanco, inteligente, mas infatuado personaje de acción malsana y perturbadora; y con tintes oscuros diseña a Juan Crisóstomo Torrico a quien acusa con saña en diversos pasajes.

En el discurrir de los años bosquejados es directo y hasta agrio el contacto con el ambiente miliciano de la República en sus primeras décadas. Las intrigas y las camarillas que se formaban en torno a cada caudillo afloran constantemente, atizando discordias, rencores o celos. Constituyen el ritmo de un suceder casi ininterrumpido los pronunciamientos, consecuencia del tejido de las conspiraciones, las revoluciones estalladas, los cambios de poder, con la secuela de venganzas y deportaciones anejas y luego, períodos de calma, con las amnistías consiguientes. En el amasijo histórico que aquí se exhibe, se producen hechos similares pero con nombres diversos. Es siempre el doloroso panorama de anarquía que los caudillos fraguan en su provecho político y con detracción rabiosa de sus émulos.

La voragine que generan con gravísimo despilfarro de ambiciones, la colecciona Mendiburu, desde las propias e ingénitas particularidades de cada uno de los gestores de los nuevos rumbos. En el análisis temporal como la lógica de los hechos impone-, se percibe marcado entrelazo, tanto de oportunidades por tiempos y ocasiones coincidentes como por la meta unívoca que animó a todos: la obstinada conquista del poder. Más en la forma de lograrlo, son muchos los grados o matices morales, que al autor diseña generalmente con acierto.

Ya hemos manifestado, que por la calidad de testigo de excepción acompañan a estas biografías valor incuestionable. Mas, de otro la

do, como su autor, fué en otras oportunidades verdadero protagonista del drama que describe, no creemos que su testimonio sea irrecusable. La crítica histórica tendrá que pronunciarse sopesando la verdad para medirla en su circuito valedero y justo. Convendrá tener presente, en aquellos casos en donde gravite, la inevitable deformación de las pasiones humanas.

Su valor como fuente será insustituíble y la resonancia de estos pareceres, será extensa e imposible de ser desdeñada en el análisis político y militar de las primeras décadas de la vida republicana. Me atrevo a decir que con impronta, más de fuente que de historia, deberán ser considerados a estos ensayos. Mirándolos desde el ángulo formal, desgraciadamente carecen de limpidez. Su redacción no es de las más felices; sin duda por la aproximación de los hechos que examina, aglomera los relatos sin espaciarlos debidamente. Carecen, diría, de las calles, para que el tránsito de la verdad que señala, posea la necesaria holgura, la que es genuina y propia de una disposición ordenada y metódica. Pero debemos advertir, en descargo, que los originales que publicamos son borradores no definitivos, y a veces aún incompletos, y por lo tanto suceptibles a correcciones, que no llegó a efectuar Mendiburu, para darles su redacción última.

Para facilitar la lectura y tal vez la crítica, hemos compuesto pequeños resúmenes de las varias individualidades, en acápite aislado, cuando las biografías son largas, y en uno común cuando son cortas o incompletas. Advertimos por último, que entre los legajos de Mendiburu, se ha hallado, un valioso material de documentos inéditos, que acopió para redactar la biografía del Mariscal Riva-Agüero. Creyéndolos de sumo valor insertamos ese material entre los anexos. Contribuirá para esclarecer la vida de este personaje no por muy discutido sin hondo significado en el periodo de la Emancipación y primeras décadas de la República.

BIOGRAFIAS LARGAS

Pedro Pablo Bermúdez Ascarza

Al ocuparse de este General, señala Mendiburu, lo poco veraces que son los escritos periodísticos que salieron con ocasión de su muerte acaecida en 1852. Se duele del ridículo afán, de alterar la verdad histórica con fines adulatorios que, en el caso de Bermudez son innecesarios, ya que su foja de servicios en la guerra de la Independencia es muy honrosa y no se necesita falsificar hechos para que su comportamiento militar fuese brillante. Nos la describe pormenorizadamente a partir de 1821. Asiste a la batalla de Ayacucho mandando un batallón como su Teniente Coronel y lo es efectivo desde 1825 al frente de un Regimiento.

A partir de 1827 se ve mezclado en la política, lo nominan diputado al Congreso Constituyente representando a Junín. Se adhiere a los liberales que encabeza Luna Pizarro. En la guerra con la Gran Colombia aparece como Jefe del Estado Mayor y los desaciertos que este organismo tuvo según Mendiburu- no son atribuíbles a Bermudez. En la batalla del Portete de Tarqui ostentó serenidad y valor, hallóse muy cerca de morir. El caballo que montaba pereció de un balazo, y, a raíz de la citada acción reorganizó el ejército. Restituído a Piura, el General Gamarra lo miró con malos ojos, lo supuso su enemigo y adicto a La Mar, interpretando su reserva y mesura como actos hostiles. Deseaba su adulación y al no sentirla, confundió circunspección y honradez con malicia y desvío, y sin ocultar sentimientos le cobró agudo encono que fomentaban además el círculo de sus adictos.

Con sabor anecdótico y moraleja adjunta, relata la del médico de cámara de La Mar: Dr. Vega y tree a cuento la agitada camarilla de militares intrigantes y bulliciosos que rodeaban a Gamarra, atizando discordias, sembrando envidias, fomentando rencores o celos en las diversas ramas del ejército. Ese ambiente caldeado de apetitos, fue la antesala para que Gamarra en la noche del 7 de junio de 1829 depusiese a La Mar y lo encarcelara en compañía de Bermudez y así, ambos fueron deportados a la República de Costa Rica.

Producida la amnistía regresó al Perú en 1832 año en que fué electo diputado a Congreso por la provincia de Pasco. Gamarra, pese a grandes forcejeos en su contra, logró de nuevo conquistar su confianza, lo hizo su Ministro de Guerra en abril de 1832 y en octubre alcanza el generalato. Lo sirvió con lealtad defendiéndolo de las revoluciones que en su contra estallaron. Finalizado su mandato constitucional, se generó gravísimo conflicto por la sucesión del poder. La lucha se tornó enconada y tenaz. Los del gobie:no aferrados a no soltarlo y opuestos a Orbegoso, violentando el ánimo de Bermudez y sacrificándolo obligaron a que se proclamase Jefe Supremo del Perú el 3 de enero de 1834. Esta debilidad culpable fruto de "instancias, artificios e insidias" le generarían meses de luchas desgraciadas v contradictorias. Si la suerte lo favoreció en Huaylachuco, ningún beneficio logró de esta acción que fue aniquilada por el imprevisible y paradógico Abrazo de Maquinhuayo, el que afirmó a Orbegoso obligando a Bermudez a salir de nuevo a Centro América.

Rigiendo la Confederación, volvió al Perú a principios de 1838 y Santa Cruz lo asimiló a los suyos. Lo hizo Vice-Presidente del estado Nor-Peruano y cuando esta administración perecía se halló en Yungay entre los derrotados y recibió en la lucha grave herida. A raíz de tal infortunio se radicó en Tarma. Tras el desastre de Ingavi, sintió el llamado de la Patria y aparece al lado del ejército de La Fuente, pero desagradado por las intrigas de éste renunció a servirlo y pasó a Li

ma. Durante los años de la Anarquía su actitud es confusa. Vivanco lo deportó y hallándose en Tacna, se plegó a los enemigos del Directorio, para luego, influido por el Cónsul inglés Wilson, retractarse de aquel propósito.

En abril de 1845 figura como Senador representando a Junín en el Congreso Extraordinario que se reuriría para decidir sobre la elección de Castilla, a quien durante su gobierno legal sirvió con lealtad. En diciembre de 1849, la Representación Nacional de la época lo confirma General de División. Y Ramón Castilla, quien utilizaba a los hombres sin escrúpulo y a medida de sus necesidades, le tiende una celada en la que Bermudez ingenuamente cae. Deseoso de oponer a Echenique un candidato, ya que éste le molestaba, con engaños le hizo creer que lo apoyaría oficialmente más luego lo dejó en la estacada. Tal abandono y desairada circunstancia le ocasionó no pocas amarguras y estos sucesos le prepararían luego de breves meses de penosa enfermedad su muerte, ocurrida el 30 de marzo de 1852.

En las entrelineas se advierte que Mendiburu, simpatiza con este General: valeroso, ponderado, leal a sus amigos y amante del orden. Si incurrió en graves yerros, muchos fueron producto, no de ambición desorbitada, sino de falta de voluntad ante el imperio de otras más fuertes que lo alentaron en el error, no en beneficio suyo, sino de terceros, conocedores, de ser campo fácil por su hidalguía un tanto doblada de ingenuidad.

Mendiburu no aporta dato personal sobre Bermudez. Tomados de los que inserta el Coronel Manuel Bedoya en su "Diccionario Militar Ilustrado", sabemos que nació en Tarma el 17 de junio de 1798 del matrimonio de Justo Bermudez con Teresa Ascarza.

Juan Bautista Elésperu Montes de Oca

El retrato de Eléspuru lo reseña en los diversos hitos de su carrera militar. Su acción se desenvuelve siempre y desde su juventud muy vinculada a Gamarra. Es ya Coronel en 1822. Ayudó a Riva-Agüero en el motín de Balconcillo. Hizo la campaña de Oruro y a su regreso por mar, se halló envuelto en la sublevación de la fragata "Monteagudo" y, pese a no estar unido a su cabecilla el Comandante Navajas, Bolívar, quien era desafecto a su persona, lo desterró a Chille, de donde regresa en 1824 y sin medios ni ocupación militar trabajó en el comercio, hasta producido el derrumbe del régimen bolivariano.

Figura al lado de La Mar; en la Campaña de Colombia fué de los que conspiraron en su contra y plegándose a Gutiérrez de La Fuente contribuyó a la deposición del Vice-Presidente Salazar y Baquíjano. En premio, Gamarra lo elevó a General en agosto de 1829 y actuando de Prefecto de Lima sería el brazo fuerte y el más decidido apoyo de

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