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Asistia al presidente La Mar un médico el doctor Vega-, de aquellos que hay sagaces y comedidos y que, acariciados por los que mandan, en ocasiones de enfermedades se imponen de lo más mínimo y no parecen sospechosos a los que con la intimidad retribuyen el apego e interés que despliegan en su servicio. Vega, que era uno de estos, amaba a Bermúdez de buena fe y obtenía de La Mar una confianza que a nadie dispensaría. Una noche que por sí mismo le aplicaba una medicina, quejóse el Presidente del general Gamarra, comunicó al doctor diversos recelos que le agitaban y le manifestó dudar de la lealtad de Bermúdez, no deteniéndose en exponerle que tenía entendido, merced a bastante datos, que este se hallaba ligado a Gamarra secretamente. He aquí cómo el proceder recto y juicioso de Bermúdez le ponía mal con ambos generales, que habrían querido fuese intruso y agitador de rencillas y desazones y no prescindente e imparcial para con lo que no concernía al puro servicio y desempeño de sus obligaciones. Lección es, esta, que advierte de sobra la suerte que cabe siempre, entre las facciones, al hombre que no sopla el fuego de la discordia, al que quiere ser moderado y huír de peligrosos compromisos. A estos tales vitupera los turbulentos e inquietos, con los feos renombres de egoístas, intrigantes o partidarios del sol naciente.

Había en Gamarra un motivo especial para que le fuera odioso Bermúdez. En el Ejército del Norte estuvieron casi todos los oficiales bulliciosos, intolerantes y discolos de esa época. Repetíanse allí los actos de insubordinación, fermentaban las ideas más extravagantes de una democracia exagerada. Se gritaba contra los extranjeros que tenían mando en el mismo ejército, como los generales Plaza y Pardo de Zela, coronel Tur, etc.; y los principales promovedores de estos alborotos los atribuían a Bermúdez, que era el patrono y protector de multitud de oficiales vencedores en Ayacucho y para quienes no había nada bueno en el Ejército, a no ser ellos y Bermúdez 12. Sobresalian Fernandini, Vivanco, Ros, Salaverry y otros en esta numerosa secta que vociferaba contra Gamarra y el Ejército del Sud, titulando a la oficialidad de este de servil y abyecta y compuesta en su mayor parte de extranjeros capitulados en Ayacucho e indios que de improviso habían obtenido sus graduaciones. Si Bermúdez no aplaudia y fomentaba todo esto, al menos lo toleró y mostró vivas afecciones por los motores de tantos actos de indisciplina y turbación de ánimos, siendo notable que los que deprimían a Plaza y Tur, tomaban el nombre de Bermúdez, que rivaliza

12 El mismo teniente coronel Lira, en la Exposición nombrada en la nota 10, acusa a Bermúdez de fomentar las discordias por tener ambiciones presidenciales. véase las págs. 111 y 113 de la op. cit.

ba con ellos; y, mientras odiaban a los generales Cerdeña, Pardo de Zela, Benavides y tantos más, por extranjeros, eran al mismo tiempo queredores entusiastas de Necochea, Raulet y otros, también extranjeros, porque pertenecían al bando liberal de Luna Pizarro y La Mar.

Llegó la hora de que Gamarra depusiera al presidente don José de La Mar; y, al verificar su prisión, en la noche del 7 de junio de 1829 13, también fue preso el coronel jefe del Estado Mayor General, don Pedro Bermúdez; y, conducido a Paita entre soldados 14, se le puso a bordo y forzó a acompañar al Presidente en su destierro a Costa Rica 15.

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Muerto allí el general La Mar 23 y, habiendo dado el Congreso en 1831 1 una resolución para que pudiesen volver al país cuantos se hallaban extrañados del territorio peruano sin causa ni sentencia de tribunal competente, se otorgó al coronel Bermúdez pasaporte para que regresase 18 y entró a Lima en...de... de 1832 10. Había sido elegido en este año diputado a Congreso por la provincia de Pasco, departamento de Junín.

Durante la expatriación de Bermúdez ocurrió una escena ridícula para el gobierno de Gamarra, de aquellas que sólo pueden creerse cuando la evidencia obliga a ello. Llegó en 1830 al Callao un buque de Guayaquil y se dió a Gamarra aviso de que en el rol de su tripulación aparecía un marinero llamado Pedro Bermúdez. El general Rivadeneyra,

13 Quienes detuvieron al general La Mar fueron los comandantes Miguel de San Román y Juan Agustín Lira; éste último hace un relato del papel que le tocó jugar en su op. cit., pág. 116 y ss.

14 Mendiburu en la biografía de San Román, cuenta como éste, resentido por una expresión de La Mar, le impidió montar su propio caballo, que era manso, lo que deseaba La Mar por hallarse debilitado por una enfermedad, y lo obligó a montar una mula mañosa que lo arrojó de la silla.

15 Un relato de la llegada a Paita se er.cuentra en M. Nemesio Vargas, Historia del Perú Independiente, Tomo V, Lima, 1912, 110 y ss.

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Murió el general La Mar en Cartago, Costa Rica, el 11 o 12 de octubre de 1830. 17 Ese decreto del Poder Legislativo fue aprobado por las Cámaras el 7 de mayo de 1831 y promulgado por el Poder Ejecutivo (siendo encargado del Mando Supremo el Presidente del Senado D. Andrés Reyes, por ausencia del Presidente Gamarra) el 18 de mayo de 1831 (El Conciliador, Tomo Segundo, No 41, Lima, 21 de mayo de 1831).

18 En Costa Rica el general Bermúdez "casó con doña Rosalia Escalante de una distinguida familia de ese país" (José Antonio de Lavalle, op. cit., pág. 40).

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No hemos podido indagar con precisión la fecha de la llegada de Bermúdez al Perú, pero es indudable que si fue, como lo señala Mendiburu, en el año 1832, tuvo que ser muy a principios de dicho año, pues ya en abril se hacía cargo del Ministerio de Guerra y a lo menos, se necesitaron unas semanas, para que el Presidente Gamarra se formase una buena opinión de aquel a quien en 1829 había deportado como elemento peligroso.

ministro de Guerra, pasó un oficio al general Benavides, sub-Jefe del Estado Mayor General, previniéndose enviase al punto, a bordo de aquel buque, a un jefe de confianza para que averiguase y se satisficiese de si era el coronel Bermúdez el individuo que se hallaba alli con su mismo nombre y apellido, y que, en caso de ser dicho coronel, se le trajese al Castillo de la Independencia. De esta diligencia, que se desempeñó con exactitud, resultó que había, en efecto, en dicha embarcación, un pobre marinero Pedro Bermúdez.

Luego que el coronel Bermúdez estuvo en la capital, le rodearon a porfía los liberales, para encaminarlo a dirigir la oposición torpe y grosera que hacían al gobierno; y, los partidarios de Gamarra o del orden público, para unirlo al Presidente: entre éstos, Camporedondo, que era el Vice-presidente del Senado y amigo de Bermúdez. Las intenciones de este coronel eran buenas, no coincidió con las ideas de los anarquistas 20, y Gamarra, que comprendió bien que las miras de Bermúdez eran las de un conservador y no las de un demagogo, se decidió a ocuparlo.

Consiguió el Presidente Gamarra que Bermúdez aceptara el ministerio de Guerra, en 24 de abril de 1832, y lo sirvió hasta 30 de julio, en que pasó al Congreso. Bermúdez pidió su reforma militar, no tenía facultad, entonces, el Gobierno para otorgársela; pero tampoco se la denegó y pasó nota a la Cámara de Diputados por el Ministerio de Guerra, en 15 de octubre de ese año, haciendo de Bermúdez los mayores encomios y pidiendo se le diese en propiedad "una finca cuyo valor guardase proporción con el principal que alcanzaría por reforma". Que, con esto, se premiaría el alto mérito de Bermúdez y se le podría, con derecho, exigir continuase sirviendo, porque sus servicios eran indispensables a la Nación, que se privaría de ellos si se le reformase.

El Congreso no concedió la reforma ni la finca pedida y le nombró general de brigada, en 31 de octubre de 1832. Votaron por este ascenso muchos liberales que aún esperaban ganar a Bermúdez. Los gobiernistas del Congreso, era consiguiente que todos sufragasen en su favor.

Pensaron en él los enemigos de Gamarra, para que lo relevase en el mando, y no desmayaron por las primeras pruebas que aparecieron del buen sentido de Bermúdez. Nada importaba que ese bando le adoptase por su candidato; pero el fin con que le buscaban, el objeto de sus de

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Entiéndase los liberales, a quienes poca simpatia tenia Mendiburu.

21 En P. Emilio Dancuart, Crónica parlamentaria del Perú, Tomo II, Lima, 1907, pág. 67, se dice que, el 26 de octubre de 1832 se aprobó el asenso de a general de brigada del coronel Pedro Bermúdez. En el Calendario y Guía de forasteros de Lima para el año 1833, Lima, 1832, pág. 91, ya figura el Bermúdez como general de brigada.

seos, era tener un caudillo de influencia militar, que se dejase gobernar por ellos y que persiguiese a Gamarra y los suyos. Equivocados, soñaron encontrar en el general Bermúdez al hombre que necesitaban. Cuando tasaron su desengaño, se cambió el afecto en encono y aún en odio. Negaron a Bermúdez las buenas cualidades que antes reconocían en él y ponderaban hasta el fastidio; ocurrieron a la calumnia y dijeron que había ido a Costa Rica, en inteligencia con Gamarra, para vigilar a La Mar; que la muerte de éste fue efecto de un tósigo que le suministró Bermúdez o, al menos, que este había sido cómplice en el envenenamiento dispuesto por Gamarra, según los propaladores de estas y otras ruines mentiras.

Bermúdez, al momento de su ascenso a general, devolvió el título, manifestando, en oficio de 8 de noviembre, que no se creía digno de él; que en esta gracia no había intervenido solicitud suya; que la delicadeza de la profesión de las armas, en la cual todo es honor, no permitía que, habiendo pedido la reforma, admitiese el generalato; que se diría que quiso desertar, porque no había sido ascendido; que su nombre, repetido con elogio en todos los ángulos de la república, se pretendió oscurecer desde el momento en que el gobierno le llamó a los destinos; que su espada, siempre envainada para sus conciudadanos, no caería antes que el brazo que la sostuviera si se tratase de la defensa de la patria y el orden. Finalmente, que se hallaba en determinación de renunciar a la vida pública, tomar el arado y rogar a ia Providencia no llegase el momento de dejarlo, pues sólo sería para correr veloz en socorro de la República, si algún funesto accidente la obligaba a convocar a sus hijos.

El Gobierno, empleando diferentes observaciones obligatorias, le hizo aceptar el empleo de general, dirigiéndole los más señalados elogios en la nota ministerial del caso.

Se había separado Bermúdez del ministerio de Guerra para ocupar un asiento en el congreso. El 31 de diciembre de 1832 fue llamado de nuevo a desempeñarlo, cuando se hallaba ausente de la capital, visitando su hogar. Servía dicho puesto cuando fue descubierta la revolución que debió capitanear Salaverry en el Callao, en marzo de 1833. El periódico oficial El Conciliador, del día 18, anunció que Salaverry había confesado todo su plan al ministro Bermúdez, asegurándole que venía a Lima a precipitar el movimiento 22. Salaverry publicó un escrito en el cual refutaba lo dicho en aquel periódico 23 y, como tratase a Bermúdez de denunciante y calumniador, éste, que había ido a Tarma a asuntos

22 El Conciliador Extraordinario, Tomo Cuarto, No 21, Lima, 18 de marzo de 1833.

23 Alcance al Telégrafo. Núm. 251.

particulares, pasó desde allí al Gobierno una nota, en 3 de mayo, que está inserta en El Conciliador del 22 24, en la cual se encuentra lo siguiente: que Salaverry pasó a casa del Ministro y le negó los hechos con tales despropósitos, que tuvo que decirle que mentia; que él era el autor de la revolución que por algunos oficiales fieles no había estallado en el Callao; que entonces le confesó que si el trató de encabezar aquella, fue para impedir los males que la fuerza podía hacer y que la revolución era indudable, porque todo el mundo estaba comprometido en ella. Que, entonces, le dijo se pusiera en salvo, pues el presidente sabía todo y probablemente procedería contra él; que Salaverry habia entendido se le aconsejaba fugar, cuando él (Bermúdez) sólo trató de inutilizar los proyectos. Que no podía concebir cómo Salaverry se delatase a él como un amigo, porque no tenían tal grado de intimidad, ni tampoco creer que fuesen sus dichos una intimación al ministro de la Guerra, porque este no se dejaría intimar de ningún hombre. Que estaba persuadido de que la confesión que Salaverry le hizo fue vertida por insanidad. Que él no debía ni podía proceder contra Salaverry, porque los que le habían denunciado no querian acusarlo en juicio y porque aquel, negando lo que le había confesado, había puesto en duda su rectitud; por lo cual, dejó que los conspiradores se estrellasen en las precauciones tomadas. Por último, que si Salaverry no era un perverso, debía sufrir sereno la pena que le tocase, antes que aparecer débil y embustero, contradiciéndose en público de lo que había dicho privadamente. Que no procedían así los valientes ni los caballeros y, mucho menos, los héroes, a cuya clase queria pertenecer con sus locos proyectos

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En 24 de julio de 1833 se sublevé en Ayacucho el batallón Callao, por los capitanes Flórez, Deustua, Herrera, etc., y fueron asesinados los coroneles Guillén y Gonzales. Bermúdez, que estaba en Tarma, marchó sobre Huancavelica, donde tomó medidas a fin de que no cundiera la insurrección a ese territorio, donde había una compañía de aquel cuerpo que no entró en la rebelión. El Presidente Gamarra, que había marchado con ese motivo al interior, encomendó al general Bermúdez el mando de las tropas que se reunían para operar sobre Ayacucho. Bermúdez ocupó Huanta, y también Gamarra, el 15 de agosto de 1833. Los

24 El Conciliador, Tomo Cuarto, No 39, Lima, 22 de mayo de 1833, pág. 1 y 2. 25 A Mendiburu, quien era totalmente ajeno a la conspiración de Salaverry, el hecho de ser amigo de este y ciertas circunstancias casuales, lo hicieron pasar malos ratos. Desde luego, apenas se inició una investigación, su inocencia fue puesta en evidencia plena. Noticias de estos hechos las da Mendiburu por extenso en sus Memorias, en la parte correspondiente al año de 1833.

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