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ambición. Las armas que se os han confiado por nuestros compatriotas, son para sostener las leyes y la libertad. No olvidéis que sois esencialmente obedientes".

Celebró el Tratado de Piquiza, en 6 de julio de 1828, con los comisionados del general Urdininea, que aparecía mandando Bolivia y el ejército. Estipulóse en él que saliesen de Bolivia los colombianos, como lo verificaron por Arica; que se reuniese un Congreso para recibir la renuncia del presidente Sucre, nombrar Gobierno y convocar una asamblea que diese al país una Constitución y fijase el día en que debia retirarse el Ejército del Perú que, entre tanto, había de permanecer en Bolivia.

El nuevo Gobierno de este país colmó de alabanzas al General en Jefe don Agustín Gamarra: sobresalieron estas en las notas oficiales del ministerio, en que se le tituló, po: el ministro Olañeta, “guerrero filósofo, que daba al mundo un inaudito ejemplo de desprendimiento y nobleza para la historia de los acontecimientos humanos, porque había intervenido para libertar y no para dominar"; y que, ojalá, la victoria le acompañase siempre que pelease por el bien de la humanidad 18.

El general Gamarra marchó sobre Arequipa, donde fueron los acuerdos con Santa Cruz y el prefecto La Fuente, para crear ia Confederación peru-boliviana presidida por aquéì, previo un cambiamiento de Gobierno en el Perú, que deberían ejecutar los dos generales peruanos, mientras Santa Cruz organizaba y preparaba Bolivia y el Sur del Perú 1o.

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En los momentos de ir a embarcarse las fuerzas que eligió Gamarra para pasar al Norte donde el general La Mar estaba, aconteció que el ler. batallón Pichincha, el mejor del ejército del Sur, se sublevó en Arequipa, porque la tropa estaba sin pagarse de unos haberes que malversaron sus jefes. Gamarra batió y persiguió personalmente y con denuedo a los amotinados y como en caso in fraganti hizo fusilar en la ciudad 35 individuos, entre cabecillas y cómplices señalados. Mas la conducta de los jefes quedó más que impune, pues dió nuevos mandos:

18 No obstante las muchas críticas que se han hecho a esta campaña, que en realidad consolidó la Independencia del Perú y Bolivia, de la influencia cada día más prepotente de la Gran Colombia, y que fue un indicio de la que sería siempre la política peruana para sus vecinos, ayudar sin exigencias ni pedidos territoriales. El Presidente La Mar, viendo inevitable una situación de armas en el Norte, apoyo esta campaña de Gamarra, pues liberaba al Perú del frente del Sur, que hubiese sido inevitable si Sucre hubiera continuado al mando de Bolivia.

19 Es evidente que hubo un acuerdo entre los generales Gamarra, Santa Cruz y La Fuente. Las publicaciones de la época de la Restauración, tanto en el Perú cuanto en Bolivia, lo hacen evidente. Los alcances concretos no han podido ser precisados documentalmente.

chocante tolerancia en qjuien empleata con la tropa severidad a veces excesiva. Había usado de ella en una de las primeras marchas del ejército por territorio boliviano, con ocasión de haber hurtado un poco de harina a unos indios la tropa que estaba agrupada, descansando en el camino. El general Gamarra hizo sacar de entre la multitud a los que se dijo que eran autores del robo y los mandó fusilar. Igual pena había sufrido antes de abrirse la campaña el oficial Carrero, por delito que cometió contra la disciplina.

Dejó en Arequipa, con el general La Fuente, una división; y, con lo demás de su ejército, pasó al Callao. Fue ascendido a la dignidad de Gran Mariscal, a cuyo título añadian de Piquiza, sus partidarios. Siguió al Norte y desembarcó sus tropas en Sechura, encaminándolas a la provincia de Loja, donde el Presidente La Mar estaba con el ejército del Norte.

Allí se dió una orden general, advirtiendo que el mariscal Gamarra ejercía las funciones de su alto rango a la inmediación del Presidente, General en Jefe del Ejército. Resintióle vivamente tal resolución, reclamó de ella y pidió se le permitiera separarse. Entonces La Mar le hizo reconocer por General en Jefe, reservándose él en el Ejército una suprema autoridad que, podía decirse, era de más, aunque apareciese como encargado de la dirección de la guerra. Creyeron algunos que La Mar debió aceptar el fiero que Gamarra le hacía, aunque estallase la revolución en el mismo Cuartel General de Loja.

Tomó también queja de que el presidente se negase al ascenso a generales de brigada, para el cual propuso a los coroneles Althaus, Armaza y Benavides. La Mar tuvo esta pretensión por imprudente y dañosa en la campaña.

Continuaron las operaciones sin que se notase disensión entre ambos; por el contrario, aparecía acuerdo y conformidad en las disposiciones. Verdad es que Gamarra contemplaba cuidadosamente, por entonces, al general La Mar, de quien decía era conocedor del territorio en que se maniobraba. No le contradijo las bases de la negociación de paz en Saraguro y le apoyó el movimiento semicircular que desde dicho punto se emprendió por La Papaya y Salupali para caer a la retaguardia del ejército colombiano, ocupando antes que él la llanura de Tarqui. Apenas se puede imaginar que se prometiesen generales inteligentes la realización de semejante plan, en que el ejército peruano tenía que describir un dilatado arco, mientras que el de Colombia que lo había de ver y comprender en el curso de varios días necesarios, haciendo mucho menos camino podía situarse con tranquilidad y anticipación en aquel anhelado campo.

Gamarra fue a la cabeza del movimiento iniciado a las 3 de la tarde. A la entrada de la noche unas guerrillas colombianas pasaron de su campamento de Paquichapa a Saraguro; tirotearon la cola del ejército, en donde el presidente La Mar se hallaba, y lograron con la oscuridad arrollar 2 batallones de los del Norte (1' de Ayacucho y No 8), ambos recién formados. Por aguardar la reunión de dispersos se detuvo el ejército en San Fernando. Bien se conocía ya que no era posible llegar antes que el enemigo a Tarqui. Es injusto y calumnioso culpar al general Gamarra, atribuyéndole esta adversidad y demora.

Ocupaba el ejército el pueblo de Jirón. Sabíase que el enemigo había pasado de Tarqui hacia Cuenca. Los jefes que reconocieron el punto llamado Portete, que distaba de Jirón dos leguas, dijeron que dos compañías podían guardarlo con toda confianza mientras subía el ejército. Lo apoyó La Mar, que conocía el terreno. Fue enviada una división de dos batallones con el general Plaza, en la tarde del 26 de febrero. Debió seguir el ejército a media noche, pero no se hizo así, sino al amanecer el 27, hora en que los colombianos atacaron a Plaza. Forzóse la marcha por una larga y áspera cuesta. Al llegar los primeros bataIlones Plaza estaba batido y prisionero y los enemigos dominaban el llano de Tarqui y arrojaban del Portete los restos de aquellos. El general Gamarra se adelantó a los primeros tiros, se presentó en las guerrillas y puestos más peligrosos de la división de Plaza, animando a la tropa y dando ejemplo de valor. Matáronle dos caballos.

Cuando flanqueaban y estaban casi perdidas las fuerzas de la vanguardia peruana, apareció desembocando el Portete la columna de Cazadores que iba a la cabeza del ejército conducida por el teniente coronel Salaverry. Verdad es que ésta pudo, a pesar de lo apurado de los momentos, formar en línea sus compañías, y que Gamarra ordenó se inclinara a su izquierda y ocupara el cerro montuoso que por ese lado marcaba el abra denominada Portete. Se equivocó, porque la subida era recargada e impracticable y no hubo tiempo. El ataque contrario se hizo muy recio en esos instantes; los dispersos de Plaza y lo imposible del movimiento encargado a Salaverry, hicieron envolver su columna y retirarse. Resultó de ésto, gran apretura, confusión y pérdida en la cuesta, cuando por necesidad centramarchó el ejército a la llanura de Jirón, tiroteado por los colombianos en aquellas pendientes montuosas y cubiertas de lodo a causa de la estación.

Los que tanto tildaron de cobardia al general Gamarra en esos peligros, avanzándose a acusarle de traición y acuerdo con los enemigos en las negociaciones de paz que siguieron, son unos impostores a quie

nes un ciego espíritu de partido movió a decir, sin respeto a la verdad y honra de su mismo país, lo que jamás podrían probar 20.

Vuelto a Loja el ejército, después de ratificado el convenio de Girón que celebraron Gamarra y Orbegoso con los diputados del general Sucre, Flores y O'Leary, el general Gamarra se adelantó a Piura a preparar recursos para el ejército. No vió ni supo de la comunicación que desde Cariamanga dirigió el general La Mar al general Sucre, declarando insubsistente el convenio de Girón y que continuaba la guerra.

El convenio de Girón, si no era airoso y grato al Perú, tampoco contenía cosa que le afrentase ni deshonrase. Fue obra de la necesidad y efecto preciso del revés del Portete. El general Gamarra no hizo violencia ni requirió al presidente La Mar para que lo aprobase, como falsamente se dijo. Le consoló mucho, es verdad, y le alentó con esperanzas futuras al tiempo que La Mar, muy afligido, firmó la ratificación de Girón.

El disgusto que el posterior rompimiento causó al general Gamarra fue tan grande como su disimulo ante La Mar. Ocupóse ya de organizar la ejecución de su plan de revolución y, entre tanto, afectaba secundar al presidente en sus miras de aumentar y disciplinar fuerzas. Por cuanto vio que La Mar quería enviar a Guayaquil un batallón más de los del Sur, le hizo oposición en notas oficiales que aquel contestó con firmeza y airado. Cambiaron ambos reflexiones en pro y en contra del empeño de sostener Guayaquil, a donde cargaba todo el ejército colombiano y Bolívar a su cabeza. La Mar deseaba conservar esa plaza, que creía inexpugnable; Gamarra deseaba dejarla, para aplacar a Bolívar, concentrarse en Piura y asegurar el éxito de su meditado proyecto de revolución. Manifestaba a La Mar los males que preveia sobreviniesen y le hacía responsable de hechos sobre los que la Historia le trataría con inflexibilidad. Tuvieron explicaciones verbales; cedió al fin el general La Mar y dió imprudente acogida a las protestas de sumisión y amistad de Gamarra.

20 Para la actuación de Gamarra en la campaña de Colombia es muy interesante el relato de un testigo presencial, José Rufino Echenique, en sus Memorias para la Historia del Perú, Lima, 1952, tomo I, pág. 27 y ss. Esperamos que pronto sean dadas a la imprenta las Memorias del general Mendiburu, también actor en estas campañas, las que dan un relato detallado de estos acontecimientos. Estos testimonios tienen especial interés pues son dados por oficiales que estuvieron muy allegados a los dos principales jefes peruanos: Echenique a Gamarra, y Mendiburu a La Mar. También tienen importancia, a pesar de ser escritas en forma muy desordenada, las Memorias de Juan Agustín Lira, contenidas en la Exposición que hace el ciudadano Juan Agustín Lira de su conducta política desde el año 1815 hasta fin de setiembre de 1834, Lima, 1834. Hay cartas de Bolivar que afirman de entendimientos entre Gamarra y Flores.

Celebróse la reconciliación con un banquete, días antes de la prisión de La Mar, y en la noche, a pesar de haber llegado la triste nueva del incendio de la fragata de guerra Presidente, en Guayaquil, hubo un sarao en casa del general La Mar, a quien, con intención dañada, hicieron danzar en un baile ridículo los amigos más íntimos del general Gamarra 21

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El 2o batallón Zepita, que debió ir de Lima a reforzar Guayaquil, no se movió y sirvió para deponer al Vice-presidente don Manuel Salazar del mando supremo, lo que ejecutć La Fuente el 6 de Julio de 1829. El general Gamarra, que había estado coordinando su movimiento en el cjército y atando cabos para que las fuerzas de Guayaquil se sometiesen sin vacilar al cambio, lo verificó el 7, haciendo tomar y conducir a Paita, en alta noche, al presidente que, a pesar de estar enfermo, fue embarcado y remitido bajo una guardia a Centro América, en compañía del coronel jefe del Estado Mayor General, don Pedro Bermúdez.

Satisfecha la curiosidad con que se examinaron los papeles hallados al presidente La Mar, se descubrió que él había recibido cartas de Lima anunciando la revolución y aconsejándole cortara su curso en tiempo. Encontróse copia de una carta dirigida a Gamarra desde Lima e interceptada en Guayaquil, en la cual se trataba con claridad acerca del plan combinado. Todo lo tenía callado La Mar, con esmerado disimulo. Cuando se le puso preso se le entregó una carta que le dirigió el general Gamarra, expresándole que era tiempo de hablar con franqueza y que se resignase a dejar el pode: y ausentarse, porque lo exigían la necesidad de hacer la paz y el bien de los pueblos que tanto sufrían.

La guerra con Colombia habia sido sumamente nociva al Perú y la invasión que se hizo no podía justificarse. Era evidente que el partido llamado liberal provocó mucho a Colombia por la prensa, con indiscreción; irritó a Bolívar con la elección de La Mar y sopló el fuego de la guerra que Santa Cruz habría apagado si él hubiese sido el Presidente. El general La Mar nunca hubiera desistido de una guerra funesta y sin objeto; que, aun cuando no hubiera mediado el plan de Arequipa para la revolución de 1829, era guerra que absolutamente habría podido llegar a buen término, es decir, quitando territorio a Colombia o ganando una batalla, para lo que no tenía el Perú un ejército fuerte y aguerrido que la empeñase en país extraño. Los enemigos no pensaban en salir de su territorio ni podían tampoco hacerlo impúnemente.

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El general Gamarra dio una proclama análoga a las circunstancias.

Además de las fuentes anotadas, es importante ver de Santiago Távara, Historia de los Partidos, Lima, 1951. Véase la biografia de La Mar, para lo referente a esta época.

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