Imágenes de páginas
PDF
EPUB

sa tan grande, porque como suele el pueblo todos blasonaban y hablaban atrevidamente, pero todos tambien rehusaban de entrar en el peligro y en la liza: el vigor y valor de los ánimos caido, la nobleza de los Godos con las guerras por la mayor parte acabada. Solo el infante Don Pelayo como el que venia de la alcuña y sangre Real de los Godos, sin embargo de los trabaxos que habia padecido, resplandecia y se señalaba en valor y grandeza de ánimo, cosa que sabian muy bien los naturales, y aun los mismos que no le conocian, por la fama de sus proezas y de su esfuerzo, como suele acontecer, le imaginaban hombre de grande cuerpo y gentil presencia. Sucedió muy á propósito que desde Vizcaya do estaba recogido despues del desastre de España, viniese á las Asturias, no se sabe si llamado, si de su voluntad por no faltar á la ocasion si alguna se presentase de ayudar á la patria comun. Por ventura tenían diferencias sobre el señorío de Vizcaya, ca tres duques de Vizcaya hallo en las memorias de aquel tiempo, Eudon, Pedro y Don Pelayo. A la verdad luego que llegó á las Asturias, todos pusieron en él los ojos y la esperanza que se podria dar algun corte en tantos males y hallar algun remedio, si le pudiesen persuadir que se hiciese cabeza, y como tal se encargase del amparo y proteccion de los demas. A muchos atemorizaba là grandeza del peligro y hazaña que acometian con fuerzas tan flacas parecia desatino sin mayor seguridad aventurarse dé nuevo, y exasperar las armas y los ánimos de los bárbaros; pero lo que rehusaban de hacer por miedo, cierto accidente lo trocó en necesidad. Tenia Don Pelayo una hermana en edad muy florida, de hermosura extraordinaria. Deseaba grandemente Munuza gobernador de Gijon casar con aquella doncella, porque como suelen los hombres baxos y que de presto suben, no sabia vencerse en la prosperidad, ni enfrenar el deseo deshonesto con la razón y virtud. No tenia alguna esperanza que Don Pelayo vendria en lo que él tanto deseaba. Acordó con muestra de amistad enviarle á Córdoba sobre ciertos negocios al capitan Tarif que aun no era pasado en Africa. Con la ausencia de Don Pelayo fácilmente salió con su intento. Vuelto el hermano de la embaxada, y sabida la afrenta de su casa, quan grave dolor recibiese, y con quantas llamas de ira se abrasasé dentro de sí, qualquiera lo podrá entender por sí mismo.

Dábale pena así la afrenta de su hermana, como la deshonra de su casa; mas lo que sobre todo sentia era ver que en tiempo tan revuelto no podia satisfacer de hombre tan poderoso, á cuyo cargo estaban las armas y soldados. Revolvia en su pensamiento diversas trazas : parecióle que seria la mejor en tanto que se ofrecia alguna buena ocasion de vengarse, callar y disimular el dolor, y con mostrar que holgaba de lo hecho, burlar un engaño con otro engaño. Con esta traza halló ocasion de recobrar su hermana, con que se huyó á los pueblos de Asturias comarcanos, en que tenia gentes aficionadas y ganadas las voluntades de toda aquella comarca. Espantóse Munuza con la novedad de aquel caso: recelábase que de pequeños principios se podria encender grande llama, acordó de avisar á Tarif lo que pasaba. Despachó él sin dilacion desde Córdoba soldados que fácilmente hobieran á las manos á Don Pelayo pɔr no estar bien apercebido de fuerzas, si avisado del peligro no escapara con presteza, y puestas las espuelas al caballo le hiciera pasar un rio que por allí pasaba llamado Pionio, á la sazon muy crecido y arrebatado, cosa que le dió la vida; porque los contrarios que le seguian por la huella, se quedaron burlados por no atreverse á hacer lo mismo, ni estimar en tanto el prendelle, como el poner á riesgo tan manifiesto sus vidas. En el valle que hoy se llama Cangas y entonces Canica, tocó tambor y levantó estandarte. Acudió de todas partes gente pobre y desterrada con esperanza de cobrar la libertad : tenian entendido que en breve vendria mayor golpe de soldados para atajar aquella rebelion. Muchos de su voluntad tomaron las armas por el gran deseo que tenian de hacer la guerra debaxo de la conducta de Don Pelayo por la salud de la patria y por el remedio de tantos males: algunos por miedo que tenian á los enemigos, y por otra parte movidos de las amenazas de los suyos, y por el peligro que corrian de ambas partes (hora venciesen los Christianos, hora fuesen vencidos) de ser saqueados y maltratados por los que quedasen con la victoria, forzados acudieron á Don Pelayo, en particular los Asturianos casi todos siguieron este partido. Juntó los principales de aquella nacion; amonestóles que con grande ánimo entrasen en aquella demanda antes que el señorío de los Moros con la tardanza de todo punto se arraygase, que con la novedad an

daba en balanzas. « Conviene (dice) usar de presteza y de valor para que los que tenemos la justicia de nuestra parte, sobre pujemos á los contrarios con el esfuerzo. Cada qual de las ciu dades tiene una pequeña guarnicion de Moros: los moradores y ciudadanos son nuestros, y todos los hombres valientes de España desean emplearse en nuestra ayuda. No habrá alguno que merezca nombre de Christiano, que no se venga luego á nuestro campo. Solo entretengamos á los enemigos un poco, y con corazones atrevidos avivemos la esperanza de recobrar la libertad, y la engendremos en los ánimos de nuestros herma nos. El exército de los enemigos derramado por muchas partes, y la fuerza de su campo está embarazada en Francia. Acudamos pues con esfuerzo y corazon, que esta es buena ocasion para pelear por la antigua gloria de la guerra, por los altares y Religion, por los hijos, mugeres, parientes y aliados que estan puestos en una indigna y gravísima servidumbre. Pesada cosa es relatar sus ultrajes, nuestras miserias y peligros, y Cosa muy vana encarecellas con palabras, derramar lágrimas, despedir sospiros. Lo que hace al caso es aplicar algun reme. dio á la enfermedad, dar muestra de vuestra nobleza, y acordaos que sois nacidos de la nobilísima sangre de los Godos. La prosperidad y regalos nos enflaquecieron y hicieron caer en tantos males; las adversidades y trabaxos nos aviven y nos despierten. Diréis que es cosa pesada acometer los peligros de la guerra: ¿ quánto mas pesado es que los hijos y mugeres hechos esclavos sirvan á la deshonestidad de los enemigos? ¡ O grande y entrañable dolor, fortuna trabaxosa y áspera, que vosotros mismos seais despojados de vuestras vidas y haciendas ! todo lo qual es forzoso que padezcan los vencidos. El amor de vuestras cosas particulares, y el deseo del sosiego por ventura os entretiene. Engañais os si pensais que los particulares se pueden conservar destruida y asolada la república: la fuerza desta llama á la manera que el fuego de unas casas pasa á otras, lo consumirá todo sin dexar cosa alguna en pie. ¿ Poneis la confianza en la fortaleza y aspereza desta comarca? A los cobardes y ociosos ninguna cosa puede asegurar; y quando los enemigos no nos acometiesen, ¿cómo podrá esta tierra estéril y menguada de todo sustentar tanta gente como se ha recogido á estas montañas? El pequeño número de nuestros soldados os hace

dudar; pero debeis os acordar de los tiempos pasados y de los trances variables de las guerras, por donde podeis entender que no vencen los muchos, sino los esforzados. A Dios al qual tenemos irritado antes de ahora, y al presente creemos está aplacado, fácil cosa es y aun muy usada deshacer gruesos exércitos con las armas de pocos. ¿Teneis por mejor conformaros con el estado presente, y por acertado servir al enemigo con condiciones tolerables, como si esta canalla infiel y desleal hiciese caso de conciertos, ó de gente bárbara se pueda esperar que será constante en sus promesas? ¿Pensais por ventura que tratamos con hombres crueles, y no antes con bestias fieras y salvages? Por lo que á mí toca, estoy determinado con vuestra ayuda de acometer esta empresa y peligro bien que muy grande, por el bien comun muy de buena gana; y en tanto que yo viviere, mostrarme enemigo, no mas á estos bárbaros, que á qualquiera de los nuestros que rehusare tomar las armas y ayudarnos en esta guerra sagrada, y no se determinare de vencer ó morir como bueno antes que sufrir vida tan miserable, tan estrema afrenta y desventura. La grandeza de los castigos hará entender á los cobardes que no son los enemigos los que mas deben temer. » Entretanto que Don Pelayo decia estas palabras, los sollozos y gemidos de los que allí estaban, eran tan grandes que á las veces no le dexaban pasar adelante. Poníanseles delante los ojos las imágenes de los males presentes y de los que les amenazaban : el miedo era igual al dolor. Pero despues que algun tanto respiraron y concibieron dentro de sí alguna esperanza de mejor partido, todos se juramentaron y con grandes fuerzas se obligaron de hacer guerra á los Moros, y sin escusar algun peligro ó trabaxo ser los primeros á tomar las armas. Tratóse de nombrar cabeza, y por voto de todos se ñalaron al mismo Don Pelayo por su capitan, y le alzaron por Rey de España en el año que se contaba de nuestra salvacion de setecientos y diez y seis; algunos á este número añaden dos años. Deste principio al mismo tiempo que la impiedad armada andaba suelta por toda España, y el furor y atrevimiento por todas partes volaban casi sin alguna esperanza de remedio, un nuevo reyno dichosamente y para siempre se fundó en España, y se levantó bandera para que los naturales afligidos y miserables tuviesen alguna esperanza de remedio: tanto im

[ocr errors]

porta á las veces no faltar á la ocasion y aprovecharse con prú dencia de lo que sucede acaso. Los Gallegos y los Vizcainos cuyas tierras baña el mar Océano por la parte del Septentrion, y á exemplo de los Asturianos en gran parte conservaban la li bertad, fueron convidados á entrar en esta demanda. Lo mis mo se hizo de secreto con las ciudades que estaban en poder de Moros, que enviaron á requerillas y conjurallas, no faltasen á la causa comun, antes con obras y con consejo ayudasen á sus intentos. Algunos de los lugares comarcanos acudierón al campo de Don Pelayo, determinados de aventurarse de nuevo, y ponerse al riesgo y al trabaxo; pero los mas por menosprecio del nuevo Rey, y por miedo de mayor mal se quedaron en sus casas querian mas estar á la mira y aconsejarse con el tiempo, que hacerse parte en negocio tan dudoso. Bien enten< dia Don Pelayo de quanta importancia para todo serian los principios de su reynado. Así con deseo de acreditarse corria las fronteras de los Moros, acudia á todas partes, robaba, cautivaba y mataba : por otra parte visitaba los pueblos de las Asturias, y con su presencia y palabras levantaba á los dudosos, animaba á los esforzados. Demas desto con grande diligencia se apercibia de todo lo necesario, y lo juntaba de todas partes sin perdonar á trabaxo alguno á trueque de autorizar su nuevo reyno entre los suyos, y atemorizar á los bárbaros, ca sabia acudirian luego á apagar aquel fuego. Tenia vigor y valor, la edad era á propósito para sufrir trabaxos, la presencia y traza del cuerpo no por el arreo vistosa, sino por sí misma varonil verdaderamente y de soldado.

Capítulo 11.

Como los Moros fueron por Don Pelayo vencidos.

ENTRE los demas capitanes que vinieron con Tarif á la conquista de España, uno de los mas señalados fué Alcama maestro de la milicia Morisca, que era como al presente coronel ó maestre de campo. Este sabidas las alteraciones de las Asturias, acudió prestamente desde Córdoba para reprimir los principios de aquel levantamiento, con recelo que con la tar

« AnteriorContinuar »