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rotados, sin querer reconocer obediencia al nuevo Rey. Para la una guerra y para la otra se sirvió de Flavio Suinthila, hijo del buen Rey Recaredo, y mozo de mucho volor: escalon para poco despues subir al reyno de los Godos. Concluido esto, el mismo Rey con nuevas levas de gente que hizo por todo su estado, engrosó el exército de Suinthila, con intento de ir en persona contra los Romanos, que todavía en España conservaban alguna parte, como se entiende ácia el estrecho de Cadiz, y á las riberas del mar Océano, parte de la Andalucía, y de lo que hoy se llama Portugal. Entró pues por aquellas tierras, venció y desbarató en batalla dos veces á los contrarios: con que les quitó no pocas ciudades y las reduxo á su obediencia, de guisa que apenas quedó á los Romanos palmo de tierra en España. Lo que mas es de loar, fué que usó de la victoria con clemencia, porque dió libertad á gran número de cautivos que prendieron los soldados, teniendo respeto á que eran Cathólicos; y para que su gente no quedase desabrida, mandó que de sus tesoros se pagase á sus dueños el rescate. Cesario Patricio por el imperio puesto en el gobierno de España, movido de la benignidad del Rey Sisebuto, y perdida la esperanza de poder resistir á sus fuerzas por estar tan lexos el Emperador Heraclio que á la sazon imperaba, acometió á mover tratos de paz con los Godos; ofrecióse para esto una buena aunque ligera ocasion, y fué que Cecilio obispo Mentesano, con deseo de vida mas sosegada, desamparada la administracion de su iglesia, se retiró en cierto monasterio que debia estar en el distrito de los Romanos. Citóle el Rey para que diese razon de lo que habia hecho, y estuviese á juicio. Cesario sin embargo que los suyos se lo contradecian y afeaban, dió órden que fuese llevado al Rey por Ansemundo su embaxador, al qual demas desto encargó, si hallase coyuntura, que moviese tratos de paz. Escribió con él sus cartas en este propósito, en que despues de saludar al Rey pretende inclinalle á concierto, y á tener compasion de la sangre inocente de los Christianos, derramada en tanta abundancia que los campos de España como con lluvias estaban della cubiertos y empantanados. Dice que le envia el obispo Cecilio con deseo de hacerle en esto servicio agradable; y en señal de amor un arco, dádiva pequeña si se mirase por sí misma, pero grande si consideraba la volun

tad con que le enviaba. Fué esta embaxada agradable á Sisebuto, ca tambien de su parte se inclinaba¦ á la paz; y con esté intento despachó un embaxador suyo llamado Theodorico con cartas para Cesario: él junto con otros émbaxadores suyos le envió al Emperador Heraclio, para que confirmase las condiciones que entre los dos capitularon. Era este Emperador muy dado á la vanidad de la astrología judiciaria. Avisábanle que su imperio y los Christianos corrian gran peligro de parte de la gente circuncidada. Lo que debiera entender de los Sarracenos y Moros, lo entendia de los Judíos: asi dió en perseguir aquella nacion por todas las vias y maneras á él posibles. Lo primero echó á todos los Judíos de las provincias del imperio: despues con la ocasion desta embaxada que le enviaron de España, desque fácilmente vino en todo lo que tenia concertado, trató muy de veras con el embaxador Theodorico, hiciese con su señor que desterrase á todos los Judíos de España como gente perjudicial á todos los estados, que él mismo los lanzara de sus tierras, y que con ninguna cosa le podrian mas ganar la voluntad. Aceptó este consejo Sisebuto, y aun pasó mas adelante, porque no solamente los Judíos fueron echados de España y de todo el señorío de los Godos, que era lo que pedia el Emperador, sino tamdien con amenazas y por fuerza los apremiaron para que se bautizasen: cosa ilícita y vedada entre los Christianos, que á ninguno se haga fuerza para que lo sea contra su voluntad; y aun entonces esta determinacion de Sisebuto tan arrojada no contentó á los mas prudentes, como lo testifica San Isidoro. Entre las leyes de los Godos que llaman el Fuero juzgo, se leen dos en este propósito que promulgó Sisebuto el quarto año de su reynado. Andaban las cosas révueltas, y así no era maravilla se errase, porque el Rey se hizo juez de lo que se debiera determinar por parecer de los prelados, como sea asi que á los Reyes incumba el cuydado de las leyes y gobierno seglar, lo que toca á la Religiou y el gobierno espiritual á los eclesiásticos; mas á la verdad los impetus y antojos de los príncipes son grandes, y muchas veces los obispos disimulan en lo que no pueden remediar. Publicado este decreto, gran número de Judíos se bautizó, algunos de corazon, los mas fingidamente y por acomodarse al tiempo: no pocos se salieron de España, y se pasaron á aquella

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parte de la Gallias que estaba en poder, de los Francos, de do no mucho despues fueron tambien echados con los demas Judíos naturales de Francia, por edicto del Rey Dagoberto, y á persuasion, del mismo Emperador Heraclio. Fué así que de Francia fueron á Constantinopla dos embaxadores llamados Servacio y Paterno, con quien el Emperador tuvo la misma plática que tuviera con Theodorico, y les persuadió se hiciese en Francia lo que en las demas provincias executaban. Publicóse pues un edicto en Francia, en que so pena de la vida se mandaba que dentro de cierto tiempo ninguno estuviese en ella que no fuese Christiano. Muchos quisieron mas ir desterrados, los otros ó fingidamente por acomodarse al tiempo, ό de verdad profesaron la Religion Christiana. Por esta manera la divina justicia con nuevos castigos por estos tiempos trabaxaba y afligia aquella nacion malvada en pena de la sangre de Christo Hijo de Dios, que tan sin culpa derramaron. Pero dexemos lo de fuera. En España el Rey usando de la libertad ya dicha, depuso á Eusebio obispo de Barcelona, y hizo poner otro en su lugar como se entiende por las mismas cartas suyas. La causa que se alegaba, fué que en el theatro los farsantes representaron algunas cosas tomadas de la vana supersticion de los Dioses, que ofendian las orejas christianas. Esta pareció por entonces culpa bastante por haberlo el obispo permitido, para despojarle de su iglesia. El desórden fué que el Rey por su autoridad pasase tan adelante; por cuya diligencia demas desto en Sevilla el año seteno de su reynado se juntaron ocho obispos. Presidió en este concilio San Isidoro, Los Padres en esta junta reprobaron la secta de los Acephalos, heregía condenada al tiempo pasado en el Oriente, pero que comenzaba á brotar en España por los embustes y engaños de cierto obispo venido de la Suria; que fué convencido de su error y forzado á hacer dél pública abjuracion Demas desto en el mismo concilio señalaron los términos y aledaños á las diócesis de los obispados particulares sobre que tenian diferencia. A las monjas fué vedado hablar con hombres sin esceptuar á la misma abadesa, á la qual mandaron no hablase con alguno de los monges fuera del abad y del monge que tenia cuydado de las religiosas, y aun con estos no sin testigos, y solamente de cosas santas y espirituales. Hallóse en este con

cilio junto con los obispos el rector de las cosas públicas por nombre Sisiselo, que así se han de emendar los libros ordinarios, donde se lee Sisibuto, diferentemente de como está en los Codices mas antiguos de mano. Estaba el Rey ocupado en estos y semejantes negocios, quando le sobrevino la muerte, año de nuestra salvacion de seiscientos y veinte y uno: reynó ocho años, seis meses y diez y seis dias. Muchas cosas se dixeron de la ocasion de su muerte, unos que los médicos le dieron una purga aunque buena, pero en mayor cantidad de lo que debieron; otros que en lugar de purga le dieron de propósito yerbas: la verdad es que en las muertes de grandes príncipes, de ordinario se suelen levantar y creer muchas mentiras con pequeño fundamento, principalmente de los que por su buen gobierno y aventajadas partes fueron muy amados de sus súbditos. Hízose el enterramiento y honras como convenia á príncipe tan grande': muchas lágrimas se derramaron, muestra de la mucha voluntad que todos comunmente le tenian. En la vega de Toledo junto á la ribera de Tajo, hay un templo de Santa Leocadia, muy viejo y que amenaza ruina: dícese vulgarmente y así se entiende, que le edificó Sisebuto de labor muy prima y muy costosa. El arzobispo Don Rodrigo, testifica que Sisebuto edificó en Toledo un templo con advocacion de Santa Leocadia: la fábrica que hoy se vee, no es la que hizo Sisebuto, sino el arzobispo de Toledo Don Juan el III: despues que aquella ciudad se tornó á recobrar de Moros levantó aquel edificio. Demas desto testifican que por órden deste Rey los Godos usaron de armadas por la mar, y esto para que pues hasta entonces ganaran gran honra por tierra, se enseñoreasen del mar: ca es cosa cierta que la tierra se rinde al que señorea el mar, que fué parecer de Themistocles. Por ventura tambien pretendian pasar con sus conquistas en Africa por hallarse señores casi de toda la España. Algunos historiadores nuestros dicen, que Mahoma fundador de aquella nueva y perjudicial secta, despues que tuvo sugetas la Asia y la Africa, pasó últimamente en Espaüa, y que por autoridad y témor de San Isidoro se huyó de Córdoba: cuento mal forjado, que ni se debe creer, ni concierta con la razon de los tiempos, ni viene bien con lo que las historias estrangeras afirman; y así se debe desechar como cosa vana y fabu

Josa. Lo cierto es que por la muerte de Sisebuto sucedió en el reyno su hijo Recaredo, mozo de poca edad y de fuerzas no bastantes para peso tan grande. Reynó solos tres meses, y pasados falleció sin que dél se sepa otra cosa.

Capítulo Iv.

De los Reyes Suinthila y Rechîmiro.

Por la muerte destos dos Reyes padre y hijo, los grandes del reyno nombraron por sucesor á Suinthila persona que en las guerras pasadas habia dado muestra de valor y partes bastantes para el gobierno, ademas que la memoria de su padre le hacia bien quisto con todos, y hizo mucho al caso para que le tuviesen por digno de aquella dignidad y grandeza. Era persona de mucho ánimo y no de menor prudencia: ni con los cuydados su corazon se enflaquecia. Su liberalidad fué tan grande para con los necesitados, que vulgarmente le llamaban padre de los pobres. Los de Navarra, gente feroz y bárbara, con ocasion de la mudanza en el gobierno de nuevo se alborotaron, y tomadas las armas ponian á fuego y á sangre las tierras de la provincia Tarraconense: acudió el nuevo Rey con presteza, y con sola su presencia, por la memoria de las victorias pasadas, hizo que se le sugetasen y rindiesen. Perdonólos, pero con condicion que á su costa edificasen una ciudad llamada Ologito, como baluarte y fuerza que los enfrenase y tuviese á raya para que no acometiesen novedades tantas veces, pues les estaba mejor carecer de la libertad de que usaban mal. Esta ciudad piensan algunos sea la villa que hoy en aquel reyno se llama Olite, mas por la semejanza del nombre que por otra razon que haya para decillo: congetura que suele engañar á las veces. Concluida esta guerra, los Romanos que en España quedaban, y mas confiaban en el asiento que tenian puesto con los Godos que en sus fuerzas, últimamente fueron constreñidos á salirse de toda España, donde por mas de setenta años á las riberas del uno y del otro mar, habian poseido parte de lo que hoy es Portugal y de la Andalucía, bien que muchas veces se estendian ó estrechaban sus térmi-.

TOMO II.

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