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Capítulo XIV.

De la muerte del Rey Don Sancho.

ESTABAN las cosas en el estado que queda dicho; y concluido el desasosiego de que se ha tratado, el Rey Don Sancho en el tiempo siguiente volvió su ánimo al zelo de la Religion, y deseo que fuese su culto aumentado. Era en aquella sazon famoso el monasterio de los monges de Cluñi que está situado en Borgoña, como en el que se reformara con leyes mas severas la Religion de San Benito que por causa de los tiempos se habia relaxado. Para que el fruto fuese mayor, desde allí enviaban colonias y poblaciones á diversas partes de Francia y de España, en que edificaban diversos conventos. El Rey Don Sancho movido por la fama desta gente los hizo venir al monasterio de San Salvador de Leyre, antiguamente edificado por la liberalidad de sus predecesores los Reyes de Navarra. Lo mismo hizo en el monasterio de Oña, ca las monjas que en él vivian, pasó al pueblo de Baylen, y en su lugar puso monges, de Cluñi. El primer abad deste monasterio fué uno llamado García, que con los otros monges vino de Francia. Despues de García Iñigo. De la vida solitaria, que hacia en los montes de Aragon, el Rey le sacó y forzó á tomar el cargo de aquel nuevo monasterio. Su virtud fué tal que despues de muerto aquellos monges de Oña le honraron con fiesta cada año, y le hicieron poner en el número de los Santos. El monasterio de San Jnan de la Peña, que diximos está cerca de Jaca, famoso por los sepulcros de los antiguos Reyes de Sobrarve, fué tambien entregado á los mismos monges de Cluñi para que morasen en él; y porque no fuese necesario hacer venir de Francia tanta muchedumbre de monges como era menester para poblar tantos monasterios, el Rey con su providencia envió á Francia á Paterno sacerdote y doce compañeros para que acostumbrados y amaestrados à la manera de vida del monasterio de Cluñi, y cultivados con aquellas leyes, traxesen á España aquella forma de instituto. No pararon en esto los pensamientos deste buen Príncipe, antes considerando que por la revuel

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ta de los tiempos hombres seglares por ser poderosos se entraran en los derechos y posesiones de las iglesias, las puso en su libertad. Hállase un privilegio del Rey Don Sancho, en que con autoridad de Juan XIX Pontífice Romano dió poder á los 1032. monges de Leyre el año de nuestra salvacion de mil y treinta y dos para elegir en aquel monasterio el obispo de Pamplona. Las ordinarias correrías de los Moros y el peligro forzaron á que los obispos de Pamplona pasasen su silla al dicho monasterio de Leyre por estar puesto entre las cumbres de los Pyrineos, y por el consiguiente ser mas segura morada que la de la ciudad. Al presente con la paz de que gozaban por el esfuerzo y buena dicha del Rey Don Sancho, se tuvo en Pamplona un concilio de obispos sobre el caso. Juntáronse estos prelados Poncio arzobispo de Oviedo, los obispos García de Nájara, Nuño de Alava, Arnulpho de Ribagorza, Sancho de Aragon, es á saber de Jaca, Juliano de Castilla, es á saber de Auca. En este concilio lo primero de que se trató, fué de la pretension de Don Fray Sancho, abad que era de Leyre y juntamente obispo de Pamplona, que por tener gran cabida con el Rey causada de que fué su maestro, procuraba se restituyese la antigua silla al obispo de Pamplona, y volviese á residir en la ciudad. Dilatóse por entonces su pretension ; que ordinariamente los hombres quieren perseverar en las costumbres antiguas, y las nnevas como se desechan de todos, dificultosamente se reciben y mal se pueden encaminar; mas en tiempo de su sucesor Don Pedro de Roda se puso esto que se pretendia en execucion. A lo último de su vida hizo el Rey que se reedificase la ciudad de Palencia por una ocasion no muy grande. Estaba de años atrás por tierra á causa de las guerras solo quedaban algunos paredones, montones y piedras y rastros de los edificios que allí hobo antiguamente, demas desto un templo muy viejo y grosero con advocacion de San Antolin. El Rey Don Sancho quando no tenia en que entender, acostumbraba ocuparse en la caza por no parecer que no hacia nada, demas que el exercicio de montería es á propósito para la salud y para hacerse los hombres diestros en las armas. Sucedió cierto dia que en aquellos lugares fué en seguimiento de un jabalí, tanto que llegó hasta el mismo templo á que la fiera se recogió por servir en aquella soledad de albergo

y morada de fieras. El Rey sin tener respeto á la santidad y devocion del lugar pretendia con el venablo herille sin mirar que estaba cerca del altar, quando acaso echó de ver que el brazo de repente se le habia entumecido y faltádole las fuerzas. Entendió que era castigo de Dios por el poco respeto que tuvo al lugar santo; y movido deste escrúpulo y temor invocó con humildad la ayuda de San Antolin, pidió perdon de la culpa que por ignorancia cometiara. Oyó el Santo sus clamores : sintió á la hora que el brazo volvió en su primera fuerza y vigor. Movido otrosí del milagro acordó desmontar el bosque y los matorrales á propósito de edificar de nuevo la ciudad, levantar las murallas y las casas particulares. Lo mismo se hizo del templo, que le fabricaron magníficamente, con su obispo para el gobierno y cuydado de aquella nueva ciudad. Parece que escribo tragedias y fábulas: á la verdad en las mismas historias y corónicas de España se cuentan muchas cosas deste jaez no como fingidas, sino como verdaderas; de las quales no hay para que disputar, ni aproballas ni desechallas, el lector por sí mismo las podrá quilatar y dar el crédito que merece cada qual. Concluyamos con este Rey con decir que acabadas tantas cosas en guerra y en paz, ganó para sí gran renombre, para sus descendientes estados muy grandes. Sus hechos ilustran grandemente su nombre, y mucho mas la gravedad en sus acciones, la constancia y grandeza de ánimo, la bondad y excelencia en todo género de virtudes. En fin de la vida fué desgraciado y triste: camino de Oviedo donde iba con deseo de visitar los sagrados cuerpos de los Santos, por cuyo respeto y con cuya posesion aquella ciudad siempre se ha tenido por muy devota y llena de magestad, fué muerto con asechanzas que le pararon en el camino : quien fuese el matador ni se refiere en las historias, ni aun por ventura entonces se pudo saber ni averiguar. Sospéchase que algun Príncipe de los muchos que envidiaban su felicidad, le hizo poner la celada. Su cuerpo enterraron en Oviedo. Las exêquias le hicieron segun la costumbre magníficamente. Pasados algunos años, por mandado de su hijo Don Fernando Rey de Castilla le trasladaron á Leon y sepultaron en la iglesia de San Isidoro. La letra de su sepulcro dice:

AQUI YACE SANCHO REY DE LOS MONTES PYRINEOS Y DE TOLOSA, VARON
CATHOLICO Y POR LA IGLESIA.

Letra harto notable. Fué muerto á diez y ocho de octubre 1035. año de nuestra salvacion de mil y treinta y cinco. Dexó á sus hijos grandes contiendas y al reyno materia de grandes males por la division sin propósito que entre ellos hizo de sus estados, como ordinariamente los pecados y desórdenes de los príncipes suelen redundar en perjuicio del pueblo y pagarse con daño de sus vasallos.

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LIBRO NONO.

Capítulo primero.

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Del estado de las cosas de España.

os temporales que se siguieron turbios y alborotados, sus calamidades y desgracias, y las guerras crueles que se emprendieron entre los que eran deudos y hermanos, serán bastante aviso para los que vinieren adelante, quanto importa que el reyno, en especial quando es pequeño y su distrito no es ancho, no se divida en muchas partes ni entre diversos herederos. Buen recuerdo y doctrina saludable es que la naturaleza del señorío y del mando no sufre compañía, y que la ambicion es un vicio desapoderado, cruel, sospechoso, desasosegado, que ni por respeto de amistad ni de parentesco por estrecho que sea, se enfrena para no revolver y trastornar lo alto con lo baxo. No hay gente en el mundo ni tan avisada y política, ni tan fiera y salvage, que no entienda y confiese ser verdad lo que se ha dicho, y sin embargo vemos que muchos olvidados desto y vencidos del amor de padres, ó movidos de otras consideraciones y recatos sin propósito, dividieron á su muerte entre muchos sus estados; en lo qual haber errado grandemente los tristes y desastrados sucesos que por esta causa resultaron, lo mostraron bastantemente; y todavía los que adelante sucedieron, no dudaron de imitar en este yerro

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