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Capítulo xxi.

De la muerte del Rey Don Rodrigo.

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COSAS grandes eran estas y principios de mayores males; las quales acabadas en breve, los dos caudillos Tarif y el conde. Don Julian dieron vuelta á Africa para hacer instancia, como la hicieron, á Muza que les acudiese con nuevas gentes para llevar adelante lo comenzado. Quedó en rehenes y para seguridad de todo el conde Requila: con que mayor número de gente de á pie y de á caballo vino á la misma conquista. Era tan grande el brio que con las victorias pasadas y con estos nuevos socorros cobraron los enemigos, que se determinaron á presentar la batalla al mismo Rey Don Rodrigo, y venir con él á las manos. El movido del peligro y daño, y encendido en deseo de tomar emienda de lo pasado y de vengarse, apellidó todo el reyno. Mandó que todos los que fuesen de edad, acudiesen á las banderas. Amenazó con graves castigos á los que lo contrario hiciesen. Juntóse á este llamamiento gran número de gente: los que menos cuentan, dicen fueron pasados de cien mil combatientes. Pero con la larga paz, como acontece', mostrábanse ellos alegres y bravos, blasonaban y aun renegaban; mas eran cobardes á maravilla, sin esfuerzo y aun sin fuerzas para sufrir los trabaxos y incomodidades de la guerra; la mayor parte iban desarmados, con hondas solamente ó bas tones. Este fué el exército con que el Rey marchó la vuelta de Andalucía. Llegó por sus jornadas cerca de Xerez, donde el enemigo estaba alojado. Asentó sus reales y fortificólos en un llano por la parte que pasa el rio Guadalete. Los unos y los otros deseaban grandemente venir á las manos, los Moros orgullosos con la victoria, los Godos por vengarse, por su patria, hijos, mugeres y libertad no dudaban poner á riesgo las vidas, sin embargo que gran parte dellos sentian en sus corazones una tristeza extraordinaria, y un silencio qual suele caer á las veces como presagio del mal que ha de venir sobre algunos. Al mismo Rey, congoxado de cuydados entre dia, de noche le espantaban sueños y representaciones muy tristes. Pe

learon ocho dias continuos en un mismo lugar: los siete escaramuzaron, como yo lo entiendo: á propósito de hacer prueba cada qual de las partes de las fuerzas suyas y de los contrarios. Del suceso no se escribe: debió ser vario, pues el octavo dia se resolvieron de dar la batalla campal, que fué domingo á nueve del mes que los Moros llaman Xavel, ó Scheval, así lo dice Don Rodrigo, que vendria á ser por el mes de junio conforme á la cuenta de los Arabes; pero yo mas creo fué el once de noviembre dia de San Martin, segun se entiende del Chronicon Alveldense año de nuestra salvacion de setecientos y catorce. Estaban las haces ordenadas en guisa de pelear. El Rey desde un carro de marfil, vestido de tela de oro y recamados, conforme á la costumbre que los Reyes Godos tenian quando entraban en las batallas, habló á los suyos en esta manera: «< Mucho me alegro, soldados, que haya llegado el tiempo de vengar las injurias hechas á nosotros y á nuestra santa Fe por esta canalla aborrecible á Dios y á los hombres. ¿Qué otra causa tienen de movernos guerra, sino pretender de quitar la libertad á vos, á vuestros hijos, mugeres y patria: saquear y echar por tierra los templos de Dios: hollar y profanar los altares, sacramentos y todas las cosas sagradas, como lo han hecho en otras partes? y casi veis con los ojos y con las orejas oís el destrozo y ruido de los que han abatido en buena parte de España. Hasta ahora han hecho guerra contra eunuchôs: sientan que cosa es acometer á la invencible sangre de los Godos. El año pasado desbarataron un pequeño número de los nuestros: engreidos con aquella victoria, y por haberlos Dios cegado han pasado tan adelante que no podrán volver atrás sin pagar los insultos cometidos. El tiempo pasado dábamos guerra á los Moros en su tierra, corríamos las tierras de Francia; al presente, ó grande mengua, y digna que con la misma muerte si fuere menester se repare, somos acometidos en nuestra tierra: tal es la condicion de las cosas humanas; tales los reveses y mudanzas. El juego está entablado de manera que no se podrá perder; pero quando la esperanza de vencer no fuese tan cierta, debe aguijonaros y encenderos el deseo de la venganza. Los campos están bañados de la sangre de los vuestros, los pueblos quemados y saqueados, la tierra toda asolada: ¿quién podrá sufrir tal estrago? Lo que ha si

TOMO II.

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do de mi parte, ya veis quan grande exército tengo juntado, apenas cabe en estos campos, las vituallas y almacen en abundancia, el lugar es á propósito; á los capitanes tengo avisado lo que han de hacer, proveido de número de soldados de respeto para acudir á todas partes. Demas desto hay otras cosas que ahora se callan, y al tiempo del pelear veréis quan apercebido está todo. En vuestras manos, soldados, consiste lo demas: tomad ánimo y corage, y llenos de confianza acometed los enemigos: acordaos de vuestros antepasados, del valor de los Godos; acordaos de la Religion Christiana, debaxo de cuyo amparo y por cuya defensa peleamos. » Al contrario Tarif, resuelto así mismo de pelear, sacó sus gentes, y ordenados sus esquadrones, les hizo el siguiente razonamiento: «< Por esta parte se estiende el Océano, fin último y remate de las tierras, por aquella nos cerca el mar Mediterráneo, nadie podrá escapar con la vida, si no fuere peleando: no hay lugar de huir, en las manos y en el esfuerzo está puesta toda la esperanza. Este dia ó nos dará el imperio de Europa, ó quitará á todos la vida. La muerte es fin de los males, la victoria causa de alegría: no hay cosa mas torpe que vivir vencidos y afrentados: los que habeis domado la Asia y la Africa, y al presente no tanto por mi respeto, quanto de vuestra voluntad acometeis á haceros señores de España, debeis os membrar de vuestro antiguo esfuerzo y valor, de los premios, riquezas y renombre inmortal que ganaréis. No os ofrecemos por premio los desiertos de Africa, sino los gruesos despojos de toda Europa; ca vencidos los Godos, demas de las victorias ganadas el tiempo pasado, ¿quién os podrá contrastar? ¿Temeréis por ventura este exército sin armas, juntado de las heces del vulgo, sin órden Ꭹ sin valor? que no es el número el que pelea, sino el esfuerzo: ni vencen los muchos, sino los denodados; con su muchedumbre se embarazarán, y sin armas, con las manos desnudas los venceréis. Quando tenian las fuerzas enteras, los desbaratastes; ¿ por ventura ahora perdida gran parte de sus gentes, acobardados con el miedo alcanzarán la victoria? La alegría pues y el denuedo que en vos veo, cierto presagio de lo que será, esa llevad á la pelea confiados en vuestro esfuerzo y felicidad, en vuestra fortuna y en vuestros hados. Arremeted con el ayuda de Dios y de nuestro Profeta Mahoma, ven

ced los enemigos que traen despojos, no armas. Trocad los ásperos montes, los collados pelados por el gran calor: las pobres chozas de Africà con los ricos campos y ciudades de España. En vuestras diestras consiste y llevais el imperio, la salud, la alegría del tiempo presente, y del venidero la esperanza. » Encendidos los soldados con las razones de sus capitanes no esperaban otra cosa que la señal de acometer. Los Godos al son de sus trompetas y caxa's se adelantaron, los Moros al son de los atabales de metal á su manerá encendian la pelea: fué grande la gritería de la una parte y de la otra, parecia hundirse montes y valles. Primero con hondas, dardos y todo género de saetas y lanzas se comenzó la pelea, despues vinieron á las espadas. La pelea fué muy brava, ca los unos peleaban como vencedores, y los otros por vencer. La victoria estuvo dudosa hasta gran parte del dia sin declararse : solo los Moros daban alguna muestra de flaqueza, y parece querian ciar y aun volver las espaldas, quando Don Oppas, ¡ ó increible maldad! disimulada hasta entonces la traycion, en lo mas recio de la pelea segun que de secreto lo tenian concertado, con un buen golpe de los suyos se pasó á los enemigos. Juntóse con Don Julian que tenia consigo gran número de los Godos, y de través por el costado mas flaco acometió á los nuestros. Ellos atónitos con traycion tan grande, y por estar cansados de pelear no pudieron sufrir aquel nuevo ímpetu, y sin dificultad fueron rotos y puestos en huida, no obstante que el Rey con los mas esforzados peleaba entre los primeros y acudia á todas partes, socorria á los que via en peligro, en lugar de los heridos y muertos ponia otros sanos; detenia á los que huian, á veces con su misma mano, de suerte que no solo hacia las partes de buen capitau, sino tambien de valeroso soldado, Pero al último perdida la esperanza de vencer, y por no venir vivo en poder de los enemigos saltó del carro, y subió en un caballo llamado Orelia que llevaba de respeto para lo que pudiese suceder: con tanto él se salió de la batalla. Los Godos que todavía continuaban la pelea, quitada esta ayuda, se desanimaron, parte quedaron en el campo muertos, los demas se pusieron en huida: los reales y el bagage en un momento fueron tomados. El número de los muertos no se dice, entiendo yo que por ser tantos no se pudieron contar; que á la verdad esta

sola batalla despojó á España de todo su arreo y valor. Dia aciago, jornada triste y llorosa. Allí pereció el nombre inclyto de los Godos: allí el esfuerzo militar, allí la fama del tiempo pasado, allí la esperanza del venidero se acabaron; y el imperio que mas de trecientos años habia durado, quedó abatido por esta gente feroz y cruel. El caballo del Rey Don Rodrigo, su sobreveste, corona y calzado sembrado de perlas y pedrería fueron hallados á la ribera del rio Guadalete; y como quier que no se hallasen algunos otros rastros dél, se entendió que en la huida murió ó se ahogó á la pasada del rio. Verdad es que como docientos años adelante en cierto templo de Portugal en la ciudad de Viseo se halló una piedra con un letrero en latin, que vuelto en romance dice:

AQUI REPOSA RODRIGO ULTIMO REY DE LOS GODOS.

Por donde se entiende que salido de la batalla, huyó á las partes de Portugal. Los soldados que escaparon, como testigos de tanta desventura tristes y afrentados se derramaron por las ciudades comarcanas. Don Pelayo de quien algunos sospechan se halló en la batalla, perdida toda esperanza, parece se retiró á lo postrero de Cantabria ó Vizcaya, que era de su estado : otros dicen que se fué á Toledo. Los Moros no ganaron la victoria sin sangre, que dellos perecieron casi diez y seis mil. Fueron los años pasados muy estériles, y dexada la labranza de los campos á causa de las guerras : España padeció trabaxos de hambre y peste. Los naturales enflaquecidos con estos males tomaron las armas con poco brio: los vicios principalmente y la deshonestidad los tenian de todo punto estragados, y el castigo de Dios los hizo despeñar en desgracias tan grandes.

Capítulo xxiv.

Que los Christianos se fueron á las Astúrias.

GOBERNABA la iglesia de Roma el Papa Constantino, el imperio de Oriente Anastasio por sobrenombre Artemio, Rey de

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